Una lectura del libro que
reúne textos de más de una docena de autores, entre los que se
destacan Antonio Negri,
Franco “Bifo” Berardi y Mark Fisher.
Por Mariano Pacheco
Se sabe: toda lectura es
siempre situada.
¿Cómo leer entonces un libro
como Aceleracionismo, donde se compilan todos textos
producidos desde contextos bien diferentes a los tercermundistas
latinoamericanos? Tal vez desde su análisis de la situación
internacional, puesto que si bien estamos parados en realidades
diferentes producto de la división internacional del trabajo, todos
compartimos el hecho de actuar, pensar, sentir, leer, escribir desde
el interior del mercado mundial.
A falta de una visión
social, política, organizativa y económica radicalmente nueva, los
poderes hegemónicos de la derecha seguirán siendo capaces de
impulsar contra todas las evidencias su miope imaginario,
escriben Alex Williams y Nick Srnicek en su “Manifiesto por una
política aceleracionista”, en la que describen la situación en la
que nos encontramos luego de treinta años de neoliberalismo
planetario (la civilización global se enfrenta a una
especie nueva de cataclismo).
¿Qué ha pasado en estas tres
décadas con el movimiento obrero, las izquierdas y los movimientos
sociales? La respuesta -por momentos angustiante- que brindan los
autores nos interpela respecto de los desafíos presentes, si de
verdad aspiramos a contribuir a un nuevo ciclo de rebeliones contra
el sistema imperante y apostar por construcciones que vayan más allá
del capital (la izquierda tiene una necesidad imperiosa de recuperar
la perspectiva de gestar una nueva hegemonía mundial), insisten los
autores del Manifiesto.
***
¿Qué es el aceleracionismo?
Según
la definición esbozada por los compiladores de este libro, el
aceleracionismo es una herejía política,
una insistencia en que
la única respuesta política radical al capitalismo no es
protestar, agitar, criticar, ni tampoco esperar su colapso en manos
de sus propias contradicciones, sino acelerar sus tendencias al
desarraigo, alienantes, decodificantes, abstractivas.
Publicado
en Argentina a fines de 2017 por la editorial Caja
negra, Aceleracionismo.
Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo reúne
dieciséis textos escritos entre 1994 y 2015 (incluyendo una
introducción de los compiladores, Armen Avanessian y Mauro Reis, y
un epílogo del primero). El más viejo de estos textos es “Colapso”,
de Nick Land (periodista actualmente radicado en Shangai a quienes
los autores del Manifiesto consideran un precursor del
aceleracionismo, junto con Karl Marx) y el más nuevo: el “Manifiesto
xenofeminista” del colectivo Laboria Cuboniks, que los compiladores
consideran la manifestación programática más potente de esta nueva
afluencia acelerativa.
También hay textos de
importantes referentes internacionales como Antonio Negri, Franco
“Bifo” Berardi y el recientemente fallecido Mark Fisher.
Avanessian
y Reis parten de un diagnóstico compartido por los impulsores de
este movimiento a la hora de presentar el libro. A saber: que la
desesperanza parece ser el sentimiento dominante en la izquierda
contemporánea. De allí que critiquen, tanto de la izquierda
liberal como
de la más radical
pero no menos iletrada tecnológicamente izquierda académica, el
hecho de reducir la economía capitalista a un montón de números y
la tecnología a puro dominio instrumental del capital, abandonando
a su adversario la inteligencia tecnológica y los argumentos
económicos.
De allí también que reclamen, de manera urgente, criterios
pragmáticos
capaces de realizar una identificación
y selección de
aquellos elementos del sistema que puedan ser eficaces en una
transición concreta hacia otras formas de vida más allá del
capital. Por eso junto con la pregunta por una transición posible
hacia otros sistemas, aparece con fuerza el interrogante en torno a
los posibles usos de la tecnología, en un movimiento de lectura que
implica recuperar tanto las reflexiones que Marx realiza en los
Grundrisse
sobre las máquinas como una reapropiación/reformulación del
componente “maquínico” presente en las teorizaciones de Gilles
Deleuze y Félix Guattari, sobre todo en torno a la relación entre
la producción maquínica y la producción del ser humano como tal.
