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martes, 31 de marzo de 2020

LA TOMA DE LA MATERA, 20 AÑOS ATRÁS


31 de marzo/ 1° de abril del año 2000

Por Mariano Pacheco*

 

Hacía exactamente una semana que habíamos terminado nuestra relación con Grillo. O más bien: era la primer ruptura, que duró un año y medio, en un vínculo que se sostuvo por años. Así que siendo sábado a la mañana y con ese estado de ánimo, mi concentración en la reunión iba y venía. ¡Y encima en medio de la discusión que definía el rumbo político-ideológico de nuestro grupo! Estaba hecho un trapo de piso, pero no decía nada. Creo que todos lo sabían, pero nadie decía nada. Urgían otras cuestiones: en el movimiento popular, en la Argentina. Después de cuatro años de militancia intensa en el Movimiento La Patria Vencerá protagonizamos una ruptura con tres de los compañeros que menos conocía personalmente, con los que menos vínculos tenía más allá de las discusiones políticas.
Cuando sonó el teléfono en la casa de Pablo y Flor ninguno de los cuatro interrumpió su concentración en el debate: los borradores de lo que sería pronto el Estrella Federal estaba en plena elaboración: las transformaciones estructurales del capitalismo; la financierización de la economía mundial; los aspectos ideológicos de dichos cambios, en fin, el neoliberalismo. También discutíamos los temas más propios: objetivos para la etapa; aspectos que caracterizábamos como estratégicos para una revolución en Argentina (la moral revolucionaria, la actitud de vanguardia de la militancia en el proceso de recomposición de fuerzas populares) y las perspectivas que, como grupo, teníamos en ese momento: centralmente, volcar todas las fuerzas militantes en pos de construir un Movimiento de Trabajadores Desocupados de alcance nacional.
El teléfono seguía sonando y seguíamos en plena discusión.
Pablo: si escuchan el mensaje vengan. Estamos desde la madrugada participando de una toma de tierras en Solano. Se está armando un asentamiento a unas cuadras de la parroquia y ya hay más de 2.000 personas, el lugar es inmenso”.
La voz inconfudible de Neka, una de las referentes del MTD de San Francisco Solano, había quedado grabada en el contestador.

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Cruzamos una mirada entre Darío, Flor y yo. Pablo, con las llaves del auto en la mano, ya estsba listo para partir al predio al que todos en la zona denominaban La Matera. El lugar era inmenso, así que llegamos y empezamos a caminar buscando a Neka, y al cura Alberto. En el andar nos cruzamos con el Gaucho y Lili, una de las parejas referentes de Quebracho que militaban en la Comisión de Desocupados del barrio Km 35, en La Matanza, y con la que sosteníamos una asudua discusión política.
La imagen era surealista: muchas “casas” estaban improvisadas con planchuelas gigantes de tergopol. Enseguida nos enteramos que habían salido de una suerte de estructura que se encontraba en el lugar al momento de la toma; estructuras de tergopol de lo que alguna vez había sido anunciado como un plan de obras de viviendas populares que, era obvio en la Argentina neoliberal, nunca se habían terminado.
El dinamismo de la gente me sorprendió, ver a tantas vecinas y vecinos garantizar lo básico de los primeros pasos de la ocupación: organizar las manzanas y eligir delegados; respetar el trazado de calles para que no se armaran pasillos; que cada quien, en su terreno, fuera armando su lote, al menos de manera provisoria, tomando las medidas con pasos, clavando ramas en las puntas y uniéndolas con hilo.
En la tardecita de aquél sábado 1° de abril del año 2000 ya se discutía que nombre ponerle al lugar. Creo que se dijo 31 de marzo, por el día de la ocupación, pero finalmente creo que le quedó La Matera, como todos le decían al sitio en la zona.

