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martes, 22 de junio de 2021

Falleció Horacio González, el último “gladiador” del pensamiento nacional

POR MARIANO PACHECO*

 

Con González se va un modo de entender y hacer política intelectual en Argentina. Un modo compartido con con sus compañeras y compañeros de generación (de los años setenta) e incluso con varios de quienes lo precedieron (en los sesenta). Un entender/practicar la política intelectual desde una perspectiva popular y un anclaje nacional del modo más paradojal: sin provincialismos ni populismos esencialistas, cultivando siempre una exquisita y erudita mirada que supo incorporar además de las propias aventuras argentinas y Latinoamericanas, las grandes producciones de la historia de la cultura occidental. Como nadie, Horacio frecuentó y promovió el ensayo como género perverso y polimorfo, y arrojó en sus libros (las miles y miles de páginas escritas por un plumífero compulsivo) las hipótesis más ingeniosas.

No fui gonzaliano, en el sentido en que pudieron serlo quienes tuvieron el privilegio no sólo de leerlo con asombro –como en mi caso-- sino también de frecuentarlo; conversar con él más allá de las miles y miles de charlas públicas en las que participó; escucharlo en sus clases o compartir un aula con él siendo docente; darle para leer los propios manuscritos; leer sus manuscritos; en fin: no tuve el honor de ser su discípulo, como unos cuantos amigos y amigas que si lo fueron y aún les debe estar costando asumir terrible noticia. Pero tengo el honor de haber sido –al menos por un tiempo-- su contemporáneo. Fantaseé muchas veces con hacerle un reportaje, pero eran tantos los que circulaban que imaginé sería un fastidio –para él-- hacer una entrevista más. Quizás me equivoque y es probable que disfrutara esas conversaciones.

Una vez lo vi en un bar de Boedo, mirando por la ventana. Sólo atiné a decirle a un amigo que se encontraba a mi lado que ahí, sentado a metros nuestros, estaba Horacio. Sólo una vez mantuve una reunión con él. Fue en 2008, antes del nacimiento de Carta Abierta, apenas tiempo después de que se conformara el nuevo sindicato del subte, donde entonces trabajaba como boletero. Recuerdo que fuimos con los metrodelegados (en mi caso como miembro de la Secretaría de Cultura de la AGTSyP, quienes le contamos que estábamos por sacar el primer número de la Revista Acoplando). González empezó a “delirar” con armar una biblioteca ambulante, una especie de política de la Biblioteca Nacional –de la cual entonces era su director-- junto al sindicato para todas las y los usuarios que, de a miles y miles, transitaban por los túneles, pasillo y escaleras de la ciudad de Buenos Aires. Creo que la iniciativa nunca prosperó, pero en mi caso quedé maravillado con su vitalidad y elocuencia.

En su libro “La crisálida. Metamorfosis y dialéctica”, Horacio sostiene la tesis más importante que leí en mi vida: la tesis del derecho a tener una tesis. La cito a menudo, y ahora releyéndola, me doy cuenta que siempre la cité mal, porque suelo decir que dice González que, su tesis, es al derecho generacional a tener una tesis, cuando él no menciona nunca la cuestión generacional. No importa, de todos modos, porque alguna vez leí algo de mi amigo Esteban Rodríguez Alzueta quien –citando a Horacio-- decía que leer bien, en realidad, es leer mal. Es decir, que leer es poder decir algo más que repetir lo que aparece impreso en el papel, porque en el proceso se le agregaron las propias inquietudes y reflexiones. O algo así.

Decía al inicio de estas líneas que, con González, se va un modo de entender y hacer política intelectual en Argentina. Un modo no sólo que él compartió con “compañerxs de ruta” del pensamiento nacional (y popular) sino también con el de ciertas izquierdas: de los hermanos David e Ismael Viñas a Ricardo Piglia; de Alcira Argumedo a León Rozitchner, por mencionar los nombres más emblemáticos. Parte de sus trayectorias hoy podemos conocerlas y sus textos leer, gracias al tremendo trabajo emprendido bajo la dirección de Horacio por la Biblioteca Nacional bajo su gestión: la recuperación de las revistas Contorno y Los libros; Pasado y Presente y La rosa blindada, por ejemplo.

