lunes, 18 de febrero de 2019

Madrugada de SuperLuna


Palabras de homenaje a quienes supieron tener inspiración cósmica

 (A Jorge Falcone, Oficial de ContraCultura; 
Jorge Villegas y Omar Hefling,
 poetas cordobeses)



Meses antes de ser secuestrado por una patota de la Junta de Comandantes
Roberto, el poeta-revolucionario, escribía su “declaración jurada”:
“Si mi poesía no sirve para cambiar la sociedad --sentenció-- no sirve para nada”.
Otro poeta-revolucionario ya había declarado por su parte que
había empuñado un arma, porque buscaba la palabra justa.

Tiempo después Paco moría en combate, en Mendoza, tras ser acorralado
por un Grupo de Tareas del Proceso de Reorganización Nacional.
En el medio Francisco había escrito que el viejo Angaco
--ese viejo militante que compartía cautiverio con él en la cárcel de Villa Deboto--
era el verdadero poeta de la revolución.

Meses más tarde Rodolfo disparaba su última bala contra el terror,
luego de haber disparado la última letra de denuncia sobre su máquina de escribir.

Mientras tanto Juan escribía poemas desgarradores sobre su exilio en Roma,
y los nombres de Francisco y de Rodolfo se entremezclaban junto con las lágrimas/ derramadas
por su hija Marcela y su nieta secuestrada.
Cuerpo a cuerpo, David ponía blanco sobre negro
la violencia oligárquica sobre un papel.

Desde el fondo de la historia nacional,
Raúl alumbraba con su Rosa blindada
el camino transitado por aquellos que sobrevivían al horror.
Así como antes había alumbrado el sendero de tantos
--como Rodolfo, como Paco, como Roberto--
que habían caído combatiendolo.

Desde sus brigadas de choque de la poesía
Raúl convocaba a no tener miedo.
Ni
empcho
Ni
Pudor de escribir
CONTRA
la demagogia burguesa
CONTRA
la pedagogía burguesa
CONTRA
la academia burguesa.

Hoy, cuatro décadas después (y más)
de que comenzara el terror
escribimos
sin embargo
bajo las SOMBRAS del terror.

Todo gesto de idealizar el pasado
lo sabemos
se torna reaccionario
pero todo mirar para otro lado
se torna aval (o un guiño de ojo)
conciente o inconciente a lo dado.

¿Seremos capaces de conmover el orden
de violentar el mundo que nos legaron?
¿Podremos construir nuestras propias “brigadas de choque”
en nuestro presente?
¿Gestaremos los insumos simbólicos necesarios
para librar los combates culturales que se pongan en serie
con las batallas políticas y económicas contemporáneas?

En eso, creemos,
ESTAMOS.
Mientras tanto,
nos trepamos de un andamio
Nos subimos a la luna y le ponemos un gran gatillo:
para fusilar a este mundo.
No suavemente ya, sino con fuerza, con rabia,
con bronca y con mucha pasión.

Fusilar este mundo neoliberal
tomado entero por el capital, entonces,
para que nada siga como está.

Mariano Pacheco #ProfanasPalabras




Contribuciones para pensar la batalla cultural (Segunda parte)





