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lunes, 8 de octubre de 2012

Seremos como el Che. Literatura y política en torno a la figura de Guevara


 Artículo publicado en el Portal de Noticias Marcha (http://www.marcha.org.ar/), en el marco de la “Semana de homenaje a Ernesto Guevara, a 45 años de su asesinato”


Por Mariano Pacheco

Como suele ocurrir con tantos otros temas, reflexionar, escribir sobre la relación entre política y literatura nos llevan directamente a Ricardo Piglia, quien en su medio siglo de producción crítica y narrativa supo abordar con ingenio estas problemáticas. Tomando como punto de partida sus reflexiones sobre Guevara publicadas en “Rastros de lectura”, el cuarto capítulo de su libro El último lector, quisiéramos rescatar este costado del Che como escritor y como lector. Algo común, por otra parte, en la tradición de los grandes referentes del marxismo a nivel mundial. Y no estoy pensando sólo en los escritos de Marx y Engels sobre literatura, o en el clásico Literatura y revolución de León Trotsky, sino también en los distintos textos del “poeta” Mao Tsé Tung sobre arte y literatura, en los manuscritos de Antonio Gramsci (recopilados en un tomo entero de sus Cuadernos de la cárcel), en el capítulo más largo e importante del más importante libro del peruano José Carlos Mariátegui (Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana) por citar los casos más emblemáticos.
Si bien Guevara no se dedicó a la literatura, ni a la crítica literaria, resulta difícil afirmar que algunos de sus textos (sobre todo los diarios), no puedan ser leídos, además de como documentos históricos, también como literatura. Por otra parte, el Che nunca abandonó la lectura de textos literarios. Y es en esto en donde se detiene fuertemente Piglia. Porque aun en las condiciones en las que uno podría pensar que lo menos que haría sería leer (y escribir), Guevara lo hace. Por ejemplo, mientras él y su grupo son fuertemente perseguidos por el ejército boliviano y los rangers de la CIA en las selvas bolivianas.
Piglia destaca esta persistencia del acto de lectura en Guevara, desde que es un niño y hasta sus últimos días. De niño, en su casa, ya que debido a su asma aprendió a leer y escribir guiado por su madre (años más tarde su hermano Roberto recordará que “Ernestito” solía encerrarse en el baño para leer). De joven/adolescente, en una de las primeras cartas conocidas (fechada el 21 de enero de 1947), donde escribe a su padre: “Tengo doscientos de sueldo y casa, de modo que mis gastos son en comer y comprar libros con que distraerme”. Son sólo dos ejemplos tempranos, pero que grafican esa actitud que persiste con el paso del tiempo. Una década más tarde, en 1956, cuando Guevara es un hombre y ya lo han apodado Che, aparece nuevamente este “rastro de lectura”. Estando en Cuba, siendo parte del reducido grupo de guerrilleros que desembarcaron con el Granma para iniciar la revolución, se encuentra herido. Cree que va a morir, y entonces, recuerda un relato que ha leído: “Hacer un fuego”, un cuento de Jack London, tal como él mismo va a narrar en Pasajes de la guerra revolucionaria.
La voracidad por la lectura es algo que persiste en Guevara, decíamos. Tanto en el campo de batalla como en las tareas de construcción cotidiana del socialismo en Cuba. Tareas que, por cierto, lo consumen, lo agotan, sin dejarle tiempo, a veces, para sostener una dinámica biológica mínima: comer, dormir... y sin embargo, la literatura perdura. En la selva boliviana, finalmente, Guevara tampoco abandonará a la literatura. Al contrario: será su gran compañera de viaje. “Tiempo antes se había hecho una pequeña biblioteca, escondida en una gruta, al lado de las reservas de víveres y del puesto emisor”, recordará el intelectual francés Régis Debray. Ya detenido en Ñancahuazú, sin fuerzas, sin zapatos, entre lo que queda de su pantalón, Guevara tiene un cinto. En su costado derecho, colgando de él, un portafolios de cuero. Adentro, sus libros, y su diario de campaña.
“La vida se completa con un sentido que se toma de lo que se ha leído en una ficción”, insiste Piglia, subrayando sin embargo que entre la lectura y la vida práctica se manifiesta una fuerte tensión. Y para graficarla, pone el ejemplo de la exigencia de movilidad como principio substancial de la guerrilla y el estacionamiento, la pausa que implica la lectura. “Esta oposición se hace todavía más visible si pensamos en la figura sedentaria del lector en contraste con la del guerrillero que marcha. La movilidad constante frente a la lectura como punto fijo en Guevara”. La experiencia de la lectura emergiendo como un lastre del pasado, una adicción: “mis dos debilidades fundamentales: el tabaco y la lectura”, dirá el Che. Por eso Piglia hablará de la lectura como metáfora de la tensión entre la vida social, política y lo propio, lo privado. Ejemplo: esa foto en Bolivia, en la que Guevara está subido a un árbol, leyendo, alejado de los otros. Tensión entre el acto de leer y la acción política, es cierto. Tanto como que los libros (así como los cuadernos y los lápices o las lapiceras) se transforman en algo tan importante como su inhalador para el asma: ambos marcan su ritmo, su cotidianeidad.
Tal vez una apuesta actual sea la de pensar a la lectura y la escritura desde otro lugar. No como lastre. Tampoco como vicio, entendido en sentido negativo. Sino más bien a la literatura como alimento espiritual, o como religión profana. Porque si bien es cierto que la lectura implica cierta pausa, cierto reposo, también podríamos preguntarnos: ¿quién toma una decisión importante sin antes pensarla un poco? Y, ese acto de meditación, ¿no es una pausa? ¿Y esa pausa, no es parte constitutiva del movimiento incesante de la vida? Por otra parte, sobre todo en las grandes urbes, tenemos al acto de la lectura también incorporado como parte de nuestra acción cotidiana. ¿O no leemos gran parte de nuestros libros mientras viajamos, hacemos la cola para realizar un trámite o comemos algo a las apuradas? Son maneras de leer diferentes de las “clásicas”, pero que son cada vez más las formas de leer que encontramos. Además, esa contraposición acción-reposo, lectura-decisión no deja de tener algo que hace ruido. Es como si se contrapusiera la batalla al sueño, el comer y beber a la acción directa. El amor a la revolución. La risa a los horrores de la guerra.
En este sentido, rescato más esa otra idea de Piglia, quien en su libro Formas breves sostiene: “La literatura permite pensar lo que existe, pero también lo que se anuncia y todavía no es”. 

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