Una recuperación para discusión
teórico-política de la actualidad
Por
Mariano Pacheco*
En
1971 Carlos Olmedo concede a la revista Cristianismo y Revolución
una entrevista (“Los
de Garín”), donde cuenta el recorrido de las FAR, las Fuerzas
Armadas Revolucionarias que surgen en la Argentina de mediados de los
años sesenta para acompañar la empresa de Ernesto Guevara en
Bolivia. Tras la muerte del Che, el grupo realiza un viraje,
fundmentalmente en dos direcciones: por un lado, dejan de prepararse
para montar una guerrilla rural, subordinada a un proyecto
Latinoamericana, para pasar a trabajar en función de poner en pie
una experiencia de guerrilla urbana, centrada en el accionar
nacional. Por otro lado, entran en un profundo debate
teórico-político interno y deciden asumir la experiencia obrera
peronista como propia, sin dejar por ello de ser marxistas. Pero:
¿qué es ser marxista para las FAR? Allí radica todo el núcleo de
la polémica que se establece con el Partido Revolucionario de
los Trabajadores/Ejército Revolucionario del Pueblo, quienes a
través de un grupo de militantes que se encontraban detenidos en la
Cárcel de Encauzados de la provincia de Córdoba, envia a la revista
mencionada un documento a modo de respuesta a la entrevista, con una
serie de cuestionamientos a las definiciones allí vertidas por
Olmedo en nombre de las FAR.
La
polémica se tornó fundamental para las militancias revolucionarias
argentinas, ya que dos años después las FAR se fusionan con
Montoneros (que previamente se había fusionado con la organización
Descamisados e incorporado a una fracción de las legendarias Fuerzas
Armadas Peronistas), constituyendo así una fuerte hegemonía sobre
el conjunto de la Tendencia Revolucionaria del Peronismo, mientras
que el PRT/ERP pasa a ser la organización más importante de la
izquierda revolucionaria no-peronista.
Son
los años del triunfo de la Unidad Popular que lleva a Salvador
Allende a ser el primer presidente socialista elegido en elecciones
en América Latina, y el auge del accionar guerrillero en el Cono
Sur, con organizaciones poderosas en Argentina pero también en el
mismo suelo chileno (el Movimiento de Izquierda Revolucionaria), en
Uruguay (Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros) e incluso con
la persistencia del Ejército Liberación Nacional (ELN) en Bolivia;
todas experiencias que confluyeron con el ERP en la Junta de
Coordinación Revolucionaria.
De
allí que no fuera estrictamente, la polémica que se desataría, una
discusión entre izquierda y peronismo, sino un debate entre
organizaciones de izquierdas, fuertemente marcadas por el guevarismo
y la experiencia cubana, en torno a qué hacer, cómo procesar el
fenómeno peronista en función de una perspectiva de revolución
socialista que también franjas cada vez más crecientes del
peronismo iban asumiendo al calor de su proceso de radicalización
interna tras casi dos décadas de resistencia, y el proceso de
radicalización generalizado de los pueblos del mundo, tal como hemos
señalado en otro texto (“La dialéctica de lo nacional y lo
internacional en el proceso de radicalización del peronismo”),
publicado en dos partes por la Agencia
Paco Urondo
(https://www.agenciapacourondo.com.ar/debates/la-dialectica-de-lo-nacional-y-lo-internacional-en-el-proceso-de-radicalizacion-del
y
https://www.agenciapacourondo.com.ar/debates/especial-historia-sobre-el-proceso-de-radicalizacion-del-peronismo).
Al
documento del ERP enviado a la revista Cristianismo y Revolución
se suma luego una respuesta de las FAR. Los tres textos serán
compilados luego por las FAR, y publicados en un cuadernillo bajo el
título de “Aporte al proceso de confrontación y polémica pública
que abordamos con el ERP”, reproducidos asimismo en 1973 por la
revista Militancia e incorporados en 1996 por Roberto
Baschetti al tomo “De la guerrilla peronista al gobierno popular
(1970-1973)” de su colección de libros Documentos (del
peronismo revolucionario).
A
diferencia del resto de dirigentes de las organizaciones
revolucionarias marxistas y peronistas, Carlos Enrique Olmedo,
“Josesito” –según se lo conocía por su nombre de guerra--,
era también un
filósofo-militante.
Su temprana muerte en el “Combate de Ferreyra” (el 3 de noviembre
de 1971 en Córdoba), lo transformaron en una leyenda para las
militancias, pero en un perfecto desconocido para un público más
amplio. Incluso entre las militancias, su nombre no resuena hoy con
tanta fuerza como el de Mario Roberto Santucho, Benito Urteaga o
Enrique Gorriarán Merlo del PRT; Roberto Cirilo Perdía, Mario
Eduardo Firmerich, Gustavo Ramus, Fernando Abal Medina, Norma
Arrostito o Fernando Vaca Narvaja de Montoneros; ni siquiera como el
de Marcos Osatinksy, Roberto Quieto o Julio Roqué, de las propias
FAR.
