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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Comparto reseña del libro de Aldo Casas

Los desafíos de la transición. 
Socialismo desde abajo y poder popular
Herramienta ediciones/ Editorial El colectivo (Bs. As, 2011)


Partiendo de una afirmación de Iván Mézsáros (“en su despliegue, el capital amenaza las posibilidades de supervivencia de la humanidad”), Aldo Casas sostiene en este segundo libro de la colección cascotazos (iniciativa conjunta de ambas editoriales), que nos encontramos ante una crisis que no es una más de las tantas que tuvo el capitalismo a lo largo de su historia. Esta “crisis sistémica”, por el contrario, afecta todos los niveles del orden del capital y, por primera vez, se produce a una escala efectivamente planetaria. Así, la crisis es simultáneamente económica, ecológica-ambiental y civilizatoria.
Ante esta situación, Casas sostiene que se hace necesario librar una batalla no sólo contra el capital, sino también contra las “ortodoxias anacrónicas” y el “conformismo posmoderno”. De allí que, desde la nueva izquierda desde la cual escribe el autor –“independizada de los moldes partidocraticos”– sea fundamental atreverse a desarrollar un pensamiento crítico, que ayude a construir, a fabricar nuevas respuestas ante los nuevos interrogantes planteados para las izquierdas, tanto en el país como en Nuestra América y el mundo. Pensamiento que sea capaz de dar continuidad al audaz e inconcluso proyecto crítico iniciado por Karl Marx (de allí que Casas reivindique un marxismo situado, libertario y abierto), situándose junto y no por fuera y por arriba de las experiencias del movimiento real que vienen pugnando por revolucionar la sociedad (“no puede haber procesos de liberación y emancipación sin la construcción de relaciones sociales que en sí mismas los contengan y debemos ayudar a la forja de instrumentos intelectuales para una práctica que contribuya a que este tipo de nuevas relaciones emerja o se desarrolle”).
Como podemos apreciar, el libro de Casas se sitúa lejos, muy lejos del ridículo lugar de quienes “se creen dueños de la verdad porque son capaces de citar El capital”. Libro, por otra parte, que el autor conoce muy bien.
Y es justamente este conocimiento de los textos fundamentales del marxismo y su propio recorrido biográfico (una militancia de más de tres décadas encuadrada dentro de las filas del troskismo: PRT-La verdad; PST; MAS) lo que hace de Casas un autor que cuenta, a mi entender, con un doble mérito: el de ser capaz de revisar críticamente la experiencia teórico-práctica de la cual proviene, sin desconocer (y reivindicando, a su vez) el legado emancipatorio de aquellas apuestas revolucionarias. En este sentido, el libro y la militancia actual del autor en el marco del Frente Popular Darío Santillán (FPDS) y la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de la Argentina (COMPA) son un claro ejemplo de que la Nueva Generación de Intelectuales de Izquierda que se viene pariendo en la última década nada tiene que ver con cuestiones de edad, sino con una forma de encarar la construcción de apuestas de transformación radical de nuestras complejas sociedades actuales.
Seguramente por todo esto es que Casas selecciona algunas líneas imprescindibles para reforzar algunos de estos argumentos. Por ejemplo, cuando cita al francés Daniel Bensaid, quien sostiene que el marxismo “solamente tiene futuro si, en lugar de encerrarse en el ámbito universitario, logra establecer una relación orgánica con la práctica renovada de los movimientos sociales”. O cuando parafraseando a Michael Lowy, afirma que el marxismo debe tener un comportamiento abierto, y ser capaz de enriquecerse aprendiendo a rescatar aportes provenientes de diversos sectores: tanto de otras corrientes emancipatorias, como de los nuevos y clásicos movimientos sociales (ecologistas y feministas, obreros y campesinos, etc.), así como también de tendencias del pensamiento nacidas y desarrolladas por fuera del marxismo.
Finalmente Casas subraya que hoy se hace imprescindible, para todas aquellas experiencias de lucha que promueven la organización autónoma de los oprimidos y explotados, dar pasos en la búsqueda por construir un instrumento político que ayude a sortear la carencia de una perspectiva convocante y aglutinadora, en la línea de aquello que Miguel Vedda, en el primer epílogo, denomina como la capacidad de crear “nuevas instituciones, sustentada en la capacidad insurrecta de las masas populares, y aptas para consolidarse y ampliarse a través del tiempo”.
Estos pasos implican, de alguna manera, entender el carácter procesual (permanente e ininterrumpido) de la revolución. No en términos del viejo “etapismo”, sino más bien de asumir lo complejo y prolongado que suelen ser los cambios sociales. Por eso Casas rescata a István Mézsáros y su planteo de que la lucha por el socialismo del siglo XXI implica desarrollar una teoría de la transición, que sea capaz de efectuar transiciones dentro de la transición. Y la recuperación y resignificación del concepto revolución, podríamos agregar, se torna fundamental en momentos como los que actualmente vivimos en nuestro país, en nuestro continente y en el mundo, donde la discusión sobre si es viable o no continuar viviendo en el capitalismo es parte de los debates y los discursos de los pueblos y hasta es incorporado muchas veces en los propios discursos presidenciales (El capitalismo andino en Bolivia, el capitalismo “en serio” en Argentina o el socialismo del siglo XXI en Venezuela).
Por todo esto, la perspectiva de clase y el internacionalismo se tornan dos elementos centrales para reafirmar, como parte de las reflexiones, de los temas urgentes y necesarios a repensar. Asumiendo entonces el “combate por la autoemancipación de los explotados en términos de un nuevo y concreto internacionalismo, un antiimperialismo consecuente asumido en primer lugar desde la nación y Nuestra América, pero comprometido con los combates de los explotados en cualquier lugar del mundo”. Combate que debe ser librado atendiendo siempre a los cambios de las relaciones de fuerzas, que son siempre relaciones de clases. Porque la “actividad autónoma de los explotados implica una ruptura, al menos parcial, con los comportamientos, valores e ideas que la dominación de los explotadores y su Estado inducen cotidianamente”, este libro convida a “apoyar la autoactividad y autoorganziación de los asalariados, procurando su confluencia con otras vertientes del movimiento popular” (ganando capacidad de lucha del pueblo trabajador en toda su diversidad). De allí que se torne imprescindible promover un socialismo desde abajo, que se construya con plena autonomía de las llamadas políticas de Estado (porque “las razones de estado chocan una y otra vez con las necesidades emancipatorias de los pueblos”).
En fin, estos dos elementos (internacionalismo y perspectiva de clase), tal como señaló Omar Acha en el segundo epílogo, se tornan fundamentales a la hora de resituar la pregunta por la reconstrucción de la estrategia socialista.


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