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miércoles, 20 de abril de 2011

Jovenes y política

¿Borrón y cuenta nueva?
El papel de los jóvenes en la política contemporánea

POR- Mariano Pacheco
 Para Topía, revista de psicoanálisis, cultura y sociedad, abril de 2011



“En la narración conviene siempre aplicar los secretos del arte de la lencería. Una historia seduce siempre más por lo que oculta. Lo que sugiere siempre es más revelador que aquello que se exhibe”.
Guillermo Sacomanno, La lengua del malón

Palabras preliminares

Rumiando, así proponía Nietzsche acercarse a los textos. Una manera parecida quiero sugerir en estas líneas para arrimarnos, ya no a una textualidad, sino a ciertos procesos políticos de nuestro país. Postales de un recorrido por los procesos de politización de la juventud argentina en la última década y media. Ahora que parece –o que ciertos comunicadores sociales parecen haber descubierto– que no toda la juventud argentina se comió el versito del éxito neoliberal (aun para pobres, porque el exitismo como modelo también tiene un lugar para los desplazados del centro de la producción y el consumo). Por  eso intentaré seguir en estas líneas aquello que Rosana Reguillo Cruz ha definido como el enfoque socio-cultural: aquel que parte de miradas de largo plazo, restituyendo a los procesos su historicidad.
En este sentido, habría que decir, en primer lugar, que lo que hoy aparece como una novedad es sin lugar a dudas que un sector importante de la juventud se organice, se movilice, construya un proyecto de militancia en base al apoyo a un gobierno, puesto que fue el conjunto de la clase dirigente (política, sindical, etc.) la que entró en crisis y fue cuestionada en 2001. Por supuesto, trazar una genealogía de la politización de los jóvenes implica intentar, al menos, acoplar estas experiencias con las del resto de sectores populares, ya que hablar  de los jóvenes como de una unidad social, de un grupo constituido, que posee intereses comunes, y referir estos intereses a una edad definida biológicamente –como alguna vez señaló Pierre Bourdie– constituye una manipulación evidente. Esto, a su vez, implica desde el vamos asumir que no hay una juventud, sino juventudes atravesadas por las luchas de las clases que constituyen la sociedad. Esto, que no es más que el piso (hoy que se habla tanto de ellos), una obviedad, es necesario remarcarlo, porque existe una tendencia muy fuerte en sectores ya no reaccionarios sino “progresistas”, que suelen olvidarla, ocultarla, ponerla en lateralidades tales que se nos borran del horizonte. Entonces, tal como suele plantear Eduardo Gruner, cabe preguntarnos, aquí también, qué clase de lucha es esa lucha de clases.