Nacido
en un humilde hogar de la hermana República del Paraguay y con una
infancia y una adolescencia que no le fueron nada fáciles, Olmedo
llegó a graduarse en Filosofía y Sociología en la Universidad de
La Sorbona, Francia, siendo muy joven. Allí conoció al mismísimo
Louis Althusser, a quien la izquierda mundial debe sus relecturas
sintomáticas de Carlos Marx, y en particular, de su obra cumbre, El
capital. Olmedo participó en Argentina de la emblemática
revista cultural de izquierda La rosa blindada y con tan sólo
23 años impartió cursos de posgrado en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero también trabajó como
publicista y se entrenó en Cuba. Con una sólida formación
marxista, Olmedo estuvo entre quienes sostuvieron más enérgicamente
la necesidad de acercarse al peronismo, a inicios de los setenta, sin
renunciar por ello a una perspectiva de revolución socialista que
tuviera como protagonista principal a los proletarios de este suelo
nacional. En las discusiones políticas, comentan quienes
compartieron un tramo del recorrido junto a él, era capaz de
remontarse hasta la historia de Galileo para fundamentar una idea
sobre la coyuntura. Y después, al finalizar una reunión, sentarse
con tranquilidad a escuchar la música de Mozart. Olmedo aprendió a
mirar al peronismo de otro modo, y ayudó a que otros lo
interpretaran también, desde la izquierda, de manera diferente.
Contribuyó como pocos a la formulación de la categoría de
Nacionalismo Popular Revolucionario. Conjunto de reflexiones y
elaboraciones que nos parecen fundamentales para seguir repensando la
intervención política hoy en la Argentina, pero también, la
recreación de una filosofía política de las militancias más allá
de las especificidades nacionales.
Espectros
revolucionarios
Una
estrategia liberadora no es la simple afirmación ni la sola práctica
de un método… Se trata en primer lugar, de determinar cuál es, en
una sociedad nacional, la fuerza social capaz de protagonizar un
proceso cabalmente revolucionario liberando en él a otras fuerzas y
sectores sociales. En otras palabras, cuál es la fuerza social cuya
ubicación en el proceso productivo da a sus reivindicaciones
económicas la máxima radicalidad, pero también, y decididamente,
cuál es la fuerza social cuya experiencia ha establecido ya más
claramente que las reivindicaciones fundamentales no se piden, se
conquistan y vuelven a perderse si con ella no se conquista y se
defiende el poder político, el timón de la sociedad.
Carlos
Olmedo
Tal
como señaló la investigadora platense Mora González Canosa, en un
texto publicado hace unos años (“Marxismo, peronismo y vanguardia.
La polémica entre las FAR y el ERP”), los “Faroles” establecen
con “Los Perros” una disputa, simultáneamente, en dos frentes:
“contra los sectores ´conciliadores´ del peronismo, tensionando
las formas de concebir dicho movimiento político; y contra la
izquierda marxista no peronista, a quien buscaban disputarle su
propia tradición teórica”.
Lo
que aparece como telón de fondo de la extensa textualidad presente
en el debate son, fundamentalmente, tres cuestiones: la
caracterización del peronismo (¿frena o dinamiza entonces la lucha
de la clase obrera por el socialismo?); los “usos” del marxismo
(¿es un método de análisis –científico-- de formaciones
sociales específicas o también “bandera política universal”?);
y, sobre la base de esta última caracterización, el punto de
partida (nacional o internacional) del análisis crítico de la
realidad y su historia.
En
este ensayo, con el ánimo de reponer mínimamente aquel debate, pero
por sobre todas las cosas, intentar rescatar sus argumentos para los
análisis actuales, quisiera rescatar –del conjunto de agudas
definiciones que ofrece Olmedo-- tres elementos:
1)
La comprensión de que, hacia mediados de la década del sesenta,
El Che oficiaba como figura capaz de establecer una “estrategia
revolucionaria supranacional”, sin por eso convertirse en “una
patrulla extraviada en la lucha de clases nacional” (que era
uno de los riesgos, en los que cayó, de algún modo, el “grupo
argentino” del ELN).
Esta
mirada nos ofrece una enseñanza muy clara para seguir pensando,
incluso, la actualidad del siglo XXI: Nuestraamérica es el
territorio más amplio en cual se intersecta el horizonte del
internacionalismo de los pueblos propio de toda definición
anticapitalista (no es posible construir una sociedad diferente
–socialista-- en una escala nacional), con un patriotismo
antiimperialista que se deferencia del nacionalismo de derecha, entre
otras cuestiones, porque asume que si hay algo parecido a un destino,
este tiene que ver con la hermandad de la Patria Grande, donde los
proyectos nacionales son tan sólo un momento de ese proyecto
liberador (Juan José Hernández Arregui, en su libro La formación
de la conciencia nacional, argumenta que la revolución es
nacional, Latinoamericana e internacional. Y subraya: “y en ese
orden”).
2)
El rol preponderante que la lucha de masas ejerce en la definición
de una estrategia nacional revolucionaria.
Olmedo cuenta que, en su caso, el detonante más importante para sus
análisis fue el acontecimiento que, en otro texto, hemos denominado
como “El Corte-Cordobazo”
(http://lobosuelto.com/el-cordobazo-y-la-revuelta-de-las-ideas-apuntes-para-una-discusion-mariano-pacheco);
esa coyuntura que va de fines de mayo a septiembre de 1969 (“Esa
violencia masiva, formidable, pero como toda violencia masiva sin
vanguardia, discontinua –explica Olmedo-- nos compromete,
constituye un mandato…”).
La
definición vertida en la cita nos resulta de vital importancia, casi
que podríamos decir que constituye el primer eslabón de lo que hoy
podríamos llamar una “epistemología proletaria” (o popular
no-populista): no hay definición de estrategia revolucionaria si
no es al calor del protagonismo que las masas populares ejercen en
sus luchas en un país determinado.
