domingo, 13 de octubre de 2024

Culpa cero, de Valeria Bertuccelli

 


Me encanta como actúa Valeria Bertuccelli y me dio curiosidad saber que en “Culpa cero” no sólo protagonizaba sino también dirigía, junto a Mora Elizalde, quien a su vez colabora con el guion (junto a Malena Pichot). Así que el otro día fui a verla al cine Lorca.

 

La verdad que el film tiene una temática super interesante. Resumiendo, salvajemente, se podría decir que trata sobre una exitosa escritora de autoayuda que “la pegó” con tres libros que fueron best Sellers. Sin embargo, pronto –en una combinación fatal entre programas televisivos de esos de chimentos y redes sociales– ella termina cancelada, al descubrirse que Marta es –además de su asistente personal y las más de las veces “niñera” (sostén afectivo) de su hija– su “escritora fantasma”. Una “ghost writer” que, para mal de males, plagia frases de célebres figuras como, Buda, Séneca o Gandhi.

 

Sin embargo, me da la sensación de que no es su mejor protagónico y que la temática daba para algo más. No sé bien qué (no me dedico al cine) pero como que queda a mitad de camino entre una crítica al presente y cierta frivolidad. Cecilia Roth y Justina Bustos tampoco se lucen demasiado en sus papeles de amiga de la escritora y empleada-todo-terreno.

 

De todos modos, me quedo pensando en algo que tiene un vínculo con cuestiones que interpelan fuerte a lecturas que vengo haciendo desde hace años, respecto de la culpa que se nos introduce desde nuestra infancia, el largo historial de la culpa en la cultura de occidente (atravesada por una religión como el cristianismo que hace gala de llevar un tipo crucificado en el cuello como símbolo) y la crítica nietzscheana a la moral.

 

Me pregunto si no hay algo del nihilismo contemporáneo en donde ya ni ese historial de culpa tiene lugar, porque en el sin sentido y vale todo de estos tiempos, lo importante es consumir, y construir una imagen y la culpa, cero, no tiene lugar, no por un trabajo crítico realizado sobre la subjetividad y las experiencia de nuestros cuerpos en un sentido emancipatorio, sino “culpa cero” porque cero es ya el número que expresa la mirada hegemónica respecto de los valores que pueden guiar nuestras existencias singulares y colectivas.

Psicoanálisis y salud mental: diálogo con Enrique Carpintero y Alejandro Vainer (revista Topía)

 Acerca de Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y salud mental en la Argentina de los 60 y 70 (1957-1983) 

 


                                                                                        POR MARIANO PACHECO

 


Converso con Carpintero y Vainer en un departamento del barrio porteño de Palermo, en un sitio lleno de lechuzas, libros, cuadros y otros elementos que remiten a las prácticas que ambos llevan adelante desde hace décadas. Allí -dicen- asisten regularmente pacientes que llegan para psicoanalizarse, como también integrantes de la revista Topía que se reúnen para pensar en cada uno de los tres números que salen a la calle cada año. Enrique y Alejandro charlan sobre aquello que es en ellos un trabajo, una práctica militante, una pasión: el psicoanálisis entendido desde una perspectiva más amplia de salud mental, su historicidad en Argentina, el vínculo entre el campo específico y el contexto político más general del país. Hablan de los primeros pasos del emblemático Hospital Lanús a fines de los años cincuenta, del auge de transformaciones de las décadas del sesenta y setenta, de la última dictadura cívico-militar y sus huellas en la “democracia”, del mundo más allá del fin de todos los fines post caída del Muro del Berlín.

 

 

En primer lugar quisiera preguntarles sobre los contextos de producción, publicación y reedición, ya que estamos hablando de tiempos muy distintos, en un lapso de dos décadas. Por un lado, la elaboración, antes del 2001; después la primera edición, que sale durante los primeros momentos del kirchnerismo; y, finalmente, esta reedición, casi al final del gobierno de Mauricio Macri.

 

Alejandro Vainer (A.V): La idea del libro fue de Enrique. Recuerdo que me invitó a tomar un café en San Juan y Boedo (éramos muy jóvenes en el 97). Entonces me propuso hacer algo que para mí era central, que no lo podía poner en palabras en ese momento, que era trabajar sobre ese agujero negro en el campo de Salud mental: los 60/70. Ahí nos pusimos a trabajar, estimamos que íbamos a estar dos años y no diez, pero empezamos a hacer entrevistas, revisar archivos, hemerotecas, bibliotecas y todo eso en el medio de los años 90, donde parecía que la historia se había acabado y que no había que ir para atrás, que había que ir para adelante supuestamente. Ese fue todo el contexto en el que trabajamos hasta publicar los dos tomos, y la verdad es que no había publicaciones que concentraran lo que trabajamos, que va desde cómo se arma el campo de Salud mental en el 57 (fechamos esto con Enrique porque se producen tres hechos importantes) cuando se crea el Instituto Nacional de Salud Mental, en la Universidad de Buenos Aires se crean todas las carreras del campo de Salud Mental (que son, sobre todo, Psicología, Ciencias de la Educación, Antropología y Sociología) y que ya a fines del 56 empieza con todo lo que fue la experiencia en Lanús (donde Mauricio Goldenberg gana por concurso). A partir de ese momento, en la Argentina (ya había empezado en otros lugares del mundo antes), se va armando todo lo que es el campo de Salud mental, que va creciendo durante los 60, y más desde principios de los 70, para luego analizar qué huellas produjo la dictadura, sobre todo en el campo de Salud mental. De esto se trata todo este libro, cuyos temas no habían sido muy abordados en los 80, mientras había estudiado psicología. Yo había hecho una residencia de Salud mental y había un montón de cosas que desconocía, que las fui viendo mientras investigamos. Ese fue un poco el recorrido. Después el libro se publicó, circuló mucho y nos quedamos sin un solo ejemplar. Con el tiempo empezamos a pensar, durante estos últimos años, en la idea de volver a trabajar para una reedición. Nosotros fundamentalmente habíamos hecho todo un trabajo con el listado de trabajadores de Salud mental desaparecidos, pero entre la primera edición y esta segunda ese listado se duplicó. Revisamos distintas fuentes y base de datos y encontramos que son casi 400 los trabajadores de salud mental y los estudiantes desaparecidos. Por otra parte, el libro tiene cierta actualización, pero sigue siendo un libro que va sobre un punto que, en el campo de la salud mental, no se conoce demasiado: qué sucedió en ese campo durante los 60 y 70.