Del 96
Las jornadas insurreccionales del 19/20 de diciembre de 2001 funcionan como símbolo insoslayable de todo aquel proceso de insubordinación al modelo neoliberal que se venía dando desde hacía algunos años en nuestro país.
En Nuestra América, con la emergencia del zapatismo en México, a partir de la rebelión indígena producida en la Selva Lacandona en 1994, un nuevo horizonte se abre para todos aquellos que no se resignaban a aceptar que la mundialización capitalista debería seguir por siempre así, triunfante y sin oponentes, tal como se presentaba tras la caída de los socialismo reales. El zapatismo fue, en este sentido, un componente fundamental en el proceso de politización de los jóvenes en toda América Latina. Fueron ellos, además, quienes tuvieron la capacidad de poner sobre la mesa la necesidad de abordar el desafío de articular lo local (allí donde se producía la invención de una mirada y un territorio), junto con lo nacional y lo global (y también la necesidad de articular las tradiciones populares con la emergencia de las nuevas tecnologías).
En Argentina, 1996 es un año clave.
Por un lado, en marzo de 1996, se produce una gigantesca movilización de repudio por los 20 años del golpe. Es el comienzo de la desarticulación de la teoría de los dos demonios, que había primado en el sentido común de nuestra cultura durante más de una década. Es además el momento de emergencia de HIJOS. Los Hijos por la identidad, la Justicia, Contra el Olvido y el Silencio, tienen la misma edad que tenían sus padres al ser detenidos-desaparecidos. Luego de dos décadas de lucha de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, ahora son estos jóvenes quienes toman en sus manos la continuidad de las banderas de sus abuelas, pero también de sus padres. Tienen una consigna potente: Si no hay justicia, hay escrache. Y junto con sus métodos de protesta contra un sistema judicial que no funciona y el escrache social de los responsables de los crímenes, estos muchachos y estas chicas inundan de colores, de ritmos y alegrías todas sus batallas.
Toda una nueva narrativa literaria y cinematográfica comienza a surgir, asimismo, por esos años.
También en 1996 se producen las primeras puebladas (De Cutral Có y Plaza Huincul a Tartagal y Mosconi), que fueron contagiando el entusiasmo y la eficacia, mostrando que la protesta social obtenía conquistas materiales que posibilitaban hacer menos difícil la extremadamente difícil situación por la que atravesaba una porción enorme de la población trabajadora del país, ahora sin trabajo. El piquete y la asamblea se extenderán rápidamente por todo el país, dando surgimiento a los nuevos movimientos sociales, de fuerte base territorial y matriz comunitaria. Ante cada protesta, el menemismo despliega las fuerzas de Gendarmería para reprimir. Y son los jóvenes los grandes protagonistas de los piquetes, de la resistencia (con piedras y gomeras) que logra evitar el desalojo o recuperar la ruta luego de intensos combates callejeros que a veces duran todo un día o toda una noche.
A partir de 1996 (y durante todo el 97 y el 98), van a producirse además importantes luchas contra la Ley Federal de Educación. Actos, movilizaciones y cortes de calles. Nuevamente, luego de varios años de inexistencia, surgirán Centros y Coordinadoras de Estudiantes en los colegios secundarios. Diversas conmemoraciones (los 24 de marzo y los 16 de septiembre, sobre todo) irán chocando contra los directivos de las escuelas y un todavía sentido común antisubversivo instalado en muchos padres. Esos jóvenes, protagonistas de aquellas experiencias, ligarán su intervención en los colegios con los acercamientos a las barriadas populares, realizando apoyo escolar y recreación con niños, junto con una búsqueda por expresar culturalmente sus rebeldías (fanzines, programas de radio, recitales, etc. Toda una movida juvenil, además, contra el gatillo fácil).
El activismo en las universidades comienza, también en esos años, a dar sus primeros pasos de combate contrahegemónico, librando batallas contra la Ley Superior de Educación e intentando contrarrestar el discurso neoliberal. Son las experiencias (de izquierda) que a partir del nuevo milenio le arrancarán varias federaciones (la de La Plata y Buenos Aires, por ejemplo) a la conservadora Franja Morada.
Será toda esa juventud la que va a confluir en la rebelión de diciembre de 2001. Todos aquellos nucleados en agrupaciones estudiantiles, culturales, en movimientos sociales, que junto con otros miles de jóvenes trabajadores (entre los que no se puede dejar de destacar, por su participación activa y su firme decisión de enfrentar la represión, a los “motoqueros”) y de sectores medios y populares de la ciudad y el conurbano (no necesariamente jóvenes), protagonizarán aquellas jornadas que reclamaron primero que se vayan todos y luego pregonaron por la unidad de los piquetes y las cacerolas.
Experiencias a las que se le van a sumar las de las fábricas recuperadas y el emergente sindicalismo de base, junto con las experiencias de resistencia contra el saqueo de los recursos naturales y la contaminación; el avance del feminismo y de las asociaciones que fueron haciendo cada vez más visible la lucha por la diversidad de géneros; la emergencia de colectivos culturales y comunicacionales que comenzaron a cuestionar el monopolio de la producción y circulación de la información y el autoencierro del arte en sus propias lógicas. En fin, todas esas experiencias que en Argentina emergieron desde abajo y a la izquierda, junto con los importantes avances populares producidos en el resto de Nuestra América, han sido elementos fundamentales en la emergencia de una nueva manera de entender el mundo y de intervenir sobre él.

