sábado, 29 de diciembre de 2018

Un ensayo sobre Milagro Sala, que retorna a su casa


ACAMPE:
Texto incluido en el libro PRESA: un decálogo del caso Milagro Sala

 
Por Mariano Pacheco 



¡Ah!, esta civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser cruel y exterminadora consigo misma. Hay, sin embargo, un título modesto que no puede reivindicar todavía: es haber cumplido con los indígenas los deberes del más fuerte. Ni siquiera clementes hemos sido. Es el peor de los males”.
Todos los americanos tenemos sangre de indio en las venas, ¿por qué ese grito constante de exterminio contra los bárbaros?”
Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles.



Sea porque se la acusó de organizar un acampe (lugar provisorio de vivienda) o por el manejo ilícito de fondos para construir viviendas (lugar permanente de morada), el hecho es que Milagro Sala -detenida desde el 16 de enero de 2016- continúa presa en el penal de Alto Comedero, más allá de las denuncias nacionales e internacionales por la irregularidad del proceso judicial y las voces alzadas para reclamar su libertad.
Detención y primera acusación: Milagro Sala fue la “ideóloga” del acampe protagonizado por la Tupac Amaru (y otras 15 organizaciones sociales) en la Plaza Belgrano, frente a la Casa de Gobierno de Jujuy, que se mantuvo durante 52 días. Por tal motivo fue acusada de “ocupación del espacio público, alteración del orden y obstrucción del tránsito vehicular y peatonal”. Sobrevoló asimismo el fantasma de la “instigación a la violencia” por un escrache del que fue blanco el gobernador Gerardo Morales en 2009 (entonces senador), acción directa en la que los testigos presentados en el juicio (“René Arellano y su esposa”) no estuvieron presentes. Respecto de su condena por el acampe Sala declaró: “Después de no haber tenido respuesta de Gerardo Morales, tuve que viajar a Buenos Aires a hacerme cargo de mi candidatura como diputada del Parlasur. Cuando volví, cada organización social había tomado la decisión de acampar. Estaba la decisión tomada. Me llama la atención que únicamente la contravención sea contra la Tupac Amaru, cuando no estaba sola en la plaza. Esto no es de alcahuete ni de botona. Pero hay demasiada indignación hacia la Tupac Amaru. Hay demasiada bronca contra la Tupac Amaru”.

El hedor americano
En su introducción a América Rodolfo Kush destacó que el hedor es “un signo que no logramos entender”, pero que así mismo expresa, de nuestra parte, un “sentimiento especial”, un “estado de aversión irremediable”. El filósofo nuestroamericano, por su parte, también asevera: “la primera solución para los problemas de América apunta siempre a remediar la suciedad e implantar la pulcritud”.
Retomando las reflexiones de don Gunter podríamos pensar que lo que más suele molestar del Acampe como modalidad de lucha no es el ejercicio del derecho a la protesta o los reclamos frente al Estado, sino la modalidad misma, que trae siempre consigo el fantasma del desierto, de las tolderías, de los indios como algo del presente y no como mero pasado Latinoamericano.
El miedo al desamparo y la intemperie suele colocar a las blancas almas argentinas frente a frente con una inseguridad que molesta ante aquello que la civilización suele colocar como un pasado ya superado, y al que -dicho sea de paso- siempre que puede trata de obviar, incluso, como pasado.
Por eso el fastidio ante las marchas y otras formas de protesta, pero por sobre todas las cosas, esa indignación frente a los Acampes, que suelen permanecer en el lugar no solo durante el día sino también durante las noches, en las que se cocina con leña y ollas populares, se canta y se toca la guitarra (como en antaño se hacía en las “pulperías”), se instalan carpas (cual “tiendas de campaña”) para refugiarse del frío y protegerse del viento, descansar e incluso, amar.
Por eso la aversión no es solo racional sino sobre todo afectiva. Hay algo del orden de lo que los cuerpos pueden cuando se juntan y “se dan manija”. Se puede cantar, gritar, morfar con las manos, limpiarse con las mangas del buzo, tomar del pico de la botella o fabricar vasos con pedazos de botellas. Se puede dormir al aire libre, caminar en la noche sin sentido o dirección alguna (siempre dentro de los “límites” que guarda el acampe, porque afuera –se sabe–-- acechan los lobos por doquier).
Según la Real Academia Española “Acampar” significa “instalarse en el campo, al aire libre o en tiendas”. Toldería es una palabra que ni siquiera registra el diccionario, aunque sí “toldo”, a la que otorga dos significados. En primer lugar: “pabellón o cubierta de tela, que se tiende para hacer sombra en algún paraje”. Y luego, aclarando que corresponde a un “sentido argentino”, define: “tienda de indios, hecha de ramas y cueros”.
La aversión por los acampes no es nueva. Las tomas de tierras para construir viviendas, o incluso las casas en las villas han sido siempre una imagen que provocó escándalo en las bellas almas argentinas. Ya en su Facundo Sarmiento hablaba de los “ranchos miserables” de la villa nacional, y los describía como un aspecto general de la barbarie incrustado en la civilización. ¿Será eso lo que tanto rechazo provoca el acampe? ¿Será esa reactualización del fantasma del desierto en la ciudad lo que concentra tanto odio? “Saliendo del recinto de la ciudad todo cambia de aspecto”, describía Don Faustino. ¿Pero qué pasa cuando el aspecto cambia en la misma ciudad? ¿Qué cuando el hedor americano se sitúa frente al centro comercial y el centro del poder político? Entonces allí lo bárbaro-salvaje ya no vaga sin límites en una inmensidad lejana, sino que se sitúa, de cuerpo presente, en la cercanía de esos lugares que dejan ya de vivirse como sitios seguros. El temor al disciplinamiento de la ciudad por la campaña, el miedo a que la civilización sea “domada” por la barbarie (para retomar una metáfora sarmientina) se hace presente con todas sus fuerzas en cada Acampe, donde el “elemento bárbaro” se presenta con toda su desnudez.

