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sábado, 23 de marzo de 2019

Contra mugre y perdón. Acerca de las políticas de la memoria


ANTE UN NUEVO ANIVERSARIO DEL 24 DE MARZO 

Por mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)


La memoria como trabajo, atravesado por las estrategias y las luchas antagónicas de nuestra sociedad; “Contra el Olvido” y Nunca más”, consignas para recordar, repetir, reelaborar, pero también, para problematizar, reinventar y –a veces—olvidar.


“No vamos a los muertos insepultos por nostalgia lírica, sino porque en ellos encontramos el eslabón roto, el nervio desgarrado de la historia nacional”.
Juan José Hernández Arregui


EL TERROR
“En el país de la sociedad rural todos somos ganado que avanza hacia el matadero”, dice el profesor Gómez, en 77, la novela de Guillermo Saccomanno que se inició con La lengua del malón y siguió con El amor argentino. Y más adelante, este profesor refinado de literatura inglesa, homosexual y peronista (cabecita negra) agrega:
“El terror ataca de golpe y paraliza. Después, lento, minucioso, va socavando. En tanto, uno se agarraba del a mí no me va a pasar. Todos pensábamos lo mismo. Hasta que nos tocaba. El terror se iba apropiando de uno, primero en cuestiones chicas hasta que después invadía el lenguaje entero, el que se piensa, el que se habla, el que se escribe, el del cuerpo, cada gesto...”.
En su hoy ya célebre “Carta abierta de un escritor a la Junta militar”, distribuida en el país el 24 de marzo de 1977 (antes de ser asesinado y su cuerpo secuestrado), el escritor, periodista y militante montonero Rodolfo Walsh escribe:
“El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron”.
Está claro que el terrorismo de Estado comenzó en la Argentina mucho antes del inicio de la dictadura genocida autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, y no sólo lo demuestran el accionar criminal de la Triple A (la Alianza Anticomunista Argentina que ejecutó alrededor de 2.000 personas entre 1974 y 1976) sino también el golpe-policial de marzo de 1974 en Córdoba (conocido como el Navarrazo) y el accionar sangriento del Ejército Argentino en Tucumán.
Pero también está claro –y Walsh lo demostró muy bien en su trabajo periodístico y de inteligencia popular desarrollado desde la Agencia Clandestina de Noticias que conducía- que desde el 24 de marzo de 1976 las Tres A pasan a ser las tres armas.
Quien años más tarde tematizó y analizó ese accionar criminal fue Pilar Calveiro, militante montonera en los años 70 detenida-desaparecida durante la última dictadura cívico-militar, sobreviviente del horror devenida en aguda analista sobre estas temáticas. En su libro Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina (breve pero intenso libro publicado en 2008 en la colección Puñaladas. Ensayos de punta de la editorial Colihue) descripción minuciosamente el funcionamiento de los lugares de encierro forzado: las patotas, los grupos de inteligencia los guardias, los desaparecedores de cadáveres. Y arroja los números, que por conocidos hoy no dejan de ser escalofriantes:
“Entre 1976 y 1982 funcionaron en Argentina 340 campos de concentración-exterminio, distribuidos en todo el territorio nacional en 11 de las 23 provincias argentinas, que concentraron personas secuestradas en todo el país. Su magnitud fue variable, tanto por el número de prisioneros como por el tamaño de las instalaciones”.
Calveiro también repara en la represión que operó sobre del lenguaje en aquellos años:
“Es significativo el uso del lenguaje, que evitaba ciertas palabras, reemplazándolas por otras: en los campos no se tortura, se interroga, luego los torturadores son simples interrogadores. No se mata, se manda para arriba o se hace la boleta. Nos e secuestra, se chupa. No hay picanas, hay máquinas; no hay asfixias, hay submarino. No hay masacres colectivas, hay traslados, cochecitos, ventiladores. También se evita toda mención de humanidad del prisionero. Por lo general no se habla de personas, gente, hombres, sino de bultos, paquetes, a lo sumo subversivos, que se arrojan, se van para arriba, se quiebran. El uso de las palabras sustitutas resulta significativo porque denota intenciones obvias, como la deshumanización de las víctimas…”.
Seis décadas antes, el escritor, filósofo y dramaturgo francés Jean Paul Sartre también había reflexionado sobre las atrocidades cometidas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial (1938-1945), expresando que la tortura era una “empresa de envilecimiento” centrada en un intento de aniquilar la humanidad del prójimo, más allá de la información (por más útil que ésta fuera) que el verdugo pudiera obtener.
“El campo de concentración argentino fue el intento más claro del poder por apresar y desaparecer todo aquello que escapa a su control”, remata Calveiro.
Hoy sabemos -siguiendo las pistas otorgadas por los pensadores franceses Guilles Deleuze y Michel Foucault- que donde hay poder, hay resistencia, y también, que siempre hay algo que se escapa del control, que fuga, que se sustrae a las normas establecidas, por más a sangre y fuego que éstas se sostengan. El caso de la última dictadura no es una excepción.


