Redes

sábado, 16 de diciembre de 2023

Negri, emblema de la Filosofía Militante

 

 

Hoy despedimos a un combatiente de las ideas emancipatorias en todo el mundo.

Negri expresa el último capítulo de una larga lucha que viene del siglo XX, retoma el comunismo nacido al calor de la lucha obrera europea del siglo XIX y trata de pensar la nueva composición técnica y política de clase en este siglo XXI. Sus relecturas de Spinoza y Marx resultaron tan polémicas y fecundas como sus hipótesis sobre las nuevas dinámicas laborales y urbanas de estos tiempos.

Estas semanas en que me encuentro leyendo y trabajando sobre la obra de Althusser, encontré con sorpresa un texto de Toni sobre Louis, muy pujante, muy creativo, muy amoroso, en donde traza puentes ente el marxismo de lectura sintomal francés y el marxismo operaista italiano. Siempre se liga a Negri con sus compañeros de ruta Deleuze y Guattari, pero resulta más extraña (y muy productiva en términos teóricos) esta otra combinación.

Las lecturas de Negri siempre me fascinaron, sobre todo por los desacuerdos y por el modo militante de escribir sobre filosofía política. Me veía envuelto por una pasión compartida y por una divergencia programática. ¡Qué lindo cuando eso sucede! Uno se encuentra amando y discutiendo al mismo tiempo un texto, un autor, una serie de ideas.

Negri nos hereda, sobre todo, creo, la idea de Punto de Vista de la Lucha Proletaria. Desde ahí hay que pensar, escribir, vivir, es decir, amar y odiar, pelear y crear.

Qué mejor que despedirlo leyéndolo, recomendando su lectura. Había empezado y dejado y separado en estos días para el verano el primer tomo de su autobiografía, “Historia de un comunista”, de donde extraigo este breve extracto que comparto, por sus resonancias con la actualidad:

 

“La situación está bloqueada. Toni ha comprendido que hay que empezar de nuevo, reconstruir el movimiento obrero desde abajo, participando en las luchas, convencido de que muchos otros veían las cosas como él y obraban en consecuencia… Había que armarse de valor, dotarse de un nuevo método de lectura de las luchas…”.

 

Como nos gusta decir desde América Latina:

“Hasta la victoria, ¡siempre!

Patria o Muerte

Venceremos”

viernes, 8 de diciembre de 2023

La comunidad de los idiotas y la lucidez de Lars Von Trier

 

 


Hace poco volví a ver “Los idiotas”, después de dos décadas de haberla visto por primera vez y la sensación que me dejó es que, más allá de los cambios acontecidos en el mundo –y sobre todo en América Latina– en estos veinte años, en términos culturales, el film de Lars Von Trier conserva una profunda vigencia. Aun hoy adeudo leer “El idiota” de Dostoievski y ver si existe alguna relación entre novela y film.

La película fue presentada en Cannes en 1998 y es la segunda entrega del movimiento conocido como Dogma 95, el movimiento danés que puso eje en filmar sólo con luz natural, sin sonidos mezclados, sin decorados ni maquillajes, con cámara en mano.

En este caso, “los idiotas” son un grupo de personas lideradas por “Christoffer” (Jens Albinus), quien se hacen los “retrasados”, en su búsqueda por incomodar a las personas “normales”, cuestionar los propios parámetros de normalidad, y sus hipocresías. El juego como forma de rebelión, como modo de correr los límites de lo que se admite como posible. La utopía de una vida sin límites, como aquella que experimentan los miembros del grupo, pongamos por caso, singularmente, al sacar afuera a su idiota interior, o colectivamente, con la experiencia sexual orgiástica que protagonizan.

¿Pero qué pasa cuando alguien que finge un retraso mental se cruza con quienes verdaderamente se encuentran en esa situación? ¿Cuánto puede durar una grupalidad sosteniendo esa posición sin entrar en conflicto, una vez que cada quien a entrado en conflicto consigo mismo?

El film nos enfrenta a nuestros propios fantasmas: a los que aparecen cuando nos vemos frente a lo deforme, lo sucio, lo extraño, todo aquello que “la gente de bien” rechaza de los cuerpos cuando tienen algo distinto al parámetro que instaura la norma.

La felicidad de la idiotez y el sufrimiento descarnado de la normalidad se expresa de modo magistral en el personaje de “Karen” (Bodil Jorgensen, también protagonista de “Contra viento y marea”) sin lugar a dudas la heroína (o la anti-heroína), de este film conmovedor en todos sus sentidos: es su temple y su mirada (además de su historia) la que nos colocan en situación de conmoción.


lunes, 27 de noviembre de 2023

“Paris, distrito 13 ”: breve recomendación de un film francés



Hermosa peli “Paris, distrito 13 ”, filmada en un potente blanco y negro, bajo dirección de Jacques Audiard, sobre la base de tres novelas gráficas breves del historietista estadounidense Adrian Tomine, adaptadas en un trabajo en el que participó Céline Sciamma.

Centrada en la geografía del clasemediero Distrito 13, los cuatro personajes protagonistas pertenecen a distintas novelas de Tomine y son interpretados por Lucie Zhang, Makita Samba, Noémie Merlant y Jehnny Beth: Émilie, de familia china, quien deja sus estudios de Ciencias Políticas y pasa a trabajar en un call center; Camille, hijo de inmigrantes africanos, quien prepara su posgrado en Literatura Francesa, y terminando alquilando una habitación en la casa de Émilie; Nora, quien abandona sus estudios de derecho para trabajar en una inmobiliaria, administrada por Camille; y Amber Sweet, trabajadora sexual de la era digital, quien vende contenido por internet.

