lunes, 27 de enero de 2020

Entrevista a Flavia Dezzutto


Dezutto: “Tengo una pelea especial con el progresismo filosófico”*

 

Por Mariano Pacheco


Entrevista a la decana de Filosofía de la Universidad de Córdoba. Del Opus Dei al marxismo y del activismo barrial a la pasión por el medioevo. La filosofía como acción militante.


Flavia Dezutto es Decana de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), pero prefiere ser presentada simplemente como Docente e Investigadora, como una trabajadora universitaria, sin jerarquías. En esta conversación, recuerda sus iniciales vínculos con la filosofía, la biblioteca que recorre su formación, los “maestros (las figuras que ofician de “maestras”) y la intervención contemporánea en redes sociales, a las que visualiza en un rol muy similar al que la “prensa” jugaba para la tradición de las izquierdas.


¿Cómo fue tu acercamiento a la Filosofía?

Te voy a contar la verdad y vas a ver qué rara que es la vida. Yo soy rosarina, no soy cordobesa, hace diez/once años que trabajo y vivo acá y me vinculé con la filosofía cuando tenía exactamente 14 años. En aquellos verdes años de mi vida, yo estaba relacionada con un agrupamiento de la iglesia católica muy, pero muy tradicionalista, porque uno viene de alguna parte siempre, del que afortunadamente me fui cuando tuve un poco de cerebro, allá por mis 20 años, casi 21. A veces uno está en espacios en donde lo único que hay es eso, y se mete. En ese lugar teníamos cursos de formación y, generalmente, leíamos unos apuntes y, con esa manía que tengo hasta el día de hoy (que me dedico a la Filosofía antigua y medieval), voy a las fuentes. Entonces voy a la zona de la Teología de Tomás de Aquino, y no sólo voy a la zona en general, sino en particular a esa que está en la Secunda secunda, que es el tratado sobre la eucaristía. Allí aparecía el problema de la Transustanciación, que tiene que ver con dos categorías más o menos tradicionales de la Filosofía griega, por supuesto, la noción de sustancia, y la noción de accidentes. A mí lo que me fascinó en ese texto, que es un texto del siglo XIII y que además tiene que ver con cuestiones que están más o menos lejos de lo que después fueron mis intereses, es ese juego de los conceptos, esa posibilidad de tratarlos en una cuestión tan abstrusa (Jorge Luis Borges diría “teratológica”), de encontrar juegos conceptuales que permitieran de alguna manera aclarar lo que supuestamente era inaclarable, aun cuando terminara siendo imposible de comprender. Lo que me impresionaba en esa búsqueda, era intentar comprender cosas que en principio son inasibles, y creo que eso es lo primero que me cautivó de la Filosofía, que de alguna manera se relaciona con un mundo que siempre tiene opacidades, pero tiene ese afán de comprender.
Yo primero, en realidad, hice tres años de Ciencias políticas, esperando estudiar Relaciones internacionales y seguir en eso, o sea entrar al cuerpo diplomático de la nación (¿me imaginas a mí en una recepción de la embajada de Bélgica?). Bueno, tiempo después me di cuenta que en realidad siempre me había interesado la filosofía y que no quería estudiar Ciencias políticas y que había llegado ahí por motivos pocos felices ligados a esa organización. Yo era del Opus Dei, pero no una simpatizante sino que era miembro. En esa época uno entraba al Opus Dei a los 14 años y medio (que es la edad a la que yo entré). Habría mucho que decir sobre eso, porque yo ahora pertenezco a un grupo de ex miembros del Opus Dei que han presentado una serie de denuncias civiles ante la Santa sede, porque obviamente, captar a una persona a los 14 años y medio para formar parte de una institución con características sectarias, lavarte el cerebro, la personalidad y tantas cosas más, es algo que yo caracterizaría en el marco actual de lo que estamos discutiendo, básicamente, de abuso. Así que fue un largo camino salir de ahí y entrar en la Filosofía.


¿Y cuál fue el primero, o uno de los primeros libros de Filosofía que leíste por propio interés? ¿Te acordás?

Sí, perfectamente. Fue un libro en la vieja y querida edición de Espasa Calpe, los tres Diálogos de Platón, que siempre van en tanda, el Fedro, el Fedón y el Banquete. Platón, que es un autor con el que yo me peleo todo el tiempo dentro de mis orientaciones en filosofía antigua, pero el primer libro que leía fue ese, y nunca lo olvidaré.


Y pasados tantos años desde esos inicios: ¿cómo entendés hoy la práctica de la Filosofía?

Ahí es muy importante tener en cuenta una breve reseña biográfica: cuando yo entro a la Facultad de Filosofía y Humanidades, a inicios de la década del '90, por supuesto estábamos en esa especie de clivaje entre el final de la ilusión democrática (que fue muy fuerte en los '80 cuando yo empecé Ciencia Política en Rosario) y lo que claramente se veía venir y después llegó a una dimensión extremadamente aguda, que fue una etapa decisiva en el ciclo neoliberal en Argentina. Cuando entro a Filosofía, ocurre algo que fue decisivo en mi vida: yo salgo del Opus, empiezo a tratar de rearmar mi vida (porque realmente hay que rearmarla después de una experiencia así) y empiezo a trabajar en una Villa, en la que permanecí prácticamente 20 años haciendo laburo comunitario, hasta que me vine a Córdoba. Inclusive, después de eso, todavía seguía haciendo algunas cosas, sobre todo de trabajo de capacitación en organizaciones comunitarias, derechos humanos, cosas así. Y al mismo tiempo, se da ese hecho de que soy una militante universitaria (también lo soy) que no empecé por la militancia universitaria sino por la militancia barrial. Después llegué a mi otro amor que es el marxismo (desde la militancia barrial), tratando de dar cuenta de esa experiencia que tenía de laburo popular en una villa de Rosario, que se extiende entre el frigorífico Swift y Paladini, ahí en la Rivera del río Paraná. Eso marcó un modo de hacer filosofía, que todavía sostengo, que está ligado (más allá de mi interés por la tradición de estudios clásicos como es la antigüedad y el medioevo) con un interés intelectual muy fecundo, con esa formación que fue clave en mi vida, que fue la formación marxista en una ciudad como es Rosario (donde hay una tradición de izquierdas mucho más amplia y pronunciada que aquí en Córdoba), y con gente que había sido militante en los años '70 y algunos que en los '70 ya no estaban en la universidad porque habían pasado a la clandestinidad (sabemos que la universidad de los '70 fue bastante controlada por el peronismo de derechas). Fueron muchos compañeros y compañeras con los que yo me vinculé, que venían fundamentalmente de la tradición trotskista (particularmente del ERP y de una organización que era Política obrera), gente mucho mayor que yo, algunos eran profesores, profesoras, y quiero decir un nombre que para mí fue clave: Olga Calvo, profesora de Ética y de Introducción a la Filosofía, que había militado en el ERP. Esa gente, amén de la formación política e intelectual, empieza a plantearme, y yo me planteo y lo sigo sosteniendo, un modo de hacer Filosofía que hace absolutamente inescindible la actividad intelectual, la actividad institucional en la universidad pública (que para nosotros fue clave), la universidad pública con un escenario político de lo que es el desarrollo de eso que la gente llama una profesión. Nosotros, más que como una profesión, entendíamos a la filosofía como una manera de vivir. Entonces, ese modo de intentar conciliar eso que muchas veces había estado peleado, como la formación intelectual, la militancia y el trabajo, a mí me alejó de paradigmas que se estaban imponiendo (y que hoy en día lamentablemente se sostienen), como es el paradigma de una filosofía profesionalista, enmarcada en discursos dominantes, bien pensantes, progres (yo tengo una pelea especial con el progresismo filosófico y de cualquier laya) y me vinculó con otro tipo de comprensión de la actividad filosófica, una actividad filosófica militante, sobre todo capaz de poner en discusión a los poderes, pero también, capaz de involucrarse institucionalmente para defender y potenciar determinado tipo de concepciones políticas a las que yo adhiero. Sino no sería hoy Vice Decana, ni hubiera tenido una trayectoria en la que he pasado por todo tipo de instancias de gobiernos representativos en la Universidad Pública.


Te quería preguntar, a propósito de un nombre que tiraste sobre la mesa muy importante para tu formación, sobre la cuestión de los maestros, las maestras, pensando en esta frase tan bonita, breve pero tan contundente, que expresa Gilles Deleuze cuando reconoce a Jean Paul Sartre como su maestro y dice: Pobres las generaciones sin maestros. Y uno puede decir que, quienes crecimos en distintos momentos, pero compartimos el haber crecido en posdictadura, tenemos ahí una marca compleja respecto de los maestros, un poco porque algunos fueron asesinados o permanecen desaparecidos, y otro poco por cómo se reconfiguró la intelectualidad crítica en la posdictadura. Pensando en los maestros: ¿qué nombres se te vienen a la cabeza?

N
uestra vida convive con Deodoro Roca, Saúl Taborda, y otros. Te digo una cosa: en 1936, haciendo un balance del proceso político de Reforma Universitaria, Deodoro dice que ellos, en un contexto de una universidad clerical, profesionalista, etc., con la Reforma buscaban un maestro y por eso, el texto tiene que ver con algo así como una especie de historia íntima de las pasiones reformistas, y también dice que la educación tiene que ser una obra de amor, frente a esa especie de claustro docente odiante con el que se encuentran los reformistas. A mí me quedó muy grabado eso, porque uno, en medio de un discurso encendido, piensa que dice esto de que buscaban un maestro, y que la educación tiene que ser obra de amor. Como que uno esperaría más chispas, y Deodoro Roca, cuando retoma esa idea de que buscaban un maestro, dice: “buscábamos un maestro y nos encontramos con un mundo”, y después sigue la famosa frase “no habrá reforma universitaria sin reforma social”. Te diría entonces que aquello que los estudiantes reformistas encontraron en esa experiencia política fue un microcosmos social. Hago toda esta introducción por las claves en las que estoy pensando algunas cosas ahora, y yo creo que uno tiene maestros y maestras más cercanos y más remotos. Yo no soy de ese tipo de generación, en actividad filosófica o académica, que reconocen maestros en el sentido de gurúes, o ese sistema de corte que a veces tenemos en la universidad, donde vos ves que va el titular, el adjunto, el asistente, adscriptos y ayudantes alumnos (como los patitos), como una especie de cuadro de antiguo régimen, yo afortunadamente vengo de una ciudad plebeya y eso no lo tuve, sí lo he visto aquí y en la UBA, pero afortunadamente yo por esa experiencia no pasé. He tenido maestros y maestras muy inmediatas, mencioné a Olga Calvo, una persona que era una gran conocedora de la obra de Marx y de Hegel; también mencionaría a un profesor que se llamó Ángel Cappelletti, que fue un gran historiador de la filosofía antigua y medieval, y uno de los más grandes conocedores de la tradición anarquista (en general) y de la tradición anarquista en Argentina (en particular). Yo no me enmarco dentro de la tradición anarquista, pero debo destacar que fue una persona que en la época de “La noche de los bastones largos” se tuvo que exiliar, y luego se jubiló como profesor de filosofía en Venezuela, para volver a la Argentina a mediados de la década del '90, donde en Rosario lo trataron bastante mal. No digo en en particular en la Escuela de Filosofía, pero sí en la Facultad de Humanidades. Él murió en Rosario; tuve la oportunidad de compartir en ese breve tiempo mucho tiempo con él. Era una especie de sabio estoico para mí, un obrero de la Filosofía. Además era de la vieja guardia que entendía que la Filosofía era sobre todo docencia, escritura, reflexión. Entonces, hay algunas personas (y por supuesto también hay otros profesores y profesoras, no muchos) con los que aprendí, personas con las que por ahí no tengo coincidencias ideológicas, pero que fueron y son grandes maestras, como Marita Santa Cruz y Silvia Magnavacca, dos profesoras de la UBA que valoro mucho. Y vos dirás: ¿por qué no me está nombrando a Engels, por ejemplo? Y es porque yo creo que tiene que haber una relación de cercanía con los maestros y las maestras, que tiene que haber una interacción, un ida y vuelta, un diálogo, una conversación con los vivos. Por ejemplo, si vos me preguntas cuáles son mis dos grandes orientaciones filosóficas, yo te digo Aristóteles y Marx, pero la verdad es que no los considero maestros, para mí la relación de enseñanza está fuertemente ligada a una experiencia de conversación y, por supuesto, muchos de mis compañeros y compañeras de militancia han sido y son maestros acá en Córdoba, y muchos de mis compañeros de aquel entonces en Rosario. También muchos de los estudiantes con los que comparto el día a día me han generado inquietudes que no hubieran nacido sino de ese vínculo, sin ninguna duda, muchos de los procesos populares también, aun aquello que para algunos han sido derrotas (que han sido en parte derrotas y en parte no) para mí han sido enseñanzas. El desafío es pensar en conversación, y poder ampliarla a un espacio colectivo.


Pensando en esto que Deleuze decía de Sartre, hay ahí una cercanía temporal y geográfica entre ellos. Aquí, en algunas discusiones en que muchos nos encontramos involucrados en los últimos años, no puede dejar de mencionarse un texto como el de Omar Acha, del año 2008, que se llama La nueva generación intelectual, en donde se ponen en discusión algunas cuestionesen la que muchos nos reconocemos. Mi maestro Raúl Cerdeiras, por ejemplo, mi amigo Miguel Mazzeo (más cercano en edad), y para muchos otros amigos y amigas de Buenos Aires, o La Plata, Horacio González fueron maestros; y yendo más apara atrás, David Viñas. Un poco también se trataba de esto, de rescatar algunos nombres a veces olvidados, a veces presentes sólo en ámbitos determinados, para también poder de algún modo hacer una cierta justicia respecto de aquellos que nos antecedieron y aquellos con quienes nos formamos.
Para seguir haciendo este puente entre pasado y presente, antes hacíamos mención a lo que pasa con la intelectualidad crítica en la posdictadura argentina, así que me gustaría preguntarte qué se gana y qué se pierde cuando se interviene en la Universidad Pública, cuando se está metido en lo que hoy se denomina también “la academia” (aunque hay que poder diferenciar entre la academia y la universidad, como me dijo alguna evz Martín Kohan), pensando en que muchos intelectuales críticos desde Espinoza a Nietzsche, pasando por las lecturas que de ellos hace en el siglo XX Gilles Deleuze, hay una reivindicación de un pensador más de tipo “privado” (no en términos neoliberales sino de aquella necesaria soledad y ausencia de ciertos condicionamientos que a veces imponen las instituciones). ¿Qué pensás de este doble juego?