Alzueta, Diego Sztulwark, Eduardo Rinesi, entre otros, vienen haciendo honor al “legado González” incluso en todos estos años en que Horacio seguía con sus producciones. Y creo que lo hicieron sabiendo recrear ese legado en su propia frecuencia narrativa, reflexiva y política. También, en la misma línea, María Pía López, quien en uno de los primeros libros de la colección Cuarenta ríos –en su “Yo ya no. Horacio González: el don de la amistad-- supo escribir:

Corremos riesgo de extinción. Modos de pensar, hablar, actuar, están bajo amenaza. Narrar es rozar el hueco que dejan también apuntalar los restos y regar la tierra para que en ella algo germine. Contar para otros, digo al borde de una fogata imaginaria”.

Desde hoy, González ya no está de cuerpo presente en este mundo.

Sus palabras, reales e imaginarias, seguirán alimentando las nuevas fogatas de la rebelión. O al menos eso anhelamos.

Que el futuro diga…

* Director del Instituto Generosa Frattasi. Integrante de la Cátedra Abierta Félix Guattari. Redactor de la Revista Zoom. Miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular. Militante del Movimiento Evita.

sábado, 19 de junio de 2021

La Nación Plabeya y la bandera argentina


POR MARIANO PACHECO

Secretario de Formación del Movimiento Evita 

(Provincia de Buenos Aires)

 

Hoy celebramos en la Argentina el Día de la bandera, en homenaje al patriota Manuel Belgrano, fallecido el 20 de junio de 1820. Belgrano fue quien sostuvo los colores celestes y blancos como símbolo de voluntad soberana incluso frente a los poderes locales que se mantenía dubitativos, frente a los tibios que no quería ir a fondo contra las prepotencias coloniales. Bien, pero más allá de la efeméride nos preguntamos: ¿qué es para nosotrxs, las militancias populares, la bandera nacional?

En primer lugar, diría que un símbolo en disputa con las clases dominantes.

Como todo símbolo, la bandera también remite a un modo de entender la nación. ¿Qué sentido tiene, entonces, jurar ante la bandera una defensa de la patria si no es en función de garantizar una verdadera vida para quienes la trabajan, es decir, para quienes la construyeron y sostienen con sus esfuerzos y labores cotidianos?

Lo nacional-popular, y no sólo en Argentina sino en toda nuestra Patria Grande Latinoamericana, es parte de una narrativa profundamente arraigada en la memoria de las luchas que se libraron desde abajo, una y otra vez, a través de las décadas. Sobre todo desde 1945 a esta parte, la bandera argentina flameó en jornadas históricas como el 17 de octubre, la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre, el Cordobazo y las movilizaciones contra la última dictadura; durante las puebladas que hicieron frente al neoliberalismo y en las jornadas insurreccionales de diciembre de 2001, así como en Puente Pueyrredón el 26 de junio de 2002 y en un sinnúmero de actos y marchas durante los últimos 20 años. Pero también la bandera, y la apelación a la defensa de la patria fue reivindicada por los fusiladores del 55, los proscriptores de los años sesenta y los genocidas de los setenta; por los privatizadores y los sojeros de los noventa y los dos mil y pico; por los dueños de la tierra y los responsables de tantas injusticias y atrocidades a lo largo de la historia. Por eso para nosotros, para nosotras, para nosotres, la bandera argentina es sinónimo de compromiso con la defensa de una determinada forma de entender el país, sostenida en un punto de vista popular que pretende gestar la hegemonía necesaria para garantizar una forma de gobierno, un tipo de Estado, una dinámica democrática donde se garantice un modo de vida en el que den ganas, cada día, de levantarse y arremangarse los pantalones para abordar las tareas necesarias, porque serán para el bien común y no para sostener con el esfuerzo de las mayorías los privilegios de unos pocos.

Nos preguntamos por ello: ¿qué tipo de prácticas políticas, económicas y culturales buscamos inscribir en nuestra patria? Sin lugar a dudas, nuestras luchas y anhelos pasan por desterrar aquellas prácticas y concepciones egoístas, competitivas, meritocráticas, racistas, xenófobas, machistas, clasistas, en la búsqueda por instituir la justicia social, para que reine en nuestra patria el amor y la igualdad. Tarea que no es posible de llevar adelante si no poseemos la soberanía sobre nuestras riquezas. De allí que todo proyecto que busque sostener los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad entre las personas de un país y entre los diferentes pueblos del mundo, no pueda sino ser consecuente con el necesario proceso de emancipación que rompa todo lazo de dependencia. No es posible separar para nosotrxs lo nacional, de lo popular, y por eso el compromiso de cada militante es con la nación plebeya que buscan una argentina para todos y todas, pero que mientras persistan las injusticias, se sustenta de la lucha cotidiana de las y los últimos de la fila. Para que la bandera no flamee sobre las ruinas de la Argentina, debemos tras la pandemia reconstruirla desde abajo, contra la raza de los explotadores y los opresores. Por eso volvemos a sostener, en un día tan importante como hoy, que no hay pueblo feliz sino en una patria liberada.

