martes, 20 de noviembre de 2018

CFK: memoria, proyecto, militancia popular y soberanía nacional


Apuntes para pensar la coyuntura

Por Mariano Pacheco
para La luna con gatillo//Resumen Latinoamericano

Las conmemoraciones del Día de la Soberanía Nacional y el Día de la militancia. En el medio: el discurso de Cristina Fernández de Kirchner.


Después de la intervención de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) durante el 1º Foro Mundial de Pensamiento Crítico organizado por Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), parece no quedar dudas de que la actual senadora es la oradora más lúcida de la “clase política” argentina. Tampoco que, de no encabezar, seguro jugará un rol determinante en el conglomerado de fuerzas políticas que se unan para intentar bloquear el intento de la actual gestión neoliberal de Cambiemos de renovar por el voto popular su mandato al frente del país por cuatro años más. CFK habló en Buenos Aires a dos días de que se haya conmemorado el Día de la militancia y horas antes de una nueva conmemoración de la Batalla de Obligado. Militancia popular y soberanía nacional, entonces, como dos cuestiones a tener en cuenta a la hora de pensar aquel discurso, y también, los desafíos de cualquier proyecto transformador de la actualidad.
Hay algunas cuestiones del discurso de CFK en las que me quisiera detener para pensar estos dos ejes transversales de militancia popular y soberanía nacional. A saber:
Primero: los movimientos sociales y la historia reciente de la Argentina.
Segundo: la cuestión de la historicidad nacional e internacional más en general.
Tercero: el señalamiento del problema institucional en las democracias actuales.
Cuarto: su referencia a los tópicos de derecha/izquierda y la necesidad de disputar desde la categoría “pueblo” el tan mentado “la gente” del neoliberalismo.
Quinto y último: la identificación del neoliberalismo como enemigo de los pueblos.


La sociedad en movimiento
Cuando CFK dice que antes de su gobierno había “piqueteros” y que hoy existen “movimientos sociales” que son producto del kirchnerismo no hace más que repetir una típica operación de este espacio político (que muy en el fondo es también un viejo tópico peronista): antes de nosotros no había nada, o más bien, había infierno. Lo hemos dicho muchas veces ya, así que para no abundar recordar solamente que la asunción de Néstor Kirchner un 25 de mayo de 2003 haciendo referencia a mismo día pero 30 años antes, se saltea en el linaje su historicidad más reciente: la de la revuelta que llevó a 2001, no infierno sino suelo desde el cual pudo edificar una gestión progresista del ciclo. En ese borramiento de las genealogías desobedientes e insurrectas no sólo queda afuera el movimiento piquetero (que tuvo numerosas expresiones organizativas, extensión por todo el territorio nacional y una intensa labora política que se sostuvo durante los siete años previos a la asunción de su gobierno) sino incluso parte del movimiento de derechos humanos (HIJOS y sus escraches) y el movimiento de mujeres (que inició sus Encuentros Nacionales en los primeros años de posdictadura), sino también --por supuesto-- el rol de la clase obrera más allá de sus burocracias sindicales (desde el sabotaje y las huelgas durante la última dictadura hasta los planteos programáticos de la CGT encabezada por Saúl Ubaldini en los años ochenta).
En el fondo lo que prima es una mirada estadocéntrica, que por más llamados al frentismo cívico que haga entiende la política del modo más tradicional: partidos/elecciones/gestión.


Sin nostalgia lírica
Juan José Hernández Arregui supo escribir que no nos dirigíamos a los “muertos insepultos” por “nostalgia lírica” sino porque en ellos encontrábamos el eslabón roto, el nervio desgarrado de la historia nacional.
Más allá de lo dicho en el apartado anterior sobre la historia más reciente de nuestro país, no puede dejar de destacarse la importancia que CFK otorga a la historia a la hora de fundamentar su posición actual. Y en este caso, no sólo la historia nacional sino internacional.
Si bien en más de una oportunidad hemos subrayado esta función obturadora del “memorialismo” de cara a elaborar nuevos cuestionamiento radicales al capitalismo contemporáneo, no deja de ser un dato a destacar la importancia que tiene para las generaciones más jóvenes el hecho de que una referente de su envergadura tenga la capacidad de construir un relato en el que los hitos históricos más importantes desde la revolución francesa de 1789 hasta acá estén presentes. Sobre todo si se tiene en cuenta la pobreza teórica, la pereza intelectual de quienes suelen hablar en actos y en televisión.
Los modos en que interpreta los acontecimientos e incluso el recorte de la historia que hace no es motivo para no reconocer la importancia que ese juego entre actualidad y legado tiene para el pensamiento crítico y las militancias que pujan por un cambio. De allí que la construcción de una genealogía insurgente se nos presente como desafío para fortalecer una imaginación histórica que pueda pivotear sobre el ciclo libertario europeo (la revolución francesa, las barricadas parisinas de 1848 y la comuna de 1871), el proceso independentista y rebelde nuestraamericano (de la independencia haitiana a la revolución mexicana; de la revolución cubana a la sandinista) y las luchas socialistas y las desobediencias del siglo XX en latitudes diversas (de la revolución rusa a Mayo del 68; de la independencia argelina al otoño caliente italiano; de la República Española a la Revolución china y vietnamita; de la lucha independentista vasca a la intifada palestina), sin dejar de subrayar las fechas y figuras emblemáticas de la historia nacional (de San Martín, Moreno y Juana Azurduy a Felipe Varela; de Simón Radowitzsky a Norma Arrostito; de Eva Perón a Mario Roberto Santucho; de Alicia Euguren a Agustín Tosco; de John William Cooke a Rodolfo Walsh; de Agustín Ramírez a Darío Santillán…).


