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martes, 21 de marzo de 2017

Las paradojas de Rodolfo Walsh


A 40 años de su caída en combate: un homenaje del periódico Resumen Latinoamericano

Por Mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)


Resulta paradójico, pero poblado de paradojas está la historia argentina. Rodolfo Walsh, un escritor abiertamente anti-peronista, terminó siendo quien escribió los textos más relevantes del peronismo: la investigación-denuncia-testimonio Operación Masacre, el cuento “Esa mujer” y el epitafio que puede leerse en la tapa del diario Noticias del 2 de julio de 1974, cuando se anuncia la muerte de Juan Domingo Perón.
¿Cómo se produjo este viraje? ¿Cómo pasó Walsh de escribir un texto con simpatías hacia uno de los aviadores que arrojó bombas sobre la Plaza de Mayo en junio de 1955 (“2-0-12 no vuelve”) a morir siendo un cuadro de la organización guerrillera peronista más poderosa del país? Este viraje solo puede entenderse realizando un recorrido por su vida y por su obra, desarrolladas en un contexto histórico muy particular, que llevó al peronismo del poder a la resistencia, y a muchos hijos de “gorilas” a integrar las nuevas camadas del peronismo, un cuarto de siglo después de que los descamisados parieran este movimiento. La “rareza” de Walsh, de todos modos, radica en que (aunque no sea el único) es de los pocos de su generación que ya tenían madurez cívica cuando Juan Domingo Perón fue rescatado de la Isla Martín García. Es decir, que su peronización no tiene que ver con un movimiento generacional de “parricidio” (los hijos de gorilas que asesinan simbólicamente a sus padres), sino con un proceso de politización que lo llevarán a cambiar sus puntos de vista respecto de la política nacional y sumarse –con avanzada edad– a un movimiento al cual no adscribió en sus años de juventud.
Tan paradójico es este peronismo de Rodolfo Walsh, que él –que tardó 15 años en pasar del mero nacionalismo hacia la izquierda, como alguna vez declaró-, que se hizo peronista puteando a Perón –cuando “El viejo” enterró la experiencia de la CGT de los Argentinos, cuyo semanario él dirigió-, terminó recomendando que Montoneros se “recostara” en el peronismo, cuando la organización había decidido pasar a ser un partido marxista. “Las masas no se repliegan hacia el vacío, sino al terreno malo pero conocido, hacia relaciones que dominan, hacia prácticas comunes, en definitiva hacia su propia historia, su propia cultura y su propia psicología, o sea los componentes de su identidad social y política”, argumentaba en los escritos en que polemiza con la Conducción Nacional de Montoneros. También decía, en esos documentos escritos en el momento más crudo del terrorismo de Estado, que uno de los problemas que tenían los militantes montoneros era “déficit de historicidad”. Es decir, que estudiaban poco la historia argentina.
Hoy, cuando Walsh pasó a ser un emblema, resulta a veces complejo aceptar el desafío de asumir el legado de su figura, de su obra. Cuando un hombre, cuando un nombre, cuando una imagen se sacralizan, pierden su potencial transformador. Eso tiene de jodida la tradición: impone el pasado como autoridad.
Hoy, cuando tantos jóvenes asumen tan acríticamente el peronismo, muchas veces colocan la cara de Perón junto a la Walsh. Convendría leer más su obra y usar menos su rostro y algunas de sus frases aisladas en remeras, calcos, imanes. Para que sus palabras no sean letra muerta sobre un papel, sino insumos para inspirar nuevas rebeldías, esas que Walsh vislumbró en el peronismo en un momento histórico determinado. Momento histórico y peronismo que la última dictadura barrieron para siempre.
Rebeldías que ya entonces anidaban junto a ese otro peronismo, el de la Triple A (la temeraria Alianza Anticomunista Argentina), esa que el propio Walsh calificó como un adelanto del genocidio perpetrado por las Tres Armas.
Rebeldías, esas tan necesarias para cuestionar lo dado, y abrir paso a nuevos horizontes.

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