Extracto del libro De
Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos
de Trabajadores Desocupados
Domingo 17 de junio de 2001,
Día del Padre. En el departamento de General San Martín, provincia
de Salta, el fantasma de la represión se transforma, otra vez, en
cruenta realidad. Nuevamente el nosotros y ellos que dirime
posiciones sociales y políticas. Es que las rutas provinciales “sólo
pueden ser transitadas hasta una barrera que advierte que son las
empresas petroleras las que deciden hasta qué punto son públicas
las carreteras. Los barrios de altos funcionarios y técnicos de la
desaparecida Yacimientos Petrolíficos Fiscales (YPF) se han
convertido en espacios casi abandonados y reemplazados en sus
funciones por faraónicos hoteles al costado de la ruta 34. En
efecto, en esa ruta, entre las entradas a Mosconi y Tartagal,
ciudades intermedias no turísticas del interior salteño, se erige
un enorme edificio hotelero destinado a los nuevos jerarcas de las
transnacionales petroleras, que lo habitan temporalmente sin familias
ni arraigos lugareños”. Claro que las desigualdades no eran una
novedad del neoliberalismo. La diferencia radica, tal vez, en que con
el antiguo modelo todos se beneficiaban un poco de las desigualdades
estructurales. De todos modos, no se puede dejar de destacar que en
el “modelo inclusivo” cada cual debía conservar su lugar: los
técnicos y gerentes en un barrio; los empleados y obreros en otro y
más allá, mucho más allá de las jerarquías del bienestar, las
comunidades indígenas. Como en la narrativa arltiana, cada cual
dentro de las escaleras de verdugos que es la sociedad.
Pero estábamos en la mañana
del 17 de junio. Luego de 18 días de corte de la ya legendaria ruta
34, los miembros de la UTD se preparan para realizar un encuentro
nacional en apoyo al conflicto. Desde Buenos Aires, Roberto Martino,
referente del MTR; Alberto Spagnolo, referente de los MTD autónomos;
y Guillermo Cieza, de la revista Retruco y el Encuentro de
Organizaciones Sociales, entre otros militantes y luchadores
sociales, se hacen presentes, ponen el cuerpo ahí, en el escenario
mismo del conflicto (expresando que la solidaridad no sólo se
transmite por papel, o como se estila en los últimos años, por
e-mail). Llevan las adhesiones de las organizaciones del Conurbano
Bonaerense, de los que no han podido viajar, a pesar de las ganas.
En Mosconi, los
acontecimientos se desenvuelven como de costumbre cuando hay
conflicto: Pepino Fernández, Piquete Ruiz y otros referentes del
lugar se mantienen en la ruta, junto a un centenar de pobladores que
bancan el corte mientras se espera la respuesta del gobierno
nacional. Aprovechando el domingo, el Día del Padre, la respuesta
del gobierno “progre-aliancista” no se hace esperar. Su política
de criminalización de los pobres que luchan lleva ya un tiempo, pero
ahora, además, pondrá en marcha un plan represivo que continúa y
profundiza el “modus operandi” puesto en práctica en la
represión del Correntinazo, en diciembre de 1999.
Los reclamos de los salteños
son similares a otros que se extienden a lo largo y a lo ancho del
país: subsidios para los desocupados, 5.000 módulos alimentarios,
incorporación de los obreros municipales despedidos y el
esclarecimiento de las cuatro muertes provocadas en represiones
anteriores. Y ahora, el clima en Salta está peor que en otras
ocasiones. Durante la semana, por orden del juez Abel Cornejo,
Reinieri, Barraza y Carlos Gil, tres militantes del Polo Obrero, son
detenidos, acusados de sedición.
Así de caldeado venía el
clima en el norte del país. Por eso, cuando se desató la represión
y Félix dio aviso al pueblo mediante el sonido de la sirena, miles
de habitantes de General Mosconi salieron de sus casas para defender
la ruta. Como era costumbre. Hombres, mujeres, sobre todo jóvenes,
muchos jóvenes, que no dudaron en responder al llamado del jefe de
bomberos local.
La jornada culminó con 56
detenidos, de los cuales 55 sufrieron vejámenes por parte de las
fuerzas de seguridad. Como en los años de represión de la
dictadura, algunos de ellos fueron sacados directamente de sus casas.
En este caso, la legitimidad de la Gendarmería, construida en base a
presentarse como una fuerza compuesta por muchachos dedicados a
cuidar las fronteras y a colaborar con la población en distintos
menesteres, se vino a pique, sin excusas: durante la represión en
Mosconi, actuaron como un verdadero ejército de ocupación,
ensayando, con el pobrerío que reclamaba trabajo, modernos métodos
de sofocación de insurrecciones urbanas, como bien les enseñaron
los marines de EE.UU. en los cursos que, en los últimos tiempos,
venían desarrollando en territorio nacional.
Mientras tanto, la ministra
Bullrich continuaba recolectando elementos para su futura ofensiva.
Reclamos como los de Mosconi, dijo entonces, no eran un problema
social, sino de “seguridad”. En la misma línea, el gobernador
Romero declaró que para él, los integrantes de la UTD, eran
sencillamente “delincuentes”. Luego de las detenciones, 139
personas que habían participado del conflicto se vieron obligadas a
estar prófugas, ya que pesaba sobre ellas el pedido de captura.
Entre los prófugos se encontraban Pepino, Piquete y las demás caras
visibles de los conflictos de los últimos tiempos.