3)
Existe una “triple coincidencia” que une a determinadas
corrientes del peronismo con determinadas corrientes de las
izquierdas. “Esa triple coincidencia establece inmediatamente
vínculos de fraternidad revolucionarla de gran profundidad”,
explica Olmedo, para analizar que, en la década del setenta, esos
elementos pueden resumirse en:
A-
El enemigo principal (“aquellas clases que necesitan explotar para
satisfacer sus intereses”).
B-
El método (“la lucha armada”).
C-
El objetivo final (“la construcción de una sociedad sin
explotación y la construcción de un hombre nuevo”).
Pensando
en la actualidad del siglo XXI, y los encuentros posibles entre
ciertas izquierdas y determinados peronismos, podríamos pensar,
respecto de aquella triple coincidencia, que:
A-
Se necesita recuperar el horizonte estratégico del análisis para
volver a pensar en términos de “enemigo principal”.
Resulta
interesante que Olmedo no repare en la coincidencia del “enemigo
inmediato” (la dictadura militar), sino del principal (la clase
dominante), elemento que no puede ser analizado –de todos modos--
sino al calor de la correlación de fuerzas del momento (incremento
de las ofensivas tácticas del movimiento popular a partir de mayo
del 69).
Para
no reducir las coincidencias de nuestra época al enemigo inmediato
(“modelo neoliberal”) al que nos enfrentamos izquierdas y
peronismos, resulta importante recordar que, además de partido
político y gestión de gobierno, el neoliberalismo es fase del
capitalismo, y por lo tanto, que no es posible avanza en un proyecto
de justicia social si no es a través de un replanteo general de
sociedad, que no sólo derrote a las coaliciones electorales de
derecha y su programa de ajuste y represión, sino a los elementos de
neoliberalismo que incluso todo proyecto redistributivo contiene
dentro de sí, en tanto no deja de ser una “gestión progresista”
de un ciclo capitalista que lo excede, en los marcos de un Estado
liberal que también excede sus medidas de gobierno.
B-
Respecto del método, resulta importante dar cuenta de que
importantes fracciones de la izquierda confluyen hoy en Argentina con
corrientes peronistas en la que es seguramente la experiencia más
dinámica de la clase trabajadora contemporánea: la Unión de
Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular, la UTEP, y el
bloque social que logra unificar incluso con algunas organizaciones
que no se han incorporado (¿aún?) a este nuevo sindicato del
precariado. Si bien en los últimos años la representación
superestructural de la izquierda fue profundamente hegemonizada por
las corrientes trotskistas (hoy agrupadas en el FIT-U –PO, PTS, IS,
MST--), no es menor el peso que han logrado conquistar aquellas
expresiones de una izquierda que nació y se desarrolló desde abajo,
al calor de los procesos de resistencia antineoliberal (desde la
libertaria Federación de Organizaciones de Base hasta el Frente
Popular Darío Santillán, pasando por el Movimiento Popular La
Dignidad y Vamos- Patria Grande). El método de la unidad para
organizar al precariado y librar desde ese sector luchas de masas
permitió obtener conquistar reivindicativas, poner en pie una nueva
herramienta y transversalizar otras luchas presentes en la sociedad
argentina, gestando una “agenda popular” vinculada a ellas (sobre
todo, de los feminismos y ciertas luchas ambientales).
C-
En cuento al “objetivo final” de la lucha cabe introducir el
mismo señalamiento que se hizo en el punto A: necesitamos recuperar
el horizonte estratégico del análisis. En ese sentido, en lo que va
del siglo XXI se ha logrado avanzar más respecto de las
reivindicaciones planteadas por las minorías (“minorías” en
tanto son sectores capaces de “sustraerse” a la lógica de la
“norma mayoritaria”; luchas que problematizan el “modelo”
blanco-adulto-masculino-heteronormado) que respecto de un horizonte
general emancipatorio, poscapitalista (una sociedad sin explotadores
ni explotados). Así, podría pensarse que hoy existe una mayor
“deconstrucción” del activismo (o al menos, una mayor
“problematización” de los micromachismos y microfascismos)
respecto de los años setenta (están más intensamente planteados en
las agendas políticas de las organizaciones las reivindicaciones de
las mujeres, trans, travestis, inmigrantes, homosexuales, personas
con sobrepeso y discapacidades, usuarios y usuarias de la salud
mental, infancias e incluso del lenguaje inclusivo), pero no en el
marco de un proyecto general de sociedad diferente, sino como
conquistas a obtenerse en el marco de las injustas relaciones
(generales) de explotación que el capitalismo –incluso en su fase
finacierizada-- sigue efectuando.
No
contraponer sino enlazar creativamente estas dimensiones (frente del
deseo/frente de la lucha de clases) será seguramente uno de los
desafíos de los años por venir.
