martes, 30 de abril de 2024

ESCRITURAS SINTOMÁTICAS: Laboratorio de Experimentación Narrativa

 “Filosofofía y Literatura como iniciativas de salud”


PROGRAMA Y LECTURAS



I“Yo y el otro”

 

Escrituras en 1ª y 3ª persona

Narrador, autor y personaje

Ejercicios de pasaje: los juegos de la escritura

 

 

Lecturas sugeridas:

 

María Moreno: Black out (extractos)


Mariano Pacheco: “Amor de capitanes”, en 2001. Odisea en el Conurbano


Alan Pauls: Trance (extractos)

 

 

II: “Conversaciones”

 

Entrevistas periodísticas y literarias

La información y la construcción narrativa

La pregunta, el comentario y la escucha

 


Lecturas sugeridas:

 

Gabriel García Márquez: “Diez reflexiones sobre las entrevistas periodísticas”


Truman capote: A sangre fría (extracto)


Peter Alheit: “La entrevista narrativa”

 


III“Las personas y los hechos”

 

El ojo crónico y la multiplicidad de sentidos

Dar cuenta en simultáneo de situaciones, personajes y lugares

El abordaje de tiempos y registros diversos

 

 

Lecturas sugeridas:

 

Rodolfo Walsh: “El Griego” (cap 9 de ¿Quién mató a Rosendo?)


Mariano Pacheco: “La petisa peliroja” y “Si una noche de invierno…”, en Montoneros silvestres. Historias de resistencia a la dictadura en el sur del conurbano.


Osvaldo Soriano: “A sus plantas rendido un país” (Pelea de Box Alí-Foreman)

 

 

IV“Géneros culpables”

 

 

Lecturas y escrituras sintomáticas

El ensayo y sus posibilidades temáticas y narrativas

El porvenir es largo: desafíos de lectura y escritura

 


 Lecturas sugeridas:


María Pía López: Travesía. Jugar con Maldón (extracto)


Mariano Pacheco: Kamchatka. Nietzsche, Freud, Arlt. Ensayos sobre política y cultura (extracto)


Tomás Abraham: Historia de una biblioteca. De Platón a Nietzsche (extracto)

domingo, 28 de abril de 2024

¿QUÉ ES LA LIBERTAD? Jean Paul Sartre en el ciclo “Filósofos en la tormenta”



COORDINACIÓN: 

MARIANO PACHECO

 

La situación, cada situación, es donde cada quien, al elegirse, opta por una determinada imagen del mundo. Más allá de los condicionamientos sociales, económicos, familiares, lingüísticos, siempre elegimos si hablar o callar, si resistir y luchar ante la opresión o resignarnos. En ese tránsito por los caminos de la libertad, para Sartre, la escritura juega un rol central: porque escribir es hablar, actuar, rebelar. Así, en su obra se pone en juego una concepción de la libertad que debe medirse en cada situación: sea teatral, narrativa o filosófica. Desde su existencialismo hasta su marxismo existencial, desde su ejercicio del periodismo militante hasta su ficción, todo en este gran pensador implica una apuesta en la cual lectura, escritura y militancia aparecen íntimamente relacionadas, en una concepción de escritor comprometido para el cual escribir es una forma de querer la libertad… y de luchar por ella.

 

En una escena contemporánea nacional en la que la palabra libertad se utiliza a diario con motivos tan innobles, en este nuevo encuentro de este ciclo mensual nos proponemos abordar el concepto desde las coordenadas de quien hizo de él un estandarte durante buena parte del siglo XX.

  

De “El ser y la nada” a la “Crítica de la razón dialéctica”.

De “¿Qué es la literatura” a “Un teatro de situaciones”.

Del filósofo inquieto al escritor comprometido.

Filosofía, literatura y política en Jean Paul Sartre.

 

Lunes 27 de mayo, de 19 a 21 horas- Actividad virtual y arancelada

 

INSCRIPCIONES: profanaspalabras@gmal.com

Prólogo a Los lanzallamas de Roberto Arlt

 



Con Los lanzallamas finaliza la novela de Los siete locos.

 

Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.

 

Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.

 

Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage.

 

Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia.

 

Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad.

 

Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas.

 

Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes.

 

Pero James Joyce es inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media docena de iniciados.

 

En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches.

 

De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables:

 

“El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc”.

 

No, no y no.

 

Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”.

 

El porvenir es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la “Underwood”, que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El Amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932.

Y que el futuro diga.

sábado, 27 de abril de 2024

He visto morir: Roberto Arlt sobre el fusilamiento de Severino Di Giovanni


El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.

 

Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?

 

— Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

— ¡Viva la anarquía!

— ¡Fuego!