¿Cuál
es la relación entre los efectos socialmente alienantes de la
tecnología y el sistema de valor capitalista? ¿Por qué y cómo son
los efectos emancipadores del “nuevo fundamento” de la producción
maquínica contrarrestados por el sistema económico del capital? ¿En
qué podría convertir el humano social si el capital fijo fuese
reapropiado en el interior de un nuevo socius
postcapitalista?
Estas son algunas de las preguntas que vienen a plantearse en el
libro de la mano de algunas propuestas para liberarse de
la coerción del trabajo asalariado.
***
La cuestión del retorno de un
pensamiento más complejo, capaz de arriesgar hipótesis más allá
del cortoplacismo de cada lucha particular y más acá de las
apuestas que implican definiciones de objetivos de mediano plazo y el
trazado de estrategias concretas para obtenerlos, sin por ello
renunciar a una mirada que da lugar al azar y las formas creativas de
intervenir en política, es seguramente uno de los mayores aportes de
este libro, más allá de las coincidencias o no con los postulados
aceleracionistas.
La
construcción de
una nueva infraestructura intelectual
capaz de contribuir a la gestación de una nueva ideología y de
nuevos modelos económicos y sociales; la disputa
por los medios tradicionales de
comunicación
más allá de la intervención en internet y las redes sociales;
junto con la convicción de reconstruir
un poder de clase,
teniendo en cuenta las identidades
proletarias parciales
encarnadas a menudo en las formas
postfordistas de trabajo precario
en el mundo contemporáneo, son los tres objetivos de mediano plazo
esbozados por Alex Williams y Nick Srnicek en el “Manifiesto por
una política aceleracionista”. Estos objetivos son planteados
junto con una convicción: la necesidad de rediscutir los modos de
organización y las tácticas de lucha.
¿Qué
pasa si las marchas con pancartas o zonas temporalmente autónomas
devienen reconfortantes
sustitutos del éxito efectivo?
se preguntan en el Manifiesto, que las búsquedas pasen más por la
apuesta que por la afirmación de seguridades conocidas: el
único criterio para una buen táctica es si posibilita o no un éxito
significativo
dicen, a la vez que instan a estar atentos a los modos en que los
adversarios políticos aprender a defenderse y contraatacar los
métodos de lucha antaño eficaces. Algo similar sucede con los modos
de organización. Para los aceleracionistas hay que poder
desprenderse de la idea de democracia-como-proceso,
del fetichismo de la apertura y la horizontalidad y poder entender
que, a veces, el
secretismo, la verticalidad y la exclusión también tienen su lugar.
Por
supuesto, advierten sobre los riesgos de que las autoridades
verticales legítimas devengan centralismo
totalitario y tiránico
y por eso también llaman a romper con el sectarismo, asumir un
pluralismo de
fuerzas que
pueda experimentar con diferentes tácticas y no quedarse apegados a
los modos conocidos.
Es en este sentido que los
autores del Manifiesto insisten en la necesidad de discutir la
planificación postcapitalista tanto como poder salirse de la
nostalgia fordista, esa que hoy se presenta muchas veces como pasado
glorioso cuando en realidad no era más que ambiente disciplinado en
ambiente laboral fabril donde el hombre (varón) recibía seguridades
básicas para su vida, pero a cambio de un aburrimiento existencial
profundo y una marcada represión social que iba acompañada de un
racismo/sexismo en el plano nacional (con su correlativa jerarquía
familiar de subyugación de las mujeres) y una jerarquía
internacional sostenida en colonias y zonas de periferias
subdesarrolladas.