 

Enrique Carpintero (E.C): Para aquellos que no conocen el libro, quisiera aclarar que son dos tomos de alrededor de 1.000 páginas (500 cada tomo) que, como muy bien dijo Alejandro, fue una ardua investigación donde lo fundamental, o el origen inicial del libro, era cómo recuperar una época a la cual se la asocia fundamentalmente con la violencia. Si bien toda la década de los 60-70 está ligada a perspectivas revolucionarias y de lucha de cambio en todos los ámbitos (no solamente aquí sino en todo el mundo), que van desde tratae de modificar el conjunto de la sociedad hasta cambiar las relaciones entre los seres humanos (con el feminismo, movimientos LGTBIQ, el arte, la literatura, etc.). Todo eso generó una situación de un humus de creatividad muy importante que llegó a nuestro campo específico también, y tuvo alcances en prácticamente la mayoría de las prácticas que hoy se ejercen, que fueron creadas en esta época, como el trabajo en familia, en grupos, con niños, psicodrama, hospitales de día, hospitales de noche, etc. Básicamente el libro toma dos ejes que hacen al título del libro (Las huellas de la memoria), que son psicoanálisis y salud mental. En el psicoanálisis se dan rupturas importantes, las cuales permiten recuperar toda una perspectiva de izquierda de los años 20 y 30, para dar cuenta de ciertas cuestiones y  prácticas que permiten pensar hoy cómo tratar de trabajarlas en relación a la nueva realidad que se nos plantea, pero también se crea el campo de la Salud mental a partir de un hecho fundamental, es decir, a partir de la segunda guerra mundial, donde la mitad de las camas de internación eran psiquiátricas y parte de ese dinero había que invertirlo en reconstruir Europa, que estaba totalmente destruida. Desde ahí lo que se intenta generar es lo que se llama la salud mental, con el fin de sacar a los pacientes de los manicomios y generar espacios alternativos. Esta perspectiva, que tiene un sentido estrictamente capitalista, es aprovechada por los sectores de izquierda y progresista que le dan un vuelco y un sentido de lucha anti-manicomial, anti-institucional, que permite generar dichas alternativas. El principal efecto de esto, por ejemplo, es la Psiquiatría Democrática de Basaglia, donde a partir de todo un movimiento social y una lucha, se genera la ley que prohíbe los manicomios en Italia (hasta el día de la fecha no existen más manicomios en Italia), así como en Inglaterra la antipsiquiatría, las comunidades terapéuticas, o el tercer sector en Francia, el trabajo en comunidad en Estados Unidos. Es decir, toda una perspectiva alternativa a los manicomios que generan espacios parciales, porque en definitiva, nunca se terminó de romper con la perspectiva anti-manicomial. Creo que estas dos líneas están muy presentes en el libro y, como planteaba Alejandro, luego está todo el tema a partir del año 76 con la dictadura y los desaparecidos en  el campo de la Salud mental, donde nosotros tomamos como línea para dar cuenta de esta lista de asesinados  y desaparecidos (digo no sólo desaparecidos porque en esta nueva edición incluimos a todos los asesinados por la triple A  desde el 73 al 76), muchos integrantes de lo que se llamó la Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental, que se crea como una lucha teórica, gremial y política impulsada por psiquiatras, psicoanalistas, psicólogos, asistentes sociales y psicopedagogos. Entonces, cuando desde la derecha se plantea esto de una memoria completa, en realidad lo que se constituye es un negacionismo de lo que fue la represión de la dictadura militar. ¿Qué quiero decir con negacionismo? Básicamente, que la dictadura militar se implementa a partir de 340 campos de concentración (no hay muchos países en el mundo que generaron una represión a través de los campos de concentración) porque esto implica una metodología, una sistematicidad, un montón de cuestiones cuyo objetivo era intentar desaparecer toda una perspectiva dentro de una generación. Creo que esto es muy importante porque todavía hoy se habla con el eufemismo de centros de detención clandestinos, en vez de decir lo que son: que fueron centros de concentración y exterminio. Creo que esto es muy importante, porque cuando se habla de una memoria completa lo que se está negando es esta metodología, y que no se puede equiparar una represión del Estado organizada sistemáticamente con ciertas cuestiones políticas de organizaciones que ejercieron la violencia, pero que no tiene nada que ver con un Estado que organiza y planifica una represión sistemática a través de esta metodología mencionada.

 

AV: Hay una anécdota contada por Rodolfo Walsh en la Carta a la Junta militar, que él lo cuenta como el inicio de la metodología de robo en las desapariciones, y es algo que tiene que ver con el campo de Salud mental, porque es el relato de cómo desaparece un psicoanalista, (Pancho Bellagamba), mientras atendía un grupo terapéutico, donde atan a los pacientes y después roban la casa. Esto tiene todo un efecto en el campo de la salud mental, porque para todos los dispositivos grupales, comunitarios, en hospitales, había que pedir autorización, porque eran considerados factiblemente subversivos. Esto implicó el desarme de dispositivos de trabajos grupales, comunitarios, o bien como cuentan muchos actores en el libro que, si hacían algún grupo, alguna sesión multifamiliar, tenían alguna gente extraña puesta ahí. Lo digo para entender un poco el clima de época y cómo esto jugó en toda la sociedad, pero también específicamente en el campo de salud mental (esto fue algo que se dio particularmente en la Argentina), donde los dispositivos grupales y comunitarios fueron estrechándose durante la última dictadura. Pero a pesar de todo eso, hubo muchos profesionales y organizaciones que sí lo hicieron, aunque el clima de trabajo era ese. Por eso a la tercera parte del libro (que está en el segundo tomo) le pusimos “El fin de la Salud mental”, en donde describimos todo lo que fue el trabajo en ese período que va del 76 al 83.

 

 

¿Se podría pensar al libro como una suerte de historia del psicoanálisis en la Argentina?

