lunes, 26 de junio de 2023

Darío Santillán: en los 90, como en los 70, andar en "algo raro"

Del libro "Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo"


POR MARIANO PACHECO, ARIEL HENDLER, JUAN REY


Después de ese 24 de marzo de 1998, Mariano y Darío quedaron en contacto y comenzaron a frecuentarse. Mariano vivía entonces en Bernal con su padre, un trabajador bancario que había vivido todo el proceso de degradación del empleo, y estudiaba en el Normal, ubicado en el centro de Quilmes. Todo eso quedaba a un poco más de una hora de colectivo de Don Orione, así que Darío y él no se cruzaban ni en el colegio ni saliendo con amigos. Además, ninguno de los dos tenía teléfono en su casa, así que tardaban en comunicarse: Mariano tenía que buscar algún teléfono público que anduviera (ya que por lo general, el que no estaba roto se tragaba las monedas), llamar a la casa del vecino de Darío y pedirle si podían ir a ver si estaba, para volver a llamar a los cinco minutos y arreglar un día, lugar y horario de encuentro, o bien dejar dicho qué día y a qué hora intentaría comunicarse nuevamente. Era más o menos lo mismo que hacía Darío para poder comunicarse con otras personas. Mariano, por su parte, no tenía ningún vecino donde lo pudiera ubicar. Así y todo, Mariano pudo hablar con Darío e invitarlo para que fuera a visitarlo al kiosco que atendía algunos días por semana, en la casa de su madre, en el barrio Don Bosco, vecino a Bernal. Una tarde cualquiera del mes de abril, Darío tomó el 263 y fue a Don Bosco. Se tomó unos mates con Mariano y conversaron un poco de política y otro poco de la vida en general.

Darío se parecía bastante a como había sido él mismo apenas unos años atrás: jeans un poco ajustados y remera de Hermética. “Darío escuchaba básicamente Hermética y Los Redondos, y yo escuchaba Hermética pero también al Cuarteto Cedrón. Además, desde que empecé a militar había sumado a las bandas punk que escuchaba y que iba a ver, como Sin Ley, Flema y Bulldog. Pero también escuchaba eso que llamaban canciones de protesta, y también de folclore: Quilapayún, Víctor Jara, León Gieco, Jorge Cafrune. Después cruzábamos todo. Eso sí, el punk, sobre todo el del conurbano, a Darío nunca lo enganchó”, cuenta Mariano. Otra de las cosas que recuerda de aquella tarde es que Darío le contó que tocaba el piano. “Yo lo gastaba, le decía: ‘¿para qué mierda vas a piano, si ni siquiera tenés uno en tu casa? ¡Tocá la guitarra que es un instrumento más popular!’”. Antes de que se fuera, charlaron un rato de libros, de cómo Andrea se los prestaba sin problemas y de cómo la lectura era clave para la formación militante. Cuando se despidieron, Mariano lo invitó a una actividad por el Día del Trabajador. “Se va a hacer en un barrio que se llama Villa Corina, en Avellaneda”, le aclaró. A los pocos días fueron juntos con Grillo, Daniela y otros. Lo organizaba el Movimiento de Trabajadores Desocupados del barrio, impulsado por el MPV, con una olla popular (que esta vez fue en serio) y un acto.

Cuenta Mariano que en esa época, tanto él como sus compañeros de la 11 de Julio, vivían en una atmósfera totalmente setentista, a la que rápidamente se sumó Darío, en la que todos usaban apodo, aunque no le dijeran “nombre de guerra”, como en aquella época. A los nuevos, si no lo tenían, rápidamente se lo agregaban. Algunos simplemente se cambiaban el nombre, eligiendo alguno de un militante-referente o de algún referente del rock. Por ejemplo: Nicolás era Willy por Willy Quiroga, el rockero de Vox Dei, y Mariano intentó ser Rodolfo, por Rodolfo Walsh, pero nunca dejaron de llamarlo por su antiguo apodo de la tribu punk: Petty. Darío, al sumarse, fue el Cabezón, un poco por la melena medio de león que tenía y otro poco por lo cabeza dura que mostró ser de entrada.

Teníamos una estética prole: camisas de trabajo, una austeridad medio de viejos cruzada con una cosa un poco miliciana: gorros o morrales de combate, barba… A mí, de todos modos, esa austeridad un poco me salvó, porque del grupo de amigos que tenía antes de empezar a militar uno se murió de SIDA, al otro lo pisó un tren mientras escapaba de la policía, otro quedó medio ciego después de una pelea callejera… era todo muy descontrol”, cuenta Mariano, quien destaca que a Darío lo veían mucho más “rescatado” que ellos. A diferencia de Mariano, no se llevaba todas las materias a diciembre y a marzo, y había repetido de año una sola vez.