domingo, 13 de junio de 2021

La escritura y sus batallas

13 de Junio: día del Escritor 


Por Mariano Pacheco*


"Pero cómo --dicen--: es que eso de escribir compromete?"


¿Qué es escribir? ¿Por qué hacerlo? ¿Para quién? Preguntas fundamentales que contribuyen desde la filosofía a pensar aquello que –para muchos, para muchas—es nuestro oficio, el que pretendemos llevar adelante con compromiso y pasión.

En 1963 la emblemática revista francesa Les temps Modernes publica Las palabras, autobiografía de Jean Paul Sartre, libro en el que se reafirma la concepción de la escritura como oficio y en la que su autor, como escritor, se define como “un hombre, hecho de todos los hombres y que vale lo que todos y lo que cualquiera de ellos”. Son tiempos en los que obviamente aún no ha llegado el lenguaje inclusivo, y donde leemos Hombre deberíamos leer humanidad. Como sea, desde la cumbre misma de la República de las Letras se desacraliza al (y la) literato y se resitúa la actividad de la escritura a la esfera política y social.

El prosista, dice Sartre, es aquella persona que ha elegido un cierto modo de acción, secundaria, a la que llama “acción por revelación”. “¿Qué se quiere rebelar con la escritura? ¿Qué cambios se quieren producir en el mundo con esa revelación?”. Escribir, entonces, es honrar cierto compromiso: proponerse un cambio, en un proceso más amplio en el que la palabra es acción, pero también, en donde la propia escritura lanza al escritor a la batalla. Porque no se escribe para esclavos, sino para hombres (y mujeres) libres. No de una libertad abstracta y universal, por supuesto, sino esa que se va gestando a fuerza de luchas situadas, múltiples, donde el ejercicio mismo de escribir se transforma en una forma misma de querer (y pelear por) la libertad.

Por eso hoy, en el inicio de este ciclo de tres programa consecutivos que hemos denominado Junio de Literatura y Política en La Parte Maldita, quisimos rescatar en esta emisión de Radio Gráfica aquellas preguntas tan sencillas y fundamentales que parecen en desuso, o perdidas en las confrontaciones del siglo XX, para volver a repensar este oficio tal como Sartre lo hizo en su texto titulado “¿Qué es la literatura?”.

El archivo, entonces, pero también, la actualidad, y el porvenir.

 

* Editorial de La parte maldita, el programa de filosofía y rock de Radio Grafica FM 89.3 (pueden escuchar los programas en el Canal La parte maldita en Spotify)

lunes, 7 de junio de 2021

Los trabajos y los días de este noble y canalla oficio del periodismo.



Feliz día para todas y todos los "colegas" que traten de desarrollar este oficio con la mayor nobleza posible. Así que desde ya, nada de feliz día para todes, porque como toda práctica social, también el periodismo está atravesado por la lucha de clases.

Mi primer acercamiento al oficio --y oficio además de una bella palabra me parece el concepto fundamental para pensar nuestra práctica-- fue en la adolescencia, a través del programa"La era de la boludez", que tenía Fernan Gonzalez en FM Compartiendo de Quilmes (la radio del cura Luis Farinello) y que luego bautizamos con el nombre de la Patria rockera, del que también fueron parte otrxs compañeros de ruta, como Willy y La Colo (Nicolas Garcia y Angeles Traverso). Tanbien con ellxs hicimos la revista-fanzine "Grito de estidiantes", de la agrupación 11 de Julio (a la que pronto se sumaron, entre otrxs, Darío Santillan). Eso fue en la segunda mitad de la década del 90.

Durante "los años kirchneristas", si bien me dediqué a estudiar unos años Filosofia, y Letras, encontré en el periodismo mi oficio.