Por Mariano Pacheco*


El arte y la política no pueden ser abordados del mismo modo”. La frase no pertenece a un artista sino a un dirigente político, a un teórico revolucionario. Sin lugar a dudas ha sido León Trotsky el referente comunista que más atención supo prestarle a los vínculos entre arte y política (junto con Antonio Gramcsi, a quien haremos referencia en una nota futura).
Resulta llamativo, a primera vista, que sea el jefe del Ejército Rojo quien haya escrito un libro titulado “Literatura y revolución”. Y decimos a primera vista, porque si se indaga al menos un momento en la formación cultural de los referentes de la Revolución Rusa veremos que, en coherencia con el planteo marxista de emancipación de la humanidad, el papel de la teoría y las expresiones simbólicas siempre ocuparon un lugar destacado.
Es conocida la explosión experimental que siguió el cine luego de Octubre del 17 (“de todas las artes el cine es para nosotros la más importante”, supo decir Lenin alguna vez); los recorridos realizados por los “trenes de agitación” en plena guerra civil, entre 1918 y 1921 y la multiplicación de salas y films en esos primeros años de revolución. En dos artículos publicados recientemente en Argentina en el libro La revolución rusa: 100 años después (compilado por Mario Hernández), se destaca el rol que tanto el cine como las artes de vanguardia (entre ellas la arquitectura) jugaron en todo ese proceso. Así, Héctor Freire recuerda que entre 1925 y 1928, las salas de cine pasaron de 2.000 a 9.300 en la Unión Soviética, alcanzando el número de 29.200 al final del Primer Plan Quinquenal (cifra que luego ascendió a 40.000, superando incluso a Estados Unidos) y Silvio Schachter, por su parte, subraya el papel jugado por los constructivistas, suprematistas, futuristas y otras manifestaciones de la vanguardia artística que se propusieron desarrollar un “arte-producción” ligado a la vida cotidiana. Tiempos en los que se crearon 36 nuevos museos, se inauguraron decenas de publicaciones y el ProletKult llegó a agrupar a 84.000 miembros en 300 grupos locales expandidos por todo Rusia. También el psicoanalista argentino Enrique Carpintero -director de la editorial y la revista Topía- destaca en su texto publicado en el libro Los freudianos rusos y la Revolución de Octubre el hecho de que la revolución bolchevique haya “abierto el camino de la creatividad” en todos los ámbitos, al romper con la rígida censura religiosa (en especial en las manifestaciones artísticas y científicas) que había hasta el momento. Cabe recordar, asimismo, que fue en la “Rusia de los Sóviets” el primer lugar en el mundo en el que se estableció la total libertad de divorcio y donde el aborto fue libre y gratuito (medidas anuladas luego por el stalinismo, quien se propuso afianzar la figura de la familia tradicional).
Así, el desarrollo de distintas iniciativas fueron problematizando en torno a la necesidad de que, junto con los nuevos aires en la economía y la política, también la revolución abordara el desafío de construir una nueva cultura.


Lo viejo, lo nuevo y la transición
Quisiera rescatar algunos de los tantos planteos que supo realizar Trotsky en su libro Literatura y revolución.
En primero lugar, esta idea de que no es el terreno del arte donde el partido, precisamente, esté llamado a mandar. Idea que de algún modo se complementa con esa otra que sostiene que no hay que juzgar al arte sólo desde la teoría marxista. Con una amplia formación cultural, el jefe del Ejército Rojo admite que el arte puede llegar a ser un poderoso aliado de la revolución, pero en la medida en que permanezca fiel a sí mismo, siguiendo las líneas creativas, su propia especificidad. De todos modos, como en las bases del arte –según el líder bolchevique-- se encuentran el odio al enemigo y