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sábado, 4 de marzo de 2017

Reseña de Realismo capitalista, de Mark Fisher


Libros para el cambio social


Por Mariano Pacheco


Podríamos pensar todo Realismo capitalista. ¿No hay una alternativa? a partir de una pregunta que ronda dispersa por el texto y que solo por momentos se hace explícita: ¿que pasa con una sociedad cuya juventud ya no es capaz de producir sorpresas? 

 
Publicado a mediados del año pasado por la editorial argentina Caja negra, este primer libro del recientemente fallecido escritor y crítico británico Mark Fisher pone crudamente sobre la mesa ese angustiante interrogante, que va de la mano de este otro: ¿cuánto tiempo puede subsistir una cultura sin el aporte de lo nuevo?
Con un interesante vaivén entre lo que podríamos denominar más clásicamente una “mirada marxista” y los aportes de otros teóricos críticos que bordean creativamente aquella tradición (Foucault, Badiou, Zizek –mucho Zizek--), Fisher acude al término “realismo capitalista” para designar el marco ideológico de la época, esta que transitamos –con sus idas y vueltas- desde la caída del muro de Berlín. El autor toma de Fedric Jameson una frase devastadora, a partir de la cual enhebra una serie de reflexiones: “hoy parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.
Marco teórico y reflexión sagaz se cruzan en este libro con una suerte de sociología de la vida cotidiana y, sobre todo, con un cruce fructífero entre lo que cualquier marxista clásico llamaría los aspectos materiales de la vida y sus dimensiones culturales. Así, están presentes los rasgos que hacen a la precarización de la vida en la fase actual del capitalismo, pero también la gerencialización de la vida política, la cultura del consumo desmedido, la crisis de la educación (ir a al escuela para luego conseguir el mismo “McEmpleo” que se hubiese conseguido de abandonar el camino escolar), el estrés y el consumo de psicofármacos (que Fisher saca todo el tiempo de la esfera individual para resituarla en la social, preguntándose cómo puede ser que tanta gente, y sobre todo tantos jóvenes, tengas padecimientos de este tipo), la pulsión por la sobreinformación y el instantaneismo que promueven las redes sociales virtuales (“los adolescentes tienen la capacidad de procesar los datos cargados de imágenes del capital sin ninguna necesidad de leer: el simple reconocimiento de slóganes es suficiente para navegar el plano informativo de la red, el celular y la tv”. Por todo esto, sostiene, el realismo capitalista “no puede limitarse al arte o al modo casi propogandístico en el que funciona la publicidad. Es algo más parecido a una atmósfera general que condiciona no solo la producción de cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación, y que actúa como una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuinos”).
Lo interesante es que Fisher no solo piensa los problemas de su generación y los conecta con sus antecesores (nació en el 68, el año del Mayo Francés”, se hizo adulto cuando el “socialismo real” comenzó a caerse a pedazos), sino que intenta pensar la de los que llegaron después, y recién están dando sus pasos hacia la edad de la razón. “Para la mayor parte de los quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte d ellos pensable”. De allí que diferencia a los jóvenes de ahora de los de apenas hace unos años. “En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, todos rastreados, vendidos y comprados de ante mano”, sentencia al escribir sobre la experiencia de la banda Nirvana.
Con una apelación insistente a ejemplos cinematográficos, Fisher trata de pensar la época no solo para denunciarla sino para enfrentarla. Y si bien tomo como un bloque el proceso histórico que va desde fines del siglo pasado hasta nuestros días, pone especial énfasis en la crisis de 2008, porque detecta que ahí se produjo que la desintegración del sistema bancario se tornó “impensable”. De allí el salvataje del Estado, ante lo cual caracteriza que produjo “el colapso del marco conceptual que proveyó de cobertura ideológica a la acumulación capitalista desde la década del 70”. Y concluye: “con los rescates a los bancos el neoliberalismo se desacreditó totalmente”.
De todos modos, y a diferencia de muchos periodistas, cientistas sociales y críticos culturales de nuestros días, Fhister busca restituir cierta idea de totalidad en la cual conectar los efectos que se padecen en el día a día con sus causas estructurales, con la única causa sistémica: el capital. Este “izquierdismo”, que para muchos puede sonar un tanto clásico, se entrelaza de todos modos con algunos tramos propositivos, en los que argumenta que es necesario que las izquierdas puedan desear algo más que un “Estado grande”. Para esto, insiste, es necesario “resucitar el concepto de voluntad general, revivir y modernizar la idea de que el espacio público no se reduce a un agregado de individuos con intereses particulares”.
Ante esa suerte de asfixia que provoca la descripción del “realismo capitalista”, el autor introduce el interrogante sobre las posibilidades de emergencia de un nuevo sujeto político. Si bien no ofrece muchas pistas al respecto, me quedo para terminar con estas palabras que Fisher escribe en un tramo de su libro:
Tal y como han afirmado muchísimos teóricos radicales, , desde Brecht hasta Foucault y Badiou, la política emancipatoria nos pide que destruyamos la apariencia de todo ´orden natural´, que rebelemos que lo que se presenta como necesario e inevitable no es más que mera contingencia y, al mismo tiempo, que lo que se presenta como imposible se rebele accesible. Es bueno recordar que lo que hoy consideramos ´realista´ alguna vez fue ´imposible´”.

*Nota publicada en el sitio web del periódico Resumen Latinoamericano.

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