 

Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.

 

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.

 

Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

 

— Está prohibido reírse.

— Está prohibido concurrir con zapatos de baile.

 

jueves, 25 de abril de 2024

Reseña de "Lo que no te conté", novela de Julieta Tonello



Por Mariano Pacheco, para Perfil cultura

 

   

 ROSARIO: CIUDAD DE SUICIDIOS, AMORES Y ASESINATOS


Salud mental, violencia urbana, neurótico entramado familiar, miedos íntimos, ansiedades personales. Lógica de narrativa epistolar, presencia de la oralidad en la escritura, monólogo interno pasado al papel que busca dar cuenta de un entrelazamiento de las tragedias íntimas, sociales– que atraviesan muchas veces nuestras vidas. Todo eso puede leerse en esta primera novela de Julieta Tonello, texto en donde el fluir de la conciencia, de las fantasías, de los fantasmas también, resultan fundamentales. Si para muchas personas cuesta realizar aquello que Freud caracterizó como el “trabajo del duelo” cuando alguien cercano muere: ¿cómo tramitar un intento de suicidio y sobrellevar la idea siempre presente de que “eso” puede volver a suceder?

 

Todo aquello que con estas temáticas podría aparecer como una suerte de “novela familiar del neurótico”, sumergida en una encerrona narrativa de tipo “familiarismo burgués”, es trabajado en Lo que no conté de una manera que logra destaponar la madriguera: el intento de suicidio de la madre, el hecho violento de la muerte de un amigo, la muerte de un gato querido o de un adorado naranjo (como en Mi planta de naranja lima, de Vasconcellos), conecta aquí con la violencia urbana de una ciudad real que no se oculta en los procedimientos de la ficción. Rosario, o más precisamente, la zona sur de la ciudad (con sus marcas de bares y de plazas), se presenta de manera ambivalente y contundente: “la belleza de estos lares se abre sólo para quienes han crecido aquí, pero resulta invisible para los visitantes o los recién llegados”, dice/ escribe la protagonista, quien remata: “amo a mi barrio a pesar de su fama”.

 

La novela publicada por Casa grande logra captar algo de esa mutación subjetiva que acontece en estos años en una ciudad tan dinámica que se viene viendo atravesada por aquello que el narco instala en la vida cotidiana: el miedo. Pero también y en simultáneo– por los miedos que trae la vida adulta, y la dificultad por hacerse de una vida en medio de los fantasmas que nos acompañan en el trajinar de una existencia: los amores posibles y los que nos negamos por miedo o indecisión; los modelos que abominamos pero que nos determinan comportamientos; los enredos de los que muchas veces no podemos salir.

 

¿Qué puede un libro en el encuentro con un lector, con una lectora? Nunca se sabe y allí radica uno de los bellos secretos de la producción literaria. En Lo que no te conté, de Julieta Tonello, la propia materialidad del objeto y sus encantos aparece en lo que este cronista considera una de las partes más logradas de la novela: la narración de una “fiesta familiar de navidad”, el cuerpo que lo sintomatiza todo en las horas previas a la noche buena (antes de que sea la tarde del 25 de diciembre, cuando “las cosas volvían a la normalidad”) y la imagen lectora de un 24: “pasé los dedos por el lomo del cuero para reconfortarme: con un libro a la derecha del plato me sentía más segura. No sé bien quien soy cuando no estoy leyendo ni escribiendo, pero sí sé que me siento menos yo”.

 

martes, 16 de abril de 2024

Spinoza: filósofos en la tormenta (nuevo encuentro)

 

¿Qué relación podemos encontrar entre las singularidades activas que en su potencia de actuar gestan una comunidad de mujeres y hombres que promueven la justicia y la igualdad y el tipo de forma política democrática que en ese quehacer colectivo van a parir dinámicas de relaciones e instituciones para la vida común?

 

Siguiendo las pistas de la obra de Spinoza, sus relecturas desde el spinozismo de izquierdas del siglo XX en Europa y las más cercanas de la escena contemporánea latinoamericana, en este nuevo encuentro del ciclo “Filósofos en la tormenta” nos proponemos pensar algunos de los nudos de la vida política de nuestros pueblos que, hoy en día, ven amenazadas sus formas elementales de existencia tras una ofensiva que en nombre de la libertad y de las ideas liberales no han hecho más que sumergir a las grandes mayorías en la ignominia de una dinámica en la que cada quien parece no tener más opción que concebirse como un individuo en competencia con otros individuos que buscan sobrevivir, atravesados por el temor y el miedo al semejante.

 

SPINOZA EN LA TORMENTA, o su filosofía como incitación para repensar la democracia y la potencia creativa de actuar de las singularidades activas que nos proponemos construir una comunidad digna de ser vivida.