la solidaridad de clase, su práctica –podríamos agregar-- se torna fundamental a la hora de contribuir a gestar una mirada propia, tanto sobre nosotros mismos como de nuestros enemigos. Por supuesto, para Trotsky hay una relación estrecha entre arte, política y nueva cultura, pero en el sentido (muy amplio) de que la revolución “prepara las condiciones de la nueva cultura”. Por eso, de algún modo, ve la primacía que el papel de la destrucción tiene por sobre el de la creación, sobre todo en el contexto en el que le toca reflexionar y escribir sobre el arte. Nunca está de más recordar que la Revolución Rusa se produce en medio de la primer Gran Guerra Mundial, y que tras la toma del poder por parte de los bolcheviques, la nueva sociedad debió enfrentar tres años de guerra civil interna contra sus enemigos que buscaban derrocarla. En ese contexto pueden entenderse mejor frases tales como “cuando los cañones truenan, las musas callan”.
El contexto, y la idea de que todo lo nuevo surje de lo viejo, llevan a Trotsky a subrayar la necesidad de no tirar por la borda el arte burgués, sino a incorporarlo como parte de un que-hacer de la humanidad. Planteo que ya tiene su historia de discusiones, y que no es motivo de esta nota revisitarlos. Pero sí destacar la importancia de su reactualización (¿cuánto en ruptura y cuánto en continuidad con lo existente surge lo nuevo?).
De todos, entre aquellas experiencias y reflexiones y hoy ha transcurrido un siglo ya, y otros procesos de cambio han mostrado que hay veces en que la mayor productividad del arte (de un arte contestatario, por el cambio social), coincide con el auge de las luchas populares. Es que los procesos revolucionarios deben enfrentar muerte y destrucción, pero también, van liberando las posibilidades de expresión, permiten que el deseo fluya más y acompañan las batallas desde su especificidad.
Por supuesto, Trotsky está pensando en la denominada “alta cultura”, y más allá de la validez de algunos planteos, hoy cuesta mucho más pensar la dimensión cultural sin tener en cuenta la producción de un arte menor que circula dentro y fuera de los procesos de organización y lucha por el cambio social.
Así y todo, no dejan de tener actualidad algunas discusiones planteadas por el presidente de los Sóviets de Petrogrado, sobre todo aquella que ponen el énfasis en el papel del arte en la construcción de una nueva sociedad, en el carácter transitorio que puede tener un tipo de arte en la revolución y en la necesidad de asumir la perspectiva de transformación social como un proceso para toda la humanidad.
En este sentido, la idea de un arte proletario es fuertemente discutida por Trotsky, ya que éste pone énfasis en un aspecto transitorio, puesto que la revolución se propone no sólo eliminar a la burguesía, sino también a la clase obrera como tal (entendida como clase no-propietaria productora de plusvalía). De allí la importancia de construir alianzas con los “compañeros de ruta”, aquellos escritores y artistas que sin ser revolucionarios pueden marchar junto a la revolución en el camino de gestar una nueva cultura, que incluye al arte pero los excede, y que necesita sumir el desafío de superar la “putrefacción y decadencia” del capitalismo entendiendo que el arte no puede aislarse ni pretender salvarse a sí mismo.
Más allá de la actualidad o inactualidad de sus planteos, más acá de los acuerdos o desacuerdos que con ellos pueda tenerse, resulta fundamental –al menos para la mirada de este cronista-- recuperar la vocación de las apuestas revolucionarias que comprendieron que sin nueva cultura no habrá nueva sociedad.
Y ya sabemos: no habrá nueva sociedad sin luchas (políticas, económicas, culturales), pero por sobre todas las cosas, no habrá nueva sociedad si no la comenzamos a construir ya desde ahora.


