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jueves, 7 de diciembre de 2017

LOS AÑOS CÍNICOS-

#BastadePerseguir; #SinPoderPopularNoHayJusticiaSocial

 Por Mariano Pacheco 
(@PachecoenMarcha)



A poco de conmemorarse el segundo año en la gestión del Estado Nacional, ya podemos empezar a hablar de "los años cínicos" de la Alianza Cambiemos.
Las noticias del día son sombrías: a las detenciones de Milagro Sala y las tupakeras en Jujuy, y de Facundo Jones Huala en la Patagonia se le suman ahora la detención de Luis D'Lia, más en la línea de "preso por kirchnrista" que de preso por liderar la protesta social, pero no deja de ser un golpe simbólico a las organizaciones que parieron la resistencia al neoliberalismo, con todas las diferencias que podamos tener (no olvido las ganas de partirle la cabeza de un botellazo al gordo cuando salió a boquear tras el asesinato de Darío y Maxi).
Hace uno días decíamos que Cambiemos apostaba al "cocoliche" para demonizar y reactualizar la teoría de --vaya la redundancia-- los dos demonios, ahora recargada. La operación consiste en poner la etiqueta de Mapuche-terrorista/kichnerista/izquierda/derechos humanos a toda tendencia disidente de la sociedad.
Al pedido de desafuero de CFK por parte de el juez federal Claudio Bonadío (una ex presidenta electa senadora por el voto popular) se le suma el arresto en la madrugada de Carlos Zannini y Luis D'Elía (previo aviso a los mass media para captar las imágenes y montar el circo) y el procesamiento (sin prisión preventiva), del ex secretario General de la Presidencia Oscar Parrilli y del diputado y dirigente de La Cámpora Andrés Larroque.
"Bonadio avanzó en la denuncia del fiscal fallecido Nisman, que acusó la firma del Memorándum con Irán como traición a la patria", puede leerse en los diarios de hoy.

***
 
SABEMOS: CON ESTA DEMOCRACIA (DE LA DERROTA), NO SE CURA, NI SE COME, NI SE EDUCA. Pero las construcciones de autonomía y poder popular encuentran un ecosistema menos hostil para desarrollarse en la medida en que el estado de derecho tiene cierta vigencia. Sino, es el combate abierto, pero no el elegido por propia decisión en un momento determinado sino el impuesto por las altas esferas del poder, en una clara asimetría de fuerzas.
Está circulando para hoy una convocatoria a marchar a Plaza de Mayo, desde las 18 horas.
La avanzada mediático-judicial-política de las fuerzas diabólicas que ya golpearon a la puerta tiene que encontrarnos con capacidad de autodefensa, es decir, de gestar las prácticas necesarias para afectivizar un cuidado de sí colectivo, que priorice la UNIDAD en las calles sin esquivar la POLÉMICA DE IDEAS.
CONSTRUIR LA BARRERA DE CONTENCIÓN A LA OFENSIVA CONSERVADORA ACTUAL REQUIERE DE UNIDAD, PERO TAMBIÉN DE DEBATE PARA QUE SE NO PRETENDA QUE EL FRENO CONJUNTO A UN ENEMIGO COMÚN DILUYA LAS DIFERENCIAS.
Queremos defender los elementos garantistas presentes en el estado de derecho de estas democracias parlamentarias, representativas, y a la vez, queremos discutir la reducción del protagonismo popular a la representación y de la política a la gestión.

martes, 5 de diciembre de 2017

Reseña de “Sublunar", de Javier Trímboli (Cuarenta Ríos)


Entre el kirchnerismo y la revolución 


Por Mariano Pacheco 
(La luna con gatillo)


Rarísimo, por decirle de algún modo, lo que pasó en al historia del 2001 al 2015”.



Resulta interesante ver la operación de lectura que hace el historiador Javier Trímboli para comenzar su Sublunar: revisitar el emblemático número 7-8 de la revista Contorno para intentar ver qué pensaron los intelectuales de izquierda sobre el peronismo tras su derrocamiento, momento complejo por tratarse de advenimiento de la Revolución Libertadora (La Fusiladora, según Rodolfo Walsh). Lo interesante viene no tanto del hecho de que la situación post 1955 sea parecida a la post 2015 (el kirchnerismo no fue derrocado, perdió las elecciones; y la fuerza que conduce Cristina Fernández de Kirchner no promovió hasta el momento ningún proceso de resistencia popular a la restauración conservadora que se impuso) sino más bien porque hace algo que desde el kirchnerismo se supo hacer poco o no se hizo: situarse dentro de la historia. Resulta paradójico tratándose de un espacio que hizo de la historia el lugar de inspiración para nombrar muchas de sus agrupaciones.

Con buen tino, durante los años del kirchnerismo en el gobierno nacional a nadie se le ocurrió hablar de revolución”, escribe Trímboli mientras da el visto bueno a un antiguo compañero de ruta devenido funcionario amarillo que sostiene que en la actualidad quienes están pasándola mal (en términos políticos, no de calidad de vida) son quienes creen que el kirchnerismo “hizo una revolución” y, por lo tanto, piensan que “desde el 10 de diciembre viven una contrarrevolución”.



Diferencia y repetición

¿Puede hablarse de un proceso de contrarrevolución sin un momento previo de revolución? Capaz que sí, al menos si se piensa históricamente 2003, es decir, si se asume que no hay 25 de mayo sin 20 de diciembre. Contra todo el sentido común kirchnerista, Trímboli no coloca a 2003 en serie con 1973 y la fecha fundacional del kirchnerismo se presenta contaminada con la presencia de 2001. No es que 2001 haya implicado un momento revolucionario -no al menos en los términos clásicos- pero sí en tanto que las jornadas de diciembre habilitaron a repensar nuevamente qué entendíamos por política. Así al menos lo subrayó en su momento Raúl Cerdeiras desde las páginas de la revista Acontecimiento, publicación que Trímboli recupera, en su labor de genealogista, junto con los textos del Colectivo Situaciones y la revista La escena contemporánea. El 2003 en serie con el 2001  y las jornadas del 19 y 20 en serie con el proceso previo, al menos el que va desde Cutral Có hasta Puente Pueyrredón (1996-2002). La emergencia de los nuevos movimientos sociales en Argentina y el zapatismo en México, y toda una “sensibilidad anarquista” que recorre el mundo.

