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domingo, 15 de marzo de 2020

Fernández: “Entiendo al rock como una voz que siempre está del lado de los oprimidos”


ENTREVISTA A JUAN PABLO FERNÁNDEZ

Por Mariano Pacheco*


La voz de Acorazado Potemkin repasa los lazos con la política, el trasvasamiento generacional y la cultura fraternal del rock. “Es la música que busca abrir espacios y cabezas”, afirma. Juan Pablo Fernández publica un libro en el que reúne letras de sus bandas Pequeña Orquesta Reincidente y Acorazado Potemkim: 25 años de canción y de rock como contracultura.


Llega a la librería Punto de Encuentro a las apuradas, mochila al hombro, en un mediodía sofocante en la ciudad de Buenos Aires. Juan Pablo Fernández comenta su ansiedad por que el libro “Peluca”, que presenta este jueves en el Club Atlético Fernández Fierro, aún no ha salido de imprenta. La publicación reúne canciones que escribió durante el último cuarto de siglo, primero para Pequeña Orquesta Reincidente y luego para Acorazado Potemkim, banda con la que se presenta este sábado 7 de marzo en la ciudad de Córdoba. Pensando un poco, entonces, en ese título emblemático que utilizó David Viñas para uno de sus libros (“Literatura argentina y realidad política”), revista Zoom le propone a Fernández comenzar la conversación tratando de pensar la relación entre esas experiencias de producción cultural y la situación política del país. Pensar en que la Pequeña Orquesta tiene su vida durante ese período que va del Santiagazo a los inicios del kirchnerismo, y los Potemkin en el ciclo que se desarrolla después del enfrentamiento del gobierno de Cristina con las patronales agropecuarias hasta nuestros días. Juan Pablo dice que la imagen que se le viene a la cabeza es la de las Asambleas Populares en el primer caso, y la del asesinato de Mariano Ferreyra, y la de los pañuelos verdes para la segunda.


¿Qué pasó con el rock, entonces y ahora? ¿Visualizás cambios entre lo que fue la experiencia de los años noventa y del 2001 y lo que sucede con el rock, ponele, desde 2004 o 2005 en adelante?

La Pequeña Orquesta siempre trabajó a su ritmo. A veces más integrada y otras veces más escondida, pero siempre tratamos de prestar atención y vincularnos a lo que pasaba, y si no lo hacíamos participando lo hacíamos desde nuestras canciones, escribiendo y describiendo lo que estaba pasando alrededor. Después nos planteábamos mucho discutir las formas de trabajo. Ahora hay cosas que parecen naturales. La Pequeña Orquesta no tenía facebook, por ejemplo. Entonces, chiste aparte, lo que aparece en nosotros en ese momento es una concepción muy fuerte de la independiente, heredada de algún modo de esa concepción un poco romántica pero hermosa de Los redondos, de no dejarse contaminar por la prensa hegemónicos, los sellos discográficos, la canonización de las multinacionales. Todas frases que nos vas a escuchar repetir ahora con los Potemkin, desde otro lugar y otro contexto. En ese sentido nosotros valoramos mucho las redes sociales, porque te ponen a un click de distancia con la gente. Vale lo mismo una nota en Clarín que la que te hace un amigo tuyo en su blog. Eso es algo muy lindo que en las redes crece mucho. Nosotros hablábamos mucho de todo eso. La Renga, por ejemplo, creció muchísimo sin estar en ningún ciclo de gobierno o bajo el sello de una multinacional. Cuando La Renga firma con una discográfica a sus recitales ya iban más de dos mil personas. Ese fue el crecimiento más grande que recuerdo después del fenómeno de Los redondos. También en los noventa hubo un rock que después derivó en el rock chabón y que tuvo sus antecedentes en ese rock “uruguayisado”, como Los piojos, la Bersuit, que metían murga, candombe. A mí siempre me gustó igual Ciro de Los Piojos, su forma cantera de cantar.
Como contracara de eso hubo un rock muy menemista, muy televisivo, muy ligado a la industria también, con Menfis y los coletazos de Soda Estéreo y sus giras Latinoamericanas. Entonces, ¿qué mas quedaba?: todo un rock más independiente, Babasónicos, lo que se hizo en Córdoba con el Nuevo Rock Argentino. La Pequeña Orquesta no entraba ahí, pero sí en el movimiento de todas esas bandas que se iban armando y juntando para tocar y se iban gestando pequeñas tribus. Yo creo que ahora el rock independiente tiene más peso, organiza sus propios festivales, como el Festipulenta en Ciudad de Buenos Aires, o Laptra, con El mató a un policía motorizado y Los 107 faunos en La Plata.
Después también existe en lo independiente toda una zona de precarización laboral: terminas organizando las fechas y todo vos. Y no te dan los costos. Nosotros decimos que para ir a Uruguay primero tenemos que armar una empresa. Y es chiste pero no tan chiste, porque después querés ir a Córdoba y no podés. Ahora vamos esta semana, pero hace dos años que no lo hacemos, porque no tenés quien te pague los pasajes o corra ciertos riesgos sobre los costos en la apuesta. El circuito está muy acostumbrado a que sea el artista el que corre los riesgos, es un vicio que quedó después del descalabro que hicieron las compañías menemistas, que vendían los CDs a 20 dólares cuando en todo el mundo estaban once, y cuando les empieza a ir mal le echan la culpa a las telefónicas, al compartir. Después de eso, en 2008 más o menos, empieza a trabajarse sobre la idea de que “compartir no es delito”


