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viernes, 28 de septiembre de 2018

Reseña de Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo (Editorial Caja negra)

Una lectura del libro que reúne textos de más de una docena de autores, entre los que se destacan Antonio Negri, Franco “Bifo” Berardi y Mark Fisher.


Por Mariano Pacheco


Se sabe: toda lectura es siempre situada.
¿Cómo leer entonces un libro como Aceleracionismo, donde se compilan todos textos producidos desde contextos bien diferentes a los tercermundistas latinoamericanos? Tal vez desde su análisis de la situación internacional, puesto que si bien estamos parados en realidades diferentes producto de la división internacional del trabajo, todos compartimos el hecho de actuar, pensar, sentir, leer, escribir desde el interior del mercado mundial.
A falta de una visión social, política, organizativa y económica radicalmente nueva, los poderes hegemónicos de la derecha seguirán siendo capaces de impulsar contra todas las evidencias su miope imaginario, escriben Alex Williams y Nick Srnicek en su “Manifiesto por una política aceleracionista”, en la que describen la situación en la que nos encontramos luego de treinta años de neoliberalismo planetario (la civilización global se enfrenta a una especie nueva de cataclismo).
¿Qué ha pasado en estas tres décadas con el movimiento obrero, las izquierdas y los movimientos sociales? La respuesta -por momentos angustiante- que brindan los autores nos interpela respecto de los desafíos presentes, si de verdad aspiramos a contribuir a un nuevo ciclo de rebeliones contra el sistema imperante y apostar por construcciones que vayan más allá del capital (la izquierda tiene una necesidad imperiosa de recuperar la perspectiva de gestar una nueva hegemonía mundial), insisten los autores del Manifiesto.


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¿Qué es el aceleracionismo?
Según la definición esbozada por los compiladores de este libro, el aceleracionismo es una herejía política, una insistencia en que la única respuesta política radical al capitalismo no es protestar, agitar, criticar, ni tampoco esperar su colapso en manos de sus propias contradicciones, sino acelerar sus tendencias al desarraigo, alienantes, decodificantes, abstractivas.
Publicado en Argentina a fines de 2017 por la editorial Caja negra, Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo reúne dieciséis textos escritos entre 1994 y 2015 (incluyendo una introducción de los compiladores, Armen Avanessian y Mauro Reis, y un epílogo del primero). El más viejo de estos textos es “Colapso”, de Nick Land (periodista actualmente radicado en Shangai a quienes los autores del Manifiesto consideran un precursor del aceleracionismo, junto con Karl Marx) y el más nuevo: el “Manifiesto xenofeminista” del colectivo Laboria Cuboniks, que los compiladores consideran la manifestación programática más potente de esta nueva afluencia acelerativa.
También hay textos de importantes referentes internacionales como Antonio Negri, Franco “Bifo” Berardi y el recientemente fallecido Mark Fisher.
Avanessian y Reis parten de un diagnóstico compartido por los impulsores de este movimiento a la hora de presentar el libro. A saber: que la desesperanza parece ser el sentimiento dominante en la izquierda contemporánea. De allí que critiquen, tanto de la izquierda liberal como de la más radical pero no menos iletrada tecnológicamente izquierda académica, el hecho de reducir la economía capitalista a un montón de números y la tecnología a puro dominio instrumental del capital, abandonando a su adversario la inteligencia tecnológica y los argumentos económicos. De allí también que reclamen, de manera urgente, criterios pragmáticos capaces de realizar una identificación y selección de aquellos elementos del sistema que puedan ser eficaces en una transición concreta hacia otras formas de vida más allá del capital. Por eso junto con la pregunta por una transición posible hacia otros sistemas, aparece con fuerza el interrogante en torno a los posibles usos de la tecnología, en un movimiento de lectura que implica recuperar tanto las reflexiones que Marx realiza en los Grundrisse sobre las máquinas como una reapropiación/reformulación del componente “maquínico” presente en las teorizaciones de Gilles Deleuze y Félix Guattari, sobre todo en torno a la relación entre la producción maquínica y la producción del ser humano como tal.
¿Cuál es la relación entre los efectos socialmente alienantes de la tecnología y el sistema de valor capitalista? ¿Por qué y cómo son los efectos emancipadores del “nuevo fundamento” de la producción maquínica contrarrestados por el sistema económico del capital? ¿En qué podría convertir el humano social si el capital fijo fuese reapropiado en el interior de un nuevo socius postcapitalista? Estas son algunas de las preguntas que vienen a plantearse en el libro de la mano de algunas propuestas para liberarse de la coerción del trabajo asalariado.