Justicia racista
En junio 2017 el Juzgado de Control en lo Penal N°3 de Jujuy declaró la nulidad del juicio contravencional contra Milagro por el Acampe, hecho por cual había sido condenada el pasado 29 de diciembre de 2016 por “ocupación del espacio público y alteración del orden”. El juez Isidoro Cruz entendió entonces que la dirigente social no debería haber sido juzgada por el Código Contravencional que entró en vigencia el 1° de enero de 2016, sino por la ley de Faltas anterior, ya que el delito que se juzgó comenzó en diciembre de 2015, aunque la detuvieron el 16 de enero de 2016. Por eso se declaró la nulidad del procedimiento llevado a cabo por el Juez Contravencional N°1, Matías Ustarez Carrillo, “como así también del juicio contravencional y de la sentencia dictada en el mismo”, según puede leerse en la notificación judicial publicada por los diarios.
Si bien la nulidad no altera su situación penal (porque sólo una resolución de la Corte Suprema de Justicia podría liberarla), no provocó si quiera que se haya accedido a cambiar su estadía del penal de Alto Comedero hacia una prisión domiciliaria. Seis meses después, el proceso avanza con el fallo de la Sala IV de Casación confirmó la pena de tres años de prisión por el escrache contra Morales.
Los pedidos de libertad por Milagro Sala se han multiplicado a lo largo y ancho del país e incluso fuera de las fronteras nacionales, y al cierre de este texto, otro hecho de racismo se suma a este “mamarracho jurídico” que tomó a Jujuy como territorio de ensayo de lo que podría ser la patria entera de consolidarse este Cambio de la Revolución de la Alegría (abogados de derechos humanos, como Eduardo Barcesat, Beinusz Szmukler y Pedro Dinani, caracterizaron que “estamos frente a estos tribunales que deshonran el deber de obediencia a la supremacía de la Constitución Nacional” y aseguraron que hoy “lo que está en juego es si tenemos realmente una Justicia que dé garantías a los derechos humanos, al debido proceso, a los derechos y garantías establecidos en la Constitución y los pactos internacionales”). El caso en cuestión es el de Facundo Jones Huala, quien fuera detenido para ser juzgado nuevamente por una misma causa de la que ya fue absuelto. En este caso, a diferencia de Sala, se suma el elemento de ser una persecución conjunta del Estado argentino y el Estado chileno sobre la Comunidad Mapuche.


Precariedades civilizatorias
El problema de Milagro es que es mujer, india y tuvo el tupé de organizar a la indiada y ponerse al frente. No importa lo que podamos pensar respecto de los modos de organización de la Tupak Amaru, su adscripción partidaria, su linaje identitario. Aún sin compartir todos estos elementos es difícil negarse a darse cuenta lo que pasa allí: hay una acción política racista destinada a aniquilar una experiencia en particular, sí, pero también, a poder aleccionar a los de abajo en todo el norte argentino. Evita, Guevara y Tupak Amaru como símbolos de la lucha por una patria liberada. Eso es lo que encoleriza al poder y lo que el stablishment jujeño se propone extirpar del imaginario popular.
La estrategia de “cerco y aniquilamiento” tendida sobre los tupakeros (situación que se expresa descarnadamente en el ensañamiento contra Milagro Sala), apunta a exterminar a la Tupak como organización, un modo ejemplificador de borrar todo gesto de insubordinación de la negrada al poder local, así como también barrer la organización que pueda pelear por nuevos derechos para los cabecitas negra e incluso disputar porciones de poder institucional a las fuerzas conservadoras de la provincia.
Cuando la cuestión ya no es –como antaño-- la conquista del territorio sino su seguridad, cualquier anomalía será tratada como virus extraño en el orden del cuerpo. Esto es lo que ha hecho el contador Morales al ponerse al frente, él mismo, del combate a todo o nada contra Milagro y las tupakeras que la acompañan. Cuando los “desechos de la civilización” se hacen presentes, por ejemplo mediante un acampe en el centro mismo de la ciudad, evidencian con sus cuerpos mismos la situación de precariedad estructural sobre la que se edifican los privilegios de quienes se benefician con esa civilización. Por eso el nombre de Milagro se constituyó en una figura clave para interpretar el único modo de inclusión que el estado jujeño se reserva para los disidentes: la inclusión mediante la vía de la reclusión. El carácter de detenido es el único estatuto de ciudadanía que se reserva para los rebeldes un modo de gestión del gobierno que incluso, para muchos, no sostienen ni siquiera la vigencia del estado de derecho.


