martes, 8 de octubre de 2024

Guevara: sensibilidad militante y subjetividad política en cuatro cortes


Por Mariano Pacheco*

 

 

I-

¿Cuándo fue que Guevara dejó de funcionar como aguja enhebradora de distintos hilos generacionales? La figura del Che supo articular las experiencias de las militancias que resistimos la ofensiva del capital de los años noventa (el menemato en Argentina, el Nuevo Orden Mundial Neoliberal a nivel internacional) con quienes habían peleado antes: ni el Plan Cóndor que coordinó la represión en el Cono Sur ni la dictadura genocida argentina habían logrado extirpar su fuerza arrolladora entre la juventud. A lo sumo, al calor de la época, el comandante nuestroamericano se convirtió en un eslabón más de la cadena consumista que caracterizaba aquellos días: remeras, buzos, parches, mochilas… ¡hasta calzoncillos del Che se llegaron a fabricar! Pero también su figura tuvo una proliferación entre la juventud que, sin ser militante, asumía la rebeldía frente a lo dado desde los recitales de rock o las canchas de fútbol:

 

“Una bandera que diga Che Guevara/ un par de rocanroles y un porro pa fumar/ Matar un rati para vengar a Walter/ Que en toda la argentina comienza el carnaval”.

 

Esa contracultura contestaria, en muchos casos, supuso un rechazo, una impugnación del capitalismo por otros medios, inspirados en un costado menos militante, pero no por eso menos potente (¿no había algo de rebelde también en el revolucionario Guevara, ese dirigente –e incluso funcionario del Estado revolucionario cubano– que expresó una incomodidad con los formalismos burocráticos, desde la informalidad de su apodo Che, hasta sus pantalones de guerrillero que portaban un broche de colgar la ropa en las botamangas?).

 

 

II-

“Siempre quedan rezagados, y nuestra función no es la de liquidar a los rezagados, no es la de aplastarlos y obligarlos a que acaten a una vanguardia armada, sino la de educarlos, la de llevarlos adelante, la de hacer que nos sigan por nuestro ejemplo… el ejemplo de sus mejores compañeros, que lo están haciendo con entusiasmo, con fervor, con alegría día a día. El ejemplo, el buen ejemplo, como el mal ejemplo, es muy contagioso, y nosotros tenemos que contagiar con buenos ejemplos… demostrar de lo que somos capaces; demostrar de lo que es capaz una revolución cuando está en el poder, y cuando tiene fe”.

Las breves y sencillas palabras que Guevara escribe en su texto titulado Sobre la construcción del partido darían para ser desmenuzadas en un libro entero. ¡Cuántas aristas en tan pocas líneas! Me veo tentado de hacer un link con el filósofo Spinoza en torno a lo que puede un cuerpo, y no sabemos de antemano (¿qué puede un pueblo?); también a vincularlo con José Carlos Mariátegui, el Amauta, en torno a aquello de que los pueblos con victoria son aquellos capaces de gestar un “mito multitudinario”, porque la historia la hacen los hombres (y las mujeres, le agregaríamos hoy) “poseídos e iluminados por una creencia superior”, tal como escribe en El hombre y el mito, texto en el que destaca “la pasión y la fe”, la “emoción revolucionaria” que funciona en el siglo XX como una fuerza religiosa para el proletariado, quien se diferencia de la burguesía de entonces por poseer este “mito de la revolución social”, en lugar de caer en posiciones “incrédulas, escépticas, nihilistas”.

Es esta dimensión la que, más cerca de nuestro tiempo, supo rescatar el teólogo brasileño Frei Betto, cuando en su Carta abierta al Che (escrita en octubre de 2007), sostiene: “nos ha faltado destacar con más énfasis los valores morales, las emulaciones subjetivas, los anhelos espirituales”. Algo que Guevara nunca dejó de tener en cuenta, cuando planteaba que había que “contagiar con el ejemplo”. ¡Qué distancia ético-política entre esos planteos y los de quienes hoy hablan de la justicia social, pero se pasean en yate por el mundo, o viven en un country o en un departamento lujoso en Puerto Madero!