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En La Matera logré agarrarme uno de los últimos lotes que quedaban, bien al fondo del asentamiento. A la noche, Darío se ofreció a quedarse, para acompañarme en la guardia, mientras Pablo y Flor iban hasta su casa a buscar las cosas más necesarias y urgentes: una carpa, frazadas, una olla, algunas provisiones… y una pareja de compañeros jóvenes, vecinos de Monte Chingolo que aun no tenían su propio techo. Creo que Pablo tenía miedo de que me desmoronara. No nos conocíamos mucho, si bien ellos se había sumado al MPV después de los cortes de ruta que protagonizmaos en agosto del 97 en la zona sur. Ellos venían del Comedor Los Pibes de La Boca, y nadie preguntaba mucho pero sabíamos –¡eramos pocos y nos conocíamos mucho!-- que “la banda de Lito” era aún más conspirativa que la nuestra. Así que de cosas personales casi ni hablábamos. Pero un mes y medio antes, como parte de nuestras tareas de contactar grupos para poner en pie un MTD a nivel nacional, habíamos agarrado el destratalado Peugeot de Pablo y Flor y junto a ellos, y su bebé Juancito, tomamos con Grillo la decisión de pasar nuestras vacaciones visitando en Corrientes a Marianita, nuestra compañera de la agrupación 11 de Julio, y de paso, hacer base allí para recorrer Corrientes, y sobre todo Chaco, donde se estaba construyendo un poderoso MTD. De paso visitamos Entre Ríos, donde teníamos un contacto de un viejo cuadro del PRT. Así Pablo y Flor vieron con sus propios ojos lo enamorados que estábamos con Grillo. Seguro, como yo –quien sabe, quizás también como Grillo-- ellos se preguntaban qué había pasado. Supongo que a los 19 y 16 años cualquier estupidez es motivo para romper un vínculo.
La cuestión es que cayó la parejita a acompañar al “militante”. Tal vez haya sido Flor la de la idea, siempre más atenta a los vínculos entre los integrantes del grupo. Como sea, en La Matera, era común que los “solos” fuéramos los militantes. El resto, la mayoría, eran parejas con varios hijos. No importaba si tenían 20, 30 o 35 años. La regla era que estaban juntados o casados… y con algún que otro crío; las más de las veces, varios.

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Ese invierno no paró de llover y las lluvias provocaron numerosas inundaciones, sobre todo en La Florida y San Martín, barrios que integraban el MTD de Solano, que entonces también se encontraba atravesado por el conflicto de la parroquia Nuestra Señora de las Lágrimas, ocupada por el cura y los vecinos que habían resuelto en asamblea desobedecer las órdenes de dejar el lugar impartidas por el Obispo Jorge Novak, referente de la Iglesia progresista que años atrás había acompañado las tomas de tierras que hicieron de Solano una enorme barriada, y también, referente en la defensa de los derechos humanos en el último tramo de la dictadura. Pero los tiempos habían cambiado, sobre todo después de la caída del muro de Berlín, el estrepitoso fracaso de la toma del cuartel de La Tablada por parte del Movimiento Todos por la Patria (organazación que tenía entre sus referentes al sacerdote Antonio Puigjané, de Quilmes) y el avance del menemismo con sus políticas socialmente justas, políticamente esclavas y económicamente serviles del imperio.
Con las inundaciones Las lágrimas se transformaron en centro de evacuados y central de operaciones de la intervención en La Matera. En la parroquia circulaban vecinos y vecinas que “bancaban” al cura, mujeres y hombres de creencias y militancias cristianas, algún militante de la guerrilla chilena, jipis que buscaban un techo y un lugar propicio para poner en pie proyectos autogestivos de artesanías, militancias diversa de las izquierdas que buscaban radicalizar el conflicto en la zona sur del conurbano, lumepenes que allí recalaban por Alberto en eso seguía siendo cura, y cobijaba a quien llegara y pidiera un lugar.

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Fueron días difíciles los de La Matera, sobre todo esa Semana Santa en que la mayoría de los pibes y las pibas de la agrupación 11 de Julio, que había ayudado a fundar en 1996 y en la que había militado hasta fines del año anterior, se fueron de campamento, como siempre para esa fecha, mientras yo parecía haber traspasado el umbral de la adultez, con mis 19 años, el colegio secundario ya abandonado tras numerosos intentos por pasar a cuarto año y el fracaso de mis primeros intentos de trabajo asalariado hiperprecarizado.
Días difíciles en los que las amenazas de desalojo se mezclaban con las tareas en el asentamiento: primero fui delegado de manzana, luego integrante de la Comisión de Salud hasta llegar a formar parte de la Comisión Directiva en la que las militancias del MTD y el activismo cristiano de la zona, compartíamos tareas con los “punteros” del PJ, que hora tras hora perdían base social referencia política entre la población. A tal punto que un día en que, bajo la lluvia, marchamos desde Solano hasta Quilmes para reclamar al intendente frepasista que diera respuesta a las necesidades urgentes, el diario El Sol de Quilmes adjudicó en su tapa al MTD y al cura Spagnolo como organizadores de la movilización de las vecinas y vecinos del asentamiento de La Matera que culminó con una toma de la Municipalidad.
Por supuesto, no eran gratis esos protagonismos: a las amenazas de desalojo de la parroquia comenzaron a sumarse las del PJ al MTD; amenazas que se trasformaron rápidamente en acción.
Así que además de centro de evacuados y central de operaciones de la intervención en La Matera la Parroquia se convirtió en círculo de organización de la autodefensa: había un saber acumulado en las militancias, que había llegado desde los 70 hasta los 90 prácticamente intacto, a través de distintas tradiciones. Pero con el incendio de ranchos, las golpizas a la militancia y las confrontaciones en las asambleas, como suele suceder, la gente comenzó a retirarse poco a poco de los espacios de reunión y participación.