Intersecciones
entre izquierdas y peronismos
Toda
interpretación rigurosa implica conocimiento, implica análisis,
implica en definitiva, teoría. Por eso le digo que se trata de
zanjar esas dificultades con las organizaciones armadas, mediante un
trabajo teórico. Ese trabajo teórico al servicio de la acción,
acompañándola, anticipándola, profundizándola, tiene que dar como
resultado, en primer lugar, la liquidación de algunos de los
fantasmas que más dificultan la valoración del peronismo. El
fantasma fundamental resulta de lo que nosotros llamamos ideologismo,
o sea, aquel tipo de análisis que no parte de valorar el papel de
una clase, de una fuerza social en el marco de las contradicciones de
una formación social, sino que se detiene en las expresiones de tipo
ideológico, o sea en aquellos modos en que determinados
protagonistas o sectores de esas fuerzas se piensan a si mismos. O,
lo que suele suceder, en la imagen que el sistema da del modo en que
esos sectores se piensan a si mismos. Este método consiste a menudo
en disociar las expresiones ideológicas, e inclusive las formas
organizativas que en este caso el peronismo ha ido dándose en
diversas etapas, de la etapa misma en que se dieron y del conjunto de
los condicionantes económicos, políticos, culturales, ideológicos,
que es preciso retener para captar la lógica propia de esa etapa.
Carlos
Olmedo
Si
bien Olmedo murió siendo un combatiente guerrillero, por sobre todas
las cosas, fue un agudo cuadro político. De allí que advierta, en
un determinado tramo del debate, que “los fierros, pesan, pero no
piensa”. Así que contra todo el anti-intelectualismo que pueda
predominar entre nosotrxs (las militancias que se supone deberíamos
estar a la vanguardia del pensamiento crítico en la sociedad),
quisiera subrayar, en este último tramo del texto, el alto nivel y
la profunda calidad de las reflexiones esbozadas por Olmedo, que dan
cuenta de su intensa y extensa formación teórica.
Me
detendré, en este último apartado, en dos cuestiones: las
definiciones de Olmedo sobre marxismo y peronismo, en la búsqueda
por rescatar de aquella polémica algunos elementos que nos permitan
abordar ambos fenómenos hoy en día, asumiendo que la nuestra es una
realidad muy diferente a la de entonces.
1)
MARXISMO
¿Qué
nos dice Olmedo respecto del marxismo?
En
primer lugar, le discute al ERP que lo definan como una “bandera
política universal”. Obviamente, en tanto “instrumento teórico”
que permite analizar e interpretar críticamente la realidad, el
marxismo implica una política: fundamentalmente, la estrategia que
permita la conquista de “una sociedad distinta”, sin explotación,
con igualdad absoluta de posibilidades para todos. Una sociedad
–remarca Olmedo-- “donde los derechos y las igualdades no estén
en la Constitución sino en la vida”; un tipo de sociedad que
define como “socialista”, para aclarar inmediatamente después
que el socialismo sería mucho más difícil de construir sin el
aporte de Marx y Lenin, pero que no se construye con el mero aporte
de ellos, sino también con el de “la experiencia de nuestro
pueblo, con el aprendizaje que hacemos en la guerra y con la
enseñanza de otros pueblos que completarán la lucha por su
liberación o que están completándola”.
El
marxismo –insiste Olmedo-- no es una “píldora política”, una
“receta universalmente aplicable”, sino una teoría de la
sociedad, con enorme rigor científico (“efectivamente nosotros
pensamos que sería imposible diseñar una estrategia revolucionarla,
que requiere un conocimiento científico de la realidad social de sus
clases, de sus problemas económicos, de sus problemas sociológicos,
etc., sin aplicar el marxismo-leninismo”). El problema, entonces,
no es el estudio y la investigación de las sociedades realizadas con
herramientas teóricas marxistas, cuestión que el comandante de las
FAR da por descontado, sino el hecho de que, en la Argentina de
entonces, existieran grupos políticos que se fueron encargando de
“desencontrar al marxismo con nuestra realidad”, convirtiéndolo
en “pobrísimo dogma”, sin comprender que aplicar un método
científico no es aprenderse de memoria las conclusiones que se
obtuvieron y fueron válidas para determinadas etapas y formaciones
sociales, pero que no son relevantes para otras. Por eso insiste
Olmedo: “el marxismo no es sino una teoría científica sobre las
tendencias de la sociedad, esencialmente la capitalista. Una
explicación coherente del proceso histórico. Una herramienta de
análisis y acción que basa su efectividad en la certeza de su
análisis científico, certeza no decretada, sino comprobada
prácticamente en el desenvolvimiento real de la sociedad...”. Y
por eso la clase obrera de identidad peronista no puede prescindir de
él, entre otras cuestiones, porque “la conciencia diaria que tiene
el obrero de que es explotado y humillado no le explica ese hecho”,
sino que es la teoría marxista aquella que le explica “por qué,
cómo y cuándo es explotado por el capitalista para transformar el
trabajo del que se apropia el capital”.
El
marxismo, entonces, es asumido como es un “instrumento de análisis
y comprensión científica” de la realidad concreta en la que le
toca actuar, una “herramienta teórico-metodológica” que permite
forjar una política “que responda a las condiciones particulares
en las que se actúa”. Política –continúa Olmedo-- que no se
sustenta “en ideales o frases”, sino en un análisis científico
de una realidad particular y concreta, y no de una realidad universal
y abstracta. De allí que sostenga que la mera invocación a los
“principios marxistas” no adelanta un milímetro nuestro
conocimiento de la realidad, de la misma manera en que hasta ahora
“ha resultado imposible cruzar un río nadando sin tirarse al agua,
invocando los ´principios de la natación´”.