Son varias cosas…

Sí, no sé si te respondí la pregunta, pero diría que son varias cosas en simultáneo. Una cosa es lo que pasa de la puerta de la sala de ensayos para adentro y otra para afuera. Una cosa es como organizas un recital y otra como sacás un disco. Todo eso hace a la política de una banda pero no siempre expresa una estética. Nosotros con la Pequeña Orquesta y también a veces con Potemkin trabajamos la idea de que sea la propia canción la que ya trae su impronta que pueda ser muy manipulada por las estéticas dominantes.


Y en términos de influencias literarias, ¿qué podrías nombrar? ¿Qué lecturas recordas de estos 25 años?

Mirá, leer, en estos años, leí de todo. Recién, antes de empezar, veía un libro del poeta chileno Gonzalo Rojas, que descubrí hace muy poco tiempo, a quien podríamos pensar como una suerte de heredero de César Vallejo. Entonces hay veces en las que lees cosas en un momento, pero que te marcan un recorrido hacia atrás. A mí me influenció mucho trabajar en el Taller de Poesía de Claudia Prado, una poeta extraordinaria, que estuvo en un vínculo muy directo con las obras que estaban produciendo Paula Jiménez España, Claudia Masin, Sonia Escarabelli. Esas son las poetas mujeres que leí, todas de algún modo influenciadas por Diana Bellessi, que había realizado un taller, del cual seleccionó a los poetas que estábamos trabajando en algún libro para que lo publiquemos. En mi caso el libro se llamaba “Poemas del viejo”, en 2005. Allí tuve de compañeros y compañeras a mucha gente, amiga en algunos casos, que hoy son grandes referentes de la poesía: Josefina Saffiotti, Nicolás Cambon, Gabriela Franco, Marcelo Cutro y Martín Puchetta.
Yo ya venía escribiendo, pero esas experiencias me hicieron tomar real dimensión del mundo poético. Después también tengo que mencionar amigos con los que he compartido reflexiones, como Yaki Setton o Diego Posadas, gente con la que se puede decir que comparto un parentesco generacional, que me han ido abriendo puertas como hermanos mayores, además de las figuras maestras, como Diana Belleci que recién mencionaba. Esto como poeta. Como letrista a mí siempre me gustó Moris, Cantilo, Luca Prodan, el Indio Solari, Palo Pandolfo, León Gieco. Y antes, más de chico, leí mucha literatura norteamericana, policiales, y novelas en general, pero después, con los talleres, le empecé a encontrar más gusto a la poesía, a ver las voces que se ponen en juego. Y al menos en Buenos Aires siempre hay talleres, ciclos de lecturas de poesía, iniciativas. Ahora hay una gente que hace una revista que se llama “Por el camino de Puan”, por ejemplo, vinculando la parte académica con la parte de escritura.


