Por Mariano Pacheco
(Suplemento Cultura del diario Perfil, 18-09-2022)
Conocido mundialmente por sus libros escritos a cuatro manos con Gilles
Deleuze, se cumplen tres décadas del fallecimiento de Félix Guattari, analista
heterodoxo, militante político y una de las conciencias críticas de Francia con
mucho que decir para nuestros tiempos apocalípticos y rizomáticos. Legado
presente de un pensador del futuro.
Michel Foucault supo decir que
el siglo XXI sería deleuzeano y quizá no se equivocó, aunque podríamos agregar
que también es guattariano. Este año se conmemoran los cincuenta años de la
salida de El AntiEdipo –ese primer libro escrito de manera conjunta entre ambos
autores–, y treinta años del fallecimiento de Félix Guattari, el más
contemporáneo de nuestros filósofos, sobre todo después de la pandemia del
covid-19, que acechó a la humanidad y puso en el centro de la escena pública
mundial la discusión sobre la salud mental, los padecimientos y malestares, la
crisis ecológica, las mutaciones en las formas del trabajo, la emergencia de
nuevos agentes y agendas en sociedades totalmente convulsionadas y conmovidas
por la concentración de las riquezas, el aumento de la pobreza y la cada vez
más intensa sujeción subjetiva al patrón cultural que rige el mundo actual, más
allá de la variedad de colores y perspectivas de los diferentes gobiernos
nacionales. Todos estos temas fueron abordados, pensados y problematizados por
Guattari en su trabajo conjunto con Gilles Deleuze, pero también en sus propias
elaboraciones anteriores y posteriores a ese período. Por lo general, toda esa
apuesta intelectual, que fue a la vez una empresa vital, nunca la realizó en
soledad. Más allá de la firma singular, de su nombre estampado en los libros y
artículos que escribió, de las conferencias en las que habló, siempre fueron
iniciativas llevadas adelante desde una confluencia de entramados clínicos,
filosóficos y políticos que compartía con diversos compañeros y compañeras de
ruta.
Como un reloj que se adelanta.
En Kafka, para una literatura menor,
otro de los libros que Guattari escribió junto a Deleuze, aparece una
reivindicación del gesto vanguardista del escritor checo de asumir la
literatura en términos performativos, es decir, no tanto representando la época
(versión realista) sino siguiendo las líneas que arrastran lo contemporáneo
hacia el porvenir. Algo de eso también está presente en la “filosofía del
mediodía” de Friedrich Nietzsche en contraposición a la clásica idea hegeliana
de que la filosofía es como el búho de Minerva (“levanta vuelo al anochecer”),
y más allá de que supo ser más trabajada por Gilles que por Félix, la
rescatamos aquí para pensar la propia trayectoria de Guattari. Al fin y al
cabo, fue Félix quien ya en la década del 80 elaboró, con su tesis de las “tres
ecologías”, muchos de los planteos que hoy circulan en discusiones, debates y
prácticas de nuestra sociedad.
Guattari sostenía que
feminismos y ecologismos debían marchar junto a la lucha obrera, en cualquier
perspectiva de cambio social, que en su caso ponía un especial énfasis en lo
que denominaba “revolución molecular”. “Ecología ambiental”, para replantear el
vínculo entre la humanidad (específicamente su acción depredatoria) y el
planeta; “ecología social”, para repensar las luchas de clases contemplando las
mutaciones del mundo obrero y, finalmente, una tercera dimensión, la “ecología
mental”, para abordar el capitalismo en su fase neoliberal, y contemplar cómo
este profundiza la angustia, la tendencia a la soledad, al individualismo y la
neurosis, separando a los sujetos del campo social y privatizando el malestar.
“No hay oposición entre las tres ecologías –escribe Guattari–. Toda aprehensión
de un problema medioambiental postula el desarrollo de universos de valores y,
por lo tanto, de un compromiso ético-afectivo”.
Esta propuesta, incomprendida
por las izquierdas de entonces, ponía el foco en la necesidad de efectuar una
“reconversión ecológica” de la “acción sindical”, no para negar la centralidad
que la clase trabajadora tiene en las luchas emancipatorias, en sociedades
regidas por la lógica del capital, sino para problematizar cuestiones
fundamentales como el corporativismo, el machismo, la homofobia (y a veces
también la xenofobia) obrera y el afán productivista que rigió a gran parte de
“Estados socialistas”, en una carrera de disputas con el capitalismo que en
gran medida reprodujo esquemas similares en relación con un modelo humano en su
vínculo con el planeta.
