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lunes, 26 de agosto de 2024

Truman Capote: el inventor de géneros

 



 Por Mariano Pacheco*



Se cumplen 40 años desde la muerte de Truman Capote y su libro A sangre fría, que inventa el género de non fiction con el que revoluciona la literatura y el periodismo norteamericanos, sigue siendo una pieza fundamental para comprender los entrecruzamientos que se producen entre ambos fenómenos hasta el día de hoy.

 

 

 

En 1948 Truman Capote publica su primera novela, Otras voces, otros ámbitos. Tiene entonces 24 años y ya lleva siete de experiencia en el trabajo periodístico y en la escritura de cuentos y relatos, por alguno de los cuales resulta premiado. Una década después se publica, por Random House, su emblemática novela breve Desayuno en Tiffany's.  A ese comienzo prematuro y deslumbrante, le sobreviene un camino lleno de dificultades: la crítica reclama la gran novela que lo consangre, pero el escritor atraviesa una crisis profunda de creatividad. El “niño prodigio”, pero “díscolo” –como lo caracteriza Ricardo Piglia en su texto “Otras fotos, otras guitarras”– se empaca: “nacido para suceder a Faulkner, no le disculpan la pedantería de negarse a obedecerlos”. Todo el edificio creativo de un autor brillante parece derrumbarse. Y decir parece no es más que la cifra de lo que será una apuesta que no es exagerado decir que “se lo llevó puesto”, pero que, así y todo, es la marca distintiva por la que se recordará la vida de quien revoluciona la novela moderna.

 

 

El caso Dick/ Perry

 

El 15 de noviembre de 1959, Herbert Clutter, su esposa Bonnie, y sus dos hijos adolescentes (Kenyon y Nancy), son asesinados brutalmente en Holcomb, en un hecho sangriento que no esconde detalles absurdos y deslumbrantes. Tras ser capturados, sus asesinos (Dick Hickock y Perry Smith) son declarados culpables y, tras un largo y empedrad proceso, condenados a muerte. Para entonces Capote ya se había trasladado a Kansas, conocía al pueblo como a la palma de su mano, se había entrevistado con muchos de sus habitantes e involucrado en la investigación y –detalle no menor– establecido una neurótica relación (que no excluyó la seducción y la ayuda circunstancial) con los perpetradores del crimen. Todo esto puede verse desde hace casi dos décadas ya, interpretado con maestría por Philip Seymour Hoffman, en el film Capote, dirigido por Bennett Miller.


El retrato, como en este caso el de Perry y Dick, son fundamentales a la hora de narrar la historia, hacer de las personas, personajes de una trama que no se limita a presentarlos, a contar el encadenamiento de episodios de los que son parte, sino a dar cuenta de su psicología, a arrojar pistas de por qué el cronista supone que actuaron como actuaron. Por eso el enigma, la interrogación, el suspenso, la construcción de diálogos, o monólogos interiores, son otras tantas claves literarias que permiten al lector acceder a una verdad, que no es La Verdad (solemne, neutral, impoluta), sino esa revelación que llega por la edición y el montaje, por los modos de organizar los materiales, entre los que se encuentran testimonios (en los que se busca dar cuenta de las entonaciones y modos de hablar y expresarse de cada personaje, con sus notables diferencias entre sí), pero también notas periodísticas, fojas de expedientes judiciales, rumores de la calle, canciones, dichos, cartas, notas y otros elementos que alumbran detalles que resultan fundamentales para recrear el clima en el que ocurren los hechos y transcurren esas historias de vida, desde la que muchas veces se va armando la trama, con notable descripción de hábitos, formas de vestir, gestos, modos de comer y de beber, de mirar y mover las manos o el cuerpo de cada una de esas criaturas, dejándonos la sensación de que, quienes leemos, somos capaces de experimentar aquello que los propios personajes han experimentado.


Por eso toda idea de neutralidad, por tratarse de “hechos y personajes reales”, se desvanece en textos como el notable A sangre fría, poniendo en el centro de la escena no tanto el hecho en sí como su construcción narrativa, es decir, al artificio, al hecho artístico que, al fin y al cabo, es todo texto de non-fiction.

 

 

El inventor de géneros

 

En su libro El Nuevo Periodismo, Tom Wolfe señala que la irrupción del non fiction como nuevo género provocó una suerte de “rebelión en la granja” dentro de las letras norteamericanas. Porque hasta entonces, había primado en el sistema literario un escalafón de estructura muy estable y aparentemente eterna. Es decir, que hasta ese momento, los literatos se habían habituado a una estructura de clase según el modelo del siglo XVIII: en la punta del vértice de la pirámide estaban los novelistas (los únicos escritores creativos, los únicos “artistas” de la literatura) y, en una de esas, se les podía endosar a los comediógrafos y poetas. Los ensayistas literarios, los críticos más autorizados, eran como una “clase media”. El biógrafo ocasional, el historiador, el científico con aficiones cosmológicas, con suerte, podía considerarse de la misma especie. Por último, estaban los verdaderos proletarios: los periodistas (se hallaban en un nivel tan bajo de la estructura que apenas si se percibía su existencia). Por supuesto, como tan bien señaló la crítica argentina Graciela Montaldo en su libro Zonas ciegas, toda república (aún la de las Letras), tiene sus desertores: aquellos que se fugan de la norma establecida para inventar otra cosa.