En los años del neoliberalismo los reflejos salieron a relucir para entremezclarse y sostener lo que quedaba de la revolución, cuando maltrecha no quería acomodarse del todo”.

En la coyuntura 2001, nos recuerda Trímboli, sin que se hablara de comunismo “se intentó pensar otra cosa” y esa otra cosa, por otra parte “sostenida en condiciones de vida y prácticas que lo hacían posible; y también señalaban sus límites”.

¿Qué pasó en 2001, entonces? La pregunta no deja de interpelar(nos).

Sublunar no sentencia al respecto y tal vez allí radique una de sus grandes virtudes, porque abre -o vuelve a recordarnos- algunos interrogantes que ante el cambio de coyuntura política se vuelven centrales. En este sentido no es un libro para la tribuna. Mucho menos para las sectas (o los aduladores de posiciones sectarias). Situación que no quita que Trímboli se posicione, como lo hizo cuando fue funcionario del Ministerio de Educación durante las gestiones de Néstor y Cristina.

Su ensayo es a la vez un testimonio singular de cómo vivió la “década ganada” -en términos subjetivos, políticos- y un intento por pensar esos años por fuera de la mito-manía. De allí que caracterice a “los años kirchneristas” como una experiencia “apenas reparadora, tibiamente redistributiva” pero con gran capacidad para leer la época. Y como si se propusiera abrir un diálogo, una polémica con las experiencias y la biblioteca autonomista -que cita asiduamente-, plantea: “tanto en 2009 como hoy dan ganas de conversar sobre las chances que había -si había alguna- para que en 2003 el antagonismo se siguiera expresando como movimiento de masas e incidiera en la sociedad”. Trímboli lo dice a propósito de algunos textos escritos por este cronista, así como por otros publicados por Diego Stulwark; pregunta ante la que él y tanto otros ensayaron una respuesta, presente en este libro bajo el modo de “fascinación” por la presencia de un Estado ante la tarea reparadora que se avecinaba.



Rearticulación temporal

La hipótesis central del libro ronda en torno a quienes que el kirchnerismo supo atraer y articular, definidos como aquellos que “habían estado bajo el signo de la revolución”. Sean porque la vivieron, es decir, porque fueron parte de la generación que quiso gestarla, sea porque crecieron bajo su sombra (la de la derrota de aquellas apuestas). Una derrota imposible de ser pensada en clave y perspectiva actual. De allí que Trímboli afirme:

Sólo al aceptar la derrota, pero al hacerlo con incomodidad y disgusto, se podía apreciar el pasaje de la revolución a la reparación no como maniobra distractiva de lo verdaderamente importante, tampoco como traición”. Reflexión a la que puede agregarse la siguiente: “imposible no observar que de la revolución a la reparación hay un largo camino, una indisimulable diferencia. Para que una tarea como esta -¿reformista?- nos convocara, además del agotamiento de la revolución en tanto meta y tarea, pasó la experiencia misma de ese largo maltrato, de esa sostenida ofensiva que se había padecido”.

Es en este sentido que para el autor el kirchnerismo tenga en su haber el hecho de haber podido articular tiempos generacionales largamente desarticulados y hacer que “por fin” coincidieran. Por eso la voz de Trímboli pasa de una oración a otra del singular al plural; porque ante ese llamado acudió él como tantos otros que se vieron convocados “en serio” por primera vez, por la política sublunar.

Ya se ha dicho algo respecto de 2001, ¿pero qué pasó con el kirchnerismo? Trímboli propone una lectura de algunos momentos fundamentales de la “década ganada”. Así, sobre la coyuntura 2008 el autor afirma que el campo supo entonces “articular una amplia oposición que aglutinó a los desafectados con los gobiernos kirchneristas”. Y agrega: “a la par, esa fuerza social desposeída, que había logrado hacerse escuchar y en un instante, sin percibirlo, también atemorizar y por lo tanto afectar a los intereses acomodados, se encontraba en otra situación, desactivada”. Imagen que puede ser leída con otra, ya hacia el final del ciclo largo de gestión del Estado (en el medio: los festejos del Bicentenrio; la coyuntura inmediatamente posterior a la muerte de Néstor; el 54% de los votos obtenidos en las elecciones generales de 2011). “Nuestra imagen de la multitud herida es incompleta, además de porteña, más de clase media, flamante y recompuesta”. Lo dice a propósito del 9 de diciembre de 2015, la fiesta de despedida de CFK mientras en Jujuy, seguramente, la Túpac Amaru estaría organizando ya el acampe que días más tarde culminaría con la detención de su principal referente: Milagro Sala.



Pensamiento crítico, TV y “batalla cultural”

Ya hacia el final de las intensas 164 páginas que tiene el libro, Trímboli se mete con una discusión que, a los ojos de este cornista, hoy resulta fundamental no sólo para los compañeros de ruta que uno puede encontrar en eso que ha dado en llamarse kirchnerismo sino también para todos los que nos encontramos de este lado de la barricada. Me refiero a la cuestión de la batalla cultural en un sentido amplio.

En primer lugar, cabe destacar la cuestión de la televisión, que junto al boom de las redes sociales virtuales se ha convertido en el tema respecto de las subjetividades hoy en día.

En 2004, al trabajar con maestros y profesores, concebimos que la televisión era un problema en sí mismo, basura por entero que había que tirar por la ventana de los hoteles” escribe Trímboli en una suerte de honestidad brutal. Sin embargo, reflexiona que tras la aparición de “un puñado de programas de la TV pública” y otros de Canal Encuentro, les hicieron ver que la “divina TV Fuhrer” tenía chances de convertirse en otra cosa. Allí se dispusieron a librar cierta lucha al interior de esos medios. “Encuentro y Paka Paka fueron el principal vector de masas, mucho más importante que cualquier libro, incluso los que, a tono con los tiempos, se llamaron de divulgación”.

El autor caracteriza así que esta serie de intervenciones, que se podrían simbolizar en el personaje de Zamba, fue la “alianza más complicada y necesaria” que produjo el kirchnerismo para constituirse. “A él y a su multitud”, agrega Trímboli.

¿Batalla insuficiente? ¿No alcanzaron Paka Paka, Carta Abierta, 678, Página/12, el Grupo 23 y la larga lista que podríamos agregar?