¿Qué pasa si el desierto crece?
El desierto ha sido el lugar en donde han habitado, desde siempre, los veraces. El aforismo nietzscheano expresa así una posibilidad: apropiarse del desierto como una imagen del pensamiento (crítico) diferente a la que le han otorgado, desde siempre, las elites dominantes en nuestro país.
Hace unos años, el crítico cultural Fermín Rodríguez publicó un libro en el que invirtió, desde el título mismo, la máxima nacional que se propuso encontrar una nación para el desierto argentino. Así, desde Un desierto para la nación, Rodríguez da cuenta de esta operación fundadora de la nacionalidad. Y sugerentes desafíos no solo de reinterpretación de la narrativa histórica sino de los desafíos del presente.
La figura de Milagro Sala y, su liderazgo de un movimiento social que proyectó construir porciones de poder en disputa con los poderes provinciales (aún, incluso, compartiendo un suelo partidario común), ponen a la experiencia tupakera en un lugar maldito para el poder, e incómodo para quienes no hemos compartido -ni compartimos- sus modos de organización, sus métodos de trabajo, su identidad política, sus apuestas electorales. Así y todo, Milagro y el tupakerismo no dejan de provocar el desafío. ¿Cómo situarse frente al poder cuando se ensaña con aquellos con quienes tenemos profundas diferencias políticas? Una ética, que es por supuesto también una política, marca un camino frente al moralismo reinante hoy en Jujuy: condenar el racismo frente a todas aquellas razas que, cual tribus nómades en el desierto, corroen la legitimidad de un Estado que se empeña en demonizar una forma particular de organización popular, pero que en el fondo, sólo busca conjurar cualquier tipo de puesta en cuestión de sus modos de ser.
El puntapié del Acampe tupakero para ir contra Milagro Sala expresa todo el odio contenido por el poder jujeño, que es un poder no sólo burgués-capitalista sino además patriarcal, racista, xenófobo. Milagro es india y es mujer, y se atrevió a discutir de igual a igual con varones blancos. Eso es imperdonable. No importa su “apariencia masculina”, o más bien, parece que todo lo contrario: parece exacerbar aún más los prejuicios el hecho de que sea india-mujer y ejerza el liderazgo de una organización popular sin los modismos femeninos tradicionales. Tal vez si hubiese sido la “secretaria de acción social” de un movimiento de base indígena pero dirigido por un hombre blanco otro sería el cantar.
Frente a ese embate, entonces, solo podemos recordar la frase fanoniana explicitada en el film de Enrique Juárez Ya es tiempo de violencia: “la verdad es para el pueblo todo aquello que daña a las clases dominantes”.
Sin lugar a dudas el Acampe, como método de protesta, es una forma no solo de expresar los propios modos de vida populares, sino también de poner en entre-dicho la relación entre lo público y lo estatal, y habilitar nuevos interrogantes en torno a los modos de ocupar el espacio.


Apostilla: Las “Barracas” del diario Clarín:
El kirchnerismo hizo de las viviendas sociales una herramienta para otorgar poder. La líder de la Tupac Amaru recibió más de 1.500 millones de pesos que debían destinarse a obras. Esos recursos del Estado la empoderaron. Las casas de Milagro Sala no pertenecían a la gente que las habitaba, nunca les dio los títulos de propiedad. Las viviendas en realidad eran una suerte de conjunto habitacional equivalente a barracas militares en las que ubicaba a sus militantes. Y éstos podían permanecer adentro en tanto y en cuanto cumplieran con sus órdenes, que podían ir desde repartir una copa de leche, hacer un piquete, quemar la casa de gobierno o, incluso, disparar contra algún ´enemigo´ o servir de dama de compañía para su hijo, ´El Reptil´. Si no aceptaban las órdenes o ´La Flaca´ sospechaba alguna deslealtad, previa golpiza, la familia entera era desalojada de la barraca”.

(Diario Clarín, 5/06/2017)


Notas sobre Teoría de la militancia, de Damián Selci


La teoría crítica en perspectiva generacional



Por Mariano Pacheco
(La luna con gatillo//Resumen Latinoamericano)


Cuarenta ríos cierra 2018 con la publicación de Teoría de la militancia. Organización y Poder popular, un libro de Damián Selci en el que se realiza un cruce entre los postulados teóricos de Laclau, Badiou, Zizek y la historia reciente de la Argentina.


Todas las fuerzas políticas tienen propuestas; algunas tienen programas; casi ninguna tiene teoría”, escribe Martín Rodríguez en una nota final al libro, titulada “Ampliación del campo de batalla”, en la que agrega: “este libro produce teoría porque forja conceptos acerca de uno de los aspectos principales de la práctica política popular, que es la práctica militante”.
Está claro que, más allá de sus muchas veces anquilosadas prácticas teóricas, las izquierdas tradicionales son una excepción a esta verdad de la época. Rodríguez insiste en que la falta de teoría es una de las fallas político-ideológicas de “nuestra concepción”, y el nosotros del que habla es el del kirchnerismo/peronismo o “populismo” (dicho en términos teóricos), que cuenta con una teoría de la conducción (Perón) pero carece de una teoría de la organización.
A la nueva izquierda, o corriente autónoma de los movimientos sociales, le pasa un poco lo mismo: se carece de una teoría de la organización, que de cuenta de sus modos de problematizar la “conducción” y entender las militancias, así que en este punto este cronista no sólo comparte el diagnóstico, sino que asume la interpelación que el texto provoca, que en esta nota final, a través de la pluma (o el teclado) de Martín Rodríguez, aparece como incitación a que “los intelectuales se incorporen a tiempo completo a la lucha en curso”, sin pretender “empezar de cero” pero asumiendo que es necesario “empezar de nuevo”.
El libro comienza con el sugestivo título de una introducción que se pregunta “por qué perdimos y qué significa ganar”. Doble acierto, ya que en su afán de optimismo las militancias muchas veces preferimos obviar las derrotas, no asumirlas y en tantas oportunidades olvidamos que, entre otras cuestiones, luchamos para vencer.