Ser
Marxista, finalmente –para Olmedo--, implica asumir
fundamentalmente dos cuestiones. En primer lugar, que no se puede
ignorar que el proceso histórico está sometido a leyes objetivas
que son independientes de la voluntad de los grupos y personas. Y en
segundo lugar, que dentro de ese proceso es el accionar mismo de la
clase trabajadora el que va suministrando, paso a paso, los elementos
indicadores de lo que es coherente con la coyuntura política y de lo
que no lo es. De allí que remate su reflexión indicando que, “la
vanguardia” (cuando como tal exista), no lo será precisamente por
su capacidad de “dirigir” a la clase obrera mediante políticas
deducidas de esquema alguno, sino porque ante todo, será capaz de
aprender de la acción de la clase trabajadora, de interpretar
fielmente las conclusiones que se desprendan del accionar político
del pueblo mismo.
2)
PERONISMO
En
su debate con el ERP, el comandante de las FAR les reprocha que
asuman una concepción “pretendidamente marxista” que entienda a
la lucha revolucionaria nacional, “por su forma”, e
internacional, “por su contenido”. Así –argumenta Olmedo-- el
factor nacional solo aporta una “fachada exterior”, un caparazón
de un contenido que le es ajeno (“receptáculo de un contenido
internacional producido en el transcurrir de la historia de la
sociedad universal)”. Frente a ello, el proceso histórico, la
historia nacional viva y concreta, es asumida como contenido y
basamento de la acción política de la intervención en cada país.
“Para nosotros, la nominación, la identidad política, es la
expresión simbólica de una conducta concreta y, cuando hablamos de
peronismo, hablamos de sus palabras y de sus hechos”, expresa
Olmedo, para luego agregar que las FAR se considera una organización
inscripta en una estrategia que denominan de “nacionalismo
revolucionario”. Y aclara: “en la Argentina, el nacionalismo
revolucionario implica la valoración positiva de una
experiencia fundamental de nuestro pueblo, que es la
experiencia peronista. Esa valoración positiva por parte de un
revolucionario, puede ser entendida tan solo como identificación con
esa experiencia, como la asunción plena de esa experiencia, de sus
logros, de sus aciertos y de sus limitaciones. De sus aciertos para
fortalecerse con ellos, para desarrollarse, y de sus limitaciones
para combatirlas y superarlas…”. Así entendido, el Movimiento
Peronista aparece como un fenómeno sumamente complejo, en el que se
incluyen numerosas variantes, con concepciones ideológicas y
políticas radicalmente distintas.
Reactualización
doctrinaria
En
este contexto, medio siglo después de aquellos debates y sumergios
como estamos en medio de situación etremadamente compleja, tanto en
el plano internacional (“Era del realismo capitalista”), como
nacional (“Democracia de la desigualdad” que emergió de la
derrota de las apuestas revolucionarias de los años setenta), cabe
preguntarse cual ha sido la experiencia popular desarrollada
en estas décadas, dentro y fuera del peronismo (e incluso contra él,
en determinadas circunstancias –como fueron los años menemistas
del “Justicialismo del revés”-- pero con mucha de su cultura
política).
Tras
el Cordobazo y década y media de resistencia frente a dictaduras o
gobiernos pseudodemocráticos (proscriptivos), la
experiencia peronista es definida por Olmedo como aquella que
“impide absolutamente a un
trabajador concebir una lucha reivindicativa despojada de su
significación política”, en gran medida, porque se se
trata de un pueblo “desalojado del poder” (tras el golpe criminal
de 1955). Experiencia de “radicalización del peronismo” que,
como hemos señalado ya, se produce en un contexto de creciente alza
de la lucha de los pueblos, que buscan liberarse y arribar, en la
mayoría de los casos, a sociedades socialistas (además del triunfo
de las revoluciones socialistas en Rusia en 1917, en China en 1949 y
en Cuba en 1959, la década del sesenta encuentra a gran parte de los
pueblos del mundo encaminados a realizar procesos de transformación
revolucionaria y descolonización, con focos ético-políticos de
resistencias emblemáticas, como la protagonizada por los vietnamitas
bajo el liderazgo de Ho Chi Minh).
Resulta
evidente que esto ya no es así, ni en el mundo ni en la Argetina,
pero resulta productivo pensar cuánto del peronismo, en tanto
memoria de la negrada con poder, opera hoy como fantasma y cuánto de
esa memoria es susceptible de ser reactualizada en función de un
proyecto de construcción de poder popular que quizás exceda al
peronismo, pero que seguramente sea imposible construir sin sus
vertientes combativas, que accionan desde abajo, desde el seno mismo
de las clases trabajadoras contemporáneas.
¿Qué
es la justicia social, la soberanía política, la independencia
económica en la realidad actual? ¿Cómo funcionan hoy –cuando los
proyectos socialistas han fracasado en todo el mundo-- esas tres
banderas fundamentales que Olmedo dice defender, con su organización,
como parte de una lucha y una experiencia popular que en los 70
sostiene que sólo pueden hacerse efectivas “mediante la
construcción del socialismo en la Argentina”?
Su
respuesta a qué entiende por “doctrina justicialista” quizás
puedan otorgar algunas pistas. “Si lo que se pretende
al hablar de doctrina justicialista es fijar la historia, detener su
curso y hacerle creer hoy a nuestro pueblo que es posible el
capitalismo sin explotación, o que los intereses de los dominados y
los dominantes pueden conciliarse, nosotros decimos que eso no es
justicialismo, que la doctrina justicialista ya no interpreta las
necesidades del pueblo peronista. Nos parece más correcto decir que
eso no es justicialismo, porque nuestro pueblo sabe perfectamente que
la doctrina tiene que ser tan viva como la propia realidad y debe
adecuarse a las etapas, a los ciclos, a los peldaños de la lucha por
la liberación”.