Se podría pensar que el kirchnerismo amortiguó y le puso malla a lo más salvaje del mercado y del capitalismo financiero a través del Estado, pero parece más atinado decir que lo suyo fue un desvío inevitablemente momentáneo” afirma el autor de Sublunar, quien polemiza con extraños pero también con los propios, como Eduardo Rinesi o los que como él -según Trímboli- cargan en la cuenta del Estado más de aquello que desde una perspectiva transformadora se podría. Es decir, para quienes le piden al Estado más de lo que un Estado puede dar. Cuestión central a pensar, sobre todo si tenemos en cuenta los modelos (de “desarrollo”) propios de los progresismos Latinoamericanos.

Para ello Trímboli cita al mismísimo vicepresidente de Bolivia:

¿Cómo acompañar a la redistribución de la riqueza, a la ampliación de la capacidad de consumo, a la ampliación de la satisfacción material de los trabajadores con un nuevo sentido común?”. Y agrega Álvaro García Linera: “el socialismo no se construye por decreto ni por deseo, se construye por el movimiento real de la sociedad”. Reflexión a la que Trímboli le suma:

El movimiento de nuestras sociedades, o limitémonos a la Argentina, fue el de la época, consumista, productivista, con las inmersiones de política e ideología que la acompañaron hasta ahí”. Ausencia de norte transformador, entonces, más allá de los cambios de la década.

Hubo una renuncia a avanzar por este camino de la reflexión que de por sí es un camino político”, agrega Trímboli, para quien ni el debate que despertó la Ley de medios y otras iniciativas similares suplieron “la falta de reflexiones y definiciones sobre la sociedad que se quería construir” (socialismo o al menos transición desde el capitalismo hacia otra cosa, aclara luego).

Y otra vez la constelación de imágenes. El pasado y el presente que se entrecruzan. La actualidad junto con las reflexiones de mediana y larga duración. El auge de masas del movimiento popular en Argentina que se abre con el Cordobazo y que dura por lo menos hasta el retorno de Perón; el ciclo 2001-2015. El contraste es claro no sólo por las prácticas de un período y otro, sino también por algo tal vez más fundamental: mientras la lucha de calles de los años 70 se vio acompañada por una agitación de ideas (que no cesó de imaginar y nombrar aquello que se quería alcanzar socialmente), la primera década y media del siglo XXI careció de una reflexión profunda. “Incluso podríamos preguntar qué es la reflexión teórica o en qué se convierte cuando no hay objetivo estratégico”, apunta Trímboli.

Así llegamos al tramo final de Sublunar. Ya no aparecen los contornistas, ni los intelectuales setentistas, ni el peronismo. Aparecen Macri y Sarmiento. El eterno retorno o, tal vez, la pasión historiográfica puesta en juego por fuera de las rejas de la prisión de las lógicas académicas.

Funcionario de Estado, profesor universitario, Javier Trímboli logra sin embargo construir un ensayo en donde la biblioteca amplia y diversa que tiene se pone en juego no sólo en el intento de sostener la rigurosidad de lo que dice sino también en la composición formal del texto. No parece casual entonces la cita de Sarmiento: hombre político, teórico, escritor inclasificable.

Ir al fondo de la historia nacional, entonces, y a los cruces de género para poder escribir hoy y contribuir a la reflexión sobre la Argentina contemporánea.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Reseña de Antonio, de Guillermo Saccomanno (Seix Barral)


Dal Maseto y la literatura como oficio y cada libro como un nuevo territorio a conquistar

Por Mariano Pacheco 
(La luna con gatillo)


Un hombre se encuentra caminando solo, por el bosque y la playa, mientras conversa con su amigo muerto. La escena, repetida por días, se transforma en punto de partida de este relato que Guillermo Saccomanno le dedica a Antonio Dal Masetto, el “pequeño Giotto”, a quien reconoce como su maestro: “hablo de tu influencia, ese ejercicio pudoroso de lo pedagógico en la amistad que puede haber entre un maestro y su discípulo”.
Saccomanno habla de su amigo-maestro recientemente fallecido y, en esa conversación-monólogo reconstruye su vida –la de Antonio-, pero también la suya, y ciertos trayectos compartidos.
“Debe haber sido a mediados de los 80. Te veía a veces en una fonda del Bajo. Una noche me animé a acercarme a tu mesa, te acerqué un ejemplar de mi primera novela… Parabas en esa zona, el Bajo. Los bares donde se juntaban marginales, yiros, artistas, viejos melancólicos”.

Por prepotencia de trabajo
Por Saccomanno nos enteramos de la infancia de Dal Maseto, una coyuntura en donde en Italia mandan los fascistas y reina la guerra. Un padre obrero que desafía el toque de queda para no dormir en la fábrica y poder retornar a su casa. El autor de Antonio logra captar toda la sencibilidad del mundo que rodea a Giotto, lejos de cualquier pretensión de heroicidad. Así leemos: “Vuelve esquivando los tiros. No le importan. Cualquiera puede pensarse que es un valiente, uno que se arriesga por la resistencia. Pero no. Es un montañés tozudo. Su única razón es que quiere dormir en su cama”.
También nos enteramos por Saccomanno que primero el padre y un tío de Antonio vinieron para este continente a trabajar en una carnicería, y más tarde él, con su madre y una hermana. Qué Giotto trocó los zapatos por las alpargatas; que comenzó a trabajar en el reparto del negocio familiar; que hacerse entender en un nuevo idioma fue uno de los mayores desafíos. Y del comienzo de todo el mundo que rodea al Dal Maseto escritor también nos enteramos: “a veces, de noche, en la llanura, en esa casa baja, una luz permanece encendida. Sos ese pibe que lee hasta que el gallo cante”.
El pibe se hace adolescente y migra a la gran ciudad. Tiene 17 años, llega en micro al barrio porteño de Once con unos pocos pesos, se instala en una pensión y comienza a trabajar en una tienda (enrolla las telas que despliegan las clientas). “Desde entonces trabajaste sin parar. De cualquier cosa. Lo que vos querías era pintar, pero dónde ibas a guardar un caballete, los cuadernos, las paletas, los pomos, los pinceles. Ser pintor era caro. Entonces agarraste un cuadernito y empezaste a escribir”.