 

Actividad virtual arancelada (único encuentro)

Lunes 22 de abril, de 19 a 21 (hora argentina)


Coordinación: Mariano Pacheco

CONSULTAS: profanaspalabras@gmail.com

 

 

 

 

miércoles, 3 de abril de 2024

Spinoza en Córdoba (Filosofía y Salud Mental)

 “Spinoza en la tormenta- Una economía ontológica de los encuentros”


Coordinación: Mariano Pacheco

 

Si Spinoza es nuestro contemporáneo es porque su pensamiento contribuye a pensar nuestras subjetividades desde otras coordenadas a las dominantes, y habilita a trazar una cartografía de aquello que podemos hacer para dejar de ser eso que hicieron de nosotros, de nosotras.

El análisis de los cuerpos (singulares y colectivos) y sus interrelaciones, en términos de mutaciones, nos permiten interrogarnos acerca de los modos de constitución de una potencia (de pensar, de sentir, de actuar) más intensa, en la que la experiencia colectiva y la de cada una de nuestras vidas se nos presenten de modo inseparable (siempre se trata de encuentros).

¿Qué puede un cuerpo? Es la famosa pregunta de Spinoza y que Deleuze retoma para sus meditaciones y reflexión.

"Pero en un cuerpo, sostiene Deleuze, sólo se actualiza una porción de su poder. Un cuerpo deviene junto a otros cuerpos produciendo, afirmando relaciones, encuentros y conexiones."

 

Spinoza en la tormenta- Una economía ontológica de los encuentros 

Conversatorio con el escritor Mariano Pacheco. Actividad gratuita

Jueves 4 de abril, 19 hs en El Puente de Hilarión Plaza 3882, B° Urca


Se recibirán colaboraciones  en harina, avena, levadura en polvo azúcar y chocolate para la leche del desayuno y el taller de cocina de chicas y chicos de El Puente

"Carranza", por Rodolfo Walsh

Extracto del libro Operación masacre


Nicolás carranza no era un hombre feliz, esa noche del 9 de junio de 1956. Al amparo de las sombras acababa de entrar en su casa, y es posible que algo lo mordiera por dentro. Nunca lo sabremos del todo. Muchos pensamientos duros el hombre se lleva a la tumba, y en la tumba de Nicolás Carranza ya está reseca la tierra. Por un momento, sin embargo, pudo olvidar sus preocupaciones. Tras el azorado silencio inicial, un coro de voces chillonas se alzó para recibirlo. Seis hijos tenía Nicolás Carranza. Los más pequeños se habrán prendido a sus rodillas. La mayorcita, Elena, habrá puesto la cabeza al alcance de la mano del padre. La ínfima Julia Renée —cuarenta días apenas— dormitaba en su cuna. Su compañera, Berta Figueroa, alzó los ojos de la máquina de coser. Le sonrió con mezcla de pena y alegría. Siempre era igual. Siempre llegaba así su hombre: huido, nocturno, fugaz. A veces se quedaba una noche, después desaparecía las semanas. Por ahí le hacía llegar un mensaje: estaba en casa de tal amigo. Y entonces era ella quien iba a su encuentro, dejando los chicos a alguna vecina, y pasaba con él unas horas transidas de temor, de zozobra, de la amargura de tener que dejarlo y esperar el lento paso del tiempo sin noticias suyas.

Era peronista Nicolás Carranza. Y estaba prófugo. Por eso, cuando en furtivos regresos como este algún chico del barrio le gritaba al encontrarlo: —¡Adió, don Carranza!... Él apresuraba el paso y no contestaba. —¡Eh, don Carranza...! —lo seguía la curiosidad. Pero don Carranza —silueta baja y maciza en la noche— se alejaba rápidamente por la calle de tierra, levantando hasta los ojos las solapas del sobretodo. Y ahora estaba sentado en el sillón del comedor, hamacando en las rodillas a Berta Josefa, de dos años, y a Carlos Alberto, de tres, y acaso a Juan Nicolás, de cuatro —toda una escalera de pibes tenía don Carranza—, hamacándolos e imitando el fragor y el silbato de una locomotora, porque tales eran los juegos que podía comprender un chico en esa barriada ferroviaria. Después habrá conversado con la preferida Elena, de once años —alta y espigada para su edad, grandes ojos pardos—, y le habrá contado algo de sus andanzas mezclado con algo de fábula risueña, y le habrá interrogado con preocupación, con miedo, con ternura, porque, la verdad, se le hacía un nudo en el corazón cada vez que la miraba, desde que estuvo presa. Presa durante varias horas, aunque parezca cuento, la tuvieron en Frías (Santiago del Estero) el 26 de enero de 1956. El padre la había dejado allí el 25 con familiares de la madre, aprovechando uno de sus viajes regulares en la línea al Norte del Belgrano, donde trabajaba como camarero, y había seguido de largo. En Simoca, provincia de Tucumán, lo detuvieron por una denuncia de distribuir panfletos que nunca llegó a probarse.

