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miércoles, 13 de enero de 2021

Mark Fisher: gurú distópico

Nuestro filósofo pos-punk del siglo XXI

 


Por Mariano Pacheco*

El 13 de enero de 2017 partía de este mundo el crítico cultural Mark Fisher. ¿Otro suicidado por la sociedad? Sus libros, publicados en castellano por Caja negra ediciones (Realismo capitalista, ¿hay alternativas?, en 2016; Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hautología y futuros perdidos, en 2017; y el Volúmen I de K-punk, escritos reunidos e inéditos: libros, películas y televisión, en 2019) coincidieron con los años macristas en la Argentina, y sus reflexiones acompañaron a buena parte de los intentos teórico de buena parte de la intelectualidad crítica y el activismo progresista y de izquierdas de pensar el malestar presente en el neoliberalismo, es decir, en las condiciones internacionales actuales del capitalismo.

Politizar el malestar

La depresión es, después de todo y sobre todo, una teoría sobre el mundo y sobre la vida”, escribe Fisher en el capítulo de su último libro Los fantasmas de mi vida… dedicado a la banda británica Joy Division, aunque bien podrían leerse todos sus textos desde esa frase. “La depresión es el espectro más maligno que me ha acechado a lo largo de mi vida”, comenta asimismo hacia el final de “La lenta cancelación hacia el futuro”, primer capítulo de este trabajo. Paso seguido cuenta que comenzó a escribir sobre los temas de este libro en 2003, cuando publicó varios textos en su blog, mientras se encontraba sumergido en una depresión tal que hacía que su vida cotidiana apenas fuera soportable. Escribiendo pudo entender, nos cuenta, que el problema no era solamente él, sino también (sobre todo) de la cultura que lo rodeaba. “Es claro para mí ahora que el período que va de 2003 al presente será reconocido –no en un futuro distante, sino muy pronto– como el peor período para la cultura popular desde la década de 1950”. Aunque aclara: “decir que la cultura del período era desoladora no implica afirmar que no hubieran señales de otras posibilidades”. Y remata: “Los fantasmas de mi vida es un intento de hacerse cargo de algunas de esas señales”.

Los pensadores franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari intentaron pensar la filosofía como geofilosofía, y otorgaron al carácter situado del pensar una importancia fundamental. Así, la filosofía no tendría nada que ver con la contemplación abstracta y universal, sino que sería un modo de intervención siempre contemporánea, una creación de conceptos que están ligados materialmente tanto a los devenires como a los problemas propios, y la propia historia. Fisher, lector atento de ambos autores, parte del análisis de películas, discos, libros y otras producciones culturales para intentar pensar los malestares de nuestro tiempo.

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Más allá de las diferencias geopolíticas desde las que él pensó y escribió durante décadas (que son las diferencias políticas, económicas, sociales y culturales que pueden existir entre cualquier pensador europeo y nuestra realidad Latinoamericana) sus aportes resultan hoy un insumo imprescindible para abordar cualquier tipo de crítica política de la cultura contemporánea, en cualquier lugar del mundo, ya que los modos de producción de la vida colectiva de la humanidad en la actualidad están tomados, como nunca, por el capitalismo, sistema que sólo es entendible por su carácter internacional.

¿Hay alternativas?

Podríamos pensar todo Realismo capitalista a partir de dos pregunta que rondan dispersas por el texto y que solo por momentos se hacen explícitas. A saber: 1) ¿Qué pasa con una sociedad cuya juventud ya no es capaz de producir sorpresas?; y, 2) ¿Cuánto tiempo puede subsistir una cultura sin el aporte de lo nuevo?

Fisher acude al término “realismo capitalista” para designar el marco ideológico de la época, esta que transitamos –con sus idas y vueltas- desde la caída del muro de Berlín. El autor toma de Fedric Jameson una frase devastadora, a partir de la cual enhebra una serie de reflexiones: “hoy parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, asegura. Marco teórico riguroso y reflexión sagaz se cruzan en este libro con una suerte de sociología de la vida cotidiana. Así, aparecen este texto rasgos que hacen a la precarización de la vida en la fase actual del capitalismo, tanto como la gerencialización de la vida política, la cultura del consumo desmedido, o la crisis de la educación (ir a al escuela para luego conseguir el mismo “McEmpleo” que se hubiese conseguido por igual al abandonar el camino escolar). También se reflexiona sobre el estrés y el consumo de psicofármacos (que Fisher saca todo el tiempo de la esfera individual para resituarla en la social, preguntándose cómo puede ser que tanta gente, y sobre todo tantos jóvenes, tengan este tipo de padecimientos), la pulsión por la sobreinformación y el instantaneismo que promueven las redes sociales virtuales (“los adolescentes tienen la capacidad de procesar los datos cargados de imágenes del capital sin ninguna necesidad de leer: el simple reconocimiento de slóganes es suficiente para navegar el plano informativo de la red, el celular y la tv”). Por todo esto, Fisher sostiene que el realismo capitalista no puede limitarse al arte o al modo casi propogandístico en el que funciona la publicidad. “Es algo más parecido a una atmósfera general que condiciona no solo la producción de cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación, y que actúa como una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuinos”.