La escritura como oficio
Cuando las dictaduras golpearon sobre el cuerpo social, y por ende también sobre el ambiente literario, Antonio interrumpió la escritura (con excepción de palabras sueltas escritas en papelitos que, guardados en una caja, años más tarde se constituyeron en la materia prima con la que construirá una nueva novela) y volvió al trabajo manual: pintar paredes, por ejemplo.
En el medio, la escritura entendida como oficio, lejos de cualquier idea romántica de inspiración.
Escribir una novela, escribir para un diario o una revista, lo mismo da. Lo importante es captar la singularidad del acontecimiento escritura, las potencialidades que se despliegan en el movimiento de las manos sobre un cuaderno o una máquina de escribir.
Dal Maseto participó de Eco contemporáneo, junto con Miguel Grinberg y Jorge Di Paola, revista que contó con el apoyo –entre otros-- de Julio Cortázar. También –de la mano de Miguel Briante-- trabajó en Confirmando, donde trabó amistad con Osvaldo Soriano. Años más tarde publicó columnas en el diario Tiempo argentino. “Empezando el 2000, dejás de escribir contratapas. Vas al diario, anunciás tu retirada. Tus textos de los martes ya son un clásico, se recopilaron en libros. No puedo seguir. Son más de diez años. Uno debe darse cuenta cuando se repite. Entonces hay que parar”.
La fidelidad a la escritura, la incomodidad, no pensar en el qué pensarán antes de comenzar a exteriorizar lo que se siente, lo que se piensa, lo que se imagina.
Una novela centrada en un pueblo que se parece demasiado a Salto, donde se crió Dal Maseto. Un texto que no deja bien parados ni a los poderosos ni a sus vasallos del lugar. “Un fresco de pago chico”, escribe Saccomanno. Y agrega: “pero el pueblo olvida pronto su indignación al enterarse que la novela será película. El cine llega al pueblo. Llegan los técnicos, los actores. Y los periodistas. Por unos minutos de fama todos olvidan la denuncia de sus agachadas y complicidades. Ahora sos una estrella”.

Una escuela literaria
Este libro habla de Antonio, sí, pero no sólo de él, sino también de su autor, del vínculo entre ambos, y de ese pliegue profundo que los unió: la literatura. El texto funciona así como una máquina de lectura y de crítica en el testimonio vivo de cómo un escritor se hace, con todo lo tormentoso que eso puede llegar a ser: “cuando decidí ser escritor sabía que no tenía por delante una vida fácil, decías. Me esperaban dificultades, penurias, el riesgo del hambre. No me importaba. Era joven. Estaba dispuesto a todo, pero nada me importaba, nada iba a detenerme”.
“Los libros sirven para romper la soledad”, escribe, en alguna otra parte, el autor de El pibe, quien afirma que es en el insomnio en donde suele encontrar “la palabra perdida, la frase fugitiva”, más allá de que recuerda que su amigo Antonio cultivaba una idea de la escritura como oficio, tal como ya hemos remarcado.
El libro, entonces, como construcción oficiosa, pero también, como esa otra tierra en donde los escritores (siempre extranjeros) podemos reconocernos (“escribir es averiguar, me decís. Te parafraseo: cada libro es un territorio a conquistar”. El autor de La lengua del malón da un paso más, y define el estilo de Dal Masetto como “literatura de la experiencia”. “Hay que observar a la naturaleza, me decías. Siempre enseñaba algo que uno por lo general ignora. Y que no tiene por qué saber. El secreto es que el lector se dé cuenta de eso sin que uno lo señale, me decís”.
Y más adelante agrega: “de hecho, la literatura que nos gusta se suele nutrir de la realidad así se trate de una novela de aventuras”. La literatura como aventura, entonces, y como conquista. Y como juego (un gran tablero sobre la mesa), en donde el escritor juega a ese juego que es escribir para encontrarse. “Quiere expresar otra cosa. No le convence decir lo que ya dijo. Aunque consiga decirlo bello y sublime, no le alcanza. Como el jugador, necesita seguir apostando”.
Aunque también, tal como aparece narrado en Antonio, la literatura puede ser “vicio absurdo”, una práctica que –se asume-- puede que no pueda nada, o al menos que pueda hacer muy poco contra la injusticia, en un mundo en el que crece cada día la tendencia del “limitado valor de lo que hacemos”, pero que –sin embargo-- se emprende igual, con obstinación.
“Entonces me pregunto en qué consiste la necesidad de escribir, este impulso”, escribe Saccomanno. Y como en una suerte de homenaje al maestro, y a sí mismo, y todos los que escribimos, remata: “no digo que la escritura sane, pero apuesto a que predispone la resistencia”.


viernes, 1 de diciembre de 2017

Apuntes sobre la cuestión mapuche y el movimiento popular

Terrorismo mediático+terrorismo estatal+terrorismo vecinocrático, la santísima trinidad

Por Mariano Pacheco
(La luna con gatillo)




La operación es doblemente clara: por un lado, reducir la experiencia activa de comunidades mapuches a una organización caracterizada como violenta, terrorista, en medio de un contexto signado por la aprobación de la Ley antiterrorista durante la anterior gestión de gobierno. Por otro lado, propiciar la teoría del buen salvaje: el resto de los mapuches (es decir, aquellos que no participan activamente de una lucha) son mansos, propensos al diálogo y el acuerdo con las fuerzas estatales argentinas. “La estrategia de Garavano consiste en entablar rápidamente una negociación con los mapuches pacíficos para mejorar su calidad de vida. Ya está en Bariloche una delegación del INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas), organismo que pertenece a la estructura del Ministerio de Justicia. Esa mesa de diálogo es promovida también por el obispo de Bariloche, monseñor Juan José Chaparro, quien confirmó que la mayoría de la comunidad mapuche es pacífica. La estrategia de Garavano parece consistir en aislar a los violentos. Pero para eso necesita avanzar en la negociación con los mayoritarios mapuches pacíficos”, escribe Joaquín Morales Solá desde las páginas del diario La Nación.

La operación, entonces, consiste también en afirmar una certeza: hay que “comprar” sin matices, (desde los medios hegemónicos de comunicación) la versión oficial del gobierno sobre el asunto (o enlazar de un modo en que cada uno compra la versión del otro, en realidad). Y esa versiones sumarle las voces de las “fuerzas vivas” de la sociedad (en la Patagonia encabezadas por las Cámaras de Comercio y la Sociedad Rural).