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En La Matera puse en pie la que fue mi primera casa: una humilde choza de chapa y madera construida colectivamente por nuestro grupo. Allí perdí un libro de Lenin, uno de Engels, y alguna que otra cosa más que servía para sostener nuestra seguridad: una inundación –creo que la primera-- se llevó puesto casi todo en una fría noche de esas tantas en las que llovió en ese crudo invierno.
Así que al regresar al asentamiento desde la casa de mi viejo, luego de pasar alguna noche en la búsqueda de reponerme de ese resfrío que pronto devino neumonía, me encontré en una asamblea general teniendo que dar explicaciones ante un grupo de punteros del PJ que me acusaban de ser responsable de la muerte de un bebé durante el temporal.
¿Dónde estaban los de la comisión de salud?
Como si el régimen político y el sistema económico no fueran responsables de esas muertes, que se sucedían a diario, en una Argentina que se caía a pedazos gestionada por el mismo partido para el que trabajaban esos punteros (quienes habían traicionado en esos años las banderas históricas del peronismo para llevar adelante ese modelo neoliberal), las acusaciones no eran más que el paso previo a la acción directa, en la búsqueda por corrernos de los espacios conquistados a fuerza de una militancia de base cotidiana.
Obviamente, con los ánimos así caldeados no se podía dar ningún debate, asi que rápidamente el encuentro terminó a las piñas. Entre mocos y estornudos intenté hacer surgir en mí algún tipo de lucidez frente a los muchachos peronistas a quienes no les importaba que yo llevara tatuadas en el pecho las banderas argentinas, junto con tacuaras y una estrella federal. Tampoco que hubiera sido formado políticamente por militantes montoneros. Para ellos era un zurdo más, y punto. Así que como sabía, o podía intuir como funcionaba su cabeza, rápidamente empecé a mirar los movimientos que se empezaban a dar. Me puse en guardia, aunque obviamente por peso y estatura no había forma de intimidarlos. Pero cuando pensé que era inevitable la situación, cuando me dije que era obvio que estaba por “cobrar”, lo veo al Cura Alberto que empieza a revolear piñas y me salva la situación. No voy a decir que fue Dios el que me salvó ese día, pero que su palabra en la tierra pasó a ser acción directa no me caben dudas, porque pude verlo con mis propios ojos. ¿Dónde estaba Neka ese día? No recuerdo, pero por ahí andaría, porque siempre estaba donde había que estar.

***
Duramos poco en La Matera. Después de esa asamblea reñida no hubo punto de retorno.
Nos instalamos a vivir allí para que nadie pudiera decirnos que eramos una militancia externa; pasamos el mismo frío, el mismo hambre, la misma incertidumbre que el resto de nuestras vecinas y vecinos; como ellas, y ellos, nos inundamos, padecimos resfrío y entretejimos esperanzas. Como tantas otras militancias a lo largo de la historia asumimos el compromiso y los desafíos que cada decisión implicaba: discutimos colectivamente qué hacer, asumimos con rigor cada decisión más allá de cuánto o no nos cerraba, nos preparamos para defender nuestras posiciones frente a los ataques. Discutimos en las asambleas para no perder la referencia conquistada, nos entrenamos para estar en condiciones de sostener cuerpo a cuerpo la defensa de nuestras casa si hacía falta. Aprendimos y enseñamos, según los casos, como sostener un arma si llegado el caso hacía falta usarlas. Pero no era una cuestión de decisión, sino de correlación de fuerzas. Y en sa co-relación, las fuerzas evidentemente no estaban de nuestro lado.
El asentamiento siguió su vida, y nosotros continuamos con la nuestra. A Grillo ese año la vi poco y nada. Recién en noviembre, cuando realizamos los primeros cortes de ruta coordinados de los MTD de la zona sur la volví a encontrar, en la Rotonda de Pasco, entre humos de neumáticos y sirenas policiales que no dejaban de sonar. Me puse contento de verla después de esos meses tan difíciles.
La de La Matera fue una batalla perdida, pero sólo una batalla más en ese intenso período que ya se había abierto, y que en noviembre del 2000 tuvo el pico más alto de ese año; proceso que no dejaría de crecer y desarrollarse hasta desembocar en la insurrección de diciembre de 2001.

* Relato que forma parte de “2001: Odisea en el Conurbano”,
libro de Mariano Pacheco en proceso de elaboración.

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