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miércoles, 9 de agosto de 2023

ESCRITURAS SINTOMÁTICAS: la literatura como iniciativa de salud

 Laboratorio de experimentación narrativa



COORDINACIÓN: Mariano Pacheco

 

La literatura como iniciativa de salud, posibilidad de vida, contra los estados de enfermedad que producen una interrupción del proceso creativo. Desde este enfoque nos proponemos combinar en este espacio el despliegue de la imaginación con un trabajo sobre nuestras propias experiencia de vida y las observaciones que podamos realizar de nuestro entorno, para desde allí producir ensayos, relatos, crónicas, prosas breves en las que asumamos no se puede escribir sin ser interrumpido por la vida, y lejos de leer allí un obstáculo, hacer de ello una potencia de producción artística.


Siguiendo las pistas de quienes plantearon que la experiencia es inseparable de la memoria, buscamos que las lecturas con las que contamos, las películas que hemos visto, las canciones que hemos escuchado, las conversaciones que hemos presenciado, las calles que hemos caminado, los conflictos que hemos atravesado, puedan ser tomados como astillas de experiencia para armar una determinada imagen (de escritura) a través de la cual encontremos y narremos nuestro mundo.


En este sentido, escrituras sintomáticas se propone partir de la propia experiencia de vida para ejercitar la narración, tomar la propia biografía y los ejercicios de memoria que podamos realizar como puntos de partida para emprender la escritura, no en términos de un refuerzo del yo, sino como inspiración para una construcción que transforme eso que vimos, escuchamos, imaginamos, vivenciamos, en material literario, incluyendo dentro de estos al periodismo narrativo y el ensayo.


Apostamos a que cada sesión virtual funcione como lugar de encuentro: para leer y reflexionar sobre la escritura, incitar la elaboración de los propios textos, corregir y reescribir, compartir el placer de la lectura, la escritura y la conversación, en la búsqueda de seguir el rastro de nuestros síntomas y conquistar con la escritura lo desconocido que llevamos dentro al escribir.

Leeremos, entre otros autores y autoras, a Ricardo Piglia, Margarite Duras, Gilles Deleuze, María Moreno, Sigmund Freud, Josefina Ludmer, J.B. Pontalis, Esther Díaz, Friedrich Nietzsche, Simone de Beauvoir, Alan Pauls…

 

 

 

 

La literatura según Sartre

  

Por Mariano Pacheco *


¿Cómo no hacernos eco de frases como “nuestra intención es contribuir a que se produzcan ciertos cambios en la sociedad que nos rodea” o “nos colocamos al lado de quienes quieren cambiar a la vez la condición social del hombre y la concepción que el hombre tiene de sí mismo”? Ambas frases pertenecen a su clásico libro de posguerra, ¿Qué es la literatura? Situation II, publicado por primera vez en París en 1948 por la emblemática editorial Gallimard, y en buenos Aires en 1950 por editorial Losada.

Este es el libro en el cual también se arroja esa otra frase canónica: “¿Cómo –dicen– es que eso de escribir compromete?”. El compromiso del escritor, he aquí el inicio de un mal entendido. Porque más allá de su posición personal durante los años sesenta y setenta (su visita a la Cuba revolucionaria, junto a Simone de Beauvoir; su prólogo a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon; su rol durante el mayo francés; sus discursos a los obreros en la puerta de la fábrica Peugeot –subido a un barril– mientras se desarrolla un conflicto sindical, por marcar sólo los hitos más conocidos, más destacados), su teoría del compromiso poco y nada tiene que ver con lo que suele “divulgarse” bajo el mote de intelectual comprometido.

En primer lugar, porque el compromiso es una posición existencial, que excede la opción política (léase: es comprometido quien dice tener ideas de izquierda). Se puede estar comprometido con la derecha o, más aun –nos dice Sastre– la abstención de posición también es una elección. Como puede leerse en los extractos citados, Sartre habla de “contribuir” y colocarse “al lado de”. Nada que ver con esa figura “torremarfilista” del intelectual comprometido como aquel que se sitúa por encima del proceso del movimiento real. O al menos, así, es como me gusta leer a mí, en un gesto por recuperar a este viejo partisano al que tanto modas académicas como rigurosas críticas lanzadas desde el pensamiento crítico mandaron al museo, como pieza antigua –en el mejor de los casos– cuando no lo enviaron sin más a las filas de las y los jubilados.