La sensualidad, el erotismo, la soledad, los vínculos sexo-afectivos entre desconocidos, el amor, la amistad, la crisis existencial, la precarización laboral, la monotonía, la inmigración, el aburrimiento, lo efímero, el hastío como temas centrales de un film que no le escapa a la incomodidad de las vidas en nuestra época.

lunes, 20 de noviembre de 2023

Después del ballotage- Encuentro virtual

 

“Filosofía Militante y coyuntura nacional”


 

Una nueva etapa se abre en la Argentina.

Estamos en plena transición. No sabemos muy bien aún hacia donde, pero podemos intuirlo.

Reina la incertidumbre, la angustia, la tristeza, la bronca, la desolación, según los casos. A veces todo eso junto.

¿Qué hacer? ¿Cómo posicionarnos en este escenario?

Amanecimos este 20 de noviembre, Día de la Soberanía Nacional, con declaraciones del presidente electo haciendo referencias a las privatizaciones, esas que conocimos en los años noventa durante el menemato, que condenaron a la Argentina a la dependencia y a sus mayorías a un empobrecimiento generalizado. El mismo personaje ya se había referido a las Malvinas como un territorio que no era argentino, y alabó a Margaret Thatcher, imperialista británica y emblema de la ofensiva neoliberal sobre los pueblos del mundo en esta nueva era del realismo capitalista.

Javier Milei y su vice, Victoria Villarruel, haciendo gala de nagacionismo respecto del terrorismo de Estado, esgrimiendo declaraciones que equiparan la justicia social a una aberración y la democracia a “dictadura de las mayorías” asumirán sus funciones el 10 de diciembre, Día de los derechos humanos.

Con un triunfo de 11 puntos de diferencia sobre Unión por la Patria, esta nueva alianza entre el PRO y La Libertad Avanza triunfó en 21 de las 24 provincias del país.  ¿Qué es esto? ¿Cómo seguir?

Para conversar sobre estas y otras cuestiones políticas entre militancias populares y activistas, docentes y estudiantes, pensadorxs críticxs y comunicadorxs del amplio campo nacional, popular, progresista y de izquierda, nos convocamos a este encuentro virtual.


 Martes 21 de noviembre, de 19 a 21 horas

COORDINACIÓN: Mariano Pacheco

Solicitá el link a Zoom por msj privado o por correo electrónico a: profanaspalabras@gmail.com

domingo, 5 de noviembre de 2023

Iorio: la voz de una generación y el ocaso de los ídolos

 


POR MARIANO PACHECO


Murió Ricardo y no podemos sino reconocer que fue el maestro de nuestra generación, así como también reconocemos que tuvimos que efectuar el parricidio para poder existir sin tener que lidiar con ese lastre en que se convirtió la figura de Iorio durante los últimos años. Y una cosa no quita la  otra. Reconocemos la grandeza de su obra durante un determinado período, sin que ello nos lleve a justificar lo injustificable. Fue él que cambió, y no precisamente para recrear con mayor potencia aquello que gestó, sino para transformarse en la sombra de aquél que abrió caminos para transitar la rebelión. Pero: ¿quién nos quita lo pogueado?

Con Hermética muchos nos politizamos, y conectamos las rebeldías adolescentes con la tradición nacional-popular, en medio de la ofensiva neoliberal. Con la H y con Almafuerte en su primera etapa incorporamos el sentir indiano junto a una posición de clase: la nuestra, la de él y sus compañeros de ruta, la laburante. Revalorizamos nuestros barrios del conurbano y con el pogo de los recitales y las cervezas compartidas en alguna esquina, construimos hermandad, en medio del horizonte ideológico del “sálvense quien pueda”. 

Con Ricardo descubrimos sonidos y poéticas que nos quedaban lejos, aprendimos a escuchar folklore y tango, e hicimos propias canciones emblemáticas del viejo repertorio popular.

Es que en ese trayecto artístico que va de 1982 a 2002 (de Malvinas a Puente Pueyrredón, podríamos decir), Ricardo logró establecer, desde el rock, una conexión entre lo nacional y las tradiciones populares, como no se había hecho ni se haría luego, propiciando una resistencia cultural frente a los intentos de homogeneización que patrocinaban desde las usinas del neoliberalismo globalizado. Es en este sentido que Iorio logró transformarse en el símbolo cultural de una generación: la de la juventud trabajadora que creció entre finales de los setenta e inicios de los dos mil.

Tanto la obra de Hermética como la de una parte de V8 y de Almafuerte (su primera y última banda, antes y después de la H), dan cuenta de una experiencia singular, como lo es el metal combativo de inflexión nacional (según la terminología conceptual gestada por el Grupo Interdisciplinario del Heavy Metal Argentino, el GIIHMA): experiencia metalera que funciona como afirmación de una identidad juvenil de la clase trabajadora en el nuevo contexto de ascenso del neoliberalismo, territorio simbólico/cultural que implica no solo un ritmo determinado de música, sino también una letrística, una vestimenta, una forma de socialización y de baile en los recitales, e incluso, la autogestión como forma de producción predominante. 

Por eso el metal ricardiano logró funcionar como un vector de politización de la juventud de los sectores populares en épocas de creciente despolitización, levantando la autoestima obrera en abierta confrontación con el miedo que se había instalado en “democracia” como herencia directa del terrorismo de Estado. Frente a la fragmentación social, el metal promovió la reunión de los cuerpos disidentes que a su vez recuperaron valores tradicionales como movimiento de rechazo y resistencia frente a la cultura dominante.

Es en este sentido que Ricardo aparece en aquellos años como un tribunero, que no se limita a su rol de bajista y compositor de la una banda de metal, sino que busca expresar una verdad a través del diálogo con su público, de aquello que dice –les dice– en sus canciones, y que logra captar precisamente porque es uno de ellos, pero que a su vez, comienza a modelar en tanto artista (un artista que baja línea) que no se calla nada, que trata de funcionar como un contrapunto en el campo de la cultura.