 

 

III-

¿Cómo contraponer un tipo diferente de subjetividad a la de la regla capitalista fundada en la materialidad y el interés? En estas cosas pensaba el Che en los ratos de pausa tras la incansable acción revolucionaria. Guevara es un marxista, se sabe. Pero también se sabe que su praxis excluye el dogmatismo. Huye de él como quien escapa de la peste. No anda, precisamente, con un manual soviético bajo el brazo. Por eso lee, estudia, pero también hace un llamado a “actuar permanentemente preocupados de nuestros propios actos”. Y por eso hoy, luego del siglo de crisis de las perspectivas humanistas, llamados como los del último Horacio González nos permiten rescatar al pensamiento y la acción de Guevara desde coordenadas que huyan a la nostalgia, y permitan una reapropiación de esos pasados sin retroceder en los avances, en sentido emancipador, que han tenido las contribuciones teóricas que combatieron el sustento burgués del humanismo. ¿Cómo recrear un humanismo crítico para el siglo XXI? ¿Cómo hacerlo en momentos de estupidez extrema como la actual?

“Se plantea a todo joven comunista ser esencialmente humano, ser tan humano que se acerque a lo mejor de lo humano, purificar lo mejor del hombre por medio del trabajo, del estudio, del ejercicio de la solidaridad continuada con el pueblo y con todos los pueblos del mundo, desarrollar al máximo la sensibilidad hasta sentirse angustiado cuando se asesina a un hombre en cualquier rincón del mundo y para sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva bandera de libertad”, dice en Qué debe ser un joven comunista.

Hoy que se afirma con tanta liviandad que “la rebeldía se volvió de derecha” y que la juventud ha virado a posiciones reaccionarias, neofascistas, bien podríamos pasar a la ofensiva (ideológica, sensible) y revisitar los horizontes emancipatorios que implicaron las ideas comunistas, por más que no sea ese el nombre que circula en la lengua política local, más impregnada en tradiciones nacional-populares, latinoamericanistas, que desde esa singularidad no dejan de tener presente la apuesta de la igualdad, esa en la que la justicia y la libertad no se contraponen sino que funcionan como un tríptico inescindible.

 

 

IV-

“Forjarnos en la acción cotidiana”, plantea el Che en El socialismo y el hombre en Cuba. La revolución tiene que ver con eso: no sólo socializar aquello que la propiedad privada expropia de la cooperación social para usufructo de una minoría, sino gestar un nuevo tipo de humanidad. Crear lo nuevo mientras dejamos de ser aquello que hicieron de nosotros, para decirlo con la conocida fórmula empleada por Jean Paul Sartre.

Si Guevara tiene vigencia no es tanto por sus reflexiones políticas, sus estrategias y tácticas, que se corresponden a un momento muy determinado de la historia (el siglo de las revoluciones, el “continente caliente” atravesado por el primer triunfo y construcción del socialismo en estas tierras de la Patria Grande), sino por ese debate que introduce en torno al “tipo humano” que produce el sistema productor de mercancías y, sobre todo, por la apuesta a gestar un nuevo tipo de experiencia humana. Es allí, para decirlo con León Rozitchner, en donde la militancia se juega el todo por el todo por construir no sólo una forma de vida diferente que se exprese en actos (esas “cosas concretas” que tanto le gustaban remarcar a David Viñas) sino también una nueva racionalidad, otra sensibilidad. Para ello la subjetividad política tiene que ser, necesariamente, parte de una agenda de intervención, y de elaboración en la que se tenga en claro que nuestra lucha (como la del Che y sus compañeras y compañeros de ruta), es sobre todo porque “no queremos ser más esta humanidad”.

 

 

*Texto publicado en el libro Revolución, rebeldía y espezanza. Escritos sobre Ernesto Guevara, cmpilado por la "Comisión Homenaje al Che"

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