Hay una cosa importante, y es que de verdad yo no estudié en esta Universidad, estudié en Rosario y no en Córdoba, y en otro momento histórico: entonces en la carrera de Filosofía en Rosario todavía se podía respirar ese perfume de la primavera democrática, esa idea de que uno leía lo que quería, no porque ahora la gente no lea lo que quiere, sino porque está mucho más marcada por una agenda de carrera académica que entonces aún no había; hoy está toda esa expectativa. Entonces, la Universidad en la que yo estuve, todavía no era la Universidad transida por la Ley de Educación Superior, ni por el proceso de instauración neoliberal de los '90. Por supuesto que mi última etapa lo fue, pero en mi etapa más temprana de formación era todavía una universidad muy atenta a las discusiones que nos seguían llegando de los '70 o de principio de los '80, con las discusiones en torno de Antonio Gramsci, así que esa Universidad de alguna manera fue una Universidad muy difícil. Quienes en esa época militábamos, caído el muro, nos sentíamos muchas veces como los últimos mohicanos, era la época en que supuestamente ya no había más nada que hacer y entonces, uno estaba jugando un juego que para muchos era inútil, pero nosotros sentíamos como un deber: resistir frente a ese lenguaje único fue muy fuerte esa etapa. Luego, la intelectualidad posdictadura fue una intelectualidad que yo leí. Y ahí la primera cuestión que yo pongo en crisis es la figura del intelectual, yo no soy amiga de esa figura. Siempre pienso que quienes somos docentes y hacemos eso que se denomina investigación, intentamos pensar y discutir algunas cuestiones, postular algunos problemas aún en los ámbitos más clásicos de la filosofía, como a los que yo me dedico, como trabajadores y trabajadoras de lo que fuere, sea de la Filosofía, de la historia, de las letras, porque yo creo que es la única manera en que podemos no sólo superar divisiones, que nos alejan de los sectores populares y de las causas emancipatorias, sino también comprendernos en esas claves. Yo entiendo la fuerza del intelectual comprometido en los años '60, pero con toda franqueza, yo no me identifico con esa construcción y creo que lo que pasó en los años '80 es muy importante mirarlo desde una mirada crítica, donde muchos intelectuales ingresaron a la academia como los grandes capitostes, un ejemplo clarísimo sería el de Beatriz Sarlo. La revista Punto de Vista fue una referencia central (pero también otras publicaciones), donde uno puede ver, en un número muy cercano a la asunción del gobierno nacional por parte de Raúl Alfonsín, una terrible revisión crítica de la militancia de los '70. Diría que una especie de revisión vergonzosa, que mira ese proceso sobre todo desde el punto de vista de los errores de esas militancias (que sin duda los tuvieron, como cualquier militancia), y como una especie de apuesta a una democracia desbocada, sobre una base que no puede hacer suyas ninguna de las reivindicaciones y sueños de una generación a la que pertenecieron, una experiencia democrática que hoy en América Latina está claramente en crisis, que para quienes militábamos en los '90 ante el avance bestial del neoliberalismo, en ese momento, no podía ser caracterizada sino como una democracia absolutamente formal. Entonces, la democracia de la posdictadura tuvo un rostro muy hegemónico, ligado a ese tipo de posturas, una inserción en el mundo académico variopinta, porque yo no negaré las capacidades, ni las ideas, ni la producción de muchos y muchas de estos intelectuales, pero sí me siento obligada a poner en discusión su rol político. Así como la Universidad alfonsinista propuso la idea del ingreso restricto y de la masividad, y esto fue un elemento muy importante, de la misma manera creó una “intelligentzia progresista” (que todavía persiste), que durante mucho tiempo bajó o subió el dedo de quien entra y quien no entra en el corral académico, y también generó lo que es esa casta completamente separada del concepto de Universidad Pública, en el sentido de su carácter laico, gratuito, autónomo de los poderes, que es la casta que se cristaliza en el comité universitario del Partido Radical, y en particular en la Franja Morada, que más allá de ser un agrupamiento estudiantil, resultó ser una escuela de formación de cuadros que degeneró el ideario alfonsinista y pasó a un delaruísmo abyecto, y que en los últimos años ofició la complicidad con un gobierno violento y asesino como el de Mauricio Macri. Entonces, es un camino que hay que recorrer, no porque yo considere que Beatriz Sarlo (para emplear esas metáforas de la mismidad) sea lo mismo que Alejandro Rozitchner, sino que estoy señalando derroteros de posiciones ideológicas y de análisis políticos que, hoy en día, lo que muestran es cómo desarmaron a la intelectualidad y a las militancias de armas políticas, de armas críticas capaces de dar debates y luchas, que igual fueron protagonizadas por nosotros y nosotras como pudimos, pero sobre la base de una situación árida de un enorme desierto. Y en ese sentido, la Universidad Pública no es una entidad metafísica sino que yo la caracterizo como un actor político, un agente político creado sobre la base de enormes movimientos populares o de movimientos como es el caso de la Reforma, que empiezan por no ser populares pero que luego pueden asociarse con las causas populares, como aquello que impulsa el decreto de gratuidad del peronismo en el '49, como aquello que en los '60 hace comprender, a lo que en otro contexto hubiesen sido comprendidas como “elites científicas”, de la obligación de orientar la necesidad científica hacia el desarrollo nacional, que en los '70 se reivindica poco, pero que directamente sacó a la Universidad Argentina a la calle, que generó experimentos de democracia radical en la vida universitaria. Acá, en Córdoba, tenemos las experiencia del Taller Total en Arquitectura, experiencias también en lo que entonces era la Escuela de Artes, hay muchísimas situaciones de esa Universidad que fueron sepultadas por estos posicionamientos progres, vergonzantes ante lo que fue la lucha de los '70, reduciéndose a una especie de episodio de equivocación ideológica, de infantilismo armado, cuando todos sabemos que en rigor representó un horizonte utópico que todavía sigue siendo absolutamente necesario. Por lo tanto, en ese lugar la Universidad Pública, y el lugar que cada uno tenga en la misma, es aquel que elige, si uno considera que la Universidad es un actor político, si uno quiere estar ahí en el nicho del academicismo, del profesionalismo, uno puede, si los dioses y los capitostes lo favorecen, quedarse ahí, y uno puede hacer de la Universidad Pública, como de hecho muchos y muchas intentamos hacer (como se decía antiguamente en mis épocas) un arma cargada de futuro, o sea, un lugar en el cual se experimentan, se piensan, se labran, se imaginan otros muchos mundos, se da la voz, o se comparte con muchas otras voces, pero esas son también decisiones políticas. Hay un conflicto también en el interior de la Universidad Pública, no es un territorio llano y neutral, en donde el desarrollo de los conocimientos nos pondrían a todos en un lugar homogéneo y más o menos armónico, y no es sólo el conflicto entre los sectores políticos o las facciones, no, hay un conflicto acerca del sentido de la Universidad Pública como actor político en la vida argentina y, diría yo, de nuestro continente.

Hace un tiempo, Pablo Stefanoni hacía en las redes sociales un planteo en torno a dar vuelta la Tesis 11 sobre Feuerbach, en la cual Karl Marx decía que durante mucho tiempo los filósofos se habían encargado de interpretar el mundo, cuando de lo que se trataba era de transformarlo. Entonces, el posteo de facebook planteaba algo así como volver a interpretar el mundo para después transformarlo. ¿Qué pensás al respecto? ¿Cómo ves esta relación entre interpretación y transformación?

En el año 1993 (si no recuerdo mal) con un grupo de compañeros y compañeras, en ese contexto que decía antes de caída del muro, del famoso fin de las ideologías y demás, formamos en Rosario un agrupamiento de orientación de izquierda, marxista, que se llamó Tesis 11, y nosotros usamos esa Tesis 11 de Marx (incluso con muchos límites interpretativos), justamente como un estandarte a lo que veíamos en ese momento, que era esa suposición de la posibilidad de una actividad filosófica, y en general intelectual, neutral o desprovista de armas críticas, que no se preguntaba por la transformación del mundo, sino que por acción u omisión seguía apuntalando el estado de cosas. Hoy lo que yo creo, incluso a la luz de esto que hablábamos recién de la intelectualidad posdictadura de cierto espacio que yo intento focalizar antagónicamente, y lo que uno se dio cuenta en ese momento, es que sobre la base de diversas orientaciones teóricas (que en un momento se identificaron con el posmodernismo, posestructuralismo, transmodernismo y todos los prefijos que a uno se le pueda ocurrir), se producía una incomodidad, que tenía que ver con estar situado en un lugar que supuestamente ya no tenía inserción histórica. Lo que uno empezó a ver, tomando esa inversión que vos señalas, es que parecía que debíamos renunciar a interpretar el mundo, renunciar a interpretar la historia, a generar tesis acerca de las posibilidades de cambio que pudieran dar cuenta del estado de cosas que pudieron, de alguna manera, desnudar en qué consistía eso que parecía la desnuda fuerza de las cosas, comenzar a quitar velos y mirar donde estábamos parados. Esas orientaciones filosóficas, fueron también orientaciones políticas que tuvieron, o bien vertientes muy conservadoras más o menos disfrazadas o vertientes que, si bien uno puede decir en su intención no iban tras un ideario conservador, y nos hicieron retroceder ante la necesidad de generar posicionamientos críticos y sobre todo aquellos que tuvieran posibilidad de generar eso que me gusta llamar poder popular. Hace poco, estaba mirando los tres documentales de Patricio Guzmán, “La batalla de Chile”, “La lucha de un pueblo sin armas” y “El poder popular”. Los tres son extraordinarios, pero el tercero, que no lo había visto nunca, va reflejando las experiencias políticas de gestación de poder popular en Chile, entre la elección de Allende y el golpe del '73. Una de las primeras cosas que me sorprende son las voces de los compañeros y compañeras de diferentes espacios sociales, la mayoría trabajadores y trabajadoras, que pueden expresar y discutir en ese tiempo con un nivel de formación política impresionante. Uno ve clases en las cuales universitarios y universitarias se reunían, en estos círculos populares de trabajadores y trabajadoras, a poner en discusión como construir poder popular y qué Chile querían. Por eso, cuando yo pienso en la posible inversión de esa frase de Marx, no la pienso en términos de una interpretación tribunera, de cosas que se nos ocurren y tienen que ir todas envueltas en una miel retórica, una cosa que a mí me pareció espantosa de los '90 y también de cierta intelectualidad presente, es esa necesidad de recubrir retóricamente todo lo que se dice para que no se entienda nada, yo no estoy a favor de eso, y con esto no quiero decir que todo el mundo tiene que ser como yo, pero tengo la necesidad de que las cosas se entiendan, de tratar de que las palabras den cuenta, de la mejor manera posible, de la realidad en la que estamos inmersos. Entonces, me parece que esa inversión para mi es válida, si y sólo si, ese retorno a la interpretación para la transformación, toma todo el desafío de lo que supone toparse, como diría mi querido Aristóteles, con el ámbito de lo que aparece, con el ámbito de lo que está ahí, cuya apariencia tenemos que poder descifrar y, de alguna manera, desmontar para poder pensar en otras alternativas.


Para ir terminando, te quería preguntar por una dinámica más de intervención que son las redes sociales, y su relación con el pensamiento, y la política. Me interesaba mucho esto de cómo vos, una Vice Decana de Filosofía de la Universidad de Córdoba, tiene también una intervención activa en redes sociales.


Para mí las redes juegan el papel que ha jugado siempre la prensa en los partidos de izquierda, o sea, las redes son cosas que lee la gente, así como las lee en un soporte virtual las podría leer en un soporte en papel. Yo soy de la vieja guardia, me gustaría que haya más papel, pero el objetivo para mi es militar, entonces el asunto es si eso funciona, y veo que funciona. En ese sentido no le doy más importancia que esa, a veces comparto también alguna música que me gusta o algunos chistes, cosas así pero en ese nivel, no lo tomo como un lugar de expresión de mi subjetividad más profunda (que no se si la tengo), pero sí como un espacio para poner en común, sobre la base de una especie de comunidad de lectores o lectoras con los que uno puede compartir, y que yo también leo, leo tus posteos y de otros compañeros y compañeras, no leo lo de todo el mundo porque la mayor parte de las cosas que andan dando vueltas no me interesan en lo absoluto, pero a las que me interesan las leo como un libro. Yo lo miro desde ahí, no hago ningún tipo de cosa en particular sobre las redes como un lugar metafísico, es un lugar para discutir, como podría ser una prensa y sí, tiene esta ventaja que, tiene una gran capacidad de llegada. Pero tampoco lo hago pensando en la llegada sino simplemente en plantear algunas cuestiones para quien le guste leer.
Por último: ¿cómo ves esta preponderancia de las luchas de género, diversidad y de la economía popular que se produjo en los últimos años?

