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sábado, 29 de septiembre de 2012

Mariano Ferreyra: ese loco que corrió delante de una mariposa


Por Mariano Pacheco. Mariano Ferreyra fue un “bichito colarado”, uno de esos “zurdos locos” que se animaron. Unas líneas en homenaje a otro de los tantos jóvenes que apuestan por gestar con sus luchas una nueva cultura sindical, en el marco de las actividades culturales que en estos días se vienen realizando para exigir justicia por su asesinato.


Cuentan que Mariano dio sus primeros pasos en la militancia en torno a las movilizaciones y actividades exigiendo juicio y castigo a los responsables materiales y políticos de la Masacre de Avellaneda. Casi una década después fue asesinado muy cerquita de donde fueron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
El asesinato de Mariano Ferreyra a manos de la patota sindical ferroviaria (el 20 de octubre de 2010, en Barracas, luego de que los obreros ferroviarios “tercerizados” del Roca protagonizaran una protesta sobre las vías, a unos cuantos metros nomás de la actual Estación Darío y Maxi, ex Avellaneda), volvió a poner en discusión un tema que cada tanto, en los últimos años, fue apareciendo en la agenda política nacional: que una nueva corriente viene emergiendo, desde abajo, en el interior del históricamente denominado movimiento obrero organizado. Una  tendencia sindical de base (o como se lo quiera denominar), que pone el foco en los legados clasistas, que promueve la participación y la democracia desde otras lógicas que las tradicionales. En fin, un sindicalismo que no subordina los intereses de la clase que vive del trabajo a intereses ajenos.
¿Puede decirse que una nueva cultura sindical se está gestando en nuestro país? Es difícil de afirmar, puesto que los intentos de crear un sindicalismo de nuevo tipo fueron y son bastante puntuales, y la promesa que conquistó corazones a mediados de los 90, cuando emergió la CTA, no llegó a desarrollarse en forma masiva en sectores clave del mundo laboral. Hoy en día, con dos CTA y dos o tres CGT (sin contamos la impresentable CGT Azul y blanca conducida por el gastronómico Luis Barrionuevo), parece difícil imaginar una recomposición masiva de un pujante movimiento sindical en el corto plazo.
Así y todo, aquí y allá, poco conocidas las más de las veces, surgen experiencias sindicales de este tipo, promovidas por mujeres y hombres que no se conforman con el mundo que habitan, y que no se resigan ante el modelo sindical dominante. Uno de ellos fue Mariano Ferreyra. 
Su asesinato, que movilizó la solidaridad de miles de personas, también puso sobre el tapete la discusión sobre la organización de los trabajadores y sus derechos a reclamar mejores condiciones laborales. Es decir, puso en boca de todos lo que ya todos sabíamos: que en este país, la mitad de los trabajadores están precarizados, es decir, son considerados trabajadores de segunda o de tercera (y eso se expresa no sólo en sus salarios, sino también en una mayor extensión y peores condiciones en la jornada laboral). ¿Qué posibilidades puede tener un trabajador, de ser parte de un mundo que no esté tomado por la explotación diaria, si trabaja cada día diez o doce horas, con un franco semanal, muchas veces rotativo? ¿Qué posibilidades si apenas gana para sostener los gastos más elementales y suele viajar en pésimas condiciones, sumando al desgaste de la jornada laboral el cansancio del tiempo y las condiciones en las que viaja?
De allí que no sea redundante remarcar, una y otra vez, que este tipo de luchas, las que terminan con la incorporación de los trabajadores tercerizados a los convenios colectivos de trabajo, no son meras “luchas económico-reivindicativas”, sino que aportan también a un proceso en el cual los trabajadores pueden ser parte de otras dinámicas sociales que exceden las de la mera reproducción.
Así y todo, después de la muerte de Mariano, el sindicato ferroviario hizo paros sorpresivos… ¡manifestándose en contra de la lucha de sus bases y solidarizándose con los imputados en la causa!
No voy a detenerme en el proceso judicial, que involucra no sólo a quienes dispararon las armas (Cristian “Harry” Favale, barrabrava de Defensa y Justicia, de 36 años, y Gabriel “Payaso” Sánchez, ex barra de Racing y guardatrén de la ex Roca, de 33), sino también al secretario general de la Unión Ferroviaria, José Pedraza. Causa que señala que estos tipos “sabían y querían” herir y matar “y emplearon los medios adecuados para ello”, según declaró la fiscalía ante los medios de comunicación en su momento. Es decir, que actuaron con un claro “acuerdo previo”, convocados y organizados por delegados de la Unión Ferroviaria (UF) en el ataque a los trabajadores tercerizados de la ex línea Roca y los militantes de agrupaciones políticas que intentaban cortar las vías en reclamo. Las relaciones entre estos grupos y la dirección del sindicato es lo que se buscó desde un principio poner sobre la mesa, para que quienes mandaron a apretar el gatillo no quedaran impunes.
A veces, Argentina hace gala de su capacidad para sostener una aguda “memoria histórica”. Otras, sobre todo cuando se trata del pasado reciente, pareciera que la amnesia se apodera de todos sus habitantes, o al menos, de gran parte de ellos.
¿Hemos olvidado ya que un año antes del crimen de Mariano, la CGT debió suspender un acto a Plaza de Mayo, luego de que su secretario adjunto, el metalúrgico Juan Belén, hubiera lanzado una frase digna del sindicalismo ortodoxo de los ’70? Causó gracias, es cierto, pero fue una frase preocupante. “Esa zurda loca que manejan desde afuera”, declaró en un programa radial. Los periodistas entendieron que se refería a Elisa Carrió, pero enseguida Belén los corrigió. “No, no. A la CTA. La CTA es la Cuarta Internacional”, enmendó el número dos de la UOM. (Página/12, viernes, 13 de noviembre de 2009).
Así piensan estos tipos, los que mataron a Mariano. Los que dirigen gran parte de los sindicatos. Pensamientos y dichos que llevaron a que sectores del propio kirchnerismo (entonces aliado con una monolítica CGT), salieran a marcar sus distancias. Un caso que recuerdo ahora es el de Horacio González, uno de los referentes de la oficialista Carta Abierta, actual director de la Biblioteca Nacional, además de sociólogo y ensayista, quien (a diferencia de las canalladas escritas por supuestos progres como José Pablo Feimann), escribió en un artículo titulado “Autoretrato de un matón” (Página/12, martes 16 de noviembre): “¡Qué palabras! Las había escuchado antes, pero ahora se las decían con ganas [se refiere a frases como “son troskos”, “bichitos colorados”]. Había urgencia y sentido. Cómo refulgen esos dichos. Troskos. Bien pronunciados, como la pronuncian los muchachos, como en un exorcizo o un ritual de inmolación, ¿cómo va a ser un problema encajarles un estocada, un cohetazo? Bichitos colorados... hasta es tierna esta expresión, pero sabemos lo que quiere decir... Los que hablan son nuestros sabios del estruje y el aporreo; el pibe del tattoo, el delegado que hace reír cada vez que dice zurdaje, y lo dice cada dos por tres”.
Por supuesto, esos muchachos tan poco amigos (de sindicatos tan poco amigos) para quienes “la zurda loca” es un mal a erradicar, dieron su estocada aleccionadora, y  ataron a Mariano.