Ese compromiso ético de cantar verdades es típico del metal combativo de inflexión nacional. Cantar verdades que implica, como en Rodolfo Walsh, un denuncialismo frente a un orden de cosas injusto, y un testimonio de las vidas populares que resisten la opresión.

La denuncia del pasado reciente (la dictadura, la guerra de Malvinas), por ejemplo, se entremezcla en Hermética con la denuncia de un despojo de largo plazo (a los gauchos e indios, concebidos como “nativos”). Y la denuncia general del mundo contemporáneo como “enfermo”, “falso”, “conformista”, “aburrido” y “decadente”, que explota y “silencia”, que controla por la represión y “aniquila” perspectivas de futuro, se entremezcla con una denuncia más específica, la que produce el “adormecimiento” de los medios de comunicación de masas, sobre todo la televisión, que instala modelos de moda y “glamour”. Por otra parte, las canciones que enhebran la perspectiva obrera contemporánea con la del gauchaje y el malón de épocas anteriores.

Las crónicas de las vidas populares, por su parte, ponen el acento en el suelo urbano: la ciudad es presentada como sitio de explotación y degradación frente a la cual se alza la voz del rockero cantor que enuncia con su grito una resistencia.

El llamado a no acomodarse, a resistir, a no entregarse, a no esconderse ni escapar, a salirse de los moldes, a esquivar el temor, la estupidez y la falsedad, y a matar el miedo para seguir luchando, resultan fundamentales en Hermética y en los primeros tramos de la obra de Almafuerte, donde prima un nacionalismo popular de orientación revolucionaria, que denuncia las injusticias, traza genealogías plebeyas y expresa un anhelo de vivir de otro modo.

¿Cómo entonces ese lúcido artista que fue capaz de retomar desde las nuevas estéticas, éticas y sonidos del rock pesado las herencias de las corrientes nacional-populares de corte revolucionario, termina transformándose en un “viejo vinagre”, recostado en los ribetes más reaccionarios de la tradición nacionalista?

Iorio estaba llamado a ser el gran vocero cultural del 20 de diciembre de 2001. Fue quien mejor expresó entre la juventud, desde la resistencia cultural, ese creciente proceso de protesta social y quien estaba en mejores condiciones –dentro del rock– para enlazar ese período de resistencias con un nuevo ciclo de experiencia estatal sustentada en la tradición nacional-popular (a diferencia del punk de vertiente anarquista y del rock más pacifista menos identificado con esa matriz de pensamiento).

Pero a Ricardo le cabe las verdades de ese tango de Enrique Santos Discépolo que tan bien reversionó: “estás desorientao y no sabés/ que bondi hay que tomar/ para seguir/ “amargo desencuentro, porque ves que es al revés”…

Un poco es ese trago amargo el que nos queda al ver la deriva final del artista, del personaje en el que Ricardo se convirtió. Quizás porque no logró recrearse para perdurar en su combatividad y ejercitar el necesario trasvasamiento generacional, Ricardo –desde hace tiempo— había confundido la rebelión con la reacción, y el ser uno que expresaba la voz colectiva de una generación obrera en disidencia con el orden establecido se confundió con la ideología del ser-patrón-rural, machista y homofóbico, tradicionalista y conservador, que canta para sí mismo, en clara sintonía con el ensimismamiento neoliberal, o sus modos “rebeldes” de recrearse en clave neofascista.

Quizás por eso tuvimos que cometer el parricidio, tirando piedras en Plaza de Mayo en diciembre de 2001 y con Darío y Maxi el 26 de junio en Puente Pueyrredón, para luego prolongar esa rebeldía emulando sus canciones sin contar ya con su voz.

Y por toda esa historia, que es nuestra historia, Ricardo, lloramos tu muerte, no sin putearte. Y por eso brindamos en tu nombre, porque te reconocemos como maestro, sin dejar de asumir que a todo ídolo le llega su ocaso. 


 *Nota publicada en Revista Resistencias

ILUSTACIONESBrutta



martes, 31 de octubre de 2023

La magia de la calle Corrientes

 


Por Mariano Pacheco*


Con sus bares, cines, teatros y librerías, el epicentro de la cultura porteña alguna vez supo estar en la Avenida Corrientes, pero -y más allá de que esos negocios perduren- ¿sigue estando ahí? Es una pregunta que requiere un viaje en el tiempo. Como en una película de Woody Allen, Mariano Pacheco se mete y sale del subte atravesando un portal temporal para visitar a los espectros de su propia formación cultural.

 

Hace poco volví a ver Medianoche en París. No recordaba de esa película un diálogo en el que, sin embargo, reparé al volver a verla, al punto que transcribí en un cuaderno (y ahora paso “en limpio”), esa escena en la que Marion Cotillard y Owen Wilson (interpretando los papeles de Adriana y Gil Pender) conversan en el rincón de un bar. 

Han llegado allí luego de un “viaje en el tiempo” con un taxi antiguo. Pender es en 2010 un exitoso pero desilusionado guionista de Hollywood que viaja rumbo a París para pasar allí unas vacaciones con su mujer y sus adinerados suegros, pero en su mente sólo aparece la obsesión por terminar de escribir su primera novela. Paseando por la ciudad, medio borracho, se sube una noche a ese taxi y termina en los “gloriosos años veinte”, cuando “París era una fiesta”, al decir del escritor Ernest Hemingway, uno de los tantos “notables” con los que Gil se cruza al traspasar las fronteras temporales, como Scott y Zelda Fitzgerald, Salvador Dalí y Luis Buñel. También allí estaba Adriana (entonces amante de Pablo Picasso), de quien nuestro protagonista se siente fuertemente atraído y con quien viaja a su vez desde los años 20 a la Belle Époque (hacia 1890) donde ella –fascinada– quiere quedarse. Es entonces cuando se produce el diálogo entre ambos:

-Ella: el presente es aburrido.