Un poco retorno a lo que decía anteriormente del documental de Patricio Guzmán. A mí me parece que hoy hay algo absolutamente imposible de obviar, y es la crisis de las democracias nacidas en los años '80, que se manifiestan inequívocamente en estos países ahora atendidos por sus propios dueños, en la situación de esta figura de Bolsonaro en Brasil, y en general, de este fascismo social que, como un fantasma negativo en este caso, recorre América Latina y que es una necesidad del capitalismo para mantener cohesionado y oprimidos a los sectores populares que podrían oponérsele. Estos espacios, las luchas de los feminismos y las disidencias, históricamente puestos en la frontera y de costado, y directamente más allá de la frontera de aquello que tenía algún tipo de voz social, como los trabajadores y trabajadoras de la economía popular, también muchas veces al costado de la historia en cuanto a la capacidad de poder generar alternativas de poder que cuestionaran estructuralmente a los poderes fácticos, me parece que estos dos son ejemplos también con características diferentes, porque sin duda la lucha de los feminismo es una lucha muy estructural que tiene, desde mi mirada, esa suerte de nacimiento simultáneo del régimen de propiedad privada en sus diversas versiones, de las contradicciones y violencia de clase, nace junto con el patriarcado. Entonces, yo no creo que allí haya ninguna cosa que vencer primero, son dos asuntos que dialécticamente se conciernen, así como un régimen de propiedad que se acrisoló en la contradicción de clases bajo determinada comprensión, hoy, encuentra en los trabajadores y trabajadoras de la economía popular sujetos políticos, no solamente sujetos sociales, que también pueden poner desde ese lugar que es diferente a la antigua clasificación de burgueses y proletarios, desde su lugar en el circuito de circulación económica, social, simbólica, cultural, pueden también interpelar mucho más allá de lo que algunos, incluso yo en una época, tradicionalmente pensábamos que es una lucha de clases unidimensional. Creo que hoy son muy pocas las tradiciones de izquierda que miran a los trabajadores y trabajadoras de la economía popular, a movimientos indígenas, campesinos, como elementos que tienen que subordinarse a una estrategia principal. Siempre hay algunos que pueden pensar así, que no piensan muy dialécticamente, pero creo que lo más importantes de ver en esos espacios, es la construcción de poder popular que tiene vocación de poder, en el sentido de cambiar el estado de cosas y poder generar proyectos de país o de continente, que puedan estructurar, conformar perspectivas emancipatorias, perspectivas libertarias.
De lo que quiero dar cuenta es de un problema que para mí es central, en este momento, y es que los trabajadores y trabajadoras de la economía popular, los movimientos sociales, tienen un rol social y político muy importante y dinámico que jugar en ese proceso de construcción de poder, de estrategias, de construcción de alianzas. Finalmente, creo que hay algo que nos enseña el movimiento de las mujeres, también las diversas expresiones de movimientos de disidencia sexual, que es algo que hay que tomarse en serio: no vale hacer loa del movimiento de mujeres y su capacidad de movilización si no se anota lo que sigue, desde mi humilde punto de vista, que es la capacidad de horizontalidad de ese movimiento, y de dar lugar a diversos tipos de experiencias; de la independencia de ese movimiento, que sin embargo puede construir agendas públicas e imponerlas (porque en las agendas públicas no se pide permiso, se las impone) y también la capacidad de interpelar a viejos poderes fácticos que siempre logran, de alguna manera, arroparse en modalidades más progres y presentarse como alternativas articuladoras cuando en rigor sabemos que esos son barcos que de antemano están llevados al naufragio y que, sobre todo, llevan al naufragio a las causas populares. Creo que está muy bien hacer el elogio del movimiento de mujeres, siempre y cuando podamos anotar esos elementos en nuestra agenda. Sino, me parece que estamos tomando el aspecto más epifenoménico, que es el de su eficacia mediática o el de sus colores, que no son despreciables pero que, para mí, tienen otro mar de fondo.

*Nota publicada en Revista Zoom 







sábado, 25 de enero de 2020

Rodolfo Walsh: "La Revolución Palestina"


TEXTO DE 1974, DIARIO NOTICIAS


Rodolfo Walsh, enviado de Noticias, estaba en Beirut el 15 de mayo cuando un comando palestino golpeó en Maalot. Caminó al día siguiente entre las ruinas de las aldeas libanesas bombardeadas por la aviación israelí. Entrevistó a los principales dirigentes de la Resistencia Palestina; antes había pulsado el sentimiento dominante en El Cairo, Damasco, Argel. En su opinión, los acuerdos tramitados por Kissinger no sellarán la paz en Medio Oriente. La explicación está en el pueblo palestino expulsado de su tierra y en la marea revolucionaria que sacude a ese pueblo. Esa Revolución es el tema de la serie que empieza a publicar Noticias.
Tres millones de palestinos despojados de su patria cuestionan todo arreglo de paz en Medio Oriente

- ¿Cómo te llamás?
- Zaki.
- ¿Qué edad tenés?
- Siete.
- ¿Vive tu padre?
- Murió.
- ¿Qué era tu padre?
- Fedaí.
- ¿Qué vas a ser cuando seas grande?
- Fedaí.

El chico rubio de cabeza rapada y uniforme a rayas que da estas respuestas en una escuela de huérfanos al sur de Beirut, Líbano, resume la mejor alternativa, que tras 26 años de frustración resta a tres millones de palestinos despojados de su patria: convertirse en fedayines, combatientes de la Revolución Palestina.
¿Palestinos? No sé lo que es eso, declaró en una oportunidad la ex primer ministro de Israel, Golda Meir. Se conoce la eficacia ilusoria del argumento, utilizado en Argelia, Vietnam, colonias portuguesas, para negar la existencia de sus movimientos de liberación. Muyaidín? Connait pas. Libération Front? Never heard of it. FRELIMO? Nao conhece. El enemigo no existe y todo está en orden. Cada una de estas negativas ha hecho correr un río de sangre pero no ha detenido la historia.
Desde hace un cuarto de siglo la política oficial del Estado de Israel consiste en simular que los palestinos son jordanos, egipcios, sirios o libaneses que se han vuelto locos y dicen que son palestinos, pero además pretenden volver a las tierras de las que se fueron voluntariamente en 1948, o que les fueron quitadas no tan voluntariamente en las guerras de 1956 y 1967. Como no pueden, se vuelcan al terrorismo. Son en definitiva terroristas árabes.
Es inútil que en el Medio Oriente estos argumentos hayan sido desmantelados, reducidos a su última inconsecuencia. Israel es Occidente y en Occidente la mentira circula como verdad hasta el día en que se vuelve militarmente insostenible.
La hoja 1974 de esta historia no ha sido todavía doblada y ya tiene varios renglones sangrientos: Keriat Shmonet, Kfair, Maalot, Nabatyé. Es difícil entenderla si se ignoran las hojas 1967, 1948, 1917, y aún las anteriores, incluso las que se salen de la historia y se hunden en la literatura religiosa.



En el principio fue...

Primero -dicen- fueron los caanitas y después fueron los hebreos. Faltaban mil años para que naciera Cristo cuando Saúl fundó su reino, que después se partió en dos. Hace casi 2700 años el reino de Israel fue abatido por los asirios. Hace 2560 años el reino de Judá fue liquidado por los babilonios, y en el año 70 de nuestra era los romanos arrasaron Jerusalén.
Estos son los precedentes históricos del Estado de Israel, sus títulos de propiedad sobre Palestina.
El Sha de Irán podría alegar títulos análogos fundado en la invasión persa del siglo VI antes de Cristo, la Junta Militar griega podría recordar que Alejandro ocupó Palestina el año 331, Paulo VI acordarse de que en el año 1099 los cruzados católicos fundaron el reino de Jerusalén. Los propios historiadores árabes han señalado burlonamente que los caanitas que ocuparon Palestina antes que los hebreos, venían de la península arábiga y eran, en consecuencia, ?árabes?.
Con la destrucción de Jerusalén -dicen- empezó la diáspora judía, la dispersión. Desde entonces, según la leyenda moderna, el judío anduvo errante por el mundo esperando el momento de volver a Palestina..
¿Cuántos volvieron realmente? Historiadores ingleses afirman que en el siglo XVI vivían en Palestina menos de 4.000 judíos, en el siglo XVIII, 5.000, y a mediados del siglo pasado, 10.000. Es recién a fines de ese siglo cuando algunos judíos empiezan a plantearse el retorno masivo, y cuando ese retorno asume una forma política y una ideología: el sionismo. ¿Por qué?

Un fruto tardío del capitalismo         
Una respuesta posible a esa pregunta surgió del campo de concentración nazi de Auschwitz. La escribió en 1944, su último año de vida, un judío marxista de 26 años, Abraham León: El sionismo, que pretende extraer su origen de un pasado dos veces milenario, es en realidad el producto de la última fase del capitalismo.
En esa fase todos los nacionalismos europeos han construido sus estados y no necesitan ya de la burguesía judía que ayudó a construirlos, pero que ahora es un competidor molesto para el capitalismo nativo.
Repentinamente surge en esos países el chovinismo antisemita, y se convierten en extranjeros indeseables judíos integrados durante siglos a la vida de los mismos, que, como dice León, tenían tan poco interés en volver a Palestina como el millonario norteamericano de hoy.
Las persecuciones del siglo XIX afectan más a la clase media judía que a la clase alta, cuyos representantes notorios iban a lograr una nueva integración a nivel del capital financiero internacional.
Aquellos judíos europeos perseguidos que descubrieron en el capitalismo la verdadera causa de sus males, se integraron en los movimientos revolucionarios de sus países reales. El sionismo evidentemente no lo hizo y se configuró como ideología de la pequeña burguesía, alentada sin embargo por aquellos banqueros que -como los Rotschild- veían venir la ola y querían que sus ?hermanos? se fueran lo más lejos posible. A fines del siglo pasado esa ideología encontró su profeta en un periodista de Budapest, Teodoro Herzl, su programa en las resoluciones del Congreso de Basilea de 1897 y su herramienta en la Organización Mundial Sionista.
El retorno a Palestina tropezaba sin embargo con el inconveniente de que el país estaba ocupado por una población -500.000 habitantes- que desde la conquista islámica del siglo VII era árabe.
Los fundadores del sionismo negaron el problema. En 1898 Herzl hizo un viaje a Palestina y preparó un informe donde la palabra árabe no figuraba. Palestina era una tierra sin pueblo donde debía ir el pueblo sin tierra. El palestino se convirtió en el hombre invisible del Medio Oriente. Algunos alcanzaron sin embargo a descubrirlo. El escritor francés Max Nordau vio un día a Herzl y le dijo asombrado: Pero en Palestina hay árabes y agregó: Vamos a cometer una injusticia.
En medio siglo el sionismo reemplazó a la población árabe de Palestina por inmigrantes europeos
Palestina es mi país, dice Ihsan. Nunca estuve en Palestina, dice, pero algún día volveré porque nuestros comandos están peleando para que volvamos.
Mi padre murió en Abar el Djelili, dice Naifa. La muerte de mi padre no me duele, porque murió por nosotros.
Mi padre se llamaba Salah, dice Randa. Estaba peleando y murió.
Ninguno de los 480 huérfanos de la escuela de Suq el Garb, al sur de Beirut, había visto Palestina si no era a través de los ojos del padre muerto.
En el aula las muchachas se levantaron para saludar al visitante que venía de tan lejos. En el pizarrón había una inscripción en árabe. Pregunté qué decía. Decía: “Historia Palestina”.
La idea del Estado Judío surgió a fines del siglo pasado, como el último proyecto de un estado europeo cuando ya no existía en Europa lugar para un nuevo estado.
Ese estado debía en consecuencia instalarse fuera de Europa y el lugar elegido resultó Oriente. La contradicción fue resuelta a través de la ideología -el sionismo- y la ideología se alimentó en el mito bíblico y en la simulación de que Palestina estaba deshabitada.
Históricamente, estas construcciones mentales producen víctimas. En 1900 había en Palestina 500.000 árabes y 30.000 judíos. Si en 1974 hay tres millones de israelíes y 350.000 árabes, no hace falta preguntarse dónde están las víctimas: están afuera de Palestina, expulsadas de su patria.
Conviene recordar -porque es la cuestión de fondo- cómo se produce ese trasvasamiento sin precedentes en que la población de un país es reemplazada por otra.
Los primeros inmigrantes no provocaron la desconfianza de los árabes. En 1883 los habitantes de Sarafand recibieron a los colonos que llegaban con estas palabras. Desde tiempo inmemorial somos hermanos de nuestros vecinos, los hijos de Israel, y viviremos con ellos como hermanos. Ocho años después sin embargo los notables de Jerusalén pidieron al imperio otomano, que gobernaba Palestina, que prohibiera la inmigración judía, y en 1898 los árabes de Transjordania expulsaron violentamente una colonia judía.
A pesar de las prohibiciones oficiales la inmigración continuó, aprovechando la corrupción de funcionarios turcos y de terratenientes árabes ausentistas que vendían sus tierras. En 1907 se estableció el primer kibutz, granja colectiva que desde el principio excluyó al trabajador árabe. Cuando en 1914 los turcos hicieron su primer y último censo, resultó que había en Palestina 690.000 habitantes, de los que 60.000 eran judíos. Ese año la guerra mundial dio al sionismo su gran oportunidad.

Inglaterra regala Palestina
Foreign Office, Noviembre 2, 1917.
Querido Lord Rotschild:
Tengo mucho placer en transmitirle, de parte del gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones Judías Sionistas, que ha sido sometida al Gabinete y aprobada por él.
El gobierno de Su Majestad contempla con simpatía en establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo Judío, y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el cumplimiento de ese objetivo, quedando claramente entendido que nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de comunidades no-Judías existentes en Palestina, o los derechos y el status político de que disfrutan los Judíos en cualquier otro país.
Le agradeceré ponga esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista.
Este trozo de papel, en apariencia inofensivo, es el fundamento moderno del Estado de Israel. Se lo conoce como de declaración de Balfour, y lleva la firma del canciller inglés.
Dos años después Balfour aclaró lo que quería decir: El sionismo, bueno o malo, es mucho más trascendente que los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que ahora habitan esa antigua tierra... En Palestina no pensamos llenar siquiera la formalidad de consultar los deseos de los actuales habitantes del país.
Dos años antes de la Declaración, Gran Bretaña había prometido al Shariff Hussein, la independencia de los países árabes, a cambio de su ayuda en la guerra contra Turquía, aliada de Alemania. Y en efecto fueron soldados árabes los que liquidaron el dominio otomano en Medio Oriente.
La declaración Balfour se conoció después y, finalizada la guerra, sirvió de base para la resolución de la Liga de las Naciones que convirtió a Palestina en mandato británico. En la redacción de ese documento participó la Organización Mundial Sionista.
A partir de ese momento la inmigración creció inconteniblemente, organizada por la Agencia Judía, que formaba parte de la administración británica.
Cuando los ingleses hicieron su primer censo en 1922 había en Palestina 760.000 habitantes, de los que algo más de 80.000 eran judíos: o sea el 11%. Esa proporción había subido en 1931 al 16 y en 1936 al 28%. Ese año se produciría la primera rebelión palestina contra los ingleses, que duró tres años y costó millares de muertos.