 

E.C: Creo que lo fundamental en el título del libro, Las huellas de la memoria, es que no existe, dentro de ese título, la palabra historia. Y creo que esto es importante porque nosotros no intentamos posicionarnos en un lugar académico de la historia donde, por ejemplo, personajes importantes de la academia nos llaman a nosotros psico-bolches, porque dentro de la academia este tipo de cuestiones no existen. La academia trabaja sobre situaciones puntuales, como si la historia y la memoria estuvieran por fuera de nuestra subjetividad y de la lucha social y política. Tan es así que, hasta el día de la fecha, si bien hay trabajos puntuales referidos a ciertas cuestiones de la década de los 60, no existe ningún trabajo (estoy hablando, obviamente, dentro del campo de la salud mental) en relación a los 70. Es decir, el nuestro sigue siendo el único trabajo en relación a esa década. Ahora bien, esto no implica una perspectiva melancólica o meramente recordatoria de un pasado, sino que lo que pensamos es que, para poder pensar un futuro, es necesario afirmarnos en el presente desde un pasado, no para repetirlo sino para cuestionarlo. Si las generaciones no pueden tener un pasado a partir del cual se puede cuestionar, no pueden pensar de qué manera van a desarrollar un pensamiento crítico en el presente y de ahí poder elaborar un futuro. Evidentemente si vemos la fecha de la aparición del primer tomo y la segunda, hay diferentes contextos políticos, principios del kirchnerismo y hoy el macrismo que, si bien son diferentes, en el campo de la salud mental los sectores más, llamémoslos reaccionarios, o los sectores más psiquiátricos si querés, estuvieron presentes tanto en un gobierno como en otro, generando un lobby y generando un proyecto que se opuso a la Ley de Salud Mental, que fue votada por el conjunto de la Cámara de Diputados en la época del kirchnerismo, y que hoy prácticamente no se aplica, o se aplica parcialmente. De allí la necesidad de encontrarnos con una historia, donde podamos pensar y podamos ver de qué manera hoy nos permite desarrollar una oposición en el campo nuestro a estos sectores psiquiátricos y manicomiales, pero no en el sentido como la década de los 60 y 70 sino, manicomiales en relación a la actualidad, donde el desarrollo de la psicofarmacología y de todas unas técnicas farmacológicas, permiten mantener a los pacientes dentro de estructuras manicomiales privadas con medicamentos.

 

 

El libro (como todo libro) está escrito desde una perspectiva, más allá de que se aborden los trabajos emprendidos por distintas corrientes. Entonces, la pregunta es: ¿cuál es el legado teórico-político que, desde Topía, rescatan del periodo que abordan en el libro en el campo específico del psicoanálisis?

 

A.V: Hay algo que está y que rescatamos, que Enrique decía hace un rato: el hecho de que muchas veces se ve esa época como una época de violencia y no como una época de rebeldía y de apuestas por transformar el mundo. Creo que ahí hay un afluente fuerte de tradición que queremos rescatar, de cómo transformar el mundo y a la vez, dentro del campo de salud mental, dentro del psicoanálisis, transformar el statu quo. Creo que con eso podemos englobar un legado que viene desde hace un siglo con la izquierda freudiana, que viene de los sesenta de la mano de psicoanalistas que en el campo de Salud mental trataron de, como decía Fernando Ulloa (que es quien hace el prólogo del primer tomo) no practicar teorías sino  teorizar nuevas prácticas. Ulloa, discípulo de Pichon Rivière que participa con él de la “Experiencia Rosario” en el 58, donde van pensando en cómo trabajar con la subjetividad de la época. Porque el desafío es el de trabajar con la desubjetivación de esta época. Tampoco es cuestión de repetir, justamente, porque estamos en otro contexto: no estamos en la Argentina de pleno empleo como en la década del 60. Creo que esa es un poco la línea de tradición a nivel amplio que trabajamos. Después hay autores, movimientos, que van trazando esta genealogía para llegar a hoy.

 

E.C: Esto que decís en el libro está muy desarrollado: es la pregunta que intentamos contestar de alguna otra manera, porque al inicio de la década del 70 empieza el auge de toda una perspectiva lacaniana que, en un primer momento, nos permitía (yo en esa época era estudiante) recuperar ciertas cuestiones freudianas o ciertas ideas de Freud en tanto acá el psicoanálisis estaba muy hegemonizado por lo kleiniano, prácticamente el psicoanálisis y Melanie Klein eran sinónimos. Esta perspectiva lacaniana, entonces, a partir de la dictadura, toma un auge y una hegemonía, donde entiende la subjetividad por fuera de su entrecruzamiento con lo social y con lo político. Creo que esto es un punto que es central y que nosotros tratamos de rescatar en el libro y que forma parte de la idea por la cual, hace veintiocho años, tenemos la revista; idea que sostiene que la subjetividad no se puede entender por fuera del entrecruzamiento con lo social, con lo político y con lo cultural. Esto deviene en pensar una práctica psicoanalítica que dé cuenta de una subjetividad, de un inconsciente, de un aparato psíquico entramado con lo social, lo político y lo cultural.

 

A.V: Yo agregaría que nosotros vamos analizando en el libro cómo llega el lacanismo acá, ligado de alguna manera a esta idea de “Volver a Freud”, pero también a ciertas cuestiones políticas de la izquierda que, después de la dictadura, se le saca el colesterol malo de la política y queda Lacan sin Althusser, sin nada de todo lo que tenía el lacanismo en sus inicios en lo que sería la llegada aquí. Así que después de la dictadura queda un lacanismo “descremado”, por así decirlo. Esto está tratado profundamente en el libro: cuál era el contexto social, político e intelectual de cierto proyecto y cómo atraviesa luego la última dictadura a ese proyecto.

 

Para cerrar, preguntarles sobre la hegemonía del lacanismo en la academia y en los medios en donde circulan estas discusiones. En ese sentido: ¿cómo se posiciona el proyecto de Topía?