Su asesinato, esos dichos, me hicieron recordar un poema que había leído alguna vez: “Testa adorada”, incluido en un libro que lleva por título Conejos en la nieve. Su autor: Eugenio Mandrini. El poema dice así: “Nadie conoce a los locos como yo/ Por ejemplo: si un loco corre delante de una mariposa es/ porque le está abriendo paso/ ante la proximidad de una tormenta/ si un loco mueve los dedos en el aire como si/ le ardiesen las uñas, es porque/ le está tejiendo un nuevo día... Suele decirse que de noche los locos gritan,/ cuando lo cierto es que cantan...”.
Mariano Ferreyra, sí: uno de esos pibes de la “zurda loca”; un pibe que corrió delante de una mariposa, en la búsqueda por llenar de colores el grisáceo mundo que habitamos.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Entre los profetas del odio y las ilusiones desesperadas

Nota publicada en http://www.marcha.org.ar/


Por Mariano Pacheco. ¿Y las izquierdas? Todo indica que mañana viernes las cacerolas y bocinas sonarán con fuerza una vez más en Buenos Aires y otras importantes ciudades del país. Luego de la manifestación del jueves pasado, sea para refutar y deslegitimar como para ensalzar y darle manija, las polarizadas expresiones del periodismo vernáculo no han dejado de abordar este fenómeno y sus posibles alcances. Algunas líneas para aportar una mirada más, desde abajo y a la izquierda. 