Manual del colonialismo
Todavía en 1917 David Ben Gurion afirmó que en un sentido histórico y moral. Palestina era un país sin habitantes.
Ben Gurion no ignoraba que el 90% de los habitantes eran árabes: decía simplemente que no existían como seres históricos o morales. Por la misma época, según relata Fanon, los profesores franceses de la Universidad de Argel enseñaban seriamente que los argelinos eran más parecidos a los monos que a los hombres.
Este tren de pensamiento, llevado a sus conclusiones prácticas, puede encontrarse en el propio fundador del sionismo, Teodoro Herzl. La edificación del Estado Judío, escribió, no puede hacerse por métodos arcaicos. Supongamos que queremos exterminar los animales salvajes de una región. Es evidente que no iremos con arco y flecha a seguir la pista de las fieras, como se hacía en el siglo XV. Organizaremos una gran cacería colectiva, bien preparada, y mataremos las fieras lanzando entre ellas bombas de alto poder explosivo.
Algunos colonizadores admitían que los palestinos eran hombres, aunque más parecidos a los pieles rojas. ¿Quién ha dicho -preguntaba en 1921 la Organización Sionista de Gran Bretaña- que la colonización de un territorio subdesarrollado debe hacerse con el consentimiento de sus habitantes? Si así fuera... un puñado de pieles rojas reinarían en el espacio ilimitado de América.

Un ghetto más grande
La mentalidad colonial marcó profundamente el establecimiento de la inmigración judía en Palestina. Se formaron comunidades cerradas, exclusivas, donde el árabe era un intruso. La reventa de tierras a los árabes se convirtió en pecado que las organizaciones terroristas judías castigaron sangrientamente.
Aún a nivel de la clase obrera se instala una perversión de la conciencia que convierte al trabajador árabe primero en competidor del inmigrante, después en enemigo, finalmente en víctima. La Histradut, central sindical judía, no admite en su seno, los boicotea, prohíbe a las empresas judías que compren materiales trabajados por los árabes.
David Hacohen, miembro de la Histradut y años después parlamentario israelí, ha recordado las dificultades que tuvo para explicar a otros ?socialistas? ingleses que ?en nuestro país uno adoctrina a las amas de casa para que no compren nada a los árabes, se piquetean las plantaciones de citrus para que ningún árabe pueda trabajar en ellas, se vuelca petróleo sobre los tomates árabes, se ataca en el mercado a la mujer judía que ha comprado huevos a un árabe, y se los rompe en la canasta...?
La soberbia racial va moldeando esa sociedad en el más absoluto aislamiento, como si todos los ghettos del mundo se juntaran en un ghetto más grande, pero esta vez deliberadamente encerrado en sí mismo.
Simón Luvich, israelí exiliado en Londres, recuerda con asombro aquella época de su infancia: Para nosotros, los árabes eran una especie de exótica minoría étnica, que a veces bajaba de las montañas con sus kufeyas... Nunca entendimos de qué se trataba, porque no los veíamos.
Galili, ministro de Información de Israel, seguía sin verlos en 1969: No consideramos a los árabes del país un grupo étnico ni un pueblo con carácter nacional definido.
Si es ceguera no ver lo que existe, a esa ceguera debe atribuirse la sangre que ha corrido y seguirá corriendo en Palestina.
En 1947, una resolución de las Naciones Unidas quitó a los palestinos el derecho a tener una Patria
El israelí se jacta ante el mundo de ser el máximo representante en la historia de la Diáspora... Pero quien posee en tal grado el sentimiento del destierro, llega a ser completamente incapaz de comprender que otros puedan tener ese mismo sentimiento. No es cruel que digamos que el comportamiento de los israelíes sionistas con el pueblo original de Palestina es similar a la persecución nazi contra los propios judíos. (Mahmud Darwis, poeta palestino).
El mandato británico sobre Palestina después de la primera guerra mundial permitió cumplir con la promesa, contenida en la declaración de Balfour de 1917, de establecer un hogar nacional judío en un territorio poblado por los árabes. Para el sionismo el Mandato era una etapa intermedia, necesaria antes de establecer una población propia en Palestina como base del Estado Judío, objetivo permanente detrás de la fachada del hogar nacional.
Gran Bretaña favoreció ese proyecto hasta que la inminencia de la segunda guerra mundial le hizo ver que el riesgo de que los pueblos árabes se alinearan junto a Alemania. Las falsas promesas de 1915 se renovaron en 1939.
En mayo de ese año el gobierno británico publicó un Libro Blanco donde reafirmaba que no tenía el propósito de imponer la nacionalidad judía a los árabes palestinos, prometía limitar a 75.000 el número de inmigrantes en los próximos cinco años y, a partir de 1944, no admitir nueva inmigración sin el consentimiento explícito de los árabes.
El Libro Blanco fue un producto tardío e ineficaz del colonialismo inglés. En los primeros 20 años de Mandato la proporción de habitantes judíos en Palestina pasó del 10 al 30%. Solamente en 1935 habían entrado más de 60.000 colonos: en 1940 la población judía se acercaba al medio millón.

Aceitando el fusil
Los jefes de la Agencia Judía concibieron desde el principio la inmigración como una colonización armada y construyeron una organización semiclandestina, el Haganah, de la que en 1935 se separó un brote terrorista de ultraderecha, el Irgun, cuyo lema era un mapa de Palestina y Transjordania atravesado por un brazo armado y un fusil con el lema hebreo Rak Kach (Sólo así).
Inicialmente estas organizaciones se limitaron a asegurar mediante el terror la vigencia del boycot antiárabe, pero a partir de 1939 empezaron a prepararse para combatir, también a los ingleses. Curiosamente uno de esos preparativos consistió en el ingreso masivo de judíos en el ejército británico: al final de la segunda guerra su número llegaría a 27.000 hombres, que serían el núcleo del ejército judío para la confrontación final en dos tiempos: contra los ingleses y contra los árabes.

El empujón nazi
El estallido de la guerra llevó a su paroxismo la persecución de los judíos en Alemania y brindó un nuevo argumento para la inmigración en Palestina. Ben Gurion resumió en estos términos el sentido y los límites de la alianza entre el sionismo y Gran Bretaña: Lucharemos junto a Gran Bretaña en esta guerra como si el Libro Blanco no existiera, y lucharemos contra el Libro Blanco como si no existiera la guerra.
En la práctica esto significó desconocer las cláusulas restrictivas del Libro Blanco e intensificar la inmigración clandestina, aún desafiando el bloqueo inglés. Buques cargados de inmigrantes europeos fugitivos del nazismo empezaron a llegar a las playas palestinas. Cuando en 1940 los ingleses pretendieron devolver el cargamento de dos de esos barcos, el buque Patria que debía transportarlos confinados a la isla Mauricio, saltó en pedazos en el puerto de Haifa. Allí murieron 250 personas, en su mayoría mujeres y niños. Aunque el sionismo alegó que los propios refugiados volaron el Patria, la opinión mundial se indignó ante la insensibilidad británica.
Recién 18 años después un miembro del Comité de Acción Sionista, Rosenblum, reveló que el Patria había sido volado por la Haganah, sin consultar a las víctimas. Con nuestras propias manos asesinamos a nuestros hijos, escribió Rosenblum.

Llegan los americanos
En 1942 el centro de gravedad del sionismo se había desplazado de Gran Bretaña a los Estados Unidos. El 11 de mayo de ese año la Organización Sionista Americana publicó un manifiesto que luego fue conocido como el Programa de Baltimore. Planteaba cuatro exigencias: el fin del Mandato, el reconocimiento de Palestina como Estado soberano judío, la creación de un ejército judío, la formación de un gobierno judío.
En Jerusalén, la Agencia Judía adoptó el Programa de Baltimore como política oficial del sionismo y se desligó del Mandato. Gran Bretaña había cumplido su ciclo. Iba a librar aún acciones de retaguardia, condenadas de antemano, pero dejaría en Medio Oriente -como en la India, como en Irlanda- la semilla de un conflicto inagotable.
Los norteamericanos tomaron el relevo de los ingleses y no lo abandonaron hasta hoy.
Cuando en 1945 se desmoronó el nazismo y se abrieron las puertas de los campos de concentración -las cámaras de gas, los patéticos restos de una infinita carnicería-, un sentimiento de horror sacudió a Europa.
Los europeos tienen una singular capacidad para proyectar los propios demonios a lejanos escenarios. Muchos franceses creen que las atrocidades de Hitler son distintas de sus propios crímenes en Indochina y Argelia: ingleses que no han oído de Kenya se asustan de las persecuciones de Stalin, y algunos italianos están convencidos de que el fascismo nació en la Argentina.
De acuerdo con este esquema, el exterminio de los judíos iba a ser purgado no en el lugar donde ocurrió, sino en Medio Oriente: no por quienes lo ejecutaron o lo permitieron sino por gente que no tenía nada que ver.
El proyecto de un Estado Judío en Palestina se convirtió así en clamor mundial y los dirigentes sionistas lo explotaron serenamente. Los 225.000 sobrevivientes de los campos de concentración fueron canalizados a Palestina aumentando una población que ya al fin de la guerra ascendía al 32%.
Entretanto se preparaba la guerra. No se había disipado el humo sobre las ruinas de Berlín ni se había desenterrado el espanto total de Auschwitz cuando David Ben Gurion, futura cabeza del Estado de Israel, negociaba en Estados Unidos la compra de armamento pesado y la reorganización de la Haganah por militares norteamericanos.

Nace una Nación
Una fulgurante campaña de terror contra los ingleses precipitó el epílogo. En febrero de 1947 Gran Bretaña anunció que, en esas condiciones, no estaba dispuesta a seguir gobernando Palestina, y devolvió a las Naciones Unidas el Mandato que le había entregado la Liga de las Naciones.
La Asamblea de la UN discutió siete meses el tema y finalmente elaboró una solución salomónica. Palestina sería dividida en dos Estados: uno judío, otro árabe.
En ese momento había en Palestina 1.200.000 árabes y 600.000 judíos. Los palestinos poseían el 94% de la tierra y los judíos el 6%.
El Plan de Partición de las Naciones Unidas dividió el país en dos. En uno, que se convertiría en el Estado de Israel, y que abarcaba el 60% de las mejores tierras cultivables, había 500.000 judíos y 400.000 palestinos. En el 40% restante, que nunca llegó a convertirse en Estado, y que hoy forma parte de Israel, había 800.000 palestinos y 100.000 judíos.
El mapa resultante es un notable ejercicio de topología en que ambos países aparecen superpuestos, con pasadizos y corredores para comunicar regiones separadas. Lo que no dice el mapa es que la mitad de las tierras de propiedad palestina caían bajo jurisdicción israelí, y que en millares de casos la aldea árabe quedaba separada de las tierras que cultivaban sus habitantes.
El 29 de noviembre de 1947, por una mayoría de dos tercios que encabezaban los Estados Unidos y la Unión Soviética, la Asamblea de la UN aprobó el Plan de Partición y desencadenó la desgracia del pueblo palestino, el genocidio, el éxodo y la guerra.
En la votación los norteamericanos presionaron hasta el límite a los dóciles gobiernos asiáticos y latinoamericanos. Una empresa yanqui compró a la vista de todo el mundo el voto de un país africano. El secretario de Defensa norteamericano James Forrestal, que no era propenso a escandalizarse, pudo escribir: Los métodos que se han usado en la Asamblea General para presionar y coercionar a otras naciones, bordean el escándalo.
Así nació Israel. Pero la historia no terminaba. Al día siguiente de la votación, el sionismo lanzó todo el peso del terror para despojar a los árabes del territorio que le había dejado el Plan de Partición.
El Terror Sionista y el Éxodo Palestino. La Masacre de Deir Yassin sentó un modelo de escarmiento
Durante tres días, del 11 al 13 de diciembre, atacamos en Haifa y en Jaffa, en Tireb y Yazur. Atacamos y volvimos a atacar en Jerusalén... Las bajas enemigas en muertos y enemigos fueron muy altas.
De este modo describe Menajem Begin, el jefe del Irgun, el comienzo de la guerra que durante siete meses sacudió a Palestina en 1947-48.
El objetivo de esos ataques no eran ya los ingleses. El 29 de noviembre las Naciones Unidas habían votado la partición de Palestina y Gran Bretaña anunció el 14 de mayo de 1948 que retiraba sus últimas tropas.
El blanco de la ofensiva en que participaron la Haganah, el Irgun y la Banda Stern era la población Palestina, desarmada y desorganizada.
En septiembre de 1946 la Haganah había caracterizado al Irgun y la Banda Stern como organizaciones que se ganan la vida mediante el gangsterismo, el contrabando, el tráfico de drogas en gran escala, el robo a mano armada, el mercado negro.
Esta suma de dicterios expresaba en realidad diferencias políticas y de método. Mientras la Haganah, brazo armado de la Agencia Judía, se definía como socialista y buscaba una imagen de respetabilidad, el Irgun evolucionaba hacia las posiciones fascistas que hoy sostiene el partido Herut, encabezado por el mismo Begin y la Banda Stern era un grupo de desesperados de ultraderecha.
A pesar de las acciones espectaculares del Irgun, Haganah fue siempre la organización de mayor peso y de ella surgieron los líderes, hasta hoy, del Estado de Israel.
Como jefe militar aparecía Moshe Sneh. La cabeza real era Ben Gurion -luego primer ministro- y entre sus dirigentes figuraban Moshe Dayan, hasta hace poco ministro de Defensa, y el actual primer ministro Itshak Rabin.
Un comité anglonorteamericano de investigación sobre la violencia en Palestina describió en 1946 los efectivos de la Haganah: una fuerza territorial de reserva de 40.000 colonos, un ejército de campaña de 16.000, y una fuerza de choque, el Palmach, que oscilaba entre 2.000 y 6.000.
El Irgun tenía de 3.000 a 5.000 combatientes; la Banda Stern alrededor de 300.
Separadas por ácidas disputas, estas tres fuerzas confluyeron rápidamente ante el anuncio de la retirada inglesa, aceptaron la hegemonía de la Haganah y pusieron en práctica el llamado Plan D, que consistía en aterrorizar a la población árabe en el período de vacío político comprendido desde el voto de la UN y la retirada inglesa y limpiar de árabes el Estado Judío y ocupar todo el territorio posible del Estado Árabe previsto por el Plan de Partición.

