martes, 21 de septiembre de 2021

Economía popular y proyecto nacional. Apuntes para esta coyuntura urgente

 


Por Mariano Pacheco para La Tecl@ Eñe*

 

Entre el “reordenamiento” del gabinete nacional y las elecciones legislativas tenemos por delante dos meses en los que se deberá evaluar, de manera simultánea, qué capacidad encontramos para abordar un triple desafío que se nos presenta en esta coyuntura: perfil reparativo de las nuevas medidas; capacidad para revertir los resultados electorales de septiembre y mayor delimitación de los rasgos que va ir adquiriendo la transición hacia la pospandemia.

 

Ante cada crisis los sectores tradicionales de la política argentina profundizan su conservadurismo (incluimos también en esta línea al progresismo). Esto resulta preocupante, ya que hay dos modos fundamentales de abordar las crisis: negarlas, en el afán de salirse de ellas como quien huye de la peste, buscando reponer un supuesto orden en el que no existen los conflictos; o más bien, asumirla para leerla y operar sobre ella de modo tal que aquello que antes permanecía oculto, pueda ser puesto sobre la superficie. En nuestro caso, la actual crisis nos permite ver, en simultáneo, por lo menos dos elementos: las deudas sociales de la democracia de la desigualdad; las estrategias populares que vienen dando respuestas ante cada situación de emergencia (generalmente frente a una política tradicional que queda sorda, muda y ciega, o en el mejor de los casos, que finge pretender ver, escuchar y hablar para ofrecer respuestas que por lo general no apelan a un diálogo con esas estrategias populares).

En esta coyuntura resulta clave tomar medidas para salirse de la burbuja de impotencia en la que se encuentra en la actualidad el gobierno nacional. La crisis en la gestión es producto del adverso resultado electoral, que a su vez es producto de una crisis anterior: el modo insuficiente en que se atendieron las problemáticas más sentidas por nuestro pueblo durante una de las mayores crisis sanitarias (y por lo tanto, también económica y social) que atravesó la humanidad. Por eso sostenemos aquí que la disputa por los nombres entre quienes ocupan o dejan un cargo ministerial habla y mucho de quienes han hecho de la política una profesión, pero poco y nada dice para la amplia mayoría de sectores populares, quienes necesitan de manera urgente que la política sea entendida y practicada como una herramienta para la transformación. Una transformación que es urgente, porque urgentes son las necesidades básicas hoy insatisfechas, con casi un 50% de la población sumergida bajo la línea de pobreza y un índice anual de inflación que ronda el 45% (mientras los salarios han aumentado un 35%... sólo para la mitad de la clase trabajadora que se encuentra empleada bajo relación salarial). De allí que ya se esté hablando de un aumento al menos 10% superior al estipulado, que se anunciaría este martes tras la reunión del Consejo del Salario, que adelantó diez días su fecha de encuentro.

Más allá de la inflación y los salarios, una discusión central será la de la negociación con el FMI ¿No habrá llegado la hora de que los Movimientos Populares, organizaciones sociales y fuerzas políticas con aspiraciones transformadoras convoquen a una consulta popular al respecto?

 

Una Agenda de octubre

Para el 18 de octubre está prevista una movilización de la CGT junto a los Movimientos Populares, en conmemoración por la gesta que dio nacimiento al peronismo, el emblemático 17 de octubre de 1945.

¿No habrá llegado el momento en que esta unidad, que permite pensar en la recreación de una nueva columna vertebral en Argentina, asuma el desafío de construir una agenda popular para la pospademia? A modo de ejemplo, mencionamos aquí  una serie de  puntos a través de los cuales se podrían abordar aquello que hoy se torna fundamental para el conjunto de la clase trabajadora:

1)    Plan de obras públicas (con participación del sector cooperativo de la economía popular)

2)    Plan de construcción de viviendas (también con participación del sector cooperativo de la economía popular)

3)    Programa de acceso a la tierra, urbana y rural, para la producción

4)    Programa de acceso al crédito para la producción

5)    Establecimiento de políticas impositivas progresivas

6)    Estricto control de precios

7)    Aumentos salariales y de asignaciones familiares acordes a los índices de inflación

8)    Consulta popular que coloque en el centro del debate la relación entre deuda externa y deuda interna

 

Una propuesta así, obviamente, requiere del compromiso de las y los funcionarios de salirse del simple lugar de la gestión, para asumir la necesidad de hacer política. No mera campaña electoral, sino visualización de las tensiones y los conflictos de intereses que hoy nos desgarran como sociedad. Para ello, no es posible seguir sosteniendo el enfrascamiento en el que se encuentra la mayoría de la dirigencia política. Tal como sostuvo Martín Burgos en una nota publicada este domingo en el diario Página/12, si alguna lección ha dejado esta pandemia es la importancia que la planificación económica tiene como instrumento del desarrollo, aprovechando al Estado como estructurador económico y social, con fuerte presencia como oferente y demandante en numerosas ramas de la economía. De allí que resulte fundamental contemplar aquello que viene aconteciendo por abajo, en los territorios, donde se organiza la economía popular, y de una vez por todas asumir que sin nuevos paradigmas será imposible salirse de la encerrona en la que nos coloca querer resolver los problemas contemporáneos con recetas ya caducas. Asumir a la Economía Popular como actor productivo y político, y no sólo social (población vulnerable a la que hay que asistir con alimentos y subsidios) implica revalorizar el rol jugado por un importante sector de la población durante la pandemia, e incluso en años anteriores. Claro que esto implica no sólo poner en discusión la redistribución de la riqueza sino también del poder político y simbólico, y dejar de ver allí “población en riesgo” para visualizar el potencial productivo y político de un sujeto social que resuelve a diario muchas problemáticas, que piensa y propone medidas no sólo para sí mismo sino para los sectores populares en general.

“Sin poder popular no hay justicia social”, esgrime una consigna. Sin tener en cuenta el poder social y el potencial productivo construido por las economías populares, entonces, no será posible pensar en ningún proyecto de desarrollo nacional. Hemos advertido hace unos días sobre el deseo y la necesidad de comenzar a abordar con mayor rigor la discusión en torno al proyecto, porque el resultado de las elecciones del 12 de septiembre han demostrado que amplias franjas de la población están con bronca, y desencantadas con este gobierno. No serán sólo medidas urgentes para paliar necesidades inmediatas (aunque éstas sean la condición de posibilidad de todo el resto), las que resuelvan por sí mismas esta situación. “No sólo de pan vive el hombre” (y la mujer). Eso entendieron hace rato y muy bien las usinas ideológicas del neoliberalismo, que operan sobre el deseo de las masas de un modo en que ni las izquierdas, ni los progresismos, ni los proyectos populares, estamos pudiendo entender.

 Tenemos que empezar a imaginar, a proyectar, a pelear por futuros próximos que contemplen alternativas a este presente desolador. De eso se trata, en gran medida, hacer política. Soñar, pero a condición de ser realistas, de permanecer despiertos, entre otras cuestiones, para que los poderes fácticos no nos duerman otra vez. 

 

* Director del Generosa Frattasi, Instituto Plebeyo de la Federación de Cooperativas de Trabajo Evita/Unión de Trabajadoresy Trabajadoras de la Economía Popular. Miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular. Integrante de la Cátedra Abierta Félix Guattari. Responsable de la Formación del Movimiento Evita en la Provincia de Buenos Aires.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Elecciones- Un tropezón no es caída, pero te podés lastimar


Por Mariano Pacheco*


 Hay que recuperar con fuerza el paradigma de un proyecto: ofensiva sensible, agenda económico-social, disputa política, batalla de ideas.


La rotunda derrota electoral del Frente de Todos en las PASO de ayer da cuenta del profundo llamado de atención para la coalición gobernante. Y esto en un doble sentido: por lado, la mayoría de la población ha dado un mensaje de que las cosas no pueden seguir así. Por otro lado, ese descontento se ha canalizado por derecha, incluso dando un visto bueno a quienes condujeron el país al abismo, apenas dos años atrás.