Volviendo al rock: hay quienes piensan que de algún modo hay una suerte de franja etárea en la que quedó acorralado el rock…

Acorralado Potempin…

La franja acorralada que va desde los treinta a los sesenta años, por poner una cifra...
Es una enorme franja etárea esa Mariano, de todos modos…


Sí, pero la hipótesis supone algo del rock como pasado, o sin capacidad de reinventarse. Vos por lo que decís, al contrario, visualizás toda una potencia en el rock aún en la actualidad…

Sí, sí, claro, por supuesto. Incluso te digo más: Wos, por ejemplo, termina haciendo rock, o lo va a terminar haciendo. En el mejor de los casos él nos va a obligar a nosotros a repensar el rock. Porque el rock es una gran coartada, un gran puchero donde se mezclan muchas cosas. El papá de Wos, Alejandro Oliva es un gran músico, compositor y productor, que ha tenido contacto con la música experimental, el jazz, el rock. Yo creo que va a haber influencias y cruces, porque la música va evolucionando con las personas, que son las que la tuercen, y no los movimientos académicos. Y en algún momento esas personas se juntarán con otras y habrá nuevas influencias. Mirá: recién dijiste algo que quisiera retomar, antes de irme para otro lado. Recién hablabas de la franja etárea. Y unas estadísticas que estuvimos viendo de Spotify dicen que los jóvenes son quienes más lo frecuentan, y dentro de los jóvenes, el 42% escucha rock, y es un segmento tanto o más grande que el trap o el latino. Entonces: sigue habiendo un público para rock. Yo no sé si es más o menos urbano, si es un fenómeno metropolitano o qué, pero te diría que al menos para Acorazado, salir de Buenos Aires ha sido una política de trabajo, por más que en los últimos años esto ha costado muchísimo. Pero siempre tratamos de ir a Córdoba, a Rosario, a Mar del Plata, a Mendoza. Y a todos lados a donde vas, sea Trenque Lauquen o Rawson, donde vas, sobre todo en las ciudades más chicas, hay un público que es el público de rock, que le puede gustar Valle de muñeca, Los gorriones, Potemkin o Babasónicos, o conocen la Pequeña Orquesta, Los visitantes, que se yó, escucharon Sumo. Son un público más nítidamente rockero, más que en Buenos Aires donde prima la lógica de tribu y hay más bandas y uno sigue a sus amigos. El rock es una gran mezcla, es muy abierto.


Ahí se podría pensar en la Pequeña Orquesta como una gran cultora de la mezcla. Digo: si bien es rock hay algo de la nostalgia del tango, y elementos más ajenos a la dinámica rockera. Casi que si alguien que no escuchó y te pregunta uno está tentado en decir que fueron una banda inclasificables, ¿no?

Yo de todos modos siempre reivindiqué la cuestión del rock. En algún momento, en pleno menemismo, cuando el rock era Menfis y toda esa porquería, nosotros queríamos corrernos de todos esos brillos y toda esa estética de la que nos sentíamos ajenos porque era parte del problema. Pero sí creo que nosotros rescatamos todo un rock, sobre todo el que viene del pospunk, que era otra cosa. Cuando uno trata de apropiarse de las músicas populares, como hicieron Mano Negra en Francia, o Corcobado en España, o The pogues en Irlanda, o también, como hicieron a su manera gente como Tom Waits y Nick Cave, y hasta U2, cuando hicieron esa gira por Estados Unidos. Había una forma de hacer evolucionar al rock que tenía que con hacer una cruza con las músicas populares. Nosotros acá, sin ir más lejos, teníamos a La portuaria, Los visitantes, ni hablar Manal, Moris, Miguel Cantilo y León Gieco que lo hicieron. Y con la Pequeña Orquesta Reincidente nos seguíamos reivindicando dentro del rock pero evidentemente no encajábamos del todo, y por eso terminábamos buscando lugares, por ejemplo, que tuvieran buena acústica para el piano, más allá de si eran o no del circuito del rock. Pero más allá de ciertos sonidos acústicos, había batería, y guitarra eléctrica y la forma misma de las melodías y la estructura de las canciones son del rock. Para mí el rock siempre fue la música de una búsqueda que te permitiera abrir espacios y abrir cabezas y hacer hermanos, sobre todo entre la gente que crecimos bajo las sombras de la dictadura, que decía que el rock era algo subversivo, extranjerizante, cosas de vagos y drogadictos y que el folclore era la música argentina. Esas cosas nos fueron marcando. Entonces nosotros decíamos: “nuestro espacio de pertenencia es éste, pero hay que abrirlo para que entremos todos”. Y debe ser amplio, y generoso, para que ahora, por ejemplo, también entren el rap, y el trap y otros ritmos.


