El día que
soltaron los perros*
Por Mariano Pacheco
“Las
balas aturden a la tarde, buscan invadir de silencio/el clamor de voces que
cantan rebeldía”
Manuel
Suárez,
“Mano con mano”
“La noche
avanza sobre el día, pálida y agónica/La única eternidad que se escucha es el
silencio/De los muertos es la quietud de
la muerte/De los vivos la desesperación de la vida”
Vicente
Zito Lema,
“Agonías in memoriam de Darío y Maxi”
I
El miércoles 26 de junio de 2002 el
sol salió temprano. Soplaban vientos leves y la temperatura era de las más
bajas del año. Así y todo, alrededor de las 10 de la mañana, la mayoría de los
integrantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Almirante Brown
se encontraban en el playón de la estación de trenes de Claypole. Varios
vecinos provenientes de las barriadas 2 de abril (Rafael Calzada), Cerrito y
Don Orione (Claypole), esperaban ansiosos que llegaran sus pares del barrio de
Ypona (Glew), para quienes el viaje se tornaba más largo que en otras
ocasiones: la decisión era no arribar a la estación de Avellaneda con el “vía
Temperley”, sino dar toda la vuelta, con el “vía Quilmes” (al que en la zona
llamaban La Chanchita,
diferenciándolo así del otro, El Eléctrico).
Por aumento general del
salario y una duplicación de 150 a 300 pesos en el monto de los subsidios para
los desocupados; alimentos para los comedores populares; mejoras en salud y
educación; desprocesamiento de los luchadores populares y en solidaridad con la
fábrica ceramista Zanón, de Neuquén –la que corría el peligro de ser desalojada
luego de haber sido recuperada por sus trabajadores–, los movimientos de
desocupados –por entonces denominado “duros”– se proponían levantar barricadas
en los puentes de acceso a la Capital Federal.
El ya mencionado 26 de junio de 2002
fue un día en que las mujeres y hombres “piqueteros”
se dispusieron a resistir: a la política económica que con la devaluación
pulverizaba salarios; a la oleada creciente de autoritarismo estatal y
represión parapolicial. Estaban dispuestos a no aflojar ante las amenazas
lanzadas desde el gobierno del entonces presidente Eduardo Duhalde: “prohibir
los cortes de ruta”.
Desde José C. Paz, La Plata,
Guernica, San Francisco Solano, Lanús, Florencio Varela, Quilmes y Esteban
Echeverría, las banderas de los distintos grupos que integraban la Coordinadora
de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, partían hacia Avellaneda. Los del MTD
de Allen, por su parte, se dirigieron hacia el Puente que separa las provincias
de Río Negro y Neuquén.
Allí estaban, marchando hacia el
Puente Pueyrredón, Darío Santillán (Darío, o El Cabezón), Maximiliano Kosteki (Maxi), Pablo Solana (El
Pelado Pablo), Florencia Vespignani (Flor),
Nélida Jara (Neka), Alberto Spagnolo
(El Cura), Griselda Cugliati (Grillo), Daniela Castellano (Dani), Sergio Nikanof (El Gordo Nika), Marta (La Tota), Mariano Pacheco (Mariano), César Benítez (El Pelado César), Juan Cruz Daffunchio
(Lucas), Juan Pablo Nocelli (Gaby),
Mariana (La Negrita), Nicolás Lista (El Viejo), Ángel, Marcial, Olga,
Orlando, Yolanda, Oscar, Mirta, Gerardo, Nancy, Oscar (Taiwan), Carlos… y tant@s otr@s
decenas de activistas que aparecerán una y otra vez a lo largo de estas
páginas, entremezclados con las miles de personas (la mayoría anónimas) que se
movilizaban por aquellos días.