Deir Yassin
Las primeras operaciones combinadas de las organizaciones sionistas se desataron en diciembre de 1947 sobre la carretera que unía los dos principales baluartes judíos: la ciudad costera de Tel Aviv y el barrio judío de Jerusalén. La carretera estaba flanqueada por aldeas árabes, lo que equivalía al bloqueo de Jerusalén.
La primera etapa consistió en operaciones de hostigamiento contra esas aldeas, duró hasta marzo de 1948 y dejó 1700 muertos. La ofensiva en gran escala comenzó el 3 de abril cuando el Palmach tomó por asalto la aldea de Qastall, situada sobre un cerro que dominaba la carretera.
Seis días después el Irgun con el conocimiento de la Haganah, desarrolló una operación que hasta el día de hoy aparece ante cien millones de árabes como el símbolo del horror: el asalto y la masacre de Deir Yassin.
Deir Yassin era una pequeña aldea árabe situada cinco kilómetros al oeste de Jerusalén. No tenía importancia estratégica alguna y sus habitantes permanecían al margen de la conflagración. En la mañana del 9 de abril, 200 efectivos del Irgun y la Banda Stern entraron a sangre y fuego casa por casa, masacrando a 254 hombres, mujeres y niños, saquearon, violaron, mutilaron cadáveres y los arrojaron a una fosa común.
El baño de sangre de Deir Yassin -admitió después el escritor judío Arthur Koestler- fue la peor atrocidad cometida por los terroristas en toda su carrera.

Discurso del Método
En su libro La Rebelión, el autor de la masacre, Menajem Begin, aclaró sus motivos. Después de Deir Yassin, dice, un pánico sin límites asaltó a los árabes, que empezaron a huir en salvaguarda de sus vidas. Esta fuga en masa se convirtió en un éxodo enloquecido e incontrolable. De los 800.000 árabes que vivían en el actual Estado de Israel, sólo quedaron 165.000.
La opinión de Begin es confirmada por Koestler: La población árabe fue presa del pánico y escapó de sus pueblos y aldeas lanzando el lastimero grito: Deir Yassin. Huyeron de sus casas dejando a medio beber el último café en el pocillo de porcelana.
Si los detalles de la masacre de Deir Yassin merecen un tratamiento aparte cuando se discuta el rol del terrorismo en las luchas palestinas, sus efectos políticos y militares se hicieron evidentes enseguida.
Tres días después el Palmach tomó Kolonia sin lucha y dinamitó una por una las casas árabes. Cinco aldeas más fueron destruidas por la fuerza de choque del Haganah antes del 17 de abril con un saldo de 350 muertos. El 21 de abril, dice Begin, todas las fuerzas judías penetraron en Haifa como un cuchillo entra en la manteca. Los árabes escapaban aterrados gritando Deir Yassin.
Haifa era la segunda ciudad de Palestina. En una semana su población se redujo de 60.000 a 9.000.
El 25 de abril el Irgun atacó Jaffa, la ciudad árabe contigua a Tel Aviv. Al principio hubo resistencia, pero después se repitió el fenómeno: los árabes escapaban por decenas de millares. Aquí no fue necesario el ejemplo de Deir Yassin: los últimos defensores de Jaffa fueron fusilados sobre el terreno, los sobrevivientes expulsados con lo puesto, y las casas dinamitadas una tras otra.
El mismo día la Haganah tomó Acre. Bastó un megáfono y el anuncio de represalias, para que el éxodo se repitiera.
Mientras estos episodios se repetían en centenares de aldeas y decenas de millares de familias palestinas ambulaban por los caminos que conducían al Líbano, Siria, Jordania, las tropas británicas observaron con singular indiferencia, limitándose a impedir que los incipientes ejércitos de los países árabes violaran las fronteras del nuevo Estado de Israel.
El 14 de mayo las últimas columnas del ejército inglés desfilaron al son de las gaitas por las calles de Jerusalén. En el primer minuto del 15, una exclamación de júbilo brotó de las posiciones conquistadas por los israelíes: era el Día de la Independencia.
Nathan Chowsi, un judío que emigró a Palestina en 1906, ha calificado ese júbilo:
Los viejos colonos de Palestina podríamos relatar de que manera nosotros, los judíos, expulsamos a los árabes de sus ciudades y sus aldeas... Aquí había un pueblo que vivió 1300 años en su propia tierra. Vinimos nosotros y convertimos a los árabes en trágicos refugiados. Y todavía nos atrevemos a calumniarlos y difamarlos, a ensuciar su nombre. En vez de sentirnos profundamente avergonzados por lo que hicimos, y tratar de enmendar todo el mal que hemos cometido, ayudando a esos infelices refugiados, justificamos nuestros actos terribles, y tratamos inclusive de glorificarlos.
Producto de tres guerras y de innumerables persecuciones, el Pueblo de las Tiendas aguarda su hora

- ¿Usted de dónde es?
- Soy de Jaffa.
- ¿Y dónde vive?
- Yo vivo en una carpa. Y usted, ¿de dónde es?
- Soy de Bulgaria.
- ¿Y dónde vive?
- Vivo en Jaffa.
(Arlette Tessier. Diálogo en Gaza)

Esta es una transmisión de la Haganah, intimidando a los árabes a que abandonen este distrito antes de las 5:15 de la madrugada. Tengan piedad de sus mujeres y de sus hijos y salgan de este baño de sangre. Váyanse por el camino de Jericó, que todavía está abierto. Si se quedan, vendrá el desastre.
Aún no había amanecido el 15 de mayo de 1948, Día de la Independencia de Israel, cuando decenas de camiones equipados con altoparlantes transmitían este mensaje a las poblaciones árabes.
El desastre que se invocaba no era una amenaza hueca. El recuerdo de la masacre de Deir Yassin se unía en la mente de los palestinos al de decenas de pueblos y ciudades ocupados a sangre y fuego.
El Plan Dalat o Plan D, puesto en ejecución por el alto mando de la Haganah, al que se plegaron las otras dos organizaciones terroristas -Irgun y Stern- incluyó trece campañas militares en regla entre el 1º de abril (Operación Nachshon) y el 14 de mayo (Operaciones Ben Ami, Pitchfork y Schfilon). Ocho de ellas se desarrollaron fuera de Israel.
El resultado de estas operaciones fue la ocupación de Haifa, Jaffa, Beisan, Acre, barrio residencial árabe de Jerusalén y otras poblaciones menores, así como la purificación de Galilea.
Antes que Ben Gurion proclamara el Estado de Israel en un museo de Tel Aviv, bajo un retrato de Teodoro Herzl fundador del sionismo, había ya 400.000 palestinos fugitivos. Pero en la madrugada del 15 las fuerzas israelíes cruzaron arrolladoramente las fronteras del Estado árabe consagrado por el Plan de Partición de la UN que, de ese modo, no llegó a existir.
Es entonces cuando se produce, según la historia oficial israelí, pródiga en mitos, la invasión de cinco poderosos ejércitos árabes contra el indefenso Estado de Israel.

El Cowboy y el Pielroja
Después de la guerra del 48, cada bando hizo su balance militar. Solamente la Haganah, que en 1946 tenía 65.000 hombres (fuente británica) y en 1948, 90.000 (fuente israelí), contaba un año antes de la guerra con 10.000 fusiles, 1.900 metralletas, 600 ametralladoras y 768 morteros: en este caso la fuente es Ben Gurion. En los meses anteriores a la Partición, ese armamento se multiplicó merced a la introducción ?clandestina? de una fábrica capaz de producir 100 metralletas y 50.000 balas por día. Y en vísperas de la guerra, agentes israelíes contrabandearon por barco y por avión millares de fusiles y ametralladoras checas.
Fuentes árabes estiman el total de sus fuerzas en 21.000 hombres mal equipados, con largas líneas de comunicaciones. En Egipto reinaba el corrompido rey Faruk, cuyo primer ministro Nokrashy no tenía el menor interés en mandar hombres a Palestina, desafiando a los ingleses que aún ocupaban el Canal de Suez. En Irak gobernaba un títere de los ingleses, Nuri as Said. Siria acababa de independizarse de los franceses y su ejército no superaba los 3.000 hombres. El ejército libanés tenía apenas 1.000 reclutas.
La única fuerza militar atendible, la Legión Árabe, reunía 4.000 hombres adiestrados y conducidos por oficiales ingleses. El Foreign Office llegó a un acuerdo con el rey Abdullah, por el que se impidió a la Legión violar la frontera israelí. (Abdullah pagó después su traición a manos de un refugiado palestino)
En estas condiciones la invasión de los ?poderosos ejércitos árabes? en apoyo de sus hermanos palestinos resultó apenas un gesto desesperado.
A pesar de todo, esas fuerzas consiguieron algunos éxitos iniciales, cuyo eje era el bloqueo de Jerusalén, pero el 11 de junio aceptaron una tregua que les hizo perder todas las ventajas conseguidas. En menos de un mes la Haganah terminó de convertirse en un ejército regular, y cuando el 7 de julio se reanudó la lucha, duró apenas diez días. Ahora sí, los árabes estaban vencidos.

El Masacrador de Lydda
En el contexto de la derrota, cabe el estilo de la victoria. El 11 de julio de 1948, la población árabe de Lydda, que se había rendido a los israelíes, se sublevó al advertir la presencia de unos tanques jordanos.
El tercer regimiento del Palmach liquidó en horas la insurrección, entrando casa por casa y disparando sobre todo lo que se movía. Según fuente israelí, hubo 250 muertos. Según fuente árabe, entre 500 y 1.700, de los cuales 150 fusilados en la Gran Mezquita convertida en prisión. El escritor inglés Erskine Childers dice que una columna israelí entró en el pueblo disparando en todas direcciones: los cadáveres de hombres, mujeres y niños quedaron desparramados en las calles, tras esta carga implacablemente brillante.
Y dice quién iba al frente de la columna: Moshe Dayan, un nombre que haría historia.
Tras la firma del armisticio, Israel se quedó con 3.500 kilómetros cuadrados más de tierra palestina, Faruk se apropió la franja de Gaza y la monarquía hachemita anexó la Cisjordania. Palestina había dejado de existir. Casi 900.000 palestinos se amontonaban en los campamentos de refugiados de Jordania, Siria, Líbano, Gaza, alimentándose con las raciones de socorro de la UN. Una generación entera nació y creció bajo las carpas. En 1954 eran más de un millón, en 1956, 1.300.000. Otros 500.000 habían emigrado al Canadá, al Brasil y a otros países.
En 1956 esos desterrados vieron pasar entre columnas de polvo los tanques israelíes que se lanzaban sobre el Sinaí, mientras los ingleses y los franceses ocupaban el Canal. Meses después los vieron regresar.
En 1967 el dios de la guerra volvió a tronar en los escuálidos campamentos del Pueblo de las Tiendas.

