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miércoles, 29 de abril de 2020

Hacia una crítica política de la cultura del malestar


  Reflexiones desde la cuarentena



Por Mariano Pacheco*


Un recorrido por el pensamiento crítico, de Freud a Mark Fisher, pasando por Nietzsche y Marx, hasta León Rozitchner y Félix Guattari. Una búsqueda por abordar desde la teoría crítica la relación entre cultura y malestar, pero también, a problematizar la tendencia a dicotomizar “privatización del estrés” en el capitalismo contemporáneo con abordaje del malestar desde el carácter “Público-Estatal” de la Salud Mental. La dimensión “desde abajo” (y a la izquierda) como apuesta por sumar al trabajo sobre la subjetividad abordajes comunitarios, asumiendo el desafío de trazar una conjunción entre abajo/arriba y entre las dinámicas singulares y las experiencias colectivas.


I- Cultura y malestar
Si para Sigmund Freud, en el siglo XX, se trataba de pensar “el malestar cultura”, en estas primeras décadas del siglo XXI podríamos pensar que la problemática se ha corrido un paso más allá, y que la humanidad se encuentra inmersa en una cultura del malestar. Para el fundador del psicoanálisis, la problemática del malestar está presente ya desde finales del siglo XIX, incluso desde antes de la publicación de “La interpretación de los sueños” en 1900 (por ejemplo, en una carta a Fliess en 1892), y sus reflexiones en torno a psiquismo y cultura serán parte de un corpus amplio que va desde “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna” (1908) hasta “El malestar en la cultura” (1930), pasando por “El porvenir de una ilusión” (1927) y “Tótem y tabú” (1913). Es decir, que esa búsqueda por salirse del carácter “religioso” del interrogante sobre la “finalidad de la existencia” está presente en una serie de textos “histórico-antropológicos” que abarcan un período extenso de su producción intelectual; problemática que será una constante, tanto antes como después del “Giro del 20” (“Más allá del principio del placer”).
Si para Freud la cultura misma se sostiene sobre el telón de fondo del malestar (Eduardo Gruner insiste en subrayar el trasfondo hobbesiano de esta hipótesis, puesto que se asentaría sobre un crimen. A saber: el asesinato del padre de la horda primordial por parte de los hermanos en el “mito freudiano”), las vidas en el Nuevo Orden Mundial vigente en el corriente siglo (fase neoliberal del capitalismo) se caracterizaría por sostenerse sobre una “cultura del malestar” –ya no el costo no deseado, desigual, impuesto para vivir en la modernidad capitalista, o la búsqueda por conjurar y reducir la tendencia constitucional de mutua agresión introyectándola como sentimiento de culpabilidad, dicho en términos más clásicamente freudianos-- sino una suerte de aceptación de que, sobre ese suelo existencial, deberíamos además asumir el plus contemporáneo de cierta memoria en torno a “los años de bienestar” (sea en el marco de los Estados capitalistas o los socialismos de Estado) y la frustración actual ante una compulsión al consumo que el neoliberalismo no deja de promocionar, sin ofrecer los medios materiales para que millones de personas puedan satisfacer ese anhelo de comprar, comprar y comprar.


II- Malestar y capital
Partimos del hecho de que habitamos un mundo que se estructura en base a la explotación (apropiación privada de la riqueza social común vía el trabajo asalariado, el trabajo doméstico y otras formas de no reconocimiento de labores del que hacer social cotidiano). Bajo esta dinámica de explotación y alienación de la mayoría de la humanidad (que se complementa con una subordinación del planeta y el resto de especies a la lógica de valorización del capital) es difícil pensar en una vida saludable al interior del capitalismo, que enferma como norma y establece como normalidad una dinámica que enferma.
Ya en sus textos “juveniles” Karl Marx llamaba la atención sobre este curioso proceso a partir del cual “la desvalorización del mundo del hombre crece en proporción directa a la valorización del mundo de las cosas”. Y señalaba que “el trabajo no sólo produce mercancías”, sino que “se produce a sí mismo y al trabajador como a una mercancía”. Así, “el trabajo produce obras maravillosas para los ricos, pero produce desposeimiento para el trabajador”. Y de allí toda su teoría de la alienación: “la objetivación del trabajo aparece, bajo la forma de la economía política, como desrealización del trabajador; la objetivación, como pérdida del objeto y como sometimiento servil a él; la apropiación, como alienación, como enajenación”.
Se podrá discutir –con razón--, como tan bien lo hace Facundo Nahuel Martín en su libro sobre Marx, si no hay un costado idealista en este planteo en torno a pensar que alguna vez el ser humano podrá coincidir consigo mismo, cuestión que no quita rescatar estos bellos pasajes del autor de El Manifiesto Comunista para ver cómo, en el capitalismo, el modo de estructurar la vida bajo el trabajo asalariado (u otras formas de explotación y apropiación privada de la producción común) lleva a que la actividad de la mayoría de la humanidad sea, para ésta, una tortura diaria, que deviene en “disfrute y alegría vital para otro”.
Podría objetarse también –sobre todo después del “giro Althusseriano” de las lecturas de El capital-- que éstas son reflexiones humanistas de un Marx pre-marxista. Sin embargo, tal como supo destacar el pensador argentino Melcíades Peña –en su curso de introducción al pensamiento político de Marx de 1959-- son temáticas que luego reaparecen en El Capital, donde Marx habla de la “devastación intelectual” que se produce al “transformar a personas que no han alcanzado la madurez en simples máquinas de fabricar plusvalor”, por ejemplo, cuando se refiere al trabajo infantil (asumido como “normal” hasta que la lucha del proletariado logró obtener ciertas conquistas de regulación laboral), o cuando piensa “la jornada laboral” y su impacto en los cuerpos proletarios.


III- Estrés y capital
Esta tendencia, presente en el capitalismo desde sus inicios, se profundiza en la fase financierizada del capitalismo contemporáneo, atravesado por la fenomenal revolución científico-técnica a la que hemos asistido en este pasaje del siglo XX al XXI.
Y a diferencia del ciclo 1848-1988, donde el capital se encontró con un proyecto que lo enfrentaba y se mostraba ante los “condenados de la tierra” como alternativa posible (el comunismo en su dualidad de “tendencia” y “proyecto”), en nuestros días vivimos, habitamos este mundo bajo el horizontes de sentidos de ese “Realismo capitalista” del que nos ha hablado más recientemente Mark Fisher (exacerbación de ese Capitalismo Mundial Integrado que tan tempranamente analizó Félix Guattari, aún antes de la caída del Muro de Berlín). El posfordismo ha innovado también en las formas del estrés” subraya el crítico cultural británico; reflexión a la que cabe agregarle que, sobre el suelo de las vidas precarias, el trabajo aparece atravesado por la idea (neoliberal) del emprendedorismo. A esto, además –subraya Fisher-- hay que sumarle el hecho de que el ciberespacio ha tornado “obsoleto el concepto clásico de espacio de trabajo”.
Así, les trabajadores tenemos que estar todo el tiempo produciendo, tanto material como subjetivamente: hay que pensar en metas y objetivos de desarrollo personal como condición sine quo nom de la existencia (sea desarrollo personal en “trabajadores con cierta estabilidad” y profesionales –o aspirantes a serlo--, sea para sobrevivir en el día a día en el caso del precariado).
Este círculo (emprendedorismo/cibertrabajo+hiperproductividad material/subjetiva) se cierra entonces con la “privatización del estrés, en palabras de Fisher, descripto como proceso en el cual “el capital enferma al trabajador, y luego, las compañías farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor”.
Esta privatización del estrés se propone, asimismo, conjurar las posibilidades de realizar un abordaje de los padecimientos desde la salud pública, comenta Fisher; reflexión a la que le podríamos agregar la propuesta de abordaje comunitario desde abajo, no necesariamente público-estatal.
Por todo esto que venimos describiendo, se tornan fundamentales las hipótesis de Guattari en torno a la imposibilidad de escindir el “frente de luchas del deseo” del “frente de la lucha de clases”, planteo al que luego le agregó el frente de lucha por otra relación entre la humanidad y el planeta. Estos frentes de lucha fueron conceptualizados en sus “Tres ecologías” (ambiental, social y mental), donde advertía –ya hacia finales del siglo XX-- sobre este proceso a partir del cual el capital se transformaba en una amenaza para las especies, tanto animal y vegetal como humana, y llamaba en consecuencia a efectuar una “reconversión ecológica” de la acción política y sindical, una reinvención de la subjetividad obrera en la búsqueda por entretejer una nueva alianza entre ecologismo, feminismos y movimiento obrero.
Estos planteos de inicios de los años noventa surgen, en gran medida, porque Guattari visualiza una gran incapacidad de las organizaciones tradicionales de dar cuenta de la importancia de las nuevas situaciones que implican esta especie de sumergimiento existencial en el caos capitalista, al ritmo en que se disuelven las antiguas instancias de reflexión y van mutando –a pasos acelerados—los modos en que nos vinculamos (“corte del sujeto y su entorno por los dispositivos tecnológicos”, plantea Guattari).


