¿Quién puede quedar indemne tras leer a Gilles Deleuze?
La
máquina de guerra textual que puso en marcha, y la que luego agenció con su
camarada y amigo Félix Guattari, no deja de producir sentidos, aún después de
sus muertes. Es que, como tan bien ellos comprendieron, las ideas surgidas de
sus conversaciones, las frases vertidas sobre un papel, dejaron de
pertenecerles (si alguna vez se puede decir que les “pertenecieron”) para
ponerse a funcionar donde sea que encuentren oídos.
“El
que dice algo diferente marcha voluntariamente al manicomio”, escribió un
Nietzsche sin el cual es muy difícil entender a Deleuze (¡vaya si Deleuze dijo
cosas diferentes!). Aunque la astucia de saber introducir nuevos puntos de
vista para pensar los nuevos problemas puede verse traicionada, en tanto que un
movimiento de indagación inaudita, experimentación filosófica y narrativa
audaz como la suya, puede verse transformada en una nueva jerga, trampas de una suerte de “deleuzianismo”: captura
del ejercicio creativo por un nuevo dogma, punto cero del devenir, estancamiento en
“modelo”. Deleuze sin Marx, sin Freud, sin lucha de clases. Deleuze estancado
en el siglo XX sin capacidad de operar una reactualización de sus aportes al
calor mismo de los debates y las luchas contemporáneas.
Así
como Deleuze supo decir de Sartre (“Fue mi maestro”), nosotres también lo decimos
de él, porque ambos (como también Nietzsche y Spinoza), fueron “pensadores
privados”, no en el sentido liberal-capitalista que se opone a eso que tanto
defendemos (la educación pública), sino en la perspectiva de una especie de “soledad que les pertenece siempre, cualesquiera sean las circunstancias” y, también,
“una cierta agitación, un cierto desorden del mundo en el que surgen y en el
que hablan” (por eso sólo hablan en su propio nombre, sin “representar” nada).
Ese
es nuestro desafío hoy: no dejarnos seducir por la jerga sino poner a funcionar, más
bien, sus conceptos, del modo análogo en el que Deleuze mismo concibió el ejercicio
filosófico: siempre conectado con un afuera textual, con otras narrativas
no-filosóficas, con otros modos de expresión no textual. Para crear conceptos,
siempre nuevos, siempre ligados a nuestros devenires, y a nuestra historia.