Aquel miércoles 26 de junio de 2002
el ánimo estaba caldeado, la predisposición al enfrentamiento, ante la
dificultad de desplegar el corte sobre Puente Pueyrredón, se hacía evidente
entre muchos de los presentes; sobre todo entre los más jóvenes. Otro sector,
como suele suceder, se replegaba. Así había sucedido durante toda la semana
previa: ante cada declaración del gobierno, mayor voluntad de batallar por
parte de un importante sector de los movimientos. Entre los muchachos
dispuestos a resistir se encontraban Darío y Maxi, jóvenes de 21 y 25 años. ¿Se
conocían? No. No todavía.
II
En el playón de Claypole, como
siempre lo hacían antes de partir a una medida de lucha,
los desocupados de La Verón realizaron una asamblea para repasar los
objetivos de la jornada y los criterios de seguridad; para darse fuerzas
colectivamente. En aquella oportunidad, además, debían darse un poco más de
ánimo, ya que la situación se preveía difícil.
Pocas voces se alzaron aquel
complicado día. Una de ellas fue la de Mariano, uno de los “referentes”[1] del
movimiento. Dijo que no podían permitirse que el miedo se les impusiera, ya que
ese era el objetivo del gobierno: evitar que se bloquearan los puentes y
accesos a la Capital Federal; forma de lucha que ya en otras situaciones
difíciles les había permitido “torcer el brazo del gobierno”, y conquistar las
reivindicaciones por las que habían movilizado.
Aunque algunos tengamos hoy, tal
vez, que volver con el lomo apaleado, remató, antes de gritar ¡Aníbal Verón!, con todas sus fuerzas. ¡Presente! respondieron casi todos.
Luego, cuando gritó más fuerte: ¡Ahora!,
nuevamente se escucharon las voces diciendo: ¡Y siempre! Mi voz, recordará más tarde Mariano, ya no era mi voz,
sino que se confundía con la del resto. ¡Dónde
nos vemos compañeros!, exclamó finalmente; frase que no pronunció como
pregunta, ya que todos, absolutamente todos, sabían y compartían la respuesta:
¡En la lucha! Ahí empezaron los
cánticos: Piqueteros carajo, gritó
Mariano. Piqueteros carajo, gritaron
todos. Piqueteros carajo… canción típica ya, que solía acompañar la mencionada
arenga.
Cuando Mariano gritó Aníbal Verón y todos respondieron Presente, ninguno se imaginó que tan solo unas horas mas tarde
estarían gritando Presente… luego de
nombrar a uno de sus compañeros.
III
El viaje en tren se tornó tenso. En
cada parada, más y más piqueteros subían rumbo a la estación Avellaneda. Al
llegar a Quilmes, el tren estaba tan lleno que ya no entraba nadie. Abajo,
sobre los andenes, Marcial –del MTD de La Cañada–, toca la quena sin parar. “El
soplo del aire convertido en viento o soplo del viento convertido en alma –como
describen nuestros ancestros el sonido de la quena– nos envolvía con su melodía
entremezclándose con nosotr@s formando parte de la concentración dispuestos a
enfrentar y dar pelea por nuestros reclamos”.[2] Los
muchachos y las chicas de seguridad conversan, arriba del tren, repasan paso a
paso el plan de un posible repliegue, ante la eventualidad de que la represión
avance sobre las columnas. Un grupo de Indymedia Argentina[3]
filma todo: los gestos, los movimientos de las manos, los labios temblorosos de
las conversaciones que cada tanto, sólo cada tanto, se intercalan con algunas
sonrisas.
Al llegar
a la estación notaron que un helicóptero
sobrevolaba a escasos metros de altura. Hoy se viene complicado, comentó
Mariano a Rafael, uno de los compañeros de la CTD de La Plata. Ante tamaña
intimidación, el muchacho sólo atinó a responder: parece que sí. Bajaron las
escaleras y al pasar el hall de la estación, se ubicaron sobre la avenida
Pavón. El de Almirante Brown era uno de los últimos movimientos en ubicarse en
la columna. Por eso varios muchachos corrieron para adelante, para ver que
sucedía. “Estamos muy atrás”, dijo el Pelado César. Mariano asintió con la
cabeza y ambos comienzan a correr hacia la cabecera de la columna. Había
rumores de que no los dejaban pasar, pero desde ahí no veían nada.