No sólo se le ha criticado a Sartre que esa figura del compromiso estaba teñida de un intelectualismo vanguardista, sino que se sostuviera sobre principios de una libertad incondicionada, eterna. Sin embargo, cuando se refiere a este tema, sus conclusiones son contundentes (en sentido contrario al que se le critica), al sostener, por ejemplo, cuestiones como las que siguen:

“Totalmente condicionado por su clase, su salario, la naturaleza de su trabajo, condicionado hasta en sus sentimientos, hasta en sus pensamientos, a él le toca decidir el sentido de su condición y la de sus camaradas y es él quien, libremente, da al proletariado su porvenir de humillación sin tregua o de conquista y de victoria, según se elija resignado o revolucionario; y es de esta elección de lo que es responsable”.

En cuanto a escribir –como lo hizo también en su autobiografía Las palabras–, Sartre nunca deja de sostener que es un oficio. “Escribir –nos dice en el texto que estoy recuperando– es actuar”. Y porque la palabra es acción, puede aportar a producir ciertos cambios en la sociedad. La palabra, entonces, puede ser un arma en el combate por la emancipación. Claro, se podrá objetar: ¡Mientras unos actúan poniendo el pellejo otros lo hacen desde su escritorio! Pero también en esto Sartre es claro, y no vacila en afirmar: “Llega el día en que la pluma se ve obligada a detenerse y es necesario entonces que el escritor tome las armas... La escritura lanza al escritor a la batalla”.

La escritura arroja al escritor al combate, entre otras cuestiones, porque la literatura (en sentido amplio), es como un llamamiento. Se escribe para que otros lean. Por eso, porque no se escribe para esclavos, es que escribir es, también, cierta forma de querer la libertad, y de luchar por ella. No es que haya que elegir entre un fin u otro. Los fines se inventan –insiste Sartre–. “El hombre tiene que inventar cada día”. Escribir para un público que tenga la libertad de cambiarlo todo.

 *Texto publicado en La luna con gatillo.


domingo, 6 de agosto de 2023

Ricardo Piglia como maestro

  

Por Mariano Pacheco*

 

A seis años de su partida, un texto para rescatar a Ricardo Piglia, el escritor y crítico literario argentino que construyó pacientemente su obra a lo largo de medio siglo y hoy es referencia internacional, pero por sobre todas las cosas, “maestro” de nuevas generaciones.

 

“Tristeza de las generaciones sin `maestros`. Nuestros maestros no son sólo los profesores públicos, si bien tenemos gran necesidad de profesores. Cuando llegamos a la edad adulta, nuestros maestros son los que nos golpean con una novedad radical, los que saben inventar una técnica artística o literaria y encontrar las maneras de pensar que se corresponden con nuestra modernidad, es decir con nuestras dificultades tanto como con nuestros difusos entusiasmos”. La frase es de Gilles Deleuze, y se refiere a la importancia que Jean Paul Sartre tuvo para toda esa generación de filósofos que se formó en Francia después de la Segunda Guerra Mundial.

Algo similar podríamos pensar, en el terreno de las letras nacionales, sobre Ricardo Piglia, ya que numerosas cuestiones le debemos sus lectores. Entre otras, habernos transmitido un modo de leer. Un modo de leer la literatura argentina, pero también, los vínculos entre crítica y ficción, para decirlo con las palabras con las que titula uno de sus libros de entrevistas. Y el hecho de poder salirnos de esa dicotomía que separaba preferencias literarias a partir de las posiciones políticas de los/las autores/autoras.