A pesar del intenso anillo
represivo que gendarmería tendió sobre el pueblo, no pudieron
encontrarlos. Junto al cerco policial, comenzó a montarse el
político y comunicacional: con excepción de TN, que se limitaba a
reproducir las versiones del gobierno salteño, los medios masivos
todavía no habían llegado desde Buenos Aires y los periodistas de
los medios locales no se encontraban en las mejores condiciones para
obrar: un camarógrafo fue golpeado y una periodista recibió un
balazo en su bolso, que de milagro no la mató. Así de duras
comenzaron a ponerse las cosas en General Mosconi.
Mientras tanto, en el resto
del país los festejos por el Día del Padre continuaban con
tranquilidad.
Cuando dijimos que el
operativo tendido por Gendarmería hacía recordar a los años duros
de la represión dictatorial, no lo decíamos por sensacionalismo,
como muchas veces se suele hacer. En esta ocasión, a las
acostumbradas palizas que toda represión conlleva, debemos sumarle
el uso de picana eléctrica por parte de Gendarmería Nacional.
Entre los torturados se
destacó un caso particular: el de un joven epiléptico y analfabeto
al que sacaron a golpes de su domicilio y que sufrió rotura de
costillas y corte de oreja. Las condiciones de la víctima no fueron
tomadas en cuenta por la justicia, que avanzó con las causas
judiciales, ¡valiéndose de su testimonio escrito! En sus
declaraciones –bajo tormento– el joven analfabeto afirmó tener
conocimiento de que “los cabecillas estaban armados”. Sedición,
apología del delito, incitación a la violencia, fueron los cargos
que le adjudicaron.
El odio con que actuaron los
gendarmes recuerda verdaderamente al modus operandi de un ejército
de ocupación. Tal vez el papel que jugaron los policías
provinciales cuando el Correntinazo, puso en estado de alerta a los
mandos de la represión estatal. En aquella oportunidad, cuando la
policía tuvo que reprimir, se encontró en una doble situación:
estaban desde hacía meses sin cobrar el sueldo, y veían en la
protesta a sus familiares, a sus vecinos. Pero en esta oportunidad,
al desplazar personal de otras provincias, los gendarmes tuvieron la
oportunidad de actuar impunemente, sabiendo que a los pocos días se
encontrarían en otro lugar.
Espinosa y Fernández, por
ejemplo, dos camilleros del hospital, fueron golpeados por el
comandante Víctor de la Colina, segundo jefe de gendarmería. El
motivo: simplemente, haber socorrido heridos durante la represión.
Durante la indagatoria, a uno de ellos le dijeron: “¡Así que vos
sos el hijo de puta que no quiso socorrer a un gendarme!”.
Oscar Barrios, de 16 años y
Carlos Santillán, de 23, fueron las dos victimas mortales de la
jornada. Carlos fue alcanzado por una ráfaga mientras se dirigía al
cementerio, a visitar la tumba de su padre. Como si fuera poco, la
tríada gobierno-justicia-medios de comunicación, insistía en que
“los piqueteros estaban armados” y que las muertes habían sido
ocasionadas por éstos. Las autoridades nacionales apostaron fuerte a
legitimar esta operación, a tornarla eficaz. Enrique Mathov,
secretario de Seguridad, declaró: “Los francotiradores piqueteros
disparaban desde el monte”.
Toda una estrategia que
veremos desplegarse con mayor fuerza durante la Masacre de
Avellaneda. Medios masivos, poder judicial y político cerrando filas
con las fuerzas de represión en un mismo discurso: se mataron entre
ellos. Las víctimas transformadas en victimarios.
En esta oportunidad no
previeron algo fundamental: las declaraciones de los funcionarios se
basaban en informes de gente que no era del lugar. Así, cometieron
las torpezas típicas de quien habla, como se dice popularmente, por
boca de ganzo. La estrategia gubernamental no pudo profundizarse
fundamentalmente porque no había forma de mentirles a los pobladores
del lugar. Hablaron de “francotiradores piqueteros apostados en el
monte que tiraban hacia la ruta”, cuando entre la ruta y el monte
existe una distancia tan grande que hacía imposible que cualquier
bala pudiera llegar si era disparada desde allí. De esta forma, la
versión oficial se volvía poco creíble.
Otro rasgo fundamental a tener
en cuanta –seguramente el más importante, aunque lo mencionemos en
segundo lugar–, es el protagonismo popular.
Fueron los propios pobladores
quienes protegieron a los referentes perseguidos, “guardaron” a
los prófugos y transformaron a Mosconi en una verdadera retaguardia
de masas del conflicto piquetero. También el propio pueblo de
Mosconi fue el que resistió al cerco informativo, puteando contra
los canales nacionales, pidiendo al periodismo local e independiente
que dijera lo que estaba viendo: que era la Gendarmería Nacional la
que había actuado encapuchada, con francotiradores, utilizando
fusiles FAL con silenciadores. Que habían sido ellos los que
asesinaron a los chicos.
Ese pueblo, dolido por las
balas que mataron e hirieron a sus pares (y que incluso llegaron
hasta lo simbólico, hasta las creencias más arraigadas en la
población: destruyendo la imagen de la Virgen que solía acompañar
las manifestaciones), fue ese pueblo, decíamos, el que se rebeló,
el que resistió heroicamente los embates del poder.
Guille, el Negro, el cura, los
militantes de Buenos Aires que estaban en Salta, no pudieron
participar activamente de la resistencia, ya que se encontraban, un
poco lejos del lugar de los enfrentamientos. Pero aportaron lo que en
ese momento estaba a su alcance: información. Pieza clave durante
las primeras horas para poder romper el cerco. Los salteños estaban
metidos en una difícil. Quedaba claro: la solidaridad ya no servía
si era en papelitos. La consigna, entonces, era hacerse escuchar.