Eran las 11.30, 11.40 del ya
mencionado 26 de junio. La movilización hacia Puente Pueyrredón se ponía en
marcha. Recién entonces la Agencia de Noticias Red-Acción (ANRED) lanzó el
primero de una larga seguidilla de comunicados: “Urgente-Las columnas se están
movilizando”. La cabeza informativa denuncia: “El gobierno prefiere reprimir a
escuchar los legítimos reclamos. Se han detectado tropas de infantería y carros
hidrantes bajo el Puente Pueyrredón. La CTD Aníbal Verón cortará ese acceso
dentro del plan de lucha coordinado. Si el dólar continúa subiendo se
pulverizará el poco valor que les queda a los 150 Lecop”.
Devaluación-represión.
Palabras clave durante aquellos días. Sobre todo para estos movimientos,
integrados por los sectores más postergados de la población; esos que durante
años se vieron expuestos a una situación calamitosa, que algunos hasta llegaron
a denominar “genocidio social”. Así y todo, desde el poder se pretendía que no
expresaran públicamente su situación. Se les quiso privar de su derecho a la
protesta; arrancándole esa herramienta, el piquete, con la cual el conjunto de
la sociedad argentina tuvo que toparse cuando los desesperados, por fin,
dijeron BASTA.
Fue ésta una de las razones
por las que el mencionado comunicado también denunciaba: “Las amenazas y los despliegues de las
últimas horas son una clara coacción hacia nuestras organizaciones y la
ciudadanía en general, amedrentando nuestros derechos constitucionales de
petición, es decir del estado de derecho, ante la grave emergencia social en la
cual nos encontramos miles de ciudadanos argentinos, cuando en realidad
deberían estar preocupados por los reclamos que el pueblo hoy manifiesta”.
IV
Al llegar a la base del puente,
quienes marchaban por Pavón pudieron ver a los del Bloque Piquetero Nacional
(BPN) y Barrios de Pie, llegando por avenida Mitre. Adelante estaban todos los
dirigentes: Néstor Pitrola, del Polo Obrero (PO); Roberto Martino, del
Movimiento Teresa Rodríguez (MTR); Beto Ibarra, del Movimiento Territorial de
Liberación (MTL); Jorge Huevo
Cevallos, del Movimiento Barrios de Pie...
Si bien la CTD Aníbal Verón
nunca armaba cordones con dirigentes, como lo hacía el BPN, por ejemplo, era común que los referentes no marcharan en la
columna de los movimientos distritales, sino adelante, en la cabecera, junto a
la bandera principal. Cuestión que desmiente las primeras versiones que tanto
la policía como el gobierno difundieron por los medios masivos de comunicación:
que las fuerzas del orden, a diferencias de otras oportunidades, no tenían con
quien dialogar.
A las 12 horas del mencionado
26 de junio, ANRED lanzó el segundo comunicado: “Los Movimientos de Trabajadores
Desocupados enrolados en la Coordinadora Aníbal Verón resolvimos coordinar el
corte de los accesos a la Capital Federal junto con el Movimiento Independiente
de Jubilados y Desocupados (MIJD), el BPN y Barrios de Pie. Los cortes están
comenzando y se ubican en los Puentes Uriburu, Vélez Sarsfield, La Noria,
Saavedra, Nicolás Avellaneda y Pueyrredón”.
“Nos estamos acercando mucho”,
dice Gaby, del MTD de Florencio Varela. Mariano responde que no, que no pasa
nada, que está todo controlado. No lo sabe, pero en cuestión de segundos todo
estará fuera de control. Gaby hace un gesto que puede verse a través de su
capucha. Hay algo que no le cierra. Tal vez precaución, quién sabe.
Cuando las columnas que marchaban
por ambas avenidas quisieron confluir, ahí, en ese momento absurdo, todo
comenzó. Esperen a que nos acomodemos bien, gritó Grillo, una de las chicas que
en ese momento, cumplía un rol de seguridad dentro de la columna de La Verón.
