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martes, 2 de octubre de 2012

De Córdoba al conurbano (primera parte)


Pepe y Lili estaban muy entusiasmados con su reciente incorporación a la Juventud Universitaria Peronista. Pero los efectos del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 los hizo emigrar hacia Capital Federal, y luego, hacia el sur del Conurbano, donde continuaron con sus actividades dentro de la organización Montoneros. Allí se conocieron, e iniciaron una historia de amor que perdura hasta el día de hoy.


Por Mariano Pacheco. Publicado en http://www.marcha.org.ar

Para cuando se produce la asunción de la Junta de Comandantes, Pepe era estudiante en la Facultad de Matemática de la Universidad Nacional de Córdoba. Estaba en cuarto año de la carrera de Astronomía, y venía muy embalado con su participación en la militancia estudiantil del año anterior. En 1975, con un año ya transcurrido desde la muerte de Perón, se decidió a integrarse al peronismo revolucionario, luego de discutir sus ideas de izquierda con algunos militantes de la facultad, que se definían más de izquierda que peronistas a la hora de dar cuenta de su pertenencia al interior de la “izquierda peronista”. La agrupación de la que participaba, integrante de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), había ganado el Centro de Estudiantes, así que a pesar de los golpes de la represión, y de la ilegalidad de muchos cuadros de la organización –que habían pasado a la clandestinidad en septiembre de 1974– la actividad política legal, abierta, era intensa. “Éramos unos 120 alumnos de la agrupación en toda la facultad. Hacíamos un trabajo muy bueno, sobre todo de investigación. Entro a militar con Daniel, que después lo mató Menéndez en Córdoba, luego de un secuestro. Mi primer acto de militante fue tomar la facultad de arquitectura. Hacíamos pegatinas, pintadas, nuestra militancia no pasaba más de eso”.
El golpe de marzo del 76 lo cambió todo. En el país, en la provincia, y también en su vida personal. Durante esas semanas –abril, mayo, Pepe no lo recuerda con precisión– la conducción de JUP-Córdoba –que era, a su vez, la conducción regional de Montoneros– comienza a reunirse en el departamento de Ludmila, su compañera, que vivía en el departamento de arriba de su casa. Para entonces, las estructuras de Montoneros en la ciudad de Córdoba ya estaban muy golpeadas, producto de la represión ilegal desatada por el Comando Libertadores de América durante todo el año anterior. Así y todo, seguían con sus actividades... al menos hasta julio, cuando la dictadura les provocó un golpe del que no podrían recuperarse: toda la conducción de JUP cae en un allanamiento al departamento de Ludmila, ubicado en el centro de la ciudad. “Cuando cae esa casa me tengo que abrir, dejar la facultad, pasar a la clandestinidad, obviamente. Nos quedamos en Córdoba hasta octubre. Porque la decisión que se toma a nivel nacional fue que los compañeros que éramos ilegales nos fuéramos a Buenos Aires. Nos fuimos en tres camadas, eramos muchísimos compañeros. Creo que yo viajo en la segunda camada y cuando llego allá me encuentro con que había 30 compañeros de Córdoba que yo no conocía”. Entre esos militantes se encontraba Lili.
También Lili había empezado a militar en 1975. Entonces había iniciado su primer año de la cerrera de Psicología, al igual que Pepe, en la Universidad Nacional de Córdoba. Fue a través de un grupo de amigos que se incorporó a la JUP. “En realidad éramos un grupo de adolescentes que nos sentábamos a tocar la guitarra y a leer a Marx y a Lenin. Teníamos entre 16 y 18 años. Eramos un grupo que fue creciendo y potenciando sus conocimientos y compromisos políticos e ideológicos. En aquel entonces estaban Pablo, que desapareció teniendo 19 años. Él militaba en la UES, y fue un poco el líder del grupo, junto con su hermano y otros compañeros. Yo era medio zurda, así que se me planteaba dilema: ¿PRT o Montoneros? Tenía un lío bárbaro. Pero después, charlando con Pablo, él me convenció, y me introdujo en Montoneros”.
Poco a poco Lili fue cambiando su visión acerca del peronismo, y luego de varias charlas con Pablo, que le inisitía en que tenía que valorar más esa identidad política del pueblo, fue acercándose a otro tipo de posiciones, de izquierda, pero con una orientación más plebeya. “Él empezó a traerme libros, revistas, y yo leía y leía. Así que ahí ingreso en la JUP y enseguida fui elegida delegada de curso. Eso fue a principios de 1975. Para fin de año, ya era ilegal, y estaba en el aparato militar”.
En el medio sucedió que su casa comenzó a utilizarse para realizar reuniones, porque estaba en pleno centro de Córdoba y quedaba a mano para todos los que participaban. Unos 20 militantes conocían su casa, más otros tantos colaboradores del Hospital Córdoba, donde trabajaba. Hasta entonces, si bien había ido asumiendo cada vez más responsabilidades con el correr de las semanas y los meses, era legal. Pero uno de esos días, Claudio, un compañero de trabajo que estudiaba Medicina y también militaba en Montoneros, ese  muchacho que la conocía de la organziación y se había sorprendido al verla con el guardapolvo blanco caminando por los pasillos del hospital, un día no volvió a su casa, y de la noche a la mañana dejó de ir a trabajar. “Tenes que dejar tu casa y el laburo. Te tenes que levantar”, le dijo su responsable. Desde entonces, Lili dejó de estudiar psicología, y pasó a formar parte de ese amplio contingente de militantes que vivían en la ilegalidad.
“Y ahí fui a vivir a una casa en la que se suponía que vivían dos personas, pero a la noche dormíamos siete. Había como tres guardados ahí. Córdoba era muy chico y las pinzas se hacían en los puentes. No se podía pasar de un lugar a otro. Encima sabíamos que La Gringa, una compañera que había caído, salía en un Ford falcon a señalar compañeros por la calle, que eran inmediatamente secuestrados y torturados, y de quienes no se sabía más sobre su paradero”. Así vivió durante un tiempo: asistiendo a las citas con una cápsula de cianuro en su boca –“estábamos dispuestos a matarnos, para no caer con vida en manos del enemigo, porque nadie sabía cómo podía sobrevivir a la tortura sin límite–, saltando de casa en casa, hasta que su nombre apareció en la lista de militantes que serían trasladados a Buenos Aires.
En Capital conoció a Pepe, se reencontró con varios compañeros y compañeras de la JUP-Córdoba y comenzaron a moverse juntos para todos lados. Era como estar en familia, aunque no en casa. Pero ese “estar como en casa” los llevó a relajar las medidas de suguridad, cuando no a dejar de cumplirlas. La caída de unos cuantos cordobeces, luego de que asistirean todos juntos a la cancha a ver un partido de Talleres, llevó a sus responsables a pedir el translado, cada uno para lugares diferentes. “En la cancha se cantaba la marchita peronista –recuerda Pepe–. Los compañeros se entusismaron y le agregaron la parte de Montoneros. En el momento no pasó nada, peor a la salida los secuestraron a todos”. 
Eso fue a fines de 1976. A principios de 1977 Pepe y Lili llegaban al sur del Conurbano (continuará…).


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