La fuerza brutal de la antipatria
CFK se refirió en su discurso en Clacso a un tema fundamental para la actualidad y el porvenir de los procesos de cambio que puedan emprenderse: el de las democracias o, más precisamente, el de las instituciones democráticas.
Como en tantos otros temas, llama la atención que Cristina se refiera a algunas cuestiones de la actualidad del modo en que lo hace: como si no fueran sus propios gobiernos los que controlaron el Estado durante doce años, algo inédito en la historia argentina, teniendo en cuenta que nunca el peronismo (hasta el gobierno neoliberal de Menem) pudo terminar sus mandatos.
Mas allá de eso, es pertinente el señalamiento, ya que ninguno de los procesos Latinoamericanos que aún se sostienen pujando por no ceder a la ofensiva conservadora mundial (Venezuela y Bolivia) realizaron profundas modificaciones institucionales. Tanto Evo Morales como Hugo Chávez Frías entendieron de entrada que había que gestar una nueva institucionalidad si de verdad se quería avanzar en alguna perspectiva de cambio.
Por supuesto que no se trata de “regalar” el concepto de democracia a los apologistas de la inmutablidad, pero sí de dar cuenta de lo restringido de estos dispositivos parlamentarios que hoy “representan” las vidas de los pueblos (cuando de lo que se trata es de que el pueblo esté presente en las grandes decisiones). Ya lo decía Evita: “ a la fuerza brutal d ella anti-patria, opondremos la fuerza popular organizada” (entendida como “democracia autoritaria de masas”, incluso antes de que exista una tendencia revolucionaria del peronismo, la década peronista supo revalidar en elecciones una dinámica que excedía por completo el funcionamiento liberal de la institucionalidad burguesa).
La disputa por imponer otra mirada acerca de la democracia se tornará fundamental para cualquier transición hacia otro tipo de dinámica de organización social en el siglo XXI.
Desde abajo y a la izquierda
En consonancia con ciertos planteos realizados por Podemos en el Estado Español, también el kirchnerismo viene abogando en Argentina por un desdibujamiento de los modos tradicionales de entender y nombrar a los potenciales sujetos del cambio. En Clacso CFK dijo que los términos “izquierda y derecha” dividen al pueblo, que es el término desde el que habría que entender la construcción de un Frente cívico y patriótico. El mote de “Ciudadano” desde el que el kirchnerismo intervino en las últimas elecciones y el modo en que su líder política hizo campaña (tomando “casos” individuales para dar cuenta de conjuntos sociales), en conexión con los modos de entender los “derechos” durante toda la “década ganada” (derechos ciudadanos que son individuales y no conquistas sociales colectivas), dan cuenta de un modo neoliberal de entender la batalla anti-neoliberal.
Por supuesto que, tal como señaló Carlos Olmedo (comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias) en su debate con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), en 1971, el marxismo no es una “bandera política universal” sino una teoría revolucionaria que puede servir como instrumento de análisis y comprensión de una realidad histórico-concreta. Y es importante entender que una cosa son los conceptos y otra los nombres y las identidades desde las que se construye una organización, frente o movimiento. Pero ya que se trataba de foro de pensamiento crítico, la reducción del concepto izquierda al de pueblo resulta por demás difusa, sobre todo teniendo en cuenta la multiplicidad de miradas que se han construido en torno a “lo popular”.


La hidra en acción
Por último, quisiera referirme a esta identificación del neoliberalismo como enemigo último de los pueblos que suele realizar el progresismo de la región.
Si bien es presentado como un debate menor puesto la envergadura del enemigo que se tiene enfrente, resulta pertinente recordar y subrayar que el neoliberalismo (o lo que se denomina como “gobiernos neoliberales”) no es más que un modo del capitalismo, sistema que es el que genera explotación, dominación y opresión.
Por supuesto que frente a los 140 millones de dólares con los que la gestión Cambiemos endeudó a la Argentina el planteo de la soberanía nacional cobra relevancia, y que frente a las políticas de ajuste y represión el garantismo (en términos de defensa de los derechos humanos) y las perspectivas reparadoras (en lo social) se presentan como la contra-cara de la ofensiva conservadora atroz, pero sería bueno no olvidar que no es con cancelaciones de deudas fraudulentas que se defenderá la soberanía, ni con confianza en buenos gobernantes que se edificará el necesario poder popular que podrá permitir obtener más y mejores conquistas para las y los de abajo.
Si de conmemoraciones se trata (17 y 20 de noviembre), cabe poner de relieve que ha sido siempre con participación popular activa que se ha defendido la soberanía nacional (no estaría de más, en este sentido, recuperar los planteos de consulta popular respecto al pago de la deuda externa, por ejemplo), y que ha sido con militancia movilizada, organizada y consciente que se ha defendido la soberanía popular.
Más allá de las candidaturas y los conglomerados capaces de sacar del gobierno a quienes actualmente gestionan el Estado (cuestión que a estas alturas ya nadie con un poco de sensatez puede dudar que es una tarea de primer orden), de lo que se trata es construir, desde abajo, el programa popular que se pretenda imponer, defender y profundizar para el futuro próximo de la Argentina, gobierne quien gobierne.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Con mujeres como Olga vamos hasta el infinito y más allá