LA MEMORIA Y… ¿NUNCA MÁS?
Parafraseando al pensador italiano Remo Bodei, diremos que la memoria es un “campo de batalla”, no un simple e inocente acto de mirada retrospectiva, sino un combate, o más bien, un lugar de conflicto, un lugar bé­lico, porque el “trabajo de memoria” es un proceso social para interpretar y dar sentidos colectivos al pasado, desde las posiciones, las pasiones y los intereses del presente. 
Por eso hoy, rodeados de apologistas del olvido y la reconciliación para perdonar las atrocidades cometidas por el Estado terrorista, cobran tanta relevancia las memorias de las resistencias pretéritas, que se enlazan con las actuales, como tan claro quedó en las coyunturas de las luchas mapuches reprimidas en la Patagonia por la “Doctrina Bulrich”, que culminaron con las muertes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, así como los repudios a la “doctrina Chocobar” que legaliza los casos de “gatillo fácil” con los que las policías suelen exterminar a la juventud pobre y trabajadora en estos años de “democracia de la derrota”.
La emergencia de Madres de Plaza de Mayo, en 1977, fue un verdadero acontecimiento político, no sólo para nuestro país sino para el mundo entero. De allí que cuando se haya quebrado definitivamente la sobra del terror dictatorial (el 19 de diciembre de 2001), la figura de Las Madres enfrentando a los caballos de la policía que se le tiraban encima en la Plaza de Mayo fuera tan central, no sólo para desafiar el “estado de sitio” decretado por el entonces presidente Fernando De La Rúa, sino también para la insurrección popular que se propagó al día siguiente, el 20 de diciembre de 2001.
“Nunca más”, entonces, entendido como condena la fascismo, no deja de tener más que una actualidad por demás necesaria.
Ahora, ese lema, no suele ser pronunciado sólo respecto del “Terrorismo de Estado”, sino también del deseo revolucionario que recorrió el país y el mundo durante las décadas del sesenta y del setenta. Considerado totalitario, ese deseo, esas apuestas de transformación revolucionaria de la sociedad, fueron colocadas muchas veces en el lugar del Otro Terrorismo. Así, tal como señala Eduardo Grüner en el prólogo al libro Violencias de la memoria, de Jorge Jinkis, la fórmula “recordar para no repetir” no es sólo una mala teoría de la repetición –ya que al poder no le interesa solamente reprimir, sino y sobre todo producir–, esa fórmula oculta detrás del Nunca más, dicha desde el poder, puede ser también –y sobre todo– una amenaza: “Recuerden que ya sucedió una vez, no vaya a ser que les suceda de nuevo”.
Pasado del trauma, presente del síntoma, y severa advertencia hacia el futuro.


OLVIDO, JUSTICIA Y DESEO REVOLUCIONARIO
El olvido, entonces, también puede resultar fundamental para una política que se pretenda revolucionaria. Por supuesto, no un olvido que conduzca al perdón y la reconciliación, sino uno que surja del propio “trabajo de la memoria”, de esas disputas que ponen el antagonismo social en el centro de la de la pretendida “reconciliación” de lo irreconciliable, que permita emerger un proceso de resimbolización de los hechos traumáticos que hemos vivido como pueblo. En ese sentido, cabe recordar la advertencia que, de manera tan clara hizo hace ya tiempo el pensador maldito Friedrich Nietzsche, cuando en el “segundo tratado” de su Genealogía de la moral aseguró que “sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente”.
Para que emerja un orgulloso y jovial presente de lucha, entonces, un cierto olvido que permita procesar de otro modo las huellas del terror en la posdictadura, advirtiendo que, como supo resaltar Walter Benjamin en sus Tesis sobre la historia, “quienes dominan en cada caso son los herederos de todos los que vencieron alguna vez”.
Los nombres que hoy circulan en la escena política nacional, comenzando por el propio presidente Macri, no hacen más que confirmar esta hipótesis. Contra ella vamos.

*Editorial elaborada para la Revista Resistencias/Resumen Latinoamericano

Posdata:
Para finalizar estas breves reflexiones, unas canciones de rock, alusivas a la fecha, para escuchar en estos días:
“Madres”, de Caballeros de la quema: https://www.youtube.com/watch?v=ZRa3aotSZ6I
“Memoria”, de Attaque 77: https://www.youtube.com/watch?v=dlB-Tulo9cU


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