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jueves, 21 de agosto de 2014

Por los barrios (I)

Los galpones: una experiencia comunitaria
Sobre las ruinas de un país que ya no existe

Textos- Mariano Pacheco
Fotografías- Paula Loza


Unas 200 familias habitan desde hace dos décadas dos manzanas situadas en un predio que supo ser lugar de mantenimiento de trenes. El Argentino visitó Villa Los Galpones, el barrio donde una cantidad de vecinos emprenden día a día tareas comunitarias y apuestan por un proyecto colectivo.


Situadas sobre terrenos nacionales que pertenecen al ferrocarril, también podría pensarse que esas 200 familias que habitan dos manzanas en el barrio Los Galpones han edificado sus viviendas sobre las ruinas que el modelo neoliberal dejó en nuestro país.
Allí, a unas siete cuadras de la estación Alta Córdoba, todavía pueden detectarse las huellas de lo que alguna vez fue una Argentina estructurada por la industria nacional y un pujante sistema de trasporte ferroviario (edificado por losingleses para beneficio propio, nacionalizado durante la presidencia de Juan Domingo Perón para bienestar de todos los argentinos y “reventado” por el presidente Carlos Saúl Menem para beneplácito del capital financiero). Precisamente allí, a un kilómetro del centro de la ciudad, pueden verse pasar todavía los vagones que en la actualidad transportan soja.
Allí, alguna vez, los ferrocarriles tuvieron sus oficinas de administración, pañoles de herramientas y maquinarias, con las que se realizaban tareas de mantenimiento de esos trenes que supieron ser orgullo nacional.

Lógicas de lo común
Todos los lunes, miércoles y viernes los niños del barrio asisten a la “copa de leche”, donde meriendan un vaso de chocolatada y lo que pueda elaborar Carina, 37 años, madre de 9 niños. Desde hace casi veinte años que Carina está junto Germán, que ahora tiene 33. Una década ya que habitan juntos una casa en el barrio. “Primeros los chicos, viste. Si sobra algo, le damos a los jóvenes”, comenta él. Y agrega: “Acá no mezquinamos nada”. Los chicos que están jugando al fútbol se acercan, mientras los que terminaron vuelven a rodar las bolitas por la calle de tierra, junto  a las vías. Frente a un mural que tiene un dibujo y una consigna que afirma “Tierra para la vida digna”, Carina termina de sacar unas tortafritas de un disco que instaló sobre su patio, rodeado de gallinas y de perros que la acompañan. A metros de allí se encuentra el espacio comunitario al que los vecinos llaman “La Escuelita”, donde funcionan algunas reuniones (de los habitantes del lugar, o con personal de las salitas de salud de las zonas aledañas que emprenden junto con ellos algunos trabajos de prevención) y talleres, como uno de repostería que organiza la ONG “Un techo para mi país”. Y donde en días nomás realizarán los festejos por el día del niño.

Imaginación y voluntad
Mientras los niños juegan varios jóvenes se preguntan entre sí si han cobrado lo que debían por ser beneficiarios del programa provincial “Confiamos en vos”. Algunos comentan que a pesar de haber asistido a las capacitaciones, no han cobrado. La escena contrasta con la propaganda oficial. Los muchachos y las chicas sostienen que están acostumbrados, y que por eso no confían en nadie, o en casi nadie. A metros de allí, Vanesa (30 años), conversa con su marido, Claudio, sobre un Encuentro Nacional de Tierra y Vivienda que se realizará en Córdoba en una semana, y al que asistirán como integrantes del Encuentro de Organizaciones (EO), del que participan hace unos siete años.Los seis hijos que tuvieron juntos, más dos adolescentes que él tuvo con otra pareja, dan vueltas por el lugar. “Acá empezamos con una olla popular todos los domingos. Después largamos una copa de leche y organizamos un ropero comunitario”, cuenta Vanesa. “Ahora hacemos cosas dulces para vender, y con mujeres de otros barrios que hacen comida salada, llevamos a las actividades y festivales”.
Rodeado por los barrios Cofico, San Martín y Alta Córdoba, el predio contiene a una población que hoy subsiste a fuerza de voluntad e imaginación, realizando reciclado de basura y de escombros, que después se lleva la Municipalidad, cada dos semanas. “O a veces más”, aclara José, que integra la Cooperativa de Carreros La Esperanza. En el mejor de los casos, algunos trabajan esporádicamente con changas en la construcción, ya que por la zona las empresas desarrollistas urbanas no dejan de levantar edificios. Las mujeres, en la mayoría de los casos, son amas de casa. Algunas trabajan como empleadas domésticas, por hora. Por supuesto, ninguno tiene recibo de sueldo, ni obra social, ni aguinaldo o vacaciones pagas.
Por eso, como pueden, buscan soluciones en común a los problemas que cada uno tiene. Se organizan en el barrio para apostar a un proyecto colectivo.



“Chaco”, un reciclador de Villa Los Galpones
“Que la miseria nos haga miserables

En noviembre cumplirá 70 años. Recién hace un año se tramitó la jubilación –dice– porque antes sentía que aún estaba en condiciones de mantenerse trabajando. Se niega a compartir su nombre, porque –asegura– su identidad la marca su apodo, el modo en el que todos lo llaman cariñosamente en el barrio: “Chaco”. Nacido en la provincia norteña, Chacho cuenta que siempre fue un poco transhumante, y que por eso vivió y trabajó durante años en distintos lugares del país. Ahora vive en Villa Los Galpones, rodeado de montañas de elementos que fue encontrando por la calle, y que apila por todos los rincones como un coleccionista. Del techo, con unas cadenas, cuelga una barra, con la que dice entrenar cada día. Su físico parece dar cuenta de ello. Sobre la mesa, un ejemplar del diario El Argentino, al lado de un calefactor eléctrico que armó él mismo con ladrillos refractarios, maderas, hierros y otros elementos que encontró en el basural. De fondo suena una canción de folclore. Chaco se sienta y enciende su computadora. Dice que los hombres somos como las gallinas: una empieza a picotear y el resto acompaña luego. “Yo me puse internet y todos me miraban como a un loco. Vamos a ver cuántos se conectan con el paso del tiempo”. Allí atesora textos de filósofos y literatos, y sobre todo, las coplas que escribe de tanto en tanto. Lee una voz alta. “Canción de cuna villera”, la tituló. Y luego reflexiona: “el poder promueve enfrentamientos horizontales, pero no verticales”. Cuenta que le gusta el reciclaje porque promueve la creatividad, y hace útil lo inservible para la sociedad. “No tenemos que dejar que la miseria nos haga miserables”, dice al pasar.


Vecinos reclaman seguridad
Blanco sobre negro: o el prejuicio (racista) de los sectores medios

En más de una oportunidad, durante los últimos meses, vecinos de la zona se han autoconvocado, para reunirse en el Centro Cultural Alta Córdoba, e incluso en la Comisaría 1°. El motivo: la inquietud por la basura y la inseguridad que generan los habitantes de Villa Los Galpones. “Nos dicen basureros y usurpadores”, comenta enojado “Chaco”, que vive en ese barrio desde hace varios años. Y aclara que “gran parte de la basura” que se acumula en Los Galponeses arrojada por vecinos de Alta Córdoba. También dice recordar que, cuando el lugar comenzó a ser desmantelado, “no fueron los pobres, sino las grandes empresas las que saquearon los elementos de más valor, ya que incluso vinieron con grúas”. 


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