Es así como en EE.UU. el “reportaje” logra desplazar, para inicios de los sesenta del siglo pasado, el lugar central que la novela había tenido dentro del sistema literario, luego de una década (o más), de crisis de la literatura. Ir a lo real para tomar hechos y personajes y, desde allí, construir una historia, con todos los materiales típicos del periodismo de investigación y los procedimientos centrales de la composición textual ficcional, se tornó en un ABC de aquellos que son fáciles de enunciar, pero no tanto de realizar. Aunque Capote, en su antipática pero justificada soberbia, haya podido sostener que, en su caso, era capaz de transformarse una suerte de Paganini semántico: tomar un puñado de palabras, arrojarlas al aire, a sabiendas de que caerían en el lugar apropiado. Por eso, como insiste Piglia en el texto ya mencionado– Capote nuestro escritor logra iluminar la realidad (sin limitarse a copiarla), y construir mitos. De allí que Holcomb nos parezca un pueblo inventado por él: seguramente nadie que lo conozca en persona podrá acercarse al lugar sin tener en cuenta ese sublime inicio de A sangre fría.


*Nota publicada en Revista Zoom

domingo, 11 de agosto de 2024

El trabajo doméstico en la literatura

 

 

 

Por Mariano Pacheco*

 

  

“Un corazón simple”, de Gustave Flaubert; “Un día de trabajo”, de Truman Capote; Manual para mujeres de la limpieza, de Lucía Berlin, forman parte de una saga de textos que, desde fines del siglo XIX, tematizan el trabajo doméstico en la literatura.

 

 

Precursores

“Un alma de dios”, o “Un corazón simple” (según la edición y traducción) es un cuento de Gustave Flaubert escrito en 1875 que, sobre todo desde que Julian Barnes publica su novela El loro de Flaubert, será recordado más por el ave que por el entrañable personaje de “Felicidad”, esa criada que, durante medio siglo –según se nos cuenta desde el inicio del texto– “las burguesas de Pont-I´ Evéque le envidiaron a Madame Aubain”.

Para entonces, el emblemático escritor francés ya era una figura ampliamente reconocida por su novela Madame Bovary, ya que la marca de su escritura introducirá algo que resonará hasta nuestros días: el realismo puede ser una estética potente, entre otras cuestiones, porque no funciona como mera mímesis de lo existente, sino que produce desde el arte (en este caso, el de un texto de ficción) una invención que hace su diferencial con el mundo tal como lo encontrábamos antes de su aparición. No entraremos aquí en disquisiciones teóricas en torno a la novela, o a la estética realista, sino tan sólo destacar el potencial que el realismo puede tener a la hora de como decían los formalistas rusos a propósito de la “función” de la literatura– contribuir a “desautomatizar la mirada”.

Felicidad –¡vaya nombre elegido para dar cuenta de las desdichas de una criada del siglo XIX!–, detalla Flaubert, se levantaba al amanecer y trabajaba hasta la noche sin interrupción; era ahorrativa y se destacaba por dejar relucientes las cacerolas tras su limpieza. “A los veinticinco años, le echaban cuarenta. Desde los cincuenta, ya no representó ninguna edad”, y se caracterizaba por parecerse a “una mujer de madera que funcionara automáticamente”, dedicada a la limpieza y a la crianza de hijos ajenos, con tal esmero que, al crecer los niños y alejarse de la casa, termina adoptando “con orgullo maternal” a un sobrino, quien claramente “la explotaba”.

“Un corazón simple”, un cuento en el que aparece de manera patente la despersonalización que produce el trabajo en el naciente capitalismo, la naturalización de la violencia sexual y el “modelo maternal” padecido por las mujeres, entre otras cuestiones, abre el camino de una temática, y un tipo de personaje que atravesará varias estaciones del siglo XX, y llegará hasta nuestros días con textualidades más recientes, armando un recorrido, un linaje literario que nos permite disfrutar la lectura de una serie de historias, pero también, pensar la Historia y –como sucede con el trabajo doméstico– problematizar la realidad social contemporánea.

 

 

Inventores

 

“La tragedia de los escritores norteamericanos es que se queman por no arriesgar, por reincidir en lo que les salió bien”, supo decir Truman Capote, el escritor “empacado”, según lo caracteriza Ricardo Piglia: el debutante de 24 años que en 1948 se presenta con su novela Otras voces, otros ámbitos como el destinado a suceder a Faulkner, para 1963 parece haberse quedado a mitad de camino, más allá de la publicación, en 1958, de dos novelas breves, la crítica reclama una obra maestra. Capote parece no estar dispuesto a traicionarse, y sigue con su búsqueda creativa. En 1965, por fin, llega A sangre fría, con la que revoluciona la novela moderna, inaugurando el non fiction y, otra y década y media más tarde (en 1980), publica Música para camaleones, libro que contiene una sección de “Retratos”, entre los que se encuentran el ingenioso “Un día de trabajo”, en el que se narra la historia de un escritor que acompaña a su empleada Mary Sanches en su recorrido laboral de limpieza de casas.