IV- Política (popular) y malestar (capitalista)
Tal como sostuvo León Rozitchner, en sus reflexiones sobre la obra de Sigmund Freud, parece condenada al fracaso toda empresa que pretenda realizar una “cura individual” sin poner en cuestión el “sistema productor de enfermedad”, a la vez que no puede asumirse una abolición de la lógica del capital sin “cura” singular.
Si el poder nos “sitia” desde adentro, explica León (organización del aparato psíquico de modo tal que cada cuerpo se constituye en la totalidad social estructurada, “haciendo sistema” desde nuestra subjetividad con la subjetividad socio-cultural), se tratará entonces de asumir el desafío de efectuar una crítica política del malestar.
Sí bien asumimos, con Alain Badiou, que la política requiere de la reunión de las personas, y es por lo tanto –siempre-- una empresa colectiva, también asumimos que toda política es, simultáneamente, micro y macro-política. ¿Cómo trabajar entonces, en términos moleculares, aquello que sostenemos en términos molares?
Entendida como “acción colectiva” de “sujetos colectivos” capaces de modificar situaciones, asumida asimismo como “capacidad de cualquiera de ocuparse de los asuntos comunes” (como escribió Ranciere), la política –en sentido fuerte-- no estaría tanto ligada a los actos de gobierno (gestión) y las luchas por el poder (del Estado) –momentos que no pueden obviarse, de todos modos, desde una perspectiva revolucionaria-- sino a aquellos momentos en los cuales se logra interrumpir la temporalidad de los consensos, dando paso a la emergencia de una fuerza capaz de actualizar la imaginación de la comunidad en la que estamos inmersos (e inmersas).
La relación entre capacidad de interrumpir el orden y confianza en la creatividad/ protagonismo popular se torna aquí fundamental a la hora de pensar nuestros malestares (por ejemplo, los padecimientos singulares en los días de confinamiento social, preventivo y obligatorio por el coronavirus que acecha al mundo).
La política (el accionar de las militancias), así entendida –entonces-- debería ser colocada en el centro de la escena a la hora de pensar la contemporánea “cultura del malestar”. En en esta coyuntura, en particular, se torna clave el sentido político que podamos darle a la crisis en curso (sanitarias, de acumulación, de reproducción, de las subjetividades), a riesgo de que –otra vez, como hace casi dos décadas atrás-- se asimile crisis a caos en sentido peyorativo, es decir, que se niegue el componente de productividad político-existencial de todo crisis, en tanto permite repensar (nos), singular y colectivamente, y (re) definir aspectos centrales de nuestras vidas, intentando sustraernos de la “dicotomía incruenta (Oliverio Girondo) entre tener que combatir la salida “fascita neoliberal” de la crisis o aceptar resignadamente una perspectiva “progre-estatalista” de retorno a la “vida normal” (zona de preocupación común entre mis camaradas de la Cátedra Abierta Félix Guattari de la Universidad de lxs Treabajadorxs, Emiliano Exposto y Gabriel Rodríguez Varela, quienes recientemente han publicado en el Portal La luna con gatillo el texto titulado “Análisis militante: las crisis como ´grado cero´ para la politiación del inconsciente”).
La política –en sentido fuerte, es decir, como praxis transformadora y no como simple gestión del orden--, entonces, no tiene que ver con una cuestión de individuos excepcionales ni con grupos de especialistas, sino con las masas, y en el modo en que esa política de masas y esos proyectos colectivos son asumidos en el cotidiano, asimismo, por cada cada uno de nosotres respecto a nuestros vínculos más inmediatos. No hay oposición allí, entonces, entre cada existencia y la experiencia colectiva (“la primacía del campo social como término de la catexis de deseo define el ciclo y los estados por los que pasa un sujeto”, nos recuerdan Deleuze y Guattari en “AntiEdipo”, primer tomo de capitalismo y esquizofrenia), y quizás deberíamos apresurarnos, sí (¿por qué no?), a escapar de las formas de explicar todos nuestros problemas en términos de “individuos” y “sociedades” (con su dimensión “pública-estatal”), e intentar gestar una Política capaz de efectuar una creativa conjunción entre micro y macro-política, y entre singularidad y comunidad.

*Nota publicada en revista Intersecciones

viernes, 24 de abril de 2020

Hardcore/punk/metal: un paso más en la batalla


Por Mariano Pacheco*


Diez films recomendados en este breve ensayo, dedicado a rerevistar esa zona de confluencia entre las tres movidas musicales que supieron ser movimiento de expresión de rebeldías de las juventudes en el orden posdictatorial de la Argentina.


Este viernes 24 de abril de 2020 podrá verse el documental (aun no liberado a todo público) “Héroxs del 88”, de Luis Hitoshi Díaz, que vuelve sobre “Invasión 88”, el emblemático y controvertido compilado que en 1988 promocionó a bandas como Attaque 77 y Flema, pero también, a la más skinhead Comando suicida. Con este film cerramos la lista de diez películas recomendadas para abordar esta zona de confluencia entre las tres movidas musicales que supieron ser movimiento de expresión de rebeldías de las juventudes en el orden posdictatorial. Las otras películas con “Sucio y Desprolijo. El heavy metal en Argentina” (2015), dirigido por Paula Álvarez y Lucas Lot Calabró, que recorre la historia del metal, desde su nacimiento hasta hace apenas unos años e incluye numerosos tramos donde puede verse y escucharse a Ricardo Iorio; “Buenos Aires Hardore Punk” (2009), dirigido por Tomás Makaji, que indaga en el desarrollo de estas tendencias; “Ellos son” (2009), dirigido por Juan Rigirozzi, que cuenta la historia de la emblemática banda punk Los violadores; “Relámpago en la Oscuridad” (2014), dirigida por Germán Fernández y Pablo Montllau, que aborda la historia de Beto Zamarbide, cantante de V8 (y luego de Logos); “La H” (2012), aque traviesa bajo la dirección de Nicanor Loretti la historia de Hermética a través de sus protagonistas, con excepción de Ricardo Iorio; “Ricky Espinosa. El documental” (2015), de Juan Pablo Duarte, que aborda la vida del cantante de Flema, quien se suicidó en 2002; “Voces de Revolución”, el más reciente de los documentales aquí citados que ya circulan liberados en internet, que se estrenó en diciembre de 2019. Dirigido por Tomás Makaji, el film parte de la experiencia de Existencia de Odio (E.D.O), la primera banda del género en el país, para introducirse luego en lo que fue el denominado Buenos Aires Hard Core, movimiento que es también abordado en “Grita. Buenos Aires Hard Core 90-95” (2018), de Yago Blanco. Por último, en la lista seleccionada aparece el capítulo 1 de “Desakato a la Autoridad. Relatos de Punks en Argentina (1983-1988)”, el documental dirigido por Tomás Makaji y Patricia Pietrafesa (actual Kumbia Queers), sobre la escena punk, más allá (y más acá) de la música y los recitales, retomando toda la experiencia contracultural vinculada a los fanzines, las ferias, la filosofía anarquista, las protestas y las denuncias contra el abuso policial.


I-
El metal, como el punk rock y el hardcore, implicaron a inicios de los años noventa del siglo pasado, para muchos de nosotros (y nosotras), un verdadero grito de guerra contra el sistema, una suerte de contracultura suburbana contra la Cultura Careta que proponía el menemismo. Una cultura Anti-rebaño que, a la vez que congregaba y gestaba comunión entre pares, combatía los modos de homogeneización cultural que proponía el Nuevo Orden Mundial.
Son los años de recambio del punk: de Los violadores como gran banda del género a la proliferación de decenas de “banditas” de menor escala, de Flema a Dos minutos, de Sin Ley a Superuva, con Todos Tus Muertos en proceso de transición desde ese extraño punk rock que sonó en sus dos primeras producciones –“TTM” en 1988, y “Nena de Hiroshima” en 1991– hacia otros ritmos con los que seguirá luego de su tercer disco, “Dale aborigen” (1996); también son los años de emergencia (transitoria, por cierto), del fenómeno hardcore, el más fugaz de los tres movimientos.
Con Existencia de Odio como pionera de lo que pronto sería el Buenos Aires Hard Core, el género encuentra en Argentina a la primera banda en Latinoamérica en sacar a las calles un disco (“Religión”, 1991), que además cuenta con las canciones en castellano. Formada a fines de 1988, inspirada en Agnostic Front (banda de cuyo tema “Existence of hate”, del disco “Cause for alarm”, obtienen el nombre), EDO es más metalera de las bandas hardcore local.


II-
Los demos en casetes y algunos pocos videos piratas con filmaciones de recitales se tornaron fundamentales para expandir la movida hardcore en Argentina. También el boca en boca con la recomendación de cada fecha. Al menos hasta que las bandas fundamentales del Buenos Aires Hardcore grabaran, el compilado “Mentes abiertas”, y luego sus primeros discos.
Por eso ese sábado 15 de agosto de 1992 no fue un día ni una noche más en las vidas de decenas de jóvenes del Conurbano y las barriadas porteñas como Catalina Sur, porque el Buenos Aires Hardcore tenía su momento cumbre en la grabación de ese disco.
Con la excepción de Minoría activa, el resto de los grupos tenía como rasgo distintivo el hecho de ser identificadas con siglas, como como muchas organizaciones revolucionarias de los años 70 (ERP; FAR), y como lo harían años después los nuevos movimientos sociales (MTD; MTR; CTD): NDI (No Demuestra Interés), BOD (Buscando Otra Diversión) y EDO (Existencia de Odio) eran las tres bandas de hardcore que, junto con DAJ (Diferentes Actitudes Juveniles) se unieron con las bandas punks IDS (Inminente Destrucción Social), Venganza, Krisis Nerviosa, y la ya emblemática 2 Minutos, de Valentín Alsina, para dar un paso pionero.
Hardcore es una cultura, que no acepta posturas estupidas./ Hardcore es lo que necesitas, para tus ideas poder expresar./ Hardcore es lo que tenemos, para luchar contra lo que no queremos./Hardcore es la unión, de ideas de los jóvenes de hoy….”, cantará DAJ por aquellos días.
NDI fue sin lugar a dudas una de las grandes bandas de aquellos días. Sus ritmos pegadizos, su mezcla de canciones “al palo” con otras más lentas, permitían combinar a la perfección el pogo, el mosh y el slam. Además lograba construir figuras poéticas poderosas y un mensaje que no dejaba de interpelar (“¿Pero tus ideas donde están?/ Debes quitarte el uniforme”).
El hardcore permitía hacer manada, reunir a través de una pasión, un ritmo y una forma determinada de vestir a los parias del modelo neoliberal, esas juventudes hijas de las calles, que nos amuchábamos en esquinas y plazas, y que hacíamos del vagar por ahí (muchas veces en skate) una forma de expresión, un modo de ejercer la libertad.
Si la economía y la política se globalizaba en medio de un avance atroz del neoliberalismo, ¿por qué no lo iban a hacer los ritmos musicales y las formas de vestirse? En Don Bosco estaba una de las pocas rampas de skate de la zona sur del conurbano, y allí asistían skaters de numerosas localidades. Y el hardcore, qué duda cabe, encontró en los skaters a sus primeros receptores en Argentina. Entonces el mundo skaters estaba ligado a cierto mundo popular de las juventudes de los hijos de las clases trabajadoras y populares del Conurbano. Incluso bandas punks, como Flema –que había sido parte del compilado Invasión 88-- tenían canciones como “Fernando anda en skate”. Será Minoría activa, de todos modos, quien supo combinar la adrenalina del viento en la cara con los ritmos del hardcore y va a inmortalizar una canción dedicada al arte de la patineta (“La cuidad nos ofrece/ un poco de diversión,/ con la mente alejada,/ el cuerpo lleno de emoción./ S/ kate/ está llena de emoción/ Skate/kate/kate 100% diversión).
A fines de 1991 había salido Point Breack, el film estadounidense dirigido por Kathryn Bigelow que en Argentina vimos bajo el nombre de Punto límite. El film me impactó mucho en el piberío del Conurano, no tanto por la aventura de robar bancos disfrazados con máscaras que imitaban los rostros de presidentes yanquis (que tenía su encanto libertario) sino sobre todo por la sensación de libertad que se podía ver experimentar a los asaltantes, que se desplazaban de un sitio a otro siguiendo el ritmo de la música que escuchaban, pero por sobre todas las cosas, el movimiento de las olas del mar que seguían con sus tablas de surf. Obviamente, el desplazamiento por las calles sobre una tabla de ruedas con rulemanes era lo más parecido que un pibe de clase media baja o proletaria podía experimentar en el Conurbano.
Fueron tiempos, asimismo, de proliferación de juntadas en garajes vacíos, porque ni autos para estacionar había ya en muchas casas de familias trabajadoras (ahora sin trabajo) y de clase media (ahora venidas abajo), y esos sitios se caracterizaban –en general-- por acumular cajas, y –a veces-- por servir de cueva de pibes y pibas –en la mayor parte de los casos pibes-- que comenzaban a formar sus bandas: hardcore, pero también de punk, de metal, de rock en general.
Zapatillas de colores, gorritos, camisas a cuadros arriba (y no debajo), de los buzos con capucha, marcaron en el naciente hardcore una estética más alegre y colorida que la negra de borcegos y cueros, jeans y tachas que inspiraba tanto al metal como al punk rock. Ritmos veloces, baterías en algunos casos con doble pedal, temas cortos y también melódicos, más alegres en general que las canciones punks o del metal, el hardcore se instaló con fuerza en esos primeros años de la década del noventa, al menos en Buenos Aires.