Fue Piglia quien durante décadas insistió en el deseo de romper la disyunción Borges/ Arlt, y quien, rescató del propio Borges eso que caracteriza como una invención de éste, (“ficción especulativa” o “literatura conceptual”) para continuar él mismo de modo magistral. Toda la obra de Piglia puede leerse en realidad como un cruce, una tensión entre la “herencia Arlt” y la “herencia Borges”, y eso aparece a veces en textualidades diferentes y otras veces de un modo entremezclado en un mismo libro. Y cuando decimos herencia Arlt y la herencia Borges, no nos referimos sólo a las figuras autorales, ni siquiera a sus propias obras, sino incluso a algo mucho más profundo, que son esos modos en que cada uno entendió y llevó adelante una práctica determinada de la literatura, e incluso del periodismo.

Finalmente, a Pglia, le debemos otras dos grandes cuestiones: un personaje entrañable como Emilio Renzi (nombre que toma de su largo y extenso nombre: Ricardo Emilio Piglia Renzi), y un conjunto de tomos (tres, en total), de aquella gran máquina textual que son los Diarios de Emilio Renzi, donde el límite entre crítica y ficción es llevado al extremo (al punto de que su propia autobiografía intelectual no lleva como nombre de autor el que utilizó para firmar sus libros, sino ese otro que dio vida a su principal personaje literario). Allí podemos leer no sólo como Ricardo Piglia se formó como escritor, crítico, personaje de la vida cultural argentina, lector, sino incluso, cuáles fueron las coordenadas político-culturales que marcaron la educación sentimental de toda una generación.

 

Un rojo amor

 Partícipe activo de la revista Los libros en los primeros 70, y luego –ya en dictadura, donde firmaba sus notas como Emilio Renzi– Piglia también integró la –hoy emblemática y extinta– revista Punto de Vista.

Los libros es quizás hoy una publicación menos conocida para el público amplio, aunque gracias a la gestión González de la Biblioteca Nacional podemos contar con una cuidada edición facsimilar de todos sus números compilados en cuatro tomos. La revista nace, crece, se desarrolla y decae al compás del auge y la declinación de las luchas populares de masas en Argentina que pujaron por la revolución (sea en concepción peronista o socialista, o de un mix de ambas en la denominada corriente del “socialismo nacional” del “peronismo de izquierda”). La publicación se lanza un mes después del Cordobazo (junio de 1969) y deja de salir un mes antes del último golpe de Estado (febrero de 1976). Su devenir como publicación cultural no puede pensarse al margen de la coyuntura política, puesto que es un proyecto marcado por la perspectiva de realizar una crítica política de la cultura contemporánea. Algunos puntos de inflexión: el N° 8 (mayo de 1970), cuando el subtítulo deja de ser “Un mes de publicaciones en Argentina y el mundo” para dejarle paso al “Un mes de publicaciones en  América Latina”; el N° 21 (agosto de 1971), cuando la revista comienza a autofinanciarse y deja de depender de la editorial Galerna; el N° 27 (julio de 1972), donde las diferencias en torno a cómo entender el peronismo y la apertura electoral en puerta provoca el alejamiento de la dirección de la publicación de Héctor Schmucler (fundador de la revista), Germán García y Miriam Chorne, dando paso en la conducción del proyecto al “triunvirato maoísta”: Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano; y, finalmente, el N° 40, donde se cristalizan las diferencias entre Sarlo-Altamirano, del Partido Comunista Revolucionario (PCR), por un lado, y Piglia, de Vanguardia comunista (VC), por el otro, respecto a la caracterización del gobierno de Isabel Martínez, que terminan con el alejamiento del autor de Prisión perpetua de la revista. Tal como señaló Diego Carames en su tesis de licenciatura –Los años modernos de la teoría. Punto de vista y la génesis del “intelectual democrático” (1978-1986)–, a diferencia de Punto de vista, donde el “triunvirato” defiende “el espíritu crítico” y el “derecho a la divergencia”, comenzando a construir aquello que años más tarde podrá denominarse como la figura del “intelectual democrático”, en Los libros la forma de leer y entender la relación entre la serie política y la serie cultural, todavía está marcada por el horizonte de época, es decir, por las posibilidades de la revolución (económica, política, social… y en el caso del maoísmo, con especial énfasis, cultural). “Estamos de acuerdo en que la política debe ser el centro de todo trabajo intelectual”, sostienen en marzo-abril de 1975, aun perteneciendo a dos organizaciones distintas y no siendo –Los libros– una revista partidaria. Por supuesto, la figura del “intelectual revolucionario”, en sus diferentes versiones, aun es predominante, porque no es posible pensar la “serie cultural” y la “serie política” de modo escindido, porque --tal como subraya Caramés-- aún no se ha concretado la derrota histórica de los sectores populares.