Así, toda lucha queda inscripta bajo la lógica terrrorista impuesta por el terrorismo mediático, quien agita la tribuna periodística para que la Justicia no duerma, no relentice el proceso de avance gubernamental acompañado por una buena parte de la sociedad. La reactualización de la teoría de los dos demonios ya se puso en marcha hace un tiempo, pero con la cuestión mapuche se acelera, porque además les resulta más fácil que con otros sectores afirmar que son una “estructura armada”: están en zonas despobladas, alejadas de los centros urbanos, se mueven a caballo, todo da para colocarlos en el lugar de guerrilleros o bandidos rurales, lo mismo da (“Villa Mascardi: un cerro boscoso donde anida la resistencia mapuche”, es otro título de un artículo publicado en el diario de los Mitre). Además, se suma el componente racista y chouvinista (son unos negros de mierda que quieren robar suelo argentino) y el hecho de que, la Patagonia, es “el culo del mundo” (visto desde Buenos Aires).

Pero esto no es todo: así como se reduce lo mapuche a la RAM, ahora comienza el proceso de reducción (y “cocoliche”) de toda expresión disidente al universo simbólico sintetizado en la frase “son los organismos de derechos humanos, la izquierda y el kirchnerismo”.

Como telón de fondo están los 250 casos conflictivos contabilizados por Amnistía Internacional, dentro de los cuales hay que destacar el hecho de que, en la última década y media, el pueblo mapuche recuperó 250 mil hectáreas que estaban en manos de grandes terratenientes, tal como remarcó recientemente Darío Aranda (“Qué hay detrás de la campaña antimapuche”), texto en el que afirma: “La recuperación territorial implica mucho más que hectáreas: instala una concepción diferente de la tierra, que interpela el concepto de propiedad individual en busca de rentabilidad y lo suplanta por un espacio de ocupación colectivo, ´territorio ancestral´, imprescindible para el desarrollo como pueblo originario”.

De allí que las 129 sentencias de desalojos suspendidas hasta el momento por la Ley 26.160 (que desde 2006 impide el desalojo de los pueblos originarios de las tierras que habitan) preocupen en demasía a la gestión Cambiemos y la clase que expresa en el gobierno. De allí también que consideren a la cuestión mapuche como la punta de iceberg de un conflicto mucho más agudo, al que consideran una “bomba de tiempo”, y que involucra a las 23 comunidades protegidas por esta ley en Salta, más las 21 de Santiago del Estero, las 19 de Neuquén, las 17 de Jujuy, las 13 de Tucumán, las 11 de Mendoza, las 16 repartidas entre Chubut y Río Negro y las 7 de Formosa, donde habitan mapuches pero también Diaguitas, Calchaquíes, Qoms, Tobas, Quechuas, Tonocotés, Guaycurús, Collas, Wichis, Yogys, Guaraníes, Huarpes y Comechingones.

Contra ellas se erigen con su grito espantado las fuerzas oscuras que golpean a las puertas.

Terrorismo mediático+terrorismo estatal+terrorismo vecinocrático: la santísima trinidad.

martes, 28 de noviembre de 2017

De la “Masacre de Avellaneda” a la “Masacre de Bariloche”


  Lo que se busca es poner orden, domesticar al movimiento popular y abortar las perspectivas de autonomía de los de abajo


Por Mariano Pacheco 


¿No sentimos vergüenza de los valores, los ideales y las opiniones que se imponen en nuestra época? Cuesta imaginar qué habrá más allá de la oscuridad de sabernos indiferentes ante la muerte del otro, ante el dolor de los demás. “No nos sentimos ajenos a nuestra época”, escribieron los pensadores críticos Félix Guattari y Gilles Deleuze en ese bello texto titulado ¿Qué es la filosofía?, último episodio de esa saga de cuatro tomos escritos de conjunto que hoy resulta difícil no leer como arma para el combate por sentido de nuestras existencias, contra todas las fuerzas que se empecinan en envilecernos.
Tampoco nosotros nos sentimos ajenos a nuestra época, a este complejo momento que atraviesa la Argentina, nuestra Patria (Latinoamérica) y nuestra Casa (el mundo). Como ellos, también nosotros sentimos que contraemos con la época compromisos vergonzosos. Pensamos, sentimos y actuamos acechados por la vileza y la vulgaridad de existencias que todo el tiempo pretenden ser reducidas a a la insignificancia de la vida-para-el-mercado-de-estas-democracias.
Las últimas horas se poblaron de dolor para quienes, como alguna vez señaló el comandante nuestramericano Ernesto Che Guevara, sentimos el dolor ante cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier lugar del mundo.
Esta vez tocó cerca, aunque para nuestras bellas almas racistas una comunidad mapuche del sur país sea el culo del mundo.


De Kosteki y Santillán a Maldonado… y la escalada que se impuso
La “Masacre de Avellaneda”, el operativo criminal llevado adelante de manera conjunta por las fuerzas de seguridad del Estado bajo la gestión del presidente interino Eduardo Duhalde no sólo se cobró las vidas de nuestros compañeros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, sino que también intentó volver a implantar el terror en nuestros cuerpos y subjetividades, luego de que seis meses antes (el 19 y 20 de diciembre de 2001), las bases del terror dictatorial que persistía introyectado en el cuerpo social de la democracia de la derrota como “herencia cultural del proceso” (tal como lo describió Fogwill) hubiese estallado por los aires cuando las multitudes desafiaron en las calles el decreto de “Estado de Sitio” del presidente Fernando De la Rúa. Los asesinatos del 26 de junio de 2002, entonces, como intento de domesticar al movimiento popular en su conjunto, y de abortar las potencialidades autónomas desplegadas durante esos años previos por el nuevo protagonismo social.
Algo similar puede pensarse que ocurrió con los asesinatos de dos militantes durante la “década ganada”, que se transformaron en símbolos de la época más allá de el silencio de la clase dirigente del progresismo estatal: Carlos Fuentealba y Mariano Ferreyra. En ambos casos difieren las manos asesinas (el Estado provincial neuquino en el primero, una patota de la burocracia sindical ferroviaria en el segundo) pero coinciden en el intento de frenar un estado de insubordinación de una franja asalariada movilizada y de un proceso creciente de politización, que a su vez puede ser leído como un intento de ganar márgenes de autonomía obrera frente a las estructuras burocratizadas del mundo sindical argentino (en el caso de la Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén al interior de CTERA-CTA, en el caso de los “precarizados” del ferrocarril Roca respecto de los gremios del sector dentro de la CGT).
El asesinato de Santiago Maldonado (aún en caso de haberse ahogado no deja de ser un episodio que de trágico solo tiene el hecho de que estaba escapando de una represión desatada ilegalmente por fuerzas del Estado) simboliza también el intento de ponerle un freno al movimiento popular movilizado (contra el 2x1; por el Ni Una Menos; por la reincorporación de los despedidos en el Estado por el criterio de “sinceramiento” macrista; por la Ley de Emergencia Social; etcétera, etcétera, etcétera) e incluso, contra las perspectivas de autonomía de las comunidades mapuches, que vienen a denunciar (en palabras y en actos) el núcleo duro de la Argentina de post-dictadura: la persistencia de la propiedad privada como sacrosanto derecho incuestionable.