Una Odisea en el Conurbano... pero de 2018


Pasaron no sé, veinte años. Poco más, poco menos.
En realidad seguro en el medio nos hemos cruzado, pero por un momento, apenas un saludo.
Lo cierto es que una escena así, eso sí no se repetía desde al menos dos décadas.
Ella abrió la puerta como distraída, con cierto aire de rutina de recibir a su hijo que le avisó por teléfono que pasaría a visitarla un rato.
Cuando levantó la vista de la cerradura me miró a los ojos. Me di cuenta al instante de que me había reconocido, como yo a ella. La vi lagrimear pero antes de que yo pudiera decir algo ella me abrazó y me dijo: “Marianiiitooo”. Detrás Fabio reía. Por lo del diminutivo de mi nombre seguro, aunque tal vez de emoción también.
Lo último que había sabido de ella, obrera textil de toda la vida, es que se había puesto al hombro el armado de una cooperativa en Avellaneda, durante el primer tramo del gobierno de Néstor. Ella, como su madre –y su hijo—siempre fue peronista, y cómo tal, también lo fue de Cristina, y de Néstor.
Por una de esas estupideces de la vida con Fabio, durante toda la larga década kirchnerista, no nos vimos. Ni siquiera nos hablamos. Apenas si nos cruzamos, alguna que otra vez, y nos saludamos con un abrazo fuerte como si en el medio nunca hubiera pasado nada. Una de esas veces fue en 2008, cuando la spatronales  agropecuarias se pusieron de punta contra el gobierno y la militancia social kirchnerista se mandó a Plaza de Mayo. Yo entonces vivía en capital, y cursaba la carrera de Letras (o de filosofía, ya no recuerdo) en la Universidad de Buenos Aires, cede de la calle Púan. Recuerdo que salimos con unas compañeras y compañeros de la Facultad y fuimos a un bar. No había estado en todo el día en casa y entonces no había internet en los celulares así que recién ahí vi lo que estaba pasando. No dudé, y de inmediato me tomé un subte para ir a la Plaza. Allí lo encontré a él, y a otros históricos compañeros, dispuestos a enfrentar lo que sea para defender a su gobierno, que no era el mío, pero igual me convocaba a estar ahí junto a ellos. Otra vez que nos cruzamos fue sobre la avenida Pavón, a metros de la estación Avellaneda. Era un 26 de junio y se conmemoraba un nuevo aniversario de la Masacre de Avellaneda, donde asesinaron en 2002 a nuestro compañero Darío Santillán, junto a Maxi Kosteki. Yo iba al frente de la bandera de la Coordinadora Aníbal Verón, coordinando la seguridad de la columna, que bajaba del acto en Puente Pueyrredón. Ibamos por la mano derecha, y por la izquierda –en sentido contrario—una columna del Movimiento Evita se dirigía al mismo lugar. La tensión que se respiraba en el ambiente es inenarrable. De repente, los muchachos de ambos bandos pertrechados con sus palos, las caras de bronca, la rivalidad a pleno. Las columnas quedan frente a frente por un instante. En medio de la tensión escucho “hermano”, y un gordo morocho me abraza y me levanta por los aires: era Fabio.
Creo que en esas dos oportunidades Olga no estaba, pero no era raro que hubiese estado caminando por ahí atrás. O al frente sin que yo la vea. Como el 20 de diciembre de 2001, cuando Fabio y yo –esa vez sin cruzarnos—estábamos tirando piedras contra la policía, armando barricadas y pateando gases lacrimógenos y Olga estaba en la Plaza, colgada del caballo de algún policía, puteando a De la Rúa y arengando a favor de las Madres de Plaza de Mayo.
Pero todo eso ya era parte de la historia social y política de la Argentina, y en mi abrazo con Olga en 2018 no pensé en eso ni en nada, sólo me dejé envolver por el tierno abrazo y emocionarme junto a ella mientras nos reconocíamos en la mirada.
Enseguida Olga preparó mate, mostró cada rincón de la casa que estaba diferente a como lo había visto 20 años atrás, recordó a su madre –la abuelita—y contó con orgullo cómo ahora –que tiene menos movilidad—montó la cooperativa textil en su casa.
Puso la tele y vio imágenes de la izquierda en la televisión, que estaban cortando Puente Pueyrredón, en acompañamiento a un paro de la CGT. O más bien: haciendo activo un paro que la burocracia había pautado “dominguero”.
--¿Qué hacemos nosotros acá en vez de estar ahí Fabio?, preguntó ella, en tono de reproche.
Estoy seguro que de ser por ella, las banderas de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, la CTEP (a la que tanto ella como Fabio pertenecen) estaría ahí.
Al fondo la antigua casa de Fabio, con una extensión que entonces yo no había visto, cuando tenía… ¿Cuánto? ¿Acaso 18, 17, 16, 15 años? Entonces Fabio vivía allí con su mujer, en una casilla en donde una madera separaba la cama de dos plazas de la heladera, la cocina y una mesa con tres o cuatro sillas. En esa casa, en el patio que une la casilla con la casa de adelante, pasé los momentos más fundamentales de mi primera juventud; allí aprendí qué era eso del peronismo, cómo habían surgido de su seno organizaciones armadas; cómo de algunas de ellas se había contribuido al proceso del sandinismo en Nicaragua. También aprendí cómo moverme en la calle, como pararme de manos si algún gil me atacaba, como tener la disciplina necesaria para organizar la coerción que toda hegemonía popular en algún momento necesita.
Y en todo ese proceso Olga fue una figura fundamental: contando alguna historia, acercando un mate o, simplemente, haciendo como que no veía aquello que se supone no tenía que ver.
No sé cuántos años tiene ahora Olga. Yo ya no soy ese adolescente medio punk en proceso de politización, pero en un punto siento que sigo siendo el mismo. Y al verla siento que el tiempo no ha pasado, aunque ella, Fabio y yo tenemos claro que la historia no se detiene, y tampoco nuestras biografías singulares.
Debe ser la vejez, pero desde que en 2013 publiqué mi libro Montoneros silvestres, y nos reencontramos con Fabio y otros de la banda loca de los años 90 para presentarlo, sé que pase lo que pase en los años próximos en la Argentina, ya no permitiré que una diferencia de apreciación de la coyuntura, una mirada distinta en la estrategia que la organización que cada uno integre tenga, hará que esta hermandad construida nos aleje nuevamente.
Al fin y al cabo, en la última batalla frente al congreso, en la primera línea de la resistencia contra la policía, estábamos juntos, cada uno con sus respectivas banderas pero juntos, y en la primera línea. Al igual que en diciembre de 2017, cuando recibí un impacto de bala de goma en el ojo, mientras comenzaba la gaseada final de la policía para despejar la Plaza y no podía ver porque un ojo no se abría y el otro lagrimeaba producto de los gases. Y entonces Fabio me vio, me metió dentro de la columna en la que estaba y lo llamó a Willy. “Nico, está herido, sácalo de acá”. Y el gordo (el otro gordo, que ahora está flaco) me tomó del brazo y entre gases lacrimógenos, corridas y balas de goma me llevó al hospital.
Tampoco sé si allí estaba Olga, pero no sería raro. Porque esas jornadas ya son también parte de la historia social y política de la Argentina. Como Olga, que al fin y al cabo, es un rostro concreto de todo ese proceso.
Sé que cuando la esperanza se detenga en terrenos baldíos, como lo hace a menudo; cuando el cansancio agobie; cuando cunda la falta de expectativas, tendré un insumo fundamental para seguir adelante: recordar que este país hay mujeres como Olga, con su trayectoria, su polenta, su sonrisa encantadora. Y esos mates que siempre vienen acompañados de una charla que te hace decir: con mujeres como Olga, voy hasta el infinito… y más allá.
 