III-
Para quienes nos antecedieron, en esos años de transición política que también fueron de pasaje para el metal –fundamental, aunque no exclusivamente, de V8 a Hermética--, la década del ochenta fue terriblemente más cruda, y más violenta que la de los noventa: de Malvinas a la hiperinflación, la precarización del mundo proletario se dio a pasos agigantados, y como tan bien han estudiado los integrantes del GIIHMA (Grupo de Investigación Interdisciplinario del Heavy Metal Argentino), el pasaje de la dictadura a la “democracia” (castrada, de la derrota, como la caracterizarán los pensadores Alejandro Horowicz y León Rozitchner), suele obviar la violencia policial, sobre todo contra la juventud obrera de las grandes ciudades del país. Mientras un rock descafeinado le canta loas a una abstracta paz, las brigadas metálicas emergen en escenarios que suelen compartirse con las bandas punks.
Un discurso tremendamente punk con un sonido metalero”, dice el Ruso Verea en uno de los films recomendados, cuando tiene que referirse a V8. Son ritmos, mensajes y estéticas que ayudan a sobrevivir, porque convidan a resistir la adversidad. Reflexiona Verea: “Eso de la estética también está ligado a sobrevivir. Sobrevivís a la cana, que te elije ('Usted venga para acá'); sobrevivís a la familia (“¡Mira lo que me salió! ¡Mirá lo que es este hijo de puta!'). Te lo dicen tus propios viejos, con tus amigos, con tus familiares, con los amigos de ellos; en el barrio, la condena a tus padres ('¡Qué raro tu hijo! ¿Se droga, no?'). Entonces vos vas sobreviviendo a infinidad de cosas que tienen que ver con cómo te aprieta, ye aprieta. ¿Entonces? Luchamos por el metal. Y es un paso más en la batalla. ¿Entendés?”.
Con la sencillez y la pasión que lo caracterizan, el Ruso Verea grafica con su frase sobre V8 algo que puede considerarse una constante, al menos, en las dos primeras décadas de posdictadura en la Argentina: la zona de confluencia entre el punk y el metal. En “Relámpago en la oscuridad” puede verse a Alberto Zamarbide (cantante de V8, y luego de Logos) compartir escenario con Attaque 77; también un testimonio de Piltrafa (cantante de Los violadores), dando cuenta de estas intersecciones. Asimismo, podríamos recordar que el mismísimo Ricardo Iorio graba con su voz una introducción al tema “El último vaso de vino”, de Flema (en el disco “Si el placer es un pecado… Bienvenidos al infierno”, de 1997), mientras que a Ricky puede vérselo con remeras con el rostro de Iorio en mas de una oportunidad.
La extensa estadía de Pil en Perú desde fines de los años noventa, el suicidio de Ricky en 2002 y el carácter “menor” de las bandas punks que siguieron en escena, sumado a que el género no se ha operado un recambio etario, hicieron del punk rock un fenómeno que quizás culmina con el siglo XX, ya que encontrará serias dificultades a la hora de seguir intentando ser un actor de la contracultura en el siglo XXI. Algo similar sucedió con el hardcore, cuya vida fue –a diferencia del punk-- mucho más efímera, diferente a lo acontecido con el metal, cuyo “padre fundador” sigue en pie, aunque con una deriva que para muchos tiene poco o nada que ver con sus orígenes, el espíritu rebelde y el carácter urbano/proletario de su desarrollo (Iorio intercambió la potencia de interpretar e interpelar a franjas amplias de las juventudes del proletariado urbano, narrando sus desdichas y esperanzas, por un conservadurismo religioso, patriotero y rural, en un país donde tres cuartas partes de la población se concentra en las grandes ciudades y la mitad de la población en la ciudades de Buenos Aires, La Plata y las urbes del Conurbano; Iorio parece ser hoy por hoy una suerte de cantautor/payador con ribetes reaccionarios: antifeminista, de un nacionalismo sin trasfondo popular, con aspiraciones a sostener vínculos con “la tierra” y el imaginario rural en el peor de los sentidos). Así y todo, entre Iorio, y el resto de los ex V8 y ex Hermética que están vivos y permanecen en el país (sólo Osvaldo Civile falleció a fines de los noventa; y Zamarbide permaneció varios años viviendo en Estados Unidos, pero luego regresó al país, e incluso en 2012 compartió escenario con Iorio, contra todo pronóstico, en el marco del festival por los 30 años de V8) estos metaleros de la primera hora sostuvieron una escena en donde, además de Almafuerte, fueron nombres destacados los de Logos, Horcas y Malón. Además, en lo que va del siglo han emergido formaciones de renombre. Las más importantes, según Emiliano Scaricaciottoli, ANIMAL, y luego Carajo (“La banda de metal del siglo XXI”, según Diegga Caballero tituló su texto para el libro Parricidas, del GIIHMA), y más contemporáneamente Los antiguos (de quien Scaricaciottoli destaca la figura del Pato Larralde, sobrino del cantautor José, tan rescatado por Iorio).

***
Por lo que puede verse en las calles de las grandes ciudades del país, y en los multitudinarios recitales, el público metalero es extenso en cantidad, y diverso en edades (con casos en donde los actuales adolescentes y jóvenes comparten la pasión ya no con tíos, primos o hermanos mayores, sino incluso con sus padres, que no entendieron el heavy como una rebeldía de juventud, sino como una música a escuchar, y una dinámica de vida a sostener aún en la etapa de adultez).
En “Sucio y desprolijo. El heavy metal en Argentina”, puede escucharse al periodista Frank Blumetti decir:
No se si el heavy metal ganó la batalla. En algún sentido parece muy absorbido, muy cerrado sobre sí mismo… Pero me parece válido, en el fondo es la caja de pandora, que quede la voluntad de combatir, la voluntad de oponerse, la voluntad de cuestionar y de pensar por ende eso se mantenga. Si la música ésta ayuda a que eso se mantenga me parece muy válido, y si al final de la meta nos espera el precipicio, bueno, habremos llegado con cierta dignidad, espero”.
El Ruso Verea, por su parte, argumenta en el mismo film: “La calle es de la gente. Si hay algo que han logrado es que nos vayamos de la calle....”. Y agrega: “Cromagñon para el poder, para el sistema, para el esquema fue la gran excusa, para cortar y coartar. Nosotros crecíamos en los agujeros; traspirábamos en los agujeros; nos mirábamos y decíamos: 'esto está bueno, esto es una mierda'...”.
Y refiere a esos antros, como Cemento (experiencia que también cuenta con un libro y un documental que puede verse en youtube) como reductos de sociabilidad, de formación, de educación sentimental, donde no sólo se escuchaba música, sino en donde también quienes asistíamos sabíamos que allí alguien podía recomendarnos otras bandas, o libros y revistas. “Un caldo de cultivo que molesta”, insiste el Ruso, quien llama a estar otra vez en las calles y en los lugares, pero en un “operativo retorno” que sea inteligente, en el que no nos dejemos llevar “por la estupidizacion”.
Después de más de una década en donde se produjo un “retorno de los dinosaurios”, el interrogante que introduce el periodista Martín Rodríguez en su libro “Orden y progresismo. Los años kirchneristas” (“¿El kirchnerismo mató al rock?”), no dejan de inquietar (nos). Obviamente, si hubo deceso fue por un mix entre asesinato y suicidio, no lo vamos a negar. Y la Plaza de Mayo del 10 de diciembre de 2019 (a la que muchos asistimos, entusiasmados, con la voluntad de festejar al menos transitoriamente la derrota electoral de un proyecto abiertamente neoliberal, reaccionario), no dejó de ser llamativa respecto de las figuras del rock allí presente, y sus edades (las excepciones provinieron de un campo más difícil de encuadrar en el rock, y fueron mujeres como Malena D Alessio –ex Actitud María Marta-- y Sara Hebe, ambas mucho más jóvenes que el promedio de los “rockeros”).
El kirchnerismo, en su afán progresista y derecho-humanista, priorizó durante la larga década pasada una visibilidad del espectro del “rock pacifista” de los ochenta, e incluso del añejo cancionero de protesta anterior: así, de Fito Páz a Teresa Parodi, de León Gieco a Piero, ese estilo fue la marca distintiva del ritmo, la estética y el promedio de edad del sonido progresista de la época (con excepción de Los Redondos, que extrañamente se transformaron en la cortina de fondo de un oficialismo que encontró, cultivó y expandió una mística juvenil al ritmo del pogo más grande del mundo). Respecto del promedio de edad y de la capacidad de “trasvasamiento generacional”, de todos modos, el metal y el punk tampoco supieron hacer una excepción.
Pero queda claro que tanto el punk como el metal –y el hardcore, más allá de su efímera existencia, como movimiento que osciló entre ambos, con una estética más colorida y movimientos skaters más afines a una búsqueda de experimentar la diversión--, como citamos que dijo Blumetti en uno de los films-documentales, estos movimientos dejan un importante legado para las generaciones desobedientes, insumisas, rebeldes que puedan venir: “la voluntad de combatir, la voluntad de oponerse, la voluntad de cuestionar y de pensar”. Serán ellas las que tengan que dar “un paso más en la batalla”, las que definan si hay recambio para seguir luchando aún por el metal (y el hardcore, y el punk-rock). Para seguir diciendo “No”. Porque mientras haya injusticias, y explotación, dominación y esclavitud, hará falta que exista “gente que no” (“Existimos porque resistimos”, dice algún grafitti que puede verse aún en las calles de este país). Porque el rock --si al fin y al cabo queremos seguir usando este concepto para englobar las distintas vertientes a las que nos hemos referido--, si es rock auténtico, será impugnación. Porque como dijo el Ruso Verea: “cuando el rock dice Sí es entretenimiento”.
Y para entretenimiento ya existen numerosas mercancías producida por esa gran maquinaria que es el Triste Mundo del Espectáculo.