Además, gracias a la militancia Darío comenzó a hacerse por primera vez de un grupo de amigos, empezó a conocer más gente, a ser más sociable y a salir más. “No es que fuera una persona cerrada, sino que hasta entonces no había encontrado a la gente con quien entenderse”, señala Leo. “En el secundario, si bien cuando salían se ponían a tomar unas cervezas con algunos compañeros, no había hecho un grupo. Aunque ‘paraba’ con algunos pibes, amigos, lo que se dice amigos, casi no tenía.” Ahora, Daniela, Mariano y sobre todo Grillo empezaron a ser sus compañeros, sus amigos, aquellos con quienes compartir actividades, pero también inquietudes, gustos musicales y salidas.

Una noche, Darío, Grillo y Daniela se juntaron con Mariano, Natalia, Willy y algunos de los muchachos y las chicas del barrio José Hernández para ir a un recital en Buenos Aires. Se encontraron todos en Camino General Belgrano y 12 de Octubre y se tomaron el colectivo 263 a Quilmes, luego el tren hacia Constitución para subirse allí a otro colectivo que los llevara al Centro Cultural Recoleta, en Figueroa Alcorta y Pueyrredón, donde se realizaba el festival multimedia Buenos Aires No Duerme II. Esa noche iban a tocar, entre otros, Charly García y Los Fabulosos Cadillacs. Además, entre otras actividades, el rockero Andrés Calamaro y la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, dialogaron en el programa de radio Éramos tan progres, conducido por Carlos Polimeni, que se transmitió en vivo desde allí. Juventud, música y política se entremezclaron ante las tres mil personas que escuchaban atentamente.

Hebe recordó que su primer encuentro con el rock fue a través de un casete de Hermética, y se autodefinió como una “vieja-joven”, además de mostrarse “encantada de estar presente en un lugar tomado por los jóvenes”. Calamaro, por su parte, le dijo que ella era la figura viva más importante de la historia argentina, y lanzó la frase “de alguna manera, hoy, todos somos desaparecidos”. Hebe le contesto: “No, Andrés, desaparecidos son los que no luchan ni sueñan, los quietos, los amoldados, los domesticados, los que no se indignan, los que no se ríen: nuestros hijos están vivos en lugares como este, donde la gente es realmente libre”. Emocionado y de pie, Calamaro la aplaudió delante de la multitud. Hebe aprovechó ese momento en que esa juventud la escuchaba atentamente y, trazando una continuidad entre las luchas de los setenta y las de los noventa, arriesgó: “Sí, señores, nuestros hijos andaban en algo. Algo hermoso que era la revolución, y la caminaron para arriba y para abajo, y nos mostraron un camino diferente. Perdimos una batalla pero no perdimos la guerra”.

El grupo de pibes que habían viajado más de una hora para estar ahí los escuchaban fascinados. Esa misma guerra, con otros tiempos, otras armas y otra intensidad, era la que los muchachos y las chicas de la Agrupación 11 de Julio pretendían continuar, cada día, con su militancia estudiantil, barrial y cultural. Guerra que implicaba, como dos décadas atrás, tareas grises, poco grandilocuentes, pero que ayudaban a ir amasando la arcilla fundamental para llevar adelante el cambio social anhelado. Por eso, porque él también quería ser parte de esas batallas que intentaban cambiar la historia, Darío fue al día siguiente hasta el barrio José Hernández a reunirse con toda la banda con la que habían ido al recital de la noche anterior.

Cuando llegó a la Sociedad de Fomento y vio a Mariano y a otros vestidos de payasos, no pudo evitar reírse. Él no aceptó vestirse de payaso, ni ser parte de la animación de la fiesta del Día del Niño, pero se quedó mirando desde un costado y hablando de tanto en tanto con alguno de los compañeros y, sobre todo, con una de las compañeras. Por esa época, también, tuvo una novia cuenta Leo con quien solía salir a la noche o, más bien, con quien solía pasar la noche, porque ella era una chica más grande y ya vivía sola. “Esa situación le provocaba algunas discusiones con mi vieja, que era muy celosa.” Y también lo hacía esfumarse por algún tiempo de sus vínculos con sus nuevos compañeros. “Pero la relación era bastante inestable recuerda Mariano. De hecho, nunca nos presentó a la chica, y siempre supimos, por algunos comentarios que hacía, que sufría bastante a su lado. Pero siempre que se ausentaba volvía y traía nuevas inquietudes: sobre el papel de los indígenas en la revolución, sobre el rol del peronismo o el comportamiento histórico de la izquierda en la Argentina. Y ahí empezaba el debate, porque yo —continúa Mariano— ya había dejado atrás mi aversión por el peronismo, y me sentía más cerca de quienes en los setenta, desde la izquierda, se acercaron al peronismo para librar desde allí las luchas por el socialismo. Pero Darío, al menos en ese primer momento, no: ¡era re gorila!”