Por
Mariano Pacheco.
Mariano Ferreyra fue un “bichito colarado”, uno de esos “zurdos locos” que se
animaron. Unas líneas en homenaje a otro de los tantos jóvenes que apuestan por
gestar con sus luchas una nueva cultura sindical, en el marco de las
actividades culturales que en estos días se vienen realizando para exigir
justicia por su asesinato.
Cuentan que Mariano dio sus
primeros pasos en la militancia en torno a las movilizaciones y actividades
exigiendo juicio y castigo a los responsables materiales y políticos de la
Masacre de Avellaneda. Casi una década después fue asesinado muy cerquita de
donde fueron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
El asesinato de Mariano
Ferreyra a manos de la patota sindical ferroviaria (el 20 de octubre de 2010,
en Barracas, luego de que los obreros ferroviarios “tercerizados” del Roca
protagonizaran una protesta sobre las vías, a unos cuantos metros nomás de la
actual Estación Darío y Maxi, ex Avellaneda), volvió a poner en discusión un
tema que cada tanto, en los últimos años, fue apareciendo en la agenda política
nacional: que una nueva corriente viene emergiendo, desde abajo, en el interior
del históricamente denominado movimiento obrero organizado. Una tendencia sindical de base (o como se lo
quiera denominar), que pone el foco en los legados clasistas, que promueve la
participación y la democracia desde otras lógicas que las tradicionales. En
fin, un sindicalismo que no subordina los intereses de la clase que vive del
trabajo a intereses ajenos.
¿Puede decirse que una nueva
cultura sindical se está gestando en nuestro país? Es difícil de afirmar,
puesto que los intentos de crear un sindicalismo de nuevo tipo fueron y son
bastante puntuales, y la promesa que conquistó corazones a mediados de los 90,
cuando emergió la CTA, no llegó a desarrollarse en forma masiva en sectores
clave del mundo laboral. Hoy en día, con dos CTA y dos o tres CGT (sin contamos
la impresentable CGT Azul y blanca conducida por el gastronómico Luis
Barrionuevo), parece difícil imaginar una recomposición masiva de un pujante
movimiento sindical en el corto plazo.
Así y todo, aquí y allá, poco
conocidas las más de las veces, surgen experiencias sindicales de este tipo,
promovidas por mujeres y hombres que no se conforman con el mundo que habitan,
y que no se resigan ante el modelo sindical dominante. Uno de ellos fue Mariano
Ferreyra.
Su asesinato, que movilizó la
solidaridad de miles de personas, también puso sobre el tapete la discusión
sobre la organización de los trabajadores y sus derechos a reclamar mejores
condiciones laborales. Es decir, puso en boca de todos lo que ya todos
sabíamos: que en este país, la mitad de los trabajadores están precarizados, es
decir, son considerados trabajadores de segunda o de tercera (y eso se expresa
no sólo en sus salarios, sino también en una mayor extensión y peores
condiciones en la jornada laboral). ¿Qué posibilidades puede tener un
trabajador, de ser parte de un mundo que no esté tomado por la explotación
diaria, si trabaja cada día diez o doce horas, con un franco semanal, muchas
veces rotativo? ¿Qué posibilidades si apenas gana para sostener los gastos más
elementales y suele viajar en pésimas condiciones, sumando al desgaste de la jornada
laboral el cansancio del tiempo y las condiciones en las que viaja?
De allí que no sea redundante
remarcar, una y otra vez, que este tipo de luchas, las que terminan con la
incorporación de los trabajadores tercerizados a los convenios colectivos de
trabajo, no son meras “luchas económico-reivindicativas”, sino que aportan
también a un proceso en el cual los trabajadores pueden ser parte de otras
dinámicas sociales que exceden las de la mera reproducción.
Así y todo, después de la
muerte de Mariano, el sindicato ferroviario hizo paros sorpresivos… ¡manifestándose
en contra de la lucha de sus bases y solidarizándose con los imputados en la
causa!
