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lunes, 8 de junio de 2015

junio: mes de la dignidad rebelde

Darío Santillán y construcción de una memoria de los de abajo (I) 

La Agrupación 11 de Julio

(Extracto del libro “Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo”- 
Autores: Ariel Hendler, Mariano Pacheco, Juan Rey- Planeta, 2012).



Para cuando Darío comenzó a participar, a mediados de 1998, la agrupación ya llevaba casi dos años de existencia. Había surgido una tarde cualquiera cuando Mariano y Eduardo, sentados en la escalinata de la galería Colón de Quilmes y luego de un rato de intentar encontrar un nombre creativo se hartaron y dijeron: “Ma’ sí, pongámosle una fecha. ¿Qué día es hoy? ¿11 de julio? Bué… Agrupación Estudiantil 11 de Julio”. Pocos días antes se había producido en Cutral-Có el primer gran levantamiento popular bajo el gobierno de Carlos Menem, y salieron a pintar con aerosol en las paredes de Quilmes y San Francisco Solano: “Todos somos Cutral-Có”. No firmaban, pero todos eran integrantes del Movimiento La Patria Vencerá (MPV). Mariano y Eduardo eran los únicos dos adolescentes en esa pequeña organización de militantes que provenían, la mayoría, de la agrupación Descamisados del peronismo revolucionario. Ya no se asumían peronistas –entendían que aquel movimiento histórico debía ser superado, sobre todo a partir de la versión menemista del peronismo-. Proponían en cambio la construcción de una identidad superadora, que anclara en la tradición del nacionalismo popular revolucionario pero incorporando a militantes de izquierda y análisis marxistas de la realidad.


Con inserción sobre todo en Quilmes y Avellaneda, el MPV también desarrollaba algunas actividades en la zona oeste del Gran Buenos Aires, y a partir del segundo mandato menemista se había propuesto impulsar distintos trabajos barriales, desarrollar frentes de masas de la organización que intentaran encauzar las propuestas vecinales en torno al eje de la desocupación, una reivindicación a la que ya visualizaban con un gran potencial de confrontación contra el Gobierno. Cuando en 1996, casi por casualidad, Mariano y Eduardo se acercaron cada uno por su lado al MPV, sus militantes les aconsejaron que armaran una agrupación con jóvenes de su misma edad para desarrollar actividades vinculadas con el colegio y su vida cotidiana.
Fue así que ambos, como una forma de empezar a dar los primeros pasos e intentar sumar compañeras y compañeros de los colegios, decidieron publicar una revista parecida a esos fanzines que también vendían en algún que otro local de la galería Colón, donde se juntaban los adolescente de Quilmes y donde compraban casetes de bandas como los quilmeños Sin Ley, a quienes iban a escuchar a menudo. Durante casi tres años, Mariano, Eduardo y las chicas y muchachos que se fueron sumando a lo largo de ese tiempo publicaron once números de Grito de estudiantes —como llamaron a la revista—, que salía casi todos los meses. Estaba escrita y diseñada de principio a fin por los integrantes de la agrupación, que tenían entre catorce y diecisiete años.
En esa publicación, desde un año y medio antes de que Darío se sumara a la agrupación, daban cuenta de las luchas de las que participaban, como marchas, cortes de calle y sentadas repudiando las políticas educativas del gobierno, y de los procesos de organización que impulsaban en los centros de estudiantes del distrito, como la Federación de Estudiantes de Quilmes, primero, y la Coordinadora de Estudiantes Secundarios, después. También incluían homenajes a militantes caídos de generaciones anteriores en su búsqueda por fundar una genealogía que se remontaba desde las luchas populares de los gauchos e indios de los malones y las montoneras del siglo XIX hasta las de las décadas del sesenta y setenta del siglo XX, pasando por el peronismo (haciendo hincapié en la figura de Evita y la resistencia peronista). Por supuesto, dedicaban un lugar central a referentes clave de la historia reciente, como los caídos el 22 de agosto de 1972 en la masacre de Trelew, a Agustín Tosco, a Rodolfo Ortega Peña y hasta Mario Roberto Santucho, junto con el Che Guevara y, más en general, los treinta mil desaparecidos durante la Dictadura.
Otra de las figuras clave en su ideario era el subcomandante Marcos, máximo referente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la organización con base indígena alzada en armas el 1° de enero de 1994, y con fuerte desarrollo en las montañas del sureste mexicano y en la legendaria —a partir de entonces— selva Lacandona. Más de una vez publicaron palabras del sub o comunicados del EZ, que por esa época, a partir de un inteligente uso de Internet, comenzó a establecer contacto con sectores en lucha de todo el mundo, compartiendo sus hazañas, sus reflexiones y su literatura, ya que Marcos comenzó a difundir sus propios cuentos, aguafuertes y relatos basados en la vida y la historia de las comunidades indígenas, muchos de ellos protagonizados por Durito, su alter ego.


