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lunes, 28 de junio de 2010
Kosteki, Santillán en la perspectiva del bicentenario
NUEVAS NOTAS SOBRE LA CUESTIÓN NACIONAL
(Publicado en en la Agencia Prensa De Frente)
Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, los jóvenes asesinados el 26 de junio de 2002 en la denominada Masacre de Avellaneda, han sido levantados como bandera de lucha anticapitalista y también de resistencia al modelo neoliberal. A ocho años de la jornada de lucha que culminó en represión, sus compañeras y compañeros preparan nuevas actividades de conmemoración, lucha y resistencia. Y vuelven nuevamente sobre las responsabilidades políticas (“Duhalde candidato... a la cárcel”, es la consigna que vienen levantando). Este año, cargado por la simbología nacional que ha inundado las calles y las pantallas de la tv en el marco de los festejos del Bicentenario, la imagen de Darío –sosteniendo una bandera argentina– aparece una y otra vez en las luchas de los de abajo. ¿Qué estará queriendo expresar esa bandera en esos contextos?
“No se trata de que lo pasado arroje su luz sobre lo presente o lo presente sobre lo pasado; la imagen es aquello donde el pasado y el presente se juntan para construir una constelación”
Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia (Tesis y fragmentos)
Una imagen
Quisiera comenzar estas líneas comentando una imagen, un dibujo. Cuando uno viaja desde el sur del Conurbano Bonaerense hacia la Capital Federal (la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, para decirlo en términos actuales y “políticamente correctos”), o viceversa, uno se cruza –si se va por Puente Pueyrredón– con un mural gigante donde los rostros de Darío y Maximiliano (acompañados de una multitud marchando), nos miran desde el muro. Los dos tienen barba, veintipico de años y juntos aparecen inmortalizados por resistir hasta el final la represión. No pretendo detenerme, de todos modos, en sus muertes, en sus reclamos, sino en sus sonrisas y, sobre todo, en la bandera argentina que Darío lleva en sus manos.
Quizás no sea anecdótico mencionar que tanto el MTD de Lanús (donde Darío militaba cuando fue asesinado), como el MTD de Almirante Brown (que ayudó a fundar en el verano del 2000), tenían a la Argentina como su bandera (como varios de los carteles que en las barriadas indicaban que allí funcionaba una “Panadería popular” o un “Comedor comunitario”). Bandera argentina, que también solía llevar Darío a las movilizaciones y cortes de ruta y bloqueos de autopistas que se realizaban con frecuencia por aquellos agitados días de los años 2000, 2001, 2002…
Antes, cuando con Darío realizábamos actividades en la zona de Quilmes, buscando conformar Centros y Coordinadoras de estudiantes secundarios, integramos durante un tiempo una agrupación de jóvenes que llevaba el nombre de 11 de julio. Una de sus consignas fue “La juventud se hace patria”. La frase la habíamos tomado de la “Cantata” que el conjunto musical Hueque Mapu había creado en homenaje a Montoneros, reconstruyendo su historia a través de las canciones. Dos décadas después nos propusimos llenar de contenido aquella frase, desde nuestra realidad.
Decíamos que, para los jóvenes de la década del 90, hacernos patria era recuperar las viejas banderas del proyecto nacional, que entonces entendíamos debía ser un proyecto revolucionario que tuviera en cuenta las tradiciones de lucha y las identidades de nuestro pueblo trabajador. O algo por el estilo. El tema es que también esa agrupación usaba la bandera argentina (junto a la negra y roja, que expresaba para nosotros una multiplicidad de significados: colores utilizados por el movimientos 26 de julio en Cuba; por el Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua; por la Tendencia Revolucionaria del Peronismo, la JP, en Argentina, pero mucho antes que ellos por los obreros anarquistas y sindicalistas).