Las izquierdas en Argentina se vienen encontrando en una seria dificultad a la hora de pensar en intervenciones coyunturales novedosas que no la hagan naufragar en su rumbo estratégico. La coyuntura de 2008, con irrupción de una “derecha de masas”, con fuerte capacidad de movilización y presencia extendida en las calles, rutas y plazas del país, y los tiempos que le siguieron, fueron un claro ejemplo de esta dificultad. También 2010, el año del Bicentenario y de las muertes del militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra y del ex presidente Néstor Kirchner pusieron a este sector político en la encrucijada. A los sectores más tradicionales (vaya paradoja la de una “izquierda tradicional”), las férreas certezas estratégicas suelen bloquearle la posibilidad de intervenir con ingenio en coyunturas específicas que demandan un poco de imaginación y flexibilidad. Raro, pero suelen estar en las antípodas de uno de sus mentores e íconos emblemáticos: Vladimir Ilich Lenin, quien supo afirmar, en sus famosas “Cartas sobre la táctica”, que: “Ocurre muy a menudo que cuando la historia da un viraje brusco, hasta los partidos avanzados no son capaces, por un tiempo más o menos largo, de adaptarse a la nueva situación y repiten consignas que si ya eran correctas, hoy han perdido todo sentido, tan súbitamente como súbito fue el brusco viraje de la historia”. Por eso, paso seguido, el líder bolchevique recomendaba: “Cada consigna debe ser deducida siempre del conjunto de los rasgos específicos de una situación política determinada”.
La coyuntura de 2008 provocó tantos mareos que hasta un sector de nuestra izquierda marchó junto a la Sociedad Rural, actitud que trajo como consecuencia que aun hoy se los denomine con cierta ironía como “izquierda sojera” (también, a no olvidarlo, estuvieron los “progresistas sojeros”, más patéticos aun, puesto que ni siquiera sostienen ya nada que se le parezca a una posición de izquierda). En las antípodas, el asesinato de Mariano ferreyra primero y la muerte del Señor K -parafraseando a Kafka- después, llevó a importantes sectores “progresistas”, “de izquierda” o “ex izquierdistas” a no movilizarse a Plaza de Mayo para repudiar el crimen de un militante a manos de una patota sindical pero sí a ocupar la misma plaza, días después, para posicionarse en la política nacional (a diferencia de los sectores sinceramente kirchneristas, por lo general históricamente peronistas, que asistieron y lloraron auténticamente una pérdida irreparable) y adherir luego -acríticamente- a un modelo al que poco aportan a dinamizar puesto que se han resignado a “acompañar”, comiéndose los sapos en silencio y festejando enfáticamente no sólo todo aquello que merecería ser festejado sino cada gesto esgrimido y cada palabra pronunciada.
Por su parte, los sectores que vienen desde hace una década intentando ser coherentes con el legado de las jornadas de diciembre de 2001, reactualizando sus enseñanzas ante nuevos  y desafiantes contextos, tiende a pronunciarse a veces demasiado tarde, o de manera extremadamente confusa. Si en 2008 la “Nueva Izquierda” fue capaz de indagar senderos insospechados, en la búsqueda de transitar “otro camino para superar la crisis” -con modesto acierto, sostiene este cronista, más allá de que sus postulados no se sostuvieran en el tiempo- y en 2010 se posicionó con activa solidaridad junto a sus primos lejanos trotskistas y con humilde y respetuoso silencio ante el sentido dolor de importantes sectores de nuestro pueblo y su militancia, hoy parece no encontrar las formas de expresar una activa posición que, a la vez que no desvirtúe sus rumbos estratégicos ni caiga en tacticismos oportunistas -simplificando el panorama político nacional a “modelo nacional y popular” vs “derecha”-, sí deje bien en claro que su apuesta, que tiene que ver con cambiar de modelo de país y con no buscar vanamente profundizar el de capitalismo serio -que nadie sabe bien de qué se trata-, no tiene ningún putno de contacto con las marcadas expresiones reaccionarias que se han visto expresadas en movilizaciones como la del jueves y sostenidas en medios hegemónicos durante los días siguientes, principalmente por aquellos que, de forma canalla, puesto que ven amenazados sus intereses con el posible cumplimiento de la Ley de medios, han puesto el foco en la defensa de la “libertad de expresión” en contraste con el discurso presidencial que hizo eje en el fin de la “cadena nacional del desánimo”.
Continuar sosteniendo con coherencia los intentos por refundar una política revolucionaria sobre nuevas bases, acorde con los tiempos del siglo XXI, implica -entre otras cosas- “no confundir los deseos con la realidad”, según supo expresar Carlos Olmedo, y -fundamentalmente- no confundir la voluntad con el voluntarismo.
Parece una obviedad, pero no lo es si nos detenemos a pensar por un instante en las reflexiones apresuradas que cada tanto se expresan al interior de este sector, que ponen el eje en los supuestos lugares vacíos que no se ocupan, como si gestar una perspectiva popular revolucionaria fuera soplar y hacer botellas. Los riesgos son grandes. Porque junto con la ansiedad excesiva puede venir el intento por desconocer las limitaciones históricas, los reveses circunstanciales, la temporalidad vital parcial con los tiempos colectivos de todo un pueblo, al fin y al cabo único protagonista posible de los cambios. Internalizar la lógica de quienes se pretende combatir es una de las posibles variables de momentos como el que vivimos. Decir ser muy “anti” y en realidad pensar y actuar con sus cosmovisiones.
La búsqueda de otro camino para crear un nuevo modelo país no se hará tomando cualquier atajo, ni apelando a la fracasada y tan conocida pedagogía del monólogo sabiondo, sino  transitando los pacientes senderos de la autoorganización popular, que no puede sino ser de masas. Que los caceroleros que se manifestaron el jueves hayan sido principalmente de los sectores medios (y medios altos) no es la vara para distanciarse de ellos, sino que -principalmente- lo son sus consignas y el conservador universo simbólico en el que se mueven. Lejos, muy lejos del 2001 -que tenía un proceso sostenido de luchas populares sobre sus espaldas y que contó con la movilización de importantes sectores populares y de trabajadores precarizados, al menos en la ciudad de Buenos Aires-, las paquetas vajillas de estos días se parecen más a las reaccionarias expresiones de “caceroleros” en otros sitios de Nuestraamérica, que a la novedosa experiencia del “Que se vayan todos”. Saber separar la paja del trigo es un procedimiento que las izquierdas no pueden obviar en momentos como estos.