Situado en Nueva York, en 1979, el relato tiene un argumento sencillo: “una vez le dije que me gustaría seguirla durante un día de trabajo, y ella dijo que bueno…”. La fuerza del texto radica en la incorporación de la voz de la empleada, su testimonio en primera persona, la sumatoria de elementos tangibles de esas cosas concretas (notas que los patrones le dejan a la empleada en las casas, por ejemplo), el tono jocoso que se corre del lugar común del relato social, el corrimiento de la voz autoral a los márgenes de algunos paréntesis aclaratorios… Claro que se podría decir que mucho antes, en Argentina, Rodolfo Walsh ya había funcionado como precursor del non fiction, pero preferimos situar los libros Operación Masacre, Caso Satanowsky y ¿Quién mató a Rosendo? como parte de otra invención: la del género de investigación- denuncia- testimonio.

Para fines de los setenta, cuando Capote redacta su “retrato”, las luchas feministas tienen ya un largo recorrido y Estados Unidos no es ajeno al fenómeno (entre 1973 y 1977, por ejemplo, el Comité Nueva York había sostenido la campaña “Salario para el trabajo doméstico”, en sintonía con la iniciativa internacional impulsada por las feministas italianas). Desde entonces, toda la discusión sobre la importancia del trabajo, preponderantemente femenino, de la reproducción social, ha ido ganando terreno en el debate público, y la literatura no ha sido ajena a ese proceso. Capote, que no se caracterizó por sus posturas políticas comprometidas con ningún tipo de proyecto que buscara construir un mundo alternativo al capitalismo, más afín a las ideas de justicia, igualdad y libertad, oficia sin embargo como un actor fundamental en las apuestas por revolucionar la producción literaria. Como tan bien señaló la crítica argentina Graciela Montaldo (en su libro Zonas ciegas), toda República (aún la de las Letras), tiene sus desertores, aquellos que se fugan de la norma establecida para inventar otra cosa. Y el autor de Plegarias atendidas, sin lugar a dudas, formó parte de ese movimiento del Nuevo Periodismo que, como insistió Tom Wolfe, produce una suerte de “rebelión en la granja” dentro de la literatura.

 

 

Póstumas

 

En 2015, al calor de un nuevo fenómeno global con epicentro en Argentina, la denominada cuarta ola feminista encuentra en el redescubrimemiento de algunas escritoras, el trazo sobre un papel que tematiza buena parte de los debates públicos de entonces: la importancia de la reproducción social sostenida mayormente por mujeres. Ese año, Manual para mujeres de la limpieza se convierte en un libro emblemático, que será traducido a decenas de idiomas.

Su autora, Lucía Berlin (1936- 2004) tuvo muchas vidas en una y, sobre eso, escribió con empeño: tuvo tres maridos, cuatro hijos, se mudó infinidad de veces y trabajó en diversos oficios y tareas, como enfermera en Urgencias, recepcionista y administrativa en hospitales, profesora en colegios secundarios y en la cárcel… y empleada doméstica. También fue profesora adjunta y escritora residente en la Universidad de Colorado. Lidió con una madre alcohólica y ella misma se sumergió en el consumo de alcohol. Padeció de escoliosis desde temprana edad, y de la compañía de maridos adictos.

Manual para mujeres de la limpieza es un libro con muchas historias, donde pasan muchas cosas a la vez. No importa tanto si lo que se presenta en el texto sucedió o no en su vida, porque se trata de relatos literarios, pero está claro que en la apuesta narrativa de la autora hay algo de la autenticidad de la experiencia que hace a su modo de contar, porque allí radica el núcleo de verdad que le interesa expresar con su escritura. Berlin pasó de las pequeñas editoriales a las medianas, ganó incluso algún premio literario, pero fue recién en 2015 –una década y media después de su muerte–, cuando este libro publicado por Alfaguara la consagra como una escritora de culto.

Las rebeliones tienen la característica de mover todo como si se produjera un cismo. Por eso el siglo XXI, con su cuarta ola feminista, trajo al mundo contemporáneo la discusión, otra vez, en torno al testimonio. En este caso el de las mujeres, y ya no como fuentes de un escritor, sino en la propia palabra escrita de las protagonistas, incluso para producir ficción.

Es en ese sentido que este libro funciona como una antología (polifacética, politonal, con personajes diversos) aunque, sobre todo, como una suerte de secuencia de memorias de una autora que trabaja al mismo tiempo con personajes que remiten a recuerdos familiares de infancia, al sumergimiento en el alcohol, a las dificultades que le presenta la vida mujeres que crían solas a sus hijos y, en algunos casos, sobre el mundo laboral feminizado, como es el caso del trabajo doméstico.

 

 *Texto publicado en Revista Zoom, junio 2024