 

No parece ser un dato menor que la izquierda identitaria, sumando los votos de sus seis expresiones trotkistas (las cuatro que fueron a internas del FIT-U --es decir, MST, PTS, PO, IS--, mas Palabra Obrera y el Nuevo MAS), haya cosechado no más del 7 % de los votos. Sí, han realizado una mejor elección que en otras oportunidades, obtuvieron buenos resultados en Chubut y dieron un batacazo en Jujuy (alguna vez lo dieron en Salta), pero el dato central de estas Primarias no es el leve repunte de estas expresiones sino que la derecha que se presentó fragmentada por fuera de la interna de cambiemos logró sumar alrededor de 12 %. Es decir, que la derecha en su conjunto, con 50 % de caudal de votos, se posiciona como una nueva mayoría en la Argentina. Tampoco parece ser un dato menor que los candidatos más votados de la derecha hayan sido los responsables más cercanos en el tiempo de la debacle del país (no importa que Larreta se haya impuesto sobre Macri o Juez sobre Negri en Córdoba, porque como declaró éste último, en noviembre estarán todos juntos “para combatir el populismo”).

Por el lado del peronismo, entre Ranzazzo y Moreno juntaron menos que la izquierda (y casi lo mismo que el voto en blanco), es decir que, sumando esos votos peronistas a los del Frente de Todos, no se llegó si quiera al 40%. El porcentaje de presentismo, por otra parte --teniendo en cuenta que eran elecciones primarias y en pandemia--, fueron elevados. Esto tira por la borda las estimaciones de las encuestadoras (nuevamente). Está claro entonces que el descontento no se expresó ni por la vertiente de la anti-política ni tampoco a través de las corrientes de izquierda o de un peronismo más ortodoxo. La mitad del padrón eligió opciones de derecha.

 

Una lupa para leer la época

El escenario tiende nuevamente a polarizarse. Por el lado de Juntos por el cambio, es parte de su estrategia: polarizar e intentar reducir la amplitud de la coalición gobernante actual al kirchnerismo. Esperemos no sea también estrategia del cristinismo, porque si hay que ha primado en estos últimos dos años en un alto porcentaje de quienes somos parte del Frente de Todos, es el deseo de tercera posición.

El desafío es enorme: agrupar en un mismo polo una gran diversidad de expresiones, que puedan plantearse claramente como una alternativa al proyecto cambiemista que gobernó hasta 2019, poner en valor lo acertado de determinadas formas de administrar la pandemia, pero también de dar cuenta de una autocrítica, y proponer líneas de acción concreta para la pospandemia (Cristina, por ejemplo, habló una hora durante el acto de cierre en Tecnópolis, con abundantes referencias al pasado, incluso de su pasado personal y familiar, pero poco o nada respecto del futuro de las mayorías populares del país).

La división del frente opositor, la incógnita en torno a qué capacidad de conservar intactos los votos radicales tendrá Juntos también juega en la coyuntura que se avecina, aunque lo central tendrá que pasar puertas adentro en base a la lectura autocrítica que pueda realizarse.

Si todo esto resulta vital es porque corremos el riesgo de perpetuar las dificultades que venimos arrastrando para leer las situaciones, desde la coyuntura previa al ballotage Scioli-Macri hasta hoy. Enunciados del tipo “medidas económicas ya” o “redoblar la militancia desde hoy mismo” no pueden ser las únicas respuestas.  Claro que uno de los puntos centrales de la hora es abordar con mayor profundidad la agenda económico-social, porque no alcanza con denunciar que el combo herencia macrista + pandemia mundial fue fatal, sino que hay que poder hacer algo con eso. Estamos en ese aspecto en números escandalosos, de pobreza e indigencia, pero también de brecha entre los aumentos de los índices de inflación y los del salario real. Tampoco se trata (sólo) de “más militancia”, en tanto no se problematicen los modos en que se lo hace: hay que escuchar más, permanecer a la apertura del intercambio, poder leer qué repertorios ya están totalmente caducos o al menos profundamente deslegitimados y no caer en la tentación de pensar que entonces debemos hacer las cosas como la derecha. Porque la derecha tiene otro proyecto, y éste es inescindible de los modos en que se expresa (memoria de corto plazo, trabajo sobre lo emocional, slogans sin fundamentos, mentiras descaradas, ocultamiento de sus intenciones).

Y hablando de proyecto, vieja palabrilla un poco en des-uso, quizás sea la hora de retomarla un poco. No puede ir la agenda económico-social por un lado, la disputa política por otro, la batalla de ideas extraviada como patrulla perdida y las ofensivas sensibles como interrogante perpetuo. Hay que poder anudar estas dimensiones en una estrategia integral. Y para ello se requiere un trabajo arduo, sostenido, de miras lejanas. Hay que poder trabajar sobre las herencias y los cambios epocales.

 

Desigual y combinada

Un desafío de la hora es abordar los cambios epocales.

La pandemia radicalizó una serie de tendencias que venían pujando por abrirse espacio, y ella misma abrió un momento específico de crisis multimensional. Pues entonces no es posible pretender resolver los problemas urgentes de la hora con recetas ya caducas, con formas anticuadas, con repertorios gastados y contenidos añejos. Y lo inverso también es válido: no se puede saltar del discurso de reconstruir la Argentina peronista al tarot y las humoradas sobre garchar, aunque no haya que descartar ni el garche, ni el juego, ni el humor como cuestiones políticas.

Las brechas entre militancias populares y de nuevos emergentes y las y los funcionarios y dirigentes políticos “de carrera” es enorme. Y profunda la desconexión entre estas instancias y el que-hacer intelectual y las intervenciones en torno a cuestiones vinculadas a la subjetividad  El momento electoral no puede ser una excepción en este proceso de necesario reanudamiento de estas instancias. Hay que asumir la integralidad sensible, económica, política, cultural de las apuestas en las que nos embarcamos.

Recuperar la iniciativa táctica requiere entonces, necesariamente, discutir más fondo algún tipo de perspectiva estratégica.

Y el mundo actual muestra que la recuperación de márgenes de autonomía de los Estados nacionales en el orden mundial neoliberal sólo puede ser una parte de la película. Los otros tramos del film que protagonizamos requieren apostar por la invención, entender la política misma como una invención, y retrabajar la herencia: ¿en qué nos equivocamos en el pasado? ¿Qué cuestiones pretéritas ya no tienen sentido en nuestro presente? Y por el contrario: ¿qué elementos de la tradición debemos rescatar, retener, refuncionalizar para no quedar atrapados en la red de elementos inmediatistas en que nos vemos envueltos en la era del realismo capitalista?

Las luchas feministas y de la diversidad, los paradigmas ecologistas y las prácticas territoriales de matriz comunitarias de algunas economías populares tienen mucho para decir al respecto. Hay que ver hasta dónde la política tradicional (incluso la progresista) está dispuesta a escuchar, a incorporar, a dejarse interpelar.

Después de las PASO de 2019 el macrismo recuperó diez puntos. No ganó, pero tampoco se retiró humillado; y le quedó nafta para esta disputa de 2021. Cristina Fernández activó una batería de medidas tras la derrota de 2009 y arrasó en 2011. Así que un desafío de la hora es combatir el desánimo en las propias filas. Y ser más audaces para imaginar el futuro.

Álvaro García Linera insiste en una caracterización que deberíamos retener. Dice que a diferencia de épocas anteriores ahora los momentos políticos son muy inestables, y todo triunfo (popular, progresista o neoliberal) debe asumirse en su fugacidad. Como si el “equilibrio inestable de fuerzas” ya no fuera un momento excepcional sino una constante. Sobre el fondo de esta cuestión está el debate sobre las formas de vida contemporáneas.

Si el capitalismo en su fase neoliberal produce no sólo al hombre y la mujer como mercancías, sino un tipo determinado de subjetividad, necesitamos urgente emprender una analítica micro-política capaz de indagar sobre los ámbitos de la sensibilidad, trabajar críticamente en torno a cómo el neoliberalismo fabrica modos de vida que logran captar y modelar los deseos de las personas. Porque allí se juega una disputa fundamental: y no hay relatos de Víctor Hugo Morales, columnas de opinión en Página/12 o locutores ofuscados de C5N que puedan aplacar esta tendencia. Porque el problema no es sólo de información o de conciencia, sino mucho más profundo (el enemigo histórico no está sólo allí afuera, cosechando votos en lugar de golpear las puertas de cuarteles militares, sino que actúa como un centinela dentro nuestro, al interior de cada espacio propio, e incluso, adentro de cada una, de cada uno de nosotros).