domingo, 4 de noviembre de 2018

Palabras de homenaje a Gilles Deleuze, 23 años después


Devenir pájaro: un último acto vital

Por Mariano Pacheco
  


Un domingo como hoy, pero hace 23 años, Gilles Deleuze se arrojaba desde la ventana de su departamento parisino. Agobiado por el asma y con una incapacidad progresiva para escribir e incluso hablar, el pensador crítico francés decide quitarse la vida, dejando su obra como testimonio, pero también, aquel acto-pregunta: ¿qué es una vida?

 En 1959 Jean Paul Sartre publica la Crítica de la razón dialéctica, quizá el último gran esfuerzo teórico por permanecer dentro de la lógica dialéctica y mantener la primacía de la razón en el análisis sobre el ser humano. Allí (en Cuestiones de método, que funciona como una suerte de introducción a los dos tomos) Sartre sostiene que el marxismo es “la filosofía insuperable de nuestra época”, y que seguirá siéndolo, en tanto no sean superadas las condiciones que le dieron origen. Tiempo después, Michel Foucault dirá que el siglo XXI sería deleuziano. Hoy sabemos, por el testimonio de Jaques Derrida –que cenó con él la noche previa a su suicidio-- que Deleuze estaba escribiendo sobre Marx antes de morir.
En 1959 Deleuze aún no se ha encontrado con Félix Guattari. Por entonces es un profesor que ya ha publicado algún que otro libro, que está en pleno proceso de cocción de lo que será su período de retratista de los filósofos que serán fundamentales para su pensamiento (entre ellos, Spinoza y Nietzsche) y lee con atención el libro de Sartre. Aún no se ha producido el desplazamiento de esa generación (la que escribe, piensa y actúa en el período que va de la resistencia a la ocupación nazi al fin de la guerra de Argel, y que tiene al autor de La náusea como su figura central) e incluso Deleuze escribe en 1964 (cuando Sartre rechaza el Premio Nobel) un bello texto que quisiera brevemente rescatar ahora, en el que elogia a la Crítica de la razón dialéctica y a su autor. Rescatar este breve y bello texto un poco para evitar esa suerte de guerra de rivalidades al estilo clubs de fútbol o tribus del rock y otro poco porque me interesa particularmente el planteo que hace Deleuze respecto de la figura de los maestros.


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Deleuze habla de la “tristeza” de las “generaciones sin maestros”. Y aclara: “Nuestros maestros no son sólo los profesores públicos, si bien tenemos gran necesidad de profesores. Cuando llegamos a la edad adulta, nuestros maestros son los que nos golpean con una novedad radical, los que saben inventar una técnica artística o literaria y encontrar las maneras de pensar que se corresponden con nuestra modernidad, es decir con nuestras dificultades tanto como con nuestros difusos entusiasmos”.
Deleuze elogia a los “pensadores privados”, como Nietzsche, o Spinoza. Y destaca de ellos el hecho de que se muevan en una especie de soledad que les pertenece siempre, cualesquiera sean las circunstancias (aunque también, aclara, una cierta agitación, un cierto desorden del mundo en el que surgen y en el que hablan).  Deleuze subraya, por otra parte, la soledad de los que buscan un maestro, los que querrían un maestro y sólo podrían encontrarlo en un mundo agitado. Y si bien rescata la producción de sus contemporáneos (entre los que se destacan Genet, Klossowski, Foucault), insiste en el hecho de que entonces se hable de Sartre como si perteneciera a una época caduca. “¡Ay! –escribe Deleuze, en un grito que nos interpela--. Somos nosotros, más bien, los que hemos caducado en el orden moral y conformista de la actualidad. Sartre, al menos, nos permite la esperanza vaga de los momentos futuros, de las reanudaciones donde el pensamiento puede reformarse y rehacer sus totalidades como potencia a la vez colectiva y privada. Por eso Sartre sigue siendo nuestro maestro”.
  