La revolución populista
Como en uno de esos tantos memes que circulan por las redes sociales virtuales, habría que decirle a Selci: “No sos vos, es tu marco teórico”.
Es decir, hay que aclarar de entrada cierta dificultad que hace que uno se ponga a leer (y a tratar de escribir sobre) un libro que se sitúa en otras coordenadas teórico-políticas. Todas sus páginas están impregnadas por un hegelianismo-lacanismo-laclaunismo que por momentos se torna insoportable (insisto, para quienes nos situamos en otro horizonte).
Esto, por supuesto, hace que lo primero que venga a la mente al leer sus primeros dos párrafos sea ruido. Selci habla de los noventa como los años “olvidados”, pero también, como los “olvidables”. Quizás por ello reduce lo que denomina “neoeleuzianismo” a “éxitos académicos” y la producción teórico-politica del período 1994-2004 a nombres europeos/primermundistas como Holloway, Negri y Hard, y le parezca que experiencias como las del zapatismo en México o la de los Sin Tierra en Brasil carecieran de potencia radical para trascender lo pequeño y local y constituir una verdadera amenaza real a un Imperio que sería caracterizado, por estas corrientes, como “demasiado invencible”. Por supuesto, desde esta mirada, el punto de inflexión frente al Nuevo Orden Mundial sería el del advenimiento de los gobiernos progresistas Latinoamericanos, en donde el autor considera que el pueblo accedió al poder, dando un salto hacia adelante.
De allí que Selci parta de La razón populista (2005), de Ernesto Laclau, para afirmar que, si bien insuficiente, la teoría del populismo es el piso desde el cual pensar hoy, porque su “revolución” fue la que “sacó a los movimientos populares de la mera resistencia y les dio tanto la dignidad de la disputa como una hipótesis de triunfo”.
El libro reproduce así, en el plano teórico-político, lo mismo que el kirchnerismo expresó en el plano político-militante: una reducción de la resistencia popular anti-neoliberal a mera negatividad, oposición sin propuesta, momento pre-político, cuando no crisis como sinónimo de infierno de la cual había que huir rápidamente.


Los límites de la época
Tras admitir que la teoría del populismo explica el pasado reciente (del país, de la región) pero no lo que, teóricamente (y el subrayado pertenece al propio libro), viene después del populismo, el autor asume que esa es tarea propia, colectiva, la de una nueva generación.
De allí que, tras las huellas de Laclau, en la segunda parte del libro se recupere el “materialismo dialéctico” de Slajov Zizek y luego, la “filosofía militante” de Alain Badiou.
Lo extraño de todo esto es que ese cruce de autores, a los que se lee en una filiación con Hegel y Lacan, provenga de una adscripción política kirchnerista y, más específicamente, camporista. El hecho produce curiosidad, pero también respecto e, incluso, cierta expectativa, porque de producirse una intervención teórico-política de envergadura (es decir, si el libro convida a nuevas producciones, y no se agota en sí mismo), permitirá sumar otra corriente al debate intelectual contemporáneo, que en la Argentina viene siendo muy castigado, fragmentario (el PTS ha sido, desde el trotskismo, una de las pocas excepciones en cuanto a asumir con seriedad una intervención permanente y sostenida en dicho campo, y desde la nueva izquierda, más que espacios colectivos han sido más bien esfuerzos singulares los que han desarrollado esta tarea, como es el caso de Miguel Mazzeo, para refereirme al nombre más emblemático).
Más allá de la diferencia de enfoques teórico-políticos, no quisiera dejar de destacar algunas cuestiones del libro que rescato profundamente. A saber:
--La irreverencia de poner en conjunción una serie de autores en principio con planteos divergentes (Ej: Laclau/Zizec), en un trazado que se realiza desde la búsqueda militante de componer una estrategia política.
--El hecho de rescatar un “rango filosófico” para la militancia, como parte indispensable de una estrategia de Poder Popular.
--La necesidad de gestar una teoría que piense en la posibilidad de derrotar al enemigo a la vez que se intenta recuperar un horizonte revolucionario.
--La posibilidad de que las militancias (aunque no devengan filósofas en su conjunto) sepan que cuentan con una filosofía que las respalda, que les hace el aguante en el campo teórico.
--Y por último: ese desafío de incitar al lector a que “se ponga a militar”.

Por supuesto, y hecha ya la aclaración de esa suerte de “pathos de la distancia” que existe entre el libro y nosotros (no puedo ahora, por cuestiones de espacio, precisar el nosotros, pero diría al menos apresuradamente que nosotros somos los que actuamos y pensamos en Argentina con el legado de 2001 y la puesta en foco de una mirada más atenta a los fenómenos populares “por abajo” más que en el Estado), hay algunas cuestiones que se presentan en el libro y es preciso discutir. En resumen, diría que son, al menos, cinco:
1) Las conceptualizaciones del populismo realizadas por Laclau como “piso” desde el cual avanzar en la elaboración teórica que necesitamos para la época.
2) La asunción de la perspectiva Badiouiana del Acontecimiento entendiendo que el kirchnerismo fue tal (aquí compartimos la caracterización de Raúl Cerdeiras, para quien el K es un efecto del 2001, el acontecimiento sobre el cual hay que pensar lo que sigue).
3) La insistencia en el uso de un lenguaje con el que tenemos más que perder que ganar (amo; falta; agradecimiento; jefaturas, etc; etc). Necesitamos un lenguaje libertario para una praxis libertaria.
4) La resolución (un poco simplista, un tanto binaria) que el texto hace en torno al vínculo “intelectualidad crítica” (pesimista) y “militancia política” (optimista). De hecho el autor cita el mismo audio de un programa televisivo de los años 90 en donde Cristina Fernández de Kirchner confluye con Viñas, realizando la operación inversa a la que nosotros (desde el proyecto cultural La luna con gatillo) hicimos entonces en el Homenaje que le realizamos a David.
5) Por último, y de la mano de esto, Celsi parece (después de realizar un esfuerzo teórico enorme para fundamentar sus posiciones) recaer en cierta mirada que ha sido hegemónica entre las militancias de los últimos años. A saber: cae en una suerte de anti-intelectualismo que contrapone “práctica política” a “práctica teórica”.


