Digo me sorprendió porque
fui (de yapa: ¡volver al Cine Arte, ahora “Cacodelphia”!) sin demasiadas
expectativas, por algún comentario que había leído, de esas frases efectistas
que daban la idea de un típico film romántico de historia del pasado que
aparece en el presente. Y si bien hay algo de eso, Stéphane Brizé, su director (y guionista junto a Marie Drucker), logran llevar esas casi dos horas que dura esta película
francesa hacia zonas que se salen del lugar común.
Lxs protagonistas son Guillaume Canet y la actriz italiana Alba Rohrwacher
(sí, la Lenú de la madurez de “Mi amiga brillante”, de Elena Ferrante).
Él, en el papel de Mathieu, un reconocido actor de cine que abandona el
proyecto de protagonizar por primera vez una obra de teatro, a semanas de su
estreno, e intenta refugiarse en el spa de un pueblo costero (intenta, puesto
que las selfiels que le pide le impiden –valga la redundancia– conquistar la
tranquilidad anhelada), donde lee guiones de proyectos para posibles nuevos films,
mientras cruza llamados con su exitosa y siempre ocupada mujer, dedicada a la
televisión. Hay una buena correspondencia entre paisaje desolado y cierta tristeza
de los personajes.
Ella interpreta el papel de Alice, una mujer casada y con una hija
adolescente, dedicada a dar clases de piano en aquel pueblo en el que vive junto
a su familia, quien lo contacta tras casi dos décadas sin verlo.
Ambos vivieron en el pasado una fuerte relación de amor y el encuentro
tiene una mezcla de nostalgia (por lo que no fue) y alegría (por el
reencuentro).
Uno de los momentos más logrados del film, sin embargo, pasa por una
lateralidad a la historia central, y es cuando se la muestra a Alice (y ella
abre ese mundo a Mathieu), vinculada a una señora mayor, que en el tramo final
de su vida puede mostrar (mostrarse), realmente quien es, y buscar, en compañía,
cierta felicidad (o como la quieran llamar) para transitar los días que le
quedan, y no privarse de festejar.