Hay algo de las políticas de la amistad en el rock así entendido, ¿no?

Sí, claramente: el rock es fraternidad, no aceptar a los padres, el mandato social. Después bueno, ahora tenemos un presidente que hace canciones de rock con la guitarra. Evidentemente, se puede acceder a espacios de poder y hacer rock, no es contestatario per se. Se puede ser oficialista y ser rockero, términos que antes marchaban por separado, porque el rock era más antisistema. Pero también se puede entender al rock como una voz que siempre está del lado de los oprimidos, de los que preguntan, de los que reclaman.


Por último: ¿qué implicó Cromagñón para el rock argentino?

Bueno, acá en capital se cerraron un montón de espacios para tocar después de Cromagñón. Los Reincidentes veníamos denunciando las malísimas condiciones que había para tocar. Y había lugares en los que no tocábamos. Incluso hemos suspendido algún recital, por ejemplo, cuando patovicas le pegaron a gente de nuestro público. No tiene por qué haber patovicas además, como en Matienzo, en donde no hay patovica sino gente que te cuida. En ese sentido nosotros nunca nos pusimos en una postura corporativa de ir contra las regulaciones de los inspectores, porque muchas veces nosotros mismos las necesitábamos. Las condiciones para tocar eran, y muchas veces aún lo son, muy precarias. Después sobre esa base, el gobierno de la ciudad y el nacional terminaron, con una actitud culposa, cerrando un montón de lugares. Después pasó eso de que te juntabas en una terraza a guitarrear, el vecino hacía una llamada y terminabas con tu casa clausurada. Entonces, creo que había muchas denuncias por hacer, como hoy hay que seguir haciéndolas, para que no haya silencios ni posturas corporativas, pensando en que incluso el rock también puede serlo. Y bueno, si bien este es un país que siempre busca culpables, acá hay que decir que hubo unos cuantos responsables, incluso los músicos y la organización. Hay cosas donde hay que hacerse cargo. Vos no podés tocar en lugares que no cuidan a la gente. Hay que exigir al gobierno y a los bolicheros (esos pequeños empresarios) que cumplan con lo que tienen que cumplir. De ellos es la responsabilidad, y la nuestra es exigirles. Hay que cuidar a la gente porque el rock es un proyecto de fraternidad: la gente se pasa los discos, se hacen pequeños emprendimientos, se montan Centros culturales, todo un mundo alejado de las violencias de las discotecas. Y nosotros como músicos, como usuarios, tenemos todo el derecho de exigir que se cuide y se lo mejore y se lo reconozca como un valor cultural. No como ha pasado, por ejemplo, con los chicos que mataron en San Miguel del Monte, que la parecer no pararon cuando un policía les dio la voz de alto porque no lo escucharon: iban escuchando música. ¿Qué hace la policía?: los corre, les dispara, provoca que choquen contra un camión y mueren. Si vos le mandás la policía a los chicos que están en una esquina escuchando música o tirando rimas, como suele suceder, no te das cuenta donde está la cultura. ¿Dónde está cultura? No está en las alarmas, en los alambres de púa, en las cámaras, en la televisión, sino en esos chicos que cantan y tiran rimas, y bailan y pasean escuchando música en un auto, en quienes quieren sentirse libres. Entonces hay que cuidarlos. Yo ya tengo 50 años. Entonces nosotros, los músicos más grandes, tenemos que hacer como una guerra de retaguardia y seguir peléandonos contra los viejos carcamanes y los burócratas del Estado y la policía, para que esos pibes vayan gestando nuevos caminos estéticos, nuevas vanguardias. Pero nosotros, los más viejos, tenemos que seguir peleando porque el rock siga siendo un lugar amplio de confraternidad, lealtad y compañerismo.
*Nota publicada en revista Zoom

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