 

E.C: En primer lugar, tenemos que decir que no existe “lo lacaniano” como una cosa monolítica, existen diferentes perspectivas, inclusive con contradicciones internas, lecturas internas de Lacan, etc., pero es cierto que hoy el psicoanálisis en la Argentina se apoya fuertemente en diferentes lecturas de Lacan. Nosotros pensamos que Lacan, obviamente, ha sido una figura importante dentro del desarrollo del psicoanálisis, pero creemos que pensarlo estrictamente desde este lugar epistemológico que es el lacanismo, deja de lado lo social y lo político para remitirlo, pura y exclusivamente, a una cuestión de aparatos psíquicos significantes, etc., y creemos que  es importante hoy dar cuenta de cómo la cultura actual genera determinado tipo de sintomatologías, patologías, que el psicoanálisis tiene que dar cuenta, en la cual rompe con una perspectiva clásica del psicoanalista que es el famoso diván-sillón, donde hoy este es un dispositivo más que tenemos como psicoanalistas, pero hoy podemos ser psicoanalistas parados, caminando, en trabajos comunitarios, en grupo, etc. Creo que, en este sentido, abrir el campo del psicoanálisis a esta perspectiva y dar cuenta de toda una historia que también se abrió en otras épocas, no solamente acá en nuestro país como reflejamos en nuestro libro sino en los años 20 y 30 en Europa, permite pensar formas diferentes de psicoanálisis y permite una forma, también diferente, de enfrentar a esta hegemonía psiquiátrica que trata de reducir la subjetividad, pura y simplemente. a estímulos neurológicos.

 


viernes, 11 de octubre de 2024

Murió Carlitos Eichelbaum, esas figuras silenciosas capaz de marcar una vida


  

Hace años no sabía nada de él, hasta que anoche, por wsp, un compañero me dio la noticia. Recién vi el msj, ya tarde para asistir a despedirlo y pero ciertos recuerdos gratos de aquellos años (2002, 2003, 2004…) no dejaron de asaltarme.

 

Hace un rato me recordaron que hoy me realizan una entrevista a propósito de mi libro “2001. Odisea en el Conurbano”, y reparo que allí Carlos no aparece mencionado. “¡Que injusticia!”, me dije, y al instante, rememorando, me sorprendí al descubrir que a Carlos lo conocí inmediatamente después de aquel diciembre. No fue tanto el tiempo que compartimos, pero como en todo período intenso en la vida política y cultural de un pueblo, pocos momentos quedan grabados en la memoria como si fuesen un montón.

 

Carlitos había sido periodista de Clarín (diario en el que siguió trabajando hasta jubilarse en 2009) durante la dictadura, en la sección internacionales. Recuerdo que cuando me lo mencionó le conté que durante mis primeros pasos en la militancia, los montoneros silvestres de la zona sur me habían contado que la sección internacionales de Clarín era fuente de información para ellos, que buscaban enterarse qué pasaba en otros sitios (entonces, foco puesto en Nicaragua e Irán).

 

Muchos conocían la importante historia cultural de su familia, con un abuelo y padre escritores, éste último amigo de Gardel. Incluso creo que por algunos años vivieron en Francia. Menos conocido era su paso por el Peronismo de Base.

 

Carlitos se acercó después de la insurrección de diciembre, y acompañó la conformación de un área de Prensa de uno de los MTD de la Coordinadora Aníbal Verón, el de Almirante Brown, donde yo vivía y militaba. Recuerdo algunas reuniones en mi departamento del barrio Don Orione, papelógrafos pegados en la pared, hablando del concepto de alienación en Marx, tomando mate y compartiendo reflexiones sobre el manual de prensa popular de la época del Chile de Allende que nos había acercado a “los piqueteros” de la zona sur del conurbano en aquellos primeros años dos mil.

 

Después compartimos la experiencia del lanzamiento del Portal Prensa de Frente, nombre elegido por su amigo Lucho Soria, que nos traía el nombre de Cooke desde el subsuelo de la historia.

 

Me quedo con esa imagen, sería el año 2004, cuando vi a Carlitos preparar en un breve rato una nota para Clarín. Le dije que admiraba ver como armaba un texto en tan poco tiempo, porque a mí me llevaba a veces días escribir dos carillas. “Es cuestión de oficio –me respondió. Al principio parece difícil pero después lo haces como si nada”. Entonces me pareció una utopía, y ahora me sorprendo tipeando estas líneas en un breve rato.

 

¡Gracias Carlitos por sostener la antorcha encendida! Y por inspirar a las nuevas generaciones.

 Mariano Pacheco, viernes 11 de octubre de 2024

martes, 8 de octubre de 2024

Guevara: sensibilidad militante y subjetividad política en cuatro cortes


Por Mariano Pacheco*

 

 

I-

¿Cuándo fue que Guevara dejó de funcionar como aguja enhebradora de distintos hilos generacionales? La figura del Che supo articular las experiencias de las militancias que resistimos la ofensiva del capital de los años noventa (el menemato en Argentina, el Nuevo Orden Mundial Neoliberal a nivel internacional) con quienes habían peleado antes: ni el Plan Cóndor que coordinó la represión en el Cono Sur ni la dictadura genocida argentina habían logrado extirpar su fuerza arrolladora entre la juventud. A lo sumo, al calor de la época, el comandante nuestroamericano se convirtió en un eslabón más de la cadena consumista que caracterizaba aquellos días: remeras, buzos, parches, mochilas… ¡hasta calzoncillos del Che se llegaron a fabricar! Pero también su figura tuvo una proliferación entre la juventud que, sin ser militante, asumía la rebeldía frente a lo dado desde los recitales de rock o las canchas de fútbol:

 

“Una bandera que diga Che Guevara/ un par de rocanroles y un porro pa fumar/ Matar un rati para vengar a Walter/ Que en toda la argentina comienza el carnaval”.

 

Esa contracultura contestaria, en muchos casos, supuso un rechazo, una impugnación del capitalismo por otros medios, inspirados en un costado menos militante, pero no por eso menos potente (¿no había algo de rebelde también en el revolucionario Guevara, ese dirigente –e incluso funcionario del Estado revolucionario cubano– que expresó una incomodidad con los formalismos burocráticos, desde la informalidad de su apodo Che, hasta sus pantalones de guerrillero que portaban un broche de colgar la ropa en las botamangas?).