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¿Qué sentido tiene hablar de la Francia de los años sesenta y setenta? ¿Es acaso un gesto de nostalgia, de melancolía? ¿Es una pose más de nuestras “colonizadas” mentes que siempre miran hacia Europa? Nada de eso.
Hemos comentado ya, en otras oportunidades, las tesis de Omar Acha acerca de nuestra situación generacional. A saber: el problema de que la nuestra tenga sus dificultades para ejecutar el parricidio, porque nuestros “padres intelectuales” (también nuestros “referentes políticos”) hayan sido aniquilados por el terrorismo de Estado, y los sobrevivientes, en muchos casos, se vieran envueltos en la autocensura de la democracia de la derrota y sus consensos ciudadanos.
Entonces, resulta difícil hablar de nuestros años setenta como mero pasado (y para quienes subrayan –con razón—la apología que Deleuze, junto con Guattari, hace del necesario olvido para crear, para la vida, cabe recordar que son ellos mismos quienes, a la hora de definir a la filosofía como “creación de conceptos”, son los que se apresuran a destacar: conceptos que tienen que ver con nuestros problemas, nuestras historia, nuestros devenires).
Por otra parte, resulta un poco anticuado seguir pensando en los marcos de esa dicotomía incruenta entre lo propio y lo lejano, lo nacional y lo cosmopolitica, sobre todo en un país como Argentina, caracterizado por la mezcla en todos sus aspectos de la vida política, social y cultural.
Así que si bien me gusta pensar la trasmisión intergeneracional más en una clave formalista que freudiana (recordemos que para los rusos la literatura se trasmite de tíos a sobrinos y no de “padres” a “hijos”), no deja de preocuparme el corte que se viene operando entre nosotros y quienes nos antecedieron en esta lucha (político y cultural).
Y no digo sólo la dificultad por construir genealogías y poner en diálogo temporalidades diversas y distantes, sino incluso de conectarnos con quienes hasta no hace poco tiempo aún estaban entre nosotros: David Viñas, Ricardo Piglia, León Rozitchner, por nombrar los más emblemáticos, o al menos los que este cronista más frecuenta; nombres que muchas veces aparecen como sinónimo a piezas de museos para algunas jóvenes militancias.
De allí que, rescatar a Deleuze, sea hoy rescatar –a través de él—también a aquellas figuras que han sido fundamentales en nuestra formación, en nuestro modo de pensar críticamente el mundo, sean del pasado lejano o reciente, o de la actualidad; sean de Francia, Argentina o México, lo mismo da.


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Deleuze no sólo fue un gran maestro --en el sentido en que él mismo lo define refiriéndose a Sartre-- sino además un gran profesor.
Las y los lectores de lengua española, y particularmente quienes leemos desde Argentina, contamos hoy con un gran privilegio al respecto, puesto que desde hace 15 años la editorial Cactus viene desarrollando una formidable labor de difusión de ideas, entre otros, de Gilles Deleuze.
Resulta difícil hoy adentrarse en su pensamiento (que incluye por supuesto el tramo en que compuso junto a Guattari esa máquina de guerra textual que cuesta llamarla de co-autoría) sin tener en cuenta cursos fundamentales como el que destinó a Baruch Spinoza, o los que dedicó a problematizar, ampliar, aclarar cuestiones que fueron publicadas, bajo otro registro, en los dos tomos de Capitalismo y esquizofrenia (AntiEdipo y Mil mesetas), y que hoy pueden leerse en castellano en las ediciones de los libros titulados En medio de Spinoza y Derrames I y II, así como sus clases sobre cine.


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Si bien Deleuze publica su primer texto en 1945 (un artículo sobre Sartre en el N° 28 de la revista Poésie 45), con 20 años, recién en 1968/1969 es el momento en que aparecerá como un filósofo con una serie de idea innovadoras, a la vez que provocadoras, cuando publica  Lógica del sentido y Diferencia y repetición (momento que coincide con el encuentro con Guattari, post Mayo del 68, y la puesta a funcionar de esa nueva máquina de lectura y escritura). Antes (en su “período retratista”) obviamente ya puede verse (leerse) la originalidad de un pensamiento que se ha puesto en marcha (el caso de libros como Nietzsche y la filosofía, 1962, son emblemáticos en ese sentido).
Pero no siempre se repara en el hecho de que, además de esos textos dedicados a filósofos (además del mencionado sobre Nietzsche, entre 1962 y 1966 publica sobre Kant, Bergson y el novelista Proust… y su tesis sobre Spinoza en 1968), más allá de sus “retratos”, Deleuze se pasó toda su vida dando clases. Es decir, que al momento del encuentro con Guattari, Deleuze ya llevaba una década y media preparando paciente y rigurosamente sus clases, en las que trabajó a fondo a varios de los autores mencionados, e incluso a Sigmund Freud.