Si bien Piglia, en ese período de la revolución, ya había publicado algunos libros de cuentos –La invasión (1967) y Nombre falso (1975)– su primera novela, Respiración artificial, es de 1980. Allí Piglia trabaja de un modo magistral el vínculo literatura-historia-crítica-política. Tópicos que retornarán con fuerza en El camino de Ida (2013), su última novela, donde Renzi aparece como un personaje de primera línea. Si bien Emilio está presente en otras novelas –La ciudad ausente (1992), Plata quemada (1997) y Blanco nocturno (2010)–, es en la primera y en la última en donde el personaje juega un papel central, sobre todo, en cuanto a su capacidad para anudar los tópicos de literatura, historia, crítica y política.

 

El porvenir es largo

Recuperar la obra de Piglia con rigurosidad implicaría al menos escribir un libro entero, como lo hizo el cubano Jorge Fornet, con su El escritor argentino y la tradición, o al menos un extenso número de revista, como lo hizo la Biblioteca Nacional con aportes diversos en 2015 con “El arte de narrar. Variaciones sobre Ricardo Piglia”, el Nº 15 de La Biblioteca. Aquí, en este breve texto, nos propusimos tan sólo rescatar algunas aristas de su obra y su recorrido, para intentar contagiar el entusiasmo por su lectura, no sólo por el disfrute mismo de leer a un gran ensayista y narrador, sino también porque –más allá y más acá de la crítica y la ficción-- Piglia es un autor que contribuye con su obra, como pocos, a procesar el modo en que podemos definir nuestra posición cultural actual. El porvenir de la crítica literaria, del ensayo, seguramente deberá partir de una apuesta que Piglia supo definir como al pasar, no en un texto crítico ni ensayístico, sino en su novela Blanco nocturno: “copiar-adaptar-injertar-inventar”, tal la apuesta por avanzar en aquello que él mismo caracteriza como la línea de la “mecánica nacional”.

Si hoy, de algún modo, nos encontramos ante el desafío de tener que reinventar, de volver a entretejer los vínculos entre política y literatura, no podemos hacerlo sin revisitar, una y otra vez, las cuestiones piglianas (que son muchas, y profundas, de allí la ardua tarea).

Porque en gran medida nos encontramos ante una vacancia político-intelectual que es necesario colmar, es que los trabajos de Piglia resultan fundamentales para las nuevas generaciones de escritores, escritoras, críticas, críticos, ensayistas.

Porque aportar, desde cada trinchera específica, a la gestación de una crítica política de la cultura contemporánea que libre una batalla contra el conformismo y se plante desde ciertos principios estéticos, éticos y políticos, requiere procesar el archivo nacional de un modo creativo, dando cuenta de los nuevos tiempos, pero –sostenemos— manteniendo encendido el empecinado fuego de ciertos principios que guiaron el accionar –político, literario, intelectual— de mujeres y hombres de generaciones anteriores, como la de Piglia.

El profesor, por ejemplo, era un hombre de principios. Mejor dicho, le digo, era un hombre de principios. Especie también rara en estos tiempos. ¿Qué tenemos sino los principios para sostenernos en medio de toda esta mierda? Fue una de las cosas que me dijo esa noche que pasó conmigo en casa, el Profesor. Tenía fe en las abstracciones, le digo, en eso que comúnmente uno llama abstracciones. Las ideas abstractas lo ayudaban a tomar decisiones prácticas, con lo cual, le digo a Renzi, dejaban de ser ideas abstractas”.

