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lunes, 19 de enero de 2015

Jesús María: mucho más que un festival de Folclore

Crónica de un recorrido por las calles de la ciudad

Por Mariano Pacheco


En ambos lados de la vía por la que alguna vez pasó el tren de pasajeros, y por la que ahora –de tanto en tanto– transitan los vagones de carga que se llevan del lugar gran parte de su producción agropecuaria, se erige durante los días que dura el  Festival de Doma y Folclore de Jesús María una gran feria, en la que pueden encontrarse todo tipo de producciones, desde artesanías en cuero hasta queso y salame, pasando por vestimenta de uso cotidiano hasta muñecos de duendes y revistas culturales realizadas por jóvenes de la ciudad y sus alrededores. Lo que abunda son los puestos de comidas, donde un choripán puede conseguirse a $25 y una cerveza de litro a $30. Por supuesto, para obtener los mejores precios hay que caminar, aunque a veces sus variantes tienen tan solo unos metros de distancia. Incluso uno ofrece: “comprando el vaso de acero inoxidable, te lo llenamos con la bebida que vos quieras gratis”. El vendedor aclara: “no estábamos vendiendo nada, pero con este cartel y las canciones de La Mona la gente se empezó a parar en el puesto”. 


Además de las pizzerías, bares y restaurantes que están establecidos en los alrededores del predio donde se realiza el festival, otros “comedores” se montan con carpas y lonas, donde las familias se agolpan por conseguir un lugar en el cual poder comer, beber y, a la vez, poder ver bien los números artísticos que cada sitio ofrece. También en el denominado “teatrino”, algunas bandas del lugar y sus alrededores (como Colonia Caroya), ofrecen sus ritmos Latinoamericanos y sus canciones de folclore en el recital organizado por la Municipalidad local. Turistas que esperan que el “cucú gaucho” salga de su casita, pobladores del lugar, de todas las edades, que dan vueltas una y otra vez por allí y jóvenes –incluso adolescentes– que tienen al festival anual como espacio de reunión de amigos, y donde hacer otros tantos nuevos. Parejas establecidas y recientemente conformadas, abuelas con sus nietos, padres y madres con sus hijos, todas y todos parecen haberse puesto las “pilchas” que mejor les quedan para lucirse en un evento que tal vez tiene la misma –o incluso mayor importancia– que las “jineteadas” y números musicales que pueden verse adentro, con entradas que de todos modos no resultan tan ajenas a la realidad económica de un trabajador medio. “Además se puede entrar con comida y bebida de afuera”, remarca un joven del lugar que conversa brevemente con este cronista, botella de gaseosa y de fernet en mano, quien se aleja junto con un amigo al que le tocó llevar el  hielo.


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