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Además de Maurice Gandillac (su director de tesis) y de Gaston Bachelard y de Georges Canghilhem, a cuyos cursos Deleuze asistió en La Sorbona, dos figuras fueron fundamentales en la vida y la formación del joven Gilles, según reconstruye Francois Dosse en la “biografía cruzada” que escribió sobre Deleuze y Guattari.
Por un lado, Pierre Halbwachs, su profesor de letras en ese “raro” último año de la escuela, con quien estudia literatura francesa, es decir, “literatura nacional” (la rareza de ese año se debe a que la coyuntura de la guerra mundial sorprende a la familia Deleuze en Deauville, donde suelen veranear. Entonces Gilles, instalado en un cuarto de pensión, se queda allí cuando la familia retorna a sus habituales tareas  y él cursa todo el año escolar en una pensión, transformada en escuela por las circunstancias). “Yo era su discípulo. Había encontrado un maestro”, supo escribir el joven Deleuze sobre su profesor de letras, con quien además compartía charlas en la playa, fuera del horario escolar…
La otra figura es Marie Magdelaine Davy, mujer a quien conoció a través de su amigo Michel Tournier, que fue quien lo llevó a las clases de Candillac, quien a su vez invitó a los jóvenes amigos –que cursaban el último año del colegio secundario— a que participaran de unos encuentros que fueron fundamentales para esos momentos iniciales de formación.
Marie Magdelaine Davy transformó el castillo de La Fortrelle, una propiedad suya situada en las afueras de París, en un lugar donde se escondían judíos perseguidos en la Francia ocupada por la Alemania nazi, miembros de la Resistencia y otros desertores, pero en donde además realizaban encuentros culturales con importantes figuras de la intelectualidad parisina.
Allí, por ejemplo, Deleuze conoció a Pierre Klossowski, quien ya venía trabajando sobre el pensamiento de Nietzsche (su libro Nietzsche y el círculo vicioso será fundamental para las relecturas francesas que se realizaron en los años sesenta del autor de Así habló Zaratustra), y quien supo decir del jovencísimo Deleuze: “Va a ser un nuevo Sartre”.

Vaya si lo fue. Al punto de que hoy atravesamos la profecía esbozada por Foulcault.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Entre el pobrerismo y el parlamentarismo: ¿hay alternativas?


Por Mariano Pacheco
(La luna con gatillo/Resumen Latinoamericano)

“Luche y se van” y “Fuera Macri”, dos consignas para acompañar una lectura de la movilización del miércoles frente al Congreso y un intento de mapeo del campo popular en la Argentina contemporánea.