Contra la época
Lo hemos dicho en otras oportunidades: la coyuntura impone la necesidad de realizar acuerdos y confluencias con sectores en los que podemos coincidir en criticar el estado de la situación actual pero con los que difícilmente vayamos a coincidir en una misma perspectiva estratégica.
Teoría de la militancia tiene la virtud de explicitar una, en un espacio en el que rara vez se ha visto un gesto similar.
El libro de Silci logra combinar una teoría de la militancia (con su aparato conceptual, sus tecnicismos) con una teoría para la militancia (con sus esfuerzos de “divulgación” --en el mejor sentido del término--, sus contraseñas).
El texto aporta en un doble sentido a los debates actuales: por un lado combate el posmodernismo, y por otro, el “inocentismo popular” típico de los populismos. Realiza ese movimiento, eso sí, pasando por alto la crítica –sostenida y bien fundada-- que desde las izquierdas se ha venido realizando al stalinismo en las últimas décadas y, asimismo, pasa bastante por alto otros aportes de la teoría crítica Latinoamericana.
Hay, para los ojos de este cronista, una sobrevaloración de la figura de la Conducción (a la que se pretende “imitar”, tomándola como “modelo” más que como inspiración), una separación demasiado tajante entre los “cuadros” y el hombre (la mujer, las existencias diversas) común que emprende luchas y procesos de organización, muchas veces, a una distancia considerable de la teoría populista, de las organizaciones kirchneristas, e incluso de los dispositicos de gestión estatal, aún cuando están en manos progresistas. En ese sentido, y más apegado a cierta mirada materialista más cercana a un marxismo clásico, diría que le falta encarnadura social sujeto político tal y como se lo concibe (y se lo asume) desde el populismo.
Pero más allá de los diferentes linajes, esquemas políticos y prácticas militantes que se reivindican, no puede sino saludarse este esfuerzo realizado por Selci, y Las cuarenta ríos, para seguir interviniendo en los debates imprescindibles que la época reclama para ser subvertida.


martes, 18 de diciembre de 2018

Resistir y vencer, o acerca de quienes sostuvieron la antorcha encendida


#LibrosyAlpargatas
Por Mariano Pacheco


Indómita luz, una editorial que se posiciona como parte del labor crítico-intelectual de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), publicó Resistir y vencer: , un libro de José Cornejo y Carlos Sozzani sobre un grupo de militantes peronistas de la zona sur del conurbano bonaerense.


Alguna vez, el histórico dirigente sindical y militante montonero Gonzalo Chaves me dijo que para los sectores populares era muy importante que las historias propias no circularan de generación en generación sólo de boca en boca sino también por escrito. “Es como que si no están en un libro no son Historia”, argumentó Gonzalo.
Resistir y vencer, de José Cornejo y Carlos Sozzani, vienen a cubrir un bache historiográfico fundamental en la construcción de una genealogía militante en la Argentina. Y vuelven a poner a la zona sur del conurbano bonaerense en el centro de la escena. Como durante el nacimiento del peronismo y sus años de resistencia; como en las movilizaciones que forjaron el “Luche y vuelve” en los inicios de los 70 para traer a Perón otra vez al país y el “Luche y se van” del final de la década para expulsar otra vez a una nueva dictadura militar (y civil, y la más sangrienta de nuestra historia), también la posdictadura encuentra al sur del conurbano como un sitio propicio para el desarrollo de otras rebeldías.
Avellaneda y Quilmes como centro irradiador de políticas que encuentran a un grupo de jóvenes dando sus primeros pasos en las militancias a fines del Proceso de Reorganización Nacional y a inicios de la “primavera democrática” que culminó con hiperinflación y políticas de impunidad y que luego llegan al inicio y fin de la “década ganada” conformando grupos y grupetes, grupejos y grandes movimientos que ya son parte de la historia de nuestro país. Claudio y el Flaco Pablo; El Cholo y el Negro Fabio; Tiburón y El Gallego o los nombres, apodos y sobrenombres que sean. Microhistorias en una historia más grande que duele y hace reír, porque como toda la historia de nuestra patria está atravesada por momentos de avances en las luchas populares, reflujos y frustraciones, grandes esperanzas y golpizas que dejan militantes presos, y acaso, también, muertos.
Entre los “Montoneros silvestres” que resistieron como pudieron el terror dictatorial y las piqueteras que resistieron con mucho aguante la consolidación del Estado de malestar, creció y se desarrolló una camada militante que dio sus primeros pasos bajo la sombra grandilocuente de los viejos combatientes setentistas y parió de algún modo a la nueva generación militante que, entre cortes de rutas y asambleas, entre ollas populares y escraches, entre tomas de edificios públicos y búsquedas de nuevos modos de pensar y hacer la política emancipatoria, llegó a diciembre de 2001 tirando piedras y levantando barricadas en el intento de bloquear la apología del fin de la historia y las ansias de protagonizar otra nueva.
Náufragos en el mar de una Argentina en pedazos; nómades en el desierto neoliberal, esta camada de militantes cumplió su papal fundamental en la historia de este país –a los ojos de este cronista-- no durante los momentos más recordados de los años ochenta (el Juicio a las Juntas o los Paros de la CGT contra Alfonsín; las horas duras de “Semana Santa” o los saqueos del tramo final del Primer Gobierno Radical de posdictadura); no durante los años más álgidos de la resistencia popular anti-neoliberal (los piquetes del Movimiento de Trabajadores Desocupados; los escraches de HIJOS; los Paros Activos de la CTA y el MTA; las movilizaciones de CETERA y el movimiento estudiantil; las cacerolas en las asambleas de las grandes ciudades del país o las ocupaciones de fábricas para ponerlas a producir por sus trabajadores tras el abandono de sus empresarios); no durante los momentos más progresistas de la década ganada (el No al Alca en Mar del Plata; la recuperación de la ESMA; el enfrentamiento a las patronales agropecuarias o comunicacionales; etcétera, etcétera), sino en aquel período en el que el sentido común militante sostiene, aún hoy, que en la Argentina “no pasó nada”.
Resistir y vencer rescata la historia de aquellos que, comenzando sus militancias en los ochenta y continuando su activismo hasta el día de hoy, atravesaron con dignidad uno de los momentos más difíciles para la militancia popular en la historia de la Argentina: me refiero al ciclo que va de 1989 hasta 1994. Es decir, de la asunción de Menem a la presidencia hasta la Marcha Federal; de la derrota del Sandinismo en Nicaragua hasta la insurgencia zapatista en México; de la caída del Muro de Berlín a las luchas contra la globalización.
El libro repasa y reconstruye el proceso a partir del cual, por fuera del Peronismo Revolucionario, un grupo de jóvenes conforma la agrupación Descamisados, con fuerza en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires (La Boca) y la zona sur del conurbano bonaerense (fundamentalmente Avellaneda) y luego, por fuera del peronismo pero rescatando mucho de sus historias de lucha, nace el Movimiento La Patria Vencerá y Malón (en capital y zona norte y sur del conurbano), entre otros agrupamientos que, junto con Quebracho y Patria Libre, intentan cruzar tradiciones (peronismo y guevarismo), simbologías (estrella de ocho y cinco puntas; banderas rojas y celestes y blancas) y problemáticas diversas (las históricas y las emergentes en el nuevo mundo neoliberal).
A través de algunos lugares emblemáticos puede leerse en este libro la historia argentina en su conjunto. Valga un ejemplo: el Club Dínamo de Avellaneda. Espacio vecinal fundado en 1951, que se llamó “Dínamo y Perón” hasta 1955, cuando la “Revolución libertadora” lo “desperonizó” de prepo y pasó a llamarse Dínamo a secas hasta su cierre definitivo en 1977, en pleno auge del terrorismo de Estado (cierre del club; intento de cierre del ciclo peronista). En el medio, militancias peronistas festejan allí cuando en mayo de 1970 emerge la organización Montoneros ejecutando al dictador Pedro EugenioAramburu y se organizan en 1972 para participar de la Campaña del “Luche y vuelve”.
Resistir y vencer, una narración escrita a cuatro manos y construida con los retazos de un centenar de voces que a veces son protagonistas, y otras veces, hablan de los protagonistas desde los márgenes. Un libro que combina lo mejor del testimonio del periodismo de investigación y trazos de reconstrucción de historias dignas del mejor momento de la literatura del Turco Jorge Asís.

