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viernes, 13 de julio de 2018

(Unas palabras sobre el Pity Álvarez)


Pity está en la tumba, y afuera está saliendo el sol


Tu sangre es roja/la mía también creo no me equivoco/algo tendremos que ver/somos indios latinos con guitarra eléctrica/y comunicados a través de internet. Para odiar hay que querer/para destruir hay que hacer/y estoy orgulloso de quererte romper/la cabeza contra la pared/Y por todas esas cosas que tenemos en común/hace tiempo ya marchaste de acá/te cansaste de mí, yo me cansé de vos/ pero cuando nos miramos sabemos que no es verdad/Porque tanto te quise y tanto te quiero
siempre una marca tuya llevará mi corazón...”.
Estoy conmovido con lo que ha pasado. E indignado por el modo en que circula la noticia.
Es muy triste todo lo que pasó y lo que pasa con el Pity Álvarez, y su devenir no es meramente singular. De algún modo su rostro expresa la imagen desolada de toda una generación: la que creció en los noventa, poco más, poco menos.
Hace unas semanas anduve por el Gran Buenos Aires, por la zona sur y les mostraba a unes compañeres cordobeses el lugar en donde había visto una vez a Viejas locas, allí, por la Rotonda de Pasco, donde San Francisco Solano se confunde con Quilmes, más allá de que para muchxs es lo mismo. Un galpón inmundo en donde el rock hacía gala de su cultura del aguante y las ratas de toda alcantarilla nos ensimismábamos para no sentirnos tan solos, tan solas.
Qué ha pasado esta vez con Pity se sabrá en estas horas.
No veo razón para tratar de justificar o argumentar un hecho lamentable: murió un tipo de 36 años, asesinado por el rockero que nos acompañó en tantas y tantas caminatas, paradas de bondis, viajes en subte y tren, encuentros amorosos, desamores, desengaños amistosos, encuentros amistosos…
Por supuesto, la vecino-cracia puso desde el minuto uno sus versiones a circular y la prensa canalla no tuvo empacho en reproducirlas. Que mató a un amigo, se dijo. Después resulta que no era un amigo. Que el otro le pegó un cabezazo, que fue a sangre fría. Quién sabe qué pasó ahí.
El hecho es que el periodismo sensacionalista (es decir, todo el periodismo hegemónico hoy en día) ya se apresuró a difundir las peores imágenes de Pity, en una condena que en el fondo siempre es la del rock, la de aquello que se les escapa a la norma, el chivo expiatorio para tener de qué hablar por un rato, y luego otro tema, y otro, y otro.
Pity está detenido y va a terminar en cana, esa es la realidad hoy.
Eso no niega lo que implicó Viejas locas e Intoxicados para toda una generación.
Por supuesto, visto desde hoy, desde los últimos años, los peros son muchos, son demasiados.
El Pity, sus bandas, no fueron nunca políticamente correctas, ya se sabe. Pero expresaron de algún modo toda esa rabia con la que crecimos, todo ese sentimiento de desolación que algunas veces se tapó con drogas, otras con alcohol, otras con el suicidio.
Pity va en cana, sí. No es un preso político, aunque algunos digan que todo preso es político.
Tampoco, en el fondo, es una estrella de rock. Si hay algo de lo que no se pueda acusar a Pity es de ser un careta. Nunca lo fue.

Mariano Pacheco, ciudad de Córdoba, 13 de julio de 2018

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