-Él: traté de escapar de mi presente, tal como tú tratas de escapar del tuyo a una Edad de Oro.

-Ella: ¿no creerás que los años 20 son una edad de oro?

-Él: ¡sí, para mí, sí!

-Ella: pero soy de los años 20 y te digo que la Edad de Oro es La Belle Époque.

-Él: míralos a ellos, su Edad de Oro fue el Renacimiento. Ellos cambiarían La Belle Époque por pintar al lado de Tiziano y de Miguel Ángel. Y es probable que ellos pensasen que la vida era mejor en épocas del Kubla Khan. Acabo de darme cuenta de algo. No es nada grande, pero explica la ansiedad que tuve en un sueño.

-Ella: ¿qué sueño?

-Él: la otra noche tuve una pesadilla en la que me quedé sin antibióticos. Fui al dentista y no tenía anestesia. ¿Me entiendes? Estas personas no tienen antibióticos. 

-Ella: ¿de qué hablas?

-Él: si te quedas aquí y esto se convierte en tu presente, muy pronto comenzarás a imaginarte otra época, que sea en verdad tu edad de oro. Así es el presente. No es del todo satisfactorio porque la vida tampoco lo es.

 

***

 

El personaje de Woody Allen termina haciendo de sus viajes a través del tiempo en París todo un ritual. ¿Quién no tiene el suyo? El mío es caminar por la calle Corrientes, desde Callao hasta 9 de Julio. Lo sostengo al menos desde hace veinticinco años: ¿En qué consiste ese berretín? Simple: ingresar a las librerías –sobre todo de usados y saldos– para revolver las estanterías y ver si el destino me sorprende con alguna maravilla (muchos de los libros que hoy conforman mi biblioteca los encontré así). También sentarme un rato a tomar algo en un bar (casi religiosamente, La Giralda) o comer alguna porción de muzza (con fainá) o unas empanadas, de parado, en la barra de alguna pizzería, por lo general Güerrín, donde el morfi siempre va acompañado de una pinta de cerveza (es parte del ritual). Los años que viví en Córdoba extrañaba mucho eso: los bares de Buenos Aires, sus librerías y pizzerías (¡no hay fainá en esa provincia! ni una calle que concentre librerías y bares). Cada vez que regresaba de visita a “la ciudad de la furia” repetía el ritual. 

Alguna vez, en una de esas librerías, me crucé con un ejemplar de La historia de la calle Corrientes, de Marechal, pero no lo compré (no sé si era una primera edición o qué, pero estaba carísimo). La mayor parte del tiempo realicé esas caminatas como parte del “paseo de pobre”, porque aunque ni siquiera puedas comprar un libro o comerte una porción de pizza o parar en un bar a tomar un café, la magia del ritual se sostiene. Claro que durante el último cuarto de siglo hubo tiempos mejores y peores; algunos, excepcionalmente buenos desde el punto de vista económico. En mi caso, 2007-2011, mientras trabajé como boletero del subte. ¿Dónde? ¡En la Línea B! (sí, sí, la de la calle Corrientes). Era franquero, así que laburaba sábados y domingos, y lunes (o viernes). En los ratos de descanso, por lo general, “subía” para tratar de hacer un rato ese recorrido. Pero en esos años en que contaba con más dinero, nunca me crucé con el ejemplar de Don Leopoldo dedicado a la emblemática avenida porteña que había visto aquella vez, durante los años del malestar.

En el mismo corredor de Corrientes, entre Callao y el Obelisco, entre 2004 y 2011, vi gran parte de las películas “extranjeras” que más me marcaron en la vida (las nacionales, por lo general, las veía –y aún las veo– en el Espacio Incaa Km 0, el cine Gaumont de Congreso, a unas pocas cuadras), o en el piso 10 del Teatro San Martín (más conocido como la “Sala Lugones”). Ahí, por ejemplo, vi todo Pasolini, en un ciclo que se sostuvo durante algunas semanas y en la que proyectaron la totalidad de sus películas.

También sobre la avenida Corrientes, pero en una zona más alejada del centro, vi en otro momento todo Wong Kar Wai, en un ciclo que se llevaba adelante en el primer piso de una casona antigua donde proyectaban películas de autor. Y sobre la misma avenida, pero no en ese Cine Club, ni en la Lugones, ni en El Lorca o El Cosmos (donde también concurría a menudo), sino en otra sala que estaba adentro del Teatro Astral (al lado de donde practicábamos kendo), vi varios films de Woody Allen, como La mirada de los otrosMatch Point o Medianoche en París.

 

***

Recuerdo con gratitud algunas experiencias de finales de la década del noventa e inicios de la siguiente: salir del cine Lorca, después de ver el documental Cazadores de utopías (sobre la historia de Montoneros) y al pasar por la puerta de la librería Ghandi descubrir que era el mismo sitio desde el que había visto dar testimonio a uno de los protagonistas del film; o leer novelas del Turco Jorge Asís (como Los reventados), o relatos walsheanos como La voluntad de Martín Caparrós y Eduardo Anguita, o Buscada, de Laura Giusani (con la historia de Lili Masaferro), y descubrir que muchos de los sitios de los que se hablaban en esas producciones aún existían: el bar Politeama, La Paz, Liberarte o La Giralda.