Volvemos
al argumento que prioriza “el análisis concreto de la situación
concreta” de cada país (como decía Lenin), su historia, para
pensar en la elaboración de una estrategia popular de cambio, y no
una “bandera política universal”, o una serie de conceptos
enunciados de manera abstracta más allá del estudio de las
formaciones sociales específicas, en su composición y su desarrollo
en función de la lucha de clases.
“El
peronismo se caracteriza por haberse apoyado en el movimiento obrero,
por haber mantenido y desarrollado a nivel nacional su aparato
sindical. Expresa la visión renovadora de sectores del aparato
estatal con un programa de independencia económica y de un
desarrollo independiente del imperialismo que, sin necesidad de ser
anti-burgués, es tan avanzado que no consigue seducir a una
burguesía y a una oligarquía terrateniente, esencialmente
dependiente”, explica Olmedo, para luego dar cuenta de la propia
evolución del Movimiento Peronista, desde el “justicialismo”
como “teoría de la coexistencia pacífica del capital y el
trabajo” (según lo define el ERP), hacia aquello que el mismo
Perón supo denominar como “actualización doctrinaria”, es
decir, proceso a partir del cual se gesta en el interior mismo del
Movimiento Peronista una corriente de organizaciones revolucionarias
que entonces encaran las tareas de la liberación nacional con la
vista puesta en el socialismo. “La izquierda acusa al Movimiento
Peronista de ser ´una ideología burguesa´ sin preocuparse en lo
más mínimo de establecer diferencias”, escribe el Comandante de
las FAR, para luego agregar: “Pero estas diferencias existen, y
poco a poco, los mismos hechos los obligarán a tenerlas en cuenta”.
El
modo en que las FAR tuvo en cuenta el proceso peronista contempló un
riguroso trabajo teórico, que en su caso, implicó a su vez combatir
su propio “ideologismo” que, según sus propias palabras, debe
ser entendido como ese tipo de análisis “que no parte de valorar
el papel de una clase, de una fuerza social en el marco de las
contradicciones de una formación social, sino que se detiene en las
expresiones de tipo ideológico, o sea, en aquellos modos en que
determinados protagonistas o sectores de esas fuerzas se piensan a si
mismos. O, lo que suele suceder, en la imagen que el sistema da del
modo en que esos sectores se piensan a si mismos”. Método que
–prosigue Olmedo-- consiste a menudo en disociar las expresiones
ideológicas, e inclusive las formas organizativas que, en este caso
el peronismo, ha ido dándose en diversas etapas, de la etapa misma
en que se dieron y del conjunto de los condicionantes económicos,
políticos, culturales, ideológicos que es preciso retener para
captar la lógica propia de esa etapa”.
Muerto
Olmedo y avanzado el intenso proceso de lucha de masas que abre el
“Corte-Cordobazo” (69) y se profundiza con la Campaña del “Luche
y vuelve” por el retorno de Perón del exilio (71), ese trabajo
teórico de caracterización de la etapa política y las tareas de
las fuerzas revolucionarias que se le corresponden continuó camino a
las fusión con Montoneros, y hoy puede leerse al menos en otro
documento fundamental de las FAR, que es el “Respuesta al documento
base”. Después de octubre de 1973 los combatientes de aquella
organización nacida para apoyar desde Argentina la guerrilla rural
del Che, sella definitivamente su suerte a la del conjunto de
militancias estructuradas bajo la bandera y el nombre de Montoneros,
la organización armada peronista con mayor incidencia en el proceso
político nacional. Su proceso de crecimiento (cuantitativo y
cualitativo) durante el período 1973-1975 la colocó en el lugar de
vanguardia de las corrientes del peronismo más proclives a
comprometerse con un proyecto de transformación radical de la
sociedad argentina. Seguramente el momento más álgido de la lucha
de clases en toda la historia nacional; seguramente, el momento en
que se estuvo más cerca de protagonizar en el país algo así como
una revolución socialista.
A
modo de conclusión
Peronismo
y Capitalismo Mundial Integrado. ¿Cómo pensar al peronismo tras el
neoliberalismo menemista, pero también, como pensar al socialismo
tras la caída del muro de Berlín? Las fechas casi coinciden: el
derrumbe de los “socialismos reales” y el derrumbe de la
experiencia nacional-popular más importante del siglo XX.
Ni
el progresismo kirchnerista ni el “socialismo del siglo XXI”
promovido en vida de Chávez en el marco de la Revolución
Bolivariana de Venezuela lograron torcer la dirección de entierro de
la perspectiva revolucionaria que caracteriza a lo que va del siglo.
“Ningún
peronista concibe la coexistencia del obrero argentino y el
capitalista... de una empresa extranjera. Ningún auténtico
peronista... por supuesto. La liquidación de la burguesía nacional,
tendencia histórica que a nadie escapa, lleva implícita la
desnacionalización continua y la pérdida cada vez mayor de peso
político de la burguesía nacional y de sus concepciones”,
escribía Olmedo en 1971. Medio siglo después, la tendencia de la
transnacionalización de la economía y la mundialización de la
lógica del capital es arrolladora, pero dicha característica no
profundizó la lucha de clases en un sentido emancipador, sino que
ofició como lo hace el terror cuando no hay capacidad resistente de
enfrentarlo al punto de revertir las derrotas estratégicas.