Que la disputa comunicacional es una parte de la pelea, sí, claro (otra es la discusión sobre el modo en que se aborda); pero debemos inscribir esa disputa en una lucha cultural más amplia (que implica asimismo “batalla de ideas” y “ofensiva sensible”, para retomar el concepto con el que Diego Sztulwark tituló un libro suyo). Las otras partes, como ya hemos señalado, implican una agenda económica y social urgente para atender las necesidades elementales de los sectores más golpeados por la situación actual y vocación política de sostener la unidad.

Sin estos elementos no hay salida victoriosa en el horizonte de las disputas en curso. Esperemos que las y los funcionarios y dirigentes políticos tradicionales hayan tomado nota de los resultados de ayer. Esperemos tengan la generosidad de tener más en cuenta a las organizaciones sindicales, los movimientos populares, las construcciones sociales a la hora de emprender la patriada que tenemos por delante.

Un tropezón no es caida. Pero te podés lastimar. Y aquí no se daña sólo la gestión del gobierno. Aquí se daña nuestra dignidad, se lastima el presente y el futuro de nuestro pueblo, de nosotros, de nosotras, que somos parte de él, porque vivimos como él, y no como los sectores privilegiados que pretendemos combatir cuando decimos anhelar y luchar por una Argentina libre y soberana, por un país con justicia social.

 

*Director del Generosa Frattasi, Instituto Plebeyo de la Federación de Cooperativas de Trabajo Evita. Miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular. Integrante de la Cátedra Abierta Félix Guattari. Responsable de la Formación del Movimiento Evita en la Provincia de Buenos Aires.

lunes, 26 de julio de 2021

Evita: la tradición plebeya del peronismo desde abajo


                                                                           POR MARIANO PACHECO*

Cada vez que Evita retorna subvierte las versiones construidas en torno a su figura, incluso de las oficiales de la propia tradición peronista. Claro que como señaló Pier Paolo Pasolini, también nosotres decimos que “no hay que abandonar la tradición a los tradicionalistas”. Y por eso no proponemos tanto una disputa de sentidos entre tradiciones, sino más bien la construcción de un legado. Rescatar lo vivo incluso de quienes fallecieron, frente a lo muerto del pasado que se impone como autoridad, como aquello que no se puede modificar. Por eso, decimos, el legado recupera el juego y el arte para la política, y en este caso, puede verse ejemplificado en las imágenes que vienen circulando, con una Evita que viste pañuelo verde. Una Evita “Diversa” hoy, o “Piquetera” en los noventa, así como en los años setenta existió una Evita Montonera, ¿por qué no?

El planteo no es nuevo, claro. Incluso antes de que la noche cayera sobre las ilusiones de cambios sociales profundos, en las vísperas de la ofensiva de masas por construir una patria libre, justa y soberana –nuevamente-- Cooke había planteado --en 1965, en un encuentro de la CGT realizado en Bahía Blanca--, que no se podían proyectar más los 26 de Julio como un día de misas recordatorias, “entre lágrimas, suspiros y desmayos” –decía el Bebe--, sino que había que proponerlos en su “significado político concreto”, como “problema revolucionario”, como “proyección” y no como “figura histórica desteñida”. Por eso, podría decirse hoy, no hay placas ni ceremonias en esta Evita que reivindicamos para reescribir la historia. Como Leónidas Lamborghini lo hizo en 1972 con su “poemario-incendiario” (“Eva Perón en la hoguera”).

Las reescrituras como ejercicio, entonces, literario, pero también político: destrucción y reconstrucción, no de un modelo, sino de una pieza que puja por hacer surgir algo nuevo a partir de ese darle una nueva forma a los vestigios de la obra anterior. La obra de Evita. Su trabajo social, pero también, su obra discursiva, su obra política, con una intervención clara que se planteó abrir el paso a las mujeres humildes y a los cabecitas negras, sus grasitas (“¿Sabrán mis grasitas todo lo que yo los quiero?” se pregunta Eva en “Mi mensaje”). Querer como poder-hacer-política también.

Las reescrituras no tranquilizan, claro, porque aquietan las aguas de las y los conformistas. Por eso la ruptura del modelo es fuerte: porque disloca, descoloca, quita a las personas que han muerto del lugar de las conmemoraciones vacías, los rituales estériles, las placas frías alejadas del calor de las pasiones de quienes estamos con vida… y luchando. Esa tradición, la que hace de la repetición de lo pasado la fuente de autoridad presente, y cuyo método por excelencia es petrificar todo lo que nombra, no nos sirve. La tradición que nos sirve es la que inspira, y por eso le decimos hoy, aquí, legado. Pero tradición plebeya o legado, lo que importa es el mensaje, el de Evita, el que hoy, a través de las reescrituras, nos posibilitan combinar temporalidades diferentes. Evocar el mito que conjure el fetiche. Mixturar lo viejo con lo nuevo.

 

* Director del Generosa Frattasi (Instituto Plebeyo); miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular (UPNP); Secretario de Formación del Movimiento Evita en la Provincia de Buenos Aires.

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domingo, 25 de julio de 2021

SOMOS LO QUE FALTA (Sobre las paradojas de la situación actual tras el cierre de listas)

 


POR MARIANO PACHECO

El cierre de listas de ayer no hace más que expresar algo que, en lo estructural, no ha cambiado desde 1983 hasta acá: la insuficiencia de expresión de la política popular en la política institucional. Y no es para sorprenderse, si pensamos en que el horizonte de nuestra época (con sus más y sus menos en las variaciones de los ochenta a hoy), es el de la democracia de la derrota: una democracia castrada, de la desigualdad (no sólo económica y social sino también cultural), que no es más que expresión de las correlaciones de fuerzas en la sociedad, nuestra sociedad, la que nos quedó tras el aplastamiento a sangre y fuego del último gran intento de transformación social, pero también del nuevo orden mundial neoliberal que se instauró en el mundo tras la caída del muro de Berlín (“la era del realismo capitalista”). Pero la posdictadura, ese largo ciclo en el que estamos inmersos, no fue siempre igual, y así lo demuestra el acumulado popular que hoy puede verse en el nivel de conciencia, organización y capacidad de movilización popular que fue el dato fundamental de las luchas de los últimos años (del precariado, los feminismos y la diversidad, incluso de las y los trabajadores asalariados), de la derrota electoral del macrismo en 2019 y del protagonismo de las y los de abajo durante la pandemia, cuando la movilización en marchas y para asistir a actos se transformó en una gran movilización desplegada por grupos más reducidos en cada pueblo, en cada asentamiento, en cada villa y barrio popular en donde hizo falta, para desplegar con más intensidad aquello que ya se venía desplegando desde hacía años, incluso décadas en algunos sitios: un entramado de cuidados colectivos, comunitarios, de trabajo autogestivo y cooperativo, de asociación de iniciativas personales, familiares, vecinas y de grupos de cercanía para contrarestar la política de muerte del virus (el COVID 19), pero también de las consecuencias de políticas neoliberales, aplicadas por gobiernos neoliberales pero también sostenidas como políticas de Estado por gestiones progresistas o posneoliberales.

El nivel de incidencia del movimiento popular en su conjunto en la actual institucionalidad no se puede medir sólo por el resultado del cierre de listas de estas PASO previas a una elección de medio término, sino por el proceso de construcción de poder popular más general: decenas de compañeros y compañeras hoy son concejales, diputados provinciales y unxs cuantxs nacionales; otras decenas ocupan espacios en ministerios, secretarías y otros ámbitos estatales.

Sin embargo, tres cuestiones resultan fundamentales a la hora de atravesar esta coyuntura:

 

1)    No debemos olvidar que, en términos generales, la institucionalidad vigente sigue siendo la del Estado, la democracia y la “clase política” liberal.

 

2)    Así y todo, este es el contexto en el que debemos actuar, frente a los adversarios que tenemos (con sus capacidades) y con los aliados con los que contamos (con todas sus limitaciones); de allí la necesidad imperiosa de sostener una campaña que permita al firme de Todos ganas las próximas elecciones.

