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martes, 31 de agosto de 2010
Territorios invisibles
NOTAS SOBRE EL TIZÓN ENCENDIDO
Si bien han publicado con anterioridad artículos en revistas y participado en compilaciones de libros, El tizón encendido. Protesta social, conflicto y territorio en la Argentina de la posdictadura es el primer libro de Fernando Stratta y Marcelo Barrera.
Ambos son jóvenes sociólogos egresados de la Universidad de Buenos Aires. Ambos, docentes e investigadores del CONICET, además de becarios del Centro Cultural de la Cooperación. Con prólogo de Miguel Mazzeo, este libro publicado por la Editorial El Colectivo tiene la virtud de intervenir en un doble registro. Por un lado, da cuenta de un saber específico, gestado en la academia (¡la abundancia de cuadros estadísticos da cuenta de ello!), pero por otro lado, aporta a un debate que se viene dando por fuera de los claustros universitarios, desde hace años, en la militancia popular de nuestro país: me refiero a la importancia del territorio en las reconfiguraciones de las identidades plebeyas de la clase trabajadora –del pueblo, de los de abajo o como sea que se llama a las mujeres y hombres que viven de su trabajo- que en las últimas décadas ha sido central en Argentina, pero también en el resto de América Latina.
Situados en la perspectiva de la sociología urbana –y tomando aportes de la geografía brasileña, para quienes espacio y relaciones sociales están estrechamente interrelacionados- Barrera y Stratta parten de la hipótesis de que el territorio es un espacio en donde se gesta un tipo determinado de organización económica, política y social. Y por tanto, el sitio en donde se libran batallas entre las clases. Enfrentamientos que son de carácter material, pero también simbólico. Así, el territorio es espacio, pero también temporalidad política, atravesada por los antagonismos de clase de la sociedad. Esta visión dinámica del territorio, por otra parte, los lleva a la definición de territorialidad neoliberal, dando cuenta de las mutaciones que ha sufrido el capital en las últimas décadas. Territorialidad que procede dividiendo zonas de inclusión y exclusión (los shoppings y las villas, son los polos más extremos que conviven en una ciudad como la de Buenos Aires, pero también podríamos pensar en la construcción de los countries y en el traslado obligado de los sectores más empobrecidos de la población hacia zonas periféricas, debido a los altos costos de los alquileres y la erradicación de villas).
El contexto desfavorable para los sectores populares en las dos últimas décadas es glosado y analizado con increíble profundidad y precisión. El aumento del desempleo en unos y el sobreeempleo en otros; las reformas estructurales del estado, la precarización laboral y el cada vez más importante rol que los medios empresariales de comunicación van a ir ocupando en la subjetividad popular son algunas de las estaciones en las que se detienen para dar cuenta de la profunda transformación (material y simbólica), que va a producirse en la vida de los trabajadores. Claro, todo esto no los lleva a la conclusión de que la clase obrera se ha extinguido, sino que ha cambiado su morfología a caballo de las transformaciones estructurales. Mutación que trae aparejada una “diversificación de la protesta social” y a una cada vez mayor centralidad del territorio (o del protagonismo de las organizaciones territoriales) en las luchas populares.
Otro de los ejes abordados en el texto es el de la tensión entre lo público y lo estatal, en un contexto en donde el retiro del Estado de ciertas funciones sociales fue muchas veces a favor del avance de espacios privados. Por supuesto, también dio pie a grietas en las cuales las clases subalternas gestaron dinámicas y ocuparon espacios con una lógica pública no-estatal o, al menos, en claro antagonismo con el Estado. Los piquetes y puebladas, las asambleas y recuperación de espacios comunitarios (y aun de trabajo, como es el caso de las fábricas abandonadas por sus patrones), fueron algunos de los ejemplos más notables en los últimos años. Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, su símbolo más notable. De esta manera –y teniendo en cuenta que las “formas de lucha expresan también un tipo de organización concreta en los distintos momentos históricos”- Barrera y Stratta pasan revista a las tomas de tierras a partir de las cuales se construyeron barriadas enteras durante la década del 80 y a la emergencia de los movimientos de trabajadores desocupados (las distintas expresiones del “Movimiento Piquetero”) durante la de los 90, sin dejar de remarcar que en casi todas esas zonas, existía una larga tradición de lucha obrera (sitios de mayor desarrollo de las coordinadoras interfabriles durante el Rodrigazo de 1975, por ejemplo).