El año del Bicentenario
El 2010 fue el año del bicentenario primero y de la muerte de Néstor Kirchner después. Dos hitos a partir de los cuales los voceros oficiales (oficialistas) insistieron una y otra vez con la nueva argentina, la que había recuperado la política gracias al  ex presidente y que comenzaba a ser parida ahora por jóvenes que despertaban tras largos años de estupidismo neoliberal. Es curioso que la reinstalación de los parámetros tradicionales de la política (sus formas estatales de entenderla, de practicarla, de enunciarla) sea resimbolizada como la recuperación de la política, poniendo en el lugar de la no política a todas las experiencias que en 2001 buscaron, precisamente, sacar a la política del lugar de la gestión de lo existente y colocarla nuevamente en el horizonte de los cuestionamientos al orden social vigente y sus intentos de cambiarlo.
Por supuesto, también 2010 es el año de las tomas de colegios secundarios y universidades en Córdoba y Buenos Aires (dos ciudades que, si bien no son la Argentina, convengamos que representan históricamente dos núcleos claves de la geografía nacional), del asesinato de Mariano Ferreyra por parte de una patota sindical de la CGT y de la muerte de otros hermanos en Formosa y Lugano. Hechos, estos últimos, que pusieron sobre el tapete que tras 8 años del nuevo modelo el problema principal de los sectores populares (la precarización de la vida: el trabajo y la vivienda, pero también el transporte en el que hay que trasladarse día a día para ir de un sitio al otro) sigue sin poder resolverse, en un país con crecimiento y ganancias empresariales record. ¿Qué perspectiva de futuro puede construirse un joven que no puede construir su propia casa ni zafar de trabajos siempre de segunda o tercera categoría?
En fin, quería destacar que estas últimas luchas, sobre todo en las movilizaciones de los secundarios, podían visualizarse toda una rebeldía, una creatividad, una alegría, una voluntad de pelea que nos hace sospechar que todo el recorrido del período 2000-2003 no está sepultado, no es sólo parte del pasado.
Recuerdo que hace dos años (en septiembre de 2008), cuando se dio una coyuntura de lucha educativa similar, con paros de docentes universitarios y secundarios en reclamo de mejoras salariales y mayor presupuesto para infraestructura, acompañados  por varias tomas de facultades en la Universidad de Buenos Aires  (Sociales; Filosofía y Letras; Psicología), conjuntamente con una serie de tomas de colegios secundarios en la Ciudad (exigiendo mejoras edilicias y la restitución de becas para estudiantes, quitadas por el ejecutivo conducido por Mauricio Macri), recuerdo –decía– que escribí unas líneas en la cuales afirmaba que se solía insistir con frecuencia en que éramos una generación adormecida, atontada, estupidizada por los mensajes de textos de los celulares (ahora con twiter), los programas televisivos tipo Tinelli (ahora hay que sumarle nuevamente Gran Hermano), la Playstation, el chat y el tránsito permanente por la web (ahora con Facebook); que jóvenes con impulsos revolucionarios eran los de los 60´ y ´70 y no como hoy en día, que como mucho se pelea cuando la soga ya se la tiene por el cuello (ahora, con el seisieteochismo a la cabeza, pareciera que los jóvenes por fin tenemos un lugar para hacer realidad los sueños de esa generación desaparecida. Por supuesto, tal como sostiene Florencia Peña: ¡todo se lo debemos a Néstor! ¡Cómo si entre 1996 y 2003 nada hubiese pasado en este país).
En fin, también el tema de los 70 es un tema escabroso. Por supuesto, no hay que ni detenerse en las estupideces que puedan decir tipos como Jorge Lanata (y que luego tienen ecos en personajes tan disímiles como Martín Caparróz, Susana Gimenez o Mirta Legrand), pero sí hay que prestar atención a la disputa presente por los significados actuales de aquellas apuestas de transformación. La de esas mujeres y esos hombres que hoy nos ayudan a descubrir y definir “el pasado olvidado de las batallas reales, de las victorias efectivas, de las derrotas que dejan su signo profundo”, como alguna vez supo escribir Michel Foulcault. Nos ayudan a corrernos de la efeméride vacía, del ritual estéril, del fetiche de las placas y las conmemoraciones, y a colocar en primer lugar la voluntad que apuesta por una transformación radical de la sociedad y no por conformarnos con mejorar un poco la situación actual. En este sentido, que actualidad cobran las palabras sostenidas por Walter Benjamin en sus Tesis Sobre el concepto de historia: “Encender en el pasado la chispa de la esperanza... [porque] tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer” (Tesis VI). Chispa que nos ayude a tender esos puentes, para que las luchas de antaño funcionen en el presente como una suerte de “inspiración”. Porque la reivindicación de los muertos (los desaparecidos de ayer y los de hoy -¿dónde carajo están Luciano Arruga y Jorge Julio López?-, los asesinados por la dictadura y los caídos en las luchas durante la “democracia”, desde Teresa Rodríguez a Maximiliano Kosteki, Darío Santillán y Carlos Fuentealba, pasando por los caídos durante el 19 y 20 de diciembre de 2001), decía, que la búsqueda testaruda por no olvidar a nuestros muertos, no tiene por qué ser una cuestión moral, ya que es una cuestión política. Memoria ligera, entonces, capaz de continuar con sus luchas y multiplicar esos ejemplos. La de todas aquellas, todos aquellos que se rebelaron, que tuvieron voluntad de luchar por transformar la sociedad.

2 comentarios:

  1. "Nos ayudan a corrernos de la efeméride vacía, del ritual estéril, del fetiche de las placas y las conmemoraciones", ¡qué manera tan extraña y poco afortunada de leer una batalla cultural ganada! Un abrazo

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  2. Tengo muchísimas críticas a este texto, no puedo mandártelas por mail porque hay problemas con el servidor. Pero quiero recordarte que este modelo que según vos no le da oportunidades a los jóvenes te permitió ganar como ayudante de cátedra en un mes el triple de lo que yo gané en tres años como JTP. Y elegir polemizar con F. Peña es pura chicana. Una decepción, bah.

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