domingo, 16 de diciembre de 2018

Otra entrega de #2001: Odisea en el Conurbano


  “Pelo verde”

Por Mariano Pacheco*


La Plaza Conesa en Quilmes, la cerveza en una fría noche de invierno y el amucharse con amigos como forma de enfrentar las adversidades de la época.


Salimos de la casa de Fede sin rumbo cierto aquella noche. Caminamos dos cuadras y entramos a la estación de servicio de Andrés Baranda y O Higgins. No recuerdo si compré una lata de cerveza de medio, o una petaca de caipiriña. Sí que Pelo-verde se agarró una botella de Gancia. Lo primero que pensé fue:¿de dónde va a sacar hielo? Pero no hizo falta. Fede pagó y enfiló para la vereda, sin hielo, sin soda, sin gaseosa lima y limón, sin nada más que su Gancia bajo el brazo.
Salimos de la Shell, caminamos unas cuadras y al llegar a la barrera pasamos para el terraplén. Nos tiramos sobre la tierra, al costado de las vías y nos pusimos a mirar el cielo. Cada uno con su bebida, no recuerdo si con algún pucho encendido también.
Bebimos y charlamos y flaseamos con cada tren que pasó.
No recuerdo si se había peleado con su novia, o si había pasado algo con su padre, de quien no sabíamos mucho, ni el veía mucho tampoco, pero a quien siempre tenía –de todos modos-- muy presente en su vida. La cosa es que algo había pasado aquél día.
Charlamos y charlamos hasta que Fede revoleó la botella vacía sobre las vías.
Yo no podía creer que se hubiese bajado una botella entera de Gancia, así, sin hielo ni nada.
Después enfilamos para la Plaza Conesa, Fede totalmente en pedo y yo parecido, pero no igual.
Fede paró varias veces en algún árbol para vomitar.
Cuando llegamos a la Plaza, bajo la parra del centro, como cada sábado, estaban Twitti y Eugenia, Tavo y su novia, Huevo y Elisa, Luichi (El Gordo), El Mudo, Mercedes, Deivi –que era igual de flaco que Joe, y usaba chupines y el pelo igual que el cantante de Los Ramones--, Tonito y Vange... Cada tanto caían El Chula, Petete, el flaco Luis y algún que otro amigo más.
Esa noche quien sabe por qué, o cómo empezó, pero el hecho es que nadie nos atacó, ni nos peleamos con ninguna banda, ni nos persiguió la policía, que de tanto en tanta largaba los micros en la madrugada y empezaba con las razzias. Pero por alguna extraña razón, la novia de Tavo lo empezó a agitar y uno de los pibes que estaba con nosotros pero no era de la banda se comió el garrón. Luisito encima lo agitaba más, diciéndole que le partiera la botella de cerveza en la cabeza.
De repente el pibe comenzó a correr: atrás de él iba Tavo, que trataba de derribarlo tirándole patadas a los tobillos mientras su novia gritaba exitadísima. Tavo, su novia y Luis estaban más duros que la mierda, y cuando el Tavo se enojaba más bien no decirle nada o uno también la podía ligar, así que me callé. Era bravo Tavo: petiso, cara de bueno pero un malo entre los malos. Había estado preso varias veces y siempre la agitaba con que ya de la primera vez se tuvo que parar de mano en el patio de la Comisaría de Quilmes para que no le quitaran las zapatillas. Nadie sabía a ciencia cierta cual de sus historias era real, pero lo cierto es que las veces que se lo vio pelear era como un animal herido que no estaba dispuesto a entregarse como presa.
Esa noche por suerte el pibe corrió y el Flaco Luis volvió con Tavo a la plaza y todos seguimos tomando birra, cagados de frío, como si nada hubiera pasado.
Creo que Fede quedó tumbado sobre un banco hasta el amanecer, cuando todos nos fuimos, algunos caminando y otros, como yo, a tomar un colectivo.
Éramos piel y uña con Fede, íbamos para todos lados juntos. Y nunca, por nada, uno dejaba tirado al otro, pintara la que pintara, y estando en el estado en el que se estuviera.
Fede era más grande que yo (todos en realidad eran más grandes que yo) y como todos, tenía a sus padres separados. Su madre trabajaba y como la de casi todos, no estaba nunca en su casa. Así que la de Fede servía muchas veces como base para las juntadas entre-semana, a la siesta, cuando por alguna razón los videos nos quedaban chicos para las travesías entre chicos y chicas, o cuando pintaba juntarse a zapar un poco de punk-rock.
En una suerte de “trasvasamiento generacional” (término que descubriríamos luego, y que por entonces no nos hubiese dicho nada de haberlo escuchado) Fede me regaló una remera blanca con la inscripción de Flema pintada en tinta china negra. Remera que achiqué y corté sus mangas, y que no me saqué hasta que estuvo hecha literalmente un trapo.
Parecía una remera, o era en rigor una remera. Pero esos primeros años de la década del 90, tanto el nombre de Flema como ese tipo de regalos implicaban mucho más que la adhesión a banda o un estilo de música, mucho más que una determinada prenda de vestir: el punk rock, para nosotros, era el símbolo de una relación social, un tipo de amistad por la que cada uno estaba dispuesto a jugarse el todo por el todo por el otro.