La Paz israelí
Fue con repugnancia que vi por televisión las escenas de Israel en aquellos días; la ostentación del orgullo y la brutalidad del conquistador; los estallidos del chauvinismo; y las salvajes celebraciones del inglorioso triunfo, contrastando con las imágenes del sufrimiento y desolación árabe, las caravanas de refugiados jordanos y los cadáveres de los soldados egipcios muertos de sed en el desierto. Contemplé las figuras medievales de los rabís y los khassidim saltando de alegría en el Muro de los Lamentos; y sentí como los fantasmas del oscurantismo talmúdico -que bien conozco- se amontonaban sobre el país, y cómo la atmósfera reaccionaria de Israel se volvía densa y sofocante.
Este es el comentario de un escritor judío, Isaac Deutscher, a la fulgurante campaña de los Seis Días que, en junio de 1967, arrojó al ejército egipcio al otro lado del Canal de Suez. Sus glorias han sido suficientemente cantadas. Entre ellas no figura probablemente la expulsión de 250.000 palestinos que aún quedaban en Cisjordania y Gaza.
En el vacío que dejó el largo éxodo palestino, se estableció la Paz Israelí. El profesor de matemáticas italiano le sacó la casa al tendero árabe. El lingüista inglés construyó la suya sobre un espacio demolido. El pintor apátrida del Quartier Latin se rodeó de un ambiente oriental. El ingeniero agrónomo argentino se fue al kibutz donde ya no quedaba ni memoria del fellah que durante trece siglos le preparó la tierra: como si no hubiera tierra en la Argentina.
En la resistencia armada el pueblo palestino encontró al fin su identidad negada por la ocupación
Yo soy de Djebelia, en la franja de Gaza. Allí éramos 16.000 concentrados. Nos quitaron las casas, destruyeron los campos y se repartieron todo. Quieren que todo cambie de aspecto, que nada sea árabe. A la gente más vieja, la que se fue en 1948, no la dejan volver para que no puedan reconocer los lugares. Nos incitan a irnos, nos ofrecen dinero para que nos vayamos a países más ricos. ¡Vayan a Canadá, a Argentina, allá van a estar bien! Tal vez ellos han venido de allá, ¿no?
Djebelia tenía fama de brava. A los que éramos de Djebelia no nos daban trabajo, decían que éramos peligrosos. Un día, en 1969, nos bombardearon. Empezaron a las 10 de la mañana y nos cañonearon hasta las 5 de la tarde. Hubo 500 muertos. ¿Por qué? Porque somos palestinos. De noche rodean el campamento con tanques, no nos dejan salir. Y sin embargo, tienen miedo: ?Yo aprendí el israelí y los oigo conversar. Cuando pasan en un jeep, van sentados alrededor del jeep, apuntando en distintas direcciones.
El muchacho se ríe. Estamos en el campamento de Borje Barashne, al sur de Beirut, capital de Líbano, a cuya Universidad ha venido a estudiar. Hay 20.000 refugiados en este campamento que es en realidad un pueblo, una villa cuya copia casi exacta son algunas manzanas de la villa de Retiro: pequeñas casas de bloques con techos de chapa, pasillos de material con la canaleta por donde circula el agua, canillas colectivas. E igual que nuestro villero, el palestino pone una planta, aunque sea una maceta, en el mínimo espacio libre: recuerdo del campo al que uno y otro pertenecen.
Después las diferencias. No hay calles, solamente pasillos, porque en Medio Oriente el espacio es distinto que en Argentina: Líbano cabe dos veces en la provincia de Tucumán. Pero otra diferencia que al principio casi no se nota, va penetrando como la verdad esencial del campamento. Son los hombres vestidos de caqui que sentados en alturas estratégicas vigilan con el fusil AK cruzado sobre las rodillas, es el jefe de la milicia local que sale a recibirnos, es la puerta de madera de una casa donde el refugiado que la habita ha pintado todo a lo alto la bandera roja, verde, blanca y negra de la Resistencia palestina, y adentro de la bandera su nombre en árabe. Administrativamente, el campamento depende de la ONU. Políticamente, la palabra es Fatah.

La luz de la esperanza
En una oficina de Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de Fatah (sigla de Movimiento Nacional de Liberación Palestina) enumeró ante el enviado de Noticias las etapas de la Resistencia.
La primera etapa, antes de 1965, fue de preparación y organización. Llegamos a la conclusión de que la lucha armada era la única salida para el pueblo palestino, y desde ese año empezamos a ponerla en práctica. Fue una época llena de dificultades: teníamos tantos enemigos... No eran sólo los israelíes, sino también el imperialismo y los elementos reaccionarios en los países árabes. Nuestro primer mártir, Ahmed Muza, fue abatido por el ejército jordano al cruzar la frontera con Israel.
Nuestras operaciones militares fueron una de las razones que alegaron los israelíes para desencadenar la guerra de 1967. Pero allí los países árabes fueron derrotados y se instaló un clima de derrota. Era importante acabar con ese clima, y por eso, apenas terminada la guerra, nosotros reanudamos las hostilidades. Eso fue el 28 de agosto de 1967.
?En cuatro meses, lanzamos 79 operaciones en el interior de Palestina, pusimos fuera de combate a más de 300 sionistas, volamos dos trenes militares, derribamos tres helicópteros, destruimos medio centenar de vehículos, hicimos estallar el depósito de explosivos de Acre y bombardeamos con bazukas los suburbios de Jerusalén y Tel Aviv.
El precio fue duro: perdimos 46 hombres, de los cuales la mitad eran cuadros de conducción.
Pero en todo el mundo árabe esa actividad de Fatah fue percibida como una luz de esperanza, que se agrandó el 21 de marzo de 1968, cuando dimos la batalla de Al Karameh.

El Signo de Karameh
Si Deir Yassin es para los palestinos el recuerdo que sobrecoge y enfurece, Al Karameh simboliza la recuperación de la propia identidad negada tras la derrota, la confiscación, la persecución, el exilio.
Dice un combatiente: En esa época, nuestro problema era obtener bases permanentes. En la guerra de junio habíamos perdido las bases de Gaza y Cisjordania. Entonces empezamos a filtrarnos en Jordania, por separado, de a uno o de a dos. Así se formó la base de Al Karameh, en el campamento de ese nombre que existía desde 1948. Juntamos 500 combatientes en la zona. De allí lanzamos una escalada operativa.
El gobierno de Jordania quería echarnos, pero no se atrevía. Los israelíes empezaron a fastidiarse. Al fin planearon una operación de represalia en gran escala, para aplastarnos. Concentraron 15.000 soldados, con tanques. Pero estaban tan orgullosos de la victoria de junio, tan seguros de que nadie podía oponerles resistencia, que no tomaron medidas de seguridad. Nosotros nos enteramos 48 horas antes de la operación.
Llamamos a todas las organizaciones palestinas para que discutiéramos si debíamos enfrentar el ataque o retirarnos. Algunos dijeron que los principios de la guerrilla prohibían el choque frontal, que si el enemigo ataca en fuerza, nosotros nos retiramos, todas esas cosas.
Fatah sostuvo que todo eso era cierto, pero que aquí lo fundamental era el marco político: la derrota árabe, el pueblo desesperado. Fatah decidió dar la batalla, a todo o nada. Sólo nos acompañó una pequeña organización, el Ejército de Liberación Palestino.
Con ellos distribuimos los 500 puestos de combate. No era una emboscada, Al Karameh era terreno llano, con una población, una villa de emergencia. Había que pelear como se pudiera. Durante toda la noche cavamos pozos, nos enterramos, y esperamos el amanecer.

La picadura y el burro
A las 5 de la mañana empezaron la preparación de artillería, después avanzaron los tanques. Venían como para desfile. Traían periodistas y Dayan les dijo que iban a almorzar en Amán, la capital de Jordania. Cuando les paramos un tanque con un bazukazo, y después otro, se quedaron como sorprendidos. No esperaban eso. Retrocedieron, después volvieron a avanzar. Ahora venían con aviones y helicópteros además de los tanques.
Les resistimos trinchera por trinchera, les resistimos hasta el mediodía.
Y en esas siete horas interminables, detrás nuestro estaba el ejército jordano, inmóvil. Los oficiales miraban la batalla con sus prismáticos. El rey Hussein había ordenado no intervenir, y los oficiales miraban: oficiales árabes.
No se sabe quién dio el grito, quién no aguantó más. Y de pronto el ejército jordano avanzaba, desobedeciendo órdenes, se juntaba con nosotros. Eso fue a mediodía.
A las ocho de la noche la división israelí empezó a retirarse. No podíamos creerlo, era la primera vez que sucedía, la primera vez en la historia. Y cuando avanzamos vimos el daño que les habíamos hecho: los tanques destruidos, los equipos abandonados.
Al día siguiente Hussein se hizo fotografiar en un tanque capturado. A Dayan le preguntaron para cuando era el almuerzo en Amán, y él contestó que sólo el burro no cambia de opinión. A Levy Eshkol le preguntaron qué había sucedido, y él dijo que el que busca miel, debe esperar algunas picaduras.
Aquella picadura la hicimos nosotros, y nos costó. Nos costó 90 muertos, que son muchos cuando sólo teníamos 500 hombres. Pero Al Karameh cambió todo, fue un viraje decisivo. Les demostró a todos los árabes que ellos podían derrotar al ejército israelí.
Para nosotros, el resultado fue tremendo. Hasta entonces, Al Fatah era una organización estrictamente secreta, un puñado de hombres. La batalla de Al Karameh demostró a las masas que éramos sinceros, que podíamos convertirnos en el cuchillo y en la víctima como dice uno de nuestros documentos, ?entrar en la batalla para crearlo todo de la nada?, que los palestinos podíamos cerrar el puño sobre la brasa ardiente, como dice nuestro hermano Abu Ammar (Arafat).
Después de la batalla de Al Karameh millares de palestinos acudieron a incorporarse a Al Fatah, que aún no estaba preparado para recibirlos, aunque tuvo que abrir las puertas. Otras organizaciones se enriquecieron con ese flujo. Un año después la Resistencia palestina se paseaba libremente por Siria, tenía una estación de radio en El Cairo, dominaba prácticamente en Líbano Jordania.
Sobre ese transitorio triunfo iba a abatirse la traición del rey Hussein. La esperanza palestina ardería en las calles de Amán, en las montañas de Jordania, antes de renacer poco a poco como una llama que no está destinada a apagarse.
El sionismo no es sólo el enemigo de los árabes, es el enemigo de toda la humanidad.
En la oficina de Fatah en Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de la Organización, refirió a Noticias las etapas posteriores a la batalla de Karameh, que en 1968 demostró por primera vez que una fuerza árabe podía enfrentar al ejército israelí.
En Karameh, la Revolución Palestina creó las circunstancias de su propio crecimiento. Todo el mundo árabe se acercó a nosotros. Inversamente nuestros enemigos redoblaron sus esfuerzos para destruirnos. Los israelíes atacaron nuestras bases y nuestros campamentos, y los gobiernos árabes reaccionarios también. Esas tentativas culminaron en Jordania, en setiembre de 1970. El ejército de Hussein atacó nuestras bases y nuestros pueblos, con tanques y aviones.
No consiguió aplastarnos pero mató a muchos miles de compañeros. La masacre se reanudó en julio de 1971. Tuvimos que salir de Jordania.
Con la pérdida de nuestras bases jordanas, empieza la cuarta etapa de nuestras luchas. Al principio nuestra actividad disminuyó. Tuvimos que adoptar una nueva política, concentrar la fuerza de Fatah en los propios territorios ocupados. El resultado se vio después de un año, con el aumento de las operaciones.
También aumentamos la acción política, la duplicamos. El resultado es que actualmente la opinión pública mundial empieza a comprender que no hay acuerdo estable en Medio Oriente sin el pueblo palestino, que no hay paz sin Revolución Palestina.
Actualmente la totalidad de los países africanos, con excepción por supuesto de los residuos coloniales, reconocen a la OLP como el único representante legítimo del pueblo palestino. En la Conferencia de Países no Alineados de Argel, el año pasado, 72 estados reconocieron a la OLP. O sea que las relaciones de la Revolución Palestina con el resto del mundo crecen día a día, y particularmente con el bloque socialista encabezado por la Unión Soviética.
Por supuesto que no nos quedamos en eso. En la última guerra, la de Octubre, todo el mundo sabe -y principalmente los israelíes- que no hubo dos frentes, sino tres: el egipcio, el sirio y el palestino.

OLP y CNP
Fatah es la fuerza hegemónica de la guerrilla palestina. Su líder Abu Ammar (Arafat) preside la OLP y, desde comienzos de junio de 1974, el Consejo Nacional Palestino. Pero no es la única organización de la Resistencia.
En la OLP figuran, además de Fatah, el Frente Popular dirigido por Habache, el Frente Democrático de Hawathme (escisión del FP) y Saika, organización adiestrada por los sirios. Después de Fatah, Saika es probablemente la de mayor capacidad militar, y el FD, que se define como marxista-leninista, la de mayor capacidad política, mientras que la estrella de Habache, inclinado al ultraizquierdismo, parece declinar.
Fuera de la OLP se encuentra todavía el Comando General, escindido del FP y dirigido por Ahmad Jibril, que saltó a la notoriedad a comienzos de este año con la operación de Kyriat Shmonet.
El Consejo Nacional Palestino, CNP, la organización más amplia de la Revolución, incluye no sólo a las organizaciones guerrilleras, sino a los frentes de masas, delegados de territorios ocupados y de la emigración y de grupos financieros y religiosos.
A los dirigentes de Fatah no les gustan las fotografías ni las autobiografías. Trazar su historia no es fácil. Un documento de la Organización, fechado en 1969, admite que sus creadores fueron un grupo de intelectuales que publicaban la revista Nuestra Palestina, antes de optar por la lucha armada. En ese punto su primera preocupación fue financiar la futura Organización, sin pedir ayuda a los gobiernos árabes, y el camino que eligieron fue heterodoxo:
Ya no es un secreto que buscamos empleo o desarrollamos actividades comerciales en las regiones árabes ricas en petróleo, como el Golfo. Al principio esto creó una atmósfera particular alrededor de Fatah, pero eso no nos desalentó... porque nosotros sabíamos que nos privábamos hasta de lo esencial para ahorrar el máximo de nuestros ingresos y destinarlo al movimiento.
¿Quiénes eran? Los nombres de guerra de alguno de ellos -Abu Ammar, Abu Iyad, Abu Ihad- son conocidos, pero salvo el primero (Arafat), poco se sabe de los demás. Los tres pertenecen sin embargo al grupo que fue al Golfo a trabajar. Cuando en 1965 decidieron lanzar la guerra, volvieron a suelo palestino. Abu Ammar operó allí, en Cisjordania, viviendo como un pastor a medias ciego, de gruesos anteojos negros. Su designación como vocero de Fatah fue una decisión en la que no participó.
Necesitábamos un hombre que pudiera hablar en nombre de Fatah. La prensa israelí había empezado a concentrarse en el nombre de Abu Ammar, porque era uno de los líderes en territorio ocupado, y un combatiente de primera fila... La dirección se reunió y lo designó vocero. Era el único miembro de dirección que no estaba presente. La decisión se anunció y él tuvo que cumplir con la decisión.