*Nota publicada en La luna con gatillo

Para ver online los films de manera gratuita (Listado)

1- Sucio y Desprolijo. El heavy metal en Argentina
https://youtu.be/Nk1eenitRGw

2- Buenos Aires Hardore Punk

3- Ellos son

4- Relámpago en la Oscuridad
https://youtu.be/e-54y4s_4lw


6- Ricky Espinosa. El documental

7- Voces de Revolución
https://youtu.be/LUqGiTgqYKU

8- Grita. Buenos Aires Hard Core 90-95

9- Desakato a la Autoridad- Capítulo I
https://youtu.be/eqXpTu0jGhE

10- Heroxs del 88


jueves, 23 de abril de 2020

DOSTOIEVSKI Y EL DÍA iNTERNACIONAL DEL LIBRO


FIODOR

"Un grito de corazón...". Como "Patria o muerte, venceremos", pero de la literatura. Hoy sentí que no tenía nada para postear sobre el Día Internacional del Libro: todos los días tengo algún libro entre las manos, más allá de las lecturas en la compu, o el celu, así que para mí es algo demasiado cotidiano, por eso sentí que no te nada para decir.
Pero al ver esta imagen en el muro de Gabba.mor y pensé en la incomodidad que sentido en los últimos tiempos, de cada vez encontrar menos gente con la que poder compartir una conversa sobre algunos autores clásicos, que sospecho ya no se leer, o se leen muy poco: Flaubert, incluso Kafka, además de Dostoievski, el Gran Escritor de todos los tiempos.
Libros como "Crimen y Castigo" y "Los hermanos Karamazof", o "Salambó" y "Madame Bovary" (o "El proceso" o los cuentos de Kafka, como "En la colonia penitenciaria", marcaron un antes y un después en mi existencia).
¡Dostoievski o muerte! Que no es contraponer clásicos a contemporáneos, sino no dejar de leerlos también a ellos, a los clásicos, a esas bestias de la literatura que nos hacen dar suspiros al leerlos, que nos dejan con la mirada perdida en las pausas que a veces nos damos cuenta que necesitamos hacer mientras transitamos esa experiencia sublime que implica abordarlos

miércoles, 22 de abril de 2020

LENIN: 1870 --22 de abril-- 2020


"Ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si este vence... Y este enemigo no ha cesado de vencer" (Walter Benjamin)

Por Mariano Pacheco


Lenin escribe en las “Palabras finales” a la primera edición de “El Estado y la Revolución” que no pudo escribir ni una línea del Capítulo VII (final), dedicado –pensaba-- a abordar las experiencias de las revoluciones rusas de 1905 y 1917, porque la crisis política (“la víspera de la Revolución de Octubre”) vino a “estorbarle” en el momento de la escritura. Y aclara, dejando atrás su ironía: “de estorbos así uno no tiene más que alegrarse”. Y luego agrega: “es más agradable y más provechoso vivir ´la experiencia de la revolución´ que escribir acerca de ella.
No sé por qué, pero ese final me recuerda a un bello texto de Jan Paul Sartre (publicado como anexo a “¿Qué es la literatura?”) donde el filósofo francés, en los años próximos a la salida de la segunda guerra, dice que la escritura lanza al escritor a la batalla; que escribir “es una forma de querer la libertad” y que incluso, “hay veces en que el escritor debe dejar la pluma y empuñar un arma”.
Obviamente: Lenin era un teórico, un escritor, y sobre todo –a diferencia de Sartre, e incluso de los teórico marxistas de la segunda mitad del siglo XX), un cuadro político, un dirigente revolucionario, que más bien entendía la importancia de la filosofía como “introducción de la lucha de clases en el terreno de la teoría” (como dirá medio siglo después Louis Althusser) y la escritura como un arma más en ese combate por la emancipación.
Lenin entendía muy bien que la teoría revolucionaria no podía ser sino la “teoría de una clase en lucha”, y que –por lo tanto-- no podía haber “ciencia social imparcial” –como subrayó Negri en su lectura del líder bolchevique-- en una sociedad erigida sobre la lucha de clases. Esa ciencia parcial, por lo tanto, se constituye en “punto de vista” a partir de cual se puede pensar el pasaje de una crítica de la economía política a una crítica política de la cultura burguesa. Es decir, de una teoría del capital a una teoría de la organización revolucionaria (“en su doble polo Partido/Soviet”, subraya el referente de la Autonomía italiana en sus “33 lecciones sobre Lenin”), que entiende a la organización como “espontaneidad que reflexiona sobre sí misma” y, por lo tanto, que asume la importancia de la lucha política en su función de unificar por arriba (no desde afuera) las luchas que se libran en el plano económico. Punto de vista (epistemología proletaria), crítica del capital (ciencia obrera) y organización de doble polo (social y política; por arriba y por abajo; con horizontalidad y centralización) de la clase productora se conforman en una tríada fundamental, entonces, para pensar las luchas proletarias en cada país, asumiendo las dos lecciones fundamentales que Lenin extrae de su lectura del “Manifiesto comunista”: la lucha, en última instancia, siempre es una batalla internacional contra el orden mundial del capital, y es una pelea por la extinción del Estado en tanto aparato de dominación que sostiene la explotación.

miércoles, 15 de abril de 2020

Entrevista a Nahuel Levaggi, dirigente de la UTT, actual Director del Mercado Central


Buscamos garantizar alimentos sanos a precios justos para el pueblo, y un trabajo digno para el productor”

Por Mariano Pacheco


Conversamos con Nahuel Levaggi, dirigente de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), la organización que protagonizó los “Verdurazos” en los años macristas. Ahora es el Director del Mercado Central.

Surgida en 2010 para agrupar a pequeños productores que viven y trabajan en y de la tierra, la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) agrupa en la actualidad alrededor de 16.000 familias en 15 provincias del país y es la organización que ha creado el Primer Mercado Mayorista Agroecológico y una extensa Red de Comercialización de Productos Cooperativos.
Nahuel Levaggi es el Coordinador Nacional de la UTT, una de las organizaciones que agrupa a quienes producen alimentos en Argentina, realidad de la que viven – según cifras de 2019 del Registro Nacional de Agricultura Familiar (RENAF)-- unas 200.000 personas.
Junto a otras expresiones del sector, el año pasado la UTT impulsó el Foro Agrario por un Programa Soberano y Popular, que se propuso promover una Ley de reparación histórica de la agricultura familiar, fomentar el arraigo a la tierra y la agroecología como política de Estado, apuntalar la democratización de las estructuras del sector público agropecuario con integración de las organizaciones sociales y democratizar las cadenas de comercialización, entre otras cuestiones.
A fines de marzo, en medio de la pandemia del Coronavirus, Nahuel Levaggi asumió la dirección del Mercado Central de Buenos Aires, el sitio que comercializa todos los meses unas 100 mil toneladas de frutas y verduras de todo el país. A continuación la conversación que sostuvo con este cronista para la Agencia Paco Urondo.


¿Qué desafíos se les presentan ahora que forman parte de la gestión del Mercado Central?

Asumimos este desafío porque entendemos que el Mercado es un lugar estratégico y determinante para continuar la construcción de soberanía alimentaria que venimos realizando, y garantizar alimentos sanos a precios justos para el pueblo, y un trabajo digno para el productor.
Llegamos con una idea fuerte de abrir el Mercado a los pequeños productores, a las cooperativas agropecuarias, las fábricas recuperadas y las organizaciones sociales, y no sólo a los grandes productores, al poder concentrado. Y por otro lado, que el Mercado Central ocupe el rol social que entendemos tiene que ocupar, con una visión y una interacción social en función de una política alimentaria. Es importante, porque el Mercado Central es el espacio concentrador más grande de la Argentina y uno de los más grandes de América Latina. Por eso lo que allí ocurra, va a impactar en muchísimas economías regionales, además de que abastece a 14 millones de personas en el área metropolitana. Eso lo transforma, por otra parte, en un posible sitio de irradiación política: promover la agroecología, transparentar la cadena de precios. Con esa idea llegamos. Con esa idea es que aceptamos asumir la gestión del Mercado.


¿Y asumieron en medio de una pandemia mundial?

Sí, llegamos un martes a las 9 de la mañana y nos encontramos con toda esta situación. Y lo primero que tuvimos que hacer fue construir un protocolo de seguridad, sanitario, en un lugar por donde transitan 15.000 personas por día. Así que todo ese proceso, en el que aún estamos, se trató de fortalecer el protocolo sanitario a la vez que se buscó sostener el abastecimiento: esas fueron las dos grandes tareas de este primer momento. De allí surgió la propuesta de Compromiso Social de Abastecimiento, que es algo histórico, porque por primera vez en el Mercado Central se acuerdan precios. No fue un precio máximo impuesto, sino un criterio surgido de la convocatoria que hicimos a los operadores, con quienes conversamos sobre la necesidad de asumir una conciencia social capaz de enfrentar esta situación, garantizando el abastecimiento estableciendo un precio por semana.


¿Qué otros desafíos se les presentaron?

Bueno, uno muy importante fue el de construir un perfil de gestión, que implica ir y estar ahí, caminando el Mercado desde las 3 o 4 de la mañana, hablar con los cooperativistas, los changarines, gestar un espacio de diálogo colectivo para también poder escuchar a esa comunidad. Hay gente que está ahí hace más de treinta años, y nunca o muy pocas veces fueron escuchadas. Y ahí hay miles y miles de vidas trabajadoras, en un lugar inmenso, que es como una pequeña ciudad.


Es una concepción, la dialógica, muy presente en los movimientos sociales, como la Unión de Trabajadores de la Tierra de la que provenís. ¿Qué desafíos se les presentan ahora, cuando la tarea militante pasa por la gestión del Estado? ¿Qué tensiones de lógicas podés visualizar, si es que las hay o las notas, y cómo se proponen abordarlas?