 

 

II-

“Siempre quedan rezagados, y nuestra función no es la de liquidar a los rezagados, no es la de aplastarlos y obligarlos a que acaten a una vanguardia armada, sino la de educarlos, la de llevarlos adelante, la de hacer que nos sigan por nuestro ejemplo… el ejemplo de sus mejores compañeros, que lo están haciendo con entusiasmo, con fervor, con alegría día a día. El ejemplo, el buen ejemplo, como el mal ejemplo, es muy contagioso, y nosotros tenemos que contagiar con buenos ejemplos… demostrar de lo que somos capaces; demostrar de lo que es capaz una revolución cuando está en el poder, y cuando tiene fe”.

Las breves y sencillas palabras que Guevara escribe en su texto titulado Sobre la construcción del partido darían para ser desmenuzadas en un libro entero. ¡Cuántas aristas en tan pocas líneas! Me veo tentado de hacer un link con el filósofo Spinoza en torno a lo que puede un cuerpo, y no sabemos de antemano (¿qué puede un pueblo?); también a vincularlo con José Carlos Mariátegui, el Amauta, en torno a aquello de que los pueblos con victoria son aquellos capaces de gestar un “mito multitudinario”, porque la historia la hacen los hombres (y las mujeres, le agregaríamos hoy) “poseídos e iluminados por una creencia superior”, tal como escribe en El hombre y el mito, texto en el que destaca “la pasión y la fe”, la “emoción revolucionaria” que funciona en el siglo XX como una fuerza religiosa para el proletariado, quien se diferencia de la burguesía de entonces por poseer este “mito de la revolución social”, en lugar de caer en posiciones “incrédulas, escépticas, nihilistas”.

Es esta dimensión la que, más cerca de nuestro tiempo, supo rescatar el teólogo brasileño Frei Betto, cuando en su Carta abierta al Che (escrita en octubre de 2007), sostiene: “nos ha faltado destacar con más énfasis los valores morales, las emulaciones subjetivas, los anhelos espirituales”. Algo que Guevara nunca dejó de tener en cuenta, cuando planteaba que había que “contagiar con el ejemplo”. ¡Qué distancia ético-política entre esos planteos y los de quienes hoy hablan de la justicia social, pero se pasean en yate por el mundo, o viven en un country o en un departamento lujoso en Puerto Madero!

 

 

III-

¿Cómo contraponer un tipo diferente de subjetividad a la de la regla capitalista fundada en la materialidad y el interés? En estas cosas pensaba el Che en los ratos de pausa tras la incansable acción revolucionaria. Guevara es un marxista, se sabe. Pero también se sabe que su praxis excluye el dogmatismo. Huye de él como quien escapa de la peste. No anda, precisamente, con un manual soviético bajo el brazo. Por eso lee, estudia, pero también hace un llamado a “actuar permanentemente preocupados de nuestros propios actos”. Y por eso hoy, luego del siglo de crisis de las perspectivas humanistas, llamados como los del último Horacio González nos permiten rescatar al pensamiento y la acción de Guevara desde coordenadas que huyan a la nostalgia, y permitan una reapropiación de esos pasados sin retroceder en los avances, en sentido emancipador, que han tenido las contribuciones teóricas que combatieron el sustento burgués del humanismo. ¿Cómo recrear un humanismo crítico para el siglo XXI? ¿Cómo hacerlo en momentos de estupidez extrema como la actual?

“Se plantea a todo joven comunista ser esencialmente humano, ser tan humano que se acerque a lo mejor de lo humano, purificar lo mejor del hombre por medio del trabajo, del estudio, del ejercicio de la solidaridad continuada con el pueblo y con todos los pueblos del mundo, desarrollar al máximo la sensibilidad hasta sentirse angustiado cuando se asesina a un hombre en cualquier rincón del mundo y para sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva bandera de libertad”, dice en Qué debe ser un joven comunista.

Hoy que se afirma con tanta liviandad que “la rebeldía se volvió de derecha” y que la juventud ha virado a posiciones reaccionarias, neofascistas, bien podríamos pasar a la ofensiva (ideológica, sensible) y revisitar los horizontes emancipatorios que implicaron las ideas comunistas, por más que no sea ese el nombre que circula en la lengua política local, más impregnada en tradiciones nacional-populares, latinoamericanistas, que desde esa singularidad no dejan de tener presente la apuesta de la igualdad, esa en la que la justicia y la libertad no se contraponen sino que funcionan como un tríptico inescindible.

 

 

IV-

“Forjarnos en la acción cotidiana”, plantea el Che en El socialismo y el hombre en Cuba. La revolución tiene que ver con eso: no sólo socializar aquello que la propiedad privada expropia de la cooperación social para usufructo de una minoría, sino gestar un nuevo tipo de humanidad. Crear lo nuevo mientras dejamos de ser aquello que hicieron de nosotros, para decirlo con la conocida fórmula empleada por Jean Paul Sartre.

Si Guevara tiene vigencia no es tanto por sus reflexiones políticas, sus estrategias y tácticas, que se corresponden a un momento muy determinado de la historia (el siglo de las revoluciones, el “continente caliente” atravesado por el primer triunfo y construcción del socialismo en estas tierras de la Patria Grande), sino por ese debate que introduce en torno al “tipo humano” que produce el sistema productor de mercancías y, sobre todo, por la apuesta a gestar un nuevo tipo de experiencia humana. Es allí, para decirlo con León Rozitchner, en donde la militancia se juega el todo por el todo por construir no sólo una forma de vida diferente que se exprese en actos (esas “cosas concretas” que tanto le gustaban remarcar a David Viñas) sino también una nueva racionalidad, otra sensibilidad. Para ello la subjetividad política tiene que ser, necesariamente, parte de una agenda de intervención, y de elaboración en la que se tenga en claro que nuestra lucha (como la del Che y sus compañeras y compañeros de ruta), es sobre todo porque “no queremos ser más esta humanidad”.