“Luche y se van” y “Fuera Macri”, en un extremo y otro del espectro político-ideológico, fueron las notas que desentonaron del coro uniforme de las expresiones compañeras que el miércoles pasado confluimos en la Plaza de los dos Congresos para repudiar la propuesta de Presupuesto 2019 de la Gestión Cambiemos, avalada por lo peor que el peronismo supo dar en estos tiempos. No nos detendremos aquí en los números y las consecuencias posibles que ese presupuesto tendrá para los sectores populares de este país, ya que basta con prestar atención a las noticias que vienen circulando (aún en medios del sistema) para darse cuenta de lo nefasto de dicha propuesta. Sí me interesa, al menos brevemente, detenerme en las características y los perfiles de quienes pretendemos resistir estos embates.
Si bien con vasos comunicantes poco visibles, ambas perspectivas (que para decirlo rápido podríamos catalogar como de “Libertarias” en el caso del piberío que marchó con el rostro cubierto por pañuelos palestinos bajo la bandera con la inscripción “Fuera Macri”, y de legado “Nacional, Popular y Revolucionario”, en el de quienes lo hicieron bajo la bandera argentina con la inscripción “Luche y se van”) comparten el hecho de intentar plantar otra voz, decir otra cosa que no sea que hay que llegar como se pueda a mediados de 2019, para armar un buen conglomerado opositor al macrismo y ganar las elecciones con un frente opositor que contenga las distintas expresiones de oposición al actual gobierno nacional…..
Más cerca o más lejos de Cristina Fernández de Kirchner, con menos o más simpatías por el peronismo histórico, al parecer hoy prácticamente todos los sectores del campo popular en Argentina comparten esta caracterización. La excepción: los sectores mencionados, minoritarios respecto de ese gran conglomerado, aunque con inserción en espacios de masas, al menos en el caso del sector del “Luche y se van”.
Por supuesto, dentro de esa unidad frentista no entra la izquierda clasista realmente existente (ni los tres partidos trotskistas del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, FIT, ni su “cuarta pata” guevarista de Poder Popular, ni tampoco los más minoritarios trotskistas MST y Nuevo MAS), aunque se rozan en su sobrevaloración de la instancia parlamentaria, más allá de discursos que puedan a veces ser más o menos radicalizados (tal vez habría que matizar esta aseveración en el caso de Poder Popular, ya que provienen de otra tradición y recién comienzan a dar sus pasos en las intervenciones electorales, sin descuidar hasta el momento su inserción en frentes de masas y trabajos de base que desarrollan desde hace muchos años).
En el espacio “Luche y se van”, aunque parezca un matiz, no es menor el hecho de que el cruce con las nuevas realidades contemporáneas (como el feminismo, que tiene su historia pero ha logrado en estos años una presencia política inusitada, y el precariado, que ha logrado ser en algunos casos un sujeto político mucho más dinámico que el sindicalismo tradicional) se produzca enmarcado en una tradición que se reivindica aún con vocación revolucionaria, y no “democrática”, en tanto que democrático se entiende como “democracia representativa”, respeto por la Constitución (escrita con la sangre de los vencidos) y las leyes vigentes (que surgieron de los gritos que tronaron en el anochecer de la historia nacional). Esta mixtura entre nuevos fenómenos y legado se expresa también en el cruce generacional de sus militancias: las pibas que protagonizaron la pelea por el derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito como una de sus primeras batallas; el piberío que tomó colegios para defender la educación pública; quienes encontraron en las barriadas una oportunidad para sostener la consigna de la resistencia mientras muchos (y muchas) se desmoralizaban tras la asunción de Mauricio Macri a la presidencia; quienes se politizaron durante los años kirchneristas sin serlo; quienes protagonizaron la insurrección de 2001 desde construcciones territoriales y recuperando fábricas abandonadas por las patronales en medio de la crisis; quienes vienen de las luchas de los años sesenta y setenta y no encontraron en el puente imaginario que en 2003 se trazó con 1973 un lugar donde seguir cobijando sus sueños de juventud…
Ese espacio (reiteramos, que se congregó bajo una bandera argentina que llevaba la inscripción “Luche y se van”), junto con el anarquista fueron quienes el miércoles pasado intentaron plantar otra voz, ni soberbia ni grandilocuente, pero otra mirada al fin y al cabo. ¿Cuál? Una muy sencilla: aquella que enuncia que no es funcional a la derecha enfrentar la represión del Estado; que no son servicios de inteligencia todos aquellos (y aquellas) que se cubren el rostro, empuñan una gomera, arrojan piedras contra la policía y levantan barricadas. Una voz que sostiene que es posible pensar (y accionar) para que Macri se vaya, pero no en 2019 sino antes, y no tras un proceso electoral sino echado por la rebelión popular, como Fernando De La Rúa en 2001, y Celestino Rodrigo y el Brujo López Rega, en 1975.
Más que el que se vayan todos, que padece de un profundo olvido en las militancias, la consigna del “Luche y se van” –previa incluso al 2001—pervive aún como fantasma, y se expresa cada tanto en alguna movilización. Sin ir más lejos, fue entonada el miércoles pasado frente a la Comisaría en donde permanecían detenidos los presos tras la represión frente al Congreso.
Recordemos: “se pensaron que nos habían cagado/ porque estábamos desorganizados/con sudor, con lucha y con paciencia/ va creciendo la nueva resistencia/ Luche que se van/luche que se van”.
La canción es de los años 90, y por supuesto, la consigna de “Luche y se van” fue retomada durante la resistencia antineoliberal de otra resistencia anterior: la que se ejerció durante los años del terror contra la dictadura del Proceso de Reorganización Nacional.
Movilización de masas, lucha de calles y consignas destituyentes.
¿Ultraizquierdismo que niega la instancia de intervención electoral? ¿Petardismo que sostiene que cuanto peor vaya todo mejor? Para nada: está claro que siempre es mejor tener parlamentarios de izquierda que no tenerlos (se llamen Miryam Bregman o Luis Zamora, o el nombre sea); que siempre es mejor –para desarrollar la organización popular de base, para promover la movilización y el protagonismo popular activo, para sostener una perspectiva de ideas propias de la clase que vive del trabajo, etcétera— un gobierno de corte progresista que uno abiertamente de derecha, de esos que reprimen con frecuencia (no olvidar que el progresismo también sabe reprimir determinadas luchas populares, y las patriadas en defensa de los bienes comunes así lo atestiguan, así como las batallas del sindicalismo clasista); gobiernos reaccionarios que recortan derechos sociales y laborales elementales, que violan derechos humanos básicos. Pero eso no debería impedir resituar la discusión sobre lo electoral y el triunfo en las urnas de amplios conglomerados progresistas en su justo lugar; en un lugar en donde lo estratégico no quede totalmente opacado por las urgencias de desplazar a estos sectores de la gestión del Estado.



Desmoralizar la crítica política
Ante lo descarnado de la derecha en el gobierno no deberíamos olvidarnos tan fácilmente, entonces, que la larga década progresista en América Latina (y más puntualmente en nuestro país) vino acompañada de concentración y extranjerización de la tierra, con políticas de “genocidio ambiental” en muchos casos; con precarización laboral y reforzamiento de las estructuras burocráticas del sindicalismo patronal; con una inclusión social fuertemente neoliberalizada en función de una lógica de consumo de bienes no precisamente de uso en una perspectiva de buen vivir; con la consagración de la figura individualista del “ciudadano” (y ciudadana), sujeto (sujetado) del derecho (burgués), sostenido sobre las bases de las relaciones de la propiedad privada y la representación política por parte de una casta privilegiada, y en muchos casos enriquecida a costa de no entender su función, precisamente, como una función (y de servicio) sino como un eterno permanecer en puestos de gestión para ensanchar las arcas económicas familiares.
Que en general coincidamos en que no se puede compartir las críticas que la derecha hace al progresismo no implica negar realidades a esta altura innegables.
De nuevo: se trata de desmoralizar la crítica política, de enlazar la crítica a una ética militante y de asumir la necesidad de la polémica desde el piso del compañerismo y la confluencia en las movilizaciones y la intervención callejera por parte de las militancias de distintas procedencias.
“Son los sectores de izquierda, anarquistas y del kirchnerismo”
La frase que engloba tal diversidad en un común --digna de un bloque del programa televisivo Peter Capusotto y sus videos— con que la derecha gobernante intenta estigmatizar como desestabilizadores a los sectores movilizados de la oposición, no deja de tener un núcleo de verdad.
El miércoles pasado en las calles de Buenos Aires confluyeron algunos pocos gremios (la mayoría inscriptos en las dos CTA) y fundamentalmente, el amplio espectro de organizaciones de la economía popular, en la que intervienen casi todas las corrientes políticas, con excepción del trotskismo y el progresismo, que de todos modos se movilizaron encolumnados bajo sus banderas partidarias. De hecho, no sólo estaban los cinco partidos trotskistas mencionados, y algunos activistas anarquistas, sino también Nuevo Encuentro, La Cámpora, e incluso parlamentarios kirchneristas que no sólo se negaron a acompañar la propuesta de presupuesto oficial para 2019, sino que incluso salieron del parlamento, para estar en las calles, codo a codo, con las izquierdas y los movimiento sociales a los que tanto criticaron en tantas oportunidades.