El futuro ya llegó
Suele haber un desfasaje entre los cambios que se operan a niveles macro, en los virajes que toman las políticas de Estado y los modos en que el movimiento popular procesa esos cambios y redefine cursos de acción. Se vio durante el “desarme estratégico” de los primeros años noventa, y también, en el desconcierto de los primeros años kirchneristas. Algo similar puede decirse de estos 23 meses de gestión cambiemista.
Es común escuchar entre las militancias la frase “hay que prepararse para lo que se viene”. Cuesta dimensionar que seguramente agosto de este año marcó ya el inicio de un nuevo ciclo político en la Argentina (de nuevo, visto desde la perspectivas micropolíticas no siempre los cambios coinciden con el calendario electoral de las democracias parlamentarias, sino con otras maniobras más relacionadas con las mutaciones en las relaciones de fuerzas).
La desaparición primero de Santiago Maldonado, y la aparición de su cuerpo luego (¡un 17 de octubre!) mostraron toda la crudeza de las fuerzas que enfrentamos: el Estado, pero en simultáneo, los medios masivos (hegemónicos) de des-información, las redes sociales virtuales, las peores tendencias del sentido común fascistizado.
La represión desatada ayer sábado 25 de noviembre en Bariloche se cobró la vida de Rafael Nahuel, comunero mapuche de 22 años, luego de ser alcanzado por una bala de un arma de fuego disparada por un miembro del grupo Albatros (Prefectura Naval Argentina), tras el intento de desalojo de la comunidad del Lof de Lafken Winkul Mapu (Villa Mascardi). La violencia de Estado también dejó como saldo dos personas heridas y otras dos detenidas: el Secretario General de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) Seccional Andina Sur (El Bolsón), Javier Milani, y su esposa Florencia Placidi (también trabajadora estatal).
Hoy la portada del sitio web del diario La Nazión nos habla de la desaparición del submarino ARA San Juan, y de las 3 notas centrales sólo una se refiere a lo acontecido ayer: se nos “informa” que la Casa de Río Negro en Buenos Aires fue “destrozada” anoche por un grupo de “15 personas”, “algunas de ellas con las caras tapadas”. Clarín, el Gran Diario Argentino, nos habla en cambio del “enfrentamiento a balazos” entre Prefectura y un “grupo radicalizado” y de “incidentes en Bariloche” tras “la muerte” de un joven mapuche.
La ofensiva oficial contra Los Mapu pone al desnudo la estrategia gubernamental de disciplinamiento de todas aquellas expresiones sociales que luchen en la Argentina contemporánea, pre-requisito fundamental para avanzar con la ofensiva político-social, económica y cultural macrista.


En las calles, y las paredes, y los medios, y las redes...
Esta tarde el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia convoca a las 17 horas a movilizarse en Plaza de Mayo; en Córdoba, la Coordinadora Santiago Maldonado Presente a concentrarse a las 17 horas en el monumento a Agustín Tosco, frente al Patio Olmos y la Mesa de Trabajo por los Derechos Humanos a movilizarse a las 18 en Plaza San Martín (al parecer ambas concentraciones coincidirían luego). Seguramente haya otras expresiones de protesta en distintos puntos del país.
Resulta fundamental no abandonar las calles, ni las redes sociales, ni el combate por el sentido por todos los medios (conversando uno a uno con nuestras amistades, vecinos, familiares, transeúntes; publicando imágenes, audios, textos, videos en nuestros medios de comunicación popular; “filtrando” lo que se pueda en los medios masivos “progresistas”; pintando paredes, repartiendo volantes, pegando afiches…
Pero también será importante compenetrarnos con nuestra época, poder pensarla además de sentirla y actuar. No es más que una operación del poder separar nuestras acciones de lo que podemos pensar. El pensamiento crítico no puede ser otro desaparecido en democracia.
No sentirnos ajenos a nuestra época será entonces problematizar qué pasa con la violencia, la asesina, la estatal, pero también con la presencia (o ausencia) de la violencia popular, aquella capaz de resistir los embates del poder, de gestar la necesaria auto-defensa para que nuestras vidas, que para ellos ya queda a las claras que no valen nada, pueden perseverar en sus intentos para habitar críticamente el mundo. Es decir, en sus desafíos por transformarlo.


Córdoba capital, domingo 26 de noviembre de 2017.



jueves, 16 de noviembre de 2017

WALSH, BENJAMIN Y EL DIARIO LA NACIÓN

(Acerca de lo que un pueblo puede... o no)

@PachecoenMarcha- Un posteo al paso

Hay que saber verle el lado amable a las situaciones complicadas nomás. Un costado es que no hay que andar urgando demasiado para entender lo que pasa por arriba: basta con leer La Nación. Hoy por ejemplo, en esta nota, te cantan las 40.