A las ocho de la mañana siguiente la sacaron a Elena de la casa de sus parientes, la llevaron sola a la comisaría y la interrogaron durante cuatro horas. ¿Llevaba panfletos su padre? ¿Era peligroso su padre? ¿Era peronista su padre? ¿Era un delincuente su padre? Se enloqueció don Carranza cuando supo la noticia. —A mí, a mí que me hagan cualquier cosa. Pero a una criatura... Rugía y sollozaba. Se les disparó en Tucumán. Y seguramente desde entonces asomó un brillo peligroso en la mirada de este hombre de rostro firme y despejado, que antes era de ánimo alegre, aficionado a las diversiones y amigo preferido de todos los chicos del barrio, propios y ajenos. Cenaron todos juntos esta noche del 9 de junio en esa casa del barrio obrero de Boulogne. Después acostaron a los chicos y quedaron solos, él y Berta. Ella le habló de sus penas, de sus preocupaciones. ¿El ferrocarril no les quitaría la casa, ahora que él estaba cesante y prófugo? Era una buena casa, de material, con flores en el jardín, y allí entraban todos, hasta un par de muchachas fabriqueras que había tomado como pensionistas para ayudarse. ¿Con qué iban a vivir ella y los chicos si se la quitaban? Le habló de sus temores. Siempre ese temor de que lo agarraran una noche cualquiera y lo golpearan en cualquier comisaría hasta dejarlo idiota. Y le repitió el eterno ruego: —Entrégate, entrégate... Si te entregás, a lo mejor no te pegan. Y de la cárcel se sale, Nicolás, se sale... Él no quería. Se refugiaba en afirmaciones duras, secas, definitivas:

—No he robado. No he matado. No soy un delincuente. La pequeña radio, sobre la repisa del aparador, transmitía una música popular. Tras un largo silencio Nicolás Carranza se levantó, descolgó el sobretodo de la percha y lentamente se lo puso. Ella volvió a mirarlo con expresión resignada. —¿Dónde vas? —Tengo que hacer. A lo mejor vuelvo mañana. —No dormís acá. —No. Esta noche no duermo acá. Entró en el dormitorio y fue besando a todos los chicos uno por uno: Elena, María Eva, Juan Nicolás, Carlos Alberto, Berta Josefa, Julia Renée. Después se despidió de su mujer. —Hasta mañana. Le dio un beso, salió a la vereda y dobló a la izquierda. Cruzó la calle B, apenas unos pasos, y se detuvo frente a la casa 32. Llamó a la puerta.

martes, 2 de abril de 2024

Reseña de Travesía. Jugar con maldón, de María Pía López

El deseo de sostener el antiguo arte de contar


Por Mariano Pacheco

(Perfil Cultura)

 


“La conversación se hace fantasma y persiste en la lectura”, escribe María Pía López en este breve, bello, profundo libro de ensayos publicado por editorial EME, en el que aparecen tematizados, narrados y pensados términos como la amistad, el tiempo, la traducción, el caminar y el nadar, el fuego, los gritos, las composiciones y genealogías, la enseñanza, los territorios, la crueldad, los nombres, la lucha, la memoria, la práctica misma de la escritura.


Lectura, escritura, conversación, un tríptico clave para ingresar a esta narración (también podríamos sumar la observación). Algo de la pregunta por la composición (de palabras, de cuerpos, de vidas, de relatos) está presente desde el inicio del libro. Dejar constancia en un archivo, saber registrar como modo de dar cuenta. ¿De qué? De experiencias, de relatos, de luchas, de amistades, de conversaciones. Las vidas dañadas, insiste Pía, suelen ser aquellas que se despliegan sin red, y persisten frágiles y solitarias. “Hacer red”, entonces, es componer.


