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lunes, 26 de octubre de 2015

A dos años de la muerte de Jorge Reyna

Entrevista con Olga Tallapietra, la mamá de Jorge Reyna
“A Jorgito lo mataron porque se quiso
salir de toda esa mierda de la policía”

Por Mariano Pacheco, desde capilla del Monte 
(@PachecoenMarcha)




En el día después de las elecciones nacionales, mientras los medios hegemónicos de comunicación concentran la mirada en un solo y único tema, Olga Tallapietra se predispone a marchar para exigir justicia por su hijo, Jorge Reyna, un adolescente de 17 años que apreció muerto en la comisaría de Capilla del Monte, el 6 de octubre de 2013. La Justicia caratuló la causa como “muerte dudosa”. La versión de la policía habla de un suicidio. Para sus familiares y amigos fue un asesinato perpetrado por la propia institución. La historia del hecho trágico que provocó dos puebladas contra la policía, en la “turística y tranquila” localidad cordobesa.




En el día del segundo aniversario de la muerte de su hijo, horas antes de que se realice en Capilla del Monte la movilización convocada por los “Amigos y Familiares de Jorge Reyna”, Olga –su mamá—se toma un rato para salir de su trabajo en un colegio, y a orillas del Río San Esteban, sentada sobre unos bancos de cemento del balneario del lugar, conversa con este medio. Cuenta que muy cerca de allí vive con su marido, Jorge, un albañil con el que está en pareja hace 21 años. También que cuando sucedió la muerte de su hijo estaban separados, pero que la tragedia los unió. Cuando este cronista le pregunta por sus hijos dice cinco, sin vacilar, aunque segundos después comenta con la voz quebrada: “¿Jorgito también cuenta, no? Y repasa los nombres y edades de los otros cuatro: Emilia, de 21; Celene, de 16; Alexis, de 13 y Adriel, de 13. Y con una sonrisa agrega que ya es abuela.
Olga no solo tuvo que ver morir a su hijo adolescente. También vio en el velatorio ingresar agentes de civil; en las primeras actividades hombres que les sacaban fotos; la indiferencia del Estado ante lo que le había pasado (nunca, nadie, ningún funcionario local se acercó a conversar con ella o ver si necesitaba algo); que le taparan el mural que un grupo de muchachos y de chicas habían realizado con el rostro de Jorge en una de las paredes contiguas a la “Canchita de El Tala” y después, finalmente, soportar que los agentes se le rieran en la cara cuando la cruzaban por la calle. Cuenta que la semana pasada, la policía tuvo “la caradurez” de ir hasta su casa, eso sí, y preguntarle si harían algo para el aniversario y ofrecerse para “custodiarla”. Por eso ella dice que a los policías del destacamento de la comuna “los evita”, y “la evitan”, ellos, también, a ella. “Quiero que sepan que no les tenemos miedo, y que yo a mis hijos los cuido, de ellos, que son unos asesinos”.
La abogada a cargo de la causa es del lugar, pero no siempre está en Capilla del Monte, porque viaja con frecuencia por cuestiones laborales. Este cronista intentó conversar con ella pero no la encontró. Tampoco en su teléfono celular. Olga, de todos modos, da su versión de los hechos:
“El médico que acudió a socorrer a Jorge, un tal Moise que llegó del asilo de al lado, donde las enfermeras cuentan que escucharon gritos, me dijo que mi hijo no tenía ninguna marca en el cuello, y que no estaba colgado sino desnudo, boca abajo tirado en el suelo. Después supimos que Jorgito no fue trasladado en una ambulancia de la Policía Judicial sino que… lo detuvieron a las seis de la mañana, pero su abuelo contó luego que desayunó y estuvo con él hasta las diez. Son muchas cosas que no encajan”.

¿Custodios de la ley?
Hay momentos en la vida de una persona en que todo puede transformarse en un infierno. Verse sumergida en un círculo infernal del cual es muy difícil escapar, huir, trazar recorridos alternativos. Olga denuncia en la conversación algo que entre los lugareños es un secreto a voces: que la Policía obliga a los jóvenes a robar para ellos, y que cuando se quieren salir, se les torna muy difícil. “Con mi hijo se les fue la mano. Jorgito tuvo un antes y después de su paso por el Complejo Esperanza. En esos meses previos a que lo mataran estaba viviendo en la casa de una pareja en Capilla. Con el hombre aprendía mecánica, trabajaba en su taller, se hacía de su propio dinero. Y con la mujer aprendía jardinería. Estaba muy contento”. Con estas palabras, y repasando anécdotas que le contaron de su hijo cuando estuvo en el Instituto para menores, Olga desmiente la versión del suicidio. “En el Complejo Esperanza pasó tres meses sin que nadie de la familia podamos visitarlo. No podíamos. Yo tenía que trabajar y no teníamos un mango. Ahí él salvó a otro joven que se quiso suicidar. Si no se mató en ese momento por qué iba a hacerlo cuando todo le estaba saliendo mejor”, agrega, no sin aclarar que su hijo quería denunciar las maniobras ilegales de la policía. Y remata: “es importante que los chicos sepan que no están solos, que si tienen que salir a denunciar algo lo hagan, porque mi hijo no lo hizo y mirá como terminó”.



Un recuerdo
“A Jorgito le gustaban mucho los animales”, cuenta Olga. Y dice que eso era lo mejor de él. Comenta que de niño le gustaba mucho pintar dinosaurios. Y que cuando iba al río regresaba siempre con una iguana o con un pato y sus patitos que lo seguía, que nadie se explicaba como hacía pero que lo seguían. También que los vecinos lo recuerdan mucho. “Yo me di cuenta cuando lo mataron, toda la gente que se acercó, los chicos que se movilizaron. Fue muy fuerte que te toque de cerca, vivir uno eso que se veía en la tele: la policía que mata a los pibes, es horrible, pero la gente está. En Capilla del Monte Jorgito era muy querido, por gente grande, pero sobre todo por los jóvenes”, agrega Olga y cuenta que el día anterior unos vecinos le recordaban cuando Jorge salía de niño a pasear a su cabra en bicicleta. Hace una pausa, sonríe y agrega: “me quedo con esa imagen. Con ese recuerdo lindo”.





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