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jueves, 17 de octubre de 2019

Acha: “El peronismo es el resultado de un juego múltiple de fuerzas en conflicto”

Entrevista al historiador y ensayista Omar Acha

Por Mariano Pacheco*


Reconversión peronista post dictadura, menemismo, la era K y los indicios del "fernandismo".


Omar Acha es docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires. También ensayista y un estudioso del peronismo. Entre sus libros publicados se destacan Los muchachos peronistas. Origenes olvidados de la juventud peronista (1945-1955), Planeta, 2011; Crónica sentimental de la Argentina peronista. Sexo, inconsciente e ideología (1945-1955), Prometeo Libros, 2013; y recientemente, La Argentina peronista, red editorial, 2019, un libro de 83 páginas que forma parte de la colección 90 intervenciones (90 libros de hasta 90 páginas para leer en 90 minutos), en el que comienza afirmando que “que el país como tal se transformó en un escenario donde lo sucedido a propósito del peronismo pasó a ordenar los temas decisivos de la política, de la experiencia social y de la vida cotidiana”. En este diálogo con Zoom, Acha contribuye con sus reflexiones a que sigamos intentando pensar la coyuntura actual que atraviesa el país inscribiéndola en un proceso histórico más amplio, donde el peronismo y el mundo popular durante la posdictadura están en el centro de la escena.


En primer lugar, Omar, quisiera que pudieras compartir alguna reflexión sobre el peronismo de posdictadura. Es decir: pensar qué pasó, después del terror, con el peronismo –en general--, pero también –más específicamente— con lo que se denominaba su columna vertebral, el movimiento obrero, la clase obrera peronista. Indagar en las mutaciones, tanto del mundo popular como de esa identidad y experiencia política.

Respecto del peronismo, el primer dato concreto, después de la dictadura, es la derrota electoral, que es una novedad. Y ahí la pregunta respecto de qué nos dice esa derrota. En principio diría que hay dos grandes cambios, fácilmente perceptibles. Por un lado el desplazamiento, en el escenario del poder peronista –que es un escenario múltiple, con diversos actores, que poseen sus proyectos, muchas veces enfrentados, otras veces bajo el mudo de alianzas o pactos—del sindicalismo. De algún modo el proyecto de la renovación peronista –Cafiero, De la Sota— venía a hacer del peronismo un partido más clásico, en el sentido liberal, con una organización más tradicional, y dejar su movimientismo de lado. Pero una de las consecuencias fue, al menos en términos de perspectiva, el desplazamiento del famoso tercio sindical en la configuración del movimiento peronista. Y por otro lado, el desvanecimiento de una pugna muy poderosa, que se plantea sobre todo en los años setenta, pero que venía ya con antecedentes, entre sectores que podríamos denominar más ortodoxos y una izquierda peronista. Ese esquema se desvanece, si bien persisten algunos segmentos de la izquierda peronista en los años ochenta y noventa (e incluso en la actualidad), sin embargo, fueron minoritarios dentro del movimiento y carecieron de la fuerza necesaria para disputar su orientación. Creo que estos son los datos de partida. Y una de las consecuencias fue el ascenso al poder de los políticos en el escenario de las definiciones político-ideológicas del peronismo. Creo que esto es el dato central. Eso no quiere decir que se haya erosionado una conexión entre el peronismo y la clase trabajadora, sino que se modificó, y ese es uno de los datos que modificó la historia política reciente de la Argentina. Porque no sólo se modificó ese vínculo, sino más en general, el lugar de la clase trabajadora –y no sólo industrial, o con empleo fijo, estable-- dentro del panorama nacional.


Luego viene el menemismo, que uno puede pensarlo como peronismo del revés (hace todo lo contrario a lo que indican las tres banderas históricas), a partir del cual se gestan una serie de modificaciones que producen, entre otras cuestiones, nuevos repertorios de protesta y modos de organización popular, que de algún modo desembocan en la insurrección del 19 y 20 de diciembre de 2001. Vos en uno de tus trabajos, creo que en La nueva generación intelectual, decís que uno de los grandes ausentes en ese momento de crisis (2001/2002), son los nombres de Perón y Evita. Pasada ya más de una década de la publicación de ese texto y casi dos de aquellas jornadas, ¿qué podrías decir hoy respecto de esa ausencia?; o más bien, ¿se podría pensar que, más allá de la ausencia de las estructuras tradicionales del peronismo en la protesta social, hubo algo del peronismo que persistió allí y estuvo presente por abajo, como reverso de ese peronismo que era el partido del orden neoliberal en el gobierno?