*Extracto de un libro en preparación que Lobo suelto! irá publicando en parte, en entregas semanales, de acá fin de año.
El autor es ensayista y comunicador popular. También coordina cursos de filosofía. Autor de los libros Cabecita negra. Ensayos sobre literatura y peronismo (Punto de Encuentro, 2016); Montoneros silvestres (1976-1983). Historias de resistencia a la dictadura en el sur del conurbano (Planeta, 2014); Kamchatka. Nietzsche, Freud, Arlt: ensayos sobre política y cultura (Alción, 2013); De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (El Colectivo, 2010) y co-autor de Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo (Planeta, 2012). Editor del portal y conductor del programa radial La luna con gatillo, columnista el periódico Resumen Latinoamericano y colaborador de Lobo suelto!

lunes, 10 de diciembre de 2018

QUIEREN DISCIPLINAR EL MOVIMIENTO POPULAR DE CARA A DICIEMBRE

Un posteo al paso


Por Mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)



Hoy se cumplen 35 años desde el "retorno de la democracia", período que muchos preferimos nombrar como "posdictadura" o "democracia de la derrota".
El culto al parlamentarismo burgués en estos días es fatal: fatal porque reduce la política al momento del voto, de la elección de los representantes que, según la propia Constitución Nacional, expropia la voluntad popular, que no puede "deliberar ni gobernar" sino a través de ellos (y ellas).
Está claro que el año que viene hay elecciones y que deberemos hacer los mayores esfuerzos por sacar del gobierno al Gato y sus ecuaces, con el frente electoral que sea que pueda reunir los votos necesarios para ganar.
Pero hay quienes pensamos que para agosto/octubre de 2019 falta una eternidad; y que, de irse este cipayo y sus perros falderos del gobierno antes, echados por una rebelión popular, el nuevo gobierno contará con un piso más alto para negociar incluso contra los enemigos del pueblo que están más allá (y más acá) de la Casa Rosada, las Casas de Gobierno en cada provincia y los Palacios Municipales en cada distrito del país.
El actual gobierno viene dando todas las señales de disciplinamiento necesario en un contexto de complicaciones económicas y a tan sólo un ño de aquellas expresión popular de bronca frente al Congreso.
No se trata de no "negociar" repartos de cuotas de beneficios para los sectores trabajadores, sobre todo para aquellos más postergados, más golpeados por el plan económico (eso está tan claro como la necesidad de ganar las próximas elecciones, a como sea. Resulta canalla acusar de funcionales a este gobierno a los movimientos sociales que lo hacen, ya que es una de sus funciones reivindicativas negociar con los gobiernos ayuda social, sobre todo en el contexto de las fiestas... sobre todo cuando quienes suelen hacer estas críticas no tienen la preocupación de ver qué poner en la mesa el 24 y el 31 de diciembre).
Pero la lucha reivindicativa, la lucha institucional, no puede ser el árbol que tape el bosque de una estrategia más general, más de largo plazo (que urge situar en estas coyunturas inmediatas) en las que el centro sea la rebelión ante las injusticias que padecemos, la afirmación de un poder popular instituyente que entienda que, con el pueblo en las calles, con un pueblo organizado y consciente, las bases para cualquier proceso de cambio serán mucho más elevadas.
Así como en su omento el Luche y Vuelve logró ser un símbolo de un proceso de lucha, y el Luche y se van una consigna inspiradora de un deseo de sacar a los milicos del gobierno, en este contexto --quizás-- el #Lucheysevan puede ser inspiración para imaginar otros horizontes de transformación.
"Ya se acerca noche buena, ya se acerca navidad. LIbertad a les compañeres que están presxs por luchar".
Con ellxs afuera y con el pueblo afuera de sus casas y de sus miedos, podremos impulsar un nuevo ciclo de resistencia.
Para ello deberemos abonar a la desobediencia, la insubordinación.
Para ello no tenemos que dejarnos disciplinar.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Todos Tus Muertos: 30 años después


