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jueves, 13 de septiembre de 2018

¿Por qué molestan tanto las ollas populares? A propósito de lxs maestrxs y las conmemoraciones y homenajes.


 Por Mariano Pacheco*


Lo pulcro civilizado contra lo sucio bárbaro, he ahí una gráfica contradicción que nos define en el estado de tensión que solemos atravesar los pueblos Latinoamericanos. Nuestras elites siempre tan dispuestas a barrer el elemento bárbaro de estas tierras en pos de hacer los mayores esfuerzos por parecernos a la civilizada europa.
¿Es casual que el ataque perpetrado contra Corina de Bonis haya sido un día después de la conmemoración del Día del maestro, y el mismo día en que diversos movimientos sociales protagonizaron una protesta a nivel nacional con Feriazos y ollas populares? Tal vez, porque tampoco desde el poder y sus sicarios se suele pensar todo. Así y todo, no deja de ser sintomático lo que ha sucedido, y el momento en que ha sucedido.
Desde hace tiempo vengo sosteniendo que debería dejar de conmemorarse al Día del Maestro el 11 de septiembre. Y que debería pasarse dicho homenaje a quienes desempeñan la labor educativa al 4 de abril, día en que fue asesinado en la Patagonia el maestro Carlos Fuentealba. Porque no hace honor a nuestra historia como pueblo una figura como la de Domingo Faustino Sarmiento, promotor del exterminio de gauchos.
Los nombres que rescatamos, los “próceres” que destacamos, no son un dato más del paisaje contemporáneo. Son los modo en que nos decidimos a leer la historia. Y ya se sabe: la historia no es una imagen congelada del pasado sino bloques vitales de antaño que continúan operando en el presente a través de figuras inspiradoras, de legados clasistas que marcan de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Una maestra que organiza ollas populares es secuestrada, torturada y marcada en su cuerpo por esos otros civili-bárbaros que enlazan con planteos como los de Sarmiento (esa figura bárbara incrustada en el corazón mismo de la civilización). No ahorrar sangre de gaucho, no ahorrar sangre de indios, no ahorrar sangre de cabecitas negras. En fin: no ahorrar sangre de la negrada.
¿Por qué molestan tanto las ollas populares?
Tal vez, podríamos pensar, porque su figura trae siempre consigo el fantasma del desierto, de las tolderías, de los indios como algo del presente y no como mero pasado Latinoamericano. El miedo al desamparo y la intemperie suele colocar a las blancas almas argentinas frente a frente con una inseguridad que molesta ante aquello que la civilización suele colocar como un pasado ya superado, y al que -dicho sea de paso- siempre que puede trata de obviar, incluso, como pasado.
La olla popular trae aparejado el fuego, la desnutrición y la escasa alimentación de un país que produce alimentos de sobra, pero en donde su población pasa necesidades básicas.
La olla popular religa aquello que el neoliberalismo a quebrado, o que pretende todo el tiempo quebrar: las dinámicas comunitarias, la solidaridad horizontal, la perspectiva colectiva.
Atravesados por un presente de inmediatez y de pérdida de conexión entre generaciones, días como el del Maestro deberían ayudarnos para romper la ritualización vacía de las figuras canónicas de Argentina liberal y vincularnos más a figuras que expresan una micro-épica de la vida cotidiana, como Corina, la maestra de Moreno a la que le escribieron “Ollas no” con un punzún en su cuerpo; y como tantas otras mujeres, hombres y existencias diversas que cotidianamente dan testimonio de una ruptura con los mandatos del sálvese quien pueda, la meritocracia y las ansias de acumulación de bienes materiales como única camino posible (y deseable) en la vida.
Al fin y al cabo, todas y cada uno de nosotres tienen en sus vidas un maestro, una maestra o varios a quienes sabe en su intimidad que le debe una parte de su ser, más allá de los tributos públicos que puedan realizarse o no. “¿Cómo anda maestro?”, suele ser un término que se escucha con frecuencia en la cotidianeidad, a modo de saludo, pero también a modo de homenaje a quienes –se dediquen o no a la docencia formal- se los asume como formadores de nuestra comunidad.
El fuego para calentar debe venir siempre de abajo”, expresa el viejo refrán de Martín Fierro, figura compleja de la historia nacional. La olla popular es centralmente eso: fuego de abajo (de la olla); fuego de los bajos-fondos en donde suelen realizarse; fuego de las y los de abajo, al menos de quienes –de tanto en tanto en nuestra historia-- se disponen a extenderlo más allá de los puntos fijos en donde se cocina, para recordar que hay otro fuego, el rojo fuego de la pasión de los sujetos rebeldes, que pujan por habitar de otro modo el mundo, y luchan por transformarlo.

*Editorial de La luna con gatillo, jueves 13 de septiembre de 2018

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