No voy a detenerme en el
proceso judicial, que involucra no sólo a quienes dispararon las armas
(Cristian “Harry” Favale, barrabrava de Defensa y Justicia, de 36 años, y
Gabriel “Payaso” Sánchez, ex barra de Racing y guardatrén de la ex Roca, de
33), sino también al secretario general de la Unión
Ferroviaria, José Pedraza. Causa que señala que estos tipos “sabían y
querían” herir y matar “y emplearon los medios adecuados para ello”, según
declaró la fiscalía ante los medios de comunicación en su momento. Es decir,
que actuaron con un claro “acuerdo previo”, convocados y organizados por
delegados de la Unión Ferroviaria (UF) en el ataque a los trabajadores
tercerizados de la ex línea Roca y los militantes de agrupaciones políticas que
intentaban cortar las vías en reclamo. Las relaciones entre estos grupos y la
dirección del sindicato es lo que se buscó desde un principio poner sobre la
mesa, para que quienes mandaron a apretar el gatillo no quedaran impunes.
A veces, Argentina hace gala
de su capacidad para sostener una aguda “memoria histórica”. Otras, sobre todo
cuando se trata del pasado reciente, pareciera que la amnesia se apodera de
todos sus habitantes, o al menos, de gran parte de ellos.
¿Hemos olvidado ya que un año
antes del crimen de Mariano, la CGT debió suspender un acto a Plaza de Mayo,
luego de que su secretario adjunto, el metalúrgico Juan Belén, hubiera lanzado
una frase digna del sindicalismo ortodoxo de los ’70? Causó gracias, es cierto,
pero fue una frase preocupante. “Esa zurda loca que manejan desde afuera”,
declaró en un programa radial. Los periodistas entendieron que se refería a
Elisa Carrió, pero enseguida Belén los corrigió. “No, no. A la CTA. La CTA es
la Cuarta Internacional”, enmendó el número dos de la UOM. (Página/12, viernes, 13 de noviembre de
2009).
Así piensan estos tipos, los
que mataron a Mariano. Los que dirigen gran parte de los sindicatos.
Pensamientos y dichos que llevaron a que sectores del propio kirchnerismo (entonces
aliado con una monolítica CGT), salieran a marcar sus distancias. Un caso que
recuerdo ahora es el de Horacio
González, uno de los referentes de la oficialista Carta Abierta, actual
director de la Biblioteca Nacional, además de sociólogo y ensayista, quien (a
diferencia de las canalladas escritas por supuestos progres como José Pablo
Feimann), escribió en un artículo titulado “Autoretrato de un matón” (Página/12, martes 16 de noviembre):
“¡Qué palabras! Las había escuchado antes, pero ahora se las decían con ganas
[se refiere a frases como “son troskos”, “bichitos colorados”]. Había urgencia
y sentido. Cómo refulgen esos dichos. Troskos. Bien pronunciados, como la
pronuncian los muchachos, como en un exorcizo o un ritual de inmolación, ¿cómo
va a ser un problema encajarles un estocada, un cohetazo? Bichitos colorados...
hasta es tierna esta expresión, pero sabemos lo que quiere decir... Los que
hablan son nuestros sabios del estruje y el aporreo; el pibe del tattoo, el
delegado que hace reír cada vez que dice zurdaje,
y lo dice cada dos por tres”.
Por supuesto, esos muchachos
tan poco amigos (de sindicatos tan poco amigos) para quienes “la zurda loca” es
un mal a erradicar, dieron su estocada aleccionadora, y ataron a Mariano.
Su asesinato, esos dichos, me
hicieron recordar un poema que había leído alguna vez: “Testa adorada”,
incluido en un libro que lleva por título Conejos
en la nieve. Su autor: Eugenio Mandrini. El poema dice así: “Nadie conoce a
los locos como yo/ Por ejemplo: si un loco corre delante de una mariposa es/
porque le está abriendo paso/ ante la proximidad de una tormenta/ si un loco
mueve los dedos en el aire como si/ le ardiesen las uñas, es porque/ le está
tejiendo un nuevo día... Suele decirse que de noche los locos gritan,/ cuando
lo cierto es que cantan...”.
Mariano Ferreyra, sí: uno de
esos pibes de la “zurda loca”; un pibe que corrió delante de una mariposa, en
la búsqueda por llenar de colores el grisáceo mundo que habitamos.