En La giralda, tomando algo un día con un amigo setentista (militante devenido filósofo), este me contó que el señor que nos había servido el café era el mismo que lo había atendido esa tarde en que se reunió por última vez con sus compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), previo a ser herido en un operativo guerrillero, episodio que derivó en su exilio. Habrá sido en 2003 o 2004. Habían pasado unos treinta años entre un episodio y otro. Más allá de las tres décadas de distancia, también fue parte de mi experiencia sentarme en ese bar a leer y mirar por la ventana, conversar de tanto en tanto con ese mozo, disfrutar del encanto que el sitio conservaba. Lamenté profundamente todo ese tiempo en que la confitería permaneció cerrada y no sabíamos si volvería a abrir. Quizás hubiese sido mejor que permaneciera cerrada, pienso ahora, porque cuando se reabrió y volví a pisar el lugar no pude dejar de lamentar que se haya transformado en ese sitio ruidoso, con carteles luminosos, personal que ya no sostiene los ademanes del oficio y sólo te topes con todo ese afán consumista por tomar submarino y comer churros, incluso a precio de permanecer sentado en una mesa cubierta por plástico en plena vereda. 

De La Paz nunca fui habitué, pero recuerdo mi sorpresa de haber visto, a principios de los 2000, a David Viñas sentado en una mesa del bar tomando café, leyendo el diario mientras de tanto en tanto levantaba la cabeza y miraba para afuera. Ahora en la esquina de Corrientes y Montevideo, hay un local de Sushi y, por un tiempo, se montó incluso un maxi-kiosco en el mismo sitio en donde se sentaba el autor que revolucionó la crítica literaria en los años sesenta. 

Creo que hasta su muerte, ocurrida en marzo de 2011, David concurrió a ese bar a tomar café y fumar mientras hojeaba algún libro (sí, hasta diciembre de 2010 aún estaba permitido fumar en lugares cerrados) o leer La Nación y subrayar ciertas notas con sus lapiceras de colores, porque –como decía– al “enemigo” hay que estudiarlo bien (¡que diría Viñas de los tiempos actuales, donde no hay generaciones intelectuales ni enemigos). No sé si en La Paz también persistieron los mismos mozos a través de los años, pero estoy seguro que incluso hasta esa primera década del nuevo siglo mantuvieron tradiciones del oficio, de las que sostenía “la vieja guardia de mozos”, quienes nunca se olvidaban de llenar el vaso con agua al servir un café (según cuenta María Moreno en su libro Black out). No me lo imagino a David levantando la mano por minutos, o pegando un grito con su vozarrón, pidiendo un café de especialidad o que le trajeran agua, mientras observa que en la mesa de al lado alguien está comiendo sushi. 

El tiempo pasa, las personas mueren, los sitios se renuevan, claro. El bar Politeama hace años ya no está (creo que también allí hay un maxi-kiosco o un local de helados o hamburguesas). En lugar del Liberarte hay un negocio de comics, con muñecos con rasgos japoneses. Pervive La academia, sobre Callao, casi llegando a Corrientes, pero la última vez que me tomé un café con medialunas ahí casi me intoxico y creo que tampoco funciona como lugar de encuentro de militancias e intelectualidad crítica.

No deja de quedarme un sabor amargo por esas ausencias. ¿Se habrá desplazado hacia otros sitios esa magia?

 

***

No sé si la segunda mitad de la década del noventa fue mejor a esta época, pero sí estoy seguro que había algo atractivo en el hecho de que, incluso después de los desastres que implicaron las políticas implementadas por la última dictadura cívico-militar y el menemato, aún podíamos –quienes entonces entrábamos en la juventud– reconocernos en lugares que hacían a una determinada tradición de la ciudad, y que habían sido sitios emblemáticos de generaciones anteriores.

La crisis económica ha transformado el café con leche en un bar o las porciones de muzza con faina y pintas de cerveza en una pizzería casi en un lujo que sólo algunos pueden darse de tanto en tanto. Ni qué hablar de comprarse libros, sobre todo si vienen de España. Es común escuchar que cada vez se lee menos y que lo digital va enterrando lo analógico, que las series han matado el cine de autor, los films clásicos, de culto. Sin embargo, las librerías perviven y aún se sostienen algunas salas de cine en donde proyectan films fundamentales y producciones independientes actuales. 

Hace poco, sin ir más lejos, pude ver en la Sala Lugones una gran cantidad de films que me conmovieron, en un ciclo sobre cine francés contemporáneo, y también volver a disfrutar de una vieja película de Godard que proyectaron en el Cosmos, así como el Gaumont sigue combinando estrenos con reestrenos (disfruté mucho al ver Blondi, de Dolores Fonzi y descubrí con una década de retraso a Medianeras). 

Durante las últimas vacaciones de invierno compartí el ritual con mi hija, que ya tiene doce años: fuimos a ver una peli al Gaumont y después, a recorrer librerías, antes de merendar en La ópera. Ella, que vino desde Alta Gracia, se fascinó con la sala Leonardo Favio del espacio Incaa y yo de compartir ese momento. Ella encontró en una librería de saldos un libro que venía buscando hace tiempo; yo me topé con uno de los tomos de las memorias de Simone de Beauvoir, que había leído hacía años y no había vuelto a encontrar en esa misma edición, que pude comprar por muy poca plata. De tanto en tanto recupero así libros que he leído prestados y me encantaron, y puedo sumarlos a mi biblioteca, en la que aún sigue ausente La historia de la calle Corrientes de Marechal. 