*Serie de notas publicadas en la versión impresa de Resumen Latinoamericano durante 2018.


jueves, 14 de febrero de 2019

Contribuciones para pensar la batalla cultural (Primera parte)


Una reivindicación de la lucha de ideas y la disputa simbólica en la cultura de izquierda*


Por Mariano Pacheco


Inscripta en una estrategia de construcción de poder popular, la contracultura se nos presenta como uno de los cuatro pilares centrales de la autonomía (junto con la autogestión, el autogobierno y la autodefensa) que, como clase (la que vive del trabajo), entendemos tenemos que ir conquistando en el camino de nuestra emancipación. Determinada por el orden hegemónico pero gestada “ya desde ahora” (es decir, más allá de futuras conquistas del poder político) la contracultura se torna fundamental en el marco del Nuevo Orden Mundial.
No es que el factor económico haya perdido su peso ni que los guiños lingüísticos desplacen la discusión sobre la propiedad (de la tierra, de los medios de producción), sino que hoy en día la cuestión cultural juega un papel mucho más destacado que en décadas anteriores.
Desde sus primeros pasos, los fundadores del marxismo supieron interesarse por la literatura y el arte no sólo de su tiempo sino también de los clásicos, De hecho, existe una edición de Colihue compilada por el traductor argentino Miguel Vedda donde se reúnen los escritos sobre literatura de los jóvenes Marx y Engels. Es famoso, asimismo, el pasaje de los Grundrisse (1857-1858)  donde el autor de El capital se refiere al arte griego, dejando sentado –en un párrafo por cierto elíptico- un debate en torno al vínculo entre el “florecimiento artístico” y el “desarrollo general de la sociedad”; debate que llega hasta la actualidad. También los bolcheviques supieron plantar posición al respecto en la rusia revolucionaria (y aún antes). Resultaron fundamentales para generaciones enteras de hacedores de la cultura contestataria, los escritos de Lenin sobre la prensa e incluso sobre la literatura de partido. Aunque,en realidad, fue el jefe del Ejército Rojo quien mayor atención supo poner a los temas referidos al arte y la ciencia, pero por sobre todo a la literatura (tal como recuperaremos en una próxima nota).
En la Argentina, al calor del centenario de octubre, no sólo se ha reeditado la Historia de la revolución rusa de León Trotsky, sino también Literatura y revolución (ver ediciones del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx). Se conocen, por otra parte, los escritos del líder comunista chino Mao Tsé Tung sobre la literatura y el arte, además de sus poemas. En nuestras tierras, en consonancia con cierta mirada sobre la cultura popular pregonada en Italia por Antonio Gramsci, el Amauta José Carlos Mariátegui no sólo pensó muchas cuestiones referidas a la vida cultural de su tiempo, sino que ofició como crítico para periódicos de la época.
Lejos de querer aburrirlo con estas enumeraciones, estimada lectora o lector, este breve repaso busca dar cuenta de la rica historia al interior del marxismo de intentos por abordar la cuestión cultural como parte integral del proyecto de transformación revolucionaria de las sociedades capitalistas (sin mencionar, claro, a la larga lista de intelectuales de izquierda o marxistas académicos que hicieron de la cultura su tema de estudio o al que le dedicaron parte de sus escritos e investigaciones). Y si bien hay sectores que cuestionan el concepto de batalla cultural, pensamos que sigue siendo propicio que tal concepto sea reactualizado, sobre todo si entendemos -junto con los zapatistas mexicanos- que los poderosos del mundo ya nos han declarado la guerra a los pueblos de todo el planeta tierra.
Entendida no sólo desde la perspectiva más tradicional de las artes y la literatura (junto con la filosofía y la ciencia) sino también como disputa por el sentido (o los sentidos que circulan en nuestras sociedades), la batalla cultural requiere de todos modos de instrumentos concretos de intervención específica en el propio campo, incluyendo el de las ideas.
Y si bien consideramos válido, tal como supo señalar Terry Eagleton para la reedición de su libro Marxismo y crítica literaria, que el marxismo ha sufrido en nuestros días la derrota más importante de su turbulenta historia, entendemos que no deja de ser uno de los pensamientos más subversivos frente a la explotación y la dominación que ejerce el capital en todas partes y, por lo tanto, una contribución fundamental a los modos críticos de entender el mundo (resulta una obviedad, pero: ¿cómo cambiar el mundo sin una interpretación crítica de él?). Por supuesto -y tanto Eagleton como Eduardo Gruner en Argentina lo han señalado más de una vez- con el marxismo solo no alcanza y resulta necesario incorporar a los distintos análisis otras perspectivas que reflexionen sobre otros y nuevos problemas y desafíos. De todos modos, los cruces entre el pensamiento de Marx y otras perspectivas ha resultado auspicioso durante décadas, con lo cual no visualizamos ningún problema al respecto. Claro que, tal como supo destacar Trotsky, una característica del marxismo es actuar y pensar “al interior de una tradición”. Aunque tal vez hoy muchos de nosotros entendamos que más que al interior de una tradición, lo que hacemos es construir un legado con retazos de tradiciones; pero dicha operación de lectura del pasado no deja de ser ya una posición respecto al asumirnos como parte de un torrente de deseos de cambio que nos antecede. Legado que se presenta también como tarea, como programa de intervención actual respecto del pasado, y sus usos.
Regresemos de todos modos a la literatura como llave para pensar cuestiones que la exceden. Decían los formalistas rusos, a comienzos del siglo pasado, que una de las funciones centrales de la literatura era la de “desautomatizar la mirada”. Hoy, cuando nuestras miradas aparecen capturadas a cada instante por el despliegue tecnológico de la publicidad, dicha consigna cobra una profunda vitalidad. La literatura, las artes, el periodismo, la difusión de ideas contestatarias pueden ser entonces partícipes activos en la tarea inmensa de contribuir a la gestación de una contracultura que aspire a transformarse algún día en una nueva cultura, en una nueva sociedad.
Resultan fundamentales, entonces, los colores, ideas, ritmos y sonidos que acompañan los procesos de organización y de lucha popular. Tal como sostenemos en el Manifiesto Fundacional de La luna con gatillo, entendemos que la intervención cultural de las izquierdas pasa hoy en día, fundamentalmente, por realizar una crítica política de la cultura contemporánea. Una intervención que deberá ser insurgente e inoportuna para los poderosos, y operar como un piquete cultural: alterando la circulación de símbolos, atentando (incluso por medios violentos) contra aquellos que externalizan el poder de las clases dominantes, esa lógica hegemónica del arte ligada al consumismo de la industria cultural que niega las posibilidades estéticas, éticas y creativas de las clases populares. Una crítica política de la cultura deberá promover una imaginación indisciplinada, un arte por el cambio social que tenga a la multitud laburante y de a pie, al pueblo en marcha y luchando, no sólo su contexto, sino también su medio cultural, su campo de investigaciones, de experimentación y de creación, para gestar símbolos alternativos, pero también, para abonar a una nueva épica, y un nuevo paisaje mental y sentimental.

*Serie de notas publicadas en la versión impresa de Resumen Latinoamericano durante 2018.