En realidad, diría que ese apagamiento de los nombres de Perón y Evita en el lenguaje de los grupos peronistas es algo que se puede rastrear desde 1955, cuando surgieron los llamados neoperonismos, en los cuales esos nombres permanecían en el trasfondo, y aparecían otros, dentro de una tradición fluida y porosa como la del peronismo, y en otros momentos retornaba la centralidad de esos nombres. Ahora, en el caso del menemismo, creo que se presenta una propuesta hegemónica diferente, que es cambiar el lugar del peronismo respecto de la estructura de clases en la Argentina, donde una cierta configuración de la burguesía local y de las burguesías transnacionales aparecen como el referente central, y las clases trabajadoras, como un sector subordinado al modelo de acumulación. Pero eso no significa que la vida popular se haya apagado durante esos años. Y eso es un dato central de esta breve historia, en el sentido de que usualmente se señala al peronismo como superestructura que viene a domesticar la vida popular y, precisamente, lo que la historia reciente nos muestra –vos diste el ejemplo del 2001, pero podríamos identificar otros momentos también— es que hay una opacidad viviente y múltiple difícil de interpretar. Por ejemplo: no sabemos muy bien por qué De Narváez le gana las elecciones a Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires, o por qué luego triunfa el macrismo, no sólo con un voto de las clases medias o altas sino que también tuvo una repercusión entre las clases trabajadoras, y me parece que ese es el enigma central para develar.


El kirchnerismo, de algún modo, combinó un movimiento que implicó un proceso de reperonización de la discusión política en Argentina, pero a su vez –vía la transversalidad, la incorporación al proyecto de otros sectores no peronistas, la retórica de los derechos humanos, etcétera— se alejó bastante de ciertos parámetros del peronismo clásico. ¿Qué pensás vos del kirchnerismo, en este punto de su relación con el peronismo?

En la medida en que entiendo que el peronismo no supone una orientación ideológica precisa, sino más bien una identidad flexible, la idea básica que podría compartir es en base a una frase de Perón mismo, que en los años setenta, decía: “no es que yo cambié, el que cambió fue el mundo”. Entonces no se trata de una lógica de fidelidades o de traiciones a ciertas banderas, sino más un olfato para poder construir poder, dentro de una identidad que es maleable, que tiene ciertos referentes, pero cuyas orientaciones sociales y económicas son maleables y pueden encontrar énfasis diversos. En tal sentido, el kirchnerismo fue y es una de las versiones posibles del peronismo. Lo mismo puede decirse del menemismo. Hubo muchos sectores que decían que eso no fue peronismo, sino una traición a esas banderas, pero la perspectiva del tiempo hoy nos da una mirada mucho más sabia al respecto, que nos permite decir que eso también fue peronismo y abrir la diversidad de lo que fue y es: una tradición que se está reinventando permanentemente. La coyuntura actual, en ese sentido, es muy interesante, porque no sabemos qué puede llegar a hacer Alberto Fernández una vez que esté en la presidencia, si llega a existir algo así como el “Albertismo”… ni el propio Alberto lo sabe.


Hoy se podría pensar, sin embargo, más en un “Fernandismo” que en un Albertismo. Es decir, un proceso a partir del cual, en esta confluencia de Alberto con Cristina, surge otra cosa. ¿Cómo lo ves?

Creo que uno de los elementos centrales para poder evaluar las posibilidades de acción de un gobierno de este tipo consiste en analizar los recursos con los que cuenta. Las acciones posibles están fuertemente condicionadas por las capacidades y los límites para poder llevar adelante ciertas reformas, propuestas. Y ahí, lamentablemente, el panorama no es muy auspicioso. Las condiciones macroestructurales que han condicionado al segundo gobierno de Cristina, y al de Mauricio Macri (y voy a poner acá entre paréntesis todas las barbaridades de las medidas que ha tomado el macrismo), no se han transformado. Entonces lo que sucede es que se torna un misterio qué puede ocurrir. Alberto ya viene anunciando que los problemas no se van a resolver rápidamente, que los compromisos asumidos con el FMI van a ser respetados, pero no fue demasiado explícito con las medidas a tomar.