 

3)    El lugar escaso y subordinado que terminaron teniendo las militancias populares (que fueron quienes más a fondo “bancaron la parada” de la situación adversa de la pandemia entre la clase trabajadora) en el cierre de listas, muestran más que nunca la necesidad de contar con una propia herramienta política de las y los trabajadores y el pueblo humilde que hoy construye el Peronismo desde Abajo, no para corroer la unidad construida, estratégica y fundamental, sino más bien para sostenerla y profundizarla pero desde una perspectiva popular, con una agenda propia dentro de la amplia coalición.

Un sabor semi-amargo, aunque no una sensación de derrota, nos deja este cierre de listas.

Aún falta pasar blanco sobre negro cada una de las listas en todos los distritos del país, pero no deja de ser un motivo de orgullo ver los nombres de tantas compañeras y compañeros en las distintas listas. Así que una felicitación al esfuerzo colectivo, que hoy se plasma en algunos de estos nombres singulares, entre los que se encuentran los que comparto abajo.

 

* Director del Instituto Generosa Frattasi, miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular, Secretario de Formación del Movimiento Evita en la Provincia de Buenos Aires.

 

FELICTACIONES COMPAÑERXS:

Chuky Menéndez y Natalia Peluso, Eduardo Toniolli, Martín Sereno, Ayelén Spósito, candidatos a Diputadxs Nacionales por las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Misiones y Río Negro y Cecilia Barros por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y Agustín Balladares, Marcelo Pitu Basualdo, Rosalina Mendoza, Pitu Pres, Érica Pereyra, Claudia Borras, Rocío Mateo, Laura Gallo en Lanús, Florencio Varela, Quilmes, Vicente López, San Miguel y Necochea, Roque Pérez… y habrá que seguir completando la lista en la medida en que se vaya ampliando el registro.

viernes, 16 de julio de 2021

Cuba: faro ético- político



Por Mariano Pacheco*


Con profundas pasiones y fundadas razones, el pueblo cubano supo contradecir todos los cálculos lógicos al protagonizar una revolución en una isla a poca distancia del imperio, sin un “Partido” que dirigiera en el momento inicial los destinos del proceso, construyendo el socialismo por primera vez en suelo Latinoamericano. Eso fue hacia fines de los años cincuenta e inicios de los sesenta del siglo pasado. Desde entonces, y hasta ahora, ha pasado de todo en el mundo. Quizás hayan sido las seis décadas de mayor aceleración temporal e innovación técnica en la historia de la humanidad. Y si embargo, hay algo de ese gesto resistente de David contra Goliat que nos sigue interpelando, sobre todo en horas en que los chacales acechan, y no sólo en las sombras, como hemos visto –nuevamente-- en estos días.

Cuba –decía-- fue faro entonces, cuando triunfó la Revolución y mostró que los cambios sociales (políticos y culturales) profundos en estas tierras eran posibles. Y fue faro en los sesenta, cuando de la mano de Ernesto Guevara la Revolución aspiró a ser continental, para contribuir así a recrear los sueños de la Patria Grande y, de paso, recordar que la apuesta revolucionaria tiene que ver con cambiar de raíz las bases de nuestra casa, que es el mundo, y no un país determinado, porque no hay nada más revolucionario que sentir como propia cualquier injusticia, cometida contra cualquiera, en cualquier lugar del planeta.

Cuba fue faro incluso en sus zonas oscuras, porque no hay revolución que no caiga en la tentación de querer devorarse a sus hijos, sean éstos militantes revolucionarios, o sus propios logros, materiales, políticos o simbólicos. Fue así como la gloriosa revolución cubana tuvo sus momentos ingloriosos, por qué hacerse los distraídos. Pasaron los años y los momentos de luces convivieron con sus propias sombras: el “Caso Padilla” (poeta encarcelado en 1971 que despertó la condena del mundo intelectual adherente al proceso, entre otres, de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir; Julio Cortázar y Octavio Paz); el “Quinquenio gris” (estalinización creciente de la cultura y la política revolucionaria entre 1971 y 1975) y tantas cosas más, entre las que no pueden dejar de mencionarse momentos previos a esos, incluso, que involucraron al propio Guevara, como el impulso de las Unidades de Apoyo a la Producción en la que fueron recluidos cientos de homosexuales y otros “desviados” del proceso revolucionario. Pero también cabe decir que la Revolución logró sobrevivir, incluso a sus propias miserias.

Cuba fue faro cuando en Berlín se cayeron los ladrillos del muro, y cuando en el planeta entero se perdieron las esperanzas de que un mundo, otro al neoliberal, era posible. La revolución persistió y resistió: las inclemencias del mal tiempo con sus huracanes; el bloqueo imperialista y los atentados terroristas; los “período especiales” e, incluso, la muerte de Fidel, símbolo de carne y hueso de su conducción histórica.

En 2019 tuve la oportunidad de pasar unos cuantos días en La Habana. Preocupado como estoy hace años por las cuestiones vinculadas a la filosofía y al rock –que en 2021 dieron nacimiento a La parte maldita como programa temático en Radio gráfica--, llegué a la Isla tratando de ver qué de esas preocupaciones podían ser de común inquietud en aquellas tierras...

Puede que en Cuba ni la filosofía ni el rock sean cuestiones de la vida que se puedan disfrutar mucho. En alguna medida el proceso no se dejó interpelar por las ideas, estéticas y sonidos que sacudieron buena parte del mundo desde fines de los años sesenta. Pero en Cuba suceden cosas, muchas otras cosas, que en el resto del mundo no, y se sostienen, incluso hasta hoy en día, en medio del realismo capitalista que acecha a la humanidad. Quizás pueda afirmarse que pocas de esas cosas suceden en otros lugares del mundo: no se ven en sus calles personas en situación de miseria; ni niñes con los ojos tristes por las carencias que atraviesan sus existencias; ni enfermas y enfermos que no se puedan curarse de enfermedades curables. En Cuba se puede caminar por sus calles, a cualquier hora de la noche o del día, sin tener que andar con miedo por lo que te pueda pasar. En Cuba, en La Habana, se puede pasear y observar la ciudad sin “contaminación visual”, es decir, sin bombardeo publicitario. En Cuba –y esto se vive con pesar-- hay mucha desconexión virtual, forzada, por el escaso desarrollo tecnológico. Así y todo, caminando sus calles uno se pregunta si no hay algo de la hiperconexión de nuestras ciudades capitalistas que nos está matando rasgos fundamentales que nos hacen como humanidad: la conversación atenta entre las personas, cara a cara, sin interrupciones constantes de mensajes y “notificaciones”; la capacidad de sorpresa y de disfrute observando nuestro alrededor sin selfies ni posteos de facebook o de instagram; el placer de contar con un mayor manejo de la ansiedad.

Ojalá todo esto no fuera contradictorio con el rock, ni con corrientes de la filosofía, la literatura y la estética que se corren de la ortodoxia marxista-leninista de corte soviético (o más bien, de herencia staliniana). Pero no es ni con bloqueos ni con injerencias ni con sabotajes yanquis que algo de todo eso podrá modificarse. Es como es, y como ha sido que las cosas podrán cambiar en un sentido progresivo para el pueblo: con discusión y participación de las propias y los propios cubanos. Sólo así ese raro experimento llamado Revolución Cubana seguirá siendo ese faro ético político que hoy no queremos dejar de reivindicar. 

 

*Editorial de La Parte Maldita, jueves 15 de julio de 2020.

martes, 22 de junio de 2021

Falleció Horacio González, el último “gladiador” del pensamiento nacional

POR MARIANO PACHECO*

 

Con González se va un modo de entender y hacer política intelectual en Argentina. Un modo compartido con con sus compañeras y compañeros de generación (de los años setenta) e incluso con varios de quienes lo precedieron (en los sesenta). Un entender/practicar la política intelectual desde una perspectiva popular y un anclaje nacional del modo más paradojal: sin provincialismos ni populismos esencialistas, cultivando siempre una exquisita y erudita mirada que supo incorporar además de las propias aventuras argentinas y Latinoamericanas, las grandes producciones de la historia de la cultura occidental. Como nadie, Horacio frecuentó y promovió el ensayo como género perverso y polimorfo, y arrojó en sus libros (las miles y miles de páginas escritas por un plumífero compulsivo) las hipótesis más ingeniosas.