Es que “las doñas” estaban a punto de sacar los termos y los mates, algunas de
ellas hasta las sillitas que solían llevar a las movilizaciones. Esperen
compañeras, insistió. Y las doñas, esas que habían sido las primeras en dar
batalla en las barriadas, miraron como nunca lo habían hecho antes. Tenían
miedo: más que el que habían sentido cuando en las asambleas barriales, algunos
de los referentes plantearon que las personas de mayor edad se quedaran, que el
horno no estaba para bollos y que la cosa, esta vez, venía jodida en serio.
Tenían miedo y, paradójicamente, no era por ellas sino por sus hijos, sus
hijas, jóvenes, adolescentes que se encontraban en ese momento a punto de
lanzar la primera piedra. Porque entre el “esperen” y el “compañeras”,
empezaron las corridas, los balazos de goma, los gases lacrimógenos. Un cordón
policial se había interpuesto entre las miles de personas que integraban ambas
columnas. El Pelado César abrió su mochila y sacó unas cuantas piedras que
había recolectado en el camino, desde la estación al puente. Mariano corrió
para atrás unos breves metros, hasta donde estaban sus compañeras y compañeros
de la seguridad del movimiento. “Vamos, cumpas”, gritó, “que están
reprimiendo”. La Tota lo miró desconcertada. Era ella la había estado
participando en las reuniones previas, en las que cada movimiento asumió un rol
organizativo dentro del esquema de emergencia. El esquema estaba previsto en
caso de que se desatara la represión. Unos enfrentarían la primera línea
policial que intentara avanzar. Otros, se quedarían atrás, garantizando la
retaguardia, tratando de impedir que la fila policial, apostada a la altura del
Viejo Puente Pueyrredón, encajonara a la columna. Ésa era la tarea que le
tocaba desempeñar al MTD de Almirante Brown. Por eso, cuando Mariano llegó
agitado, gritando que avanzaran, las caras de los muchachos y las chicas fue de
puro desconcierto. Todos, vacilaron...
Entre aquella orden y la quietud de La Tota, que con sus escasos 20 años
coordinaba la seguridad del movimiento, había una contradicción. “Vamos
cumpas”, gritó La Tota, mientras comenzaba a correr hacia delante. Se
escucharon entonces unos ruidos tremendos, gritos... Todos comenzaron a sentir
una profunda desesperación.
Desesperación, eso sintió
Yamila cuando creyó que se desmayaba y no podía respirar. La represión policial
se había desatado, avanzaba ferozmente: a su paso nada quedaba en pie. Por unos
instantes, el efecto de los gases se mantuvo flotando sobre el aire. Yamila no
podía correr. No podía gritar. No sabía que hacer. Creía que se había
congelado: estaba clavada en el suelo. Un muchacho que corría a su lado cayó en
el asfalto, luego de que una ráfaga impactara en su pierna derecha. Una inmensa
bocanada de aire negro se apoderó del cielo: a escasos metros ardía un
colectivo. Decenas de jóvenes continuaban ofreciendo resistencia.
En
esos momentos de desconcierto, sin embargo, un fotógrafo profano de La Plata
tuvo la capacidad de captar aquello que el fotógrafo francés Henry Cartier
Bressón denominó alguna vez como “el
instante decisivo”. Podemos verlos: Kosteki y Santillán –quienes no se
conocían– de espaldas a la cámara, de frente a la represión policial. Maxi
viste una campera militar de color verde. Tiene puesta una gorra negra, con
visera. Una bufanda del mismo color le cubre el rostro. Darío, con una gorra
blanca de lana, también se cubre el rostro con una bufanda negra. Lleva una
campera de cuero y unos jeans gastados. Juntos, como los otros, corren. Como
tantos, a su vez, tiran piedras a las embravecidas fuerzas del orden que
avanzan con furia sobre ellos. Algunos sacan sus gomeras; otros simplemente
corren a toda velocidad. Tras ellos, una partida policial deseosa de
detenerlos no deja de pisarles los talones.