Además, a partir del cuarto número, correspondiente a marzo-abril de 1997, la revista incorporó el suplemento El Roña, en homenaje a Eduardo Beckerman, un militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) de Quilmes, a quien llamaban así porque siempre andaba con el uniforme del colegio arrugado y con la corbata desalineada. En su contratapa recordaban que el “Roña”, de diecinueve años, había sido asesinado en la madrugada del 22 de agosto de 1974 por la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), la fuerza parapolicial del gobierno de Isabel Perón, cuando salía de una pizzería en Bernal después de coordinar las acciones de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), que él integraba junto a otros sectores de la Tendencia Revolucionaria del peronismo, con motivo del segundo aniversario de los fusilamiento en Trelew.
En ese suplemento, tanto los integrantes de la agrupación como sus compañeros y amigos publicaban las poesías y los relatos que escribían, los dibujos que hacían, además de los dibujos de artistas reconocidos como Ricardo Carpani, y las poesías y extractos de ensayos, cuentos y novelas de autores de lo más variados, como Mario Benedetti, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Francisco “Paco” Urondo, Eduardo Galeano, Juan José Hernández Arregui, Jorge Amado, Federico García Lorca, Antonio Machado, Raúl González Tuñón, Pablo Neruda, Roberto Santoro, César Vallejo… entremezclados con letras de las bandas de rock del momento, como Almafuerte, viejas canciones de Quilapayún, y también textos de algunos mucho menos conocidos como Alberto Carmena o Eduardo “Carlom” Pereyra Rossi, entre otros. También rescataban la figura de Camilo Torres, el sacerdote y sociólogo colombiano que se integró a la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional y murió en combate contra el ejército el 15 de febrero de 1966. Esto les servía a los pibes de la Agrupación 11 de Julio para instalar nuevamente, en una nueva generación, el debate sobre la relación entre fe y participación popular.
Toda esta actividad militante y cultural que, por cierto, contradecía abiertamente al paradigma consumista y conformista característico de los años noventa, iba a abrirle un mundo nuevo a Darío Santillán.
Pero bastante antes de que él tomara contacto con ellos, en julio de 1997, la agrupación había pasado de ser “estudiantil” a denominarse “juvenil”. En la editorial del N° VI de Grito… se explicaba que a partir de entonces pretendían darle un cauce organizativo a sus inquietudes no sólo como estudiantes sino también como jóvenes, ya que intervenían en otros espacios además de los Centros de Estudiantes, sobre todo en el ámbito de la cultura y de la coordinación con los sectores populares de las barridas más pobres.
Algunos ejemplos de esas intervenciones fueron la realización del programa La patria rockera en la FM Compartiendo, que el sacerdote Luis Farinello había montado al lado de su iglesia, y donde se reunían militantes cristianos identificados con la Teología de la Liberación.
También comenzaron a hacer apoyo escolar y recreación para los chicos del barrio Trinidad, de Quilmes, y en la Villa Itatí, de Bernal. En esta última ya funcionaban la Biblioteca Solidaridad y el comedor De la Mano de un Niño, donde, junto con otros militantes y vecinos, apoyaron la creación de un grupo de base llamado José Tedeschi, en homenaje al sacerdote que no sólo realizaba sus tareas comunitarias, sociales, políticas y evangélicas en la Villa, sino que además se había mudado allí a vivir en una casa de chapa y madera. “Pepe”, como le decían, fue secuestrado en marzo de 1976, pero no desapareció: su cuerpo fue encontrado en La Plata, desfigurado por la tortura, los golpes y las balas.
De vez en cuando, además, participaban en actividades fuera del distrito de Quilmes, por ejemplo en Avellaneda, donde el pionero Movimiento de Trabajadores Desocupados de Villa Corina, impulsado por militantes del MPV, intentaba establecer conexiones con otros grupos de la zona. Así fue que participaron en la plaza Alsina, a pocas cuadras de la subida al puente Pueyrredón, de algunas jornadas por la derogación de la Ley Federal de Educación y la de “flexibilización laboral”. Los aglutinaban consignas como “Por salud, trabajo y educación” y “Basta de hambre, miseria y represión”. De esta forma, la Agrupación 11 de Julio funcionaba como un espacio de confluencia entre los estudiantes secundarios de las escuelas de Quilmes y la realidad de los sectores más marginados y sus organizaciones todavía incipientes.





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