El diálogo precedente es de Respiración artificial. Tres décadas más tarde, con otras palabras, Piglia volvió –a través de Munk, personaje de la novela El camino de Ida-- a resituarnos en el mismo dilema, cuando éste se pregunta: ¿cómo ligar el pensamiento a la acción?

Tal vez aquí valga la pena recordar las palabras que Lenin escribió en el ¿Qué hacer?, al insistir en que no era una labor “de papel”, ni “de gabinete” desarrollar una intervención intelectual. Como una plomada o un andamio en una obra en construcción, también aquí podríamos pensar a la literatura en la genealogía leninista de la prensa: no en tanto “panfleto” de “propaganda” (aunque estos también hagan falta), sino en tanto que la literatura permite desarrollar la imaginación y, por lo tanto, ampliar el campo de posibilidades de pensamiento y acción. O, para decirlo con las palabras que el propio Piglia escribió en uno de sus textos del libro Formas breves, porque la literatura “permite pensar lo que existe, pero también, lo que se anuncia y todavía no es”.

 

 * Nota publicada en Revista Zoom

martes, 1 de agosto de 2023

Comentario de Marina Chena sobre el libro "Roberto Arlt. Por la senda de Nietzsche y Freud", de Mariano Pacheco

 La literatura como modo específico del conocer


Por Marina Chena para Lobo suelto!

 

 Un libro-dispositivo de una lectura apasionada, no académica. Un libro-recorrido de una intersección entre literatura, psicoanálisis y filosofía. Una manera de pensar problemas actuales de la cultura y de la política desde el síntoma sustraído de las fronteras de una teoría y una técnica específicas que se constituyen en un organizador del análisis político.

 

Pregunta Pacheco -interrogándose a sí: ¿Qué hace Arlt, un escritor periférico, que trabaja la narrativa y el periodismo –sí, es cierto, también fue dramaturgo… ¡pero para el Teatro del Pueblo!– en medio de pensadores centrales de la talla de Nietzsche y Freud? Responde con la siguiente hipótesis: es una reivindicación de la literatura en tanto modo específico del conocer.

Y sigue: ya en este nuevo siglo no queda lugar a dudas, ninguna cultura nacional puede pensarse sin una interrelación estrecha con el resto del mundo (de aquí que el legado internacionalista, tanto freudiano como marxista, sea un componente central a reivindicar). Y ningún pensamiento crítico actual puede obviar dirigir críticamente su mirada al pasado. Así como tampoco ninguna disciplina o rama del conocimiento puede aspirar a ser autosuficiente, ni tampoco ningún escritor o escritora, pensar que puede, solo, realizar una tarea que es colectiva

 

El libro dispone la lectura y se dispone a ser leído: libro-dispositivo de hacer ver, propone localizar en esa intersección entre literatura, psicoanálisis y filosofía, una manera de pensar problemas actuales de la cultura y de la política. El síntoma sustraído de las fronteras de una teoría y una técnica específicas se constituye en organizador del análisis político que,  sin enunciarse como tal, trabaja sobre los resortes colectivos de los modos de vivir, de sufrir, de luchar.  Pacheco recorre las ideas de pensadoras, escritores, psicoanalistas sin programa de tipo académico, pero con la agudeza de un lector apasionado.

 