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La cuestión del retorno de un pensamiento más complejo, capaz de arriesgar hipótesis más allá del cortoplacismo de cada lucha particular y más acá de las apuestas que implican definiciones de objetivos de mediano plazo y el trazado de estrategias concretas para obtenerlos, sin por ello renunciar a una mirada que da lugar al azar y las formas creativas de intervenir en política, es seguramente uno de los mayores aportes de este libro, más allá de las coincidencias o no con los postulados aceleracionistas.
La construcción de una nueva infraestructura intelectual capaz de contribuir a la gestación de una nueva ideología y de nuevos modelos económicos y sociales; la disputa por los medios tradicionales de comunicación más allá de la intervención en internet y las redes sociales; junto con la convicción de reconstruir un poder de clase, teniendo en cuenta las identidades proletarias parciales encarnadas a menudo en las formas postfordistas de trabajo precario en el mundo contemporáneo, son los tres objetivos de mediano plazo esbozados por Alex Williams y Nick Srnicek en el “Manifiesto por una política aceleracionista”. Estos objetivos son planteados junto con una convicción: la necesidad de rediscutir los modos de organización y las tácticas de lucha.
¿Qué pasa si las marchas con pancartas o zonas temporalmente autónomas devienen reconfortantes sustitutos del éxito efectivo? se preguntan en el Manifiesto, que las búsquedas pasen más por la apuesta que por la afirmación de seguridades conocidas: el único criterio para una buen táctica es si posibilita o no un éxito significativo dicen, a la vez que instan a estar atentos a los modos en que los adversarios políticos aprender a defenderse y contraatacar los métodos de lucha antaño eficaces. Algo similar sucede con los modos de organización. Para los aceleracionistas hay que poder desprenderse de la idea de democracia-como-proceso, del fetichismo de la apertura y la horizontalidad y poder entender que, a veces, el secretismo, la verticalidad y la exclusión también tienen su lugar. Por supuesto, advierten sobre los riesgos de que las autoridades verticales legítimas devengan centralismo totalitario y tiránico y por eso también llaman a romper con el sectarismo, asumir un pluralismo de fuerzas que pueda experimentar con diferentes tácticas y no quedarse apegados a los modos conocidos.
Es en este sentido que los autores del Manifiesto insisten en la necesidad de discutir la planificación postcapitalista tanto como poder salirse de la nostalgia fordista, esa que hoy se presenta muchas veces como pasado glorioso cuando en realidad no era más que ambiente disciplinado en ambiente laboral fabril donde el hombre (varón) recibía seguridades básicas para su vida, pero a cambio de un aburrimiento existencial profundo y una marcada represión social que iba acompañada de un racismo/sexismo en el plano nacional (con su correlativa jerarquía familiar de subyugación de las mujeres) y una jerarquía internacional sostenida en colonias y zonas de periferias subdesarrolladas.


