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miércoles, 22 de abril de 2020

LENIN: 1870 --22 de abril-- 2020


"Ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si este vence... Y este enemigo no ha cesado de vencer" (Walter Benjamin)

Por Mariano Pacheco


Lenin escribe en las “Palabras finales” a la primera edición de “El Estado y la Revolución” que no pudo escribir ni una línea del Capítulo VII (final), dedicado –pensaba-- a abordar las experiencias de las revoluciones rusas de 1905 y 1917, porque la crisis política (“la víspera de la Revolución de Octubre”) vino a “estorbarle” en el momento de la escritura. Y aclara, dejando atrás su ironía: “de estorbos así uno no tiene más que alegrarse”. Y luego agrega: “es más agradable y más provechoso vivir ´la experiencia de la revolución´ que escribir acerca de ella.
No sé por qué, pero ese final me recuerda a un bello texto de Jan Paul Sartre (publicado como anexo a “¿Qué es la literatura?”) donde el filósofo francés, en los años próximos a la salida de la segunda guerra, dice que la escritura lanza al escritor a la batalla; que escribir “es una forma de querer la libertad” y que incluso, “hay veces en que el escritor debe dejar la pluma y empuñar un arma”.
Obviamente: Lenin era un teórico, un escritor, y sobre todo –a diferencia de Sartre, e incluso de los teórico marxistas de la segunda mitad del siglo XX), un cuadro político, un dirigente revolucionario, que más bien entendía la importancia de la filosofía como “introducción de la lucha de clases en el terreno de la teoría” (como dirá medio siglo después Louis Althusser) y la escritura como un arma más en ese combate por la emancipación.
Lenin entendía muy bien que la teoría revolucionaria no podía ser sino la “teoría de una clase en lucha”, y que –por lo tanto-- no podía haber “ciencia social imparcial” –como subrayó Negri en su lectura del líder bolchevique-- en una sociedad erigida sobre la lucha de clases. Esa ciencia parcial, por lo tanto, se constituye en “punto de vista” a partir de cual se puede pensar el pasaje de una crítica de la economía política a una crítica política de la cultura burguesa. Es decir, de una teoría del capital a una teoría de la organización revolucionaria (“en su doble polo Partido/Soviet”, subraya el referente de la Autonomía italiana en sus “33 lecciones sobre Lenin”), que entiende a la organización como “espontaneidad que reflexiona sobre sí misma” y, por lo tanto, que asume la importancia de la lucha política en su función de unificar por arriba (no desde afuera) las luchas que se libran en el plano económico. Punto de vista (epistemología proletaria), crítica del capital (ciencia obrera) y organización de doble polo (social y política; por arriba y por abajo; con horizontalidad y centralización) de la clase productora se conforman en una tríada fundamental, entonces, para pensar las luchas proletarias en cada país, asumiendo las dos lecciones fundamentales que Lenin extrae de su lectura del “Manifiesto comunista”: la lucha, en última instancia, siempre es una batalla internacional contra el orden mundial del capital, y es una pelea por la extinción del Estado en tanto aparato de dominación que sostiene la explotación.

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