“Una narración sirve para explicar, contener, hacer circular la información. También para construir militancias, acoger a otras personas, organizar la comprensión común”, escribe la autora, quien destaca que narrar es una labor política, en tanto “organiza un sentido para lo que hacemos y despliega una capacidad de compresión crítica”. Conversar, contar, narrar. Pero también caminar, para dejarse llevar por la curiosidad, para encontrar otras geografías, salirse de la propia zona, de la reflexión individual, de la práctica ensimismada. Como cuando se habita un aula desde una docencia que prioriza la curiosidad del otro, del estudiante. Y de nuevo el archivo, la conversación, la amistad. González y Rinesi (o Diego Sztulwark, quien escribe tras leer el libro la carta –el email, en rigor de verdad– que termina funcionando como epílogo del libro). Horacio poniendo en circulación “la biblioteca que lo había conmovido, con la cual interpretaba el mundo”; Eduardo rescatando de su maestro común esa capacidad de hacer pasar “de unxs a otrxs un saber” (una perspectiva que es siempre compresión del mundo). Narrar, entonces, como capacidad “de tejer en relación a un espacio palabras que comprenden modos de habitarlo”.


Sumergirse en las palabras, escritas o comentadas, como quien ingresa al mar para nadar. De la práctica del yoga a la de nadar en aguas abiertas. Pía insiste en lo importante de estas prácticas para su escritura, así como la de caminar. La quietud y el movimiento. Parir complicidades.


Sería difícil de entender este libro sin los movimientos existenciales que produjeron los feminismos en su última oleada, con la “marea verde”. Quizás por eso la inflexión del femenino resulta fundamental en los nombres y las historias singulares y colectivas que aparecen en estos relatos: mujeres militantes setentista, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, piqueteras, hijas de detenidxs- desaparecidxs, secuestradas, presas, activistas trans, lesbianas, cantautoras, escritoras, cineastas, docentes… Reconocidas por el gran público y anónimas. Pía enhebra relatos donde el punto de vista feminista busca no ser excluyente, a la vez que se propone desbordar y recrear todo el “devenir punitivista” que encierra y victimiza la potencia arrolladora de este nuevo/ viejo fenómeno emancipatorio.

martes, 26 de marzo de 2024

Entrevista al filósofo argentino Tomás Abraham

 Un cuerpo lleno de ideas


Mariano Pacheco

(Perfil Cultura)

 

En los años ochenta fundó el Colegio Argentino de Filosofía, la Cátedra de Filosofía en el Ciclo Básico Común (CBC), el Colegio Argentino de Filosofía y el Seminario de los Jueves, en el que durante décadas distintos actores se reunieron semanalmente a estudiar y debatir. Su último libro publicado, en 2023, se titula Diario de un abuelo salvaje, pero su imagen se parece más a la de un guerrero del pensamiento que contagia entusiasmo, que a la de un típico abuelo. ¿Cómo definir entonces a Tomás Abraham? Bisagra, tensiones, invenciones, voz propia, oficio, filosofía son algunos de los términos que podrían ayudarnos a realizar una aproximación a su figura. Diálogo fecundo con un intelectual infatigable y polifacético.

 


Primero fue un cruce de mensajes por redes sociales, a propósito de un texto sobre el filósofo (una suerte de perfil) publicado por este cronista en un portal; luego un intercambio muy breve de mensajes por WhatsApp para coordinar una reunión presencial; más tarde un encuentro en su estudio, pautado con un horario de inicio pero no de finalización. El día en que lo visité era la primera vez que lo veía en persona; más allá de que lo había leído en muchas ocasiones y escuchado en radio, en podcasts, o visto en videos de YouTube, nunca había asistido a sus cursos y charlas o presentaciones de libros. Me recibió con un apretón de manos, me despidió con un abrazo. intercambiamos libros, hablamos de filosofía durante horas, nos reímos. Ese día, de todos modos, no filmamos, no grabamos, no tomé apuntes, como suelo hacerlo, en una libreta o un cuaderno. Solo conversamos. “Sobre todo esto que me proponés para la entrevista necesito pensar, y para eso necesito un tiempo”. Después cruzamos nuevamente unos e-mails y sobre ese intercambio surge este texto de diálogo sobre la historia, actualidad y porvenir de la filosofía. 

 

 

UN HARDWARE DEL PENSAMIENTO

Filósofo, escritor, docente serían las figuras que mejor nos permitirían definir a este hombre polifacético que ha entregado gran parte de su vida a tratar de pensar, sea al escribir un libro o columna periodística o al hablar en un aula, una sala de conferencias, o un estudio de radio o de televisión. Parece sencillo, pero vaya si esas actividades implican una gran dificultad. Es que no es fácil pensar, sumergidos como estamos en el reino de la opinión, de la facilidad y de la sordera que implica el sostenimiento de monólogos sin conversación. Pero en Abraham, para quien la filosofía implica problemas y confrontación de ideas, no parece poder llevarse adelante este oficio sin discusión: con quienes se ha leído, con quienes se charla.