No cursé estudios en ninguna institución, pero los años dedicados a elaborar mis libros "De Cutral Co a Puente Pueyerredon" y "Montoneros silvestres" me enseñaron mucho: entrevistas; fichajes de documentos; horas y horas revisando diarios en la biblioteca del Congreso y otros sitios rústicos como el sótano de Diario El Sol contribuyeron en ese sentido.

Pero nada hubiese hecho sin las charlas fundamentales con tipos como Claudio Mardones (el periodista más apasionado que he conocido en mi vida), quien me regaló el grabador Sony para casete que aún conservo y me orientó en todos mis proyectos de entonces (¡sí jóvenes, hace pocos años aún se usaba grabador casete e incluso, muchos deseábamos notas en cuadernos para luego conseguir una compu prestada y pasarlos a word!). Tampoco sin los Talleres HLE, junto a Laura Giussani Constenla ý Hernán López Echagüe (¡viejo lobo que vaya sabe de este oficio!).

También en esos primeros años de la "década larga" fui columnista en la Radio de las Madres, gracias a la generosidad de Leandro Albani e hice mis primeras armas en el oficio, otra vez, de la mano de la militancia: participé del portal Prensa de a Frente, con el gran Lucho Soria, Carina Lopez Monja y Pablo Fierro, con quien compartimos muchas andanzas por años. Luego, recuerdo el día en que en mi casa de Valentin Alsina fundamos Marcha.

En el mismo sentido, ya siendo obrero en el subte y participando del nuevo sindicato, tuve el honor de ser parte del lanzamiento de Acoplando, la revista de cultura de los Metrodelegados.

En 2013 cumplí uno de mis sueños y entré a trabajar en un diario (la edición Córdoba de El Argentino): redacción 5 días a la semana (hermosa patrulla perdida en el océano del cordobecismo). Aquella experiencia me llevó unnbrce tiempo a ser parte de la comisión directiva del CISPREN, el sindicato de prensa de la provincia. Pero duró poco la cosa: los ánimos políticos en la Argentina se caldearon y antes de que se hundiera el barco Don "Patroncito" Spolky cerró sus valijas llenas de dinero y se mandó a mudar.



El macrismo me encontró volviendo al ruedo como columnista en la revista zoom. También iniciando un programa radial, La luna con gatillo , que pronto devino proyecto colectivo de periodismo cultural, con portal, edición de libros de poesía, trabajo gráfico en redes social y también audiovisual. No me despedí de Córdoba sin volver a hacer otro programa de radio, también en Eterogénea como el anterior: Profanas palabras. Pasado y presente de la Argentina y el mundo. Allí habitaban el espacio tipos geniales como Omar Hefling. Trinchera sostenida con generosidad por Guillermo Guerra.

En todos esos años sumé colaboraciones a emprendimientos de periodismo militante como la Agencia Paco Urondo y revista Sudestada, y poco a poco, me fui sumando al proyecto de Resumen Latinoamericano, del que participé unos cuantos años, haciendo incluso algunas colaboraciones internacionales como la cobertura del 1° de mayo de 2019 en La Habana, Cuba.

De regreso a Buenos Aires, sin horizonte de trabajo en el oficio, me pude dar el gusto de todos modos de empezar este año un programa (La parte maldita) en Radio Grafica FM 89.3, donde puedo respirar otra vez el amor y el compromiso con el oficio.

En todos estos años supe hacerle caso a Mardones, y a Echague, y andar siempre con una "libretita inmunda" y cuadernos a mano. Así se acumularon pilas de anotaciones que comparten estante junto con mis libros.

Siempre, en este camino, fueron fundamentales las lecturas y las figuras de Roberto Arlt, y de Rodolfo Walsh, sin duda personaJesús de la historia nacional sin los cuales hoy sería muy difícil pensar en hacer periodismo con dignidad.

"Esta edición del Caso Satanowsky va dirigida,pues, en primer término, a los compañeros que desde las comisiones internas, las Agrupaciones de Base y en particular el Bloque Peronista de Prensa, combaten diariamente a la raza de los envenenados de conciencia: nuestros patrones", escribió en 1973 un lúcido Walsh.

A quienes siguen ese legado, entonces, mis saludos. Y el convite a que sigamos combatiendo para el periodismo no sea la farsa que en general viene siendo en estos años (salvo poca y honrosas excepciones).