Habla Fatah
A pesar del origen de sus fundadores, Fatah puso siempre el acento en la lucha de masas, además de la acción armada: Si abordáramos solamente la lucha armada, estaríamos condenados al fracaso, porque en términos militares partimos de una situación de inferioridad. Pero si abordáramos solamente la lucha política, también estaríamos perdidos, porque tarde o temprano nos chocaríamos con la realidad de que el enemigo nos domina por la fuerza. La lucha armada es indisoluble de la lucha política, y el descuido de una o de otra equivale a convertir la guerra revolucionaria en una aventura.
En consecuencia, nosotros no diferenciamos entre acción política y acción militar, ni mandamos a combatir a nadie que no haya pasado por la organización política.
¿Cuál es el objetivo último de Fatah? Sus dirigentes lo vienen repitiendo desde hace años: la creación de un estado y no religioso en Palestina. ¿Cuál sería la situación de los judíos en ese Estado?
Fatah no toma las armas contra los judíos. Aceptamos a los judíos como ciudadanos palestinos en absoluto pie de igualdad con los árabes. Fatah toma las armas contra el sionismo y se propone liquidarlo, porque el sionismo es el enemigo fascista y racista, el enemigo de toda la humanidad y no solamente de los árabes.
Preguntó un periodista:
- ¿Qué harían ustedes frente a un judío perseguido en cualquier lugar del mundo?
Contestó Fatah:
- Le daríamos un fusil y pelearíamos a su lado.
El bombardeo de aldeas libanesas desnuda la esencia de un terrorismo que se llama ?represalia?
Otra vez los rockets de los Phantom se han abatido sobre las aldeas del Líbano, un país pequeño que no tiene ejército ni aviación y cuyo pecado es dar refugio a 300.000 palestinos, una décima parte de los expulsados de su patria por los israelíes.
Nuevamente los campamentos de refugiados son descriptos como bases guerrilleras. Visité uno de esos campamentos, el de Nabatiyeh, al día siguiente de su casi total destrucción por los aviones israelíes, el 16 de mayo de este año. Vi las pequeñas casas arrasadas como por una enorme topadora, los utensilios de cocina desparramados, ropa de mujer colgando de los árboles calcinados.
Eso no era una base.
Esto no significa que en Líbano, en Siria, en cualquier país árabe, no existan bases de fedaín. Existen pero ni están a la vista, ni albergan una población civil de millares de almas, ni están indefensas, ni son bombardeadas.
Desde hace 25 años Israel vive anticipando ataques, en perpetuo estado de represalia. Una propaganda que empieza a volverse torpe describe cada acción de sus fuerzas como respuesta a un acto de terrorismo.
En cada oportunidad se resucita la historia de ese terrorismo, se invoca Maalot, Kyriat Shmoné, Lod, Munich. Entre esos actos y los campos nazis de concentración se establece una continuidad, se retrocede a los programas zaristas, a la intemporal persecución del judío. En este proceso se ha perdido de vista toda la verdad: el palestino despojado de su patria se ha convertido en agresor, la víctima en verdugo.
Se discute sobre los métodos. ¿Por qué los palestinos atacan escuelas? He visto la escuela de Nabatiyeh, nivelada con la roca. ¿Por qué los palestinos tiran granadas en un mercado En Ain el Hue, la semana pasada, no quedó siquiera el mercado, bajo las bombas israelíes de 250 kilos.
La discusión sobre los métodos es una de las formas de eludir la discusión sobre el fondo, reemplazar el porqué por el cómo.
Pero aún esa discusión secundaria no debe ser rehuida.
¿De quién es el terror?
Hablemos de Maalot, por ejemplo. Las cosas en Maalot no empezaron el 15 de mayo de 1974, con la matanza de 22 estudiantes israelíes. Empezaron el 15 de mayo de 1948, con el Estado de Israel. Porque Maalot no se llamaba Maalot, sino Tarchiha, y no era un pueblo judío sino una aldea árabe.
¿Dónde está Tarchiha? Arrasada, borrada del mapa. Volvamos a Deir Yassin, otra aldea árabe hoy enterrada bajo Kfar Shaul, un suburbio de Jerusalén. 9 de abril de 1948. Fuerzas de la Haganah y del Irgun atacan la aldea, matan a 254 habitantes, descuartizan los cadáveres y los tiran a un pozo. Escuchemos el testimonio del coronel Meir Bail del ejército israelí, que tardó 24 años en hablar: ?Los soldados peinaron las casa, tirando explosivos en su interior y usando todas las armas que tenían. Disparaban indiscriminadamente sobre todo lo que había adentro, incluso mujeres y niños. Sus oficiales no movieron un dedo para impedir las atrocidades que se estaban cometiendo. Junto con otros residentes de Jerusalén, imploré que se ordenara a los soldados detener el fuego. Fue inútil. 25 hombres fueron subidos a un camión, paseados por Jerusalén en ?desfile de la victoria?, llevados a una cantera y fusilados a sangre fría.?
Retrocedemos al 30 de enero de 1948. La aldea se llamaba Sheikh. El método fue el mismo. Los muertos, 60.
14 de febrero de 1948. 20 casas dinamitadas con sus habitantes adentro. 60 muertos. Recordemos a Lydda. 11 de julio de 1948. La Haganah reprime un alzamiento popular: 250 muertos según fuente israelí, entre 500 y 1700 según fuentes árabes.
14 de octubre de 1953. Bombardeo de aldeas jordanas, 75 muertos. En Qibya se encierra a los vecinos en sus casas con fuego de ametralladoras, luego se las dinamita.
Franja de Gaza. 8 de febrero de 1955. 38 muertos.
31 de agosto de 1955. Ataque a Khan Yunis en la Franja de Gaza, 46 muertos.
11 de diciembre de 1955. Ataque a aldeas sirias. 50 muertos.
Otra vez Khan Yunis, abril de 1956. 275 muertos.
10 de octubre de 1956. Ataque a aldeas jordanas. 48 muertos.
Octubre de 1956. Kafr Qasim. 51 aldeanos son asesinados por estar fuera de su casa en un toque de queda del que no fueron avisados.
13 de noviembre de 1966. Ataque a las aldeas de Gaza y Jordania. 200 muertos.
Noviembre de 1967. Karameh, Jordania. Ataque con morteros a niños que salían de una escuela.
La lista es interminable. Entre 1949 y 1964 los países árabes denunciaron 63000 actos de agresión, entre 1950 y 1966 las Naciones Unidas y la Comisión de Armisticio condenaron 78 veces al Estado de Israel. Después ya nadie llevó la cuenta, la ?represalia? se convirtió en costumbre.

Vuelta al origen
Si en el balance del terror en Medio Oriente, Israel lleva una ventaja sobre todos sus adversarios, si el Estado mismo de Israel fue la obra de organizaciones terroristas, si esas organizaciones inventaron o reactualizaron la mayoría de los modernos métodos del terror -recordar el asesinato de conde Bernadotte, la voladura del hotel Rey David, la ejecución de rehenes ingleses, las cartas explosivas- en eso no se agota la discusión sobre los métodos. Para restituir el cuadro disociado, es preciso volver a relacionar los métodos con los objetivos.
El terror es un método de lucha que han usado todas las revoluciones y también todas las reacciones. Hechas las reverencias de práctica a la actitud que prefiere condenarlo ?en sí mismo? (como si algo existiera en sí mismo), su humanidad o su inhumanidad depende de sus fines. Nuestra Revolución de Mayo fue terrorista. El general Aramburu también. Con estas precisiones es posible reenfocar el terror en Medio Oriente, superar las barreras de una propaganda que -casualmente- es la del imperialismo occidental, y decidir quién tiene la parte de razón que las circunstancias le permiten tener.
El objetivo del terrorismo palestino es recuperar la patria de que fueron despojados los palestinos. En la más discutible de sus operaciones, queda ese resto de legitimidad.
El terrorismo israelí se propuso dominar un pueblo, condenarlo a la miseria y al exilio. En la más razonable de sus ?represalias?, aparece ese pecado original.

La Embajada de Israel replica
El diario Noticias recibió el 27 de junio último una extensa carta del señor Mario H. Sejatovich a cargo de la oficina de prensa de la embajada de Israel, que se reproduce a continuación. El propósito de la dirección del diario fue publicarla íntegra y a la mayor brevedad posible. Lamentablemente cuando iba a cumplirse ese propósito, se produjo la muerte del Teniente General Perón y Noticias -como integrante del pueblo peronista- sumó su duelo al de sus lectores consagrando varias de sus ediciones a informar sobre la vida, la obra y la muerte del gran patriota desaparecido.
Ahora cumplimos ese pedido, formulando tres aclaraciones: 1º) la dirección del diario efectivamente respalda las opiniones vertidas por Rodolfo J. Walsh en su serie de notas sobre La Revolución Palestina aparecidas en Noticias en la semana del 12 al 19 de junio último. Cabe recordar al respecto que Walsh viajó a los países árabes como enviado especial de este matutino; 2º) Walsh utilizará próximamente esta misma columna para contestar a la embajada de Israel; 3º) La descripción objetiva de la injusticia histórica que ha venido soportando el pueblo palestino sólo con malicia puede interpretarse como una actitud antisemita o persecutoria de la comunidad judía de nuestro país.
Este es el texto de la embajada de Israel:
Señor Director: Cumplo en dirigirme a usted con relación a la serie de artículos titulada “La Revolución Palestina”, publicada en Noticias cuya representación invoca su autor en reiteradas oportunidades. Como de ello surge que el diario aparece respaldando las afirmaciones del señor Walsh entre las cuales se encuentran flagrantes inexactitudes y deformaciones de los hechos históricos, esta Embajada apela al derecho de respuesta, confiando que dará cabida al texto completo de esta carta en las columnas de su diario.
Ella no intentará ser una refutación exhaustiva del extenso trabajo del señor Walsh, pero entendemos que urge restablecer la verdad acerca de algunos de los más gruesos equívocos en que incurrió el nombrado, a saber: 1.- El problema de los refugiados palestinos fue creado por los propio líderes árabes, al destacar la Resolución de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947, que determinaba la creación de dos Estados, uno judío y otro árabe, violando así sus deberes como miembros de la Organización Internacional, y al compeler a los pobladores árabes a abandonar sus lugares de residencia para abrir paso a los ejércitos invasores, cuya intención proclamada era destruir el naciente Estado de Israel.
El señor Walsh intenta demostrar que la inmigración judía significó el desplazamiento de los árabes. La verdad es diferente: al fin de la Primera Guerra Mundial la Tierra de Israel era un país casi despoblado. La población árabe era de 557.000 y la población judía de 100.000. Menos del 30 por ciento de los árabes vivían en el área que es hoy Israel. Hasta los comienzos de la década del 30 era una tierra de emigración árabe, tendencia que revirtió en los años siguientes cuando el desarrollo económico y social promovido por la comunidad judía atrajo la afluencia de árabes de los países vecinos. Al proclamarse la independencia de Israel, el número de árabes que habitaban su territorio era de 600 a 700.000. De éstos, permanecieron donde estaban 160.000. En consecuencia el número real de refugiados árabes salidos de Israel en 1948 puede estimarse en 450.000 y aún dando margen a errores estadísticos, nunca más de 550.000, cifra que equivale aproximadamente al mismo número de refugiados judíos provenientes de los países árabes (97 por ciento de la población judía total de estos últimos) que se vieron obligados a emigrar a Israel. De hecho se produjo una transferencia de poblaciones. Mientras Israel integró a estos hermanos venidos de los países árabes, los refugiados palestinos fueron concentrados por los países árabes en miserables campamentos, impidiendo hasta hoy día su integración pese a su identidad étnica, cultural, idiomática y religiosa para usufructuar esa situación como un arma política contra Israel.
¿Quiénes provocaron el éxodo palestino? La respuesta está en las propias palabras de los líderes árabes. Lo admitió explícitamente el señor Emile Ghoury, secretario general del Alto Comité Árabe de Palestina, el 6 de septiembre de 1948:
El hecho de que existan estos refugiados es consecuencia directa de la acción de los Estados Árabes al oponerse a la participación y al Estado Judío. Los Estados Árabes acordaron unánimemente esta política y deben participar en la solución del problema. Ya antes del 23 de abril de 1948, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el entonces presidente del Alto Comité Árabe, señor Jamal Husseini, confesaba:
Nunca hemos ocultado el hecho de que nosotros hemos iniciado la lucha.
El diario jordano Al-Difaa aportó el 6 de septiembre de 1954 este testimonio de un refugiado: ?Los gobiernos árabes nos dijeron: Salid para que nosotros podamos entrar. De modo que nosotros salimos pero ellos no entraron.
2.- Fueron los Estados Árabes de la región los que impidieron con su agresión y la secuela consiguiente, la constitución del Estado Árabe Palestino previsto por la Resolución de Partición de la ONU. El señor Trygve Lie, entonces secretario general de las Naciones Unidas, dijo:
Los Árabes habían afirmado reiteradas veces que resistirían la partición con la fuerza. Y así ocurrió: el 14 de mayo de 1948 los ejércitos regulares de Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Irak, y contingentes de Arabia Saudita y Yemen, invadieron el Estado de Israel. El 15 de mayo de 1948 en El Cairo, el secretario general de la Liga Árabe, Azzam Pachá, llamó a los árabes a una Guerra Santa contra Israel, y declaró: Será una guerra de exterminio, una matanza de la que se hablará como se habla de la matanza de los mongoles y de los cruzados. El señor Andrei Gromyko, entonces representante de la Unión Soviética y actualmente su Ministro de Relaciones Exteriores, declaró en el Consejo de Seguridad de la ONU, el 21 de mayo de 1948:
La Delegación de la URSS no puede menos que expresar su asombro ante la actitud adoptada por los Estados Árabes en la cuestión palestina y particularmente ante el hecho de que esos Estados hayan enviado sus tropas a Palestina a realizar operaciones militares encaminadas a la supresión del movimiento de liberación nacional en Palestina? (Actas Oficiales del Consejo de Seguridad, Tercer Año, Nº 71, 299 sesión p. 4, mayo 1948).
La agresión militar árabe fue derrotada, pero el Reino de Transjordania anexó la mayor parte del territorio destinado a convertirse en un Estado palestino, mientras Egipto hacía otro tanto con la franja de Gaza. Fueron los propios árabes, pues, los que impidieron la creación de un Estado palestino.
3.- El señor Walsh afirma que el pueblo judío no tiene derecho a la Tierra de Israel. A esta altura de la historia ese es un tema fuera de discusión: La Tierra de Israel fue un estado independiente sólo tres veces en su historia y cada una de ellas fue un Estado Judío. Sólo cuando se la identificó con el pueblo judío entró en los anales de la humanidad como una unidad geopolítica e histórica. La ocuparon conquistadores extranjeros, pero sólo el pueblo judío alcanzó su independencia en esta tierra y la consideró el alma y el centro de su existencia nacional.
4.- El señor Walsh afirma que Gran Bretaña regaló Palestina al pueblo judío, provocando con mentalidad colonial, la creación del Estado de Israel. La verdad es opuesta: el renacimiento de Israel, aspiración de siglos, se concretó como movimiento de liberación nacional del pueblo judío a través del sionismo, en la segunda mitad del siglo XIX y se afianzó con el trabajo de tres generaciones de pioneros judíos.
La Declaración de Balfour no fue otra cosa que el reconocimiento de esa realidad histórica, consagrada por la comunidad internacional cuando la Liga de las Naciones resolvió crear el Mandato sobre Palestina, para instaurar el Hogar Nacional Judío.
Era la primera vez que el sueño milenario del retorno a Sión recibía el auspicio universal. Incluso de los más representativos caudillos árabes de ese entonces, como el Rey Hussein, de Hejaz, quien escribió:
Vimos a los judíos afluir a Palestina... El móvil no puede escapar a los que tienen una intuición profunda; saben que este país ha sido para sus hijos originales, pese a todas sus diferencias, una patria sagrada y amada. (Al Kibla, La Meca Nº 183, 23 de marzo de 1918; George Antonius, Despertar Árabe pág. 269).
Este reconocimiento a la formación del Estado Judío se integra en el contexto de la creación de los Estados Nacionales árabes en el Medio Oriente, al desintegrarse el Imperio Otomano, tal como en Europa el desmembramiento del Imperio Austro-Húngaro dio lugar a la conquista de su soberanía por los movimientos nacionales de los países sojuzgados.
5.- El señor Walsh sostiene en sus artículos los objetivos proclamados por la organización Al Fatah: instaurar en reemplazo del Estado de Israel, un Estado árabe con mayoría árabe, lo que implica liquidar totalmente la soberanía y la independencia de Israel. El instrumento adoptado para este objetivo es el terrorismo que elige deliberadamente como blanco a civiles inocentes, en Israel y en el mundo, y que no trepida en asesinar a mujeres y niños. El señor Walsh confiesa haber visitado esas bases terroristas, que buscan abrigo en campamentos de refugiados instalados en territorio del Líbano, cuyo gobierno tolera esa situación.
Una de las expresiones más significativas de esta situación es que el gobierno libanés ha suspendido el derecho de su ejército y su policía a entrar en las bases de los terroristas y los campos de refugiados que están bajo su control, hasta el punto de no tener siquiera competencia en delitos comunes, o asaltos por parte de los fedayines, a soldados libaneses, o ante enfrentamientos entre grupos terroristas antagónicos.
El señor Walsh da un testimonio dramático de lo que significa la educación para el odio, sin repudiarla. Exalta el hecho de que los niños sean adiestrados para matar. Y abunda en ejemplos parecidos para atribuir un contenido revolucionario al desborde criminal del terrorismo árabe. De este modo, el señor Walsh aparece justificando las matanzas de Lod, Munich, Fiumicino, Atenas, Zurich, Jartum, Kiriat Shmone, Maalot, Shamir, y Nahariya, entre otras.
¿La verdadera revolución en Medio Oriente es la paz?.
Saludo al señor Director atentamente.
Mario H. Sejatovich
Oficina de Prensa
Embajada de Israel
Respuesta
Flagrantes inexactitudes, deformaciones de los hechos históricos, gruesos equívocos, son algunas de las virtudes que la Oficina de Prensa de la Embajada de Israel en Buenos Aires atribuye a mi reciente serie sobre Palestina, según la carta publicada en Noticias el domingo 14.
En ella el señor Sejatovich, funcionario de esa oficina, se propone reestablecer la verdad y lo intenta sosteniendo, en síntesis, que Palestina era un país casi despoblado al fin de la Primera Guerra Mundial; que el problema de los refugiados palestinos fue creado por los propios líderes árabes, en 1948, al compeler a los pobladores árabes a abandonar sus lugares de residencia; y que el 14 de mayo de 1948 los Estados Árabes invadieron el Estado de Israel.
En mi serie de notas yo he sostenido que Palestina era desde el siglo VII una tierra poblada por árabes; que el éxodo de 1948 fue provocado por las organizaciones terroristas Haganah, Irgun y Stern; y que fueron estas organizaciones las que desencadenaron la guerra.
Frente a opiniones tan dispares, un lector distante tiene derecho a conocer las fuentes en que se basan para deducir dónde está la verdad.