En los años 80 fundó el Colegio Argentino de Filosofía (espacio que dirigió hasta 1992), la Cátedra de Filosofía en el Ciclo Básico Común (CBC), el Colegio Argentino de Filosofía y el Seminario de los Jueves, en el que durante años se reunieron semanalmente a estudiar, debatir y elaborar propuestas que en más de una ocasión derivaron en la publicación de libros. Durante la primera mitad de la década del 90 se dedicó de lleno al proyecto de la revista La Caja, que llegó a editar diez números. Para entonces ya era un personaje público, en una década en la que publicó varios libros y apareció su nombre en la columna de varios medios de comunicación, desde El Porteño hasta la revista de cine El Amante. Durante los años kirchneristas participó fuerte de los debates políticos de la coyuntura, pero luego realizó una suerte de movimiento de repliegue. Durante estas últimas cuatro décadas publicó una treintena de libros y cientos de artículos en diarios y revistas. Fue invitado a otros países a dictar cursos y llevó adelante en Argentina numerosas charlas y conferencias, en las que la filosofía siempre estuvo en el centro de la escena. 

 

TOMÁS ABRAHAM: “SE HA DESPRECIADO EL ESTUDIO EN NOMBRE DE NADA”

 

Para Abraham, la filosofía conforma uno de los núcleos duros del pensamiento, como pueden serlo las matemáticas. Una suerte de hardware, más allá de que la primera sea parte de un arte del pensar y la segunda, una disciplina científica; un arte que se compone de ideas, como la música lo hace con notas. “Las ideas son imágenes visuales y acústicas que reúnen singularidades lingüísticas en conceptos”, sostiene este escritor rumano-argentino, y se apresura en aclarar: “Estas ideas no se escriben con mayúsculas, como se cree. No son el Bien, la Verdad, lo Bello. No son universales abstractos. Se trata de soplos pensantes que emergen en cualquier género”. Desde esta mirada, la filosofía no es un género en sí mismo, sino que se expresa en aforismos, tratados, sistemas, ensayos, diarios… Y también se hace presente en novelas, cuentos o poesías. “Se ofrece por retazos. No tiene por qué venir toda junta ni con una nomenclatura o jerga específica”, remata. 

 

  —¿Y cuál es el modo específico en que usted entiende la filosofía?

—Mi trabajo filosófico se inspira en cuatro fuentes. Una es la de la road movie, que a su vez nace en Jack Kerouac. Un viaje, el cruce de caminos, bifurcaciones y obstáculos. En Hermann Hesse y el Bildungsroman, las novelas de aprendizaje. Una educación. Un ser que se hace a sí mismo por sus encuentros y conflictos con otros. En Gilles Deleuze y su idea de rizoma. Me refiero a la importancia del azar. La bienvenida de lo inesperado. El seguimiento de una línea de fuga que busca las salidas. Y en los muralistas mejicanos, como Orozco y Rivera, la exposición de una historia en simultáneo, tiempo horizontal. El destino. Como decía Séneca: “Hay azar, hay destino, filosofemos”.

 

EL TRABAJO DEL DUELO

“El duelo por la muerte de Hegel debe terminar”, sostiene Abraham, quien subraya que no podemos andar por la vida actual llorando la falta de un Napoleón, es decir, de un Gran Jefe o Gran Sabio. Eso equivaldría a vivir como en un sainete grotesco, en el que se lamenta de que no haya más utopías ni valores de un supuesto pasado.

Michel Foucault definía el nihilismo con una pregunta: ¿qué tipo de vida podemos imaginar si no hay Verdad? El docente y escritor la rescata para insistir en la idea de que no quiere decir que todo dé lo mismo, sino por el contrario, que se trata de afirmar valores de vida, de libertad, sin que los justifiquen fundamentos trascendentes, salirse de uno mismo sin saber muy bien hacia dónde, porque si algo enseña la filosofía es que hay tantas respuestas como puntos de partida, porque desde esta perspectiva la única trascendencia es la del punto de partida. 

“La filosofía en su primer envase, me refiero a Platón, no tiene fecha de vencimiento. Mientras haya escritura hay filosofía porque hablamos de un arte de la ignorancia. Del solo sé que nada sé socrático. El día en que todo se sepa porque todo se pueda, ya no habrá humanidad. La Tierra será un planeta muerto. Las concepciones del mundo y las visiones integristas o totalizadoras están en los depósitos de las sectas. Cada vez hay más mercancías salvíficas. No esperemos grandes sistemas ni grandes maestros”. 
  