En Marcha a la división con la bandera de la Uni/Dad
Tres días después de la movilización frente al Congreso que culminó con represión, se lanzó el Frente Patria Grande, con Juan Grabois a la cabeza (uno de los referentes de la CTEP, hombre de confianza del Papa Francisco en la Argentina), y un saludo de Cristina Fernández de Kirchner a través de un video, que se proyectó en un acto en el que los guevaristas del Movimiento Popular La Dignidad confluyeron con las dos fracciones en las que se partió el Movimiento Patria Grande y otras expresiones más chicas como las que encabeza la cordobesa Cecilia “Checha” Merchán (ex referente de Libres del Sur).
En el acto de Mar del Plata confluyeron lo más extremo del pobrerismo y el parlamentarismo. Es decir, de aquello que argumenta un discurso político en una ontología del ser pobre (esencialismo populista que idealiza al abajo como verdad) y no se plantea trascender los límites de aquello que el enemigo ha impuesto como molde para la intervención política de los pueblos (la democracia representativa).
De nuevo: no se trata de un juicio moral sino de reivindicar la posibilidad de realizar una crítica política de una determinada cultura militante. Aquella que, por un lado, idealiza al pueblo, siempre bueno y siempre portador de valores esencialmente liberadores; y por otro lado, coloca a los sectores populares como medio y no como fin, es decir, como actores sociales y no como sujetos políticos (actores sociales en un escenario que disponen otros, en un guión también escrito por otres y en un drama dirigido por otros, u otras, la Gran Otra, en este caso: la jefa ordenadora de los caminos a seguir).
El lanzamiento de este espacio expresa, por otra parte, una doble confirmación.
Por un lado, la bancarrota de la “izquierda popular” (dos de sus principales fuerzas, nacidas luego de 2001 pero sin haber sido nunca kirchneristas, se reconocen ahora bajo el liderazgo de Cristina, en un frente encabezado por un hombre de Bergoglio, ahora Francisco en el Vaticano, históricamente enfrentado al kirchnerismo), proceso que se complementa con el corrimiento a un espacio trotskista por parte de Poder Popular, y el naufragio y desorientación estratégica del resto de agrupamientos que se consideraban parte de una izquierda autónoma o independiente.
Por otro lado, liquida la posibilidad de que la mayoría de los “movimientos sociales” (las organizaciones territoriales más desarrolladas del sector de la economía popular) puedan tener una herramienta única de intervención en el plano electoral, tal como se venía proyectando con el Frente En Marcha, en donde estaban los dos sectores de Patria Grande y el Movimiento Popular La Dignidad (integrantes de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, al igual que el Movimiento Evita) pero también sectores de la CTA, Libres del Sur y el Partido de los Trabajadores y del Pueblo (ambas estructuras políticas que fundaron y sostuvieron el Movimiento Barrios de Pie y la Corriente Clasista y Combativa).
Quedará por ver ahora cómo se resuelven las internas al interior del peronismo y del kirchnerismo para saber cómo quedarán posicionados el conjunto de estos sectores que se plantean librar una disputa electoral. Lo que parece cierto es que ya no intervendrán de conjunto desde una misma herramienta política.
Mientras tanto, habrá que ver cómo se desenvuelve el macrismo.
Falta aún un año para las elecciones nacionales. Muy poco, en términos de lo que implica fortalecer alianzas y posicionar candidatos. Una eternidad, sin embargo, para los tiempos políticos de este país. Sobre todo, ante ofensivas conservadoras como las que viene emprendiendo Cambiemos, seguramente envalentonado por el giro a la derecha general que se vivencia en el mundo y en particular en la región (y más específicamente, con los resultados electorales del hermano país de Brasil).
Más acá de agosto y octubre de 2019, entonces, está diciembre. Un mes históricamente caliente en Argentina. Un mes en el que ya no sólo se conmemoran las casi dos décadas de la insurrección de 2001 sino el primer aniversario de aquella gran patriada que implicó el repudio del año pasado al intento de avanzar con las leyes como la laboral y la provisional por parte del macrismo.
Devaluación y precarización generalizada de la vida de por medio, el fantasma del luche y se van puede ser un insumo para gestar una pragmática popular que entienda que, de irse con anticipo este gobierno, el que venga tendrá otro margen de maniobra o, si se quiere, un piso más alto para enfrentar a los poderes fácticos si se lo propone.