Mirá: vamos dos semanas y media de gestión. La primera semana, nos dedicamos a abordar las cuestiones más urgentes, que como te decía pasó por el protocolo de salud y el control de los precios. La segunda semana convocamos a la mayoría de los movimientos sociales y actores de la comunidad, como las iglesias e incluso mantuvimos reunión con intendentes del conurbano, para dejar en claro que nosotros llegamos acá para estar en función de lo que se necesite, más en este contexto: gestar instancias para que la mercadería llegue a precios más económicos a los territorios. Para eso implementamos una dinámica que incluye, por ejemplo, que nosotros pongamos el espacio, que los operadores del Mercado dejen la mercadería a precios más baratos y que las militancias aporten lo suyo armando los bolsones para llevar a los barrios, que son trasladados por camiones de las empresas que están en el Mercado y a quienes hemos comprometido a aportar transporte.
Después por las tensiones a las que te referís, te podría decir que en nuestro caso, asumir en el Mercado Central tiene que ver con continuar un poco el accionar que teníamos, y nos convocaron a que sigamos haciendo lo que ya veníamos haciendo y no otra cosa. Y la realidad es que en estas dos semanas y media no hemos tenido problemas, ha sido puro apoyo de la gestión hacia nuestras propuestas. Y tal vez no viene habiendo demasiada tensión porque nuestro aporte está muy ligado a nuestra realidad e incluso, a nuestra gremialidad. Nosotros ahora gestionamos al Mercado en función de las propuestas que venimos gestando desde la UTT. Por ejemplo: la construcción de precios. Nosotros vamos a darnos todo el trabajo que sea necesario para que las quintas también sean parte del proceso de fijar los precios. Entonces: pasada la cuarentena, cuando nos podamos juntar, vamos a estar conversando en torno a cómo construimos los precios desde todos los actores concretos del campo.


Por último: en este proceso de asumir funciones de gestión en el Estado, desde las militancias que provienen del movimiento popular, ¿qué expectativas les genera lo que pueda emprenderse de acá en más? Sobre todo teniendo en cuenta esto de que les tocó asumir en medio de una situación de emergencia.

Por esto que decía antes, de la relación directa entre esta gestión del Mercado y el tipo de militancia en la que venimos embarcados desde hace años, la cuestión no tiene tantas tensiones para nosotros. No es que pasamos de una militancia de un tipo a una gestión política que nada que ver. Acá fue un planteo de que nos hagamos cargo del Mercado Central porque se entendía que en base a lo construido podíamos aportar. El desafío es cómo transformar los planteos que surgieron de la organización de base en políticas públicas del Estado. Y en ese camino estamos. Es diferente a la situación de los movimientos sociales en otro contexto, como el de 2001, donde por un lado estaba la lucha reivindicativa concreta y por otro una consigna general de cambio social, pero en donde en el medio no había demasiado. En el caso de la UTT, por ejemplo, hemos venido trabajando estos años en esto de combinar las cuestión reivindicativa concreta de la mano de consignas políticas y de vocación por construir políticas públicas que puedan ser gestionadas. Entonces es como que ahora estamos en el momento de hacer aquello que veníamos diciendo que había que hacer.

Fotografía: Carlos Pérez

martes, 14 de abril de 2020

Adamovsky: “El peronismo en más de una ocasión ha sabido ser canal para reivindicaciones que son típicas de la izquierda”


ENTREVISTA A EZEQUIEL ADAMOVSKY

Por Mariano Pacheco*


El historiador y ensayista Ezequiel Adamovsky desentraña las tensiones íntimas entre peronismo e izquierda y la acechanza del posmacrismo.

Llega en el atardecer de un día agitado: para él, para este cronista, para cada persona que transita Buenos Aires. La incertidumbre, ciertos miedos y una paranoia creciente por la expansión del corona virus complican aún más que de costumbre la vida en la ciudad. Tanto los parroquianos como quienes miran del otro lado del televisor encendido en el Bar Tiempo hablan de lo mismo. Ezequiel Adamovsky llega y, entre los ruidos de fondo de los autos y colectivos que pasan por Juan B Justo y Bocayá, se dispone a conversar con revista Zoom: sobre la relación entre la actualidad y la mirada política que puede construirse desde la historia sobre los sectores populares; sobre el trabajo de divulgación y el por qué se ha interesado en el último tiempo en trabajar sobre estos temas; sobre le peronismo y las izquierdas; sobre el pasado y el presente de la Argentina, pero también, sobre algunos indicios del futuro.


Luego de un largo período de trabajo centrado en la historia de Rusia, en los últimos años te has concentrado en la historia Argentina, particularmente en sus sectores populares, primero con tu libro Historia de las clases populares en la Argentina (1880-2003) y recientemente con El gaucho indómito. De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada. ¿Cómo concebís este trabajo?

Creo que lo mejor que puede aportar un historiador en la mirada sobre el pasado es la pregunta. Encontrar la pregunta correcta para dirigirse al pasado es lo principal. Y esa pegunta surge del presente, de un interés que siempre está vinculado con lo político, en sentido amplio, no necesariamente partidario pero sí de un contexto político-cultural. Mi trabajo, desde hace tiempo, ronda en torno de la pregunta sobre el modo en que afectaron, en los sectores populares, las diferencias de color de piel y de origen étnico. Nuestro país tiene clases populares pluriétnicas, es decir, de muchos orígenes y colores, y es un país cuyas élites construyeron una visión de lo nacional vinculada con lo europeo y con lo blanco, la visión de una Argentina blanca y europea. Y por supuesto, la realidad de su población no se corresponde con esa mirada. Entonces, me interesa mucho trabajar esa mirada racista, desde arriba, y por otro lado, ver cómo tramitaron las diferencias étnicas y de color las personas del común. En ese plano, El gaucho indómito, vuelve sobre el fenómeno del criollismo popular, y llegué a ese tema porque en Argentina, hasta hace apenas unos años, del tema de las diferencias de color no se hablaba abiertamente, era un tema que no aparecía en los documentos, pero sí estaba presente de manera oblicua en ciertos consumos culturales o en prácticas culturales como el criollismo o el carnaval, que es mi actual investigación. Por eso, esa pregunta sobre el pasado que orientó la escritura de mi libro es también una pregunta actual, porque apunta a indagar cómo se construyen solidaridades populares amplias en una sociedad que tiene ese tema (cómo se vincula lo blanco y lo moreno) todavía irresuelto.


Anteriormente también trabajaste con la historia corta, por ejemplo en tu libro El cambio y la impostura te metiste con el macrismo y el kirchnerismo, en un cruce que linda entre la historia y el periodismo, así que te quería preguntar por esa relación. Hay periodistas que escribimos sobre historia e historiadores que ejercen el periodismo. ¿Qué aportes ves que la historiografía puede hacer más allá del periodismo y cómo entendés vos ese desafío de escribir sobre historia pero en un registro ya no académico sino más periodístico?

La verdad es que yo nunca lo pensé como un ejercicio de periodismo, sino más bien que he intentado trabajar textos que podría caracterizar más ligados al ensayo, aunque entiendo la pregunta, porque hay un ejercicio del periodismo que busca correrse de la noticia, de la coyuntura, y hace un ensayismo sobre actualidad. Varias veces me preguntaron algo parecido y me cuesta responder porque yo ya hacía este tipo de ejercicios de escritura desde antes de entrar a la academia. Hay todo un registro que tiene que ver con el activismo, con la intervención política, más que con el periodismo, que yo ejercité desde muy chico. No es un registro que luego de haber pasado por la academia tuve que aprender, sino que fueron tipos de escritura que se dieron en paralelo. Quiero creer, de todos modos, que cuando escribo en el registro más ensayístico la mirada del historiador aporta a tener un análisis más del largo plazo, pero eso lo dirán quienes lean. Pero para mí no resulta una tensión. Son dos cosas diferentes pero conectadas.



¿Y respecto de la divulgación? Has trabajado bastante sobre el tema. Ahora no tanto, pero al menos durante los años kirchneristas hubo como una especie de boom sobre la historia y sus modos de divulgación, no sólo desde el registro escrito, sino también audiovisual, e incluso radial. ¿Qué pensás de las producciones de esos años y de los desafíos actualespara reinstalar una imaginación histórica?

En primer lugar, te diría que es crucial que quienes hacemos historia nos comuniquemos con un público más amplio que el académico. Eso, al menos desde que era estudiante, siempre fue un horizonte central para mí. Yo hace tiempo que dejé de tener como lector implícito al público académico. Entonces trato de escribir para un público más amplio. Incluso en mi último libro, que quizás por tema puede parecer más académico, el tono apunta a un público más general.
Yo diría que, desde 2001 más que desde 2003, hay un interés social muy amplio por la historia. Todo el fenómeno de los divulgadores en los medios masivos de comunicación, pongamos por caso Felipe Pigna, es anterior al kirchnerismo. Pero es cierto que el kirchnerismo captó esa demanda y le puso bastante atención a la historia en sus productos audiovisuales y periodísticos en general. Los resultados son dispares y uno puede verlo al mirar Canal Encuentro, por ejemplo. Toda la primera fase de Zamba me pareció un producto de divulgación y un producto cultural brillante. Otras cosas me gustaron bastante menos, pero en general, diría que fue un momento en que se colocó a la historia en el centro de la escena, en claro contraste de lo que pasó durante los años del macrismo, en los que se intentó barrer a la historia todo lo posible. En ese punto contrastan bien macrismo y kirchnerismo.


Respecto del peronismo y las izquierdas: ¿cómo ves ese vinculo? Te propongo pensar de manera múltiple esa pregunta. Es decir: ¿qué pasa en la actualidad con el peronismo y las izquierda, y sus vínculos? Y: ¿cómo has visto ese vínculo a lo largo de la historia?