"Mauricio Macri entendió que el lapso que se abrió entre su triunfo electoral y el 31 de diciembre, cuando concluyen las sesiones extraordinarias del Congreso, sería el de mayor productividad de su mandato. Se propuso aprovechar el desconcierto peronista frente al impacto de su éxito para aprobar las principales reformas de su administración. Para esa empresa encontró un valiosísimo aliado impersonal: la nueva dinámica de la interna peronista.
Cuanto más incierta aparece para ellos la reconquista del poder en 2019, los gobernadores y sindicalistas del PJ se vuelven más cooperativos con el gobierno nacional. Su prioridad no es la competencia con Cambiemos, sino la supervivencia administrativa...."
La misma nota habla del "entendimiento" con la CGT: el objetivo central de Triaca, dice, es sacar gente del terreno del conflicto, que se agigantó en el año 2001, para llevarla al de la negociación.
Como en tantas otras oportunidades, parece ser la literatura y no la ciencia política en donde se puede encontrar una de las claves "para encontrar una salida", como sugieren Felix Guattari y Gilles Deleuze en su libro sobre Kafka. En nuestro caso, en las historias de los irlandeses que escribió Rodolfo Walsh en los años sesenta/setenta: cuando el pueblo asumió que estaba sólo. "El pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza", puede leerse en Un oscuro día de justicia, en un remate literario que recuerda una consigna en boga aquellos días: "sólo el pueblo salvará la pueblo".
No viene mal entonces recordar aquellas palabras escritas por Walter Benjamin en sus Tesis sobre la historia:
"el mesías no viene sólo como Redentor, sino también como vencedor del Anticristo". De allí que en cada época sea preciso "hacer de nuevo el intento de arrancar la tradición de las manos del conformismo, que está siempre a punto de someterla".
Nuestro pueblo (si es que todavía se puede seguir hablando de algo así para denominar hoy día un sujeto político) tienen una rica historia de resistencias, en las que supo --siguiendo con Benjamin-- encontrar en la valentía y el humor la astucia para poner en cuestión "todos los triunfos que alguna vez favorecieron a los dominadores".
Veremos si encontramos en este contexto la valentía, el humor y la astucia necesarias para que la actual gestión del Estado nacional no se quede también con los usos de la lengua. Y que palabras como Cambio, Revolución y Alegría vuelvan a ser conceptos que funcionen como máquinas de guerra contra el actual estado de situación.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Conversaciones con Ariel Petruccelli sobre la Revolución Rusa

“Lo que sigue vigente es la apuesta por un mundo más allá del capitalismo”

En el programa homenaje a los 100 años de la Revolución Rusa, de La Luna con Gatillo, Mariano Pacheco entrevistó al escritor, docente y militante Ariel Petrucelli. Aprovechando su visita a Córdoba para participar de las Cátedras Bolivarianas del periódico Resumen Latinoamericano, Petrucelli reflexionó sobre la vigencia de la Revolución Rusa, habló de Marx y Bakunin, de ciencia y utopía y de la lucha mapuche.  

Mariano Pacheco (MP): Pensando los 100 años transcurridos de aquel episodio que abrió esa coyuntura internacional tan importante: ¿Qué te parece que nos puede dejar la Revolución Rusa? ¿Qué reflexiones te deja este aniversario?


Ariel Petrucelli (AP): Soy un poco reacio a los aniversarios. Yo creo que si a uno le parece que algo es importante le debe parecer todos los días de su vida y no en el momento en el que se conmemora circunstancialmente. Si vas a hacer de guevarista deberías hacerlo todos los días de tu vida. Pero es un poco inevitable en las efemérides, en especial en los años redondos como los 50 años, los 100 años y es casi una obligación que salga el tema.


Con respecto a la Revolución Rusa diría dos cosas importantes: creo que lo que sigue teniendo vigencia es la apuesta, la búsqueda de un mundo más allá del capitalismo. Es un legado indeleble: la esperanza, la expectativa, la posibilidad de ir más allá del capitalismo. Un mundo que no esté basado en la ganancia, la propiedad privada; un mundo fundado en la comunidad y solidaridad de los vínculos fraternos entre los seres humanos; creo que ese es el legado más profundo. Pero la manera en que esa aspiración se llevó a cabo, o se malogró, o transitó por senderos que terminaron siendo oscuros y quizá irreconocibles es toda otra parte importante de la cuestión.


Es muy posible que la formas de una revolución hipotética del siglo XXI sean profundamente distintas a cualquier cosa que haya pasado en 1917 y 1918 pero la aspiración sigue siendo la misma y esa aspiración es la que sigo reivindicando y me sigue conmoviendo, emocionando. Después, hay que estudiar la Revolución Rusa con todos sus problemas, con toda la frialdad y serenidad e información posibles.


MP- Te autodefinís con una identidad política marxista-libertaria, ¿cómo la explicarías?


AP- En principio implica la voluntad de utilizar a la teoría marxista como componente fundamental para entender el mundo y lo que pasa en él, es decir soy marxista en el sentido de utilizar las herramientas del materialismo histórico para comprender la realidad. En cuanto al adjetivo libertario apunta a subrayar algo que está en Marx, que está en el marxismo pero que muchas veces no ha estado suficientemente subrayado: la búsqueda de una convivencia democrática, la búsqueda de componentes autónomos y, en última instancia, el anhelo de la abolición del Estado que, por supuesto, está presente. Y remito a un texto de  Maximilien Rubel, el gran marxólogo, que se llama Marx Anarquista y rastrea los vasos comunicantes entre Mijaíl Bakunin y Marx.

MP- Algo de eso se ha intuido en tu recorrido de Ciencia y utopía en Marx y la tradición marxista que ha sido publicado por Herramienta y la editorial El colectivo. De algún algún modo Marx y Engels venían de una revisión crítica del socialismo utópico y una pretensión de fundar algo científico. Y como vos decís aquí, dicho crudamente, las pretensiones del autodenominado socialismo científico son científicamente insostenibles. Pero hay un núcleo que uno podría considerar de cierto peso científico dentro del marxismo que seguís reivindicando.


AP- Sin duda. Recién cuando vos leías la editorial sobre Lenin, en una especie de reflexión autocrítica, planteada en determinado pasaje, sobre la dificultad para pensarse dentro de cierta tradición. No sólo en este libro sino en toda mi obra intento revisar lo que haya que revisar sin perder en el camino a las cosas valiosas que nos remiten a esa tradición de izquierda revolucionaria donde el marxismo fue la fuerza aglutinante fundamental o la fuerza teórica fundamental pero no la única en ese sentido. Yo diría, junto con Marx, que perfectamente se puede no ser marxista.


Marx fue uno de los primeros en decir que no era marxista. O como uno de los grandes filósofos marxistas del mundo español, Manuel Sacristán, decía que él era marxista pero eso no era lo importante, lo importante yacía en que era comunista porque el comunismo incluye el marxismo pero lo trasciende y se trata sobre esa voluntad de pensar ecuménicamente.


En ese sentido lo que intento argumentar en el libro es que hubo ciertos excesos cientificistas presentes en la obra de Marx que hoy debiéramos cuestionar y rechazar, pero que habría que cuidarse mucho de caer en ese desliz muy posmoderno de la crítica del cientificismo en una especie de despojo de la ciencia como tal, de abandonar lo que me parece son características esenciales, claras, irrenunciables, del pensamiento científico que es: la erudición, la búsqueda de información documentada, la claridad y el rigor conceptual.