Quizás, de acá a unas décadas, las librerías y las salas de cine se extingan, o tal vez pervivan para nichos de jóvenes curiosos y viejos incautos. Quién sabe. El mundo neoliberal, con su afán de novedad (como dijo el viejo Heidegger en tiempos del viejo capitalismo de inicios del siglo pasado), presenta como caducas muchas prácticas que han visto pasar una sucesión de formas de organización social. Todo lo sólido se desvanece en el aire, sí, pero ese mismo aire que respiramos supo inspirar obras de teatros y escrituras filosóficas y literarias que ya llevan más de dos mil años. ¡Así que atención, nostálgicos y aceleracionistas! No todo pasado ha sido luminoso y no creo que todo futuro próspero –de existir algo así próximamente– se vaya a conquistar de espaldas a los legados. Tal como enseñaron gran cantidad de maestros y maestras, Argentina ha sido un país en donde los términos de vanguardia y tradición suelen combinarse a menudo para parir lo nuevo, que, al fin y cabo, nunca es del todo nuevo.

 *Nota publicada en Tierra roja

lunes, 30 de octubre de 2023

La democracia argentina: 40 años


Cuatro décadas las elecciones del 30 de octubre de 1983. Sobre estos 40 años trabajé a fondo en mi reciente libro “La democracia en cuestión. La larga marcha hacia la emancipación”, del que extraje este breve apartado

 

Como Hannah Arendt señaló en su clásico libro “Sobre la revolución”, la guerra y la revolución constituían “los dos temas políticos principales” de ese tiempo (el siglo XX), La democracia, en cambio, es el elemento central de las disputas políticas e ideológicas de este momento histórico, “era del realismo capitalista” en donde no han desaparecido las guerras pero ha quedado ausente del vocabulario y el imaginario político de los pueblos del mundo tanto el concepto como la perspectiva de revolución (al menos como se entendió durante el siglo pasado). 

 

Importancia del concepto de democracia, entonces, para las luchas populares y los procesos de organización desde abajo que se vienen produciendo en el continente durante las últimas décadas. 

 

Atendiendo a la polisemia del término, no podemos menos que ser parte activa de las disputas por sus sentidos, ya que –como señaló Eduardo Rinesi en su libro Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo– es parte del carácter trágico de la política que el significado de las palabras sea en general –y no sólo en este caso– ambivalente. Nunca un concepto está “atado” a una sola significación, sino que las palabras están “fuera de quicio”. De allí que resulte tremendamente improductivo descartar la palabra democracia fuera del campo de los sujetos populares que pujan por emanciparse.

 

Es en este sentido que considero la pertinencia del debate sobre la cuestión democrática en una doble perspectiva: por un lado, como intervención actual, frente al avance de propuestas de radicalización de las derechas, frente a las cuales las democracias (liberal-representativas) funcionan como última línea de defensa de libertades ciudadanas y posibilidad de persistencia de conquistas en derechos laborales y sociales; por otro lado, como ejercicio crítico para repensar nuestras tradiciones y ensayar nuevos modos de política popular para recrear una perspectiva emancipatoria.

sábado, 21 de octubre de 2023

Puan: una comedia filosófica en la pantalla grande


 Por Mariano Pacheco*

 

 

Comentario al film argentino estrenado en estos días en los cines del país.

 

 

 

Vi Puan, la película de María Alché y Benjamín Naishtat, en el cine Lorca. Semanas atrás había publicado en otro medio una nota sobre las transformaciones de la emblemática calle Corrientes, y destacaba que –más allá de su creciente degradación– había tres emblemas de ese corredor cultural que se mantenían en pie: el Cine Cosmos; la Sala Lugones del Teatro San Martín y El Lorca; este último es en el que también vi el año pasado –como en el caso de Puan, “a sala llena”– el film Argentina 1985 (del que en su momento hicimos una “crítica crítica”).


Puan puede ser caracterizada como una comedia filosófica y transcurre entre escenas en la Biblioteca Nacional y la Facultad de Filosofía y Letras, situada en la calle Puan 480 de la ciudad de Buenos Aires. “Hoy sábado 7 de octubre nuestra película se puede ver en 88 salas”, comentó Naishtat en su muro de Facebook. Y agregaba: “cuando empezamos a escribirla hubiéramos apostado que no nos daban ni 4. Pero si uno se rigiera por esos cálculos, ¿cuál sería la aventura?... ¿Cuántas veces nos dijeron que una película no se podía llamar Puan? ¿Cuánta gente por medio mundo hubo que convencer que se podía hacer una comedia sobre filósofos de una universidad en Caballito? Uno existe cuando salta al vacío, dice Marcelo Subiotto en una escena de la película”.


La actuación de Subiotto, en su papel del “profesor Pena”, es de hecho una de las grandes cuestiones a destacar en este film. Más allá de un elenco de lujo, que cuenta con la presencia de Leonardo Sbaraglia, Cristina Banegas, Andrea Frigerio, Alejandra Flechner, Julieta Zylberberg y Mara Bestelli (y una breve aparición de Lali Espósito), Subiotto logra interpretar un personaje entrañable, que no es presentado como un héroe impoluto sino como un ser --como todos-- atravesado por sus torpezas, sus contradicciones, así como por sus convicciones y virtudes. De hecho Pena combina su trabajo en la UBA con clases de filosofía que dicta en un barrio popular con otras que le da a una señora adinerada de 80 años que se duerme mientras él le habla, pero que luego hace gala ante sus vínculos sociales de los elevados temas que aprende con él, así como construye un vínculo de acompañamiento muto con su mujer, activista feminista, pero se olvida de compromisos que tiene respecto de su hijo y sus eventos escolares. Algo similar podemos pensar del vínculo que establece con Rafael Sujarchuck, el experto en Martín Heidegger que viene desde Alemania y disputa luego el cargo de dirección de la Cátedra (que casi todos coinciden que le correspondería a él), con quien termina coincidiendo (un poco obligado por las circunstancias) luego de algunas rencillas.