No fui gonzaliano, en el sentido en que pudieron serlo quienes tuvieron el privilegio no sólo de leerlo con asombro –como en mi caso-- sino también de frecuentarlo; conversar con él más allá de las miles y miles de charlas públicas en las que participó; escucharlo en sus clases o compartir un aula con él siendo docente; darle para leer los propios manuscritos; leer sus manuscritos; en fin: no tuve el honor de ser su discípulo, como unos cuantos amigos y amigas que si lo fueron y aún les debe estar costando asumir terrible noticia. Pero tengo el honor de haber sido –al menos por un tiempo-- su contemporáneo. Fantaseé muchas veces con hacerle un reportaje, pero eran tantos los que circulaban que imaginé sería un fastidio –para él-- hacer una entrevista más. Quizás me equivoque y es probable que disfrutara esas conversaciones.

Una vez lo vi en un bar de Boedo, mirando por la ventana. Sólo atiné a decirle a un amigo que se encontraba a mi lado que ahí, sentado a metros nuestros, estaba Horacio. Sólo una vez mantuve una reunión con él. Fue en 2008, antes del nacimiento de Carta Abierta, apenas tiempo después de que se conformara el nuevo sindicato del subte, donde entonces trabajaba como boletero. Recuerdo que fuimos con los metrodelegados (en mi caso como miembro de la Secretaría de Cultura de la AGTSyP, quienes le contamos que estábamos por sacar el primer número de la Revista Acoplando). González empezó a “delirar” con armar una biblioteca ambulante, una especie de política de la Biblioteca Nacional –de la cual entonces era su director-- junto al sindicato para todas las y los usuarios que, de a miles y miles, transitaban por los túneles, pasillo y escaleras de la ciudad de Buenos Aires. Creo que la iniciativa nunca prosperó, pero en mi caso quedé maravillado con su vitalidad y elocuencia.

En su libro “La crisálida. Metamorfosis y dialéctica”, Horacio sostiene la tesis más importante que leí en mi vida: la tesis del derecho a tener una tesis. La cito a menudo, y ahora releyéndola, me doy cuenta que siempre la cité mal, porque suelo decir que dice González que, su tesis, es al derecho generacional a tener una tesis, cuando él no menciona nunca la cuestión generacional. No importa, de todos modos, porque alguna vez leí algo de mi amigo Esteban Rodríguez Alzueta quien –citando a Horacio-- decía que leer bien, en realidad, es leer mal. Es decir, que leer es poder decir algo más que repetir lo que aparece impreso en el papel, porque en el proceso se le agregaron las propias inquietudes y reflexiones. O algo así.

Decía al inicio de estas líneas que, con González, se va un modo de entender y hacer política intelectual en Argentina. Un modo no sólo que él compartió con “compañerxs de ruta” del pensamiento nacional (y popular) sino también con el de ciertas izquierdas: de los hermanos David e Ismael Viñas a Ricardo Piglia; de Alcira Argumedo a León Rozitchner, por mencionar los nombres más emblemáticos. Parte de sus trayectorias hoy podemos conocerlas y sus textos leer, gracias al tremendo trabajo emprendido bajo la dirección de Horacio por la Biblioteca Nacional bajo su gestión: la recuperación de las revistas Contorno y Los libros; Pasado y Presente y La rosa blindada, por ejemplo.

Alzueta, Diego Sztulwark, Eduardo Rinesi, entre otros, vienen haciendo honor al “legado González” incluso en todos estos años en que Horacio seguía con sus producciones. Y creo que lo hicieron sabiendo recrear ese legado en su propia frecuencia narrativa, reflexiva y política. También, en la misma línea, María Pía López, quien en uno de los primeros libros de la colección Cuarenta ríos –en su “Yo ya no. Horacio González: el don de la amistad-- supo escribir:

Corremos riesgo de extinción. Modos de pensar, hablar, actuar, están bajo amenaza. Narrar es rozar el hueco que dejan también apuntalar los restos y regar la tierra para que en ella algo germine. Contar para otros, digo al borde de una fogata imaginaria”.

Desde hoy, González ya no está de cuerpo presente en este mundo.

Sus palabras, reales e imaginarias, seguirán alimentando las nuevas fogatas de la rebelión. O al menos eso anhelamos.

Que el futuro diga…

* Director del Instituto Generosa Frattasi. Integrante de la Cátedra Abierta Félix Guattari. Redactor de la Revista Zoom. Miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular. Militante del Movimiento Evita.

sábado, 19 de junio de 2021

La Nación Plabeya y la bandera argentina


POR MARIANO PACHECO

Secretario de Formación del Movimiento Evita 

(Provincia de Buenos Aires)

 

Hoy celebramos en la Argentina el Día de la bandera, en homenaje al patriota Manuel Belgrano, fallecido el 20 de junio de 1820. Belgrano fue quien sostuvo los colores celestes y blancos como símbolo de voluntad soberana incluso frente a los poderes locales que se mantenía dubitativos, frente a los tibios que no quería ir a fondo contra las prepotencias coloniales. Bien, pero más allá de la efeméride nos preguntamos: ¿qué es para nosotrxs, las militancias populares, la bandera nacional?

En primer lugar, diría que un símbolo en disputa con las clases dominantes.

Como todo símbolo, la bandera también remite a un modo de entender la nación. ¿Qué sentido tiene, entonces, jurar ante la bandera una defensa de la patria si no es en función de garantizar una verdadera vida para quienes la trabajan, es decir, para quienes la construyeron y sostienen con sus esfuerzos y labores cotidianos?

Lo nacional-popular, y no sólo en Argentina sino en toda nuestra Patria Grande Latinoamericana, es parte de una narrativa profundamente arraigada en la memoria de las luchas que se libraron desde abajo, una y otra vez, a través de las décadas. Sobre todo desde 1945 a esta parte, la bandera argentina flameó en jornadas históricas como el 17 de octubre, la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre, el Cordobazo y las movilizaciones contra la última dictadura; durante las puebladas que hicieron frente al neoliberalismo y en las jornadas insurreccionales de diciembre de 2001, así como en Puente Pueyrredón el 26 de junio de 2002 y en un sinnúmero de actos y marchas durante los últimos 20 años. Pero también la bandera, y la apelación a la defensa de la patria fue reivindicada por los fusiladores del 55, los proscriptores de los años sesenta y los genocidas de los setenta; por los privatizadores y los sojeros de los noventa y los dos mil y pico; por los dueños de la tierra y los responsables de tantas injusticias y atrocidades a lo largo de la historia. Por eso para nosotros, para nosotras, para nosotres, la bandera argentina es sinónimo de compromiso con la defensa de una determinada forma de entender el país, sostenida en un punto de vista popular que pretende gestar la hegemonía necesaria para garantizar una forma de gobierno, un tipo de Estado, una dinámica democrática donde se garantice un modo de vida en el que den ganas, cada día, de levantarse y arremangarse los pantalones para abordar las tareas necesarias, porque serán para el bien común y no para sostener con el esfuerzo de las mayorías los privilegios de unos pocos.

Nos preguntamos por ello: ¿qué tipo de prácticas políticas, económicas y culturales buscamos inscribir en nuestra patria? Sin lugar a dudas, nuestras luchas y anhelos pasan por desterrar aquellas prácticas y concepciones egoístas, competitivas, meritocráticas, racistas, xenófobas, machistas, clasistas, en la búsqueda por instituir la justicia social, para que reine en nuestra patria el amor y la igualdad. Tarea que no es posible de llevar adelante si no poseemos la soberanía sobre nuestras riquezas. De allí que todo proyecto que busque sostener los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad entre las personas de un país y entre los diferentes pueblos del mundo, no pueda sino ser consecuente con el necesario proceso de emancipación que rompa todo lazo de dependencia. No es posible separar para nosotrxs lo nacional, de lo popular, y por eso el compromiso de cada militante es con la nación plebeya que buscan una argentina para todos y todas, pero que mientras persistan las injusticias, se sustenta de la lucha cotidiana de las y los últimos de la fila. Para que la bandera no flamee sobre las ruinas de la Argentina, debemos tras la pandemia reconstruirla desde abajo, contra la raza de los explotadores y los opresores. Por eso volvemos a sostener, en un día tan importante como hoy, que no hay pueblo feliz sino en una patria liberada.

domingo, 13 de junio de 2021

La escritura y sus batallas

13 de Junio: día del Escritor 


Por Mariano Pacheco*


"Pero cómo --dicen--: es que eso de escribir compromete?"


