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viernes, 1 de marzo de 2019

Contribuciones para pensar la batalla cultural (Tercera entrega)


Por Mariano Pacheco*


La función intelectual, la organización popular, la batalla cultural. Apuntes para un debate necesario.



De lo que se trata es de inventar una mirada. O de problematizar la mirada con la cual observamos el mundo que habitamos. De asumir que las posiciones en las luchas implican lecturas de situación, definiciones y construcción de una trinchera simbólica también.
Ya hemos visto, en entregas anteriores de esta serie de textos, la importancia que desde sus inicios han tenido en el marxismo las cuestiones referidas a lo que aquí sintetizamos con el nombre de batalla cultural, e incluso, las cuestiones referidas a la literatura y al arte. Hemos repasado y mencionado textos emblemáticos de Marx y Engels, de Lenin y Trotsky, de Mao Tse Tung. En esta oportunidad, quisiéramos detenernos en una figura central, como lo fue el comunista italiano Antonio Gransci, y en particular, en algunos pasajes de sus anotaciones carcelarias, que también han sido recopiladas en el libro titulado Los intelectuales y la organización de la cultura.
Gramsci --como también lo hará años más tarde Félix Guattari-- destaca esta cuestión de la función intelectual más que la figura del intelectual. Para el italiano, no hay hombres –mujeres, existencias diversas, podríamos agregar hoy-- que sean “no-intelectuales”, ya que el intelecto es una característica de los seres humanos (“no hay actividad humana de la que se pueda excluir toda intervención intelectual”, nos dice Gramsci). Pero según él lo entiende, el intelectual es aquel que puede combinar una serie de características, que él resume en la fórmula “especialista+político”, y que son aquellas personas que cumplen una función organizadora de la hegemonía (consenso+coerción). Por supuesto, desde esta mirada, todo militante de partido es un intelectual, ya que cumple una función que es a la vez de educación, organización y dirección de un proyecto que encuentra en el partido el lugar en donde un grupo económico-social se convierte en agente de actividades generales de carácter nacional e internacional. Por eso los intelectuales no son solamente aquellos que crean algo nuevo en una determinada esfera de la producción cultural, sino también quienes divulgan lo creado hasta el momento.
Dicho esto, cabe aclarar que hay todo un trabajo específico que Gramcsi entiende que las izquierdas deben darse para poder combatir las ideas dominantes y contribuir a consolidar, en el seno de las clases trabajadoras, las ideas promovidas por el comunismo.


Organizar la nueva cultura
“Se debe persuadir a mucha gente de que también el estudio es un trabajo, y muy fatigoso, con un aprendizaje, aparte del intelectual, nervioso-muscular: es un proceso de adaptación, un habito adquirido con esfuerzo”, puede leerse en sus Cuadernos de la cárcel. El enfoque materialista de la cultura queda aquí más que claro.
Gramsci pone como ejemplo la producción de revistas, y destaca la importancia de que sus redacciones puedan devenir en “círculos culturales” en los que se produce una división del trabajo y una discusión colectiva sobre los temas de cada quien y una crítica colegiada del trabajo en general. Gramsci ve en esa dinámica, además, la posibilidad de crear una actividad editorial “regular y metódica” en la que el resultado vaya más allá de la suma de las partes individuales. “En esta especie de actividades colectivas, cada trabajo produce nuevas capacidades y posibilidades de trabajo, ya que crea condiciones de trabajo cada vez más orgánicas: ficheros, materiales bibliográficos, colecciones de obras fundamentales especializadas, etcétera”.
Es cierto que quien lea estas páginas podría preguntarse si no resulta una pieza de museo este tipo de escritos, producidos hace casi un siglo atrás. También podría presentarse el interrogante en torno a la actualidad de ese tipo de tareas en un mundo colapsado por las imágenes y el cambio en la percepción operado a partir de la revolución científico-técnica de las últimas décadas.
Este cronista entiende que si bien la tendencia de muchos métodos de trabajo y de producción intelectual hoy están en crisis (hay quienes sostienen incluso que los medios de comunicación gráficos están tendiendo a desaparecer en su versión “papel”), no dejan de tener validez algunas de las propuestas y reflexiones promovidas por el comunista sardo. Y en este sentido, no resulta muy productiva la idea de no tener en cuenta esa rica historia que la producción cultural de las izquierdas en el mundo supo dar. “Cada generación educa a la nueva generación, es decir, que la forma y la educación son una lucha contra los instintos ligados a las funciones biológicas elementales”, destaca Gramsci.
Hoy, cuando el capital se ha expandido por el mundo como nunca antes, cabe estar en actitud de prevención, de auto-reflexión en torno a los modos en que luchamos. Al menos desde los movimientos sociales que tanto han contribuido a reactulizar una nueva perspectiva de construcción política popular en Nuestraamérica durante las últimas décadas. Sobre todo frente al riesgo de quedar entrampados en una dinámica ligada a las luchas por garantizar la auto-reproducción de la vida material; dinámica que puede complicar la existencia de las clases dominantes en determinadas coyunturas, pero no herirlas de muerte. De allí que en estas líneas no dejemos de tener en cuenta aquello señalado por Gramcis respecto de que, así como cada corriente cultural crea su propio lenguaje e introduce nuevos términos para enriquecer los términos ya en uso, también se sirve de nombres históricos para facilitar el juicio y la comprensión de las situaciones con las que se tiene que medir en cada momento histórico.



La integralidad de la batalla cultural
Queda claro, en Gramsci, la apuesta por combinar los distintos modos de intervención de acuerdo al frente específico en el que se libra cada batalla. Y así como no puede entenderse el modo en que queda solidificado el vínculo entre política y economía sino a través del cemento de la cultura, tampoco puede entenderse una crítica política de la cultura sino es prestando atención (y gestando modos específicos de intervención) a la cultura popular y la denominada “alta cultura”, de manera simultánea. No se trata de atender uno de los flancos sino de afinar la puntería para poder dar en el blanco de cada uno.
Para el comunista italiano es fundamental que el trabajo educativo-formativo contribuya a elaborar una conciencia crítica del mundo, así como a difundir aquellas producciones que la humanidad ha ido gestando a través del tiempo, y que por lo general, suelen ser privativas de determinados sectores sociales e incluso en determinados lugares.
De allí que Gramsci lea la complejidad de la producción cultural, y proponga una combinación de estrategia de intervención para poder gestar los instrumentos necesarios para divulgar, difundir y crear.
Hoy internet, las redes sociales, pueden seguramente contribuir a gestar una serie de iniciativas que disputen algunos de los sentidos que el poder dominante intenta imponer cada día. También a conectar distintas experiencias locales, nacionales, regionales. Pero habrá, asimismo, que seguir haciendo esfuerzos por dinamizar otras iniciativas, que puedan interpelar más allá de las pantallas de nuestras computadoras, tablets o celulares.


*Serie de notas publicadas en la versión impresa de Resumen Latinoamericano durante 2018.


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