El mito de la Tierra sin Pueblo
Expliqué en mis notas que ya a fines del siglo pasado la propaganda sionista convirtió al palestino en el hombre invisible de Medio Oriente, a tal extremo que Teodoro Herzl hizo un viaje a Palestina y escribió un informe donde no figuraba la palabra árabe. El mito de la tierra sin pueblo era útil para fomentar la inmigración del pueblo sin tierra. Ese mito renace en la carta de la Embajada de Israel, como si no hubiera sido refutado.
Según el escritor israelí Amos Elon, en un libro de 1971, cuando Herzl viajó a Palestina en 1898, debía haber allí más de 500.000 árabes palestinos. Esto se complementa con una observación formulada en 1891 por el judío Achad Haam, que conocía bien Palestina:
En el extranjero solemos pensar que Palestina hoy es casi desierta, un páramo incultivado... Pero no es así, en absoluto. Es difícil encontrar tierras sin cultivar... En el extranjero solemos pensar que los árabes son todos salvajes, comparables a los animales, pero esto es un gran error.
Cabe preguntarse si no es esa forma racista de pensar, lo que volvía ?invisible? al palestino y lo que, todavía hoy, hace que la Embajada de Israel invente cifras de población distintas a las que figuran en los únicos censos conocidos. Así el señor Sejatovich afirma, sin citar fuente, que al fin de la Primera Guerra la población árabe era de 557.000 y la población judía, de 100.000.
La verdad es que en 1914 los turcos hicieron un censo que dio una población total de 689.272, y el sionista Arthur Ruppin estimó que 60.000 eran judíos.
El 31 de diciembre de 1922 el Gobierno de Palestina (o sea el Mandato británico) hizo un censo que dio estos resultados:
Árabes: 663.914
Judíos: 83.794
Otros: 9.474
Total: 757.182
Es decir que cuatro años después de lo que dice la Embajada, la población judía aun no llegaba a los 100.000. Tampoco acierta la Embajada cuando dice que Palestina hasta comienzos de la década del 30 era una tierra de emigración árabe. Si comparamos el censo de 1922 con el de 1931, vemos que la población árabe creció el 28% y la población judía, el 108% lo que sólo se explica por la política de inmigración que implantó el Mandato británico.
De las cifras que acabo de citar se deduce que los términos Palestina, país despoblado, son una falacia en cualquier época que se considere. En 1922, la densidad de población ascendía a 22 habitantes por kilómetro cuadrado, cifra superior en ese momento a la de Estados Unidos o la URSS, y que la Argentina no alcanzará en un siglo: lo que espero no suministre argumentos a ningún colonizador.

El mito de la Agresión Arabe
Para explicar el éxodo palestino de 1948, la Embajada de Israel apela a un argumento que el sionismo ha dejado prácticamente de utilizar desde 1961, cuando fue pulverizado por el investigador inglés Erskine Childers.
El argumento pretendía que dirigentes árabes habían hablado por radio a los palestinos ordenándoles evacuar sus casas. Childers viajó a Israel en 1953 y pidió pruebas de ese alegato, sin obtenerlas. Acudió entonces al Museo Británico, donde se conserva la versión grabada por la BBC de todas las emisiones de radiales de Medio Oriente desde 1948, y no sólo no encontró un solo llamamiento árabe a la evacuación, sino numerosas exhortaciones, e incluso órdenes, de permanecer en sus casas.
Las razones que incitaron a los palestinos a huir al grito de Deir Yassin son la destrucción de aldeas y las masacres que precedieron al 15 de mayo de 1948. Ello esta demostrado, en primer lugar, por uno de los responsables de esas masacres, el dirigente de la Irgun Menajem Begin, en su libro La Rebelión. Pero hay además centenares de testimonios.
El mediador de la UN, conde Bernadotte (asesinado por terroristas sionistas) dijo en su informe:
El éxodo de los árabes palestinos resultó del pánico causado por la lucha, de rumores sobre actos de terrorismo reales o supuestos y de la expulsión... Prácticamente toda la población árabe huyó o fue expulsada del área ocupada por los judíos.
El periodista (y luego diputado) israelí Uri Avneri dice:
En algunos casos, los dirigentes judíos trataron de persuadir a los árabes de que se quedaran, por ejemplo en Haifa. Pero por regla general los incitaron a abandonar sus ciudades y aldeas.
El propio Yigal Allon ha referido que para limpiar Galilea de palestinos, llamó a los alcaldes árabes y les advirtió ?que se van a quemar todas las aldeas de Huleh... que huyan mientras hay tiempo.
El mayor OBallance, historiador militar inglés, señala que expeditivamente los árabes fueron expulsados y obligados a huir, como en Ramleh, Lydda y otros lugares. Dondequiera avanzaban en territorio árabe las tropas israelíes, la población árabe era arrancada como por una topadora.
El terror causado por las masacres tipo Deir Yassin, y no las inexistentes exhortaciones de dirigentes árabes a quienes nunca se nombra, fue pues la causa del éxodo.
La mayoría de esas masacres ocurrieron antes del 14 de mayo, fecha de la invasión de Estados Árabes, y ocurrieron en zonas netamente árabes, que aun dentro del Plan de Partición de la UN, figuraban dentro del Estado Árabe.
Entre el 21 de diciembre de 1947 y el 14 de mayo de 1948, las organizaciones terroristas israelíes montaron las siguientes operaciones de gran envergadura, fuera de los límites de Israel, que en todos los casos significaron ocupación de territorio, toma o destrucción de ciudades y pueblos, y expulsión de árabes: Qazaza (21.12.47); Sása (16.2.48); Haifa (21.2.48); Salameh (1.3.48); Biyar Adas (6.3.48); Qastal (4.4.48); Deir Yassin (10.4.48); Lajun (15.4.48); Saris (17.4.48); Tiberias (20.4.48); Haifa (22.4.48); Jaffa (26.4.48); Acre (27.4.48); Safad (7.5.48); Beisan (9.5.48). La fuente es el New York Times.
Estas incursiones, y los extensos relatos que las documentan, prueban que Israel no esperó siquiera el día de su Independencia, fijado por la UN, para lanzarse a la conquista de territorio árabe; y que fueron sus organizaciones armadas las que desencadenaron la guerra.
En este contexto, importan relativamente poco las citas de funcionarios árabes que en su mayoría pertenecían a gobiernos corrompidos y reaccionarios, de fuertes vínculos con el colonialismo. Lo que hayan dicho o dejado de decir el rey Faruk, o el rey Abdullah, o el títere británico en Irak, Nuri as Said, tiene tan poca importancia como lo que hayan declarado los Comisionados designados por el gobierno británico, a quienes cita la Embajada (Abdul Khader, el único dirigente amado y seguido por los palestinos, murió en combate). Pretender que sobre esos testimonios se pueda erigir el derecho a la dominación de un pueblo; suponer que el relato de un refugiado (entre un millón), aparecido en un diario jordano, justifique las infames Leyes de Expropiación dictadas por el Estado de Israel sobre las tierras árabes; hablar de una imaginaria transferencia de poblaciones; todo eso es defender lo indefendible.
Comprendo que el señor Sejatovich, lo haya hecho, por encargo de su Embajada, con tan poca convicción.

Para reflexionar
Con respecto a los datos verificables, sólo me resta agregar que las cifras de refugiados que di en mi serie de notas proceden de la UN. La Embajada de Israel se permite, sin embargo, teorizar sobre mi actitud frente al terrorismo y la violencia, que expliqué claramente en mi serie sobre la Revolución Palestina.
Dije allí que apruebo la violencia de los pueblos oprimidos que luchan contra sus opresores. Eso significa que el terrorismo que se inscribe en esa lucha es -más allá del juicio particular sobre cada acción- tan legítimo en el caso de los palestinos como en el caso de la Resistencia francesa. Y que la insurrección de los palestinos frente a los ocupantes de su patria es tan legítima como, por ejemplo, el alzamiento del ghetto de Varsovia contra los nazis.
El testimonio de un escritor religioso judío ayudará a comprender el paralelo:
En lo que a mi concierne ha dicho Moshe Menuhin mi religión es el judaísmo profético y no el judaísmo-napalm. Los nacionalistas judíos, el nuevo tipo de guerreros judíos no son judíos, sino nazis judíos que han perdido todo el sentido de la moralidad y la humanidad judías... A pesar de todos los artificios de encubrimiento y la construcción de imágenes ficticias; a pesar de los torrentes de trucos sofisticados, publicidad astuta, retórica polémica, ocultamiento de los hechos, redacción tendenciosa de la historia, el hecho trágico es que los nacionalistas judíos se apoderaron por la fuerza de las armas, del terror y de las atrocidades, de los hogares, la tierra y la patria de los campesinos, trabajadores y comerciantes árabes, en la vieja Palestina; construyeron una Patria Judía y la expandieron durante los meses anteriores al 14 de mayo de 1948 por medio de masacres, despojos, terrorismo, entre el 10 de abril y el 14 de mayo, expulsando a los árabes de ciudades tan típicamente árabes como Deir Yassin, Jaffa, Acre, Ramleh, Lydda, etc.. Los nacionalistas judíos son nazis judíos y yo siento vergüenza que me identifiquen con ellos y con sus causas herejes.

Rodolfo Walsh, Periodista. Buenos Aires, 1974.
Fuente: Diario Noticias.