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jueves, 19 de diciembre de 2013

Esa manía de nombrar

Sobre la Estación Darío y Maxi, ex Avellaneda

¿Cómo hacer para que la voces populares –la de las gentes comunes y de a pie– sean tenidas en cuenta como palabras, y no como meras voces? 

Por Mariano Pacheco

Es decir, ¿cómo hacer para que ese murmullo de la protesta y la lucha callejera, de la organización de base en las barriadas, en los lugares de trabajo, de estudio y de apropiación para creación cultural, sean tenidas en cuenta como palabra política y no como mero ruido? Porque la lucha política –tal como ha resaltado Eduardo Rinesi en ese libro magistral que ha titulado Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo– es siempre, también, una lucha por la palabra y, antes que eso aún, por la definición misma de qué cosa debe ser entendida como una palabra.
Si la lucha política no es sólo una lucha que involucra los cuerpos en las batallas callejeras, en las disputas cuerpo a cuerpo con la patronal, los burócratas y los punteros, sino que además es una lucha por definir los sentidos y los nombres que se le otorgan a las prácticas y los espacios, entonces, la intervención en el plano simbólico, la batalla cultural en general, es –debe ser– un componente imprescindible de los combates que tenemos que librar, en este largo camino por conquistar nuestra emancipación.
Renombrar lugares, inventar otros nuevos y darles nuevos nombres, una tarea de primer orden. Gestar dinámicas que rompan los típicos monólogos apabullantes, construir organizaciones capaces de hacer escuchar las palabras de quienes, por lo general, suelen ser silenciados, otra tarea fundamental.
De allí que la recuperación de espacios (de fábricas recuperadas por sus trabajadores; de predios recuperados por organizaciones territoriales para levantar centros sociales, culturales, de carácter comunitario; etc.), haya sido y siga siendo un elemento central y dinamizador de la construcción de dinámicas, miradas y expresiones contrahegemónicas.
De allí que se nos hinche el pecho de orgullo al ver que una estación de trenes del sur del Conurbano, como fue Avellaneda, hoy se llame Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Un largo y paciente proceso de lucha lo hicieron posible. Así que como alguna vez escribimos conjuntamente con Miguel Mazzeo, “la imaginación indisciplinada, y esa riqueza simbólica que fomenta con rituales los lazos igualitarios”, hoy encuentran un nuevo lugar donde cobijarse, para tomar nuevas fuerzas y seguir en la batalla.


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