El libro-recorrido, elabora con método de hilván una composición de imágenes, que muestra la capacidad expresiva de un pensamiento disidente –cada una de las voces que hace dialogar– que Pacheco invita a trasvasar a nuestros problemas actuales. Trasvasar y no aplicar, porque en el movimiento de fluidos se pierde la forma fija que lo contiene. El método importa en tanto es en sí una estrategia de intervención sostenida como un vaivén, un ritmo, una cadencia del pensamiento. El libro muestra una conversación inexistente, posible a partir de la voz de Mariano que, en tanto lector, torsiona categorías y las devuelve convertidas en nuevos artefactos, vivos, que nos hace preguntar por los humillados, los ladrones, las olvidadas, las heridas. En ese universo que reconstruye a partir de las obras de Arlt, Freud y Nietszche, pero también Piglia, Massotta, Bleichmar, Guattari, Deleuze; en esa runfla de personajes de los márgenes encontramos preguntas por problemas que nos rozan y conmueven hoy con la actualidad que tienen las injusticias irresueltas.  Robar, así, aparece como una acción “meritoria y bella”, como el lugar desde el cual poder hacer las primeras herramientas para desenvolverse en el “oficio”, desde el cual poder ganar dinero. La poética del robo no como estetización del acto, sino como capacidad de situarse en otra relación con el dinero y las relaciones sociales que organiza y lo organizan. Si se rechaza el trabajo como modelo de la expropiación de las mayores potencias vitales, poetxs, ladronxs e inventorxs emergen como la contracara de una subjetividad que se afirma en la propiedad de las cosas y las personas. A través del trabajo, la sociedad de clases, revela su carácter inherentemente desposeedor y por lo tanto humillante.

¿Cómo se fuga hoy? ¿Cómo se fabrica un modo de vivir no reducido en su totalidad a la obediencia -a veces soportada, otras veces buscada– al ideal neoliberal? ¿Cuáles síntomas son los nuestros? ¿Cómo hacer lo que Arlt hizo hacer a sus personajes y a él mismo como escritor no incluido en el canon académico?

Mariano introduce el análisis de Piglia, sobre la perversión de la escritura que provoca Arlt. Sobre el  modo en que opera una marca de origen plebeyo, que funciona como crítica a la elitización del acceso a la lectura y por lo tanto a la escritura. Nadie escribe fuera de su tiempo. Y sin embargo, podemos apelar a escrituras que aun con la enorme distancia temporal que nos separa de ellas, son herramientas de elaboración de nuestro presente.

Quizás porque escribir es otra forma de leer.

El libro de Pacheco, es también una pregunta sobre los modos de leer.

¿A qué llamamos hoy leer? En épocas de urgentes necesidades de comprensión de la coyuntura, las lecturas, a veces también urgentes y aceleradas, envejecen pronto y pierden rápidamente su capacidad crítica, entendiendo como tal una manera de pensar la transformación social. Leer es otra manera de estar en común, porque en la lectura detenida, en la interrupción fabricada de un tiempo que se aquieta, surgen las voces de quienes leen con nosotrxs y contra nosotrxs.

El índice del libro muestra un programa de lectura, que da cuenta de lo que Rozitchner dijo sobre la lectura como la posibilidad de realizar una transfusión de sangre a lo escrito. Hacer pasar el máximo de vitalidad que un cuerpo puede en el acto de leer.  La composición de los autores elegidos para esta conversación imaginaria, nos deja frente a la lectura de una constelación afectiva que recorre las páginas, las reflexiones, las dudas, las tensiones que propone el autor. La lectura que nos roza como el aire cuando caminamos. Que hace posible desmontar la estética dominante y convoca una creación nueva a la altura de la época. Hacer trabajar el psicoanálisis como máquina de producción afectiva, de resensibilización -como tarea que propone Rita Segato para los feminismos– la invocación de los mitos como estrategia de lectura no modulada.

Animar el presente, en el sentido de ese trasvasamiento al que aludía antes, propuesto por Mariano, y que no se reduce solo a las ideas sino que fundamentalmente atañe a los cuerpos hoy humillados, heridos, afectados. La lectura como acceso a una subjetividad en disputa.

Sztulwark se pregunta dónde están los amigxs y lxs encuentra allí donde es posible reunir fuerzas para huir de la época. 

Esas amistades que abren a partir de Arlt, Freud y Nietzsche, fuerzan una lectura no institucionalizada del psicoanálisis, no ordenadora, no pacificadora. Sino como disposición a que algo pase. A que algo nos pase. Arlt, Freud y Nietszche como forma de estar en común, sin ser la comunidad de iguales. Sostener como un gesto la comunidad de lxs que no, lxs incontadxs. De ese prototipo del humillado que fue Erdosain.