CLÁSICO Y CONTEMPORÁNEO

Abraham comenta que, si bien no tiene tiempo ni ganas de interactuar o participar en discusiones sobre la actualidad, lo cierto es que las redes sociales se han transformado en lo que entiende es un nuevo canal para difundir su trabajo. “Últimamente he usado las redes con más insistencia”, dice, y cuenta que desde hace dieciséis años mantiene abierto su blog, Pan Rayado, en donde publicó más de mil textos de su autoría, anticipos de próximos libros, un work in progress, y en el cual hay subidos casi una docena de libros suyos, que pueden descargarse de manera gratuita. Desde hace cinco años también publica textos en Facebook y más recientemente comenzó a tener presencia en Instagram. En octubre de 2022 estrenó en su canal de YouTube la serie Mis libros, realizada por el profesor Gustavo Romero, que cuenta con veintisiete capítulos de una hora y media cada uno (también allí pueden encontrarse algunos ciclos de clases y conferencias). Durante la pandemia organizó un seminario virtual de filosofía, “El filozoom”, que duró un año y contó con varios invitados, dedicado a pensar la Década Infame, el período histórico argentino que va de 1930 y 1943. Así y todo, dice, ahora tiene ganas de volver a dar clases presenciales. 

 

—¿Cómo cree que debería posicionarse el modo clásico de ejercicio de la filosofía (clases presenciales, libros y revistas) ante estas nuevas formas de circulación de la palabra, en formatos donde prima la imagen, la brevedad, la instantaneidad?

—El modo en que concibo la filosofía es como un trabajo. Es un aprendizaje basado en la lectura, en la escritura, en la oralidad, en base a discusiones y exposiciones. Su mejor implementación se da en el Seminario, en el que hay un director que es, además, alumno que coordina la práctica grupal. Debe tener ejes temáticos y una regularidad sin fallas. Lo llevé a cabo desde que ingresé como docente en la Universidad de Buenos Aires y, antes, en el Colegio Argentino de Filosofía y el Seminario de los Jueves. Fueron treinta años de reuniones semanales, que entre otras cuestiones dejaron siete libros publicados, con decenas de autores. Cuando vuelva a dar clases presenciales, veré qué modificaciones existen en las nuevas generaciones. Yo soy un profesor clásico en el sentido de que me gustan el pizarrón, la tiza y el borrador, me gusta que los alumnos me miren cuando hablo, que no usen celular, que no tomen mate. Para mí una clase es como un concierto: exige escucha, concentración y un aquí y ahora total.

 

—¿Qué cree que tiene para aportar la filosofía, tal como usted la entiende, la vida en este mundo contemporáneo, y cómo puede expresarse?


—La filosofía no existe como existió en el siglo XIX, eso está claro. Michel Foucault decía que buscaba fragmentos filosóficos en el terreno de la historia. Wittgenstein elaboró fragmentos filosóficos a partir del habla cotidiana y Heidegger, los suyos en las espiritualidades griegas. 

Filósofos de hoy hablan en exceso sobre las enfermedades del presente. Llámese era del vacío, la del cansancio, la del hiperconsumo, la vida líquida, la posverdad. Siempre hablan de la salud, de la de ellos. Los filósofos del siglo XVIII y XIX, aquellos grandes, nos hablaban desde la enfermedad, también la de ellos. La enfermedad de Nietzsche, la de Kierkegaard, nadie puede decir que Schopenhauer difundía y disfrutaba de una vida feliz. Ni hablar de Rousseau. Eran sabios y místicos tullidos. Comte se quiso matar. Marx, cambiar el mundo de una buena vez y para siempre. La enfermedad es una gran consejera. Gombrowicz sabía lo que decía cuando se burlaba del ser para la muerte de los filósofos. La enfermedad es el sitio del que brotan los pensamientos. ¿Conocen a Kafka? ¿Deleuze, el tuberculoso? ¿Dostoievski? ¿Poe? Ah, son escritores, ¿y quien dice que los mejores fragmentos filosóficos no puedan estar en cierta literatura?   

La filosofía es un género literario. Lo inventó Platón. Desde mi punto de vista, el ensayo es el género que mejor le cuaja y con el cual puede seguir desarrollándose. El ensayo es pariente de la novela. Dice Alfonso Reyes: “El ensayo es el centauro de los géneros, donde hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede responder al orbe circular y cerrado de los antiguos sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera”. Y agrega Octavio Paz: “El ensayista tiene que ser diverso, penetrante, agudo, novedoso, y dominar el arte difícil de los puntos suspensivos. 

No agota su tema, no compila ni sistematiza, explora… La prosa del ensayo fluye viva, nunca en línea recta. Equidistante siempre de los dos extremos que sin cesar siempre la acechan: el tratado y el aforismo. Dos formas de la congelación”.

