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domingo, 6 de diciembre de 2015

Frida Kahlo según Camila Sosa Villada

Un posteo al paso


Por Mariano Pacheco 
(@PachecoenMarcha)-




Anoche fui a Documenta a ver “Frida”, de Camila Sosa Villada.
Quedé impresionado, no solo por la actuación, el vestuario, la puesta en escena, sino también por los dotes de cantante de la actriz y directora de la obra. Gran manejo de la voz, y del cuerpo sobre el escenario, y una gran capacidad para abordar una figura que se ha “puesto de moda”. Y ahí, precisamente ahí, es en donde radica la mayor potencia de la pieza. Porque esta versión de Frida Kalo no solo pivotea sobre los modos de sublimación del dolor a través del arte, de las historias de amor y des-amor entre la pintora y Diego Rivera, sino también –sobre todo- de un modo crítico de abordar la historia, pero también el presente de nosotros, l@s  Latinoamerican@s. En la obra aparecen Frida, Rivera (un simpático muñeco de elefante, solo reducido a su cabeza), los ecos de la revolución mexicana de 1910 y la rusa de 1917, pero también, los modos de funcionamiento de la máquina-Frida en la actualidad: el devenir fetiche de su figura. En este sentido aparece también una crítica a la “museificación” de los personajes históricos disruptivos (¿subversivos?). Por ejemplo, Camila se ríe del museo de Frida en México, de los bolsos, y tazas, y remeras, y camisones, y lapiceras, y muñequitas y un largo etcétera de “mercancías-Frida” que circulan hoy en día, y que incluyen hasta un culote y una tanga (tal vez la excepción, no puesta por ella pero sí por este “espectador”, podría ser el libro de la colección “Antiprincesas”, que escribió la compañera Nadia Fink y publicó la editorial Sudestada para librar la “batalla cultural” con l@s más “peques”). La obra también es una crítica a la hipocresía social reinante: esa que se refugia en la “moralidad de las costumbres” para cuestionar la diversidad de opciones sexuales, esa que se refugia en el catolicismo para cuestionar el derecho a decidir sobre el propio cuerpo (por ejemplo, respecto de realizar o no un aborto), esa que rescata a la pintora edulcorando sus posiciones políticas. De allí que no resulte extraño que en un momento de la obra aparezca una bandera roja con la hoz y el martillo estampado en amarillo, símbolo de la teoría y las prácticas que durante todo el siglo XX y parte del XIX, pugnaron por cambiar el mundo y edificar otro nuevo sobre otras bases, donde la explotación del trabajo ajeno y la dominación de unos pocos sobre las grandes mayorías no fuera eje de estructuración de la sociedad. En fin, quienes entienden de teatro seguramente encuentren otros elementos, más ligados a las prácticas escénicas, que pueden rastrearse en la obra. Como también sucede con el grupo Zéppelin, da gusto ir a ver una obra de teatro independiente y encontrarse en la fila a periodistas “del palo” y militantes de los movimientos sociales. Hay algo en este tipo de arte que interpela no solo a quienes suelen ir al teatro, sino también a un público más amplio. Bienvenido sea.


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