¿Qué es escribir? ¿Por qué hacerlo? ¿Para quién? Preguntas fundamentales que contribuyen desde la filosofía a pensar aquello que –para muchos, para muchas—es nuestro oficio, el que pretendemos llevar adelante con compromiso y pasión.

En 1963 la emblemática revista francesa Les temps Modernes publica Las palabras, autobiografía de Jean Paul Sartre, libro en el que se reafirma la concepción de la escritura como oficio y en la que su autor, como escritor, se define como “un hombre, hecho de todos los hombres y que vale lo que todos y lo que cualquiera de ellos”. Son tiempos en los que obviamente aún no ha llegado el lenguaje inclusivo, y donde leemos Hombre deberíamos leer humanidad. Como sea, desde la cumbre misma de la República de las Letras se desacraliza al (y la) literato y se resitúa la actividad de la escritura a la esfera política y social.

El prosista, dice Sartre, es aquella persona que ha elegido un cierto modo de acción, secundaria, a la que llama “acción por revelación”. “¿Qué se quiere rebelar con la escritura? ¿Qué cambios se quieren producir en el mundo con esa revelación?”. Escribir, entonces, es honrar cierto compromiso: proponerse un cambio, en un proceso más amplio en el que la palabra es acción, pero también, en donde la propia escritura lanza al escritor a la batalla. Porque no se escribe para esclavos, sino para hombres (y mujeres) libres. No de una libertad abstracta y universal, por supuesto, sino esa que se va gestando a fuerza de luchas situadas, múltiples, donde el ejercicio mismo de escribir se transforma en una forma misma de querer (y pelear por) la libertad.

Por eso hoy, en el inicio de este ciclo de tres programa consecutivos que hemos denominado Junio de Literatura y Política en La Parte Maldita, quisimos rescatar en esta emisión de Radio Gráfica aquellas preguntas tan sencillas y fundamentales que parecen en desuso, o perdidas en las confrontaciones del siglo XX, para volver a repensar este oficio tal como Sartre lo hizo en su texto titulado “¿Qué es la literatura?”.

El archivo, entonces, pero también, la actualidad, y el porvenir.

 

* Editorial de La parte maldita, el programa de filosofía y rock de Radio Grafica FM 89.3 (pueden escuchar los programas en el Canal La parte maldita en Spotify)

lunes, 7 de junio de 2021

Los trabajos y los días de este noble y canalla oficio del periodismo.



Feliz día para todas y todos los "colegas" que traten de desarrollar este oficio con la mayor nobleza posible. Así que desde ya, nada de feliz día para todes, porque como toda práctica social, también el periodismo está atravesado por la lucha de clases.

Mi primer acercamiento al oficio --y oficio además de una bella palabra me parece el concepto fundamental para pensar nuestra práctica-- fue en la adolescencia, a través del programa"La era de la boludez", que tenía Fernan Gonzalez en FM Compartiendo de Quilmes (la radio del cura Luis Farinello) y que luego bautizamos con el nombre de la Patria rockera, del que también fueron parte otrxs compañeros de ruta, como Willy y La Colo (Nicolas Garcia y Angeles Traverso). Tanbien con ellxs hicimos la revista-fanzine "Grito de estidiantes", de la agrupación 11 de Julio (a la que pronto se sumaron, entre otrxs, Darío Santillan). Eso fue en la segunda mitad de la década del 90.

Durante "los años kirchneristas", si bien me dediqué a estudiar unos años Filosofia, y Letras, encontré en el periodismo mi oficio.

No cursé estudios en ninguna institución, pero los años dedicados a elaborar mis libros "De Cutral Co a Puente Pueyerredon" y "Montoneros silvestres" me enseñaron mucho: entrevistas; fichajes de documentos; horas y horas revisando diarios en la biblioteca del Congreso y otros sitios rústicos como el sótano de Diario El Sol contribuyeron en ese sentido.

Pero nada hubiese hecho sin las charlas fundamentales con tipos como Claudio Mardones (el periodista más apasionado que he conocido en mi vida), quien me regaló el grabador Sony para casete que aún conservo y me orientó en todos mis proyectos de entonces (¡sí jóvenes, hace pocos años aún se usaba grabador casete e incluso, muchos deseábamos notas en cuadernos para luego conseguir una compu prestada y pasarlos a word!). Tampoco sin los Talleres HLE, junto a Laura Giussani Constenla ý Hernán López Echagüe (¡viejo lobo que vaya sabe de este oficio!).

También en esos primeros años de la "década larga" fui columnista en la Radio de las Madres, gracias a la generosidad de Leandro Albani e hice mis primeras armas en el oficio, otra vez, de la mano de la militancia: participé del portal Prensa de a Frente, con el gran Lucho Soria, Carina Lopez Monja y Pablo Fierro, con quien compartimos muchas andanzas por años. Luego, recuerdo el día en que en mi casa de Valentin Alsina fundamos Marcha.

En el mismo sentido, ya siendo obrero en el subte y participando del nuevo sindicato, tuve el honor de ser parte del lanzamiento de Acoplando, la revista de cultura de los Metrodelegados.

En 2013 cumplí uno de mis sueños y entré a trabajar en un diario (la edición Córdoba de El Argentino): redacción 5 días a la semana (hermosa patrulla perdida en el océano del cordobecismo). Aquella experiencia me llevó unnbrce tiempo a ser parte de la comisión directiva del CISPREN, el sindicato de prensa de la provincia. Pero duró poco la cosa: los ánimos políticos en la Argentina se caldearon y antes de que se hundiera el barco Don "Patroncito" Spolky cerró sus valijas llenas de dinero y se mandó a mudar.



El macrismo me encontró volviendo al ruedo como columnista en la revista zoom. También iniciando un programa radial, La luna con gatillo , que pronto devino proyecto colectivo de periodismo cultural, con portal, edición de libros de poesía, trabajo gráfico en redes social y también audiovisual. No me despedí de Córdoba sin volver a hacer otro programa de radio, también en Eterogénea como el anterior: Profanas palabras. Pasado y presente de la Argentina y el mundo. Allí habitaban el espacio tipos geniales como Omar Hefling. Trinchera sostenida con generosidad por Guillermo Guerra.

En todos esos años sumé colaboraciones a emprendimientos de periodismo militante como la Agencia Paco Urondo y revista Sudestada, y poco a poco, me fui sumando al proyecto de Resumen Latinoamericano, del que participé unos cuantos años, haciendo incluso algunas colaboraciones internacionales como la cobertura del 1° de mayo de 2019 en La Habana, Cuba.

De regreso a Buenos Aires, sin horizonte de trabajo en el oficio, me pude dar el gusto de todos modos de empezar este año un programa (La parte maldita) en Radio Grafica FM 89.3, donde puedo respirar otra vez el amor y el compromiso con el oficio.

En todos estos años supe hacerle caso a Mardones, y a Echague, y andar siempre con una "libretita inmunda" y cuadernos a mano. Así se acumularon pilas de anotaciones que comparten estante junto con mis libros.

Siempre, en este camino, fueron fundamentales las lecturas y las figuras de Roberto Arlt, y de Rodolfo Walsh, sin duda personaJesús de la historia nacional sin los cuales hoy sería muy difícil pensar en hacer periodismo con dignidad.

"Esta edición del Caso Satanowsky va dirigida,pues, en primer término, a los compañeros que desde las comisiones internas, las Agrupaciones de Base y en particular el Bloque Peronista de Prensa, combaten diariamente a la raza de los envenenados de conciencia: nuestros patrones", escribió en 1973 un lúcido Walsh.

