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domingo, 9 de octubre de 2016

La risa generosa de Guevara


39 años después de la muerte del comandante Nuestramericano
 

Por Mariano Pacheco



Sea para idolatrarlo desde la nostalgia o para menospreciarlo en nombre de miríadas posmodernas, la figura de Ernesto Guevara, el Comandante Nuestraamericano, suele ser asociada al martirologio, el ascetismo y los afanes sacrificiales.
Tal vez el Che de las canchas de fútbol y los recitales de rock argentino, entonces, estén más cerca de un espíritu rebelde (seguramente no revolucionario, pero quizá más impugnador del orden cultural) que otras supuestas reivindicaciones del Guevara de revoluciones de bronce, y por lo tanto, de mueso.
Suele repararse poco en la sonrisa generosa de Guevara. Sus testimonios, los testimonios de cercanos en torno a su conducta, dan cuenta de una enorme entereza, pero lejos de la imagen que se ha erigido de él -que lo coloca en un nivel de excepcionalidad al que ningún mortal, nunca, llegará a ser capaz de alcanzar-, como un tipo sacrificado al punto que, muchas veces, lo imaginamos como una especie de Cristo sufriente.
Es cierto: está la imagen de su muerte, él tendido sobre una camilla con los ojos abiertos, ya sin vida. Parece Cristo, que va. Pero también hay otros fotogramas en los que Guevara ríe. Luce su uniforme y su boina. Sabemos que descansaba poco y trabajaba mucho. Que asumía múltiples tareas: de trabajo intelectual y manual; de combate y diplomacia; que promovía el trabajo voluntario, que hacía del predicar con el ejemplo un lema inclaudicable. Y sin embargo, a pesar de todo eso (y de su asma), lleva una sonrisa sobre su rostro.
Es cierto, también, que en su texto “Qué debe ser un joven comunista”, hablándole a los jóvenes, el Che les dice: “Ustedes, compañeros, deben ser la vanguardia. Los primeros en los sacrificios que la revolución demande, cualquiera sea la índole de esos sacrificios”. Pero también lo es que existen anécdotas, como esa que aparece en su texto titulado “Sobre la construcción del partido”, en la que Guevara reflexiona sobre un chiste que ha escuchado en Cuba. Un chiste que dice así: “Trabajar horas extras, los domingos trabajo voluntario, sacrificarse por su formación, por predicar con el ejemplo y, por último, estar dispuesto a dar, en cualquier momento, su vida por la revolución. Todo eso para ingresar al partido. Claro, el tipo al que le proponen eso responde que si ésa va a ser su vida en la revolución, encantado, dice, ¡entrega su vida! “¿Para qué la quiero?”. Es raro, porque el comandante toma ese comentario que escuchó. No se enoja, no mira para otro lado. No es un incondicional que sólo escucha lo que le conviene, lo que lo deja tranquilo. No. Toma el chiste y realiza una reflexión. Tal vez, podemos imaginar, también él se ríe de aquel chiste.
Por supuesto, los amantes d ella ortodoxia no se detienen en comentarios como esos, en imágenes jocosas. Es que tal como alguna vez señaló Osvaldo Lamborghini, había (¿hay?), toda una “sanata” de “la cultura sacrificial” de la “izquierda liberal”. Una cultura que llevó a otros escritores, incluso de izquierda, como Julio Cortázar, a decir que descreían de los “revolucionarios de caras largas”, y a escribir, en su novela Rayuela: “y así uno puede reírse, y cree que no está hablando en serio, pero sí se está hablando en serio, la risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra...”. Seguramente Guevara no leyó al filósofo francés Gilles Deleuze, pero nos gusta pensar que es problable que, de haber leído esta frase, consideraría con él: reír, es afirmar la vida”.

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