Es una pregunta muy amplia por el hecho de que su respuesta abarca períodos diferentes. Diría que el peronismo histórico, el de 1945, canalizó algunas demandas típicas de la izquierda combinada con un tipo de política que en otro sentido fue hostil con parte del legado de la tradición de izquierda. El propio Perón supo tener actitudes bastante anti-izquierdistas. Entonces, desde sus inicios, el peronismo tuvo una relación tensa y ambivalente con las izquierdas. Muchas personas de izquierda se vieron atraídas por el peronismo, por su reivindicación del trabajador, por la ampliación de derechos, por el impulso que tuvieron los sindicatos, mientras que otras personas de izquierda fueron anti-peronistas por rechazo al personalismo, al liderazgo vertical, a cierto conservadurismo en lo cultural, al nacionalismo.
Y esa tensión puede rastrearse luego, durante todas las décadas posteriores. Pareció resolverse durante la época de Menem, cuando el peronismo apareció como una fuerza decididamente de derecha con políticas proempresariales. Entonces, el campo de las izquierdas se amplió, un poco superficialmente diría, porque también abarcó un amplio sector que, por anti-peronista, se referenció en el progresismo de izquierda. Y primero el 2001 y luego el kirchnerismo rompieron ese consenso veloz y superficial y, nuevamente, reaparecieron las ambivalencias y tensiones. El kirchnerismo atrajo una gran cantidad de referentes y organizaciones y espacios de izquierda y otras se mantuvieron hostiles a él. Hay una parte del debate entre izquierdas y peronismo que no me parece muy conducente, que es el argumento de que la izquierda revolucionaria en Argentina tuvo un escaso desarrollo por culpa del peronismo, porque capta su energía y la dirige a otro lado. Pero si uno mira a nivel mundial, la presencia de la izquierda revolucionaria es muy limitada en todos lados. Así que diría que la izquierda a nivel mundial tiene dificultades propias que tiene que resolver; el problema no es sólo de la Argentina ni se explica solamente por la presencia del peronismo. De todos modos, creo que en nuestro país se plantea una tensión que a veces es productiva. Porque el peronismo –con su aspecto caótico y a veces incomprensible-- en más de una ocasión ha sabido ser canal para reivindicaciones que son típicas de la izquierda. Y su llegada al gobierno a veces abre el camino para que se instalen como reformas reales. Pero a su vez no es posible caracterizar al peronismo como una fuerza claramente de izquierda, por sus oscilaciones, y porque aun hoy contiene, como parte de sus elencos estables, oficiales, permanentes, a referentes que no se podrían caracterizar de izquierda ni de centroizquierda en ningún sentido.


Y en relación al actual momento que atraviesa el país, con una nueva gestión de gobierno peronista desde el 10 de diciembre del año pasado, ¿cómo ves la situación? ¿Qué rol crees que le caben ahí a las izquierdas?

Es un momento muy difícil la verdad. Porque, por un lado, la devastación macrista es enorme, en el terreno de lo económico es tremenda. Y además el macrismo ha logrado conservar un 40% del electorado que lo apoya aun después del desastre que hicieron, con lo cual no hay que descartar que puedan volver al gobierno en cualquier momento. Entonces cuesta mucho pensar cómo posicionarse. Por otro lado tenemos un peronismo que, con la figura de Alberto Fernández, al menos discursivamente, se posiciona como un peronismo de centro-izquierda, más corrido hacia al centro de lo que fue el kirchnerismo, menos revulsivo. A nivel de la militancia, la necesidad de combatir al macrismo acercó a una alianza con el PJ a muchas fuerzas y personas de izquierda. Esa militancia atraviesa la tensión que tiene cualquier fuerza con aspiraciones de cambio que llega al poder, que es la tensión entre sostener el gobierno o continuar con la presión por reivindicaciones históricas de los sectores populares. Diría que en este tiempo veo una excesiva tendencia de la militancia kirchnerista a sostener el gobierno y a postergar las demandas. O incluso a poner en sordina algunos problemas del gobierno que ya se ven claramente, como su apoyo al modelo extractivista minero y al fracking, cosas que evidentemente no son en beneficio de las mayorías. Acá es donde veo que sigue habiendo un espacio y la necesidad de una izquierda que plantee esas demandas. Y que por eso pueda construir un espacio político propio, independiente del PJ. Pero para eso tendría que ser una izquierda popular y con vocación de poder. A mí me parece que la izquierda tradicional en Argentina sigue desentendiéndose del problema del poder: continúa parada en un plano más testimonial que de construcción de un poder popular capaz de llevar adelante sus horizontes y sus agendas.
*Nota publicada en Revista Zoom


viernes, 10 de abril de 2020

Coronavirus y militancias: recuperar la audacia táctica y la proyección estratégica


Por Mariano Pacheco*


El precariado, el feminismo popular, la organización (de base) y la problemática social; el Estado y sus limitaciones; las militancias: archivo, elaboración teórico-política, proyección estrategia y audacia para intervenir en la coyuntura. Filosofía y política; pandemia y cuarentena. PreguntaS sobre el día después.


-- A lo mejor es una fiebre que no cura.
A lo mejor es rebelión, y está viniendo
(Humberto Constantini, “Che”)


Hay una frase, bella, que en algunos ámbitos se ha repetido hasta el cansancio en estos días: “la crisis como oportunidad”; que traducida a la “coyuntura-COVID19” sería algo así parecido a “la cuarentena como posibilidad”. ¿Posibilidad de qué? ¿Oportunidad para qué? Entre otras cuestiones, ocasión para comenzar a reponernos de un modo más agudo de la derrota (nacional, Latinoamericana y mundial) de los proyectos populares de transformación; derrota con la que ingresamos al siglo XXI.
Esta sería la primera vez, en estos 20/30 años, que se podría oponer a nivel global un proyecto societal diferente al del capitalismo (una situación mucho más excepcional que la crisis de 2008). Claro: enunciado así, puede sonar despampanante. Y sabemos, en medio de estos vientos posmodernos, todo lo global, general, grande, tiende a ser condenado por total (itario); total, mientras, nos resignamos al totalitarismo capitalista, pero de eso mejor no decimos nada. Total, como esgrime el dicho popular: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pero sus efectos, qué duda cabe, pueden verse cada día. Por otra parte, no basta decir “no siento” para no sentir. Los efectos del capitalismo, en su fase salvaje-planetaria, se hacen sentir sobre nuestros cuerpos. ¿Dónde se expresa esa derrota, con mayor crudeza, sino en esa renuncia a ser partes de un proyecto general de cambio global del modo en que hoy vive la humanidad? (sociedades en las que el 10% de la población mundial es propietaria del 86% de la riqueza, y el 1% concentra casi la mitad).
Quien dice algo diferente marcha voluntariamente al manicomio”, escribe Nietzsche en su Zaratustra.
Para no marchar al manicomio, pero para no dejar de marchar, es decir, de estar en movimiento en medio de la quietud que impone el confinamiento por razones sanitarias, van algunas hipótesis, restringidas al plano nacional, y destinadas a establecer un diálogo con las militancias, y con quienes –interpelados por la situación-- sienten la incomodidad de aun no formar parte de un proyecto colectivo.
Sabemos: han circulado ya infinidad de textos en estos días, todos elaborados por grandes personalidades del elenco filosófico mundial, pero tal como ha señalado Damián Celsi en un texto reciente (“Introducción a la pandemia”), ninguno de estos escritos “se preocupa por encarar la simple pregunta leninista de ´qué hacer´”. Así que nada de pretensiones académicas ni cosmopolitas respecto del mundillo filosófico contemporáneo. Nos basta con una intención mucho más modesta: poder interpelar a (en el mismo movimiento en el que nos dejarnos interpelar por) las militancias actuales de la Argentina. A ellas, no sin un claro reconocimiento a su vocación y su compromiso (que vaya que es el nuestro), van destinadas estas líneas, desde quien entiende que la escritura misma puede ser también un cierto tipo de intervención militante –restringida y acotada por cierto, pero un cierto tipo de intervención militante al fin y al cabo--, si por militancia entendemos intervención crítica sobre la realidad en búsquedas de modificarla.
1. Organización (de base)/ Problemática social
La cuarentena puso sobre el tapete, de manera recargada, muchas cuestiones que se venían amasando en la vida cotidiana, durante la “normalidad”. Es decir, antes de que comenzara a transcurrir esta situación excepcional que implicó que durante semanas permaneciéramos confinados en nuestros hogares, nuestros barrios (o donde nos encontráramos al momento de comenzar la cuarentena general y obligatoria). Con el COVID-19, entonces, no apareció una dimensión desconocida de nosotros mismos y nuestros semejantes: lo que pasó fue que asistimos a ver, exasperadas, actitudes que ya estaban presentes en el cuerpo social.
La cuarentena obligó a radicalizar ciertos componentes cotidianos del aspecto micropolítico: ¿cómo hacer, cada día, para vincularnos de un modo no canalla con nuestros semejantes? (No es fácil, teniendo en cuenta que el encierro puede hacer brotar lo peor de cada quien).
Así, en estos días, se hizo evidente –o aun más evidente-- la contraposición entre un modo de vida sostenido en el individualismo más ramplón, y una forma de vida desarrollada sobre valores como la solidaridad, la cooperación, la empatía con los demás. En un libro reciente –La ofensiva sensible-- el ensayista argentino Diego Sztulwark nos recuerda que el neoliberalismo es “un ataque a la dimensión sensible de la existencia de la vida misma” (como el terrorismo de estado), que nos transforma en personas sólo aptas para competir, aptas para un individualismo e incapaces de crear colectividades por fuera de eso. De allí que, siguiendo a Sztulwark, la pregunta por cómo hacernos una forma de vida impliquen directamente una intervención en el plano de la lucha de clases.
¿Qué pasa con los gestos igualitarios? Dentro de esta segunda franja de la población mencionada, de todos modos, existe a su vez una diferencia entre quienes llevan adelante esos valores desde una mera (y noble) actitud personal, y quienes entienden que esa actitud debe estar puesta en relación con otras actitudes (sentimientos, pensamientos, acciones), es decir, que se debe organizar junto con otras personas los modos de intervenir en la sociedad en la búsqueda de transformarla. Eso que usualmente, y en un lenguaje clásico bastante vilipendiado por las corrientes posmodernas, suele llamarse MILITANCIAS.
Fueron estas militancias, sobre todo las de los movimientos sociales, quienes sostuvieron espacios fundamentales para la reproducción de la vida, fundamentalmente entre los sectores del precariado, para quienes no salir a circular por las calles implicó, todos estos días, imposibilidad de contar con los recursos mínimos necesarios para la subsistencia. Tal como dimos cuenta en una nota publicada en la revista Zoom durante los primeros días de expansión masiva del virus (“Unidad, solidaridad, organización. La economía popular frente a la pandemia”), fueron esas militancias quienes garantizaron la elaboración y reparto de comida, las que advirtieron al gobierno sobre la necesidad urgente de otorgar un bono a las y los beneficiarios de los Salarios Sociales Complementarios e incluso –sobre todo-- llamaron la atención sobre la gran cantidad de personas que ni siquiera accedían a esa u otra asistencia social por parte del Estado y no contaban con un salario para afrontar los gastos mínimos para vivir durante esos días. También las militancias feministas sostuvieron las redes de agitación, de reclamo y de propuestas para enfrentar la violencia machista, incrementada en el contexto de aislamiento social, y no faltaron quienes sostuvieron con creatividad espacios de agitación para que la filantropía no nos ganara la partida: escritos, videos, flyers, gráficas, audios que circularon tematizando la pandemia y denunciando situaciones como las del abuso policial.
En general, de todos modos, las militancias parecimos quedarnos con poca nafta a la hora de garantizar espacios de reunión que permitieran tomar definiciones para intervenir con más iniciativa en la nueva coyuntura.
Por supuesto, desde el Estado se sostiene una actitud que pretende relegar a las militancias al mero rol de asistentes estatales para viabilizar la ayuda social. Y con la crisis, arcaicas instituciones como las iglesias y el Ejército volvieron a retomar cierto protagonismo, una determinada visibilidad que antes de la crisis no tenían; sobre todo el Ejército, puesto que las iglesias son un fenómeno más complejo, con una vasta red social extendida por el territorio.