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Pero no todos los ensayos reunidos en este libro son para ratificar los postulados del Manifiesto que lo inaugura. Hay otros textos que señalan insuficiencias, que plantean contrapuntos. Uno de ellos es el de Franco Berardi para quien la aceleración es una de las formas de subyugación capitalista. Bifo destaca que cuando de lo que se trata es del proceso de recomposición de la subjetividad y de la formación de una solidaridad social la aceleración implica la sumisión del inconsciente a la máquina globalizada. El ex obrerista italiano retoma a Deleuze y Guattari, a Negri, pero también a Spinoza y a Marx, para recordar que no hay afuera posible, que las posibilidades de futuro están contenidas en la composición actual de la sociedad, y que esa fuerza inmanente corre el riesgo de ser interpretada como una necesidad (la inmanencia del comunismo o el despliegue autónomo del general intellect implican una posibilidad, no una necesidad, insiste Berardi).
Antonio Negri, por su parte, destaca el paso al frente que implica en Manifiesto respecto de la tarea comunista en la actualidad y afirma que aún hay espacio para un saber subversivo. Pero advierte que no se saldrá de la situación actual espontáneamente. Sólo un acercamiento sistemático de clase a la construcción de una nueva economía y a una nueva organización política de los trabajadores podrá reconstruir una hegemonía y pondrá las manos del proletariado sobre un futuro posible.
También Negri insiste en dejar atrás la ilusión de un retorno al trabajo fordista y comparte con el aceleracionismo la idea de liberar la potencia del trabajo cognitivo (“¡Ciertamente aún no sabemos lo que un cuerpo tecnosocial moderno puede hacer!”).
En la perspectiva del teórico italiano resulta fundamental retomar la crítica aceleracionista al horizontalismo espontáneo y a la idea de democracia-como-proceso. Cuando se habla de transformación revolucionaria -escribe- no se puede eludir un pasaje institucional fuerte, más fuerte que el que el horizontalismo democrático podrá nunca proponer. Planificar exigirá, antes o después del salto revolucionario, transformar la abstracción del conocimiento de la tendencia en la potencia constituyente de instituciones futuras, postcapitalistas, comunistas. Y remata: esta es la directriz que debe ser adoptada y la labor que debe desarrollarse: planificar la lucha antes que planificar la producción.
Por otra parte, Negri también retoma el planteo aceleracionista de lo que denomina ensamblaje e hibridación respecto de combinar las experiencias desarrolladas y por venir, en función de avanzar no sólo con la crítica de la social-democracia y los socialismos realmente existentes sino también de los límites de los nuevos movimientos sociales en perspectivas de avanzar en la construcción de un programa comunista. Estos umbrales son aquellos que se determinan en la relación entre composición técnica y composición política del proletariado y que se fijan históricamente. Sin estas consolidaciones, un programa -aún transitorio- es imposible. Y es precisamente porque hoy no logramos definir con precisión esta relación, que a veces nos encontramos metodológicamente inermes y políticamente impotentes.
Por último -en esta reseña, aunque no en el libro, puesto que los otros textos no citados aquí abren aún más discusiones- quisiera destacar algo planteado por Mark Fisher en su texto, en donde intenta indagar en el vínculo entre revolución psíquica y revolución social en el horizonte de la cultura popular.
Las dos primeras décadas del siglo han estado marcadas hasta ahora por una insólita sensación de inercia, repetición y retrospección, destaca el pensador británico, para quien -tanto política como estéticamente- pareciera no poder esperarse ya más que lo mismo conocido hasta el momento. Situación que no puede entenderse por fuera de la reacción conservadora de las últimas décadas, donde el familiarismo jugó un papel central en el ascenso de la nueva derecha, en abierta reacción frente a la contracultura gestada en las décadas del ‘60 y del ‘70. Aquella que propugnó formas de organización colectivas (no-estatistas) nuevas y sin precedentes, dando voz a nuevas formas del deseo desconocidas incluso por las izquierdas más clásicas.
Como podrá observar quien lea esta reseña, los temas abiertos por el aceleracionismo son muchos y de vital importancia para poder repensar las prácticas impugnadoras del orden existente, y seguir promoviendo un pensamiento crítico insumiso que pueda ser capaz de denunciar, sí, pero también de contribuir a las reflexiones y los modos de nombrar aquello que cuestionamos, y aquello por lo que luchamos.

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