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domingo, 8 de octubre de 2017

Ernesto lector; Guevara escritor. Retomando algunas hipótesis de Ricardo Piglia


A 50 AÑOS DE SU ASESINATO


Por Mariano Pacheco*



La lectura funciona como un modelo general de construcción del sentido”
Ricardo Piglia


En su ensayo titulado “Ernesto Guevara, rastros de lectura”, publicado en su libro El último lector, Ricardo Piglia arroja una hipótesis que quisiéramos rescatar aquí, un poco en homenaje al Che, y otro poco a ese lúcido lector, escritor y militante del pensamiento crítico que fue el propio Piglia. La hipótesis en cuestión, presente en el texto mencionado que recomendamos leer, sostiene que hay, en la vida de guevara, una “serie de larga duración” que recorre su existencia más allá de los cambios bruscos, las metamorfosis, las transformaciones: una persistencia, la lectura.

LA LECTURA
La lectura como serie de larga duración es propuesta en este ensayo a partir de cinco escenas de lectura. La primera es la de “Ernestito”: junto a su madre, en su casa, el niño aprende a leer en una escena privada que le impone sus condiciones adversas de salud. La segunda es la de “Ernesto”, el joven que le escribe a su padre en una carta del 21 de enero de 1947: “tengo doscientos de sueldo y casa, de modo que mis gastos son en comer y comprar libros con que distraerme”. La tercera es en el momento de transición hacia ser el Che, o más bien, el momento en que Ernesto pasa a ser el Che. Guevara, escribe Piglia, es alguien “que encuentra en una escena leída un modelo ético, un modelo de conducta, la forma pura de la experiencia”. Y para ejemplificar lo que escribe, Piglia recuerda que en sus Pasajes de la guerra revolucionaria el Che cuenta que, en un momento en que cree que va a morir, recuerda “Hacer un fuego”, cuento de Jack London en donde un personaje se dispone a “morir con dignidad” cuando descubre que se encuentra ya frente al final. “Se trata de un momento de gran condensación”, insiste Piglia, quien da cuenta del “quijotismo de Guevara”: “la vida se completa con un sentido que se toma de lo que se ha leído” (sus compañeros de la lucha en Sierra maestra recuerdan que él se tendía a leer cuando en una pausa todos se tiraban a dormir). La cuarta escena pertenece al Congo, cuando Guevara escribe en su diario de la guerrilla: “el hecho de que me escape para leer, huyendo así de los problemas cotidianos, tendía a alejarme del contacto con los hombres” (la lectura como adicción, junto con el tabaco). La quinta escena, finalmente (la más conocida), remite a la famosa fotografía de Guevara en Bolivía, sentado en la rama de un árbol, leyendo. “Guevara lee al interior de una experiencia, hace una pausa”, relata Piglia, quien recuerda que Régis Debray contó que la primera caída del grupo guerrillero en Bolivia fue una pequeña biblioteca que habían montado en una gruta junto con una reserva de víveres. De allí el contraste que señala Piglia: mientras el principio de la guerrilla presupone movilidad (y por lo tanto liviandad), Guevara marcha con el peso de sus libros, y el portafolios donde guarda el diario de campaña que va escribiendo. Imagen que abre la puerta a la serie de la escritura.

LA ESCRITURA
De la mano de lectura, entonces, la escritura… y los viajes.
Piglia da cuenta de un fenómeno: Guevara empieza por escribir informes de lo que ha leído, y luego, cartas a sus familiares (porque se encuentra lejos, viajando), y los diarios de sus recorridos. “Entre 1945 y 1967 escribe un diario: el diario de los viajes que hace de joven cuando recorre América, el diario de la campaña en Sierra Maestra, el diario de la campaña del Congo, el diario de Bolivia”, escribe Piglia, quien recuerda la aspiración del joven Guevara por ser escritor (“en aquel tiempo yo pensaba que ser un escritor era el máximo título al que se podía aspirar”, escribió a Ernesto Sábato tras el triunfo de la revolución en Cuba). Pero primero una intuición: para escribir hay, primero, que viajar, tener una experiencia para luego poder escribirla. “Hay que convertirse en escritor fuera del circuito de la literatura. Sólo los libros y la vida. Ir a la vida (con los libros en la mochila) y volver para escribir (si se puede volver)”, relata Piglia, que a su vez subraya: “el Guevara que va al camino y escribe un diario no se puede asimilar ni al turista ni al viajero en el sentido clásico. Se trata, antes que nada, de un intento de definir la identidad; el sujeto se construye en el viaje; viaja para transformarse en otro”.
Pasaje de un sujeto a otro que puede rastrearse siguiendo el itinerario de sus primeros viajes: ajeno al turismo y al dinero, convive con la pobreza, descubre nuevas lecturas, “lee” ciertos tipos sociales (linyera, desclazado, marginal, leproso, pero también minero, campesino, indígena sudamericano). “El viaje se convierte en una experiencia médico-social que confirma lo que se ha leído o, mejor aún, que exige un cambio en el registro de las lecturas para descifrar el sentido de los síntomas”, remata Piglia.
Ernesto lector, entonces; y Guevara escritor rescatado por el autor de Respiración artificial, quien no aborda en “Rastros de lectura” los textos de análisis escritor por el Che, que dan cuenta asimismo de una preocupación que va desde la lectura de textos de literatura como un modo de amplificar la capacidad de imaginación hasta la escritura de la propia experiencia, pasando por la reflexión crítica sobre el mundo que se habita, las luchas que se libran por transformarlo y los desafíos del mundo nuevo que se pretende construir. Ernesto Che Guevara también, entonces, como hacedor del pensamiento crítico Latinoamericano, cuyos textos no pueden sino ser sumados a las bibliotecas construidas o por construir, armas de la crítica fundamentales para cuestionar lo dado.

* La luna con gatillo/Resumen Latinoamericano.

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