Lo interesante es que Fisher no solo piensa los problemas de su generación y los conecta con sus antecesores (nació en el 68, el año del Mayo Francés”, se hizo adulto cuando el “socialismo real” comenzó a caerse a pedazos), sino que intenta pensar la de los que llegaron después, y recién están dando sus pasos hacia la edad de la razón. “Para la mayor parte de los quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte d ellos pensable”. De allí que diferencia a los jóvenes de ahora de los de apenas hace unos años. “En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, todos rastreados, vendidos y comprados de ante mano”, sentencia al escribir sobre la experiencia de la banda Nirvana.

Pero Fisher no trata solamente de pensar la época, sino que hay una clara vocación de denunciarla para enfrentarla. A diferencia de muchos periodistas, cientistas sociales y críticos culturales de nuestros días, Fhister busca restituir cierta idea de totalidad en la cual conectar los efectos que se padecen en el día a día con sus causas estructurales, con la única causa sistémica en realidad: el capital. “Tal y como han afirmado muchísimos teóricos radicales, desde Brecht hasta Foucault y Badiou, la política emancipatoria nos pide que destruyamos la apariencia de todo ´orden natural´, que rebelemos que lo que se presenta como necesario e inevitable no es más que mera contingencia y, al mismo tiempo, que lo que se presenta como imposible se rebele accesible. Es bueno recordar que lo que hoy consideramos ´realista´ alguna vez fue ´imposible´”, sostiene.

Neoliberalismo y cultura

Fisher destaca que la era neoliberal ha privado a los artistas (gradual pero sistemáticamente) de los medios para crear lo nuevo, ya que se ha producido una declinación drástica del tiempo y la energía social necesarias para sumergirse en los productos culturales. De allí que insista en que, para producir lo nuevo, se necesiten momentos de retirada (de la sociabilidad, de las formas culturales pre-existentes), situación que se torna cada día más difícil en nuestro mundo contemporáneo.

Esta lenta cancelación del futuro tiene una característica fulminante: fue acompañada de una deflación de las expectativas. Si Fisher entiende que la expresión “la lenta cancelación del futuro” (que toma del pensador italiano Franco “Bifo” Berardi), es tan acertada, es porque logra capturar el gradual pero incesante modo en que el futuro se ha visto erosionado durante los últimos treinta años. Situación que nos arroja a un presente en el que estamos más exhaustos, pero a su vez, más estimulados (trabajo precario+comunicación digital). De allí que Fisher tome esto que Berardi escribió acerca del estado insomne, asfixiante y des-erotizado de la cultura contemporánea. A saber: el hecho de que el arte de la seducción tome mucho tiempo. Situación ante la cual aparecen “soluciones rápidas” como el viagra (déficit cultural y no biológico), que logra que los tiempos cortos y faltos de energía y atención encuentren un modo eficaz de ser sorteados.

Este estado actual de la cultura sólo es posible de entender si se tiene en cuenta el proceso de reestructuración transnacional de la economía política. Una transformación que cambió el modo en que se organizan el trabajo y el ocio, a la vez que la revolución científico-técnica ha vuelto irreconocible la experiencia de la vida cotidiana, si se la compara con décadas anteriores.

Ante esta situación Fisher reivindica la idea de fantasma: así, el del comunismo, que en tiempos de Karl Marx (1848) era un espectro que comenzó a recorrer el mundo, en las últimas décadas sólo fue captado en su cualidad de ausente, pero para Fisher, es un fantasma que no hay que dejar ir. “El espectro no nos permitirá acomodarnos en las mediocres satisfacciones que podemos cosechar en un mundo gobernado por el realismo capitalista”, sostiene, dando cuenta que, más allá de sus depresiones, sus textos no son pesimistas, sino una incitación a no acomodarnos a la vida que nos propone resignarnos a un modo injusto y opresivo, en y donde el hombre (y las mujer) sólo aparece como lobo del hombre (y la mujer). 

Rescatar a Fisher, entonces, es un convite a repensar qué entendemos por humanidad.

* Nota publicada en Revista Zoom en enero de 2020

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