 

 

*Texto publicado en el libro Revolución, rebeldía y espezanza. Escritos sobre Ernesto Guevara, cmpilado por la "Comisión Homenaje al Che"

Hospital Bonaparte: la Libertad Avanza con la destrucción de la salud pública

  

 


Por Mariano Pacheco

 

 

No es sólo ajuste económico, sino también política de la crueldad que contribuye a generalizar la precariedad psíquica de las grandes mayorías. La ofensiva generalizada del gobierno encentra obstáculos en dos pilares fundamentales de la memoria nacional de la vida popular argentina: la educación y la salud pública.


 

No es sólo ajuste económico, sino también política de la crueldad que contribuye a generalizar la precariedad psíquica de las grandes mayorías. La ofensiva generalizada contra aquello que no tienen empacho en caracterizar como “aberración” (la Justicia Social), está en el centro del gobierno de La Libertad Avanza.

Por eso, junto con la transferencia indiscriminada de ingresos desde las grandes mayorías trabajadoras hacia el minoritario sector de poder concentrado, el gobierno libertariano arremete con fuerza contra esos dos pilares fundamentales de la memoria nacional, de la vida popular argentina: la educación y la salud pública.

Es en ese marco que, durante el pasado fin de semana, el Hospital Nacional Laura Bonaparte captó el centro de la atención de las noticias del país, ya que durante la jornada del viernes, el ministro de Salud Mario Lugones anunció el cierre del establecimiento. Lo hizo en la misma semana en que despidió a los miembros del Consejo de Administración del Hospital Garrahan, y bajo el “argumento” de “baja productividad” de la institución de salud mental.

Todo esto en medio de una situación en la que la mayoría de las y los trabajadores cobran menos del sueldo básico mínimo, quedando incluidos debajo del índice de pobreza, ya que desde diciembre pasado han percibido un incremento menor del 10%, sumando a esta angustia la incertidumbre de la continuidad laboral puesto que los contratos pasaron en 2024 a ser trimestrales.

Tal como viene sucediendo en otros casos, también en este las declaraciones oficiales se prestaron a confusión y complementaron su sentido con operaciones realizadas desde las empresas monopólicas de comunicación, como Clarín y La Nación. “Los números no cierran”; “en todo 2023 el hospital alojó a 16 internados”; “a la guardia van tres pacientes por día”; “una inversión de $17.000 millones anuales para 600 empleados y 600 pacientes, ¿cómo se sostiene?”, fueron algunas de las declaraciones de “fuentes” difíciles de verificar.

La respuesta de la comunidad hospitalaria que se encontraba en asamblea en medio de una pelea por reactualización de los salarios para sus trabajadores e incremento de habares para sus residentes– fue inmediata: declaración de “estado de alerta” y convocatoria a una vigilia para rodear de solidaridad el conflicto, que fue escalando con el correr de las horas, hasta llegar a ser tomado por las y los manifestantes.

 

 

“Un ataque a la dignidad humana”

 

Así caracterizó a la maniobra del gobierno nacional, en diálogo con este cronista, una de sus trabajadoras, la psicoanalista Soledad Arrieta, coordinadora del dispositivo de orientación y apoyo a la urgencia en salud mental- 0800. Arrieta subraya el carácter “nacional” de su labor, ya que a ese número llaman personas de distintos rincones del país, a veces con situaciones de riesgo subjetivo crítico, como esa adolescente de catorce años que le tocó atender hace unos días, quien se comunicó con ella mientras se encontraba encerrada en el baño de un colegio, gillette en mano, anunciando que estaba por quitarse la vida. “Quieren derribar este hospital porque somos referentes de la Ley Nacional de Salud Mental”, comenta, entre orgullosa y angustiada, sin dejar de remarcar que circulan muchas malintencionadas interpretaciones de la Ley (sobre todo de sectores de la salud privada), como aquella que sostiene que no es posible internar o que sólo puede hacerse por dos semanas. “Eso no es así, lo que pasa es que se utiliza como último recurso, porque al fin y al cabo, estás privando de la libertad a un paciente”, dice, y luego constato, ley en mano, al leer entre sus artículos que la internación “debe ser lo más breve posible, en función de criterios terapéuticos interdisciplinarios”, y que en caso de que sea involuntaria, “debe concebirse como recurso terapéutico excepcional en caso de que no sean posibles los abordajes ambulatorios”. Esos abordajes que, efectivamente, el Bonaparte también realiza en otros sitios, como los situados en los barrios Fiorito, La Carcova, Zabaleta y Fátima.

 

 

 

Dato mata relato

 

Además de los servicios subcontratados de Limpieza, Seguridad y Cocina, el Bonaparte cuenta con Atención a la Demanda Espontánea, Consultorios Externos, Hospital de Día, Cuidados en la Urgencia, Servicios de Internación, de Salud Integral (Medicina General, Clínica Médica, Obstetricia, Laboratorio, Farmacia, Kinesiología, Odontología, Diagnóstico por Imágenes y Nutrición), Guardia Interdisciplinaria, Servicios de Niñeces y Adolescencias, una nutrida Administración (sistemas, gestión de pacientes, mantenimiento, personal, suministros, estadística, auditoría, contabilidad, choferes, gestión ambiental, recupero de costos, tesorería, entre otros), un Taller Socioproductivo, Abordaje Territorial (Zavaleta, La Cárcova, Fátima, Floreal, Villa Fiorito, entre otros barrios de CABA y Provincia de Buenos Aires), Redes (Telesalud y Programa de Fortalecimiento Asistencial), Residencias Interdisciplinarias de Salud Mental (RISaM) con especialización en Salud Comunitaria, un proyecto de Fortalecimiento de RISaM, Investigación, Docencia y Capacitación, Comunicación, un Centro Cultural, una Editorial Licenciada y el servicio de 0800 (Dispositivo de Orientación y Apoyo en la Urgencia de la Salud Mental) donde trabaja entre otros– Soledad Arrieta, quien destaca el reconocimiento no sólo nacional sino también internacional que tiene el Bonaparte en materia de salud mental y consumos problemáticos, debido a su abordaje integral, interdisciplinario e intersectorial, y repasa los números del comunicado elaborado por sus trabajadores, en el que se detalla que, en lo que va del año, se atendieron a más de 25.000 personas y se realizaron 98.000 consultas (únicamente en los servicios asistenciales), 80 niños de 45 días a 5 años (hijos e hijas de trabajadores de la administración pública nacional) asisten al Jardín de Los Abrazos, otras tantas decenas de personas de la comunidad concurren a los talleres abiertos de escritura, danza, cerámica, percusión, arte, radio (entre otras actividades culturales), por no contar los 50 talleres terapéuticos que se realizan para los usuarios del hospital, o las 40.000 personas de todas las provincias del país que en lo que va de este año ya se formaron en temáticas de salud.