2. Reunión/ Movilización
Obviamente, ante problemas urgentes y con los medios digitales disponibles, no se anularon los canales de reunión y expresión. Muestras de ello fueron las formas en que las organizaciones de base lograron ir resolviendo las cuestiones cotidianas en los barrios y las agitaciones en redes sociales que se llevaron adelante para el 24 de marzo –en repudio a la dictadura instaurada en 1976 y en homenaje a quienes en ese ciclo represivo fueron secuestrados/asesinados, pero también, en reivindicación por todas estas décadas de lucha para sostener el lema de “Memoria, Verdad y Justicia”-- y para el 30 de marzo, cuando se llevó adelante el “Ruidazo” denunciando los casos de femicidio durante la cuarentena. Eso, por un lado.
Por otro lado, también cabe quizás hacerse la siguiente pregunta: ¿fuimos lo suficientemente audaces para inventar formas de expresión, deliberación y resolución colectiva que la hora viene reclamando, teniendo en cuenta los medios tecnológicos hoy a nuestro alcance?
El inédito contexto de imposibilidad de reunirse y manifestarse (de cuerpo presente), como parte de una política de autocuidado que implicó no circular si no era por una imperiosa necesidad de hacerlo fue diferente a la de otros momentos históricos, más vinculados a la prohibición estatal de reunirse y manifestarse, que se sorteó tomando las necesarias medidas de seguridad, en la búsqueda por no dejar de reunirse y manifestarse (políticas de la clandestinidad que se les dice).
Cabe destacar aquí que, en general, hemos contado con más tiempo que el disponible en la “normal cotidianeidad”, cuando gran parte de nuestras horas de vida “se nos van”, sea expropiadas por el trabajo asalariado, sea por el tiempo que, como no poseedores de medios de producción y sin ser empleados por una patronal, destinamos a las tareas necesarias para garantizar medios de subsistencia, además de las horas semanales que dejamos transladándonos en micros y colectivos, trenes y subtes, combis o autos (una excepción: quienes realizan sus tareas laborales por medios digitales, y según los relatos que proliferan, vienen con una carga grande de sobre-trabajo).
Así y todo, sea por falta de costumbre, sea por la cultura dominante contemporánea, ha costado sostener espacios de deliberación y resolución colectiva. Aquí puede indagarse sobre cuánto los dispositivos tecnológicos nos formatean para la individualización (más acostumbrados a tareas en soledad frente a nuestras computadoras e incluso teléfonos personales que a reunirnos de manera virtual) así como a cierta cultura política hegemónica, que por un lado delega las grandes resoluciones en las dirigencias y, por otro lado, hace del asambleísmo un culto liberal de la opinión de cada quien, con grandes dificultades para sostener una disciplina militante y una efectividad práctica.
La cuestión de la autodisciplina, seguramente, sea uno de los grandes temas a investigar en los próximos tiempos, después de esta cuarentena que ha mostrado, a niveles masivos y alarmantes, cuánto del liberalismo llevamos dentro quienes lo cuestionamos (¿cómo poner mi cuerpo en relación con otros cuerpos sin pretender todo el tiempo situar el mío por sobre la experiencia común?). Evidentemente, una situación de crisis y de cuarentena impone dinámicas a las que tal vez estemos poco o nada acostumbrados (y acostumbradas). Hay que tener rigurosidad con los horarios de inicio de las reuniones, mantener la escucha atenta frente a la pantalla, ser ordenados (y ordenadas) para tomar la palabra, apelar a la capacidad de síntesis y la claridad para expresar las ideas, ser capaces de intercambiar pareceres por un rato pero luego resolver, es decir, acoplar nuestra mirada a una decisión colectiva que no puede seguir en debate mucho tiempo más, sea porque la red de internet “se cuelga” o porque comienzan a “colgarse” sus participantes, sea porque tenemos menos hábitos de reunión por vía un dispositivo tecnológico y nos fastidia (podrá argumentarse que es una cuestión de edad, pero sospecho que aún la gente más joven tiene poca gimnasia en esto de reuniones virtuales entre muchas personas, y sobre todo, para discutir ideas y tomar resoluciones que implican las vidas de otras tantas decenas o cientos o miles de personas).
La pandemia, entonces, parece ofrecer condiciones para derribar dos grandes mitos del liberalismo: el que coloca al individuo (“ciudadano libre”) por sobre todas las cosas, y el asume que todos los individuos, en tanto ciudadanos, somos iguales frente a la ley, pero también, frente una adversidad natural o una enfermedad.
Lógica, e históricamente, el individuo no está primero que la comunidad, y al menos en el capitalismo, pobres y ricos no somos iguales frente a una pandemia (tampoco en “épocas normales”, es el mismo el tipo de vinculo que los sectores populares tienen con la libertad y con muerte: los lugares en donde viven son bien diferentes a los que habita la burguesía y la pequeña burguesía: el status que sostienen, los lugares en donde se atienden si se enferman y los recursos con los que cuentan para afrontar esa situación llegado el caso, etcétera).


3. Elaboración del archivo
En un texto reciente (“Encerrar y vigilar”), publicado en el contexto de la pandemia, Paul B. Preciado incita a utilizar el tiempo y la fuerza del encierro “para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí”.
También León Trotski, hace un siglo atrás, planteó en su discusión con las vanguardias artísticas del momento que el marxismo se caracterizaba por inscribir sus postulados “dentro de una tradición”; una tradición que a estas alturas –sabemos-- siempre es una invención y poco tiene que ver con el tradicionalismo conservador, puesto que, de lo que se trata, es de construir un legado, apelar a imágenes del pasado para que funcionen como inspiración en el presente.
La historia no da respuestas por sí mismas, pero sabemos, puede ser productiva la operación intelectual de reelaborar el pasado, de ver qué cuestiones que en un momento parecían imposibles al tiempo dejaron de parecerlo. A propósito de los cambios de percepción, y sus temporalidades, Raúl Cerdeiras hace hincapié, también en un artículo reciente (“Capitalismo o existencia humana”), sobre el hecho de que, en su momento (de la mano de Copérnico y muchos otros más), la humanidad tuviera “que digerir el cimbronazo de que la Tierra era un minúsculo cascote que flota en un Universo inmenso sin saber a ciencia cierta cuál es su destino”. Es el comienzo de la llamada “muerte de Dios” –recuerda Raúl-- que tardó más de un siglo en ser aceptada y a regañadientes. “El cimbronazo producido en el sentido común compartido por siglos (es falso que Dios puso al Hombre en el centro del universo) fue un acicate para invenciones decisivas en la historia de la existencia humana, de las que no podemos olvidar la apertura de las eras de las revoluciones políticas destronando a las monarquías feudales y proclamando principios que afirmaban la igualdad de los humanos”, remata Cerdeiras.
No se trata aquí de caer en la reaccionaria concepción que idealiza “pasados mejores” para recostarse en un lúcido escepticismo del presente, sino de invocar futuros perdidos que nos permitan reanudar temporalidades, sin “progresismos” ni linealidades. Tampoco se trata de pensar que elaboraciones teóricas de otros contextos podrán destrabar la gestación de conceptos que hoy necesitamos para explicar de otro modo nuestros problemas contemporáneos, pero resulta ya no sólo soberbio sino hasta estúpido creer que podemos prescindir de décadas, e incluso siglos, de producción de teoría crítica. Al fin y al cabo, en diferentes contextos y latitudes, hay preguntas que suelen ser muy similares, y puede ser fecundo estudiar cómo se resolvieron esos interrogantes en otros momentos históricos.
Por supuesto: no señalamos una tarea completamente ausente en nuestra contemporaneidad, mucho menos en un país como Argentina, donde somos unas cuantas las voluntades de quienes – contra el olvido y a distancia del “memorialismo”-- venimos intentando contribuir a enhebrar los hilos de las insurgencias a través de la elaboración de determinadas genealogías.
No se trata aquí, finalmente, de bajar línea, de “encuadrar una tropa” para que se inscriba en un linaje determinado, por más que en más de una ocasión hayamos insistido en la necesidad de gestar un linaje mutante, desprolijo, contaminado, que implique a tradiciones diversas, que van desde las izquierdas en toda su amplitud (ismos marxistas y libertarios), el nacionalismo popular-revolucionario, el ecologismo anticapitalista, el cristianismo de liberación, el latinoamericanismo y los procesos de decolonización, los feminismos populares y las diversidades o bien llamadas minorías (bien llamadas en el sentido de “sustracción de la norma mayoritaria” que rige nuestras sociedades, que son no sólo clasistas sino también patriarcales, heterocisnormativistas, racistas). Cada corriente política sabrá qué figuras, imágenes de experiencias y teorías del pasado hará suyas, no es objeto de este texto situar un aspecto de polémica en este punto. Lo importante es avanzar en construir los propios linajes, con fundamentos, para ser capaces de establecer una discusión que despeje fantasmas (los del macartismo y el gorilismo, pongamos por caso) e invoque los espectros de las generaciones pasadas, para que el debate no sea sólo entre vivos, contemporáneos, sino también con los muertos, con las generaciones que lucharon antaño.