Micro-ensayo sobre el punk-rok en 1988


Por Mariano Pacheco
(La luna con gatillo)



Una invasión de rebeldía en medio de los muertos insepultos de la Argentina careta. 
Uno: el autor rescata Todos tus muertos, álbum en cuya portada aparecen los rostros de los integrantes de la banda en superposición con cuatro calaveras.



En 1988 Todos Tus Muertos sale a las calles, luego de tres años de sostener la formación, con un disco del mismo nombre: 13 canciones en 43 minutos que son todo un “cross a la mandíbula” al status quo del rock nacional. La portada: una foto con los cuatro integrantes de la banda en versión cadavérica. Si décadas antes Los Beatles salían sonrientes en las tapas de sus discos Soul y Let It be, ahora esa generación, su legado, corría el riesgo de transformarse en pura farsa: viejos vinagres, cadáveres en un país en donde los muertos sobran, pero los cadáveres brillan por su ausencia.
La banda estaba integrada por Horacio Villafañe (“Gamexane”) en guitarra; Fidel Nadal en voz; Félix Gutiérrez en el bajo y Cristian Ruiz en batería. Dos años antes habían salido a las calles con Noches agitadas de cementerio, un demo grabado en el Parakultural, sitio que junto a Cemento, se transformaron en los lugares predilectos para fomentar y amplificar la emergencia de este underground estético que promocionaba una “política de la agitación”, como supieron señalar Oscar Blanco y Emiliano Scaricaciottoli, en Las letras del rock en Argentina, libro en el que se subraya este pasaje del pop optimista entusiasmado con la democracia, al rock contestatario que da cuenta de la crudeza de la postdictadura (vidas precarias + represión policial). “La democracia implica una demo-razzia periódica de jóvenes”, destacan los autores para dar cuenta de este movimiento que también implica el pasaje de la represión de los milicos contra la “subversión” a la represión de las policías contra el rock “revulsivo” y su público quilombero.
Para 1988 ya han quedado atrás los juicios a la Junta Militar, el informe de la CONADEP y aparece con mayor amargor las leyes de impunidad (Punto final, en 1986 y Obediencia debida, al año siguiente). Las asonadas castrenses como la de Semana Santa (1987: “La casa está orden”; “Felices Pascuas”) ya prefiguraban la fragilidad institucional frente a un poder que, si bien en retirada, no dejaba de pelear por su impunidad con uñas y dientes (o más bien con fusiles y tanques). 1988 es también el año en que asesinan al militante de las Comunidades Eclesiales de Base Agustín Ramírez, rockero, organizador de fogones junto a la juventud de los barrios populares en la zona sur del conurbano, objetor del Servicio Militar Obligatorio, el “Mártir de los asentamientos”, como se lo denominó luego, por su participación activa en las tomas de tierras para construir viviendas, poner en pie asentamientos en tierras baldías pero altamente valorizadas por el capital en los años más tarde se conocerá como el “desarrollismo urbano”.


Una impugnación de los consensos progresistas de la época
A combatir: la miseria; a combatir la sumisión. Todos tus muertos. Féretros y masacres.
Ruidos, punk y voces afro desde el subsuelo de la historia; sonidos de sirenas policiales y gente policía. Por supuesto, también gente que no.
Las letras de “Los muertos” van con todo; y contra todo: la moral del trabajo, el familiarismo, la vecino-cracia y los poderes instituidos.
Hay cien que se despiertan hoy; hay dos mil que duermen, siempre… 30.000 que mueren”, puede escucharse en el tema más reagge del disco. “Tienen cien balas para los despiertos/ para los dormidos/ dos mil dólares más”, dice “Armas (para la paz)”. Canción que remata: “El sistema te mastica bien el cerebro, pero el de mucha gente ya lo cagó”.
La tragedia nacional se cruza con la del tercer mundo, y en particular, con la africana o con los terceros mundos que están en el primero: los cuerpos torturados en la ESMA en el sur de Latinoamérica; el apartheid en Sudáfrica; o Malcon X resistiendo en Nueva York, lo mismo da.
Aunque seguramente el tema con mayor fuerza sea el que eligieron para cerrar el álbum. Más allá de las consideraciones que uno pueda hacer respecto del potencial subversivo de la cuestión nacional considerado desde el punto de vista de las clases trabajadoras de los países periféricos, lo cierto es que el anti-nacionalismo punk, en general, y el de Los Muertos, en particular, está centrado en un anti-estatismo y un anti-fuerzas represivas (es decir: un anti-nazionalismo).
La fuerza de la canción radica en la combinación de una letra combativa junto con un ritmo marcado por los cortes de la marcha militar interpretada por una batería, una guitarra y un bajo a puro punk-rock.
Como cantarán en su siguiente disco, Nena de Hiroshima (1991), en una versión argenta de “Absolutely Live”, de The doors, Todos Tus Muertos irrumpe en la escena del rock para, en un cruce con el reagge y el punk, abrirse camino hacia otro lado.