No
existe por lo tanto un peronismo revolucionario en la actualidad,
como tampoco existe una izquierda revolucionaria. Lo que sí existen
son luchas, procesos de organización popular, y disputas políticas
que se producen al interior del dispositivo que ha triunfado tras el
aplastamiento, a sangre y fuego, de las apuestas revolucionarias. Es
decir: existen resistencias y procesos populares de avance, en
algunos casos, siempre encorsetados en los marcos de la democracia y
el Estado liberal.
Se
necesita, por lo tanto, una nueva actualización doctrinaria del
peronismo para el siglo XXI, así como una redefinición de los
marcos de coordinación regional en el continente y de solidaridad e
intercambio en el plano internacional.
El
Kirchnerismo, en un sentido (progresista), puede ser entendido como
un intento en ese sentido: del carácter revolucionario al
democrático y feminista del nacionalismo popular; de la clase obrera
como columna vertebral a la juventud como sujeto de una política
concebida de una forma aún más estatista a la que el peronismo
clásico ya la comprenndía. En sus antípodas, un sindicalismo
peronista incapaz de leer las transformaciones del país, producidas
al ritmo de las mutaciones del capitalismo en el mundo entero.
Incapacidad que llevó, entre otras cuestiones, a que las luchas
contra las nuevas formas de explotación surgieran desde otras
herramientas organizativas, fundamentalmente, la de los movimientos
sociales, durante años alejados del peronismo, luego –en muchos
casos-- integrado a él, hoy dispersos entre posiciones peronistas,
kirchneristas, de izquierda y “antipolíticas”, aunque
mayoritariamente inscriptos en la actualidad en la experiencia
peronista.
Así
y todo, la tendencia resulta clara, al menos en la hipótesis de
lectura de este cronista: pasadas dos décadas de la insurrección de
diciembre de 2001 (que oficia como mejor muestrario del ciclo de
luchas desde abajo que lo antecedió), el cuestionado peronismo supo
regenerarse, con lo peor y lo mejor de su historia corta de
posdictadura, con sus peores y mejores elementos adentro: con el
aparato del PJ con cada vez más incidencia en función del
predominio del “territorio”, en desmedro de la pérdida de peso
especifico de la clase obrera en la estructura productiva del país,
y por lo tanto, como “columna vertebral” del “movimiento” (en
algunas coyunturas, incluso, reducido a “liga de gobernadores” y
“pactos entre intendentes”). Estructuras generalmente
conservadoras, muchas veces macartistas y hasta “mafiosas”, pero
estructuras que así y todo se han mostrado capaces de oficiar aún
como dique de contención electoral frente a una derecha que cada vez
más logra generar incidencias sociales profundas y mayorías
electorales amplias, y como “hecho maldito” del país imaginado
por la Ceocracia (sí, incluso la “burocracia sindical” resulta
un problema para el país que pretende dejar atrás los 70 años de
populismo y avanzar en un proyecto de país de 70 años, entre otras
cuestiones, sin sindicatos).
Por
fuera del peronismo “politico y sindical”, los “Movimientos
Populares” y ciertas luchas sociales. Es notable la pérdida de
peso de la “izquierda pura” dentro de los movimientos sociales y
el sindicalismo, y el crecimiento tanto de las corrientes de
izquierda que optaron por hacer alianzas con el peronismo, como de
las corrientes peronistas/kirchneristas dentro del propio movimiento
social y sindical, llegando a ser abrumadoramente mayoritarias
numéricamente, y hegemónicas políticamente (UTEP, Sindicato del
Subte, Corriente Federal de la CGT, conducciones de ATE y CETERA, por
nombrar los espacios no clásicamente encuadrados en el “sindicalismo
peronista”).
“Si
hay algo que es imperdonable en un político, es la falta de sentido
de la realidad”, decía Olmedo, para agregar: “los
marxistas son particularmente conscientes de ello y hacen de la
práctica un criterio de verdad. Es decir, la justeza de una posición
política se admite solamente cuando se prueba correcta en carácter
de una práctica social, y tratándose de política que dice
responder a los intereses de la clase trabajadora, por la medida en
que esa clase la hace suya y la lleva adelante”. Las reflexiones
del Comandante de las FAR no pueden sino estremecer la conciencia de
cualquier marxista argentino del siglo XXI, sobre todo al leer: “la
izquierda argentina ha sido un excelente ejemplo de esa falencia. A
la falta de sentido autocrítico para medir con justeza la
repercusión de sus políticas en las masas populares, agrega una
particular habilidad para generar concepciones formales, vacías de
todo contenido real. En estas concepciones se albergan profundos
errores teóricos, que se disimulan bajo mantos de dogmatismo o
asumiendo posiciones catedráticas”.
