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jueves, 20 de septiembre de 2012

Entre los profetas del odio y las ilusiones desesperadas

Nota publicada en http://www.marcha.org.ar/


Por Mariano Pacheco. ¿Y las izquierdas? Todo indica que mañana viernes las cacerolas y bocinas sonarán con fuerza una vez más en Buenos Aires y otras importantes ciudades del país. Luego de la manifestación del jueves pasado, sea para refutar y deslegitimar como para ensalzar y darle manija, las polarizadas expresiones del periodismo vernáculo no han dejado de abordar este fenómeno y sus posibles alcances. Algunas líneas para aportar una mirada más, desde abajo y a la izquierda. 



Las izquierdas en Argentina se vienen encontrando en una seria dificultad a la hora de pensar en intervenciones coyunturales novedosas que no la hagan naufragar en su rumbo estratégico. La coyuntura de 2008, con irrupción de una “derecha de masas”, con fuerte capacidad de movilización y presencia extendida en las calles, rutas y plazas del país, y los tiempos que le siguieron, fueron un claro ejemplo de esta dificultad. También 2010, el año del Bicentenario y de las muertes del militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra y del ex presidente Néstor Kirchner pusieron a este sector político en la encrucijada. A los sectores más tradicionales (vaya paradoja la de una “izquierda tradicional”), las férreas certezas estratégicas suelen bloquearle la posibilidad de intervenir con ingenio en coyunturas específicas que demandan un poco de imaginación y flexibilidad. Raro, pero suelen estar en las antípodas de uno de sus mentores e íconos emblemáticos: Vladimir Ilich Lenin, quien supo afirmar, en sus famosas “Cartas sobre la táctica”, que: “Ocurre muy a menudo que cuando la historia da un viraje brusco, hasta los partidos avanzados no son capaces, por un tiempo más o menos largo, de adaptarse a la nueva situación y repiten consignas que si ya eran correctas, hoy han perdido todo sentido, tan súbitamente como súbito fue el brusco viraje de la historia”. Por eso, paso seguido, el líder bolchevique recomendaba: “Cada consigna debe ser deducida siempre del conjunto de los rasgos específicos de una situación política determinada”.
La coyuntura de 2008 provocó tantos mareos que hasta un sector de nuestra izquierda marchó junto a la Sociedad Rural, actitud que trajo como consecuencia que aun hoy se los denomine con cierta ironía como “izquierda sojera” (también, a no olvidarlo, estuvieron los “progresistas sojeros”, más patéticos aun, puesto que ni siquiera sostienen ya nada que se le parezca a una posición de izquierda). En las antípodas, el asesinato de Mariano ferreyra primero y la muerte del Señor K -parafraseando a Kafka- después, llevó a importantes sectores “progresistas”, “de izquierda” o “ex izquierdistas” a no movilizarse a Plaza de Mayo para repudiar el crimen de un militante a manos de una patota sindical pero sí a ocupar la misma plaza, días después, para posicionarse en la política nacional (a diferencia de los sectores sinceramente kirchneristas, por lo general históricamente peronistas, que asistieron y lloraron auténticamente una pérdida irreparable) y adherir luego -acríticamente- a un modelo al que poco aportan a dinamizar puesto que se han resignado a “acompañar”, comiéndose los sapos en silencio y festejando enfáticamente no sólo todo aquello que merecería ser festejado sino cada gesto esgrimido y cada palabra pronunciada.
Por su parte, los sectores que vienen desde hace una década intentando ser coherentes con el legado de las jornadas de diciembre de 2001, reactualizando sus enseñanzas ante nuevos  y desafiantes contextos, tiende a pronunciarse a veces demasiado tarde, o de manera extremadamente confusa. Si en 2008 la “Nueva Izquierda” fue capaz de indagar senderos insospechados, en la búsqueda de transitar “otro camino para superar la crisis” -con modesto acierto, sostiene este cronista, más allá de que sus postulados no se sostuvieran en el tiempo- y en 2010 se posicionó con activa solidaridad junto a sus primos lejanos trotskistas y con humilde y respetuoso silencio ante el sentido dolor de importantes sectores de nuestro pueblo y su militancia, hoy parece no encontrar las formas de expresar una activa posición que, a la vez que no desvirtúe sus rumbos estratégicos ni caiga en tacticismos oportunistas -simplificando el panorama político nacional a “modelo nacional y popular” vs “derecha”-, sí deje bien en claro que su apuesta, que tiene que ver con cambiar de modelo de país y con no buscar vanamente profundizar el de capitalismo serio -que nadie sabe bien de qué se trata-, no tiene ningún putno de contacto con las marcadas expresiones reaccionarias que se han visto expresadas en movilizaciones como la del jueves y sostenidas en medios hegemónicos durante los días siguientes, principalmente por aquellos que, de forma canalla, puesto que ven amenazados sus intereses con el posible cumplimiento de la Ley de medios, han puesto el foco en la defensa de la “libertad de expresión” en contraste con el discurso presidencial que hizo eje en el fin de la “cadena nacional del desánimo”.
Continuar sosteniendo con coherencia los intentos por refundar una política revolucionaria sobre nuevas bases, acorde con los tiempos del siglo XXI, implica -entre otras cosas- “no confundir los deseos con la realidad”, según supo expresar Carlos Olmedo, y -fundamentalmente- no confundir la voluntad con el voluntarismo.
Parece una obviedad, pero no lo es si nos detenemos a pensar por un instante en las reflexiones apresuradas que cada tanto se expresan al interior de este sector, que ponen el eje en los supuestos lugares vacíos que no se ocupan, como si gestar una perspectiva popular revolucionaria fuera soplar y hacer botellas. Los riesgos son grandes. Porque junto con la ansiedad excesiva puede venir el intento por desconocer las limitaciones históricas, los reveses circunstanciales, la temporalidad vital parcial con los tiempos colectivos de todo un pueblo, al fin y al cabo único protagonista posible de los cambios. Internalizar la lógica de quienes se pretende combatir es una de las posibles variables de momentos como el que vivimos. Decir ser muy “anti” y en realidad pensar y actuar con sus cosmovisiones.
La búsqueda de otro camino para crear un nuevo modelo país no se hará tomando cualquier atajo, ni apelando a la fracasada y tan conocida pedagogía del monólogo sabiondo, sino  transitando los pacientes senderos de la autoorganización popular, que no puede sino ser de masas. Que los caceroleros que se manifestaron el jueves hayan sido principalmente de los sectores medios (y medios altos) no es la vara para distanciarse de ellos, sino que -principalmente- lo son sus consignas y el conservador universo simbólico en el que se mueven. Lejos, muy lejos del 2001 -que tenía un proceso sostenido de luchas populares sobre sus espaldas y que contó con la movilización de importantes sectores populares y de trabajadores precarizados, al menos en la ciudad de Buenos Aires-, las paquetas vajillas de estos días se parecen más a las reaccionarias expresiones de “caceroleros” en otros sitios de Nuestraamérica, que a la novedosa experiencia del “Que se vayan todos”. Saber separar la paja del trigo es un procedimiento que las izquierdas no pueden obviar en momentos como estos.

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