Así, en el nuevo milenio el territorio (la barriada), va a transformarse en marca identitaria de un amplio sector de la clase trabajadora, ahora sin trabajo o con trabajo muy precarizado. Allí comenzarán a recomponerse relaciones sociales profundamente golpeadas por el neoliberalismo. La búsqueda de soluciones colectivas a los problemas comunes, en un contexto signado por la ideología individualista, hará que en el territorio comiencen a cobrar otro sentido las acciones de lucha y de organización. El foco ya no estará puesto tanto en los fines futuros, sino en las posibilidades (aunque acotadas y parciales) actuales. El “aquí y ahora” de una rebeldía y un hartazgo que lejos de quedarse en la queja y la resignación pasa a potenciar los deseos de hacer las cosas de otro modo. De decir “ya basta” a esa situación de empobrecimiento extremo.
Exploración-experimentación de territorios superpuestos a otros territorios. “Descubrir nuevos recovecos en los espacios que hasta ayer sabíamos de memoria. Perderse y mapear una cartografía paralela”, como alguna vez supo decir mi amigo Esteban Rodríguez. Trastocar la dinámica cotidiana del barrio, entonces. Sus usos y costumbres. Y sus lenguajes. Compañera, compañero. Galpón. Centro comunitario. Asamblea. Y corte de ruta, para decirlo con las palabras de Las manos de filipi o como cantan los españoles de Canteca de Macao, apagar el televisor para que todo vuelva a ser real. Desaceler los tiempos del Estado y acelerar los del movimiento popular. Pasar de la espectacularización de la política (como gestión), vista por TV a la construcción de una dinámica centrada en la participación, poniendo los cuerpos y las voces, cuestionando la lógica de la representación y la delegación (la política como subversión). En fin: un cachetazo al sentido común. A ese que decía que había que dejar las cosas como estaban. Una trompada a la agenda prefijada por la clase política y repetida hasta el cansancio por los medios masivos. Ocupar (o habitar, más bien) el territorio. Crear otros medios: locales. Sí, aunque fueran de alcance reducido. Contra la cultura del encierro, de las rejas, de las alarmas... la recuperación de espacios para darles valor (de uso, y no de cambio). Compartir un mate, al menos, porque la tendencia fue (y es) a meterse para adentro, cada vez más adentro. Habitar el barrio de otra manera y no dejarse amedrentar por la propaganda constante de la inseguriridad (que está, quien lo niega, ¡cuantas veces hubo que “poner orden” porque se robaban la garrafa del comedor!). Pero cuantas veces, también, al dejar de mirar al otro como a un sospechoso, no se le arrancó una sonrisa al que antes se miraba con miedo. Además, no todos funcionan de la misma forma en los mismos lugares. Está el pibe chorro que en el comedor se rescata (¡y el que se rescata cosas del comedor sin que nadie sospeche de él!).
Como Las ciudades invisibles de ítalo Calvino, los territorios de Barrera y Stratta –sin romanticismo, pero también sin derrotismos - nos convidan un gesto, una reflexión. En el libro del narrador italiano el joven veneciano Marco Polo conversa con el emperador de los tártaros, Kublai Kan. El primero le dice que las ciudades utópicas van surgiendo, se encuentran en escondidas en las ciudades infernales, que son las se habitan todos los días. Insiste en que la ciudad perfecta estará construida de pedazos mezclados de otros sitios. "Quizá mientras nosotros hablamos", le dice Polo al Gran Kan, "está aflorando dentro de los confines de su imperio". Tal vez algo similar nos este ocurriendo a nosotros. Mientras escribo estas líneas, mientras otros las leen, otros territorios a los hegemónicos están irrumpiendo superpuestos.
De algo de todo eso habla El tizón encendido, un libro que nos ayuda a pensar los cambios estructurales que operó el capital en los últimos años a escala local y global, pero también (y sobre todo), cuales fueron las prácticas, las iniciativas que las y los trabajadores fueron tomando ante cambios tan intensos y turbulentos. Los repertorios de protesta que se dieron y las organizaciones que gestaron. Cuales son las posibilidades de articulación entre estas experiencias y las nuevas dinámicas sindicales que comenzaron a gestarse en los últimos años son una pregunta que ni este, ni ningún otro libro puede responder (por suerte, Barrera y Stratta, lejos del ideal elitista, ni siquiera han pretendido hacerlo). Pregunta por el potencial emancipador de los de abajo que, sin embargo, sigue siendo una de las cuestiones centrales de nuestra actualidad.
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