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sábado, 4 de febrero de 2017

El #4F: 25 años después y la Venezuela Bolivariana



El chavismo sigue siendo el nombre de una inspiración Latinoamericana*

Por Mariano Pacheco


Si bien los orígenes de esta experiencia pueden rastrearse en los inicios de la década del 80 del siglo pasado (en 1983, para el bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar, se conforma el Movimiento Bolivariano Revolucionario, el MBR-200), tal vez el hecho de que su visibilidad primera se deba a un frustrado intento de golpe de Estado, casi una década después (con la sublevación del 4 de febrero de 1992), pueda ayudarnos a entender por qué este movimiento no tuvo eco en el ámbito de las izquierdas latinoamericanas hasta 2002, o incluso después, más allá de que la revuelta popular de 1989, conocida como el “Caracazo”, suela ser contada entre las batallas (de hecho, una de las pioneras) libradas en el continente contra el “Nuevo Orden Mundial”. Seguramente la sombra del “Plan Cóndor” y las huellas de los procesos de Terrorismo de Estado todavía estaban muy frescas en el Cono Sur, como para mirar con buenos ojos el accionar de algún grupo de militares nacionalistas. El hecho es que –la bibliografía al respecto es abundante– el “caso venezolano” fue un poco a contramarcha de ese proceso de dictaduras que partió en dos la historia reciente de nuestros países, dejando a sus espaldas una verdadera fosa de sangre, huesos maltrechos y cadáveres aun sin enterrar.
Con una composición social proveniente mayoritariamente de los sectores populares, muchos de ellos empobrecidos (en la década del 90 los hogares pobres del país llegaron a abarcar el 40% de la población), sin intervenir como en otros sitios de la represión interna y con una formación de los miembros de sus Fuerzas Armadas atravesada por el “profesionalismo” y el tránsito por los claustros universitarios (donde los cuadros militares se familiarizaron con los estudios económicos y políticos, pero también sociológicos y culturales), lejos –muy lejos– de la de sus pares latinoamericanos (cuya formación estuvo centrada en la doctrina promovida por la Escuela de las Américas), la oficialidad joven venezolana creció con un ideal ligado al orgullo nacional de sus ancestros patriotas, en clara contradicción con su realidad más inmediata, signada por un contexto de profundas asimetrías económicas y sociales y una intensa degradación política.
Esta “rareza” puede explicar entonces, en algún punto, por qué recién con el golpe de Estado de abril de 2002 contra el presidente constitucional Hugo Chávez Frías, la experiencia bolivariana aparece como interesante ante la mirada de las izquierdas –sobre todo las “nuevas”–, hasta entonces referenciadas casi exclusivamente con el desarrollo alcanzado en Brasil por el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierras (MST) y los indígenas alzados en armas el 1 de enero de 1994 en las montañas del sures mexicano, cuyos pasamontañas, junto con nombre –Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) –, se transformaron en un emblema, en una marca identitaria de las rebeldías y ansias de transformación política y social de las nuevas camadas de jóvenes militantes de todo el continente.
Por supuesto, con la declaración de diciembre de 2004 junto a Fidel Castro, donde se lanza la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), el rol del “chavismo” en las batallas contra el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y la posterior asunción de la Revolución Bolivariana como socialista (además de nacionalista-anti-imperialista), este proceso se acentúa, al punto de colocarse –Venezuela– a la cabeza de las referencias continentales.

Genealogías
El chavismo (el propio Chávez) fue un verdadero hacedor en el trazado de genealogías. Basta recordar la historia, relatada por el propio Chávez, en la que cuenta cómo su bisabuelo pasa de ser un bandido que huía de la autoridad, a prácticamente un héroe de la independencia, todo mediante una investigación que él mismo realiza para desmentir las versiones que circulaban en su familia. El chavismo como movimiento, desde el vamos, buscó tender puentes entre la experiencia que comenzaban a transitar, con figuras de la talla de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora.
“Que los pueblos se gobernasen por sí mismos” (Bolívar), que “aprendan a gobernarse por sí mismos” (Rodríguez) y “Tierras y hombres libres; elección popular; horror a la oligarquía” (Zamora), son lemas que el chavismo supo encontrar en la historia nacional, y ponerlos a jugar en nuevas coyunturas, en esa operación típicamente benjaminiana, tan frecuentemente repetida, que sostiene que “un secreto compromiso de encuentro” se teje entre las generaciones del pasado y las actuales. “¿Acaso no nos roza, a nosotros también, una ráfaga del aire que envolvía a los de antes? ¿Acaso en las voces a las que prestamos oído no resuena el eco de otras voces que dejaron de sonar?”, se preguntaba Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia. Siguiendo al autor de “La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica”, podemos decir entonces que la valentía y el humor, la confianza en sí mismo están presentes en la lucha de clases de modo tal que ponen en cuestión “los triunfos que alguna vez favorecieron a los dominadores”, porque “quienes dominan en cada caso son los herederos de todos los que vencieron alguna vez”. Valentía, humor y confianza en sí mismo que Chávez supo cultivar en vida, y que hoy se presenta como legado en el chavismo, es decir, en el pueblo venezolano encolumnado para sostener, defender y profundizar la Revolución Bolivariana.
Por supuesto, no es por afán historicista que Chávez apeló, y hoy el chavismo sigue apelando, a esas figuras y momentos clave del pasado nacional. Se sabe: rescatar una historia tiene sentido si sirve para poder interrumpir el andar y mirar hacia atrás, para tomar aliento y continuar con la marcha. Entonces, si sirve, poner el foco en que lo grande que alguna vez ha existido para pensar que puede existir otra vez, sean los momentos de la independencia o los mejores tramos del chavismo. La nostalgia chavista, la idolatría chavista, puede asimismo ser el peor enemigo del chavismo, en tanto apuesta por una revolucionar de manera permanente el proceso bolivariano. Entonces, junto con una consideración monumental de la historia, una “consideración crítica de la historia”, esa que de tanto en tanto toma el martillo para despedazar el pasado, porque todo lo que fue, también, en algún punto, merece ser sentenciado: disolución del ayer por la fuerza, dejando espacio para la invención en el presente. 

*Extracto del ensayo “El chavismo es el nombre de una inspiración Latinoamericana”, publicado en el libro Chavismo por argentin@s (editorial El perro y la rana, Caracas, 2016, versión digital).

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