La
insistencia de quienes venimos sosteniendo que es necesario recrear
una “fuerza social” capaz de constituirse en un cuerpo político
colectivo que pueda llevar adelante las tareas fundamentales que
permitan en un mediano plazo cambiar las relaciones de fuerzas en
este país, van en clara sintonía con aquello que planteaba Olmedo
respecto de la una “estrategia liberadora”, entendida no como una
simple afirmación o práctica de un método, sino como herramienta
teórico-política capaz de determinar “cuál es, en una sociedad
nacional, la fuerza social capaz de protagonizar un proceso
cabalmente revolucionario liberando en él a otras fuerzas y sectores
sociales. En otras palabras, cuál es la fuerza social cuya ubicación
en el proceso productivo da a sus reivindicaciones económicas la
máxima radicalidad, pero también, y decididamente, cuál es la
fuerza social cuya experiencia ha establecido ya más claramente que
las reivindicaciones fundamentales no se piden, se conquistan y
vuelven a perderse si con ella no se conquista y se defiende el poder
político, el timón de la sociedad”.
Contra
el “giro lingüístico” del populismo y el “sujeto líquido”
del progresismo, la reivindicación de una apropiación crítica de
la tradición revolucionaria, tanto peronista como marxista.
El
Nuevo Orden Mundial (Neoliberal) no hace más que complejizar los
elementos que constituyen la lógica del capital, pero no la
suplantan por otra lógica diferente. Será tarea de una elaboración
teórica rigurosa (que excede este trabajo) analizar las nuevas
formas de explotación, opresión y gestación de individuos
modelizados por la alienación capitalista contemporánea. Y para
ello el marxismo, seguramente, sea insuficiente, aunque no obsoleto.
Seguir
sosteniendo que son las clases trabajadoras (en su pluralidad:
asalariados+precariado) las que están en mejores condiciones de
reconfigurar una nueva columna vertebral, capaz de poner en pie un
nuevo bloque histórico de fuerzas sociales que puedan protagonizar
un cambio radical de las estructuras económicas, políticas y
culturales de explotación, dominación y alienación que rigen el
capitalismo en la actualidad, no implica ni nostalgias, ni
conservadurismos, ni tampoco incapacidad de leer los nuevos
protagonismos sociales, sino mas bien una apuesta realista sostenida
sobre una concepción materialista de la historia, aquella que
entiende que todo conjunto de ideas sobre el mundo debe contar con la
fuerza material capaz de expresarlas y sostenerlas en un escenario de
confrontación con sus enemigos, que no son los simples adversarios
de la política liberal, sino aquellos sectores de poder económico
que han mostrado, una y otra vez, hablar la lengua de la paz para
ejercer desde esos enunciados la guerra social más descarnada.
Comprender
de manera cabal el dramatismo de la situación actual pueda llevarnos
quizás a esbozar estrategias políticas más consistentes, capaces
de abordar los problemas de raíz, en sus causas, y no sus meros
efectos inmediatos.
Esa
estrategia deberá tener como punto de partida la experiencia
nacional que vienen realizando los Movimientos Populares y sectores
del sindicalismo, mayormente enrolados –de un modo u otro-- en la
experiencia política peronista.
Desde
allí entonces combatir al Capital y al Estado Liberal. Desde allí
entonces ejercitar un activo “internacionalismo desde abajo” y no
una dogmática concepción internacionalista abstracta, como
denunciaba Olmedo: “No hace falta más que leer el diario para
comprobar que la tan mentada política marxista a nivel mundial no
existe en ningún lado. Existen sí, y existen por vinculación con
su pueblo, y por la adhesión que este pueblo les brinda, movimientos
de liberación nacional, que luchan contra el imperialismo a partir
de las condiciones concretas de sus propios países levantando
banderas políticas que la experiencia ha probado adecuadas para el
grado de desarrollo político del pueblo”.
Obviamente,
en el marco del Nuevo Orden Mundial, con Grandes Grupos Económicos
Transnacionales operando en cada país, resulta tarea vana visualizar
una burguesía nacional como clase que pueda tener intereses comunes
con los sectores oprimidos y explotados de cada lugar, pero ello no
debería llevarnos a pensar que lo nacional no sea el punto de
partida para pensar una “política común combatiente” --como
insistía Olmedo-- nacida de las auténticas luchas populares de cada
uno de nuestros países, y no una política común burocrática,
ejercida por organismos fantasmas, desvinculados de los pueblos,
ajenos a ellos, y lo que es decisivo, “no surgido de su seno ni de
sus luchas”, como algunos “trenes fantasmas” que aún conservan
el nombre de flamantes internacionales.
Lo
nacional como punto de partida implica, sí, co-relación regional
(Latinoamericana) y mundial (el Sur Global), pero siempre atendiendo
a la experiencia, a las banderas, a los símbolos, a la estructura
de sentimiento socio-cultural que se presenta en las luchas que libra
cada pueblo en el camino de su emancipación.
No
existirá hoy en Argentina un peronismo revolucionario (en sintonía
con la derrota del ideario de la revolución, más en general, y en
todo el mundo), pero si, atendiendo a las luchas populares que se
vienen librando en nuestro país, se logra recrear desde el peronismo
una perspectiva combativa, consecuente, desde abajo, que no se
conforme con realizar una administración progresista del orden
capitalista sino avanzar en el cambio de las relaciones de fuerzas
que permitan volver a discutir, elaborar y poner en pie una nueva
estrategia de poder, seguramente algo del espectro de aquella
tendencia estará presente en función no sólo de su redención,
sino también de su reactualización. Dejar de pensar con la
revolución atrás –como algo muerto, del pasado--, entonces, es
parte del desafío de pensar en clave de lo que podríamos denominar
como un “olmedismo del siglo XXI”.
*Nota publicada en Revista Jacobin América Latina