Por todo esto es que para
Guattari (también para Deleuze) la revolución molecular debía estar en el
centro de la escena en ese entonces. Claro que su época está marcada por las
revoluciones totales, desde la soviética en la Rusia de 1917 a la sandinista en
la Nicaragua de 1979, pasando por los procesos triunfantes de las izquierdas en
China, Cuba, Vietnam y otros tantos países, a diferencia de hoy en día, donde
el concepto y el proyecto de revolución parecen haber quedado enterrados en el
pasado, con lo cual no puede dejar de plantearse la necesidad de repensar el
concepto mismo de revolución molecular y su puesta en relación con los anhelos
de llevar adelante “procesos de cambio” en sentido emancipatorio. Pero más allá
de estas transformaciones –fundamentales– en los contextos, la obra de Guattari
no deja de ser un legado importantísimo para pensar las dimensiones
micropolíticas de nuestras sociedades.
Fuera de la norma. A inicios
de la década del 80, mientras en Argentina los militares se retiraban del
gobierno que habían usurpado en 1976, dejando un tendal de muertos y vidas
“desaparecidas” que se simbolizarían en el número 30.000, en Brasil comenzaba a
conformarse el Partido de los Trabajadores, y un conjunto de experiencias
políticas, sociales y culturales pujaban desde abajo, con fuerza, en el intento
por replantear la vida, en un continente (sobre todo en su Cono Sur) donde el
terrorismo de Estado había arrasado con los vientos de cambios tan presentes en
las dos décadas anteriores. A ese bullicio del país vecino, el escritor,
pensador y poeta argentino Néstor Perlongher lo llamó el “Brasil menor”,
recuperando la visita y las charlas que Félix Guattari brindó por entonces
allí. Perlongher, que había sido fundador del Frente de Liberación Homosexual
(FLH) en Argentina, una década antes, recordará con su prosa plebeya que la
idea de “lo menor” –tan presente en Deleuze y Guattari– nunca debe entenderse
en términos numéricos, como muchos (mayorías) y pocos (minorías), sino como
“cualidad de dominación”: en cada sociedad existe una “norma” que rige
mayoritariamente los comportamientos, estableciendo una moral para la cual una
determinada cantidad de cuestiones pasarán a estar mal. De allí que la
propuesta “deleuzeano-guattariana” de “devenires minoritarios” pase por buscar
quebrar ese patrón, esa norma, esa moral de las “buenas costumbres”, para abrir
paso a un proceso de experimentación de la vida menos estereotipado, más
abierto a lo inesperado, a lo posiblemente explorado.
El concepto de
revolución molecular, por lo tanto, no puede sino ser pensado en íntimo
vínculo con el de devenires minoritarios, sin desconocer por supuesto que, tal
como Deleuze y Guattari sostienen en Mil mesetas –segundo tomo de Capitalismo y
esquizofrenia–, toda política es siempre y al mismo tiempo micropolítica y macropolítica.
Luego de casi cuatro décadas
de Encuentros Nacionales de Mujeres, de Marchas del Orgullo Gay y de conquistas
de leyes como la de Matrimonio Igualitario, Igualdad de Género y de
Interrupción Voluntaria del Embarazo, junto a fenómenos de expresión masiva
como el grito de #NiUnaMenos, Argentina es un país donde las luchas por la
igualdad y el respeto a la diversidad de género han marcado agendas, incluso
más allá de las fronteras nacionales (como fueron los paros internacionales de
mujeres convocados por el movimiento feminista en los últimos años), sin haber
perdido a su vez toda una herencia obrera que fue característica de estas
tierras durante todo el siglo XX y que aún hoy, a pesar de las mutaciones en el
mundo del trabajo (de la desindustrialización y la desindicalización
proveniente de los años de la última dictadura cívico-militar), sigue contando
con niveles altísimos de sindicalización y movilización de la clase trabajadora
asalariada, amén de que también aquí se le ha puesto nombre y apellido, pero
también organización territorial, comunitaria y sindical, a todo ese fenómeno
de “descarte social” que produce el capitalismo actual: la “economía popular”,
ella misma atravesada a su vez por los planteos introducidos por el movimiento
feminista en torno al trabajo productivo y reproductivo, las tareas de cuidado,
la feminización de la pobreza y de las actividades sociales y laborales.
También, en gran medida, estas economías populares incorporan en sus planteos
muchos paradigmas ecologistas, provenientes de años de luchas
ambientales.
Así y todo, la advertencia de
Guattari en torno al necesario trabajo a realizar para que el neoliberalismo
(él entonces se refería a un “capitalismo mundial integrado”, incluso antes de
la caída del Muro de Berlín) no fragmente esos procesos, haciendo que cada uno
marche por su lado, separado de los otros, acecha como un espectro toda la
coyuntura actual, no solo de nuestro país, de la región, sino de todo el mundo.