Cada una de estas características creo que forma un bagaje fundamental que no puede ser olvidado o desechado, pero ningún proyecto político revolucionario puede ser reductible a puro conocimiento científico. Porque, en todo caso, la ciencia nos puede dar un conocimiento no exacto pero sí muy sólido de las condiciones en las que podemos actuar pero nunca nos puede dar por sí misma los fines, los objetivos a los cuales nos tenemos que dirigir. En consecuencia, todo pensamiento político y revolucionario debe aunar dosis importantes de realismo científico para interpretar la realidad, de valores éticos para juzgarla y de realismo político para intervenir en ella.


MP- Para que el aniversario no sea letra muerta, pensar el horizonte, las perspectivas de la Revolución Rusa y los desafíos del Siglo XXI. En una perspectiva más situada con lo que conocemos que viene pasando en la Patagonia a partir del secuestro de Santiago Maldonado y la aparición de su cuerpo, sumado a toda la lucha del pueblo mapuche que en este programa hemos trabajado en más de una ocasión. Me gustaría preguntarte si hay algo ahí de la cuestión del ideario comunista, del concepto de lo comunitario, la comuna, ¿hay conexiones posibles que se puedan hacer con la lucha mapuche?


AP- No solo hay conexiones posibles y sino también reales. Por supuesto que la militancia nacionalista mapuche es muy amplia y diversa, está fragmentada en una cantidad muy grande de organizaciones: algunos que tienen más de treinta años de resistencia, otras más nuevas.


Pero dentro del amplio mundo de la militancia mapuche hay corrientes que reivindican o están muy próximas al pensamiento anarquista, hay algunas otras que tienen puntos de contacto con el marxismo. Santiago Maldonado, que estaba militando solidariamente, era claramente una persona ideas libertarias. No sé si se definía explícitamente como anarquista pero cuando uno lee las cosas que escribió o charla con la gente que lo conoció: Maldonado era un libertario con un espíritu anarco muy fuerte. Y personalmente conozco muchísimos militantes mapuches que tienen una simpatía anarquista o que hicieron un tránsito de una militancia barrial con perfil anarquista a una militancia al mundo mapuche y su comunidad. Y por otra parte conozco muchos casos de militantes que tienen algún tipo de vinculación con determinados partidos u organizaciones de izquierda.


Así que esos vínculos no sólo son posibles sino que están presentes y, por supuesto, hay otra vinculación muy importante que tiene que ver con el caso de los mapuches rurales, pero hay que destacar que hoy no son la mayoría. Hoy la mayoría vive en contextos urbanos: se habla de la mapurbe. Pero entre los que viven en contextos rurales, las relaciones comunitarias son muy fuertes porque la estructura de propiedad es comunal y por supuesto que la militancia mapuche en la ciudad busca constituir esos vínculos comunitarios.


Me parece que también la presencia mapuche en el campo sobre todo en lugares donde están atravesados por intereses turísticos o petroleros, etc. genera que haya una especie de grano incómodo para la propiedad privada y el capitalismo, porque no nos olvidemos de lo siguiente: las tierras mapuches son tierras comunitarias, no pueden ser compradas y vendidas y eso se convierte en un gran problema para las multinacionales o empresas capitalistas que operan en la zona. Porque si se tratara de pequeña propiedad campesina y la quieren ocupar las multinacionales, simplemente las pueden comprar, es una estrategia fácil.  Esto es mucho más difícil con las tierras comunales, por eso muchas veces es en las tierras de los pueblos indígenas donde se generan estos grandes problemas políticos.

MP- ¿Se puede establecer un vínculo entre el modelo productivo de Marx y cómo trabajan la tierra los mapuches?


AP- En los últimos años los mapuches en Neuquén y otros lados han estado a la vanguardia de la resistencia contra el fracking. Cuando fue la represión del año 2013 y se aprobó el acuerdo con Chevron con cláusulas secretas, los mapuches participaron muy fuertemente. No fueron los únicos, por supuesto, fue una movilización muy grande. Un compañero, Rodrigo Barreiro, recibió un balazo de plomo. Rodrigo estaba muy próximo a un grupo que portaba banderas mapuches, una cosa que habría que aclarar para que no se generen confusiones. Sería muy difícil hablar de cuál es la forma de concebir las cosas o la propiedad de los mapuches porque es algo que ha cambiado mucho a lo largo de tiempo y es muy diverso en el presente.


Por ejemplo hay un gran intelectual mapuche del oeste de la Cordillera, José Mariman, que dice: cuando uno se pregunta cuál es la cultura mapuche, ¿por cuál cultura se tendría que preguntar? la cultura del siglo XV antes del caballo, la cultura del siglo XVI centrada en el caballo, la cultura del siglo XIX más comercializada, la cultura después de la conquista que es casi la cultura del superviviente, la cultura de la mapurbe del siglo XX o del siglo XXI. No hay una cultura mapuche, es diversa, mudable, en permanente transformación. Tiene diferentes formas y simultáneamente diferentes características.

MP- ¿Qué perspectivas le ves a la idea comunista?


AP- A mí me gusta siempre decir que el marxismo es la teoría de crisis y como marco teórico está en crisis permanente. Yo creo que cuando vamos a hablar de perspectivas de comunismo estamos hablando en el sentido de una apuesta. Uno puede hacer un tipo de cálculo probabilístico y podría decir que, puesto que no sabemos cuál es el fin de la historia ni cuánto tiempo va a durar la humanidad, siempre cabe la posibilidad de que un orden como el que Marx ideó sea posible.


Lo fundamental no es tanto el cálculo de cuán posible es o cuánto tiempo podría demorarse sino que lo fundamental es la apuesta. Yo soy de los que piensa que una sociedad basada en la cooperación y la solidaridad es claramente un tipo de sociedad mucho mejor que una basada en la instrumentalización de las personas, en la ganancia, en la propiedad privada, en el egoísmo hecho sistema y, en consecuencia, uno lucha en el tipo de sociedad que quiere vivir. Por supuesto que seríamos ingenuos si no hiciéramos algún tipo de cálculo de cuán próximo está o en qué situaciones puede ser más favorable o menos favorable. No es tanto el cálculo detallado, siempre imperfecto, y las probabilidades reales. Lo troncal es el compromiso con el propio convencimiento de que es posible salir del capitalismo y es necesario construir una sociedad basada en la solidaridad y la igualdad.