V
Corrían, esquivando balas que, a esa
altura, sospechaban ya, no eran de goma. O no simplemente (uno de ellos era
Sebastián Conti, Seba, del barrio 2 de Abril, del MTD de Almirante Brown, quien
minutos después será herido gravemente, cerca del supermercado Carrefour. Seba
corre, dolorido, un poco fatigado, asfixiado).
Pasaron fugazmente el Viejo Puente
–donde se encontraba apostada la Prefectura–,
doblaron por Pavón y siguieron corriendo. Una chica, aterrada, paralizada,
lloraba en un costado de la avenida. Vamos cumpa, le gritó uno de los muchachos
que pasó a su lado. Yamila logró entonces reaccionar, desclavarse del suelo y
comenzar a correr, como todos los demás. Algunos
continuaban arrojando piedras, los palos con los que se cierran las
columnas...carteles publicitarios, bolsas de basura; todo lo que encontraban al
alcance de sus manos, intentando frenar lo que días después, hasta el propio
presidente Duhalde tuvo que calificar públicamente como “una verdadera
cacería”.
“Las
organizaciones intentaban marcar la calle con una valla de cuerpos y delimitar
un territorio, lejano al corte del Puente Pueyrredón, pero con el mismo
sentido: hacer en la ordenación social un lugar para la afirmación del derecho
a una vida digna. La retirada ordenada da cuenta de un poder político, de un
lazo que no se deja romper sin ofrecer resistencia, ni aun en los peores momentos.
Pero así como el corte no fue tolerado y se impidió la transformación del
puente en un territorio de lucha de
los piqueteros por medio de su ocupación policial, tampoco se toleró una
retirada organizada. Podemos decir, que el territorio
de la organización mismo, en el que una muchedumbre de desocupados con sus
familias se constituye en ´movimiento piquetero´, fue un objetivo de la represión”. [4]
“Ofrecer resistencia”, eso
hacían los muchachos y las chicas de los movimientos. Impedir que los lazos solidarios
se resquebrajaran, que los más temerosos se paralizaran, que los más arrojados
perdieran la serenidad, que la represión desarticulara “el cuerpo político de
la movilización en una multiplicidad de cuerpos individuales”, como bien señala
Gómez.
A las 12.50 horas del
mencionado 26 de junio, los manifestantes que se replegaron por avenida Pavón y
llegaron a la Estación de Avellaneda. Entre ellos Mariano, quien pasó por la
vereda, pero no entró: en esos escasos segundos, en los que casi no se puede pensar,
se le cruzó por la cabeza que, si cortaban el servicio de los trenes, serían
fácilmente detenidos en los andenes, donde no tendrían lugar para correr. Por
eso siguió a un grupo que, delante de él, continuaba corriendo por la Avenida.
Otro de los muchachos que pasaron frente a la estación era Darío Santillán. Por
alguna razón, nunca sabremos cual, volvió al lugar... y entró.
*Primer capítulo del libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón. Una genealogía de los Movimientos de
Trabajadores Desocupados (El colectivo, 2010, reedición 2016), de Mariano
Pacheco.
[1] La cuestión de los referentes se retoma en el apartado “Reflexiones
IV: Notas sobre las bases, la militancia”.
[2] Olga, “El himno de la Verón…”, en 400 Golpes y Cría Cuervos
(Comp.), Yo, habiendo creado y resistido,
habiendo puesto el cuerpo, fui asesinado por las fuerzas de seguridad del
Estado Argentino y vivo en cada lucha. Darío y Maxi, somos nosotros, El
aura del sauce, Buenos Aires, 2009.
[3] Algunas de esas imágenes fueron utilizadas en el video PIQUETE, Puente Pueyrredón, realizado
por este grupo en julio de 2002 (Formato
original: Mini DV, Digital 8, VHS-C/color). Duración: '35 minutos.