4. Reflexión/ Sistematización/ Elaboración
Hay tres lemas que me parecen emblemáticos para rescatar hoy.
En primer lugar uno del dirigente bolchevique Vladimir Lenin, que dice así: “sin teoría revolucionaria no hay revolución”.
El otro es del filósofo francés Louis Althusser, quien sostiene: “el marxismo introduce la lucha de clases en la teoría”.
Por último, una bella frase de los pensadores Gilles Deleuze y Félix Guattari: “filosofía es crear conceptos; conceptos que tienen que ver siempre con nuestra historia, y sobre todo, con nuestros devenires”.
Por su función interrogadora, la filosofía –o más bien: ciertas filosofías-- puede contribuir a promover la desobediencia y la rebelión. Al menos desde la Revolución Francesa de 1789 en adelante, durante todo el siglo XIX y todo el siglo XX la relación entre bibliotecas y procesos de cambio ha sido muy estrecha.
El ciclo comunista moderno colapsó hacia fines del siglo pasado, pero no por eso deberíamos apresurarnos a tirar por la borda el concepto mismo de comunismo, vinculado asimismo a otras ideas como lo común, la comunidad, la comunión (la común/unión). Recuperar/recrear/reelaborar el concepto de comunismo, entonces, puede ser una tarea fundamental del momento histórico que atravesamos, si tenemos en cuenta que es un concepto maldito (en el buen sentido), para la filosofía; aunque también maldito (en el mal sentido), para la tradición política argentina. De allí la necesidad de diferenciar los planos de intervención: el de la lucha teórica y el de la lucha política, donde la orientación deberá ser comunista, obviamente, pero para que efectivamente sea popular –sospechamos-- quizás el significante comunismo reste más de lo que aporte (a diferencia del más genérico de “emancipación”).
La crisis del socialismo nos ha quitado durante demasiado tiempo la posibilidad de pensar cualquier solución a la cuestión del desarrollo más allá de los límites del capitalismo. Con cada crisis en lugar de abrirse una oportunidad para pensar proyectos emancipatorios parece abrirse una trampa que nos obliga a elegir entre la aceptación de la disciplina del capital o la pobreza y el hambre”, escribe Adrián Piva en un texto titulado “Desarrollo, dependencia y estado en Argentina desde 1976”. Son los efectos del terror posdictatorial en el cuerpo social argentino, podríamos pensar, junto a los “chichones” en las cabezas de personas de todo el mundo, que aún duelen, luego de que los ladrillos el Muro de Berlín se cayeran en 1989.
La actual “coyuntura-COVID19” nos puso cara a cara con una situación que muchas veces pretende ser dejada de lado, porque indagar sobre ella puede ser angustiante. A saber: la fragilidad de la existencia humana. A diferencia del siglo XX, y gran parte del XIX, momentos históricos regidos por cierta voluntad de certeza, el siglo XXI se caracteriza por una profunda incertidumbre: política, teórica, existencial. De este modo, cuando en momentos como el actual ciertas certezas de la vida cotidiana aparecen corroídas, la situación puede tornarse profundamente angustiante, pero también, enormemente productiva. De nuevo: las crisis (pongamos por caso la desatada por una pandemia mundial), pueden ser muy productivas, en tanto que durante ellas nos repreguntamos quienes somos, qué queremos, hacia donde vamos, tanto en el plano singular como colectivo. Agudizar una mirada crítica respecto del mundo que habitamos, asumir que las cosas no están dadas de una vez y para siempre, puede abrirnos caminos insospechados. La cuestión es dejarse interpelar, atravesar la senda de la interrogación (por más angustiante que pueda ser) y, obviamente, entretejar algunas respuestas, al menos a modo de hipótesis que nos permitan seguir con el andar.
Tenemos que ser capaces, entonces, de desandar esa dicotomía incruenta que se viene produciendo en las últimas décadas entre elaboración teórica y práctica política, que suele coincidir tristemente, muchas veces, con el par “pragmatismo peronista/teoricismo izquierdista”. Tenemos que ser capaces de recuperar una intervención estratégica integral, tanto en las izquierdas como en los peronismos, que incluya prácticas políticas de masas, con arraigo social, y elaboración conceptual rigurosa, que sea producción de teoría como arma para la transformación, y no papeles para avanzar en una investigación que financie nuevas becas individuales.
El ser tiende a perseverar en el ser”, supo destacar el filósofo Spinoza, para quien ser –precisamente-- es siempre en una relación con los demás. La voluntad colectiva de atenerse a la cuarentena puede ser leída como un gesto individualista (salvar mi propia vida), pero también como “preocupación por otras personas de la comunidad”, tal como subrayó la filósofa Anastasia Berg, en un claro reproche al filósofo-que-lo-sabe-todo Georgio Agamben. “No es entonces la vida desnuda que se entrega al poder soberano omnipotente y garante de la supervivencia”, escribe Omar Acha en su artículo “La filosofía en tiempos de pandemia”.
Como hemos dichos, estas semanas han proliferado numerosos textos de filósofos del elenco internacional. Quizás demasiados; seguramente pocos con una vocación de intervención militante. Así y todo, filósofas como la argentina Esther Días han subrayado la voluntad de ejercer el oficio filosófico ligado a la coyuntura, cultivando una suerte de “pensamiento rápido” que permita meter preguntas allí donde el poder da por supuesto que no debe haber ninguna. El filósofo esloveno Slavoj Žižek fue uno de los primeros en proponer que la pandemia podría inaugurar la posibilidad de replantear horizontes hasta hace poco impensables. Y en un rapto de optimismo, metió la discusión sobre el comunismo. El surcoreano Byung-Chul Han, por el contrario, subrayó de manera pesimista la situación a partir de la cual podía imponerse en muchos rincones del mundo el “modelo asiático”, sostenido sobre el control poblacional y el empleo de los llamados Big Data para contener la pandemia.
Aquí, en la Argentina, el ensayista Christian Ferrer sostuvo por su parte que, apenas pasada la amenaza y el peligro, la gente va a volver a lo mismo de siempre. Y subraya: “porque no conoce otra cultura alternativa”; porque “no hay otro horizonte de un mejor ideal de vida, por lo menos a nivel colectivo”.
¿Qué rol entendemos entonces deberíamos jugar las militancias en este contexto para revertir esa situación? ¿Es suficiente el papel desempeñado hasta el momento? Sería importante asumir que los cambios históricos se han producido siempre en coyunturas dramáticas (guerras, dictaduras… ¿pandemias acaso?) y pasar a la ofensiva, al menos en el plano de las ideas, de las propuestas en torno a cómo salir de este atolladero en el que nos encontramos.
Necesitamos llenar de preguntas nuestro presente. Dijimos que la filosofía –ciertas filosofías al menos-- podían contribuir a promover la desobediencia y la rebelión. ¿Necesariamente hay que entender la rebelión como insubordinación a las políticas de Estado? Por ejemplo, en la Argentina actual, ¿pasa la desobediencia por romper la cuarentena? ¿O la cuarentena puede ser un modo de autocuidado colectivo que nos brinde a su vez un cierto respiro, una cierta modulación para operar un transitorio movimiento de repliegue para reflexionar, sistematizar experiencias, reelaborar planteos, proyectarnos estratégicamente y tomar fuerzas para intervenir de manera más audaz y efectiva en las próximas coyunturas?
Quizás haya que pensar en momentos en donde pueda considerarse, no al Estado en sí mismo (que por más que “exprese” las correlaciones de fuerzas de la lucha de clases no deja de ser un aparato gestado para la dominación) pero sí a zonas estatales y personal de la gestión estatal como aliados, compañeres de ruta en funciones dentro de una institucionalidad que sabemos enemiga, pero también –por experiencias-- conocemos en sus tendencias menos represivas y más intervencionistas en el plano del financiamiento de aquello que los neoliberales denominan “gasto social”. Quizás hoy no se trate tanto de entender la rebelión como insubordinación ante las medidas del gobierno, sino –como sostienen las compañeras y compañeros del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas-- de desobedecer las lógicas que impone el capital.
¿Qué Argentina queremos para los próximos meses? ¿Qué medidas fundamentales entendemos que tiene que tomar el gobierno en los próximos meses, semanas, días?
No podemos quedarnos con los brazos cruzados, esperando a ver y escuchar las palabras presidenciales por Cadena Nacional, para luego aplaudir o criticar.
Tenemos que construir una Agenda Programática Popular con algunos pocos puntos fundamentales que nos permitan avanzar, aquí y ahora, en algunos cambios urgentes y necesarios. La política aborrece del vacío, ya lo dijo Perón, que algo de todo esto sabía. Aquello que no discutamos y podamos proponer hoy, desde abajo, ya estará resuelto mañana por arriba.
Por supuesto, una Agenda Programática Popular no lo podrá construir ningún intelectual en soledad, ni tampoco, ningún sector en particular. Se trata de establecer una discusión entre las principales corrientes del movimiento popular, para que sean las organizaciones sociales y sindicales (del precariado y del movimiento obrero organizado), los feminismos y los ecologismos populares, la intelectualidad crítica y los derechos humanos; para que sean quienes están cada día en la primera línea de batalla contra las diversas injusticias que padecemos, fundamentalmente, quienes tengan la voz respecto del rumbo a seguir.


POSDATA: “Por un internacionalismo del siglo XXI”
Alguna vez, el pensador argentino Juan José Hernández Arregui planteó que, la revolución, debía concebirse en el plano “nacional, Latinoamericano, y mundial”. Y remataba: “y en ese orden”.
Quizás podamos discutir si es una cuestión de orden o de etapas, o si vale la pena o no seguir sosteniendo un concepto como el de revolución (este cronista sospecha que sí), pero lo que es seguro –y todos los proyectos de cambio lo demostraron en el Siglo XX, cuando la globalización capitalista estaba menos desarrollada que en el presente-- es que en el actual momento de mundialización capitalista es imposible pensar procesos de transformación que no tengan en su horizonte una confrontación mundial con el capital. En ese camino, la conformación de bloques regionales se torna fundamental. Por necesidad, pero también por historia cultural y política, en Nuestra América al menos, se suele reactualizar una vocación de integración continental de nuestros pueblos cada vez que hay momentos de avance de las luchas.
Elaborar entonces formas de articulación, tanto estatal (por arriba), como popular (por abajo), será fundamental. Tenemos los ensayos esbozados en el último cuarto de siglo, desde los Encuentros Zapatistas hasta el ALBA o la CELAC, pasando por los Foros Sociales Mundiales, o la Articulación de los Movimientos Populares hacia el ALBA. Son las imágenes más recientes sobre las que deberemos proyectar nuevas formas y otros contenidos para la emancipación en los tiempos que vendrán. Ciertos feminismos ya han dado un paso en ese sentido. Como sostuvo Verónica Gago en su último libro (La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo), necesitamos efectuar un pensar situado que sea inevitablemente internacionalista. Y en América Latina hay “capas múltiples de insurgencias y rebeliones” que son el suelo desde el cual pensar una resonancia mundial desde el Sur capaz de gestar un “transnacionalismo”, o un nuevo internacionalismo del siglo XXI.
Parafraseando al poeta argentino Humberto Constantini con el que comenzamos este texto, en medio de la pandemia mundial parece que estamos ante “una fiebre que no cura”. Pero quizás, también, como escribió en su poema en homenaje a Guevara, “a lo mejor es rebelión… y está viniendo”.

*Integrante de la Cátedra Abierta Félix Guattari de la Universidad de lxs Trabajadorxs 
y del Colectivo Cultural La luna con gatillo