La película, además de destacadas actuaciones, está muy bien filmada y cuenta una buena historia. Y contribuye a poner a circular cuestiones de la filosofía en un público más amplio al preocupado por sus cuestiones.


Uno de sus ejes, en el que el film –entiendo– realiza un valioso aporte a través de su trama, es el que plantea el vínculo entre generaciones, y aborda la siempre tensa relación entre la herencia y la invención. ¿Cuánto del legado de los maestros es importante empecinarse en sostener? ¿Cuánto del propio camino es preciso transitar para no relegarse al mero rol de sombra de “los grandes”?


Dos grandes figuras de la cultura libresca argentina pueden ser recuperadas al ver el film: una la de Jorge Dotti, jefe de la Cátedra de Filosofía política de la FFyL que aparece en el centro de la trama de la película; única materia de la carrera donde se estudia Hegel con rigurosidad y se leen libros prácticamente enteros, como el Leviattán de Thomas Hobbes o El contrato social de Jean- Jacques Rousseau. Otra, la de Horacio González, quien entre otra infinidad de cuestiones supo ser director de la Biblioteca Nacional, quien –según destacó el profesor Roberto Retamoso a través de sus redes sociales luego de haber visto Puan– se emocionaba al escuchar “Niebla del Riachuelo”, el tango de Juan Carlos Cobián, que –se cuenta en el film– tanto gustaba al profesor xx escuchar de boca del profesor Pena.

Por último, destacaría dos cuestiones que me gustaron particularmente: el vínculo que el film trama con la perspectiva latinoamericana, a través de una profesora de filosofía de Bolivia que viaja a Buenos Aires para pedirle a Pena que visite su país, tal como se había comprometido su maestro a hacerlo antes de morir, y la irrestricta posición de defensa a la educación pública, que logra enlazar una rica historia de luchas en su defensa con una áspera coyuntura que el país atraviesa, en la que esa y otras importantes conquistas parecen querer impugnarse desde candidaturas que disputan la presidencia del país.  


Confieso que fui al cine esperando ver una película para puaners. Y en mi caso, que a diferencia del protagonista (que declara “sentirse alguien” sólo dentro de esa facultad), encontró un camino de la filosofía fuera de las aulas universitarias, sospechaba que podía sentirme sólo interpelado en parte, como el estudiante que por algún tiempo alguna vez fui en esa facultad. Pero no. La película me interpeló y más allá de ese pasaje, durante esos años, por clases y actividades en el patio y pasillos de Puan, me interpeló porque de algún modo es un film que logra conmover a toda persona amante del cine, a toda persona sensible a lo que puede hacerse con una vida que se resiste a transitar por el mundo desde la mera repetición de los automatismos de la cotidianeidad, es decir, para todas y todos quienes estén dispuestos a aceptar que hay algo de nuestros recorrido existencial que siempre obra de modo misterioso. Y que la filosofía puede contribuir a indagar en ese recorrido que nos lleva a replantearnos entonces quienes somos, que hacemos, y que pretendemos o no hacer de nuestras vidas

 

* Nota publicada en La luna con gatillo

lunes, 18 de septiembre de 2023

Clínica de escritura: crónica, ensayo, relatos


 

Coordinación: Mariano Pacheco 

 

PROPUESTA

 ¿Querés publicar tu primer libro? ¿Ya publicaste otros pero en este nuevo te está costando editar y corregir? ¿Tenés textos empezados sin poder terminar? Querés pasar del cuaderno al Word, del archivo en la computadora a leerte en una revista o portal? En esta clínica de escritura nos proponemos trabajar con el material de quienes asistan, para contribuir a desarrollar o terminar de escribir lo que te propusiste, poniendo un especial énfasis en la crónica, el ensayo y los relatos breves.  

Buscamos abordar colectivamente una reflexión sobre los dilemas que se nos presentan al escribir, los obstáculos y problemas que emergen a la hora de editar, corregir, ponerle fin a lo que empezamos. En este sentido, las devoluciones apuntarán a retrabajar los propios textos, más allá de que puedan compartirse lecturas que contribuyan a inspirar a abordar los problemas detectados, pero siempre poniendo el eje en la creatividad para encontrar las propias salidas a los bloqueos que se nos presenten.  


Duración: 3 meses

Frecuencia: quincenal

Dinámica: virtual

Días y horarios: viernes, 19 horas

Inicio: 22 de septiembre

 

Organiza: Escuela de Literatura Autogestiva Aldo F. Oliva

 

 

INSCRIPCIONES- Solicitamos enviar un email con los siguientes datos:

 

-Nombre y apellido. 

-Lugar de residencia

-Dedicación

-Breve texto adjunto comentando si hay un proyecto de escritura en marcha o se tiene la idea de comenzarlo, de qué se trata y qué se espera de este espacio.

-Listado adjunto donde se enumeren preferencias de lectura, de cine, música, series, etcétera.

-Un extracto breve de algún texto propio

 

escueladeliteratura.a.oliva@gmail.com

Con copia a: palabrasprofanas@gmail.com

 

 


miércoles, 9 de agosto de 2023

ESCRITURAS SINTOMÁTICAS: la literatura como iniciativa de salud

 Laboratorio de experimentación narrativa



COORDINACIÓN: Mariano Pacheco

 

La literatura como iniciativa de salud, posibilidad de vida, contra los estados de enfermedad que producen una interrupción del proceso creativo. Desde este enfoque nos proponemos combinar en este espacio el despliegue de la imaginación con un trabajo sobre nuestras propias experiencia de vida y las observaciones que podamos realizar de nuestro entorno, para desde allí producir ensayos, relatos, crónicas, prosas breves en las que asumamos no se puede escribir sin ser interrumpido por la vida, y lejos de leer allí un obstáculo, hacer de ello una potencia de producción artística.