A quienes siguen ese legado, entonces, mis saludos. Y el convite a que sigamos combatiendo para el periodismo no sea la farsa que en general viene siendo en estos años (salvo poca y honrosas excepciones).

sábado, 29 de mayo de 2021

Montoneros: 5 hipótesis, 50 años después

 Aspectos políticos, sociales y culturales de una irrupción histórica.


                                                                                                        Por Mariano Pacheco *


I- Conjurar el morbo y restituir los efectos a las causas

El 6 de septiembre de 1974, en la víspera de conmemorarse el cuarto aniversario del “Día del Montonero” (en homenaje a Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus, caídos el 7 de septiembre de 1970 en la localidad bonaerense de Willian Morris), Norma Arrostito y Mario Eduardo Firmenich brindan en la revista Causa Peronista la que hasta el día de hoy será la versión oficial del “Operativo Pindapoy” del Comando Juan José Valle que ambos integraron junto a otros ocho hombres para secuestrar a Pedro Eugenio Aramburu, someterlo a “juicio revolucionario” y dictaminar a través de un “Tribunal Revolucionario” –en un acto denominado de “Justicia popular”– que el dictador de 1955 era condenado a muerte. En el Comunicado Nº 3, del domingo 31 de mayo de 1970, Montoneros informa que Aramburu se “reconoce responsable” de cuatro cuestiones: 1) haber “legalizado”, el 9 de junio de 1956, la matanza de 27 argentinos sin juicio previo ni causa justificada; 2) haber condenado a muerte a 8 militares considerados inocentes por un Consejo da Guerra; 3) haber encabezado la represión del movimiento político mayoritario representativo del pueblo argentino; y, 4) haber profanado y desaparecido el cadáver de Eva Perón.

“Corta la bocha”, como dice el dicho popular. Más allá de que se enuncian otras cinco cuestiones que el militar no reconoce, el general antiperonista es condenado a “ser pasado por las armas”, hecho que se consuma al día siguiente, según consta en el 4° comunicado del 1° de junio de 1970.

De allí en más, durante 46 años, el periodismo canalla ha intentado, cada vez, volver sobre el tema en búsqueda de quien sabe qué. Esa es la versión oficial de la organización, aparecida a la luz pública con ese acontecimiento (que pasó a al historia bajo el nombre de “Aramburazo”, apenas un año después de “El Cordobazo”) y no parece tener mucho más sentido que el morbo ahondar en búsqueda de algún otro detalle.

Tanto en la posición de Fernando Vaca Narvaja y Roberto Cirilo Perdía en su entrevista con Bernardo Nestaudt de 1991, como en otras numerosas entrevistas a Mario Eduardo Firmerich que hoy pueden encontrarse en youtube, la hipótesis central que restituye el efecto de la ejecución de Aramburu a sus causas históricas en la voz de la Conducción Nacional de la organización es la del argumento catalogado como “guerra civil intermitente”, fechado su inicio en 1955, cuando el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón es derrocado por un golpe de Estado extremadamente violento, que bombardea población civil en Plaza de Mayo, y luego instaura una dictadura que llega no sólo a encarcelar, perseguir y obligar al exilio a peronistas, sino también a torturar y fusilar, en una dinámica que con sus idas y venidas, su intercalar gobiernos dictatoriales y gobiernos elegidos por el voto pero con el peronismo proscripto y con su líder en el exilio, perdurará hasta 1973, cuando Héctor Cámpora triunfe en las elecciones del 11 de marzo. El obrero metalúrgico Felipe Vallese (desaparecido) y los “Héroes de Trelew” (fusilados), son los nombres más conocidos de ese proceso permanente de violencia política ejercido desde lo más alto del poder del Estado para reprimir a la clase trabajadora y los sectores populares, mayoritariamente identificados con el peronismo.

Algo de todo esto queda plasmado, asimismo, en la introducción a las “Bases para la Alianza Constituyentede una Nueva Argentina”, texto firmado por el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, fechado en enero 1982, que sostiene incluso una temporalidad más larga: “La historia nacional argentina está signada por una intermitente guerra civil a veces encubierta y a veces violentamente desembozada. Este enfrentamiento aún inconcluso se inició en los albores mismos de la independencia en 1810; su persistencia a lo largo de ya más de 170 años a pesar de las profundas transformaciones económicas, sociales y políticas acaecidas en el país, más aún, la continuidad de los mismos apellidos, como los Mitre, los Paz y los Martínez de Hoz, contra los mismos enemigos, como los montoneros; la reiteración de las mismas falsas opciones como civilización o barbarie, solo puede explicarse por la esencia misma de esta lucha ya casi bicentenaria. Se trata del enfrentamiento entre las fuerzas que pretenden el pseudo progreso del país a partir del capital imperialista venido desde el exterior, y las fuerzas que pretenden el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales expandiendo el mercado interno. Por eso es que con las abismales diferencias que separan a la formación social de hoy, de aquella de hace 170 años, los dos polos de este enfrentamiento aun inconcluso mantienen sus mismos nombres: pueblo y oligarquía”.


En otro lenguaje y temporalidad –por supuesto– pero en el mismo afán de conectar los efectos con sus causas estructurales podemos situar las más recientes reflexiones del crítico cultural británico Mark Fisher, quien en su libro “Realismo capitalista” sostiene que, sobre “la sospecha pomodernista que se vierte sobre los grandes relatos”, en el siglo XXI suele soslayarse la causa determinante del capitalismo de los diferentes problemas y malestares que se nos presentan por separado.

Tomar al “Aramburazo” como hecho aislado conlleva a un análisis unilateral, que no es otro modo de negar la historicidad en la que dicho acontecimiento se inscribe. Así, y sólo así, nuestra bellas almas progresistas –junto con las reaccionarias– pueden escandalizarse ante un uso popular de la violencia política.

II- Gestar la propia Máquina de Guerra (Popular y Prolongada)

Lejos del morbo entonces, lo que nos interesa rescatar aquí son una serie de enseñanzas que la “ejecución” del dictador (ya haremos referencia a la importancia de disputar también en el lenguaje los sentidos de la historia) han dejado para las generaciones militantes. Por lo menos, quisiera rescatar cuatro:

1) La importancia de condensar en una figura emblemática, como fue Aramburu, al enemigo del proyecto popular (si bien podría haber sido Rojas, aún más odiado en el peronismo por su acérrimo gorilismo, Aramburu lograba combinar en sí la figura del enemigo histórico –uno de los responsables del derrocamiento del peronismo– y del enemigo inmediato –posible figura de recambio del régimen–).

2) La elección de un nombre claro de cara a las masas, fácil de recordar, de pronunciar, de gritar en cánticos, a diferencia de esas sopas de letras (FAR, ERP, PRT, FAP, PCML, OCPO, FAL) que confunden más de lo que aclaran (resulta emblemático, y ácidamente gracioso el poema “Siglas”, de Néstor Perlongher).

3) La capacidad de leer en clave “nacional” una tendencia Latinoamericana, e incluso mundial: carácter urbano de la guerrilla, identidad popular local del proyecto emancipatorio (resulta emblemático aquí el aporte en torno a izquierda y peronismo que realiza en 1971 Carlos Olmedo, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en su debate con el Partido Revolucionario de los Trabajadores,).

4) Necesidad de dinamizar la propia justicia, institucionalidad y sistema de defensa popular, la “máquina de guerra”, dirían los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari, para referirse a esa otra justicia, ese otro movimiento, ese otro espacio-tiempo, con un origen y naturaleza radicalmente diferente al del Aparato de Estado (aparato que es necesario tomar en el camino de su disolución –en términos más estrictamente de la teoría crítica del Estado– para dejar lugar a esas otras formas de institucionalidad popular, más democráticas y participativas).