Abajo y a la izquierda
En unas “Notas” anteriores (ver: Boletín quincenal Nº 118, abril de 2010), decía que “la cuestión nacional” había sido y (continúa siendo) un tema tabú para las izquierdas. Tomando el ejemplo de la guerra de Malvinas, intenté tomar distancia tanto de la matriz que critica todo lo nacional desde un internacionalismo abstracto, como de aquella que pivotea sobre cierta idolatría nacional-populista. Entre otras cosas, porque creo que con aquella guerra se perdió de vista el componente plebeyo (o clasista, si se quiere), el vínculo estrecho que lo nacional-popular tiene (o debería tener) con un proyecto revolucionario.
Ahora bien, si entendemos a la lucha por revolucionar la sociedad actual como un proceso que implica librar batallas en el plano económico y político, pero también en el cultural; si entendemos que la lucha política es también una lucha por los símbolos y por las palabras (y por sus significados) entonces, cabe preguntarse: ¿desde qué coordenadas interpretativas pensar lo nacional? Sobre todo en esta coyuntura bicentenaria, inundada, como se decía al principio, por toda la simbología patria.
Puede ser interesante pensar en la figura de Darío sosteniendo la bandera argentina. Ver esa imagen estampada en las remeras (rojas), que varios de sus compañeros y compañeras actualmente llevan a su trabajo en las Cooperativas. También que han bautizado a una de ellas (nada más y nada menos que en el distrito de Avellaneda), con el nombre de Raimundo Villaflor, histórico militante del peronismo. Ellos, que se asumen de izquierda y toman distancia del gobierno actual. Pero también puede resultar de insumo para el debate, la polémica, dar cuenta de que Darío también formó parte de las figuras reivindicadas durante el Bicentenario por parte de movimientos estatales.
¿Cómo pensar estas cuestiones, entonces, por fuera de la lógica binaria a la cual parecemos condenados eternamente al pensar sobre estos temas? Digo: por fuera o “entre” el populismo neoperonista y el obrerismo marxista. Un entre que no es neutral sino a la izquierda de ambos. O por debajo y a la izquierda, para decirlo con palabras zapatistas.
Así, este posicionamiento se transforma en un convite, en un desafío, a la vez que nos permite delimitar un nosotros (una articulación de multiplicidades), y un ellos (que son, en realidad, varios ellos –populismo y obrerismo en distintas versiones-), sin por esto reducir nuestro análisis a las lógicas binarias que recientemente se cuestionaron, ya que estas interpretaciones no se corresponden con “nuestros enemigos” (las distintas caras económicas, políticas y culturales del capital local y transnacional), pero claramente están por fuera de ese nosotros. Porque la apuesta de estas dos vertientes, poco y nada tienen para decirnos hoy. Al menos a quienes no hemos dado por cerrado (definitivamente), el proceso de diciembre de 2001. O al menos para quienes no vemos allí el fantasma de una crisis a superar, sino el espectro de una potencia a reactualizar.
En el caso del populismo actual, la crítica tiene que ver con la incapacidad (por decirlo de modo elegante) de expresar cierto imaginario en el plano de las estructuras. Porque queda claro que en el plano de la superestructura, van y vienen por senderos simbólicos y discursivos progres. Y el caso del obrerismo marxista, por su parte, la critica apunta a su incapacidad histórica –y continúa, persistente, en la misma línea– para comprender el carácter plebeyo del sujeto social local y regional (argentino y latinoamericano), más allá de que el propio Lenin (al que han transformado en fetiche) se haya pronunciado por el derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas.
Claro que tampoco se trata de recaer en el gesto nostálgico y autoritario para con el pasado, y decir que las apuestas revolucionarias del nacionalismo popular (como la de Montoneros), utilizaron la bandera argentina. Y que aun sectores de la izquierda marxista (como el PRT-ERP) esgrimieron la bandera de los Andes, reivindicando a figuras como la de (el General) San Martín.