 

 

 

Salud (pública) y comunidad (organizada)

 

En los momentos de crisis los tiempos se aceleran. Quizás por eso, y porque en la era de la posverdad la palabra tiene poco peso, es que el gobierno nacional actual se la pasa diciendo cuestiones que luego quedan desdichas por otras declaraciones. Como en este caso, que se comenzó afirmando que se cerraban las posibilidades de nuevas internaciones, para luego avanzar en sostener que era probable que se cerrara todo el hospital, para finalmente (negociación mediante, tras renuncia y reincorporación de su director), hablar de una “reestructuración” con permanencia de guardias. En medio se realizaron las jornadas culturales del fin de semana, en las que cientos de personas permanecieron en la puerta del lugar, durante todo el sábado y todo el domingo, copando la calle Combate de los pozos, desde Caseros hasta Rondeau.

Es que como sostiene el investigador Rocco Carbone en un libro reciente, el “fascismo psicotizante” de Javier Milei (y su programa de gobierno, podríamos agregar), tiene por método “afirmar lo que un instante después puede ser negado”. En esa lógica se produce el desamparo, ese que típicamente es combatido desde la hospitalidad de quienes sostienen (sostenemos) la igualdad como bandera, principio y fundamento ético-político. No en vano la familiaridad existente en el propio lenguaje, entre las palabras hospitalidad (darse amparo) y hospital (casa de huéspedes).

Es que en la lucha por defender, conquistar y ampliar derechos se haya una de las claves de la vida saludable de un pueblo, que nunca es una sumatoria de individuos que compiten entre sí por sobrevivir, sino una común-unión entre experiencias diversas que anhelan estar juntas, al amparo de la desdicha que genera el aislamiento social.

Algo de eso pudo verse también este mediodía, cuando finalizaba la conferencia de prensa convocada en la puerta del Hospital Laura Bonaparte, y entre declaraciones de estado de alerta y festejos por la contundente y amplia respuesta que tuvo la convocatoria de las y los trabajadores del lugar a defender la continuidad del trabajo que allí desarrollan, las columnas se retiraban cantando, entre saltos y abrazos y, como supo decir el poeta uruguayo Mario Benedetti, otros le daban al bombo con su más generoso rencor.

lunes, 30 de septiembre de 2024

¿Ha triunfado la cultura de la incomunicación en la ciudad?

 


Por Mariano Pacheco*

  

 

Pospandemia

 

¿Cómo hacer lazo en una ciudad de plazas enrejadas, bares en donde los precios de una gaseosa, cerveza o café no están a la altura de los ingresos medios de las mayorías trabajadoras y el discurso massmediático, en su velocidad e intensidad, no hace más que disolver el suelo en el que cualquier tipo de valores son posibles (como decía Ignacio Lewkowicz)? ¿Cómo tramar vínculos en una dinámica urbana en la que el capital ha instalado la lógica de “cualquier cosa a mano desde casa”, con aplicaciones que nos permiten comprar todo aquello que estemos en condiciones de comprar (y cuando no podemos ni siquiera queremos salir porque no nos sentimos a la altura de lo que debemos ser: “individuos-consumidores)? ¿Cómo nos relacionamos en este horizonte de catástrofe pospandémica global, y de fastidio nacional, en donde hasta la política se procesa en términos individualistas (lo que “me pasa” con la “frustración”, la “desilusión”, etc)?

 

¿Cómo nos relacionamos en medio de tantas restricciones, entre plazas enrejadas y bares con precios exorbitantes? Las posibilidades para sostener hoy en día esa tradición tan porteña de sociabilidad nocturna, sostenida en el encuentro en plazas pero sobre todo en esa “cultura del café”, se ve tremendamente acotada. Cultura que, si bien es cierto tiene sus orígenes en dinámicas de otras tierras (como la francesa), y expresa un poco el “colonialismo subjetivo” que nos constituye, también lo es que luego de tanto tiempo en el que un rasgo constitutivo de la Argentina fue la “mezcla” de tradiciones, ya es un poco nuestra. ¿Seguirá siendo? Las restricciones económicas alteran las formas de hacer lazo social.

 

No en vano, en un breve y bastante poco conocido texto titulado ¿Qué hacer?, el filósofo francés Louis Althusser supo dar cuenta de la operación del capital empecinada en atacar esa sociabilidad obrera del café, al introducir la política de vivienda individual y el automóvil. Operación, dice, de “despolitización indispensable de la clase obrera”, preocupada por sostener el sueño del “jardín de su casa”, su pequeña familia y los “créditos a largo plazo”. En los países periféricos, en tiempos como los actuales, ya ni en jardines familiares, ni en créditos hipotecarios, ni en renovación de automóviles se puede “soñar”.

 

 

Terror

 

La precarización generalizada de la vida trae aparejada una precarización psíquica de la que muchas veces nos cuesta hablar. No es sólo la precarización de las condiciones materiales de vida, sino lo que esta situación trae aparejada en nuestra subjetividad, con cuestiones que padecemos, pero también, con aquello que no nos afecta de manera directa pero que repercute en nosotros por ver (y sentir) lo que pasa a nuestro alrededor: sea entonces hacer los mil y un malabares para pagar el alquiler, los impuestos y comprar la comida mínima necesaria para alimentarnos o ver en las calles a cada vez más personas que viven a la intemperie, tiradas sobre un colchón, una manta o apenas un pedazo de cartón, a quienes ya ni piden limosna porque se han resignado a sobrevivir sin dinero, hurgando en tachos de basura donde un pedazo de comida podrida comparte morada transitoria con ratas o basura de distinto tipo; sea por la tensión y los nervios por garantizar llegar al menos con lo justo a fin de mes o la angustia por ver a quienes ya no tienen en el horizonte más que el día o a lo sumo la noche en la que transitan sin sentido por la ciudad… (“Alguien fuma en el cajero/ Y sueña que tiene la televisión prendida/ Qué triste cuando se apaga la vida/ Durmiendo en la calle… En el cielo las estrellas/ Y toda la frente adornada con espinas/ La noche está llena de tristeza/ Durmiendo en la calle/ Cerca de mi casa…”, canta Andrés Calamaro en esa bella y triste canción titulada “En un hotel de mil estrellas”).