Cuando se define el arte de la novela, se dice más o menos lo mismo que se dice para definir el ensayo. El Sartre de El idiota de la familia, en sus tres tomos inacabados, dice en su soberbio parecer que es una novela, porque allí hay de todo. El ensayo entonces puede ser novelesco, abarcar un proceso abierto indecidible, o limitarse y escribirse con la estructura narrativa de un cuento. 

 

DEMOCRACIA Y VIDA NACIONAL

Para 1983 Abraham tenía 37 años y, si bien había estudiado filosofía en Francia y viajado por algunos lugares del mundo, su vida estaba aún más vinculada con la tradición paterna del negocio textil (producción de medias) que con la filosofía. Sin embargo, durante los últimos años de la dictadura, había coordinado algún grupo de estudios al que asistieron personas que serían claves en la reorganización del currículo de la Universidad de Buenos Aires en los años por venir. Esas circunstancias, sumadas a un intenso trabajo terapéutico (psicoanalítico), lo llevaron a empezar una nueva vida cuando estaba por ingresar en la cuarta década de existencia. 

 

—Cumplidos cuarenta años de democracia en Argentina, ¿cómo ve en retrospectiva lo que ha sido la enseñanza de filosofía en la universidad pública?

 

—He llevado a cabo una labor particularmente intensa en la Universidad de Buenos Aires desde el 24 de abril de 1984 hasta mi jubilación, en diciembre del 2015, tanto en la Facultad de Psicología como en la Facultad de Arquitectura, así como también dicté cursos en otras facultades. Pero mi casa matriz fue el Ciclo Básico Común, como para otros. Difundí la obra de Michel Foucault cuando no era conocido por nadie y la población universitaria, docentes y alumnos, eran peronistas, marxistas o liberales, y rechazaban mi trabajo sobre su pensamiento por extranjerizante y petardista. 

Por eso me quisieron echar, aunque no pudieron. Enseñé en la cárcel e hice conocer las monografías de mis alumnos de la cárcel de Devoto a los alumnos del CBC, para que vieran lo que puede hacer el estudio en situaciones de encierro. El día de un aniversario de la muerte de Foucault, mis alumnos esposados hicieron una mesa redonda en el Centro Cultural Rojas ante el espanto de las autoridades de la Facultad de Psicología, que esponsoreaba el evento.

Formé una cátedra rompiendo todos los protocolos de la universidad, con docentes sin estudios universitarios, a veces sin el bachillerato aprobado, lo hice de acuerdo a su pasión por el estudio, por la entrega y por esa chispa que tiene quien quiere enseñar con todas sus energías. Hicimos del estudio un arte comprometido que nos permitió seguir aprendiendo y enseñando. 

Busqué compañeros y colegas en todos los ambientes: literarios, científicos, de la plástica, músicos, estudiantes, psicólogos, comerciantes, libreros, contadores, arquitectos. 

Tuve suerte. Me rodeé de talentos que les dieron a miles de estudiantes lo mejor de sí. Fue una gran vida filosófica que llevamos a cabo en nuestra universidad pública. Esa fue mi experiencia. 

 

 

INVENCIONES Y LEGADOS 

Abraham prefiere los héroes a los ídolos, porque los ídolos empequeñecen. Nietzsche, pero sobre todo Sartre (el joven Sartre), y más aún Deleuze y Foucault (de quienes tanto escribió), le permitieron abrir caminos. Leerlos fue en su vida una suerte de alimento que fortaleció un cuerpo de ideas para llevar adelante la escritura. Casi que nos vemos tentados a decir “sus maestros”, aquellos que con su escritura, sus cursos, su quehacer filosófico, lo invitaron a ingresar a su mundo, a partir del cual fue posible gestar otro propio.

 

—Por último le quería preguntar qué es lo que más rescata de lo que fue su “atípica” formación filosófica…

 

—Rescato todo. Fui alumno de la universidad francesa antes y después de su demolición, en 1968. Fue un milagro. De una universidad vetusta, burocrática, solemne, anacrónica, apática, el Mayo Francés abrió un boquete de libertad. 

Se fundó la universidad de Vincennes y aparecieron Foucault, Badiou, Rancière, Balibar, Châtelet, Guattari, Deleuze, Poulantzas, Leclaire, en un clima delirante, caótico, en donde un alumno como yo, ávido de filosofía, corría de un claustro a otro para pescar palabras maravillosas antes de que el bullicio asambleísta las hicieran callar.

Esas palabras me las traje a la Argentina y durante doce años las regué en soledad hasta que la dictadura se retiró de la escena política, vino Raúl Alfonsín, y me presenté para ofrecer mi trabajo. Pude cumplir el sueño de toda mi vida: ser profesor de Filosofía. 

¿Lo que rescato? No haber cedido en mi deseo.