III- El ciclo montonero y los lugares comunes

La revisión histórica de la experiencia montonera, tal como el periodismo argentino la ha encarado en estas décadas, tiene el problema de volver una y otra vez sobre los mismos temas. En cada oportunidad en que se ha entrevistado a alguno de los miembros que han quedado vivos de la Conducción Nacional (se comienza por omitir, desde el vamos, la enorme cantidad de cuadros de conducción que han sido asesinados por la represión, o han caído en combate enfrentándola), se les ha preguntado, una y otra vez, acerca de lo mismo. A saber: algún nuevo detalle que pueda “revelarse” del Caso Aramburu (1970); si los sucesos trágicos de Ezeiza fueron realmente una masacre o si Montoneros participó de (o “propició”) un enfrentamiento (1973); si mataron o no a José Ignacio Rucci y el sacerdote Carlos Mujica; por qué se enfrentaron con Perón aquél emblemático 1° de mayo o más bien, qué entienden del hecho de que Perón “los haya expulsado de la Plaza”; qué pasó con el dinero del secuestro de los hermanos Born y qué autocrítica se hace por haber pasado a la clandestinidad durante un gobierno constitucional (todos episodios de ese intenso 1974); por qué atacaron el cuartel de Formosa (1975); por qué se exiliaron los miembros de la CN (1976/1977); por qué “mandaron a los perejiles al muere” durante la Contraofensiva y qué hay de cierto del “pacto con Massera” (1979), hasta desembocar –ya en posdictadura– en la banalización de la experiencia de la organización guerrillera más poderosa de América Latina reduciéndola a sus exponente más problemáticos: Patricia Bullrich y Rodolfo Galimberti.

Lo peor de todo es que ya casi todos estos temas fueron contestados, incluso tempranamente, al poco tiempo de producido cada uno de los hechos enumerados.

Salirse de estos lugares comunes, entonces, resulta fundamental para poder hacer “decirle algo” a esta experiencia.

IV- El “trabajo” sobre el “archivo”

Tal vez sea la hora de asumir el desafío de promover un interrogante que pueda conducirnos a un debate profundo sobre los modos de revisitar la historia argentina de la segunda mitad del siglo XX: ¿no padecemos de un exceso de periodismo literario?

El abordaje de las décadas del sesenta y del setenta se torna un nudo fundamental para indagar el conjunto del pasado nacional, porque allí se concentran los núcleos centrales del enfrentamiento de los diferentes (antagónicos) proyectos de país. “Trabajar” el archivo, entonces, puede ser una tarea estratégica. El abordaje de los testimonios de quienes protagonizaron esos procesos es aún posible, aunque no por mucho tiempo más (y de hecho ya han partido de este mundo figuras fundamentales de esta historia). También es notable la cantidad de documentos a disposición de quien quiera estudiar, interiorizarse sobre el tema.

Así y todo, resulta sugestivo que sobre la experiencia global de Montoneros siga siendo “Soldados de Perón”, de Richard Gillespie, el libro sobre Montoneros de mayor referencia, publicado en 1982. También que sea de fines de los noventa el último (a su vez, quizás el único) intento por escribir una historia global de las militancias de los sesenta/setenta (los tres voluminosos tomos “La voluntad”, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós). Incluso en el plano cinematográfico, es de 1996 lo que entiendo es el único film sobre Montoneros (“Cazadores de utopías, de Eduardo Blaustein), extenso documental que aborda el fenómeno de la organización en el contexto del peronismo, de Perón a Menem (pero incluso esta película, poblada de numerosos e importantes testimonios, no cuenta con la palabra de los miembros de la Conducción Nacional).

Obviamente, se han publicado trabajos específicos, entre los que podríamos mencionar los relatos en primera persona de los propios Perdía, “El peronismo combatiente en primera persona”, y Vaca Narvaja, “Con igual ánimo”, así como “Final de cuentas”, de Juan Gasparini; “Perejiles”, de Adriana Robles; “Recuerdo de la muerte”, de Miguel Bonasso; “Memorial de guerra larga”, de Jorge Falcone; “Los del 73: memoria montonera”, de Jorge Lewinger y Gonzalo Leónidas Chaves (y éste último, también, “Rebelde acontecer”); “Lo que mata de las balas es la velocidad”, de Eduardo Astiz; “La buena historia”, de José Amorín; “La guardería montonera: la vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva” y otros de investigación de personas ajenas a la experiencia, como “El mito de los doce fundadores”, de Lucas Lanusse; “El tren de la victoria”, de Cristina Zuker; “La montonera. Biografía de Norma Arrostito”, de Gabriela Saidón; “Un fusil y una canción. La historia secreta de Huerque mapu, la banda que grabó el disco oficial de Montoneros”, de Ariel Zak y Tamara Smerling; Montoneros y Palestina. De la revolución a la dictadura”, de Pablo Robledo “Noticias. De los Montoneros”, de Gabriela Esquivada; “Ideología y política en El Descamisado”, de Yamilé Nadra y “Fuimos soldados”, de Marcelo Larraquy (incluyo humildemente, en esta enumeración, mi libro “Montoneros silvestres. Historias de resistencia a al dictadura en el sur del conurbano: 1976-1983”, y el listado seguramente podría ser ampliado, sumando otras publicaciones). Muchos trabajos, como puede verse, algunos muy bueno, unos cuántos pésimos. Todo ésto sin contar las numerosos poesías, obras de teatro, cuentos y novelas que, desde la literatura, también abordan la historia montonera (han sido omitidos los libros que abordan biografían de militantes montoneros, y también, aquellos de la industria cultural elaborados directamente con el fin, no de pensar la experiencia, sino de demonizarla, defenestrarla).

 

Finalmente, no puede dejar de mencionarse el inmenso trabajo de archivo elaborado por Roberto Baschetti, con su monumental obra de compilación de “Documentos del peronismo revolucionario”, que en siete volúmenes aborda el período 1955-1983.

IV- Las batallas de la memoria

El proceso abierto con la movilización del 24 de marzo de 1996 ha resituado la discusión sobre los años setenta, en general, y sobre la experiencia de Montoneros, en particular. Así y todo, los años macristas han sido un duro golpe a todo ese imaginario que durante dos décadas pujó por despenalizar la discusión política respecto del pasado y despejar del debate la “Teoría de los dos demonios”. Se sabe: la derrota electoral de un proyecto de gobierno conservador no implica necesariamente el retroceso social de los microfascismos que puedan circular por la sociedad.

De allí que la memoria siga siendo un campo de batalla, presente en tanto que abordar el pasado nacional implica una posición actual, y un proyecto de país por el que se lucha (soberanía política, justicia social, emancipación) o que se pretende abortar.

Los años progresistas de la larga década kirchnerista implicaron avances en muchos aspectos de la política de derechos humanos, pero también un memorialismo (por momentos moralistas), que en su combate a las más retrógradas miradas sobre el pasado no logró “hincar el diente”, “hundir el cuchillo” como quizás aún haga falta hacerlo para profundizar la discusión en torno a las identidades militantes, las estrategias, los proyectos políticos en pugna antes de la última dictadura, y el rol estructural que el terrorismo del “Proceso de Reorganización Nacional” vino a jugar en la metamorfosis de la Argentina, que en sus trazos gruesos aún padecemos.

El filósofo Walter Benjamin insistió, en sus “Tesis sobre la historia”, respecto de la necesidad de poner a salvo a los muertos cuando el enemigo vence, y también, la importancia que la memoria de los pasados esclavizados tiene para no interrumpir ese secreto compromiso de encuentro que es susceptible de establecerse entre las generaciones del pasado, y cada actualidad. Por su parte, otro filósofo maldito, como lo fue Nietzsche, supo destacar que la historia, en su modo “monumental”, podía empequeñecer la capacidad de creación en un presente determinado, pero también, podía funcionar como imagen inspiradora cuando, en momentos de desánimo, el caminante puede detener la marcha, caminar hacia atrás y decirse: algo así de grande ha existido alguna vez; algo así de grande podrá llegar a existir de nuevo alguna vez, con otros modos, bajo otras condiciones.

Qué duda cabe que con sus aciertos y errores, la de Montoneros es una de aquellas grandes gestas que nuestro pueblo, o al menos franjas de ese peronismo, supieron protagonizar. Si en toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que se propone subyugarla –como insiste Benjamin– se torna fundamental asumir aniversarios tan emblemáticos como el medio siglo transcurrido desde la aparición de Montoneros, como un desafío para encontrar en ese pasado la chispa que pueda encender toda la esperanza para la gran obra de transformación económica, política y cultural que los condenados de la tierra de este mundo aún se merecen protagonizar.