Claro, y habrá que ver qué tipo de agenda popular se pueda construir también. En ese sentido, te quería preguntar: ¿qué pensás de este fenómeno que se produce con el peronismo, que aún sin estar presente muchas veces de manera directa en las ciertas luchas que se puedan librar, luego, en las coyunturas electorales, sigue siendo la única opción que a nivel popular se visualiza como capaz de enfrentar a lo más crudo del neoliberalismo, en este caso concentrado en la figura de Macri?

Creo que efectivamente hay un rasgo de mediana duración en la cultura política argentina. Mi hipótesis es que, en las clases populares, la representación simbólica del poder estatal es incorporada en los años cuarenta/cincuenta, a través de una identificación peronista. Y esto es lo que hace que la representación intelectual y cultural de una posibilidad de estabilidad estatal se identifique con el peronismo. En otras palabras, que una estabilidad estatal no peronista es una ficción poco creíble. Hay una gran incredulidad popular respecto de las capacidades de una gobernabilidad no peronista. Y esto se vincula con una idea, en gran medida inconsciente –no porque no es sabida, sino porque es una premisa, un presupuesto del propio pensamiento—que fue incorporada por las clases populares con el peronismo. Y esto no está presente sólo en la clase trabajadora, en los sectores más bajos de la sociedad, sino también en otros segmentos. Por ejemplo ahora, ni siquiera la burguesía le cree a Macri que puede sostener la gobernabilidad.


Más allá del peronismo de posdictadura, en tu caso has trabajado muchos años sobre el peronismo clásico, y has planteado esta idea de centrar tu enfoque desde una perspectiva de un peronismo desde abajo, que pudiera indagar sobre esas zonas poco abordadas por la historiografía más tradicional. ¿Qué reflexión podrías compartir al respecto sobre este enigma que lleva por nombre peronismo?

En mi caso asumo una deformación profesional, que solemos tener los historiadores y las historiadoras, que es que siempre que pienso la coyuntura la inscribo en una temporalidad mucho más extensa. Es decir, que el ahora, nunca está dado de forma aislada, sino inscripto en una trama mucho más profunda y extensa, que a veces los actores no necesariamente perciben, pero sobre la cual podemos reflexionar. En ese sentido, diría que la idea básica que he tratado de desarrollar en mis textos sobre peronismo, es la siguiente: el peronismo no es una idea, no es una ideología, no es un proyecto unívoco, sino que el peronismo es un campo de fuerzas y de luchas donde se inscriben una diversidad de actores, grupos, clases que no tienen todos la misma orientación, los mismos intereses, ni se van transformando en el mismo sentido ni con la misma velocidad, sino que más bien es una suerte de magma, con una multiplicidad de agentes que son políticos, sociales, culturales, que construyen un resultado que no es la intención de cada uno de ellos sino más bien el resultado de un juego múltiple de fuerzas en conflicto. Entonces, frente a esa multiplicidad, los relatos tradicionales que intentan explicar al peronismo, por ejemplo, por la voluntad de Perón o Evita, o el estado peronista, es extremadamente empobrecedora y distorsionadora de esa realidad tan compleja, que es preciso investigar, que no se entrega pasivamente a la percepción, sino que requiere una elaboración, con fuentes, archivos, debates, para poder acceder a esa historia tan compleja. Es decir, que la historia del peronismo, antes y hoy, es tan diversa, múltiple y sofisticada, como cualquier gran historia del mundo que leemos en los libros más reconocidos. Entonces, de ese juego múltiple, me interesa rescatar la acción, la agencia, la pasión y la memoria de esos sectores bajos que en general son olvidados o menospreciados por esos relatos simplificadores que enfatizan el rol del estado, de los líderes y de la propaganda. Ese contrafrente que aparece oculto bajo la hojarasca de esas imágenes simplificadoras es lo que intento rescatar en mis escritos.
* Revista Zoom

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