Anudar lucha obrera con perspectiva feminista y paradigma ecológico, prestando
particular atención a las cuestiones subjetivas, es el gran legado que la obra
y la trayectoria militante, clínica y filosófica de Guattari deja para nuestro
inquietante siglo XXI.
Félix Guattari: el más contemporáneo de nuestros pensadores
Fue un sábado 29 de agosto de
1992. Contaba con 62 años y tras una cena con su hija Emmanuelle se metió en su
pequeño despacho de la clínica Le Borde. Allí murió, horas después, de un
ataque al corazón, rodeado de sus libros, de sus anotaciones, de lo que había
constituido el centro de sus reflexiones, ligadas íntimamente a una práctica
que se desplegó en múltiples direcciones.
Guattari resultó siempre más
conocido por ser el nombre que acompaña al de Deleuze en los cuatro libros
conjuntos que por su prolífica obra y trayectoria. Félix tuvo una politización
precoz. En 1952, con 22 años, abandona el hogar familiar para irse a vivir
solo. Desde la adolescencia ya había comenzado a escribir: poemas, historias,
sueños. De aquellos años de la primera juventud consta su paso por el Partido
Comunista Internacionalista, fracción francesa de la Cuarta Internacional
(trotskista). Primero estudió Farmacia y luego –lecturas filosóficas mediante–
llegó a los seminarios de Jaques Lacan, de quien también fue “paciente”. De la
mano de su amigo el psiquiatra Jean Oury, Guattari logró combinar tempranamente
su pasión por la militancia con lecturas ligadas a la filosofía, la psiquiatría
y el psicoanálisis. En abril de 1953, Oury funda Le Borde, la clínica que abre
sus puertas en julio de 1956 y rápidamente entra en bancarrota. Guattari entra
en acción y con tan solo 25 años se hace cargo de las finanzas de la
institución, la salva y se convierte en su director de hecho. La experiencia
persiste hasta el día de hoy.
En 1965 Guattari participa de
la fundación de la Sociedad de Psicoterapia Institucional, funda y dirige
grupos de investigación y revistas sobre cuestiones vinculadas a su práctica
clínica, mientras en simultáneo interviene políticamente, primero en la organización
y el periódico La Voie Commnunista y luego en la Oposición de Izquierda. El
Mayo Francés lo encuentra siendo protagonista, como militante político y como
psiquiatra, cuando el Teatro del Odeón es “tomado” por asalto por un movimiento
en el que confluyen artistas e intelectuales, profesionales de la salud mental
y usuarios, junto a una multitud anónima que escribe en el hall de
entrada:
“Cuando la Asamblea Nacional
se convierte en un teatro burgués, todos los teatros burgueses deben
convertirse en Asambleas Nacionales”.
En medio de ese “clima de
mayo” tiene lugar el encuentro con Deleuze, con quien escribirá El Anti-Edipo (1972) y Mil mesetas (1980), los dos tomos de Capitalismo y esquizofrenia, además de Kafka, para una literatura menor (1976)
y ¿Qué es la filosofía? (1989), y de
tramar una profunda amistad.
Hacia fines de los años 70,
Guattari traba amistad con el filósofo y militante comunista italiano Antonio
Negri, luego encarcelado por ser acusado de “ideólogo” de las Brigadas Rojas.
Cuando en 1977 el italiano llega a París, huyendo de las autoridades, Guattari
lo recibe en su casa, donde se queda a vivir. “Félix se ocupó de mí como un
hermano”, supo decir Negri.
Para la misma época se produce
un intenso movimiento de “radios libres” en Francia. Y allí estará Guattari
intentando abrir una grieta en la comunicación hegemónica. Participa
activamente del movimiento y, junto con un grupo, funda la Radio Libre París
(en 1980 pasará a llamarse Radio Tomate), que emite las 24 horas, y además de
los programas culturales (teatro, música, cine) cuenta con un programa semanal
de debate político, que coordina el propio Guattari. Las problemáticas de las
“minorías” (como los ocupantes ilegales de casas) de Francia tienen un lugar.
Incluso, las minorías de otros países: palestinos, irlandeses… Finalmente la
policía detecta las trasmisiones de las radios libres y las saca del aire.
La década del 80 encontrará a
Guattari siendo un activista e intentando pensar y escribir sobre cuestiones
ecológicas. Son años de intensos debates en un mundo que está pronto a realizar
un viraje de 180 grados, crisis de las izquierdas y revolución tecnológica
capitalista de por medio, y Félix escribe numerosos textos para distintos
medios de comunicación, muchos de los cuales se han traducido, compilado y
publicado recientemente en Argentina bajo el título ¿Qué es la ecosofía?