Se trata, tal vez (o más bien), de dar cuenta de que la bandera argentina (por poner un ejemplo de cómo ciertos símbolos circulan y funcionan al interior de las clases subalternas), aparecen de manera reiterada en las rebeliones o insurrecciones populares de nuestro país (claro que también se podría hacer la genealogía de cómo el Estado, apelando a la bandera argentina, ha realizado una serie de matanzas que podríamos fechar en 1879 con la Campaña al Desierto del General Roca, en la semana roja de 1905 y en la Patagonia trágica de 1919, y continuar así hasta llegar a la actualidad). En rebeliones, decía, como la del 19/20 de diciembre de 2001 (por nombrar la más cercana), pero también en los piquetes que de norte a sur del país se extendieron durante la década del ‘90; o antes, en las luchas de calles –de clases– como la del Cordobazo.
Se trata, en todo caso, de ser consecuentes con un pensar-hacer la política emancipatoria actual que, sin hacer tabla rasa, se proponga hacer de la política una apuesta creativa o, para decirlo con las palabras de Alan Badiou, una “invención”. Por supuesto, no una “invención” tramposa, que sea una traducción del viaje a Europa (aunque siempre está el riesgo de correr el lugar del viaje pero no el viaje como lugar, y de allí la tentación de buscar hoy, por ejemplo, modelos en Venezuela o en Bolivia. De allí que, como sostiene Esteban Rodríguez, ahora, ¡todos viajemos a Bolivia!). Una invención que no deje de tener en cuenta el legado de los movimientos revolucionarios a nivel internacional y que tampoco desconozca las lecturas locales realizadas en estos pagos (¿O todavía queda alguna duda de que no se puede ser gorila en Argentina? Tal vez cada local de una organización de izquierda, en nuestro país, debería tener un cartel que indique: “¡Prohibido ser gorila!”).
Nombrar y crear: la operación performativa
Este año, como los anteriores, los días 25 y 26 de junio se transformará a la Estación Darío y Maxi (ex Avellaneda), en un espacio de resistencia, de alegrías por las luchas que desarrollamos y de indignación ante los compañeros asesinados y cierta impunidad que rodea a quienes (como el ex presidente Duhalde), fueron responsables políticos de esas muertes.
Otra vez el arte estrechará sus vínculos con la política. La música, la literatura, la plástica, el teatro, el cine, entre tantas otras prácticas, se darán la mano con los neumáticos encendidos, las banderas agitadas y las consignas gritadas desde eufóricas gargantas. Otra vez, ese espacio al cual se ha denominado como una Es-Cultura Popular, será el epicentro de las juntadas previas a la movilización y corte del Puente Pueyrredón. Allí, nos toparemos con las producciones realizadas años anteriores y con otras nuevas, que seguramente se estrenarán. Veremos los avances en la construcción del anfiteatro que se está construyendo en el predio contiguo a la Estación...
Todas esas obras, construidas a partir del trabajo de duelo que tantas personas han (hemos) realizado en estos años, han transformado a Darío, a Maxi, en símbolos de nuestras luchas y de nuestras construcciones sociales, sindicales, políticas, culturales cotidianas. En el caso de Darío, como se ha insistido ya, sosteniendo una bandera argentina, rodeado por los colores rojo y negro.
Tal vez con la bandera argentina, con las figuras de Kosteki y Santillán tenga que suceder algo similar. Nombrar, actuar, conceptualizar, corriendo al pensamiento del lugar representativo. Creando prácticas, espacios, pensamientos performativos, que suelen ser más propicios para las reflexiones que necesitamos. Tal vez, en este sentido, la figura del Gran Mediodía nietzscheano sea más favorable a nuestros propósitos que la del búho de minerva hegeliano, ese que levanta vuelo al anochecer, cuando todo ya ha sucedido.
Darío y Maxi, símbolo de lo que somos, de lo que hacemos, lo que sentimos y lo que pensamos. Hemos mutado sus funciones: de amigos, compañeros, a mitos que movilizan nuestro accionar; que alimentan nuestras esperanzas y nuestros deseos; nuestras rabias, rebeldías, y también, nuestras alegrías. Tal vez se nos imponga ahora la tarea de conjurar que el mito devenga fetiche.
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