***
Pero
no todos los ensayos reunidos en este libro son para ratificar los
postulados del Manifiesto que lo inaugura. Hay otros textos que
señalan insuficiencias, que plantean contrapuntos. Uno de ellos es
el de Franco Berardi para quien la aceleración es una
de las formas de subyugación capitalista. Bifo
destaca que cuando de lo que se trata es del proceso
de recomposición de la subjetividad y de la formación de una
solidaridad social
la aceleración implica la
sumisión del inconsciente a la máquina globalizada. El
ex obrerista italiano retoma a Deleuze y Guattari, a Negri, pero
también a Spinoza y a Marx, para recordar que no hay afuera posible,
que las posibilidades de futuro están contenidas en la composición
actual de la sociedad, y que esa fuerza inmanente corre el riesgo de
ser interpretada como una necesidad (la inmanencia del comunismo o el
despliegue autónomo del general
intellect
implican una posibilidad, no una necesidad, insiste Berardi).
Antonio
Negri, por su parte, destaca el paso
al frente que
implica en Manifiesto respecto de la tarea
comunista en
la actualidad y afirma que aún hay espacio para un saber subversivo.
Pero
advierte que no se saldrá de la situación actual espontáneamente.
Sólo un acercamiento sistemático de clase a la construcción de una
nueva economía y a una nueva organización política de los
trabajadores podrá reconstruir una hegemonía y pondrá las manos
del proletariado sobre un futuro posible.
También
Negri insiste en dejar atrás la ilusión de un retorno al trabajo
fordista y comparte con el aceleracionismo la idea de liberar
la potencia del trabajo cognitivo (“¡Ciertamente
aún no sabemos lo que un cuerpo tecnosocial moderno puede hacer!”).
En
la perspectiva del teórico italiano resulta fundamental retomar la
crítica aceleracionista al horizontalismo espontáneo y a la idea de
democracia-como-proceso. Cuando
se habla de transformación revolucionaria -escribe-
no se puede eludir
un pasaje institucional fuerte, más fuerte que el que el
horizontalismo democrático podrá nunca proponer. Planificar
exigirá, antes o después del salto revolucionario, transformar la
abstracción del conocimiento de la tendencia en la potencia
constituyente de instituciones futuras, postcapitalistas, comunistas.
Y
remata: esta es la
directriz que debe ser adoptada y la labor que debe desarrollarse:
planificar la lucha antes que planificar la producción.
Por
otra parte, Negri también retoma el planteo aceleracionista de lo
que denomina ensamblaje
e hibridación respecto
de combinar las experiencias desarrolladas y por venir, en función
de avanzar no sólo con la crítica de la social-democracia y los
socialismos realmente existentes sino también de los límites de los
nuevos movimientos sociales en perspectivas de avanzar en la
construcción de un programa comunista. Estos
umbrales son aquellos que se determinan en la relación entre
composición técnica y composición política del proletariado y que
se fijan históricamente. Sin estas consolidaciones, un programa -aún
transitorio- es imposible. Y es precisamente porque hoy no logramos
definir con precisión esta relación, que a veces nos encontramos
metodológicamente inermes y políticamente impotentes.
Por último -en esta reseña,
aunque no en el libro, puesto que los otros textos no citados aquí
abren aún más discusiones- quisiera destacar algo planteado por
Mark Fisher en su texto, en donde intenta indagar en el vínculo
entre revolución psíquica y revolución social en el horizonte de
la cultura popular.
Las
dos primeras décadas del siglo han estado marcadas hasta ahora por
una insólita sensación de inercia, repetición y retrospección,
destaca
el pensador británico, para quien -tanto política como
estéticamente- pareciera no poder esperarse ya más que lo mismo
conocido hasta el momento. Situación que no puede entenderse por
fuera de la reacción conservadora de las últimas décadas, donde
el familiarismo jugó un papel central en el ascenso de la nueva
derecha, en abierta reacción frente a la contracultura gestada en
las décadas del ‘60 y del ‘70. Aquella que propugnó formas de
organización colectivas (no-estatistas) nuevas y sin precedentes,
dando voz a nuevas formas del deseo desconocidas incluso por las
izquierdas más clásicas.
Como podrá observar quien lea
esta reseña, los temas abiertos por el aceleracionismo son muchos y
de vital importancia para poder repensar las prácticas impugnadoras
del orden existente, y seguir promoviendo un pensamiento crítico
insumiso que pueda ser capaz de denunciar, sí, pero también de
contribuir a las reflexiones y los modos de nombrar aquello que
cuestionamos, y aquello por lo que luchamos.