 

Los malestares crecen y las soluciones que se nos ofrecen tienen a individualizarnos aun más: autoayuda, queja, medicalización, conforman distintos enfoques para una misma cuestión: parece que estamos solos en el mundo. La vida virtualizada no hace más que acentuar esta dinámica: creemos que permanecemos hiperconectados cuando en realidad estamos cada vez más desconectados.

 

Los defensores acríticos del desarrollo tecnológico suelen valga como ejemplo– postear en redes sociales fotografías antiguas, en las que pueden verse a decenas de personas juntas –aunque separadas– esperando el tranvía con periódicos en mano. “¡Vean dicen– la gente siempre estuvo en la suya, lo que cambia es el formato!”. Lo que no dicen esas imágenes es aquello que podemos leer de ellas: que incluso en esas escenas de personas ensimismadas leyendo lo suyo, hay una “comunidad de lectores” que funciona como trasfondo: están los de La Nación, los de Crítica, los del diario Página/12 o la Revista Fierro o la Crisis, o la Sudestada (la comunidad varía de acuerdo a las épocas y las posiciones ideológicas). Con los libros pasa algo similar. Con los celulares, no: cada uno en su mundo y nadie sabe que anda leyendo el otro, si es que lee, porque la tendencia se fue desplazando de portales a Facebook y luego, ya, directamente, a formatos puramente audiovisuales, como Tik Tok o Instagram (sólo los luser, los que “no entendemos nada”, subimos y leemos algún texto perdido en esta red).

 

Incluso ese movimiento de repliegue sobre uno mismo que implicaba escuchar música ha mutado en nuestras vidas urbanas contemporáneas: la posibilidad de utilizar los celulares sin auriculares se ha transformado en regla, en la que cada quien pone a todo volumen los sonidos que le parece, en pequeños espacios cerrados como el tren, el subte o el colectivo, gestando la “anticomunidad”. Lo que se detecta con claridad ya no es algún tipo de lazo, real o simbólico, sino la ausencia total de registro del otro. Sujetos sujetados a la lógica ensimismada que se deriva de concebirnos (aunque nunca lo hayamos siquiera pensado) en individuos que habitamos un espacio de átomos aislados, en donde el (no) vínculo está sustentado en esa guerra potencial de todos contra todos de la que hablaba Thomas Hobbes en su clásico libro Leviatán, en el que postulaba que en “estado de naturaleza el hombre es lobo del hombre”. Frente a ello la teoría política contracactualista proponía construir un “Estado fuerte”, que garantizara la seguridad de todos. Ya ni siquiera en eso piensan los actuales liberales.

 

 

Imaginación

 

¿Ha sido siempre así la dinámica urbana? ¡Para nada!

 

En la mortífera soledad ensimismada en la que nos deja situada la repetición ciega de esta lógica social de la desconexión corporal y subjetiva, no hay lugar para el amor, para la amistad, ni para la imaginación que puje por construir otro tipo de vida. Ni que luche por ella. Pero esto no h sido siempre así, es parte de este momento histórico en el que la calle ha sido “destituida como espacio público y político”, para volver sobre las palabras de Lewkowicz en su libro Todo lo sólido se desvanece en el aire, donde también apunta: “en condiciones de mercado la calle se transforma en esa distancia desértica que separa al consumidor de sus objetos de consumo”. Por eso nos detenemos aquí en recuperar su apuesta: la de asumir que no habrá calle hasta que una estrategia subjetivamente la obligue a existir (nuevamente, resignificada). Porque la destitución de la calle como espacio público la destituyó de “zona de encuentros aleatorios”, para transformarla en un sitio amenazante.

 

Frente a este panorama, cabe destacar entonces la importancia de la producción de insumos para librar la disputa anímica, porque como tan bien supo señalar el escritor italiano Ítalo Calvino, en su novela Las ciudades invisibles, hay un arte de saber detectar “quien y qué, en medio del infierno, no es infierno”, para “hacer que dure” y “dejarle espacio”. Hoy en día desarrollar ese arte se torna no sólo deseable en términos existenciales (de una ética singular), sino también necesario en términos políticos (es decir, colectivos), programáticos.

 

Porque como sostiene Leslie Kern, en Ciudad feminista, la apuesta es por desmantelar las barreras físicas y sociales en post de construir una vida urbana en la que todos los cuerpos “sean bienvenidos y tengan un lugar”. Para ello, entre muchas otras cuestiones que se mencionan en el libro, es necesario contar con “medios de transporte accesibles, veredas sin obstáculos, viviendas asequibles, baños públicos seguros y limpios, acceso a jardines y huertas comunitarias, un salario mínimo digno, espacios compartidos para tareas como la preparación de la comida” (obviamente, como está en el centro del ensayo, todo esto implica cultivar una mirada no sexista en el planeamiento urbano).

 

Que hay otras urgencias que es prioritario abordarlas en el corto plazo es una obviedad y, quizás por eso, se repita una y otra vez en los ámbitos políticos. Pero la política no sólo bebe de las aguas de las luchas sociales y las disputas institucionales, sino también de una imaginación capaz de ampliar los horizontes de posibilidades que se plantean en una época. Un rol social de la literatura (en sentido amplio, en el que este mismo texto se inscribe), seguramente debería ser contribuir en ese sentido. Si es que asumimos que una ciudad es también una red de relatos y de relaciones.

 

Sin gestación de una trama común, entonces, el espacio urbano estará condenado a seguir siendo un mero sitio de especulación de las grandes corporaciones. Y terreno baldío para cualquier horizonte de comunidad que ponga en primer plano esos grandes ideales que guiaron las luchas de otros tiempos: conquistar la felicidad del pueblo, y la grandeza de la nación.

 

 *  Nota publicada en Revista Zoom