Siguiendo las pistas de quienes plantearon que la experiencia es inseparable de la memoria, buscamos que las lecturas con las que contamos, las películas que hemos visto, las canciones que hemos escuchado, las conversaciones que hemos presenciado, las calles que hemos caminado, los conflictos que hemos atravesado, puedan ser tomados como astillas de experiencia para armar una determinada imagen (de escritura) a través de la cual encontremos y narremos nuestro mundo.


En este sentido, escrituras sintomáticas se propone partir de la propia experiencia de vida para ejercitar la narración, tomar la propia biografía y los ejercicios de memoria que podamos realizar como puntos de partida para emprender la escritura, no en términos de un refuerzo del yo, sino como inspiración para una construcción que transforme eso que vimos, escuchamos, imaginamos, vivenciamos, en material literario, incluyendo dentro de estos al periodismo narrativo y el ensayo.


Apostamos a que cada sesión virtual funcione como lugar de encuentro: para leer y reflexionar sobre la escritura, incitar la elaboración de los propios textos, corregir y reescribir, compartir el placer de la lectura, la escritura y la conversación, en la búsqueda de seguir el rastro de nuestros síntomas y conquistar con la escritura lo desconocido que llevamos dentro al escribir.

Leeremos, entre otros autores y autoras, a Ricardo Piglia, Margarite Duras, Gilles Deleuze, María Moreno, Sigmund Freud, Josefina Ludmer, J.B. Pontalis, Esther Díaz, Friedrich Nietzsche, Simone de Beauvoir, Alan Pauls…

 

 

 

 

La literatura según Sartre

  

Por Mariano Pacheco *


¿Cómo no hacernos eco de frases como “nuestra intención es contribuir a que se produzcan ciertos cambios en la sociedad que nos rodea” o “nos colocamos al lado de quienes quieren cambiar a la vez la condición social del hombre y la concepción que el hombre tiene de sí mismo”? Ambas frases pertenecen a su clásico libro de posguerra, ¿Qué es la literatura? Situation II, publicado por primera vez en París en 1948 por la emblemática editorial Gallimard, y en buenos Aires en 1950 por editorial Losada.

Este es el libro en el cual también se arroja esa otra frase canónica: “¿Cómo –dicen– es que eso de escribir compromete?”. El compromiso del escritor, he aquí el inicio de un mal entendido. Porque más allá de su posición personal durante los años sesenta y setenta (su visita a la Cuba revolucionaria, junto a Simone de Beauvoir; su prólogo a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon; su rol durante el mayo francés; sus discursos a los obreros en la puerta de la fábrica Peugeot –subido a un barril– mientras se desarrolla un conflicto sindical, por marcar sólo los hitos más conocidos, más destacados), su teoría del compromiso poco y nada tiene que ver con lo que suele “divulgarse” bajo el mote de intelectual comprometido.

En primer lugar, porque el compromiso es una posición existencial, que excede la opción política (léase: es comprometido quien dice tener ideas de izquierda). Se puede estar comprometido con la derecha o, más aun –nos dice Sastre– la abstención de posición también es una elección. Como puede leerse en los extractos citados, Sartre habla de “contribuir” y colocarse “al lado de”. Nada que ver con esa figura “torremarfilista” del intelectual comprometido como aquel que se sitúa por encima del proceso del movimiento real. O al menos, así, es como me gusta leer a mí, en un gesto por recuperar a este viejo partisano al que tanto modas académicas como rigurosas críticas lanzadas desde el pensamiento crítico mandaron al museo, como pieza antigua –en el mejor de los casos– cuando no lo enviaron sin más a las filas de las y los jubilados.

No sólo se le ha criticado a Sartre que esa figura del compromiso estaba teñida de un intelectualismo vanguardista, sino que se sostuviera sobre principios de una libertad incondicionada, eterna. Sin embargo, cuando se refiere a este tema, sus conclusiones son contundentes (en sentido contrario al que se le critica), al sostener, por ejemplo, cuestiones como las que siguen:

“Totalmente condicionado por su clase, su salario, la naturaleza de su trabajo, condicionado hasta en sus sentimientos, hasta en sus pensamientos, a él le toca decidir el sentido de su condición y la de sus camaradas y es él quien, libremente, da al proletariado su porvenir de humillación sin tregua o de conquista y de victoria, según se elija resignado o revolucionario; y es de esta elección de lo que es responsable”.

En cuanto a escribir –como lo hizo también en su autobiografía Las palabras–, Sartre nunca deja de sostener que es un oficio. “Escribir –nos dice en el texto que estoy recuperando– es actuar”. Y porque la palabra es acción, puede aportar a producir ciertos cambios en la sociedad. La palabra, entonces, puede ser un arma en el combate por la emancipación. Claro, se podrá objetar: ¡Mientras unos actúan poniendo el pellejo otros lo hacen desde su escritorio! Pero también en esto Sartre es claro, y no vacila en afirmar: “Llega el día en que la pluma se ve obligada a detenerse y es necesario entonces que el escritor tome las armas... La escritura lanza al escritor a la batalla”.

La escritura arroja al escritor al combate, entre otras cuestiones, porque la literatura (en sentido amplio), es como un llamamiento. Se escribe para que otros lean. Por eso, porque no se escribe para esclavos, es que escribir es, también, cierta forma de querer la libertad, y de luchar por ella. No es que haya que elegir entre un fin u otro. Los fines se inventan –insiste Sartre–. “El hombre tiene que inventar cada día”. Escribir para un público que tenga la libertad de cambiarlo todo.

 *Texto publicado en La luna con gatillo.